Adelante. A un lugar donde no hay solidez, donde el mismo planeta se ha desvanecido y nada a través del espacio, cayendo pacíficamente, yendo de ninguna parte a ninguna parte. Está rodeado por una brillante luz verde que emana de todos lados al mismo tiempo, como un mensaje de la estructura del universo. Sintiendo una gran tranquilidad, cae a través de ese alegre resplandor durante días y días, o lo que parecen ser días y días, derivando, ladeándose, corrigiendo su rumbo con pequeños movimientos de sus codos y rodillas. No le importa dónde va; aquí, todo es igual a todo. El brillo verde lo sostiene y lo soporta y lo alimenta, pero le provoca inquietud. Juega con él. Con su pegajosa sustancia consigue formar imágenes, caras, diseños abstractos: conjura a Elizabeth para sí mismo, evoca sus propios rasgos angulosos, llena los cielos con una legión de chinos que marchan con anchos sombreros de paja, los tacha con gruesas líneas diagonales, hace que un río de plata corra por el firmamento y descargue su resplandeciente torrente por la ladera de una montaña de varias millas de altitud. Gira. Flota. Se desliza. Libera todas sus fantasías. Ésta es la libertad total, aquí, en este lugar que no es un mundo. Pero no es suficiente. Se fatiga de la vaciedad. Se fatiga de la serenidad. Le ha sacado a este sitio todo lo que puede ofrecer, demasiado pronto, demasiado pronto. No está seguro de que el fracaso esté en él o en el lugar, pero siente que debe marcharse. Por lo tanto: adelante.