11 Magia de dragón

Gilthanas estaba de pie justo pasado el umbral de la cueva, espada en mano, la larga melena rubia ondeando alrededor de su severo rostro. Tras él, llenando prácticamente la entrada, había un Dragón Plateado.

—¡Suelta a Dhamon Fierolobo, o morirás! —ordenó Gilthanas. El elfo, sin demostrar ningún temor, apuntó con la espada al Dragón de las Tinieblas. La aguda visión elfa de Gilthanas le permitía ver en la casi total oscuridad de la cueva, y distinguir a Dhamon sentado desnudo en un charco de sangre a pocos centímetros de las garras del dragón.

Dhamon parpadeó y se volvió hacia el elfo. Abrió la boca pero no pudo hablar, pues tenía la garganta totalmente reseca. Se incorporó con un terrible esfuerzo; las piernas parecían trozos de plomo. Dio unos cuantos pasos para acercarse más al dragón y se irguió.

—Dhamon —dijo Gilthanas—, ven hacia mí.

Dhamon negó con la cabeza, tragó con fuerza, e intentó llevar algo de saliva a su boca. «Gilthanas —articuló en silencio—, aguarda.»

—No he hecho daño a este hombre —manifestó el Dragón de las Tinieblas, con voz inquietante y áspera.

«La voz de un anciano», pensó Gilthanas. Pero no la voz de un dragón débil, comprendió el elfo. Él y Silvara habían hablado brevemente con los ciegos habitantes del poblado cuando llegaron a Brukt en busca de Dhamon. Allí averiguaron que el Dragón de las Tinieblas había matado a los Caballeros de Takhisis y que Rig y los otros seguían el rastro de Dhamon.

—Lo cierto es que he salvado a este hombre —continuó el dragón—. Y no te haré daño... a menos que me obligues a ello. —Las escamas traslúcidas rielaron, y la criatura pareció encogerse, sólo lo suficiente para poder maniobrar mejor en la estancia. Se deslizó junto a Dhamon y estiró el cuerpo hacia Gilthanas—. Desearía hablar con tu compañero plateado.

—Como desees —respondió la musical voz de Silvara—. Gilthanas...

El elfo blandió la espada pero no la usó. Permaneció inmóvil unos instantes y luego se hizo a un lado de mala gana para que el otro dragón pudiera abandonar la cueva. La sala de piedra caliza se iluminó un poco, y el aire pareció calentarse algo más.

—Estás herido —oyó Gilthanas que Silvara le decía al dragón.

—Curaré —respondió el otro en un susurro.

Se intercambiaron otras palabras. Gilthanas intentó escuchar, pero las voces de los dragones bajaron a tonos inaudibles. El elfo sabía que su compañera podía cuidar de sí misma, pero esperaba que supiera lo que hacía conversando con el misterioso Dragón de las Tinieblas, una criatura tan grande como ella.

Gilthanas aprovechó para acercarse a Dhamon. La alabarda descansaba en el suelo a cierta distancia, casi cubierta por completo de sangre, pero el caballero no hizo ningún movimiento hacia ella.

—Mataste a Goldmoon —empezó el elfo. Echó un vistazo por encima del hombro a la entrada de la cueva. Los dos dragones estaban hocico con hocico, absortos en su conversación, que sonaba como campanillas de viento. El elfo devolvió su atención a Dhamon, sin dejar de mantener la espada apuntando hacia él.

—Y a Jaspe —dijo éste. Su voz sonaba muy débil, y su garganta se resentía al hablar.

—No; lo heriste de gravedad, pero el enano está vivo.

—Merezco morir —afirmó Dhamon, contemplando la espada de Gilthanas, para luego levantar los ojos hacia los del elfo.

—Algunos dirían que mereces algo peor —replicó él—. Pero yo no soy tu juez, y estamos muy lejos de Schallsea... donde se te juzgará y castigará.

—Y me matarán —musitó Dhamon.

—Tal vez. —La voz de Gilthanas era severa; no había atisbo de piedad en ella—. Eso no soy yo quien debe decidirlo. A Palin le gustaría creer que no eras responsable de tus acciones, que la Roja estaba detrás de todo. ¿Es cierto?

Dhamon no respondió. Buscó a Malystryx en su mente, a la vez que bajaba una mano para palpar la quebrada escama que seguía incrustada en su pierna. La percibió, brevemente, como un suspiro en el viento. Todavía vigilaba escuchando a hurtadillas en la zona oculta de su mente.

—¿Es cierto? —casi chilló Gilthanas.

—Ella sigue aquí —respondió él, señalándose la frente. Su voz ganaba fuerza, aunque la garganta todavía le dolía, como sucedía con el resto de su cuerpo—. Tal vez deberías juzgarme. Si no puedo deshacerme de ella, no estoy a salvo. No se puede confiar en mí. Malys quiere la alabarda, me estaba obligando a llevársela.

—Cogeré tu arma —dijo el elfo, dejando escapar un profundo suspiro, y Dhamon la señaló con la mano—. Y tú vendrás también conmigo. Más adelante regresaremos a Schallsea o a la Torre de Wayreth según decida Palin. Silvara se arriesgó mucho para venir aquí, volando sobre el reino de Sable. Tomaremos una ruta diferente para regresar.

—Es mejor que no vaya con vosotros. —Dhamon sacudió la cabeza—. Créeme.

—Tampoco quiero que te quedes conmigo —respondió una voz áspera desde la entrada de la cueva—. A diferencia del Plateado, no deseo verme atado a un humano. —El Dragón de las Tinieblas volvió a deslizarse al interior de la cueva, trayendo con él el aire frío y la oscuridad. En la entrada, a su espalda, el cielo brillaba con un tono púrpura oscuro y las estrellas empezaban a brillar—. Pero no he acabado contigo. Te llaman Dhamon Fierolobo, un antiguo Caballero de Takhisis, un renegado de Goldmoon. Malystryx, te llamaré yo... pero sólo durante unas pocas horas más.

—Yo ayudaré. —La voz era de Silvara, que se encontraba en el umbral, enmarcada por la luz del crepúsculo, con el mismo aspecto que tenía la primera vez que Gilthanas la había visto: una kalanesti de ojos centelleantes y cabellera ondulante.

La elfa penetró en la cueva sin hacer ruido, siguiendo al Dragón de las Tinieblas. Se detuvo unos instantes para mirar a Gilthanas.

—Espéranos en el exterior, y vigila bien —pidió—. Me ha contado que una legión de dracs rojos patrulla las montañas, y hemos de localizar a Rig y a los otros.

El elfo abrió la boca para protestar, pero lo pensó mejor. Su compañera Plateada había tomado una decisión sobre algo, y su relación con ella era demasiado sutil para discutir sobre ello en estos momentos.

—Ten cuidado —fue todo lo que contestó—. Llámame si me necesitas. —La miró mientras se alejaba en pos del dragón hasta la parte más oscura y recóndita de la caverna. Luego salió al exterior.


Gilthanas se envolvió en su capa mientras paseaba. El elfo sabía muchas cosas sobre dragones y estaba locamente enamorado del Dragón Plateado, pero jamás había visto a una criatura similar a la que estaba allí dentro con su compañera. El Dragón de las Tinieblas había dejado ciego a todo un pueblo, y rezó a los dioses ausentes para que Silvara estuviera a salvo en presencia de aquella criatura y que supiera lo que hacía.

Conocía a Silvara desde hacía décadas, pues la había visto por primera vez hacía una eternidad, aunque había necesitado mucho tiempo para admitir que la amaba. Cuando ella le reveló que no era una kalanesti, sino una hembra de Dragón Plateado, él la había desdeñado y seguido su camino. Tardó mucho tiempo en comprender lo solitario que era aquel camino, lo incompleta que era la vida que había elegido.

Palin Majere le había dado una oportunidad de redimirse. Cuando Palin y Rig y sus camaradas lo rescataron del Bastión de las Tinieblas, una fortaleza de los Caballeros de Takhisis situada en los Eriales del Septentrión, decidió compartir su suerte y juró ayudarlos a combatir a los señores supremos. Meses atrás, aquella promesa lo había llevado a Ergoth del Sur, donde volvió a reunirse con Silvara, que en esta ocasión había adoptado el aspecto de una Dama de Solamnia. Vio entonces una oportunidad de recuperar el amor que habían compartido, aunque ella no quiso saber nada de él al principio, y se mostró tan fría como el paisaje glacial que los rodeaba; pero él era tozudo, y finalmente descubrió que ella aún sentía algo por él.

Y por ese motivo andaba con tiento ahora en lo que se refería a su compañera, temeroso de que si no lo hacía pudiera darle motivos para abandonarlo. Dejó a un lado su terco comportamiento y permitió que, por una vez, fuera el corazón quien gobernara sus acciones. Clavó la mirada en las estrellas, relucientes como escamas de dragón.


Silvara contempló la escama de la pierna de Dhamon. A su espalda el Dragón de las Tinieblas musitó una palabra, y una pálida esfera de luz plateada se materializó sobre la cabeza de la mujer. El dragón retrocedió ante la luz, aferrándose a las espesas sombras y observando con atención al dragón que había adoptado el aspecto de una elfa.

—¿Malystryx? —inquirió ella, señalando la agrietada escama.

Dhamon asintió y explicó cómo había llegado aquello allí. Un Caballero de Takhisis moribundo se la había pegado a la pierna, condenándolo a llevarla.

—Magia diabólica —murmuró Silvara. Le indicó que se sentara, y él escogió un lugar cerca del Dragón de las Tinieblas, donde la sangre no empapaba el suelo. La elfa se arrodilló junto a él, con la esfera flotando a pocos centímetros de distancia—. ¿Tú rompiste la escama? —preguntó al dragón.

—Sí —siseó la criatura—; decidí que sacarla lo mataría... un final que a él no parecía importarle.

—Merezco morir —musitó Dhamon—. Maté a Goldmoon. Gilthanas dice que herí a Jaspe. Había un espía solámnico en Brukt y yo...

Silvara lo hizo callar y rozó la escama con los dedos.

—Malys sigue enterrada en lo más profundo de él —indicó el dragón—. La Roja se niega a dejarlo ir.

—Os está observando a los dos —dijo Dhamon—. A través de mis ojos. Puedo sentir cómo vigila. Pero no creo que siga controlándome.

—No —respondió el dragón—; pero debe ser... exorcizada por completo.

—¿Cómo?

—Con un conjuro. —El Dragón de las Tinieblas se aproximó más.

—¿Qué clase de magia conoces? —inquirió Silvara mirando a la misteriosa criatura.

—Parte de la magia es mía. Otra parte me la enseñaron —contestó el dragón, y su voz sonó frágil.

—¿Quién?

—Es el demonio con el que he de cargar, y no es asunto vuestro. Lo que debe importaros es la escama.

—¿Y el conjuro?

—Da algo de ti, Silvara, tal y como Malys dio algo de sí misma. —Los ojos de la criatura se clavaron en la melena que lucía bajo su apariencia de elfa—. Eso servirá. —Estiró una zarpa y cortó una larga guedeja.

La elfa atrapó el mechón, lo sujetó en su mano, y durante unos interminables instantes sostuvo la mirada del Dragón de las Tinieblas. Un mudo acuerdo se firmó entre ambos, y ella ató los cabellos alrededor de la pierna de Dhamon, a modo de torniquete, justo encima de la escama.

—Y algo de ti mismo —añadió Silvara. Retrocedió hasta el charco de sangre, recogió un poco entre las manos, y la vertió en la abertura que separaba las dos mitades del diabólico objeto.

El Dragón de las Tinieblas cerró los ojos, y la cueva se tornó más fría y oscura. La plateada esfera de luz se extinguió. El ser colocó una garra sobre la pierna de Dhamon, y el peso prácticamente la aplastó otra vez. Silvara posó la mano sobre la garra para transmitir su energía mágica al dragón, del mismo modo que se la podía conferir a Gilthanas cuando estaban juntos, para que éste aumentara el poder de sus hechizos.

Dhamon sintió un frío insoportable. Los dientes le castañeteaban, y temblaba sin control. Estaba inmovilizado sobre el suelo helado, contra la gélida pared, sujeto bajo la pesada y helada garra del dragón. Replegada en el fondo de su mente, la Roja escupía y siseaba, luchando por permanecer dentro de la cabeza del caballero; pero su magia había sido debilitada al quedar agrietada la escama.

El frío se intensificó, y los ojos de Dhamon se cerraron. Estaba en un bosque, luchando contra Caballeros de Takhisis. Feril estaba allí, con su bello rostro enmarcado por la maraña de rizos. Palin y su hijo, Ulin, también se encontraban allí, al igual que Gilthanas. Con la alabarda, Dhamon era invencible. Abatió a los caballeros uno a uno. Al último lo acunó entre sus brazos mientras escuchaba las palabras del moribundo. El caballero, un agente de Malys, se había arrancado una escama del ensangrentado pecho y la había hundido en la pierna de Dhamon.

Perdió el conocimiento, y el frío se apoderó de él, en tanto que la oscuridad lo recibía con los brazos abiertos y lo engullía.


Era de noche en el exterior, y Gilthanas seguía paseando. Silvara llevaba más de una hora dentro con el Dragón de las Tinieblas, pero él no había oído nada, excepto el viento y campanilleos que intentó descifrar sin éxito. En una ocasión oyó que Dhamon gemía y mencionaba el nombre de Feril, luego el de Palin, y por fin el de Goldmoon. El elfo sintió una punzada al oír el último nombre.

—Gilthanas...

El elfo se volvió para mirar al interior de la cueva, pero inmediatamente comprendió que la voz sonaba frente a él. El aire rieló, y una imagen borrosa de un hombre cubierto con una túnica se hizo visible, flotando aparentemente como un espectro. La imagen se acentuó y una segunda figura vestida de blanco se unió a ella.

—El Custodio. Palin —exclamó el elfo.

La imagen de Palin asintió, y Gilthanas observó que su amigo hechicero parecía muy cansado.

—El Custodio y yo buscábamos a Feril y a los otros —empezó el mago con voz que sonaba hueca y lejana.

—Igual que nosotros —añadió Gilthanas.

—Descubrimos que pasaron por Brukt y penetraron en las montañas. Pero no los hemos encontrado —interpuso el Custodio—. Aún no.

—Hemos encontrado a Dhamon —dijo el elfo.

—Está... —La pregunta de Palin quedó flotando en el aire sin finalizar.

—No sé cómo está. Silvara está con él, dentro, junto con un misterioso dragón negro. Creo que es un Dragón de las Tinieblas. Pero pienso averiguar qué está sucediendo.

Detrás de Gilthanas, una enorme sombra negra se escabulló de la cueva y se dejó caer en el saliente; luego extendió las alas y desapareció en las crecientes tinieblas nocturnas.


Dhamon abrió los ojos con un parpadeo. Silvara estaba frente a él. Al Dragón de las Tinieblas no se lo veía por ninguna parte.

—El dragón dijo que nos podíamos quedar hasta la mañana. ¿Cómo te sientes?

—Helado.

—Hay un poco de agua allí. —La elfa lo ayudó a incorporarse—. Será mejor que te limpies y laves la sangre de tus ropas. Luego será hora de vestirse.

—Silvara...

—Puedes entrar.

Gilthanas penetró en el interior. La cueva estaba iluminada tenuemente por la refulgente esfera plateada que seguía flotando en el aire.

Dhamon se encontraba en el fondo de la cueva, vestido con unas andrajosas polainas negras y la negra túnica de piel que había llevado bajo la armadura de los Caballeros de Takhisis. Sostenía la alabarda, que todavía le provocaba un cierto calorcillo en la mano, aunque en absoluto molesto. La apoyó en la pared de la cueva y se puso la negra capa. Las ropas, recién lavadas, estaban húmedas.

—¿Dhamon? ¡Es Dhamon! ¡Usha, mira! —Ampolla penetró como un torbellino y casi derribó a un Gilthanas cogido por sorpresa. La seguía Usha Majere, que se detuvo justo delante del elfo, en tanto que la kender corría al fondo de la cueva, parándose sólo un instante para mirar con asombro la esfera de luz y rodear con cautela el charco de sangre—. ¿Qué les ha sucedido a tus cabellos? Tienes el cabello negro. —Se llevó las manos a las caderas—. Antes era rubio.

Dhamon echó una mirada al charco de sangre del Dragón de las Tinieblas que se extendía por el suelo. Sus ojos tenían motas plateadas.

—¿Qué ha sucedido? —insistió la kender.

—Es sangre de dragón —respondió por fin Dhamon—. No hubo forma de lavar la sangre.

Silvara dedicó un saludo a Usha, y se unió a Gilthanas en la entrada de la cueva. Leyó en su rostro las innumerables preguntas que deseaba hacer, y sus ojos le contestaron que las respuestas las tendría más tarde.

—¿Las envió Palin? —preguntó la elfa en voz baja.

Gilthanas asintió con un gesto.

—¿Crees que podrás transportarnos a todos? —preguntó a su vez.

—Desde luego. —Silvara sonrió de oreja a oreja, y sus dedos elfos envolvieron los de él. Él le oprimió la mano y la atrajo hacia sí—. ¿Adónde vamos?

—Todavía no lo sé —repuso Gilthanas—. Palin se pondrá en contacto con nosotros por la mañana. Sospecho que primero querrá que nos encaminemos hacia la costa de Khur. Tal vez quiera que busquemos a Feril y Rig.

—¿Y que luego encontremos el reino de los dimernestis? —inquirió ella, ladeando la cabeza.

Gilthanas asintió.

—Allí habita un dragón marino, como ya sabes —repuso Silvara—. Uno muy grande.

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