Leonardo estaba estirado cuan largo era en el piso del salón de Mavis, donde había caído horas antes presa de un estupor etílico provocado por una botella de whisky sintético y un cargamento de autocompasión.
Estaba empezando a despertar y temía haber perdi?do media cara en algún momento de aquella noche des?dichada. Cuando levantó una cautelosa mano para com?probarlo, sintió alivio al encontrarse la cara entera en su sitio de siempre, si bien algo entumecida de haber estado contra el suelo.
No recordaba mucho. Ésa era una de las razones de que nunca abusara del alcohol. Era proclive a amnesias y espacios-en blanco siempre que empinaba el codo más de lo debido.
Creía recordar que entró trastabillando en el edificio de Mavis, usando la llave de código que ella le había dado cuando comprendieron que no sólo eran amantes sino que se habían enamorado.
Pero Mavis no estaba. Casi podía asegurarlo. Tenía una vaga imagen de sí mismo dando tumbos por la ciudad y echando tragos de la botella que había com?prado: ¿o robado? Mierda. Intentó incorporarse y des?pegar los ojos. Lo único que sabía con certeza era que llevaba la maldita botella en la mano y el whisky en las tripas.
Debía de haberse desmayado, cosa que le repugna?ba. ¿Cómo podía esperar que Mavis lo comprendiera si se presentaba tambaleante en su apartamento, borracho como una cuba?
Era una suerte que ella no hubiera estado allí.
Ahora, por supuesto, tenía una resaca de órdago que le hizo ovillarse y llorar de pena. Pero Mavis podía vol?ver, y él no quería que le viera en un estado tan lamenta?ble. Consiguió ponerse en pie, buscó unos analgésicos y programó el AutoChef de Mavis para hacerse un café, fuerte y solo.
Entonces reparó en la sangre.
Estaba seca y le corría por el brazo hasta la mano. Tenía una herida en el antebrazo, larga y profunda que había formado costra. Sangre, pensó otra vez nervioso, al ver que le manchaba la camisa y el pantalón.
Respirando con dificultad, se apartó del mostrador y se contempló a sí mismo. ¿Había estado en una pelea?, ¿había hecho daño a alguien?
Las nauseas le subieron por la garganta mientras su mente saltaba enormes vacíos y recuerdos confusos.
Dios del cielo, ¿es que había matado a alguien?
Eve estaba mirando taciturna el informe preliminar del forense cuando oyó un golpe a la puerta de su despa?cho. Antes de que se diera cuenta, la puerta ya se había abierto.
– ¿Teniente Dallas? -El hombre tenía aspecto de cowboy tostado por el sol, desde su sonrisa de gilipollas hasta sus botas de gastados tacones-. Caracoles, es una suerte ver al personaje de leyenda en carne y hueso. He visto su foto, pero es más guapa al natural.
– Me anonada usted. -Eve se retrepó en la silla, entrecerrando los ojos. Él sí era realmente guapo, con su pelo rizado color de trigo en torno a una cara curtida que se arrugaba atractivamente junto a los ojos color verde botella. Una nariz recta y larga, el guiño de un ma?licioso hoyuelo en la comisura de una boca sonriente. Y un cuerpo que, en fin, parecía que podía montar muy bien a caballo o lo que hiciera falta-. ¿Quién demonios es usted?
– Casto, Jake T. -Extrajo una placa del ajustado bol?sillo delantero de sus Levi's descoloridos-. Ilegales. Me be enterado de que me estaba buscando.
Eve examinó la placa.
– ¿De veras? ¿Y sabe por qué podría estar buscándo?le, teniente Casto, Jake T.?
– Por nuestro soplón mutuo. -Acabó de entrar en el despacho y posó una cadera contra la mesa de Eve en actitud de colega. Ella captó el agradable aroma de su piel-. Qué mala suerte lo del pobre Boomer. El muy desgraciado era inofensivo.
– Si usted sabía que Boomer era mío, ¿cómo ha tar?dado tanto en venir a verme?
– He estado ocupado en otro asunto. Y, a decir ver?dad, no pensaba que hubiera gran cosa que decir o hacer. Entonces supe que Feeney estaba husmeando. -Sus ojos sonrieron otra vez, ahora con un deje de sarcasmo-. Feeney también es bastante suyo, ¿no?
– Feeney es de Feeney. ¿En qué tenía trabajando a Boomer?
– Lo normal. -Casto cogió de la mesa un huevo de amatista, admiró sus inclusiones y lo cambió de mano-. Información sobre ilegales. Cosas de poco calibre. Boomer quería pensar que era muy importante, pero siempre se trataba de elementos dispersos.
– A base de elementos dispersos se puede conseguir mucho.
– Por eso usaba yo a Boomer, querida. Era muy fiable para practicar algún que otro arresto. Cacé a un par de traficantes de mediano nivel gracias a sus datos. -Otra vez la sonrisa-. Alguien tiene que hacerlo.
– Sí… ¿Y quién le hizo papilla, entonces?
La sonrisa se desvaneció. Casto dejó el huevo en la mesa y meneó la cabeza.
– No tengo ni la menor idea. Boomer no era un tipo encantador, pero no sé que nadie le odiara tanto como para hacerle esa faena.
Eve lo estudió. Parecía serio y su voz al hablar de Boomer había dejado traslucir algo que le recordó su propio y prudente afecto. Con todo, ella prefirió no sol?tar prenda,
– ¿Trabajaba Boomer en algo en particular?, ¿algo diferente?, ¿grande?
Casto levantó una ceja color de arena.
– ¿Por ejemplo?
– No estoy ducha en ilegales.
– Que yo supiese no. La última vez que hablé con él, qué sé yo, unas dos semanas antes de que lo echaran al río, dijo algo sobre un asunto inaudito. Usted ya sabe de qué manera hablaba.
– Sí, sé cómo hablaba. -Era el momento de soltar una de las cartas-. También sé que encontré una sus?tancia sin identificar oculta en su apartamento. La están analizando en el laboratorio. Hasta ahora sólo han po?dido decirme que es una mezcla nueva y más potente que cualquiera de las que pueden encontrarse en la calle.
– Una mezcla nueva. -La frente de Casto se frunció-. ¿Por qué diablos no me lo dijo a mí? Si es que trataba de jugar a dos bandas… -Casto silbó entre dientes-. ¿Cree usted que se lo cargaron por esto?
– No tengo otra teoría mejor.
– Ya. Vaya mierda. Seguramente intentó extorsionar al fabricante o al distribuidor. Oiga, hablaré con los del laboratorio y veré si en la calle hay rumores sobre sus?tancias nuevas.
– Se lo agradezco.
– Será un placer trabajar con usted. -Cambió de pos?tura, dejó que su mirada recorriese la boca de ella duran?te un segundo, con una suerte de talento que acertó en la diana del halago-. A lo mejor le gustaría hacer una pausa para comer y hablar de la estrategia. O de lo que se tercie.
– No, gracias.
– ¿Porque no tiene apetito o porque está a punto de casarse?
– Las dos cosas.
– De acuerdo. -Se puso en pie y ella, siendo humana, no pudo por menos de apreciar el modo en que el panta?lón se ceñía en torno a sus larguiruchas piernas-. Si cambia de opinión ya sabe dónde encontrarme. Seguiremos en contacto. -Se contoneó hacia la puerta y se dio la vuelta-. Sabe una cosa, Eve, tiene los ojos como el buen whisky añejo. Eso provoca en un hombre una sed considerable.
Ella miró ceñuda la puerta que él había cerrado al sa?lir, enfadada por el hecho de que su pulso se hubiese ace?lerado. Hundió ambas manos en el cabello y volvió a su informe en la pantalla.
No había necesitado que le dijeran cómo había muerto Pandora, pero era interesante ver que según el forense los tres primeros golpes en la cabeza habían sido fatales. Toda agresión posterior por parte del asesino había sido gratuita.
Ella había opuesto resistencia antes de los golpes en la cabeza, advirtió Eve. Laceraciones y abrasiones varia?das en otras partes del cuerpo daban fe de un forcejeo.
La hora de la muerte había sido fijada en las 2.50, y el contenido del estómago indicaba que la víctima había disfrutado de una última y elegante cena hacia las ocho de la noche: langosta, escarola, crema bávara y champán. En su sangre había rastros de sustancias químicas, pen?dientes de analizar.
Así que Mavis probablemente tenía razón. Parecía como si Pandora hubiera ingerido algo, posiblemente ilegal. A grandes rasgos, eso podía significar algo. Pero los rastros de piel en las uñas de la víctima sí tenían un significado claro. Eve estaba segura de que cuando el la?boratorio terminara sus análisis quedaría demostrado que era piel de Mavis. Y que las hebras de cabello que los del gabinete habían recogido cerca del cuerpo iban a ser pelo de Mavis. Pero lo peor, se temía, era que las huellas del arma homicida pudieran ser de Mavis.
Como plan, pensó Eve cerrando los ojos, era perfec?to. Entra Mavis en el momento y el lugar inadecuados, y el asesino ve un chivo expiatorio hecho a la medida.
¿Conocía el asesino la historia entre Mavis y Pando?ra, o había sido otro golpe de suerte?
En cualquier caso, neutraliza a Mavis, deja algunas pruebas falsas y añade el golpe maestro consistente en arañar con las uñas de la víctima el rostro de Mavis. Lo más fácil era cerrar la mano de Mavis sobre el arma ho?micida y luego escabullirse con la satisfacción de un tra?bajo bien hecho.
Para eso no hacía falta ser un genio, pensó. Pero sí se requería una mente fría y práctica. Pero ¿cómo concorda?ba eso con la rabia que empleó para agredir a Pandora?
Tendría que hacer encajar una cosa con la otra, se dijo Eve. Y tendría que hallar el modo de demostrar la inocencia de Mavis y encontrar al tipo de asesino capaz de desfigurar a una mujer y después dejarlo todo en or?den.
Mientras se ponía en pie, la puerta del despacho se abrió de golpe y Leonardo irrumpió con ojos desorbita?dos.
– Yo la maté. Yo maté a Pandora. Que Dios me ayude.
Dicho esto, sus ojos se quedaron en blanco y todo el peso de su corpachón se desplomó en el suelo, sin sentido.
– Santo Dios.
Era como ver caerse un enorme secoya. Ahora esta?ba tendido en el suelo con los pies en el umbral y la cabe?za rozando casi la pared opuesta. Eve se acuclilló, apoyó la espalda contra la pared y trató de darle la vuelta. Pro?bó a darle un par de bofetones secos y luego esperó. Mascullando para sus adentros, empleó toda su fuerza y luego le golpeó las mejillas con vigor.
Leonardo gimió y sus ojos inyectados en sangre se abrieron.
– Qué… dónde…
– Silencio -le espetó Eve al tiempo. Se levantó, fue hacia la puerta y metió sus pies dentro del despacho. Luego lo miró-. Voy a leerle sus derechos.
– ¿Mis derechos? -Parecía aturdido, pero consiguió levantar el torso hasta quedar sentado en el suelo.
– Escúcheme bien. -Le leyó los derechos y luego alzó una mano antes de que él pudiera hablar-.- ¿Ha comprendido cuáles son sus opciones?
– Sí. -Leonardo se frotó la cara con las manos-. Sé lo que pasa.
– ¿Desea hacer una declaración?
– Ya le he dicho que…
Eve alzó de nuevo la mano.
– Sí o no. Sólo diga sí o no.
– Sí, sí. Quiero hacer una declaración.
– Levántese. Esto lo voy a grabar. -Volvió a su mesa. Podía llevarlo abajo, a Interrogatorios. Seguramente lo haría, pero eso podía esperar-. ¿Entiende que lo que diga ahora va a quedar registrado?
– Sí. -Él se puso en pie y se dejó caer en una silla que puño bajo su peso-. Dallas…
Ella le interrumpió con un gesto. Tras conectar la grabadora, Eve anotó la información necesaria y volvió a leerle sus derechos para que quedara constancia.
– Leonardo, ¿entiende usted estas opciones, renun?cia en este momento a un abogado y está dispuesto a ha?cer una declaración?
– Sólo quiero acabar con esto cuanto antes.
– ¿Sí o no?
– Sí, maldita sea.
– ¿Conocía usted a Pandora?
– Pues claro que sí.
– ¿Tenía usted alguna relación con ella?
– Sí. -Se cubrió la cara otra vez, pero aún veía la ima?gen de Pandora que había aparecido en la pantalla cuando decidió poner las noticias. La larga bolsa negra siendo sacada de su propio apartamento-. Me parece in?creíble lo que ha pasado.
– ¿Qué clase de relación mantenía con la víctima?
Qué forma más fría de decirlo, pensó él. Dejó las manos sobre el regazo y miró a Eve.
– Ya sabe que éramos amantes. Y sabe que yo inten?taba cortar con ella debido a…
– Pero en el momento de su muerte -le interrumpió Eve- ya no intimaban.
– Cierto, hacía semanas que no estábamos juntos. Pandora había estado fuera del planeta. Las cosas se ha?bían enfriado antes incluso de que ella se fuera. Y enton?ces conocí a Mavis y todo cambió para mí. Dallas, ¿dón?de está Mavis?
– No estoy autorizada para informar del paradero de la señorita Freestone.
– Pues dígame que se encuentra bien. -Sus ojos se llenaron de lágrimas-. Dígame al menos que está bien,
– Está en lugar seguro -fue todo lo que dijo ella. Lo que podía decir-. Leonardo, ¿es cierto que Pandora amenazaba con arruinar su carrera profesional? ¿Que le exigió que continuaran su relación y que, si usted se ne?gaba, ella se retiraría de la presentación de sus diseños de moda? Un desfile en el que usted había invertido gran?des cantidades de tiempo y de dinero.
– Usted estaba allí, se lo oyó decir. Yo no le importa?ba un comino, pero ella no podía tolerar que la dejara plantada. Si no dejaba de ver a Mavis, si no volvía a ser su perro faldero, ella se ocuparía de que el show fuese un fracaso, si es que llegaba a celebrarse.
– Usted no quería dejar de ver a la señorita Freestone.
– Quiero a Mavis -dijo él con dignidad-. Es lo más importante de mi vida.
– Y aun así, si no accedía a las exigencias de Pandora, iba a quedar lleno de deudas y con una mancha en su reputación profesional de graves consecuencias. ¿Co?rrecto?
– Sí. Lo he invertido todo en ese show. Pedí prestado mucho dinero. Es más, puse todo mi corazón en ello. Mi alma entera.
– Ella hubiera podido estropearlo todo.
– Desde luego. -Apretó los labios-. Y le habría gus?tado hacerlo.
– ¿Le pidió usted que fuera a su apartamento anoche?
– No. Yo no deseaba verla nunca más.
– ¿A qué hora llegó ella al apartamento?
– No lo sé.
– ¿Cómo entró? ¿Le dio usted acceso?
– No lo creo. Bien, no lo sé. Supongo que tenía mi llave de código. No se me ocurrió pedirle que me la de?volviera o cambiar la numeración.
– ¿Discutió usted con ella?
Los ojos de Leonardo perdieron toda expresión.
– No lo sé. No me acuerdo. Pero supongo que sí.
– Hace poco, Pandora fue a su apartamento sin haber sido invitada, le amenazó y agredió físicamente a su ac?tual compañera.
– En efecto. -Eso sí lo recordaba. Era un alivio poder recordar al menos eso.
– ¿Cuál era el estado de ánimo de Pandora cuando fue esta vez a su apartamento?
– Imagino que estaba colérica. Debí decirle que no iba a renunciar a Mavis. Eso la habría puesto furiosa. Dallas… -Centró otra vez los ojos, y la desesperación se reflejó en ellos-. En serio, no me acuerdo de nada. Cuando desperté esta mañana, estaba en casa de Mavis. Creo que utilicé mi llave para entrar. Había estado be?biendo, caminando y bebiendo. Raramente bebo por?que soy proclive a tener agujeros negros en mi memoria. Cuando desperté, vi toda la sangre.
Alargó el brazo. La herida había sido mal vendada.
– Tenía sangre en las manos y en la ropa. Sangre seca. Supongo que peleé con ella. Supongo que la maté.
– ¿Dónde está la ropa que llevaba usted anoche?
– La dejé en casa de Mavis. Me duché y me cambié de ropa. No quería que ella viniera a casa y me encon?trara con este aspecto. Mientras esperaba y trataba de ver qué podía hacer, puse las noticias y me enteré de todo.
– Dice que no recuerda haber visto a Pandora ano?che. Que no recuerda haber tenido un altercado con ella. Que no recuerda haberla matado.
– Pero así debió ocurrir -insistió-. Ella murió en mi apartamento.
– ¿A qué hora salió de casa anoche?
– No estoy seguro. Había bebido mucho. Estaba molesto y muy enfadado.
– ¿Vio a alguien, habló con alguien?
– Compré otra botella. Creo que a un vendedor am?bulante.
– ¿Vio a la señorita Freestone anoche?
– No. De eso estoy seguro. Si la hubiera visto, si hu?biera podido hablar con ella, todo habría ido bien.
– ¿Y si le dijera que Mavis estuvo anoche en su apar?tamento?
– ¿Mavis vino a verme…? -Su rostro se iluminó-. Pero eso no puede ser. No podría haberlo olvidado.
– ¿Estaba Mavis presente cuando usted peleó con Pandora?, ¿cuando usted mató a Pandora?
– No, no.
– ¿Llegó después de morir Pandora, después de que usted la matara? Usted sintió pánico, ¿no es así? Estaba aterrorizado.
Su mirada sí reflejaba pánico ahora.
– Mavis no pudo estar allí.
– Pero estuvo. Ella me llamó desde el apartamento de usted cuando encontró el cadáver.
– ¿Mavis lo vio? -Bajo el bronceado, la piel de Leo?nardo palideció-. Oh, Dios, no.
– Alguien golpeó a Mavis, dejándola sin sentido. ¿Fue usted?
– ¿Que alguien la pegó? ¿Está herida? -Se levantó de la silla y se mesó los cabellos-. ¿Dónde está Mavis?
– ¿Fue usted?
Leonardo extendió los brazos.
– Antes me cortaría las manos. Por el amor de Dios, Dallas, dígame dónde está ella. Necesito saber que está bien.
– ¿Cómo mató a Pandora?
– Yo… el periodista dijo que la maté a golpes. -Se es?tremeció.
– ¿Cómo la golpeó? ¿Qué utilizó para hacerlo?
– No sé… ¿con las manos? -De nuevo las mostró. Eve no vio señales de golpes, rasguños ni abrasiones en los nudillos. Eran unas manos perfectas, como talladas en una madera noble.
– Pandora era fuerte. Debió de ofrecer resistencia.
– El corte que tengo en el brazo.
– Me gustaría que le examinaran ese corte, así como las prendas que dice dejó en casa de Mavis.
– ¿Va a arrestarme ahora?
– De momento no hay cargos en su contra. Sin em?bargo, quedará retenido hasta que los resultados de las pruebas estén completos.
Eve le hizo repasar todo de arriba abajo, forzándole a recordar horas, lugares, movimientos. Una y otra vez, se daba de cabeza contra el muro que obstruía la memo?ria de Leonardo. Nada satisfecha, dio por concluido el interrogatorio, lo dejó a buen recaudo y dispuso lo ne?cesario para las pruebas.
Su próxima parada era el comandante Whitney.
Haciendo caso omiso de la silla que le ofrecía, Eve se quedó en pie ante su mesa. Rápidamente le dio los resul?tados de sus entrevistas previas. Whitney entrelazó los dedos y la observó. Tenía buena vista, ojos de policía, y vio que estaba nerviosa.
– Tiene a un hombre que se ha confesado autor del asesinato. Alguien con un móvil y una oportunidad.
– Sí, un hombre que no recuerda haber visto a la víc?tima la noche en cuestión, y mucho menos haberle aplastado la cara hasta matarla.
– No sería la primera vez que un delincuente confiesa así para pasar por inocente.
– Desde luego, señor. Pero no creo que sea el hom?bre que buscamos. Puede que las pruebas contradigan mi teoría, pero su personalidad no encaja en el crimen. Tuve ocasión de presenciar otro altercado en que la víc?tima agredió a Mavis. -En vez de intentar parar la pelea o mostrar algún signo de violencia, se quedó a un lado y se retorció las manos.
– Según su declaración, la noche del crimen él estaba ebrio. La bebida puede producir, y de hecho produce, cambios en la personalidad.
– Sí, señor. -Era razonable. En el fondo, Eve quería colgarle el muerto a Leonardo, tomar su confesión en sentido literal y adiós muy buenas. Mavis lo pasaría fa?tal, pero quedaría a salvo. Libre de culpa-. Él no lo hizo -dijo sin más-. He recomendado arresto volunta?rio durante el máximo de tiempo posible a fin de inte?rrogarlo de nuevo y refrescarle la memoria. Pero no podemos acusarle sólo porque crea que cometió asesi?nato.
– Admitiré sus recomendaciones, Dallas. Los otros informes del laboratorio no tardarán en llegar. Espere?mos que los resultados lo aclaren todo. Hágase cargo de que podrían inculpar todavía más a Mavis Freestone.
– Sí, señor. Me hago cargo.
– Usted y Mavis son amigas desde hace tiempo. No sería una mancha para su historial renunciar a ser el pri?mer investigador. En realidad sería mucho mejor para usted, teniente, y desde luego más lógico.
– No, señor. No voy a renunciar al caso. Si me aparta de él, pediré un permiso y seguiré investigando a título personal. Si es preciso, renunciaré al cargo.
Whitney se frotó la frente con ambas manos.
– No se lo aceptaría. Siéntese, teniente. Maldita sea, Dallas -explotó al ver que ella seguía de pie- ¡Siéntese! Es una orden, coño.
– Sí, mi comandante.
Whitney suspiró, reprimiendo su contrariedad.
– No hace mucho le hice daño con un ataque perso?nal que no fue ni apropiado ni merecido. Por culpa de eso estropeé la relación que había entre nosotros. En?riendo que no se sienta a gusto bajo mis órdenes.
– Es usted el mejor jefe que he tenido nunca. Para mí no es ningún problema tenerle como superior.
– Pero ya no somos amigos, ni de lejos. Sin embargo, debido a mi conducta durante su investigación de un caso que era para mí muy personal, usted debería saber que entiendo muy bien lo que le está pasando ahora mis?mo. Sé lo que significa tener un conflicto de lealtades, Dallas. Aunque le resulte imposible hablar de sus senti?mientos en este caso, le sugiero que lo haga con alguien en quien pueda confiar. Mi error en aquella investiga?ción fue no compartir la carga. No cometa usted el mis?mo ahora.
– Mavis no ha matado a nadie. Ninguna prueba po?dría convencerme de lo contrario. Yo haré mi trabajo, comandante. Y sabré encontrar al verdadero asesino.
– No me cabe duda de que lo hará, teniente, ni de que eso la hará sufrir. Tiene usted mi apoyo, tanto si lo quie?re como si no.
– Gracias, señor. Tengo que pedirle otra cosa en rela?ción con otro caso.
– ¿Cuál?
– El asunto Johannsen.
Whitney suspiró.
– Es usted como un sabueso, Dallas. Nunca suelta la presa.
Ella no se lo discutió.
– Tiene mi informe sobre lo que encontramos en la pensión de Boomer, comandante. La sustancia ilegal no ha podido ser totalmente identificada. He hecho investi?gaciones por mi cuenta sobre la fórmula. -Sacó un disco de su bolso-. Es una nueva mezcla, muy potente, y sus efectos son muy a largo plazo comparados con lo que se encuentra actualmente en la calle. De cuatro a seis horas con una dosis media. Demasiada cantidad de una sola vez sería, en un ochenta por ciento, fatal.
Whitney examinó el disco.
– ¿Investigación personal, Dallas?
– Tengo un enlace y lo he utilizado. El laboratorio si?gue en ello, pero ya han identificado varios ingredientes y sus proporciones. Mi opinión es que la sustancia sería enormemente rentable, ya que basta una pequeña canti?dad para conseguir resultados. Crea mucha adicción y produce sensaciones de fuerza, ilusiones de poder y una especie de euforia; no de tranquilidad, sino una sensa?ción de control sobre uno mismo y los demás. He calculado los resultados de una adicción a largo plazo. El uso diario durante un período delinco años significaría un bloqueo total y repentino del sistema nervioso. Y la muerte.
– Mierda. ¿Es un veneno?
– A la larga, sí. Los fabricantes lo saben sin duda, lo que les convierte en culpables no sólo de distribuir ile?gales sino de asesinato.
Eve dejó que reflexionara sobre ello, sabía los dolo?res de cabeza que eso podía producir si los medios infor?mativos llegaban a tener conocimiento de los datos.
– Boomer podía no saber todo esto, pero sí sabía lo suficiente para que lo mataran por ello. Quiero llegar hasta el final y puesto que hay otros asuntos que me preocupan, solicito que la agente Peabody me sea asigna?da como ayudante hasta que el caso quede resuelto.
– Peabody no tiene mucha experiencia en homicidios ni en ilegales, teniente.
– Lo compensa con cerebro y esfuerzo. Quisiera que me ayudara a coordinar con el teniente Casto de Ilega?les, que también usaba a Boomer corno soplón.
– Me ocuparé de ello. En cuanto a lo de Pandora, uti?lice a Feeney. -Arqueó una ceja-. Veo que ya lo está ha?ciendo. Hagamos como que se lo acabo de ordenar y que sea oficial. Tendrá que tratar con los media.
– Voy acostumbrándome a eso. Nadine Furst ha vuel?to de vacaciones. Le iré dando los datos que mejor me pa?rezca. Ella y Canal 75 me deben algunos favores. -Eve se puso en pie-. He de hablar con algunas personas. Me pon?dré en contacto con Feeney y haré que venga conmigo.
– A ver si podemos aclarar las cosas antes de su luna de miel. -La cara de Eve era un verdadero estudio de contradicciones: engorro, placer y miedo; Whitney se echó a reír-. Sobrevivirá, Dallas. Eso se lo garantizo.
– Sí, claro, el tipo que ha diseñado mi traje de boda está encerrado -murmuró-. Gracias, comandante.
Al verla salir, Whitney pensó que aunque ella tal vez no fuera consciente de que había bajado la barrera que había entre los dos, él sí.
– A mi mujer le va a encantar. -Más que feliz de dejar que condujera Dallas, Feeney se retrepó en el asiento del acompañante. Había poco tráfico mientras iban hacia Park Avenue South. Feeney, nativo de Nueva York, ha?bía desconectado hacía rato de los bramidos y ecos de los globos turísticos y los autobuses aéreos que pulula?ban por el cielo.
– Me dijeron que iban a arreglarlo. Qué cabrones. ¿Oye eso, Feeney? ¿Oye ese maldito zumbido?
Educadamente, Feeney se concentró en el ruido que salía del panel de control.
– Parece un enjambre de abejas asesinas.
– Tres días -dijo ella, enfadada-, tres días en repara?ción y escuche el ruido. Peor que antes.
– Dallas. -Le puso una mano en el brazo-. Tal vez tenga que enfrentarse a la idea de que su vehículo no es más que una basura. Requise uno nuevo.
– Yo no quiero uno nuevo. -Con el canto de la mano, Eve golpeó el panel de control-. Quiero éste, pero sin efectos de sonido. -Hubo de pararse en un se?máforo. A juzgar por como sonaban los controles, no podría fiarse del automático-. ¿Dónde diablos queda el 582 de Central Park South? -Sus controles seguían zumbando, así que les propinó otro golpe-. Digo que dónde diablos queda el 582 de Central Park South.
– Pregúntelo con amabilidad -le sugirió Feeney-. Ordenador, ¿sería tan amable de mostrar el mapa y loca?lizar Central Park South 582?
Al ver que la pantalla se encendía y aparecía el mapa holográfico señalando la ruta, Eve se limitó a gruñir.
– Yo no hago tantos mimos.
– A lo mejor por eso sus controles siempre se le es?tropean. Como le decía -prosiguió antes de que ella pu?diera cortarle-, a mi mujer le va a encantar. Justin Young: hacía de semental en Night Falls.
– Una telenovela, ¿no? -Le fulminó con la mirada-. ¿Qué hace usted mirando telenovelas?
– Mire, yo pongo ese canal para relajarme un poco, como cualquier hijo de vecino. Además, mi mujer está colada por Young. Ahora se dedica al cine. Apenas pasa una semana que ella no programe alguna de sus pelícu?las. El tipo lo hace bien, además. Aparte, sale Jerry Fitzgerald -añadió Feeney con una sonrisa soñadora.
– Guárdese sus fantasías.
– Esa chica sí está bien hecha, se lo digo yo. No como esas modelos que parecen haberse quedado en los hue?sos. -Hizo un sonido como anticipándose al placer de un enorme helado-. ¿Sabe por qué me gusta trabajar con usted, Dallas?
– ¿Por mi encanto personal y mi incisiva inteligencia?
– Por supuesto. -Feeney puso los ojos en blanco-. Poder ir a casa y decirle a mi mujer a quién he interroga?do hoy. Un multimillonario, un senador, aristócratas italianos, estrellas de cine. En serio, eso me está dando mucho prestigio.
– Me alegro de servirle de algo. -Encajó su maltrecho vehículo de policía entre un mini Rolls y un Mercedes de época-. Pero trate de controlar su embeleso mientras k hacemos el tercer grado a ese actor.
– Soy un profesional. -Pero Feeney estaba sonriendo al apearse del coche-. Mire esto. ¿No le gustaría vivir ahí dentro? -Chasqueó la lengua y apartó la mirada de la lustrosa fachada de mármol de imitación-. Ah, lo olvi?daba. Para usted esto son los bajos fondos.
– Váyase al infierno, Feeney.
– Vamos, no sea tan dura. -Le pasó una mano por los hombros mientras se dirigían hacia la puerta del edificio-. Enamorarse del hombre más rico del mundo no es algo de lo que haya de avergonzarse.
– No me avergüenzo; es que no quiero hablar más de ello.
El edificio era lo bastante lujoso como para tener portero además de sistema electrónico de seguridad. Tras mostrar sus placas, Eve y Feeney entraron en el vestíbulo de mármol que adornaban helechos exuberan?tes y flores exóticas en enormes macetas de porcelana.
– Qué ostentación -murmuró Eve.
– ¿Ve cómo se está volviendo? -Feeney salió de cam?po y se aproximó a la pantalla de seguridad interna-: Te?niente Dallas y capitán Feeney, para Justin Young.
– Un momento, por favor. -La empalagosa voz ci?bernética esperó que verificaran su identidad-. Gracias. El señor Young les está esperando. Diríjanse al ascensor tres, por favor. Que tengan un buen día.