Capitulo Diecisiete

Estar enrollada con un hombre rico tenía a juicio de Eve bastantes desventajas, pero también un factor abru?madoramente positivo: la comida. En el camino de vuel?ta a través de la ciudad, Eve pudo ponerse las botas de pollo Kiev del AutoChef bien surtido que Roarke llevaba en su coche.

– Nadie lleva pollo Kiev en su vehículo -dijo con la boca llena.

– Para salir contigo, sí. De lo contrario, se vive de sal?chichas de soja y huevos irradiados.

– Odio los huevos irradiados.

– Eso pensaba. -Le complacía oírla reírse-. Estás de un humor muy raro, teniente.

– La cosa marcha, Roarke. El lunes por la mañana le re?tiran los cargos a Mavis, y para entonces ya tendré a esos ca?brones. Todo fue por dinero -dijo, limpiándose con los de?dos unos granos de arroz de la India-. Maldito dinero. Pandora era el contacto para obtener Immortality, y esos tres pájaros querían su tajada.

– La convencieron para ir a casa de Leonardo y luego la mataron.

– Lo de Leonardo debió ser idea de ella. Pandora se moría de ganas de pelea. Les dio una magnífica oportu?nidad y el escenario adecuado. Que de pronto apareciese Mavis fue la guinda perfecta. De lo contrario habrían dejado a Leonardo colgando de las pelotas.

– No es que quiera cuestionar tu sutil, ágil y perspi?caz inteligencia, pero ¿por qué no se la cargaron en el primer callejón? Si estás en lo cierto, no era la primera ocasión.

– Esta vez querían echarle un poco de teatro. -Eve movió los hombros-. Hetta Moppett era un cabo suelto en potencia. Uno de ellos fue a verla, posiblemente la in?terrogó y luego se libró de ella. Era mejor no arriesgarse a saber lo que Boomer podía haber contado mientras se la follaba.

– Y el siguiente fue Boomer.

– Sabía demasiado. No es probable que supiera lo de la mafia a tres. Pero había calado a uno de ellos, y cuando le vio en el club, se escabulló. Consiguieron sacarle de su es?condite, lo torturaron y lo mataron. Pero no pudieron volver para coger la droga.

– ¿Todo por dinero?

– Por dinero y, si ese análisis da lo que yo me pienso, por Immortality. Pandora iba de eso, no hay ninguna duda. Entiendo que si Pandora tenía o quería algo, Jerry Fitzgerald quería más. Hablamos de una droga que te hace parecer más joven, más sexy. Para ella, profesional-mente, podía significar una fortuna. Sin mencionar su enorme ego.

– Pero es letal, ¿no?

– Es lo que se dice del tabaco, pero yo te he visto en?cender algún que otro cigarrillo. -Enarcó una ceja-. Du?rante la segunda mitad del siglo veinte el sexo sin protec?ción era letal; eso no impidió que la gente jodiera con desconocidos. Las armas son letales, pero llevamos dé?cadas comprándolas en la calle. Y luego…

– Entendido. La mayoría de nosotros piensa que va a vivir eternamente. ¿Le hiciste pruebas a Redford?

– Sí. Es inocente. Eso no quiere decir que sus manos estén menos pringadas de sangre. Pienso encerrarlos a los tres para los próximos cincuenta años.

Roarke detuvo el coche ante un semáforo y se volvió a mirarla.

– Eve, dime, ¿los persigues por asesinato o por ha?berle fastidiado la vida a tu amiga Mavis?

– El resultado es el mismo.

– Tus sentimientos no.

– Le han hecho daño -dijo ella, tensa-. Se lo han he?cho pasar fatal. Mavis perdió su empleo y gran parte de la confianza que tenía en sí misma. Eso tienen que pagarlo.

– De acuerdo. Sólo te diré una cosa.

– No necesito críticas al procedimiento por parte de alguien que salta cerraduras como tú.

Roarke sacó un pañuelo y le tocó la barbilla.

– La próxima vez que empieces con que no tienes fa?milia -dijo suavemente-, piénsalo dos veces. Mavis es familia tuya.

Ella fue a protestar, pero en cambio dijo:

– Yo hago mi trabajo. Si de pasada obtengo cierta sa?tisfacción personal, ¿qué hay de malo en eso?

– Nada en absoluto. -La besó y luego torció a la iz?quierda.

– Quiero dar la vuelta por la parte de atrás del edifi?cio. Gira a la derecha en la próxima esquina y luego…

– Ya sé cómo ir por la parte de atrás.

– No me digas que también eres el propietario de esto.

– Está bien, no te lo diré. A propósito, si me hubieras preguntado sobre el sistema de seguridad en casa de Young, yo podría haberte ahorrado (o a Feeney) tiempo y molestias. -Al ver que ella bufaba, él sonrió-. Si me da cier?ta satisfacción personal el ser dueño de gran parte de Man?hattan, ¿qué hay de malo en eso?

Eve se volvió hacia la ventanilla para que él no le vie?ra sonreír.

Al parecer, Roarke siempre tenía mesa en los más exclusivos restaurantes, butacas de primera fila en la obra de teatro de mayor éxito, y una plaza libre para aparcar en la calle. Roarke metió el coche y apagó el motor.

– No pensarás que voy a esperarte aquí, supongo.

– Lo que yo pienso no suele convencerte nunca. Vamos, pero procura recordar que tú eres un civil y yo no.

– Eso es algo que no olvido nunca. -Cerró el coche con el código. Era un barrio tranquilo, pero el vehículo valía el alquiler de medio año en la más elegante unidad del edificio-. Cariño, antes de que te pongas en modo oficial, ¿qué llevas debajo de ese vestido?

– Un artilugio para volver locos a los hombres.

– Pues funciona. Me parece que nunca te había visto mover el trasero de esa manera.

– Ahora es un culo de poli, así que cuidado.

– Eso es lo que hago. -Él sonrió y propinó a la zona en cuestión un palmetazo-. En serio. Buenas noches, Peabody.

– Roarke. -La cara inexpresiva, como si no hubiera oído una sola palabra, de Peabody se destacó de entre unos arbustos-. Dallas.

– Alguna señal de… -Eve se agazapó a la defensiva cuando el arbusto emitió un sonido, pero luego maldijo al ver salir a Casto sonriente-. Maldita sea, Peabody.

– Eh, no la culpe a ella. Yo estaba con DeeDee cuan?do recibió su llamada. No he dejado que se desembara?zara de mí. Cooperación interdepartamental, ¿eh, Eve? -Sin dejar de sonreír, extendió la mano-. Es un placer conocerle, Roarke. Jake Casto, de Ilegales.

– Me lo imaginaba. -Roarke enarcó una ceja al darse cuenta de que Casto se fijaba en el raso negro que envol?vía a Eve. A la manera de los hombres o de los perros irascibles, Roarke enseñó los dientes.

– Bonito vestido, Eve. Decía usted algo de llevar una muestra al laboratorio.

– ¿Siempre escucha todas las transmisiones de sus colegas?

– Bueno, yo… -Casto se acarició el mentón-. La lla?mada llegó en un momento crítico, entiende. Debería haber estado sordo para no oírlo. ¿Cree que ha pillado a Jerry Fitzgerald con una dosis de Immortality?

– Habrá que esperar el resultado del análisis. -Eve miró a Peabody-. ¿Young está dentro?

– Confirmado. He verificado seguridad, y entró a eso de las diecinueve. Desde entonces sigue ahí.

– A menos que haya salido por detrás.

– No, señor. -Peabody se dio el lujo de sonreír-. Lla?mé a su enlace cuando llegué aquí, y me respondió él. Pedí disculpas por un mal contacto.

– Entonces Young le ha visto.

Peabody negó con la cabeza.

– Esa clase de hombres no recuerda a un subalterno. Ni se fijó en mí, y desde que yo he llegado a las veintitrés treinta y ocho no ha habido movimiento en esta zona. -Señaló hacia arriba-. Tiene las luces encendidas.

– Entonces esperaremos. Casto, por qué no ayuda un poco y va a vigilar la entrada principal.

Él enseñó su sonrisa de dentífrico.

– ¿Quiere librarse de mí?

Ella levantó los ojos.

– Pues sí. Me explico: soy primer investigador de los casos Moppett, Johannsen, Pandora y Ro. Tengo plena autoridad para coordinar las investigaciones. Por lo tanto…

– Es dura de pelar, Eve. -Casto suspiró, encogió los hombros y guiño el ojo a Peabody-. Espérame, DeeDee.

– Lo siento, teniente -empezó a decir Peabody no bien Casto se hubo alejado-. Él escuchó la transmisión. Como no había forma de impedir que viniera aquí por su cuenta, me pareció más lógico asegurarme su ayuda.

– No creo que haya problemas. -El comunicador zumbó. Eve se fue a un aparte-. Aquí Dallas. -Escuchó un momento, frunció los labios, asintió-. Gracias. -Fue a guardarse el aparato en el bolsillo pero cayó en la cuen?ta de que no tenía, y lo metió en su bolso-. Fitzgerald ha salido, pagando ella misma. No me extrañaría que consiguiese una investigación operacional por esa riña de nada.

– Si llegan los resultados del laboratorio -dijo Peabody.

– Es lo que esperamos. -Echó una ojeada a Roarke-. La noche podría ser larga. No tienes por qué quedarte. Peabody y Casto pueden dejarme en casa cuando haya?mos terminado.

– Me gustan las noches largas. Permíteme un mo?mento, teniente. -Roarke se la llevó aparte-. No me ha?bías dicho que tenías un admirador en Ilegales.

Ella se mesó el cabello.

– ¿No?

– Esa clase de admirador que se muere de ganas por mordisquearte las extremidades.

– Curiosa manera de decirlo. Mira, él y Peabody son pareja ahora mismo.

– Eso no le impide mirarte a lametones.

Eve soltó una risotada, pero al ver la mirada de Ro?arke, se calmó y carraspeó antes de decir:

– Es inofensivo.

– A mí no me lo parece.

– Venga, Roarke, lo único que hace es representar su papel, como todos los que tenéis testosterona. -Los ojos de él brillaban aún, y algo hizo que Eve notara un vahído de nervios en el estómago, aunque no desagradable-. No estarás celoso, ¿verdad?

– Pues sí. -Era degradante admitirlo, pero él era de los que hacían lo que había que hacer.

– ¿De veras? -La sensación en el estómago fue ahora claramente placentera-. Pues gracias.

No merecía la pena suspirar. Ni tampoco darle un meneo. Roarke hundió las manos en los bolsillos e incli?nó la cabeza.

– De nada. Nos casamos dentro de unos días, Eve.

Otra vez los nervios.

– Sí.

– Como siga mirándote así, voy a tener que pegarle.

Ella sonrió y le palmeó la mejilla.

– Tranquilo, hombre.

Antes de que Eve pudiera reprimir del todo la risa, él le cogió de la muñeca.

– Me perteneces, Eve. -Sus ojos echaron chispas, sus dientes brillaron-. La cosa es mutua, cariño, pero por si no lo habías notado, me parece justo decirte que soy muy consciente de mi territorio. -La besó en la boca-. Yo te quiero. Por absurdo que parezca.

– Realmente es absurdo. -Para calmarse, Eve probó a respirar hondo-. Mira, no creo que merezcas ninguna explicación, pero Casto no significa nada para mí, ni na?die más. En realidad, Peabody está colada por él. Así que no te pongas nervioso.

– Vale. ¿Quieres que vuelva al coche y te traiga café?

Ella ladeó la cabeza.

– ¿Es una treta barata para poner fin a la discusión?

– Te recuerdo que mi café no es del barato.

– Peabody lo toma flojo. Tenlo en cuenta. -Eve le aga?rró del brazo, se lo llevó de nuevo a los arbustos-. Espera un momento -murmuró Eve mientras pasaba un coche por la calle a toda velocidad. El coche frenó rechinando y se metió rápidamente en una plaza elevada del aparca?miento. Rozó impaciente varios parachoques. Una mujer vestida de plata bajó a grandes trancos por la rampa.

– Ahí está -dijo Eve en voz baja-. No ha perdido el tiempo.

– Lo que usted pensaba, teniente -comentó Peabody.

– Sí. ¿Por qué una mujer que acaba de pasar por una situación incómoda y potencialmente engorrosa viene corriendo a ver a un hombre con el que acaba de rom?per, al que acusa de haberla engañado y que le dio un par de guantazos? Y todo eso en público.

– ¿Tendencias sadomasoquistas? -sugirió Roarke.

– No lo creo -dijo Eve-. Yo más bien diría que se trata de sexo y dinero. Y fíjese, Peabody. Nuestra heroí?na conoce la entrada de servicio.

Con una mirada despreocupada hacia atrás, Jerry fue directamente hacia la entrada de mantenimiento, intro?dujo el código y desapareció en el interior del edificio.

– Parece como si lo hubiera hecho a menudo. -Roar?ke puso una mano en el hombro de Eve-. ¿Bastará eso para refutar su coartada?

– Es un buen principio, desde luego. -Sacó del bolso unas gafas de reconocimiento, se las ajustó y enfocó ha?cia las ventanas de Justin Young-. No le veo -murmu?ró-. No hay nadie en la zona de estar. -Inclinó la cabe?za-. El dormitorio está vacío, pero encima de la cama hay una bolsa de viaje. Muchas puertas cerradas. No hay for?ma de ver la cocina ni la entrada posterior. Maldita sea.

Puso las manos en jarras y siguió observando.

– Hay un vaso en la mesilla de noche, y se ve una luz. Creo que el monitor del dormitorio está encendido. Ahí llega ella.

Los labios de Eve siguieron curvados mientras ob?servaba a Jerry irrumpiendo en el dormitorio. Las gafas especiales eran lo bastante potentes para permitirle ver un primer plano de furia desbocada. La boca de Jerry se estaba moviendo. Ahora se quitaba los zapatos y los lan?zaba lejos.

– Menudo mal humor -murmuró Eve-. Le está lla?mando, no para de tirar cosas. Entra el joven héroe por la izquierda. Caramba, está muy bien dotado.

Peabody, con sus gafas ajustadas, emitió un murmu?llo de asentimiento.

Justin estaba totalmente desnudo, la piel y el pelo mojados. Aparentemente, Jerry no se impresionó. Se lanzó sobre él, empujándole mientras Justin levantaba las manos y negaba con la cabeza. La discusión crecía en intensidad y dramatismo, con muchos ademanes y sacu?didas de cabeza. De pronto el tono cambió. Justin estaba desgarrando el carísimo vestido de noche de Jerry mien?tras ambos caían sobre la cama.

– Qué bonito, Peabody. Están haciendo las paces.

Roarke le tocó el hombro.

– ¿No tendrás otro par de gafas?

– Pervertido. -Pero como le parecía justo, Eve le en?tregó las suyas-. A lo mejor te llaman como testigo.

– ¿Qué? Yo ni siquiera estoy aquí. -Roarke se ajustó las gafas. Luego comentó-: No tienen mucha imagina?ción, ¿verdad? Dime, teniente, ¿dedicas mucho tiempo a presenciar coitos ajenos cuando vigilas?

– En ese terreno hay pocas cosas que no haya visto.

Reconociendo el tono, Roarke se quitó las gafas y se las devolvió.

– Qué trabajo el tuyo. Ahora entiendo que los sospe?chosos de asesinato no disfruten de mucha intimidad.

Ella se encogió de hombros y se puso las gafas. Era importante recuperar la idea inicial. Sabía que algunos colegas suyos se calentaban mirando las alcobas de la gente, y el mal uso de las gafas de vigilancia estaba a la orden del día. Ella las consideraba una herramienta, im?portante, sí, por más que su utilización fuera frecuente?mente recusada en los tribunales.

– Se acerca el gran final -dijo Eve sin más-. Hay que reconocer que son rápidos.

Apoyado en los codos, Justin la penetró. Con los pies en el colchón, Jerry elevó las caderas para recibirlo. Sus rostros brillaban de sudor, y los ojos muy cerrados añadían expresiones gemelas de tortura y placer. Cuan?do él se derrumbó sobre ella, Eve empezó a hablar.

Pero optó por callarse al ver que Jerry le abrazaba. Justin le acarició el cuello, mejilla contra mejilla.

– Vaya -masculló Eve-. No es sólo sexo. Se quieren.

El afecto humano resultaba más difícil de observar que la lascivia animal. Se separaron brevemente y se in?corporaron al unísono con las piernas entrelazadas. Él le acarició el pelo enmarañado. Ella apoyó la cara en la pal?ma de su mano. Empezaron a hablar. A juzgar por sus expresiones, el tono era serio, intenso. En un momento dado, Jerry bajó la cabeza y lloró.

Justin le besó el pelo, la frente, se puso en pie y cruzó la habitación. De una mininevera, sacó una esbelta bote?lla de cristal y sirvió un vaso de un líquido azul oscuro.

Se le veía serio cuando ella le arrebató el vaso y lo apuró de un solo trago.

– Bebidas de salud, y una mierda. Jerry consume.

– Sólo ella -terció Peabody-. Él no toma nada.

Justin sacó a Jerry de la cama y rodeándola por la cintura se la llevó del dormitorio, fuera de la vista.

– Siga mirando, Peabody -ordenó Eve. Se quitó las gafas dejándolas colgadas del cuello-. Está a punto de decir algo. Y no creo que tenga que ver con nuestra pe?queña escaramuza. La presión ha hecho mella en Jerry. Hay personas que no han nacido para matar.

– Si están intentando distanciarse el uno del otro para dar más fuerza a su coartada, ha sido arriesgado por su parte venir esta noche aquí.

Eve asintió y miró a Roarke.

– Ella le necesitaba. Hay muchas clases de adicción. -Como su comunicador hacía señales, Eve metió la mano en el bolso-. Aquí Dallas.

– Prisas, prisas. Siempre igual.

– Dame buenas noticias, Dickie.

– Una interesante mezcla, teniente. Aparte de los aditivos para convertirla en líquido, un bonito color y un sabor ligeramente afrutado, tienes lo que estabas buscando. Todos los elementos del polvo previamente analizado están ahí, incluido el néctar de Capullo In?mortal. No obstante, se trata de una mezcla menos po?tente, y si se ingiere por vía oral…

– Con eso basta. Transmite un informe completo a la unidad de mi despacho, con copias para Whitney, Casto y el fiscal.

– ¿Le pongo también un bonito lazo rojo alrededor? -dijo él de mal humor.

– No seas plasta, Dickie. Tendrás tus butacas de la lí?nea de cincuenta yardas. -Eve cortó la transmisión, son?riente-. Pida una orden de registro y decomiso, Peabody. Vamos por ellos.

– Sí, señor. Eh… ¿y Casto?

– Dígale que iremos por la parte de delante. Ilegales tendrá su tajada.


Eran las cinco de la mañana cuando terminaron el pape?leo oficial y la primera tanda de interrogatorios. Los abogados de Fitzgerald habían insistido en tener una pausa de seis horas como mínimo. Sin otra alternativa que darles ese gusto, Eve ordenó a Peabody que se toma?ra el tiempo libre hasta las ocho y pasó por su despacho.

– ¿No te había dicho que te fueras a dormir? -pre?guntó cuando vio a Roarke sentado a su mesa.

– Tenía trabajo.

Eve miró con malos ojos la pantalla encendida de su ordenador. Las intrincadas cianocopias la hicieron silbar.

– Esto es propiedad de la policía. Te puede costar hasta dieciocho meses de arresto domiciliario.

– ¿Puedes demorarlo un poco? Casi he terminado. Vista del ala este, todos los niveles.

– No bromeo, Roarke. No puedes usar mi enlace para asuntos personales.

– Mmm. Ajustar centro recreativo C. Superficie in?suficiente. Transmitir las dimensiones enmendadas, CFD Arquitectura y Diseño, oficina FreeStar Uno. Guardar en disco y desconectar. -Roarke recuperó el disco y se lo metió en el bolsillo-. ¿Decías?

– Esta unidad está programada sólo para mi voz. ¿Cómo has conseguido acceder?

Él sólo sonrió.

– ¡Vamos, Eve!

– Está bien. No me lo digas. Tampoco quiero saber?lo. ¿No podías haber hecho esto en casa?

– Claro. Pero entonces no habría tenido el placer de acompañarte y hacer que duermas unas horas. -Se puso en pie-. Que es lo que voy a hacer ahora.

– Pensaba dormir un poco en el sofá.

– No, pensabas quedarte aquí repasando los datos y haciendo cálculos de probabilidades hasta que se te ca?yeran los ojos.

Ella podría haberlo negado. En general, no era muy difícil decir mentiras.

– Sólo hay un par de cosas que quiero poner en or?den.

Él inclinó la cabeza.

– ¿Dónde está Peabody?

– La he mandado a casa.

– ¿Y el inestimable Casto?

Viendo la trampa pero no la vía de escape, Eve se en?cogió de hombros.

– Creo que se ha ido con ella.

– ¿Tus sospechosos?

– Les han dado un descanso.

– Bien -dijo él, cogiéndola del brazo-. Pues tú también vas a descansar. -Ella forcejeó pero Roarke siguió empujándola hacia el pasillo-. Estoy seguro de que a todo el mundo le gusta tu nuevo look, pero creo que lo mejora?rás si duermes un rato, te duchas y te cambias de ropa.

Ella se miró el vestido de raso negro. Había olvidado totalmente que lo llevaba.

– Creo que tengo unos téjanos en el armario. -Cuan?do él consiguió meterla en el ascensor sin demasiado es?fuerzo, ella vio que flaqueaba-. Vale, está bien. Iré a casa, me ducharé y puede que desayune algo.

Y, pensó él, dormirás al menos cinco horas.

– ¿Qué tal te ha ido ahí dentro?

– ¿Mmm? -Ella parpadeó, poniéndose alerta-. No hemos avanzado mucho. Tampoco esperaba gran cosa en la primera tanda. Siguen ciñéndose a su coartada y asegurando que alguien dejó allí la droga. Creo que po?dremos hacerle un test a Fitzgerald. Sus abogados han protestado mucho al respecto, pero nos saldremos con la nuestra. -Bostezó.

– Utilizaremos el resultado para pulir los datos, si no es que le sacamos toda una confesión. En el próximo in?terrogatorio triplicaremos los efectivos.

Él la condujo hacia el pasaje abierto que daba al aparcamiento de las visitas donde había dejado el coche. Notó que ella caminaba con el extremo cuidado de una mujer borracha.

– No les quedan posibilidades -dijo él al aproximar?se al coche-. Roarke, desconectar cierre centralizado.

Abrió la puerta y depositó a Eve en el asiento del acompañante.

– Nos cambiaremos. Casto es un buen interrogador. -Descansó la cabeza en el respaldo-. Eso he de recono?cerlo. Y Peabody tiene madera. Es muy tenaz. Los ten?dremos a los tres en cuartos separados, cambiándoles de interrogador. Apuesto a que el primero en caer será Young.

Roarke dejó atrás el aparcamiento y puso rumbo a su casa.

– ¿Por qué? -preguntó.

– Ese cabrón la quiere. El amor lo estropea todo. Co?metes errores porque estás preocupado. Porque eres es?túpido.

El sonrió ligeramente y le apartó el pelo de la cara. Eve se quedó profundamente dormida.

– Dímelo a mí.

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