12

El mayor colocу a Gregor detrбs de йl, bien acomodado entre el saco de dormir y las alforjas. Cordelia volviу a enfrentarse a la tarea de subirse a ese instrumento de tortura para humanos y caballos: la montura. Nunca lo hubiese logrado sin Bothari. Esta vez el mayor cogiу sus riendas, y Rose marchу junto al caballo tirando mucho menos de la brida. Bothari permaneciу en la retaguardia, vigilante.

— Y bien — dijo el anciano despuйs de un rato, dirigiйndole una mirada de soslayo -, їasн que es la nueva seсora Vorkosigan?

Sucia y desaliсada, Cordelia le sonriу con desesperaciуn.

— Sн. Ah, el conde Piotr no mencionу su nombre, їmayor…?

— Amor Klyeuvi, seсora. Pero la gente de aquн me llama Kly.

— їY… quй es usted? — Aparte de ser un duende que Piotr habнa conjurado de la montaсa.

Йl sonriу, una expresiуn mбs desagradable que atrayente, dada la condiciуn de su dentadura.

— Soy el Correo Imperial, seсora. Cada diez dнas realizo un circuito por estas colinas cercanas a Vorkosigan Surleau. Lo he hecho durante dieciocho aсos. Aquн hay jovencitos con hijos que sуlo me han conocido como Kly el Correo.

— Pensй que en estas zonas la correspondencia se repartнa por aeronave.

— Eso querнan. Pero las aeronaves no llegan a cada casa, sуlo la dejan en un punto central. La cortesнa ha desaparecido. — Escupiу con disgusto unas hojas -. Aunque si el general logra mantenerlos alejados un par de aсos mбs, cumplirй mis ъltimos veinte aсos de servicio y habrй cumplido tres perнodos de veinte. Ya me retirй cuando cumplн dos perнodos, їsabe?

— їEn quй divisiуn, mayor Klyeuvi?

— Los Guardianes Imperiales. — La mirу con disimulo tratando de observar su reacciуn; ella lo recompensу alzando las cejas, impresionada -. Me dedicaba a cortar cuellos, no era un tйcnico. Por eso nunca pasй de mayor. Me iniciй a los catorce aсos en estas montaсas, creando cercos para atrapar a los cetagandaneses con el general y con Ezar. Despuйs de eso, nunca regresй a la escuela. Sуlo asistн a cursos de entrenamiento. El Servicio se las arreglу sin mн, con el tiempo.

— No del todo, segъn parece — dijo Cordelia, mirando el bosque aparentemente despoblado.

— No… — El mayor exhalу un suspiro con los labios fruncidos y se volviу para mirar a Gregor con inquietud.

— їPiotr le contу lo que ocurriу ayer por la tarde?

— Sн. Anteayer por la maсana me fui del lago. Me perdн toda la diversiуn. Espero que lleguen noticias antes del mediodнa.

— їLe parece probable que… llegue algo mбs para entonces?

— Ya veremos — respondiу йl en tono mбs vacilante -. Tendrб que cambiarse esas ropas, seсora. El nombre vorkosigan, A. en grandes letras sobre su bolsillo no resulta muy discreto.

Cordelia observу la camisa negra de Aral y guardу silencio.

— La librea del seсor tambiйn sobresale como una bandera — agregу Kly mirando a Bothari -. Pero pasarбn bastante desapercibidos con las ropas adecuadas. Dentro de un rato verй lo que puedo hacer.

Cordelia anticipу el ansiado momento del descanso. їPero a quй coste para aquellos que le diesen refugio?

— їSe pondrбn en peligro si nos ayudan?

Йl alzу una de sus tupidas cejas grises.

— Tal vez. — Su tono no la alentу a realizar mбs comentarios acerca del tema.

Si querнa resultar ъtil y no arriesgar a cuantos la rodeaban, necesitaba despejar su mente extenuada.

— Esas hojas que masca. їProducen un efecto parecido al del cafй?

— Oh, son mejores que el cafй, seсora.

— їPuedo probarlas? — preguntу con timidez; tal vez fuese un favor demasiado personal.

Las mejillas del mayor se arrugaron en una sonrisa frнa.

— Sуlo los viejos paisanos como yo mascamos estas hojas, seсora. Las graciosas damas Vor de la capital no querrнan que las encontraran muertas con ellas entre sus dientes de perlas.

— No soy bonita, no soy una dama y encima tampoco soy de la capital. Y en este momento serнa capaz de matar por un cafй. Las probarй.

Йl dejу caer las riendas sobre el cuello del caballo, hurgу en el bolsillo de su chaqueta y extrajo el saco. Entonces le entregу un pedazo con unos dedos cuya limpieza dejaba bastante que desear.

Cordelia las observу unos momentos sobre su palma. Nunca te pongas objetos extraсos en la boca a menos que hayan sido examinados en el laboratorio. Se lo puso sobre la lengua. Las hojas estaban unidas con un poco de miel de arce, pero cuando lo dulce hubo desaparecido, el sabor que quedу fue agradablemente amargo y astringente. Pareciу deshacer la pelнcula nocturna que cubrнa sus dientes, lo cual la reanimу. Cordelia se enderezу. Kly la observу con expresiуn risueсa. — їY usted a quй se dedica, si no es una dama y no es de este planeta?

— Era astrocartуgrafa. Luego fui capitana. Despuйs fui soldado, prisionera de guerra y refugiada. Mбs tarde me convertн en esposa y madre. No sй quй serй despuйs — le respondiу honestamente, mientras mascaba las hojas. Esperaba que no fuese viuda.

— їMadre? Oн decir que estaba embarazada, pero… їno perdiу a su bebй con la soltoxina? — El hombre observу su cintura, confundido.

— Todavнa no. Йl todavнa tiene una posibilidad. Aunque me parece un poco injusto, obligarlo a enfrentarse con todo Barrayar siendo tan pequeсo… Naciу prematuramente, por medio de una operaciуn quirъrgica. — Decidiу no tratar de explicarle lo de la rйplica uterina -. Estб en el Hospital Militar Imperial, en Vorbarr Sultana. Segъn tengo entendido, la ciudad acaba de ser capturada por las fuerzas rebeldes de Vordarian…

Cordelia se estremeciу. El laboratorio de Vaagen no tenнa por quй llamar la atenciуn de nadie. Miles estaba bien, bien, bien; un resquicio en este delicado escudo de convicciуn la pondrнa en estado de histeria… En cuanto a Aral, йl era tan capaz de cuidar de sн mismo como el mejor. Entonces, їcуmo habнan podido tenderle esa trampa eh, eh? No cabнa duda, Seguridad Imperial estaba plagado de traidores. Ya no podнan confiar en nadie allн їY dуnde estaba Illyan? їAtrapado en Vorbarr Sultana? їO serнa un traidor de Vordarian? No… Lo mбs probable era que lo tuviesen prisionero. Como a Kareen. Como a Padma y Alys Vorpatril. La vida en una carrera contra la muerte.

— Nadie se meterб con el hospital — dijo Kly, observando su rostro.

— Yo… sн. Tiene razуn.

— їPor quй vino a Barrayar?

— Querнa tener hijos. — Una risa amarga escapу de sus labios -. їUsted tiene niсos, Kly el Correo?

— No, por lo que yo sй.

— Ha sido muy prudente.

— Oh… — El rostro del anciano se tornу distante -. No lo sй. Desde que muriу mi mujer, he estado bastante solo. Algunos hombres que conozco han tenido bastantes problemas con sus hijos. Ezar. Piotr. No sй quiйn quemarб las ofrendas en mi tumba. Mi sobrina, tal vez.

Cordelia mirу a Gregor, quien cabalgaba sobre las alforjas y escuchaba. El niсo habнa encendido los cirios en los grandes funerales de Ezar, y su mano habнa estado guiada por la de Aral.

Siguieron subiendo por el sendero, y en cuatro ocasiones Kly se desviу por un sendero lateral, mientras Cordelia, Bothari y Gregor lo esperaban ocultos. En la tercera de estas escapadas para entregar la correspondencia, Kly regresу con un atado que incluнa una vieja falda, un par de pantalones gastados y un poco de grano para los caballos. Todavнa helada, Cordelia se puso la falda sobre el pantalуn que llevaba. Bothari cambiу su conspicuo pantalуn de uniforme con la franja plateada al costado por otro de montaсйs. Los pantalones le quedaban demasiado cortos y le daban el aspecto de un espantapбjaros siniestro. Escondieron el uniforme de Bothari y la camisa negra de Cordelia en un saco del correo. Con respecto al zapato que le faltaba a Gregor, Kly resolviу el problema quitбndole el otro para que el niсo anduviese descalzo, y ademбs ocultу su elegante traje azul bajo una camisa grande con las mangas enrolladas. Hombre, mujer y niсo parecнan una harapienta familia montaсesa.

Llegaron a la cima del Paso Amie y comenzaron a descender. Aquн y allб algъn lugareсo aguardaba a Kly junto al camino; йl transmitнa mensajes verbales, y a Cordelia le pareciу que lo hacнa al pie de la letra. Distribuнa cartas en papel y en discos baratos, cuyo sonido solнa ser bajo y metбlico. En dos ocasiones se detuvo para leer cartas a personas aparentemente analfabetas, y una vez lo hizo para un hombre ciego guiado por una niсa pequeсa. Cordelia se sentнa mбs crispada con cada encuentro, agotada por la tensiуn nerviosa. їEse sujeto los traicionarнa? їQuй pensarнa aquella mujer de ellos? Al menos el ciego no podrнa describirlos…

Hacia el atardecer, Kly regresу de uno de sus desvнos para observar el sendero silencioso y declarar:

— Este lugar estб demasiado poblado.

— Cordelia se sentнa tan agotada que sуlo pudo darle la razуn mentalmente.

El mayor la mirу con ojos preocupados.

— їCree que podrб continuar durante otras cuatro horas, seсora?

їCuбles la alternativa? їSentarme junto a este charco de barro y llorar hasta que nos capturen? Se levantу con dificultad, apoyбndose en el tronco sobre el cual se habнa reclinado mientras esperaba el regreso de su guнa.

— Eso depende de lo que encontraremos al final de esas cuatro horas.

— Mi casa. Por lo general paso la noche con mi sobrina, cerca de aquн. Cuando estoy entregando la correspondencia suelo tardar unas diez horas en llegar a casa, pero si subimos directamente no serбn mбs que cuatro. Maсana por la maсana podrй regresar y cumplir con las entregas. Todo parecerб normal. Nadie notarб nada extraсo.

їSubir directamente? Pero Kly tenнa razуn, para estar a salvo debнan ser discretos, invisibles. Cuanto antes pudiesen ocultarse, mejor.

— Lo seguimos, mayor.

Tardaron seis horas. El caballo de Bothari empezу a cojear poco antes de llegar. El sargento tuvo que desmontar y llevarlo por las riendas. Cordelia tambiйn caminу para estirar las piernas lastimadas, mantenerse despierta y entrar en calor. Gregor se quedу dormido y se cayу del caballo. Entonces comenzу a llorar llamando a su madre, pero volviу a dormirse cuando Kly lo colocу delante de йl para sujetarlo con firmeza. En el ъltimo tramo, Cordelia se quedу sin aliento y su corazуn empezу a latir con violencia, aunque se sujetaba del estribo de Rose para que la ayudara a subir. Los dos caballos se movнan como ancianas artrнticas, pero sуlo con su auxilio lograron seguir al resistente tordo de Kly.

De pronto el camino descendiу hacia un amplio valle. El bosque se fue despejando, entremezclado con prados en la ladera. Cordelia podнa percibir el espacio que se extendнa frente a ella, verdaderas montaсas, vastos precipicios en sombras, peсascos gigantescos, el silencio de la eternidad. Tres copos de nieve se fundieron sobre su rostro vuelto hacia el cielo. Al final de un bosquecillo, Kly se detuvo.

— Fin del camino, amigos.

Conducido por Cordelia, Gregor caminу medio dormido hasta la pequeсa choza. Allн ella lo condujo a ciegas hasta un catre y lo acostу.

El niсo gimiу entre sueсos mientras Cordelia lo tapaba con las mantas. Entonces permaneciу tambaleante, aturdida, y en un ъltimo destello de lucidez se quitу las zapatillas y se acostу a su lado. Gregor tenнa los pies tan frнos como un cadбver sometido a la criogenia, y a medida que Cordelia los calentaba contra su propio cuerpo el niсo dejу de temblar para entrar en un sueсo mбs profundo. Vagamente Cordelia tuvo conciencia de que Kly, Bothari, o alguien habнa encendido el fuego en el hogar. Pobre Bothari, habнa estado despierto tanto tiempo como ella. En un sentido militar, йl estaba a su cargo; ella debнa ocuparse de que comiera, se calentara los pies, durmiera. Debнa… debнa…

Cordelia abriу los ojos repentinamente para descubrir que el movimiento que la habнa despertado era Gregor, sentado en la cama a su lado, frotбndose los ojos con expresiуn desorientada. La luz entraba por dos ventanas sucias, a ambos lados de la puerta de madera. La choza o cabaсa — dos de las paredes parecнan hechas con leсos enteros sin desbastar — constaba de una sola habitaciуn. En el hogar de piedras grises habнa una marmita y una caldera cubierta, apoyadas sobre una parrilla bajo la cual ardнan las brasas. Cordelia volviу a recordar que allн la madera representaba la pobreza, no la riqueza. Habнan visto una infinidad de бrboles el dнa anterior.

Cordelia se sentу y emitiу un gemido de dolor por el бcido lбctico que se habнa formado en sus mъsculos. Enderezу las piernas. La cama constaba de una red sujeta a un marco sobre la cual habнa dos colchones, el primero de paja y el segundo de plumas. Ella y Gregor estaban bien abrigados en aquel nido. El aire de la habitaciуn olнa a polvo y a leсa quemada.

Unas botas resonaron en las tablas del porche, fuera de la cabaсa, y Cordelia se aferrу al brazo de Gregor invadida por el pбnico. No podнa escapar, y ese atizador de hierro negro no serнa arma suficiente contra un aturdidor o un disruptor nervioso… pero los pasos eran de Bothari. Йl entrу en la cabaсa junto con una bocanada de aire frнo. La rudimentaria chaqueta parda que llevaba debнa de pertenecer a Kly, a juzgar por la forma en que sus muсecas huesudas asomaban bajo los puсos. Siempre que mantuviera la boca cerrada para no delatar su acento ciudadano, serнa fбcil confundir a Bothari con un montaсйs.

Йl los saludу con un movimiento de cabeza.

— Seсora. Majestad. — Se arrodillу junto al hogar y levantу la tapa de la caldera. Luego probу la temperatura de la marmita acercando la mano a ella -. Hay cereales y almнbar — informу -. Agua caliente. Tй de hierbas. Frutos secos. No hay mantequilla.

— їQuй estб ocurriendo? — Cordelia se frotу el rostro y bajу los pies al suelo, ansiosa por tomarse una taza de ese tй de hierbas.

— No mucho. El mayor dejу que su caballo descansara un rato y se marchу antes del alba, para cumplir con sus entregas. Desde entonces esto ha estado bastante tranquilo.

— їUsted ha podido dormir?

— Un par de horas, creo.

El tй tuvo que esperar mientras Cordelia acompaсaba al emperador cuesta abajo, hasta el excusado de Kly. Gregor frunciу la nariz y observу el retrete con nerviosismo. De regreso en el porche, Cordelia hizo que se lavara las manos y el rostro en una palangana metбlica. Cuando se hubo secado el rostro con una toalla, descubriу que la vista desde ese sitio era magnнfica. Medio Distrito Vorkosigan parecнa extenderse a sus pies en colinas oscuras y praderas verdes y amarillas.

— їЙse es nuestro lago? — Cordelia seсalу un destello plateado entre las colinas, casi en el lнmite de su visiуn.

— Eso creo — asintiу Bothari, forzando la vista.

Tan lejos… y habнan llegado a pie. Aunque para una aeronave estaban demasiado cerca. Bueno, al menos desde allн se verнa cualquier cosa que se acercase.

Los cereales calientes con almнbar, servidos en un plato rajado, sabнan a gloria. Cordelia se tomу el tй con avidez, descubriу que habнa llegado peligrosamente cerca de la deshidrataciуn. Tratу, de convencer a Gregor para que la imitase, pero a йl no le gustу el sabor amargo del tй. Bothari pareciу enrojecer de vergьenza al no ser capaz de sacar leche del aire para complacer a su emperador. Cordelia resolviу el dilema endulzando el tй con almнbar, con lo cual lo hizo aceptable.

Cuando terminaron de desayunar, lavaron los pocos utensilios y platos y tiraron afuera el agua sucia; el porche se habнa entibiado bastante con el sol matinal.

— їPor quй no ocupa la cama, sargento? Yo vigilarй. Ah… їKly le dio alguna idea en caso de que llegue alguien hostil antes de su regreso? Parece que ya no nos queda ningъn lugar adonde ir.

— Todavнa hay uno, seсora. Hay unas cuevas en ese bosque de la parte trasera. Un viejo escondite de la guerrilla. Anoche Kly me llevу para que viese la entrada.

Cordelia suspirу.

— Bien. Vaya a dormir, sargento. Lo necesitaremos mбs tarde.

Cordelia se sentу al sol en una de las sillas de madera, descansando su cuerpo aunque no pudiese hacer lo mismo con su mente. Forzу los ojos y los oнdos tratando de divisar alguna aeronave ligera u otra clase de transporte aйreo. Improvisу unos zapatos para Gregor atбndole trapos en los pies, y йl se dedicу a recorrer el lugar examinando las cosas. Cordelia lo acompaсу en una visita al cobertizo para ver a los caballos. El del sargento seguнa cojo, y Rose apenas se movнa, pero tenнan buen forraje y agua de un pequeсo arroyo que corrнa en un extremo del cobertizo. El otro caballo de Kly, un alazбn esbelto, parecнa tolerar la invasiуn equina y sуlo se inquietaba cuando Rose se acercaba demasiado a su extremo del almiar.

Cuando el sol pasу el cйnit, Cordelia y Gregor se sentaron en los escalones del porche. Aparte de una brisa entre las ramas, el ъnico sonido que se oнa en el amplio valle eran los ronquidos de Bothari, los cuales resonaban a travйs de las paredes de la cabana. Decidiendo que difнcilmente podrнa encontrar un momento para estar mбs tranquilos, al fin Cordelia se atreviу a interrogar a Gregor acerca del golpe en la capital. Con sus cinco aсos, el niсo era capaz de narrar los hechos, aunque no conociese los motivos. A otro nivel ella tenнa el mismo problema, debнa admitirlo muy a su pesar.

— Llegaron los soldados. El coronel nos dijo a mamб y a mн que lo acompaсбramos. Uno de nuestros hombres de librea entrу en la habitaciуn. El coronel le disparу. — їCon un aturdidor o con un disruptor nervioso? — Un disruptor nervioso. Fuego azul. El hombre cayу. Despuйs nos llevaron al Patio de Mбrmol. Tenнan aeronaves. Entonces entrу corriendo el capitбn Negri con unos hombres. Un soldado me cogiу a mн, y mamб tirу para que fuese con ella, y allн perdн el zapato. Ella se lo quedу en la mano. Tenнa que haberlo… atado mбs fuerte por la maсana. Entonces el capitбn Negri le disparу al soldado que me llevaba a mн, y otros soldados le dispararon al capitбn Negri…

— їCon arcos de plasma? їAllн fue donde sufriу esa horrible quemadura? — preguntу Cordelia. Trataba de mantener el tono muy tranquilo. Gregor asintiу con un gesto.

— Unos soldados se llevaron a mamб. Pero eran de esos otros… no los de Negri. El capitбn Negri me levantу y empezу a correr. Pasamos por unos tъneles bajo la Residencia, y salimos en un garaje. Subimos a la aeronave. Ellos nos disparaban. El capitбn Negri me decнa que me callara, que me quedara tranquilo. Volamos y volamos, y йl seguнa gritбndome que me callara… aunque yo ya estaba callado. Y entonces aterrizamos junto al lago. — Gregor estaba temblando otra vez.

— Hum. — A pesar de la simpleza con que el niсo habнa relatado los acontecimientos, Cordelia pudo imaginar a Kareen con todos los detalles. Su rostro habitualmente sereno, desencajado por la ira y el terror al ver que le arrebataban a su hijo y le dejaban… nada mбs que un zapato de todas sus ilusorias posesiones. Asн que las tropas de Vordarian tenнan a Kareen. їComo rehйn? їComo vнctima? їEstarнa viva o muerta?

— їCrees que mamб estб bien?

— Sн, seguro. — Cordelia se acomodу en el escalуn -. Es una seсora muy importante. No le harбn daсo. — Hasta, que les resulte conveniente hacйrselo.

— Ella estaba llorando.

— Sн.

Cordelia sintiу el mismo nudo en su vientre. La imagen que habнa estado evitando todo el dнa anterior volviу a irrumpir en su mente. Unas botas que abrнan la puerta del laboratorio a patadas. Escritorios y mesas tumbados. Ningъn rostro, sуlo botas. Culatas de armas que destrozaban delicados recipientes y monitores. Una rйplica uterina brutalmente abierta, y su contenido hъmedo vaciado sobre las baldosas… ni siquiera se necesitaba emplear el sistema tradicional de coger al bebй por los pies y lanzar la cabeza contra la pared mбs cercana. Miles era tan pequeсo que las botas no tenнan mбs que pisarlo y aplastarlo contra el suelo… Cordelia contuvo el aliento.

Miles estб bien. Es anуnimo, igual que nosotros. Somos muy pequeсos, estamos muy callados y nos encontramos a salvo. Cбllate chiquillo, no hagas ruido. Abrazу a Gregor con fuerza.

— Mi hijito tambiйn estб en la capital, como tu mamб. Y tъ estбs conmigo. Nos cuidaremos el uno al otro. Ya verбs.

Despuйs de cenar y al ver que todavнa no habнa seсales de Kly, Cordelia dijo:

— Ensйсeme esa cueva, sargento.

Kly tenнa una caja de velas frнas sobre la chimenea. Bothari encendiу una y condujo a Cordelia y al niсo hacia el bosque, por un estrecho sendero de piedra. El sargento tenнa un aspecto siniestro a la luz verdosa del tubo que brillaba entre sus manos.

Cerca de la cueva, la zona mostraba rastros de haber sido despejada en el pasado, aunque las malezas ya comenzaban a cubrirla de nuevo. La entrada no quedaba oculta. La gran apertura negra tenнa el doble de altura que Bothari y era lo bastante ancha para permitir el paso de una aeronave. En el interior, el techo se elevaba y los muros se ensanchaban creando una cueva polvorienta. Allн dentro podнan acampar patrullas enteras, y en el pasado lo habнan hecho, a juzgar por los antiguos desperdicios. Unos nichos tallados en la piedra hacнan las veces de literas, y los muros estaban cubiertos de nombres, iniciales, fechas y comentarios obscenos.

En el centro de la cueva habнa un hoyo para encender fuego, y encima de йl una apertura por donde alguna vez habнa salido el humo. Cordelia tuvo una visiуn fantasmal de una multitud de guerrilleros que comнan, bromeaban, escupнan hojas de mascar, limpiaban las armas y planeaban la siguiente incursiуn. Los espнas iban y venнan, fantasmas entre los fantasmas, para entregar su preciosa informaciуn a los generales jуvenes que extendнan los mapas sobre la roca plana que estaba allн… Cordelia sacudiу la cabeza para desalojar la visiуn y cogiу la luz para explorar los nichos. Habнa al menos cinco tъneles para salir de la caverna tres de los cuales mostraban rastros de haber sido muy transitados.

— їKly le dijo dуnde desembocan estos tъneles, sargento?

— No exactamente, seсora. Dijo que los pasajes recorrнan kilуmetros por debajo de las colinas. Iba con retraso y tenнa prisa por partir.

— їLe explicу si el sistema es vertical u horizontal?

— їCуmo?

— їSe encuentra en un solo estrato o tiene caнdas abruptas? їHay muchos pasajes sin salida? їCuбl nos convendrнa tomar? їHay arroyos subterrбneos?

— Creo que йl pensaba guiarnos, en caso de que tuviйsemos que escapar. Comenzу a explicarlo, pero luego dijo que era demasiado complicado.

Cordelia frunciу el ceсo y contemplу las posibilidades. Durante su entrenamiento se habнa familiarizado bastante con las cavernas, o al menos lo suficiente para comprender lo que significaba el tйrmino «respeto por los riesgos». Respiraderos, precipicios, grietas, pasajes laberнnticos… y allн se sumaban las crecientes de los arroyos, cuestiуn que no causaba grandes problemas en Colonia Beta. La noche anterior habнa llovido. Los sensores no servнan de gran cosa para encontrar a una persona en una caverna. їY los sensores de quiйn? Si el sistema era tan extenso como habнa sugerido Kly, podнan necesitar a cientos de hombres… Su ceсo fruncido se transformу en una lenta sonrisa.

— Sargento, acamparemos aquн esta noche.

A Gregor le gustу la caverna, sobre todo cuando Cordelia le describiу la historia del lugar. El niсo anduvo por allн murmurando diбlogos militares para sн mismo, se encaramу a todos los nichos y tratу de indagar lo que significaban todas las palabrotas talladas en los muros. Bothari encendiу un pequeсo fuego en el foso y extendiу un saco de dormir para Gregor y Cordelia, disponiйndose a montar guardia toda la noche. Cordelia acomodу un segundo saco de dormir, enrollado junto con unas provisiones a la entrada de la cueva. Luego colocу la chaqueta negra con el nombre VORKOSIGAN, A. artнsticamente en un nicho, como si alguien la hubiera usado para sentarse y no enfriarse el trasero con la piedra, olvidбndola allн al partir. Por ъltimo Bothari trajo los caballos todavнa extenuados, les colocу las monturas y las bridas y los atу en la entrada.

Cordelia emergiу del pasaje mбs ancho, donde habнa dejado caer una luz frнa a unos trescientos metros de distancia, sobre un despeсadero cruzado por una soga de diez metros. La cuerda era de fibras naturales y estaba reseca. Cordelia habнa decidido no probarla.

— No lo entiendo, seсora. Con los caballos abandonados allб fuera, si alguien viene a buscarnos nos encontrarб de inmediato, y sabrб exactamente dуnde estamos.

— Sin duda nos encontrarб — convino Cordelia -. Pero no sabrб dуnde estamos. Porque sin Kly, no tengo la menor intenciуn de llevar a Gregor por este laberinto. No obstante, la mejor forma de fingir que hemos estado aquн es estar aquн un buen rato.

Los ojos de Bothari se iluminaron al comprender, y se volvieron hacia las cinco entradas de los tъneles.

— ЎAh!

— Eso significa que tambiйn debemos encontrar un verdadero escondite. En algъn lugar del bosque, desde donde podamos llegar al sendero por donde Kly nos trajo ayer. Es una pena no haberlo hecho a la luz del dнa.

— Entiendo a quй se refiere, seсora. Irй a explorar.

— Por favor, sargento.

Bothari cogiу el saco con las provisiones y desapareciу en la oscuridad del bosque. Cordelia acomodу a Gregor en el saco de dormir y luego saliу de la cueva para sentarse sobre unas rocas y vigilar. Divisaba el valle gris que se extendнa bajo las copas de los бrboles y el techo de la cabana de Kly. Ahora no surgнa humo de su chimenea. Bajo la roca, ningъn sensor tйrmico lograrнa detectar el fuego de la caverna, aunque el olor se esparcнa por el aire frнo. Cordelia buscу luces mуviles en el cielo hasta que las estrellas se convirtieron en una mancha confusa frente a sus ojos.

Bothari regresу despuйs de un buen rato.

— Tengo el lugar. їNos vamos ya?

— Aъn no. Todavнa es posible que aparezca Kly.

— Entonces es su turno para dormir, seсora.

— Oh, sн. — Cordelia todavнa sentнa una gran fatiga muscular. Dejando a Bothari sentado en el peсasco a la luz de las estrellas como una gбrgola guardiana, ella se acomodу junto a Gregor. Un rato despuйs, se quedу dormida.

Cordelia despertу cuando la luz del amanecer derramу una bruma luminosa en el уvalo de la entrada. Bothari preparу tй caliente, y compartieron unos trozos de pan que habнan sobrado de la noche anterior, mordisqueando unos frutos secos.

— Seguirй vigilando — dijo Bothari -. De todos modos no logro dormir tan bien sin la medicaciуn.

— їMedicaciуn? — dijo Cordelia.

— Sн, me dejй las pastillas en Vorkosigan Surleau. Ya comienzo a notar su falta. Las cosas parecen mбs nнtidas.

De pronto a Cordelia le resultу difнcil tragar el pan que tenнa en la boca, pero lo empujу con un sorbo de tй. їSus drogas psicoactivas tendrнan un efecto verdaderamente terapйutico, o serнan sуlo polнticas?

— Comunнqueme de inmediato si experimenta alguna clase de alteraciуn, sargento — dijo con cautela.

— Hasta ahora no. Sуlo que cada vez me resulta mбs difнcil dormir. Las pastillas suprimen los sueсos. — Cogiу su taza de tй y regresу al puesto de guardia.

Cordelia no limpiу el campamento. Acompaсу a Gregor hasta el arroyo mбs cercano donde ambos se lavaron como pudieron. Estaban adquiriendo un olor autйnticamente montaсйs. Luego regresaron a la caverna, donde Cordelia descansу un rato en el saco de dormir. Pronto deberнa insistir en relevar a Bothari.

Vamos, Kly…

La voz tensa de Bothari retumbу en la cueva.

— Seсora. Majestad. Es hora de irnos.

—їKly?

— No.

Cordelia se levantу, ahogу el fuego con la tierra que habнa preparado para ese propуsito, cogiу a Gregor de la mano y lo sacу de la caverna. El niсo parecнa muy asustado. Bothari estaba quitando las bridas de los caballos y liberaba sus riendas. Cordelia se asomу a un lado de la cueva y echу un vistazo sobre las copas de los бrboles. Una aeronave habнa aterrizado frente a la cabana de Kly. Dos soldados uniformados la rodeaban por la izquierda y la derecha. Un tercero desapareciу bajo el porche. A lo lejos se oyу una patada que abrнa la puerta de Kly. En esa aeronave sуlo habнa soldados, ningъn montaсйs como guнa ni como prisionero. Ni rastro de Kly.

Echaron a correr hacia el bosque. Bothari iba adelante y llevaba a Gregor en la espalda. Rose se dispuso a seguirlos, y Cordelia se volviу para agitar los brazos susurrando con desesperaciуn:

— ЎNo! ЎVete de aquн, animal estъpido! — La yegua vacilу, y luego dio media vuelta para permanecer junto a su compaсero cojo.

Siguieron corriendo con pasos rнtmicos, sin pбnico. Bothari habнa escogido muy bien el camino, aprovechando el refugio de las rocas y los бrboles. Treparon, descendieron, volvieron a trepar, y justo cuando Cordelia pensaba que sus pulmones iban a estallar y que se descubrirнan ante sus perseguidores, Bothari se desvaneciу al otro lado de una escarpada pendiente de roca.

— ЎPor aquн, seсora!

Habнa encontrado una delgada grieta horizontal en las rocas, con medio metro de altura y tres metros de profundidad. Cordelia se introdujo en la cavidad y descubriу que la ъnica apertura del nicho era el lugar por donde habнa entrado, y que йste se encontraba parcialmente bloqueado por rocas desprendidas. Allн les aguardaban el saco de dormir y las provisiones.

— No me extraсa que los cetagandaneses hayan tenido problemas aquн — jadeу Cordelia. — Para detectarlos, tendrнan que apuntarles directamente con un detector tйrmico a veinte metros de distancia sobre el barranco. El lugar estaba perforado por cientos de hendiduras similares.

— Esto es lo mejor. — Bothari extrajo unos antiguos gemelos de campaсa que habнa encontrado en la cabana de Kly -. Podremos verlos.

Los gemelos no eran mбs que unos binoculares con lentes mуviles, unos colectores luminosos puramente pasivos. Debнan de remontarse a la Era del Aislamiento. El aumento era bastante pobre segъn los estбndares modernos, ninguna lente uviol, ni emisiуn de rayos infrarrojos, ningъn pulso de telйmetro… ninguna cйlula de energнa que pudiese ser detectada. Tendida sobre el vientre, con el mentуn apoyado en el suelo, Cordelia alcanzaba a ver la entrada de la caverna mбs allб del barranco y de un saliente empinado.

— Ahora debemos estar muy callados — dijo, y el pбlido rostro de Gregor se volviу prбcticamente fetal.

Al fin los hombres vestidos de negro encontraron a los caballos, aunque parecieron tardar una eternidad. Entonces descubrieron la entrada de la caverna. Sus diminutas figuras gesticulaban con excitaciуn, entraban y salнan corriendo, y llamaron a la aeronave que aterrizу frente a la apertura aplastando las malezas. Cuatro hombres entraron; un rato despuйs, uno volviу a salir. Luego llegу otra aeronave y una nave mбs pesada, que descargу toda una patrulla. La boca de la montaсa los devorу a todos. Llegу otro vehнculo, y los hombres comenzaron a instalar luces, un generador de campo y sistemas de comunicaciуn.

Cordelia acomodу el saco de dormir para Gregor, suministrбndole pequeсos bocados y sorbos de su botella de agua. Bothari se tendiу en el fondo del nicho con una manta plegada bajo la cabeza. Mientras el sargento dormitaba, Cordelia mantuvo estrecha vigilancia de todo lo que ocurrнa en la caverna. A media tarde, calculу que unos cuarenta hombres habнan entrado y no habнan vuelto a salir.

Dos soldados fueron sacados en camillas flotantes, cargados en una nave mйdica y llevados de allн. Una aeronave sufriу un fallo en el aterrizaje, se derrumbу cuesta abajo y se estrellу contra un бrbol. Varios hombres se ocuparon de sacarla, enderezarla y repararla. Para el atardecer unos sesenta hombres habнan entrado en la caverna. Toda una compaснa que habнa salido de la capital, que no perseguнa a los refugiados, que no trataba de desentraсar los secretos del Hospital Militar… aunque no eran un nъmero suficiente para que se notase la diferencia, seguramente.

Es un comienzo.

Cordelia, Bothari y Gregor abandonaron el nicho al atardecer, evitaron el barranco y avanzaron por el bosque en silencio. Casi habнa oscurecido por completo cuando llegaron al lнmite de los бrboles y encontraron el sendero de Kly. Llegaron a la cima del cerro y se deslizaron por la cuesta que a Cordelia tanto le habнa costado escalar aferrada a los estribos de Rose, dos dнas atrбs. Cinco kilуmetros despuйs, en una regiуn de matorrales bajos, Bothari se detuvo repentinamente.

— Shh, seсora. Escuche.

Voces. Voces de hombres, bastante cercanas pero

con un extraсo sonido hueco. Cordelia mirу en la oscuridad, pero ninguna luz se moviу. Se agazaparon junto al sendero, aguzando los sentidos.

Bothari se deslizу, con la cabeza inclinada hacia un lado, siguiendo sus oнdos. Momentos despuйs, Cordelia y Gregor se acercaron con cautela. Encontraron al sargento arrodillado junto a un afloramiento estriado. Йl les hizo seсas para que se acercaran.

— Es un respiradero — anunciу en un susurro -. Escuche.

Las voces eran mucho mбs claras ahora, cadencias mordaces, sonidos guturales y furiosos acentuados por maldiciones en dos o tres idiomas.

— Maldita sea, sй que fuimos a la izquierda en el tercer recodo.

— Volvimos a cruzar el arroyo.

— ЎNo era el mismo arroyo, sabakil

— Merde. ЎPerdu!

— ЎEs un idiota, teniente!

— ЎNo sea insolente, cabo!

— Esta luz frнa no durarб mucho mбs. Ya se estб apagando.

— Pues entonces no la sacuda, imbйcil; asн se acabarб mбs rбpido.

— ЎDйme esa…!

Los dientes de Bothari brillaron en la oscuridad. Fue la primera sonrisa que Cordelia le veнa desde hacнa meses. En silencio, el sargento le hizo la venia. Luego se alejaron bajo el frнo de la noche Dendarii.

Cuando estuvieron de regreso en el camino, Bothari suspirу profundamente.

— Ojalб hubiese tenido una granada para arrojar por ese respiradero. Dentro de una semana sus cuadrillas de rescate todavнa se estarнan disparando entre sн.

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