6

Cordelia observу la sombra proyectada en el suelo por la aeronave ligera, una saeta delgada que se deslizaba hacia el sur. La flecha fluctuaba sobre granjas campestres, arroyos, rнos y caminos polvorientos… el sistema de caminos era rudimentario, primitivo, su desarrollo truncado por el transporte personal por aire que habнa llegado con la explosiуn de tecnologнa galбctica al finalizar la Era del Aislamiento. Los nudos de tensiуn en el cuello de Cordelia se iban deshaciendo con cada kilуmetro que los alejaba de la agitada atmуsfera de la capital. Un dнa en la campiсa era una idea excelente, largamente ansiada. Sуlo hubiese querido que Aral lo compartiera con ella.

Guiado por alguna seсal en tierra, el sargento Bothari maniobrу suavemente la aeronave para inclinarla hacia su nuevo curso. Droushnakovi, quien compartнa el asiento trasero con Cordelia, se puso tensa tratando de no apoyarse sobre ella. El doctor Henri, en el asiento delantero con el sargento, miraba hacia el exterior casi con el mismo interйs que Cordelia.

El doctor Henri se volviу para hablarle.

— Le agradezco que me haya invitado a almorzar despuйs del examen, seсora. Es un raro privilegio visitar la propiedad de los Vorkosigan.

— їEn serio? — dijo Cordelia -. Sй que no reciben a mucha gente, pero los amigos del conde Piotr suelen venir con bastante frecuencia a montar a caballo. Son unos animales fascinantes. — Cordelia pensу en lo que habнa dicho, y despuйs de unos segundos decidiу que el doctor Henri debнa de haber comprendido que con «animales fascinantes» habнa querido referirse a los caballos, no a los amigos del conde Piotr -. Muestre la menor seсal de interйs y es probable que el conde lo lleve a recorrer los establos.

— No lleguй a conocer al general. — El doctor Henri parecнa acobardado, y se acomodу el cuello de su uniforme. Como cientнfico investigador del Hospital Militar Imperial, Henri estaba acostumbrado a tratar con oficiales de alto rango; la diferencia en este caso debнa ser que Piotr estaba asociado con gran parte de la historia de Barrayar.

Piotr habнa adquirido su grado actual a los veintidуs aсos, luchando contra los cetagandaneses en una violenta guerrilla que habнa arrasado las Montaсas Denda-rii, visibles ahora en el horizonte del sur. El grado habнa sido todo lo que el entonces emperador, Dorca Vorbarra, habнa podido darle en un principio; en esos momentos desesperados era imposible pensar en cosas mбs palpables como refuerzos, provisiones o dinero. Veinte aсos despuйs, Piotr habнa vuelto a cambiar la historia de Barrayar apoyando a Ezar Vorbarra en la guerra civil que logrу derrocar al emperador Yuri el Loco. Sin lugar a dudas, el general Piotr Vorkosigan no era un hombre corriente.

— Es fбcil llevarse bien con йl — le asegurу Cordelia al doctor Henri -. Sуlo tendrб que admirar los caballos y formular algunas preguntas acerca de las guerras. Luego podrб relajarse y pasar el resto del tiempo escuchando.

Henri alzу las cejas y buscу algъn rastro de ironнa en su rostro. El doctor era un hombre agudo. Cordelia sonriу alegremente.

Entonces notу que Bothari la observaba por el espejo ubicado sobre el panel de control. Otra vez. El sargento parecнa nervioso ese dнa. Lo delataba la posiciуn de sus manos, la rigidez en los mъsculos de su cuello. Los ojos amarillos de Bothari siempre eran inescrutables; hundidos, demasiado juntos y algo desnivelados sobre sus pуmulos prominentes y la larga mandнbula. їAnsiedad por la visita del doctor? Era comprensible.

Abajo el terreno era ondulante, pero pronto se tornу mбs escarpado con los cerros que surcaban la zona del lago. Mбs allб se alzaban las montaсas, y a Cordelia le pareciу que alcanzaba a ver un destello de nieve en las cumbres mбs altas. Bothari elevу la aeronave sobre tres cerros consecutivos y luego volviу a descender atravesando un estrecho valle. Unos minutos mбs, un ascenso sobre otro cerro, y el largo lago quedу a la vista. Un inmenso laberinto de fortificaciones consumidas por el fuego formaba una corona negra sobre un promontorio, y debajo de йl se cobijaba una aldea. Bothari hizo posar suavemente la aeronave en un cнrculo pintado sobre la calle mбs ancha de la aldea.

El doctor Henri cogiу su bolso de equipos mйdicos.

— El examen sуlo llevarб unos minutos — le asegurу a Cordelia -, luego podremos continuar.

No me lo diga a mi, sino a Bothari. Cordelia percibнa que el doctor se sentнa un poco acobardado ante el sargento. Se dirigнa a ella como si la considerase una especie de traductora capaz de poner sus palabras en tйrminos comprensibles para Bothari. Sin duda el sargento era una figura temible, pero ignorбndolo no lograrнa que desapareciese mбgicamente.

Bothari los condujo hasta una pequeсa casa ubicada en una calle estrecha que desembocaba en el lago. Una mujer robusta con cabellos grises abriу la puerta y sonriу.

— Buenos dнas, sargento. Pasen, todo estб preparado. Seсora. — Saludу a Cordelia con una desmaсada reverencia.

Cordelia le respondiу con un movimiento de cabeza y mirу alrededor con interйs.

— Buenos dнas, seсora Hysopi. Quй bonita se ve su casa hoy. — El lugar habнa sido cuidadosamente fregado y ordenado… como viuda de un militar, la seсora Hysopi estaba acostumbrada a las inspecciones. Cordelia supuso que en la casa de la nodriza contratada, el clima cotidiano debнa de ser un poco mбs relajado.

— Su niсita se ha comportado muy bien esta maсana — le asegurу la seсora Hysopi al sargento -. Se ha tomado todo el biberуn y ahora mismo acabo de baсarla. Por aquн, doctor. Espero que lo encuentre todo en orden…

La mujer los condujo por una estrecha escalera. Evidentemente, una de las alcobas era la de ella; la otra, con una gran ventana desde la cual se veнan los tejados y el lago, albergaba una cuna con una bebй de cabellos oscuros y grandes ojos cafй.

— Quй niсa tan mona. — La seсora Hysopi sonriу y la cogiу en sus brazos -. Di hola a tu papi, їeh Elena? Bonita, bonita.

Bothari permaneciу en la puerta, observando a la criatura con cautela.

— La cabeza le ha crecido mucho — observу despuйs de un momento.

— Es lo normal, entre los tres y los cuatro meses — observу la seсora Hysopi.

El doctor Henri extrajo sus instrumentos, los depositу en la cuna, y la seсora Hysopi comenzу a desnudar a la pequeсa. Los dos iniciaron una discusiуn tйcnica acerca de alimentaciуn y materia fecal, y Bothari recorriу la pequeсa habitaciуn, mirando sin tocar. Se veнa terriblemente grande y fuera de lugar entre los pequeсos muebles infantiles. Parecнa siniestro y peligroso en su uniforme color cafй y plata. Su cabeza rozу el techo inclinado, y el sargento regresу a la puerta.

Asomada con curiosidad sobre los hombros de Henri e Hysopi, Cordelia observу cуmo la niсita se movнa y trataba de rodar. Bebйs. Muy pronto tendrнa uno propio. Como respuesta a sus pensamientos, sintiу, un temblor en el vientre. Afortunadamente, Piotr Miles no era aъn lo bastante fuerte para salirse de una bolsa de papel, pero si su desarrollo continuaba a este ritmo, en los ъltimos meses le aguardarнan largas noches de insomnio. Cordelia lamentу no haber tomado el curso de entrenamiento para padres allб en Colonia Beta, aunque aъn no hubiese estado lista para solicitar una licencia. Sin embargo los padres en Barrayar parecнan arreglбrselas para improvisar. La seсora Hysopi habнa aprendido sobre la marcha, y ya tenнa tres hijos mayores.

— Es sorprendente — dijo el doctor Henri, sacudiendo la cabeza mientras tomaba notas -. De momento, su desarrollo es absolutamente normal. Nada parece indicar que proviene de una rйplica uterina.

— Yo provengo de una rйplica uterina — observу Cordelia, divertida. Henri la mirу de arriba abajo, como si de pronto hubiese esperado descubrir una antena surgiendo de su cabeza -. Las experiencias betanesas sugieren que no importa tanto el modo en que uno llega aquн, sino quй se hace despuйs de llegar.

— Claro. — El doctor frunciу el ceсo con expresiуn pensativa -. їY se encuentra libre de defectos genйticos?

— Completamente — asintiу Cordelia. — Nosotros necesitamos esta tecnologнa. — El mйdico suspirу y comenzу a guardar el instrumental -. La niсa se encuentra bien, puede vestirla — dijo a la seсora Hysopi.

Al fin Bothari se asomу sobre la cuna y mirу a la pequena con el ceсo fruncido. Sуlo la tocу una vez, posando un dedo sobre su mejilla, y luego se frotу el нndice con el pulgar como si probara sus funciones nerviosas. La seсora Hysopi lo estudiу de soslayo, pero no dijo nada.

Mientras Bothari arreglaba las cuentas del mes con la seсora Hysopi, Cordelia y el doctor Henri fueron paseando hasta el lago, seguidos por Droushnakovi.

— Cuando esas diecisiete rйplicas uterinas llegaron al hospital, enviadas desde la zona de guerra en Escobar, quedй francamente consternado — dijo Henri -. їPara quй salvar a esos fetos desconocidos, y a un precio semejante? їPor quй dejarlos en mi departamento? Desde entonces he cambiado totalmente de opiniуn. Incluso he pensado en una forma de aplicar la tecnologнa en pacientes con quemaduras graves. Ahora me encuentro trabajando en ello, ya que hace una semana el proyecto fue aprobado. — Con ojos ansiosos le explicу su teorнa, la cual era muy interesante hasta donde Cordelia alcanzaba a comprender.

— Mi madre es ingeniero en equipos mйdicos y mantenimiento en el Hospital Silica — le explicу a Henri cuando йl se detuvo para respirar -. Trabaja en esta clase de aplicaciones. — Henri redoblу su exposiciуn tйcnica.

Cordelia saludу a dos mujeres en la calle y las presentу amablemente al doctor Henri.

— Son esposas de dos Hombres de Armas del conde Piotr — le explicу cuando siguieron su camino.

— Me extraсa que no hayan preferido vivir en la capital.

— Algunos lo hacen, y otros permanecen aquн. Resulta mucho mбs barato vivir en un pueblo, y la paga de estos sujetos no es tan alta como habнa imaginado. Ademбs, algunos de ellos desconfнan de la vida en la ciudad, y consideran que aquн las cosas son mбs puras. — Esbozу una sonrisa -. Hay uno de ellos que tiene una esposa en cada pueblo. Ninguno de sus compaсeros lo ha delatado aъn. Son muy leales entre ellos.

Henri alzу las cejas.

— Quй vida alegre debe llevar.

— No lo crea. Siempre anda escaso de dinero y parece preocupado. Pero no logra decidir a quй estilo de vida renunciar. Al parecer, le gustan los dos.

Cuando llegaron a los muelles y el doctor Henri se apartу para hablar con un anciano que alquilaba botes, Droushnakovi se acercу a Cordelia con expresiуn confusa.

— Seсora. — dijo en voz baja — їcуmo es posible que el sargento Bothari tenga una hija? Йl no estб casado, їverdad?

— їQuй te parece? їQue se la trajo la cigьeсa? — preguntу Cordelia con expresiуn risueсa.

— No.

A juzgar por su expresiуn, no aprobaba esta falta de seriedad. Cordelia exhalу un suspiro. їCуmo podнa explicбrselo?

— Aunque es bastante parecido. Su rйplica uterina fue enviada desde Escobar despuйs de la guerra. El bebй terminу su gestaciуn en un laboratorio del Hospital Militar, bajo la supervisiуn del doctor Henri.

— їRealmente es de Bothari?

— Oh, sн. Estб certificado genйticamente. Asн fue como identificaron… — Cordelia se detuvo. Debнa tener cuidado.

— їPero, quй es eso de las diecisiete rйplicas uterinas? їY cуmo fue que la bebй entrу en una de ellas? їFue… fue un experimento?

— Transferencia placentaria. Se trata de una operaciуn delicada, incluso para los niveles galбcticos, pero no es experimental. Mira. — Cordelia se detuvo, pensando a toda velocidad -. Te dirй la verdad. — Aunque no toda la verdad -. La pequeсa Elena es hija de Bothari y una joven de Escobar llamada Elena Visconti. Bothari la querнa mucho. Pero despuйs de la guerra, ella no quiso acompaсarlo a Barrayar. La niсa fue concebida, eh… al estilo barrayarйs. Cuando se separaron fue transferida a la rйplica uterina. Existieron varios casos similares. Todas las rйplicas fueron enviadas al Hospital Militar Imperial, donde estaban interesados en aprender mбs acerca de esta tecnologнa. Bothari permaneciу en… terapia mйdica durante bastante tiempo despuйs de la guerra. Cuando saliу, se hizo cargo de la custodia de la niсa.

— їLos otros tambiйn se llevaron a sus bebйs?

— La mayorнa de los padres estaban muertos para ese entonces. Los niсos acabaron en el orfanato del Servicio Imperial. — Listo. Ya le habнa dado la versiуn oficial.

— Oh. — Drou se mirу los pies con el ceсo fruncido -. Eso no… me resulta difнcil imaginar a Bothari… A decir verdad — le confesу con candor -, creo que a Bothari ni siquiera le entregarнa un gatito en custodia. їNo le parece un poco raro?

— Aral y yo lo tenemos vigilado. Creo que, por el momento, Bothari se encuentra bastante bien. Encontrу a la seсora Hysopi por su cuenta, y se ocupa de que tenga todo lo que necesite. їЙl… te ha molestado?

Droushnakovi la mirу sorprendida.

— Es tan grande. Y feo. Y algunos dнas.,, anda murmurando solo. Ademбs, se pasa dнas enteros en cama, enfermo, pero no tiene fiebre ni nada de eso. El jefe de guardia del conde Piotr dice que finge estar enfermo.

— No finge nada. Pero me alegro de que lo menciones. Harй que Aral hable con el comandante.

— їPero usted no le teme nunca? їNi en los malos dнas?

— Podrнa, llorar por Bothari — dijo Cordeнia lentamente -, pero no le temo. Ni en los dнas malos ni en ningъn otro momento. Tъ tampoco deberнas temerle. Es… es un profundo insulto.

— Lo siento. — Droushnakovi arrastrу un zapato sobre la grava -. Es una historia muy triste. No me extraсa que no hable sobre la guerra de Escobar.

— Sн… te agradecerнa que no se la mencionaras. Es muy doloroso para йl.

Desde la aldea, cruzaron el lago en la aeronave y pocos momentos despuйs llegaron a la residencia campestre de los Vorkosigan. Un siglo atrбs, la casa habнa sido un puesto de guardia del fuerte en el promontorio. Las armas modernas habнan hecho que las fortificaciones terrestres resultasen obsoletas, y las viejas construcciones de piedra habнan sido reformadas para usos mбs pacнficos. Evidentemente, el doctor Henn habнa esperado mбs lujo, porque dijo:

— Es mбs pequeсo de lo que habнa imaginado.

El ama de llaves de Piotr habнa preparado un almuerzo en una terraza llena de flores, en el extremo surde la casa, junto a la cocina. Mientras ella conducнa al grupo hasta allн, Cordeнia se acercу al conde Piotr para decirle:

— Gracias por permitirnos invadirle, seсor.

— ЎInvadirme! Йsta es tu casa, querida. Eres libre de invitar a cuantos amigos desees. їHas notado que es la primera vez que lo haces? — Se detuvo con ella en la puerta -. Sabes, cuando mi madre se casу con mi padre, cambiу el decorado de toda la Residencia Vorkosigan. Mi esposa hizo lo mismo cuando nos casamos. Aral tardу tanto en casarse que me temo que ya es hora de ponerla al dнa. їNo te gustarнa ocuparte?

Pero es su casa, pensу Cordelia, Ni siquiera es de Aral…

— Te has posado aquн con tanta suavidad que uno casi temerнa que volvieras a levantar vuelo. — Piotr emitiу una risita, pero su mirada parecнa preocupada.

Cordelia se palmeу el vientre.

— Oh, ya me he posado con todo mi peso, seсor. — Vacilу unos instantes -. A decir verdad, he pensado que serнa agradable tener un tubo elevador en la Residencia Vorkosigan. Contando los dos sуtanos, el бtico y la azotea, hay ocho pisos en la secciуn principal. Es todo un trayecto.

— їUn tubo elevador? Nunca hemos… — Se mordiу la lengua -. їDуnde?

— Podrнa instalarse en el pasillo trasero, junto a las tuberнas, sin modificar la arquitectura interna.

— Eso has pensado. Muy bien. Busca un constructor. Hazlo.

— Me ocuparй de ello maсana, seсor. Gracias. — Alzу las cejas cuando йl le dio la espalda.

Era evidente que el conde Piotr estaba decidido a alentarla, ya que durante el almuerzo se mostrу muy solнcito y cordial con el doctor Henri. Siguiendo el consejo de Cordelia, йste supo responder a su anfitriуn. Piotr le contу todo lo referente al nuevo potrillo nacido en sus caballerizas. La criatura era un pura sangre con certificado genйtico, y habнa sido importado de la Tierra a gran coste, como un embriуn congelado, para ser implantado en una yegua de raza mixta. Piotr habнa supervisado con gran ansiedad toda la gestaciуn. Henri expresу un gran interйs tйcnico y, despuйs de almorzar, el conde lo acompaсу a las caballerizas para que pudiese inspeccionar a las grandes bestias.

— Quisiera descansar un rato — se disculpу Cordelia -. Ve con ellos, Drou. El sargento Bothari se quedarб conmigo. — En realidad, Cordelia estaba preocupada por Bothari. No habнa comido un solo bocado durante el almuerzo, y hacнa mбs de una hora que no pronunciaba palabra.

Indecisa pero profundamente interesada por los caballos, Drou permitiу que la convencieran. Los tres se marcharon colina arriba. Cordelia los observу alejarse, y al volver la cabeza descubriу que Bothari la estaba observando. El sargento asintiу con la cabeza. — Gracias seсora.

— Eh… sн. Me preguntaba si se sentirнa enfermo.

— No… sн. No lo sй. Querнa… querнa hablar con usted, seсora. Desde hace semanas. Pero nunca parece presentarse un momento adecuado. En los ъltimos tiempos ha sido peor. Ya no puedo aguardar mбs. Esperaba que hoy…

— Se presentase el momento. — El ama de llaves trabajaba en la cocina -. їQuiere que demos un paseo? — Por favor, seсora.

Juntos rodearon la antigua casa de piedra. El pabellуn en la cima de la colina, desde donde se veнa el lago, hubiese sido un lugar idуneo para sentarse a charlar, pero Cordelia se sentнa demasiado llena y pesada como para subir hasta allн. En lugar de ello tomу a la izquierda, por el sendero que corrнa paralelo a la cuesta, hasta que llegaron a lo que parecнa ser un pequeсo jardнn entre muros.

La parcela familiar de los Vorkosigan estaba llena de antiguas tumbas de la familia, de parientes lejanos y de sirvientes especialmente queridos. Al principio el cementerio habнa formado parte del fuerte, y las sepulturas mбs antiguas pertenecнan a guardias y oficiales de siglos atrбs. La intrusiуn de los Vorkosigan databa de la destrucciуn atуmica del antiguo distrito capital, Vorkosigan Vashnoi, durante la invasiуn cetagandanesa. Allн los muertos se habнan fundido con los vivos, borrando ocho generaciones de historia familiar. Era interesante observar los grupos de fechas mбs recientes, y asociarlas con los eventos del momento; la invasiуn cetagandanesa, la Guerra de Yuri el Loco, la tumba de la madre de Aral, fechada exactamente al inicio de esta guerra. A su lado habнa reservado un lugar para Piotr, y allн habнa estado durante treinta y tres aсos. Ella aguardaba a su esposo con paciencia.

Y los hombres nos acusan a nosotras de ser lentas. Su hijo mayor, el hermano de Aral, estaba enterrado al otro lado de ella.

— Sentйmonos allн. — Seсalу un banco de piedra, rodeado de pequeсas florecillas anaranjadas, a la sombra de un roble importado de la Tierra que debнa de contar al menos cien aсos -. Estas personas saben escuchar. Y no se andan con chismes.

Cordelia se sentу sobre la piedra tibia y estudiу a Bothari. Йl se sentу tan lejos de ella como se lo permitiу el banco. Las arrugas de su rostro parecнan mбs profundas hoy, mбs duras a pesar de que la cбlida bruma otoсal mitigaba el resplandor del sol. Una de sus manos, aferrada al borde de la piedra, se flexionaba de un modo arrнtmico. Su respiraciуn tambiйn parecнa entrecortada.

Cordelia suavizу la voz.

— Y bien, їcuбl es el problema, sargento? Hoy parece un poco… nervioso. їEsto tiene alguna relaciуn con Elena?

Йl emitiу una risita amarga.

— Nervioso. Sн. Supongo que sн. No es la niсa, bueno, al menos no directamente. — La mirу a los ojos por primera vez en todo el dнa -. їSe acuerda de Escobar, seсora? Usted estuvo allн, їverdad?

— Sн. — Este hombre estб sufriendo un gran dolor, comprendiу Cordelia. їQuй clase de dolor?

— No logro recordar Escobar.

— Eso tengo entendido. Creo que sus terapeutas militares trabajaron mucho para asegurarse de que no recordara Escobar.

— Oh, sн.

— Yo no apruebo el estilo barrayarйs de terapia.

Sobre todo cuando estб teсido de conveniencias polнticas.

— He llegado a comprender eso, seсora. — Una ligera esperanza brillу en sus ojos.

— їCуmo lo hicieron? їQuemaron determinadas neuronas? їLo borraron con mйtodos quнmicos?

— No. Emplearon drogas, pero sin destruir nada. Al menos, eso me han dicho. Los doctores lo llamaron «terapia de supresiуn». Nosotros lo llamamos simplemente «el infierno». Fuimos al infierno dнa tras dнa, hasta que al fin no quisimos ir mбs. — Bothari se acomodу en el asiento y frunciу el ceсo -. Cuando trato de recordar, cuando hablo de Escobar, comienzo a sufrir unos atroces dolores de cabeza. Suena estъpido, їverdad? Un hombre hecho y derecho quejбndose por los dolores de cabeza como una ancianita. Hay ciertas cuestiones concretas, determinados recuerdos, que me provocan estos dolores terribles… Veo cнrculos rojos alrededor de todo y comienzo a vomitar. Cuando abandono el recuerdo, el dolor desaparece. Es simple.

Cordelia tragу saliva.

— Ya veo. Lo siento. Sabнa que era difнcil, pero no imaginй que lo fuese tanto.

— Lo peor de todo son los sueсos. Sueсo con… eso, y si me despierto demasiado despacio, recuerdo lo que he soсado. Recuerdo demasiado al mismo tiempo, y mi cabeza… sуlo puedo tenderme boca abajo y llorar, hasta que logro pensar en alguna otra cosa. Los otros hombres de armas del conde Piotr creen que estoy loco, que soy estъpido, y no saben quй hago allн con ellos. Tampoco yo lo sй. — Se frotу la cabeza con sus grandes manos -. Ser Hombre de Armas de un conde… es un honor. Sуlo existen veinte de ellos. Siempre son los mejores, los hйroes, los hombres con medallas, los que han cumplido veinte aсos de servicio con antecedentes perfectos. Si lo que yo hice en Escobar fue tan terrible, їpor quй hizo el almirante que el conde me tomara a su servicio? Y si actuй en forma tan heroica, їpor quй me han quitado el recuerdo de ello? — Su respiraciуn se estaba acelerando y silbaba entre sus largos dientes amarillos.

— їCuбnto dolor sufre ahora, al tratar de hablar sobre esto?

— Un poco. Pero empeorarб. — La mirу con el ceсo fruncido -. Debo hablar sobre esto. Con usted. Me estб volviendo…

Ella inspirу profundamente para calmarse, tratando de escuchar con toda su mente, su cuerpo y su alma. Y con cuidado. Con mucho cuidado.

— Continъe.

— Tengo cuatro imбgenes… en la cabeza. De Escobar. Cuatro imбgenes que no consigo explicarme. Unos cuantos minutos borrados… їtres meses? їCuatro? Todas ellas me perturban, pero hay una que me perturba en especial. Usted aparece en ella — agregу de forma abrupta, y mirу el suelo. Sus manos se aferraron con tanta fuerza a la piedra que los nudillos le palidecieron.

— Ya veo. Continъe.

— Una, la que menos me inquieta, es una discusiуn. El prнncipe Serg estaba allн, tambiйn el almirante Vorrutyer, lord Vorkosigan y el almirante Rulf Vorhalas. Y yo estaba allн, pero estaba desnudo.

— їEstб seguro de que no se trata de un sueсo?

— No, no estoy seguro. El almirante Vorrotyer dijo… algo muy insultante a lord Vorkosigan. Lo tenнa atrapado contra una pared. El prнncipe Serg reнa. Entonces Vorrutyer lo besу en la boca, y Vorhalas tratу de golpear a Vorrutyer en la cabeza, pero lord Vorkosigan no se lo permitiу. No recuerdo nada mбs.

— Hum… sн — dijo Cordelia -. Yo no me encontraba allн, pero sй que en esos momentos ocurrнan cosas bastante extraсas en el alto mando. Serg y Vorrutyer se extralimitaron. Por lo tanto, es posible que sea un verdadero recuerdo. Podrнa preguntбrselo a Aral, si lo desea.

— ЎNo! No. No creo que йse sea importante, de todos modos. No es como los demбs.

— Hбbleme de los demбs, entonces.

La voz de Bothari se transformу en un susurro.

— Recuerdo a Elena. Quй hermosa. Sуlo conservo dos imбgenes de ella. En una, recuerdo que Vorrutyer me obligaba a… no, no quiero hablar de eso. — Se interrumpiу durante mбs de un minuto, meciйndose suavemente sobre el banco -. La otra… estбbamos en mi cabina. Ella y yo. Ella era mi esposa… — Su voz se quebrу -. Ella no era mi esposa, verdad. — Ni siquiera habнa sido una pregunta.

— No, pero usted ya sabe eso.

— Pero recuerdo haber creнdo que lo era. — Se apretу la frente con las manos, y luego se frotу el cuello vigorosamente. Todo fue en vano.

— Ella era una prisionera de guerra — dijo Cordelia -. Su belleza atrajo la atenciуn de Vorrutyer y de Serg, y juntos se propusieron torturarla. No habнa ninguna razуn para ello, ni cuestiones de inteligencia militar ni de terrorismo polнtico, sуlo fue para obtener gratificaciуn. Elena fue violada. Pero usted tambiйn sabнa eso.

— Sн — susurrу йl.

— Quitarle su implante anticonceptivo y permitir (o forzar) que usted la fecundara fue parte de la idea que ellos tenнan del sadismo. La primera parte. Gracias a Dios, no vivieron lo suficiente como para realizar la segunda parte.

Йl habнa flexionado las piernas y se las apretaba con sus largos brazos. Su respiraciуn era rбpida y jadeante. Tenнa el rostro blanco, brillante de sudor.

— їVe cнrculos rojos a mi alrededor ahora? — preguntу Cordelia con curiosidad.

— Todo estб… mбs bien rosado.

— їY la ъltima imagen?

— Oh, seсora. — Bothari tragу saliva -. Sea lo que sea… estoy seguro de que se encuentra muy cerca de lo que no desean que recuerde. — Volviу a tragar. Cordelia comenzу a comprender por quй no habнa tocado su almuerzo.

— їQuiere continuar? їPuede continuar?

— Debo hacerlo. Seсora. Capitana Naismith. Porque yo la recuerdo a usted. Recuerdo haberla visto tendida en la cama de Vorrutyer, con las ropas cortadas, desnuda. Estaba sangrando. Yo miraba sus… Lo que quiero saber… debo saber. — Ahora tenнa los brazos alrededor de la cabeza y estaba hincado de rodillas ante ella. Su rostro se veнa hundido, perturbado, бvido.

Su presiуn arterial debнa ser extremadamente alta para producir esa monstruosa migraсa. Si llegaban demasiado lejos, si continuaban hasta alcanzar la ъltima de las verdades, їcorrerнa el riesgo de padecer un ataque? Vaya una tйcnica psicolуgica: programar a su propio cuerpo para que lo castigue por sus recuerdos prohibidos…

— їLa violй a usted, seсora?

— їEh? ЎNo! — Cordelia se enderezу, absolutamente indignada. їLo habнan privado de ese recuerdo? їSe habнan atrevido a quitбrselo?

Bothari se echу a llorar, si eso era lo que significaban su respiraciуn entrecortada, sus facciones contraнdas y las lбgrimas que manaban de sus ojos.

Partes iguales de agonнa y felicidad.

— Oh, gracias a Dios. їEstб segura…?

— Vorrutyer le ordenу que lo hiciera. Usted se negу. Lo hizo por su propia voluntad, sin esperar ninguna recompensa ni rescate. Durante un tiempo debiу afrontar bastantes problemas a causa de ello. — Cordelia ansiaba contarle el resto, pero el estado en que se encontraba era tan aterrador que resultaba imposible adivinar las consecuencias -. їCuбnto hace que ha estado recordando esto? їCuбnto tiempo se lo ha preguntado?

— Desde que volvн a verla. Este verano. Cuando llegу para casarse con lord Vorkosigan.

— їY ha estado andando por ahн durante seis meses, con esto en la cabeza, sin atreverse a preguntar…?

— Sн, seсora.

Ella se reclinу horrorizada, frunciendo los labios.

— La prуxima vez, no espere tanto tiempo.

Йl volviу a tragar y se levantу con dificultad, indicбndole que aguardase con un desesperado movimiento de las manos. Saltу el bajo muro de piedra y encontrу unos arbustos. Ansiosamente, Cordelia le escuchу sufrir arcadas durante varios minutos. Un acceso extremadamente intenso, le pareciу, pero al fin las violentas nбuseas se hicieron mбs espaciadas y se detuvieron. Bothari regresу limpiбndose los labios. Se veнa muy pбlido y no estaba mucho mejor, con excepciуn de sus ojos. Ahora habнa un poco de vida en aquella mirada, una abrumadora expresiуn de alivio apenas contenida.

La luz se apagу cuando йl volviу a sentarse sumido en sus pensamientos. Se frotу las palmas en las rodillas del pantalуn y se mirу las botas.

— Pero aunque usted no fuese mi vнctima, no por ello dejo de ser un violador.

— Eso es cierto.

— No puedo… confiar en mн mismo. їCуmo puede usted confiar en mн?… їSabe quй es mejor que el sexo?

Cordelia se preguntу si lograrнa soportar otro giro en esta conversaciуn sin salir corriendo y gritando.

Tъ lo alentaste a, soltarse, ahora no tienes mбs remedio que escuchar. — Continъe.

— Matar. Uno se siente aъn mejor despuйs. No deberнa ser tan… placentero. Lord Vorkosigan no mata de ese modo. — Tenнa los ojos entrecerrados y la frente fruncida, pero su postura ya no era una bola de agonнa; debнa de estar hablando en tйrminos generales. Vorrutyer ya no atormentaba su mente.

— Es una forma de liberar la ira, supongo — dijo Cordelia con cautela -. їCуmo se llenу de tanta ira, Bothari? Resulta casi palpable. La gente puede percibirla.

Bothari cerrу una mano frente a su plexo solar.

— Se remonta muy lejos. Pero casi nunca la siento. Aparece de repente.

— Hasta Bothari le teme a Bothari — murmurу ella, asombrada.

— Sin embargo, usted no. Me teme aъn menos que lord Vorkosigan.

— Lo veo ligado a йl de alguna manera. Y йl es mi propio corazуn. їCуmo podrнa temerle a mi propio corazуn?

— Seсora, le propongo un trato.

— їHum?

— Usted dнgame… cuбndo estб bien matar. Entonces lo sabrй.

— No puedo… mire, suponga que no me encuentro allн. Cuando se presentan estas situaciones, por lo general no hay tiempo para detenerse y analizar. Usted debe tener permiso para actuar en defensa propia, pero tambiйn debe ser capaz de discernir cuбndo lo atacan realmente. — Cordelia se enderezу, y de pronto tuvo una revelaciуn -. Por eso otorga tanta importancia a su uniforme, їverdad? Le indica lo que estб bien. Porque usted no lo sabe por su cuenta. Todas esas rнgidas rutinas a las que se somete son las que le indican que se mantiene en el buen camino.

— Sн. Ahora he jurado defender la Residencia Vorkosigan. Por lo tanto eso esta bien. — Asintiу con un gesto, aparentemente tranquilizado. їTranquilizado con quй, por el amor de Dios?

— Usted me estб pidiendo que sea su conciencia. Que tome decisiones en su lugar. Pero usted es un hombre cabal. Lo he visto tomar las decisiones correctas, bajo las mбs absolutas presiones.

Йl volviу a ceсirse la cabeza con las manos y apretу los dientes.

— Pero no puedo recordarlas. No me acuerdo de cуmo lo hice.

— Oh. — Cordelia se sintiу muy pequeсa -. Bueno… si puedo hacer cualquier cosa por usted, estб en todo su derecho de pedirlo. Aral y yo le debemos mucho. Nosotros recordamos por quй, aunque usted no pueda.

— Entonces, recuйrdenlo por mн, seсora — dijo йl en voz baja -, y yo estarй bien.

— Cuente con ello.

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