21 Muertes y comienzos

El semiogro tomó el transbordador para abandonar la isla de Schallsea poco después del entierro de Jaspe. Pensaba regresar a su casa, a visitar las tumbas de su esposa e hija, y a buscar a un lobo de pelaje rojo; estaba seguro de que no había muerto, y él y los otros sabían ahora que no era en absoluto un lobo.

Todavía quedaban dragones que combatir, y Groller dejó muy claro a Palin que regresaría al cabo de unos pocos meses. Necesitaba algo de tiempo para sí mismo, primero. Dedicó un gesto de despedida al marinero, cruzando los brazos frente al pecho y meneando la cabeza. Rig repitió el gesto, con los ojos inundados de lágrimas.


Palin y Usha regresaron a la Torre de Wayreth tras pasar varias horas reunidos con Goldmoon. Tenían cabos sueltos que atar, entre ellos determinar el alcance del daño provocado por el traidor Hechicero Oscuro. Había que hacer planes, y debían decidir cómo continuar la lucha contra los dragones.


Ampolla eligió quedarse con la sacerdotisa como su alumna más nueva. La kender había convencido a Veylona para que no se fuera, al menos por algún tiempo. Ampolla pensaba seguir los pasos de Jaspe, y ya lucía un Medallón de la Fe colgado al cuello, uno parecido al que llevaba Goldmoon; además, la kender se mostraba curiosamente seria y silenciosa, actitud que venía mostrando desde el entierro de Jaspe.

—Haré que te sientas orgulloso —musitó, mientras arrojaba un puñado de tierra a la sepultura del enano—. Y siempre te recordaré.


Ulin y Alba no regresaron a Schallsea. Partieron desde Khur, sin revelar a nadie su destino ni insinuar cuándo pensaban volver. El joven Majere no había hecho mención de su esposa e hijos a Usha, sólo de la magia que controlaría en el futuro.

Sin embargo, en realidad era a casa con su familia adonde Ulin se dirigía con su dorado compañero. Allí estudiarían juntos. El joven se regocijaba interiormente pensando en cómo reaccionarían sus hijos y esposa ante Alba.


Gilthanas se encontraba junto a la forma elfa de Silvara. Con los brazos entrelazados, se contemplaban mutuamente.

—¡Hay tanto que hacer! —dijo Silvara—. Todavía hay señores supremos, aunque Khellendros se haya ido. Los que sobrevivieron han comprendido ahora que los hombres no se dejarán dominar sin hacer nada. Lucharemos contra ellos.

Gilthanas se estremeció al recordar el frío de Ergoth del Sur, sabiendo que volvería a sentir aquel frío, pues era allí adonde habían decidido encaminar sus pasos ahora. Iban a reunir a los habitantes de la zona, a organizar a todos los caballeros solámnicos y a dirigir sus esfuerzos hacia la expulsión del Blanco del antiguo hogar de los kalanestis.

E iban a iniciar una vida juntos allí: elfo y dragón. Gilthanas juró que no iba a permitir que Silvara se le volviera a escapar.


Rig y Fiona también se abrazaban. Al contrario que Silvara, Fiona no regresaba a Ergoth del Sur. No había conseguido convencer a Rig para que se uniera a la orden; ni tampoco había conseguido él convencerla para que la abandonara. Así pues, la mujer había decidido llegar a un arreglo, aceptando tomarse un permiso durante un tiempo.

El marinero apartó un rizo rebelde del rostro de la joven y la besó. Ella no era Shaon. No quería usarla como sustituto de su primer amor; pero tenía que admitir que amaba a Fiona con la misma intensidad.

—Cásate conmigo —le pidió Rig, con sencillez.

—Lo pensaré —respondió ella, y sus ojos verdes brillaron traviesos.

—No lo pienses demasiado —replicó él—. Hay dragones contra los que luchar.

—¿Y lucharíamos mejor contra ellos si estuviéramos casados?

—Yo sé que sí lo haría —repuso él con una mueca.

—En ese caso acepto, Rig Mer-Krel.

La apretó contra sí con fuerza, como si temiera que ella pudiera huir de su lado y arruinar aquel momento de felicidad.


Dhamon estaba de pie en la playa de la isla de Schallsea, observando alejarse el transbordador en el que iba Groller mientras agitaba la mano a modo de despedida. Feril se colocó a su lado sin hacer ruido.

—Te amo —dijo la elfa. Él se volvió para mirarla, y ella se deslizó entre sus brazos y enterró el rostro en su cuello.

Dhamon cerró los ojos y la abrazó durante varios minutos, aspirando su dulce perfume.

—Pero no puedo quedarme —añadió la kalanesti, apartándose ligeramente—. Me voy a casa. Viajaré con Silvara y Gilthanas.

—Podría ir contigo —repuso él—. Goldmoon me ha perdonado, y yo...

—Necesito estar sola un tiempo —dijo ella, negando con la cabeza—. Necesito volver a encontrarme.

Él tragó saliva con fuerza, la miró a los ojos y sintió una opresión en el pecho.

—Feril, yo...

Ella posó un dedo sobre los labios del caballero.

—No digas nada, Dhamon, por favor. Sería muy fácil para ti convencerme de que me quede contigo. Y eso no es lo que yo necesito en estos momentos.

—Te echaré de menos, Ferilleeagh.

—Volveré a tu lado —prometió ella—. Cuando esté preparada. Todavía quedan dragones que combatir, y no pienso dejar que sigas con ello tú solo. Cuida de Rig y de Fiona. Palin ha prometido no quitaros los ojos de encima a vosotros tres, y enviarme a donde sea que estéis cuando las circunstancias lo requieran...

—... cuando estés preparada —terminó él.

Permanecieron uno junto al otro con la vista puesta en las relucientes aguas de Nuevo Mar.


A miles de kilómetros de allí, en dirección nordeste, se extendían las aguas de un mar distinto: el Mar Sangriento de Istar, que lamía las costas del reino de Malystryx.

Un rizo se formó sobre la cristalina superficie, luego otro y otro. Aparecieron algunas burbujas, pequeñas y escasas al principio, que aumentaron en número y tamaño, como si el mar fuera un cazo hirviendo.

Una testa de dragón salió a la superficie, roja y furiosa; los ojos centelleaban tenebrosos. Enseguida hizo su aparición una garra, una que sostenía una lanza. El arma estaba roja de sangre. La hembra se la había arrancado del pecho.

—Es la guerra —siseó Malystryx. La zarpa chisporroteaba, y una columna de vapor se elevaba de la quemadura producida por la lanza—. Y esto no es más que el principio.

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