Capitulo Nueve

– ¿Por qué me buscas las cosquillas, Dallas?

Arrebujado en su bata de laboratorio, el técnico jefe Dickie Berenski analizaba un mechón de vello púbico. Era un hombre muy meticuloso, además de un plomo de cuidado. Pese a ser famoso por su lentitud en los análisis, su promedio de éxitos ante los tribunales le convertía en el elemento más valioso del laboratorio de la policía.

– ¿No ves que estoy aquí encerrado? -Con sus ata?reados dedos de araña ajustó el enfoque de sus microgafas-. Tenemos seis homicidios, diez violaciones, una carretada de sospechosos y muertos desatendidos, y demasiadas cosas en que pensar. No soy un robot, joder.

– Poco te falta -masculló Eve.

No le gustaba el laboratorio, con su atmósfera anti?séptica y sus paredes blancas. Era como un hospital, o peor aún, la sala de Pruebas. Todo policía que empleara la fuerza hasta el punto de provocar una muerte se veía obligado a pasar por Pruebas. Sus experiencias con esa rutina especialmente insidiosa no habían sido nada agra?dables.

– Mira, Dickie, has tenido tiempo de sobra para ana?lizar esa sustancia.

– Tiempo de sobra… -El técnico se apartó de la mesa. Sus ojos, tras las gafas especiales, eran grandes y osados como los de un búho-. Tú y todos los polis de la ciudad os creéis que lo vuestro es prioritario. Como si pudiése?mos dejar todo lo demás. ¿Sabes qué ocurre cuando sube la temperatura, Dallas? Que la gente se pone irasci?ble, eso ocurre. Tú sólo tienes que calmarlos, pero noso?tros, mi equipo y yo, tenemos que examinar cada cabe?llo y cada fibra. Eso lleva tiempo.

Su tono quejumbroso exasperó a Eve.

– Homicidios me está dando la paliza, e Ilegales me atosiga por no sé qué mierda de polvo -añadió él-. Ya tienes el resultado preliminar.

– Necesito el final.

– Bueno, pues no está listo. -Los labios de Dickie es?bozaron un puchero al darse la vuelta y poner en panta?lla la imagen ampliada del pelo-. He de terminar un ADN.

Eve sabía cómo manejarle. No le gustaba hacerlo, pero sabía cómo.

– Tengo dos butacas de tribuna para el partido de los Yankees contra los Red Sox.

Los dedos del técnico volaron sobre los controles.

– ¿De tribuna?

– Frente a la tercera base.

Dickie se quitó las gafas para examinar la habitación. Había otros técnicos trabajando en sus ordenadores.

– A lo mejor té consigo algo. -Impulsó su silla hacia la derecha hasta ponerse ante otro monitor. Conectó el teclado y abrió el archivo manualmente. Tecleó despa?cio, mirando la pantalla-. El problema está ahí, ¿lo ves? Es este elemento.

Para Eve sólo eran colores y símbolos desconocidos, pero gruñó mientras salían los datos. El elemento desco?nocido que ni siquiera la unidad de Roarke había podi?do identificar.

– ¿Es esa cosa roja?

– No, no, eso es una anfetamina corriente. La hay en Zeus, en Buzz, en Smiley. Vaya, se puede conseguir un derivado en cualquier sitio donde pagues al contado. Quiero decir esto. -Señaló con el dedo a un garabato verde.

– Ya, ¿qué es?

– Eso nos preguntamos todos, Dallas. Nunca lo ha?bía visto. El ordenador no puede identificarlo. Yo me huelo que procede de otro planeta.

– Eso sube las apuestas, ¿verdad? Por traer una sus?tancia desconocida de fuera del planeta te pueden caer veinte años en cárcel de máxima seguridad. ¿Se conocen los efectos?

– Estoy trabajando en ello. Parece que tiene algunas de las propiedades de las drogas analgésicas. Se carga los radicales libres. Pero hay ciertos efectos secundarios ne?fastos cuando se mezcla con las otras sustancias encon?tradas en el polvo. Lo tienes casi todo en el informe. In?tensifica el deseo sexual, lo que no es mala cosa, pero a eso siguen violentos cambios de humor. Aumenta la fortaleza física pero propicia la falta de control. Deja el sistema nervioso hecho polvo. Te sientes de puta madre un rato, prácticamente invulnerable, te dan ganas de joder como un conejo, pero no te importa gran cosa si a tu pareja le interesa o no. Cuando llega la bajada, se produ?ce de golpe y rápidamente y la única cosa que te pone a tono es una nueva dosis. Si sigues con eso, subiendo y bajando todo el rato, el sistema nervioso acaba diciendo basta. Y te mueres.

– Básicamente es lo que ya me habías dicho.

– Porque estoy atascado con el elemento X. Es un vegetal, de eso estoy seguro. Similar a una especie de va?leriana que se da en el sudoeste. Los indios utilizaban las hojas para curar. Pero la valeriana no es tóxica y esto sí.

– ¿Es un veneno?

– Tomado solo y en dosis suficiente, lo sería, en efec?to. También lo son muchas hierbas y plantas empleadas en medicina.

– Es una hierba medicinal.

– Yo no he dicho eso. -Dickie hinchó los carrillos-. Seguramente es un híbrido de otro planeta. No puedo decirte más, de momento. Tú y los de Ilegales no vais a conseguir que encuentre la respuesta metiéndome prisas.

– Este caso no es de Ilegales sino mío.

– Díselo a ellos.

– Lo haré. Bueno, Dickie. Ahora necesito el análisis toxicológico de Pandora.

– No lo llevo yo, Dallas. Se lo pasamos a Suzie-Q, y tiene todo el día libre.

– Tú eres el jefe de esto, y yo necesito el informé. -Esperó un segundo-. Con las butacas de tribuna van dos pases para vestuarios…

– Ya. Bien, no estará de más hacer alguna averigua?ción. -Marcó su código y luego el archivo-. Suzie-Q lo guardó, bravo por ella. Jefe Berenski, invalidar seguri?dad en Archivo Pandora, Identificación 563922-H.

PRUEBA DE VOZ VERIFICADA.

– Mostrar lexicología.


PRUEBAS DE TOXICOLOGÍA PENDIENTES. RESULTADOS PRELIMINARES EN PANTALLA.


– Estuvo bebiendo mucho -murmuró Dickie-. Cham?pán francés, del mejor. Seguramente murió feliz. Por lo visto era Dom del 55. Buen trabajo, el de Suzie-Q. Aña?dió unos cuantos polvos de la felicidad. A la difunta le gustaban las fiestas. Diría que es Zeus… No. -Inclinó los hombros hacia adelante, como hacía siempre que estaba intrigado o incómodo-. ¿Qué diablos es esto?

Cuando el ordenador empezaba a detallar los ele?mentos, Dickie cortó de un capirotazo rabioso y empe?zó a examinar el informe manualmente.

– Aquí había alguna mezcla -musitó.

Sus dedos jugaron con los controles como los de un pianista en su primer recital: pausados, cautos, precisos. Dallas vio cómo los símbolos iban formándose, disper?sándose y alineándose otra vez. Y entonces vio también la pauta.

– Es la misma. -Eve miró a la silenciosa Peabody con ojos de acero-. Es la misma sustancia.

– Yo no he dicho eso -interrumpió Dickie-. Cállate y deja que termine de ver el análisis.

– Es la misma -repitió Eve-, con el mismo garaba?to verde del elemento X. Pregunta, Peabody: ¿qué tie?nen en común una top-model y un soplón de segunda clase?

– Los dos están muertos.

– Ha respondido la primera parte correctamente. ¿Quiere intentar la segunda y doblar su premio? ¿Cómo murieron los dos?

Peabody esbozó la más liviana de las sonrisas:

– A palos.

– Y ahora el gran premio: tercera parte de la pregun?ta. ¿Qué relación hay entre estos dos asesinatos aparen?temente sin conexión?

Peabody miró al monitor:

– El elemento X.

– Premio. Transmite ese informe a mi oficina, Dic?kie. A la mía -repitió cuando él la miró inquisitivamen?te-. Si llaman de Ilegales, tú no sabes nada nuevo.

– Oye, no puedo esconder datos…

– Muy bien. -Eve dio media vuelta-. Haré que te traigan esas localidades a las cinco.


– Usted lo sabía -dijo Peabody mientras tomaban el des?lizador aéreo para ir al sector de Homicidios-. Cuando estábamos en el apartamento de Pandora. No encontró la caja, pero sabía lo que había dentro.

– Sospechaba -dijo Eve- que era una mezcla nueva, que intensificaba la potencia sexual y la fuerza física. -Consultó su reloj-. He tenido la suerte de trabajar en los dos casos a la vez, de estar pendiente de los dos. Te?mía estar complicando las cosas, pero entonces empecé a hacerme preguntas. Vi los dos cuerpos, Peabody. Era el mismo tipo de exceso, la misma crueldad.

– Yo no creo que fuera cuestión de suerte. También estuve en las dos escenas, y he estado a dos velas todo el rato.

– Pero aprende muy rápido. -Eve saltó del desliza?dor para tomar el ascensor hasta su nivel-. No le dé mu?chas vueltas, Peabody. Yo llevo en esta profesión el do?ble de tiempo que usted.

Peabody entró en el tubo de cristal y miró desintere?sadamente la ciudad a sus pies.

– ¿Por qué me ha hecho intervenir en el caso?

– Usted tiene cerebro y sangre fría. Es lo mismo que me dijo Feeney cuando me puso a sus órdenes. En Homi?cidios. Dos adolescentes acuchillados y lanzados a la ram?pa de la Segunda con la Veinticinco. Yo también estuve unos días a dos velas. Pero encontré un resquicio de luz.

– ¿Cómo supo que quería servir en Homicidios?

Eve salió del tubo y torció por el pasillo en dirección a su despacho.

– Porque la muerte es insultante. Y cuando encima te meten prisas, es el peor insulto de todos. Vamos a tomar un par de cafés. Quiero poner todo esto por escrito an?tes de llevárselo al comandante.

– Supongo que no podríamos comer nada.

Eve le sonrió volviendo la cabeza.

– No sé qué habrá en mi AutoChef, pero… -Calló al entrar en el despacho y encontrarse a Casto sentado con sus largas piernas embutidas en los consabidos téjanos encima de la mesa y cruzadas por los tobillos-. Vaya, Casto, Jake T., como en casa, ¿eh?

– La estaba esperando, muñeca. -Guiñó un ojo a Eve y sonrió arrebatadoramente a Peabody-. Qué tal, DeeDee.

– ¿DeeDee? -murmuró Eve, y se dispuso a encargar café.

– Teniente. -La voz de Peabody sonó dura como el hierro, pero sus mejillas se habían sonrosado.

– Al que le toca trabajar con un par de polis que ade?más de listas están de buen ver es un tío con suerte. ¿Puedo tomar yo una taza, Eve? Cargado, solo y dulce.

– Puede tomar café, Casto, pero no tengo tiempo para consultas. He de revisar papeleo, y tengo una cita dentro de un par de horas.

– Seré breve. -Pero no se movió de sitio cuando ella le pasó el café-. He estado intentando meterle prisa a Dickie. Ese tío es más lento que una tortuga coja. Como usted es primer investigador, pensaba que podría requi?sar una muestra para mí. Tengo un laboratorio privado para estas ocasiones. Son muy rápidos.

– Creo que no será buena idea sacar este caso del de?partamento, Casto.

– Ese laboratorio está aprobado por Ilegales.

– Me refiero a Homicidios. Vamos a darle un poco más de tiempo a Dickie. Boomer ya no puede moverse.

– Vale, usted está al mando. Es que me gustaría ter?minar pronto este caso. Deja muy mal sabor de boca. No como este café. -Cerró los ojos y suspiró-. Santo Dios, ¿de dónde lo saca? Es verdadero oro.

– Relaciones que tiene una.

– Ah, ese novio rico, claro. -Saboreó otro sorbo-. Cualquier hombre se sentiría tentado de seducirla con una cerveza fría y una enchilada.

– Lo mío es el café, Casto.

– No le culpo. -Desvió la mirada hacia Peabody-. ¿Qué dice usted, DeeDee? ¿Le apetece una cerveza he?lada?

– La agente Peabody está de servicio -dijo Eve vien?do que Peabody sólo tartamudeaba-. Tenemos trabajo, Casto.

– Les dejo trabajar, entonces. -Descruzó las piernas y se puso en pie-. ¿Por qué no me telefonea cuando esté libre, DeeDee? Sé un sitio donde hacen la mejor cocina mejicana a este lado de río Grande. Eve, si cambia de opinión sobre esa muestra, hágamelo saber.

– Cierre la puerta, Peabody -ordenó Eve al salir Cas?to-. Y séquese la baba del mentón, mujer.

Desconcertada, Peabody levantó una mano y al no?tar que tenía la barbilla seca, su humor no mejoró un ápice.

– Eso no tiene gracia. Señor.

– Basta ya de «señor». Cualquiera que responda al nombre de DeeDee pierde cinco puntos en la escala de dignidad. -Eve se dejó caer en la butaca recién abando?nada por Casto-. ¿Qué demonios quería?

– Creía que lo había dicho claro.

– No, la razón de que estuviera aquí no era sólo esa. -Se inclinó para conectar la máquina. Un rápido vistazo a seguridad no mostró resquicio alguno-. Si ha estado hurgando, no se nota.

– ¿Para qué iba a abrir sus archivos?

– Es muy ambicioso. Si pudiera cerrar el caso antes que yo, se pondría muy contento. Además, Ilegales nunca quiere compartir un triunfo.

– ¿Y Homicidios sí? -dijo secamente Peabody.

– Qué va. -Eve sonrió-. Hay que revisar este infor?me. Tendremos que solicitar un experto en toxicología planetaria. Será mejor que vayamos llenando el agujero que vamos a hacerle al presupuesto.

Media hora más tarde, eran convocadas al despacho del jefe de policía y seguridad.


A Eve le gustaba el jefe Tibble. Era un sujeto grande, con una mentalidad osada y un corazón más policía que político. Después del tufo que el anterior jefe había de?jado a su paso, la ciudad y el departamento habían sen?tido la necesidad de ese aire fresco que Tibble traía con?sigo.

Pero Eve no sabía para qué diablos las habían llama?do. Hasta que entró en el despacho y vio a Casto y al ca?pitán de éste.

– Teniente, agente. -Tibble les indicó las sillas.

Estratégicamente, Eve ocupó la que estaba junto al comandante Whitney.

– Tenemos un pequeño lío que solucionar -empezó Tibble-. Y lo vamos a hacer ahora y para siempre. Te?niente Dallas, usted es primer investigador en los homi?cidios de Johannsen y Pandora.

– Así es, señor. Me llamaron para confirmar la iden?tificación del cadáver de Johannsen pues era uno de mis informadores. En el caso Pandora, fui requerida en la es?cena del crimen por Mavis Freestone, que ha sido incul?pada en ese caso. Ambos expedientes siguen abiertos y en proceso de investigación.

– La agente Peabody es su ayudante.

– La solicité como ayudante y fui autorizada a asig?narla a mi caso por el comandante Whitney.

– Muy bien. Teniente Casto, Johannsen también era informador suyo.

– En efecto. Yo trabajaba en otro caso cuando en?contraron su cuerpo. No se me notificó hasta más tarde.

– Y en ese momento los departamentos de Ilegales y Homicidios acordaron cooperar en la investigación.

– Así es. Sin embargo, cierta información de última hora pone ambos casos bajo la jurisdicción de Ilegales.

– Pero son homicidios -protestó Eve.

– Con el vínculo de sustancias ilegales. -Casto lució su mejor sonrisa-. El último informe del laboratorio muestra que la sustancia hallada en el cuarto de Johannsen fue encontrada también en el organismo de Pandora. Esta sustancia contiene un elemento desconocido que no ha sido aún clasificado, y según el artículo seis, sec?ción nueve, código B, todo caso relacionado con ello debe asignarse al jefe de investigación de Ilegales.

– Excepción hecha de los casos que ya estén siendo investigados por otro departamento. -Eve se obligó a respirar hondo-. Mi informe sobre el particular estará listo en una hora.

– Las excepciones no son automáticas, teniente. -El capitán de Ilegales juntó las yemas de los dedos-. Una cosa está clara, Homicidios no tiene gente, experiencia ni infraestructura para investigar un desconocido. Ilega?les sí. Y nos parece que escamotear datos a nuestro de?partamento no es cooperar.

– Su departamento y el teniente Casto recibirán sen?das copias cuando el informe esté terminado. Estos ca?sos son míos…

Whitney levantó una mano a tiempo.

– La teniente Dallas es primer investigador. Aunque estos casos tengan que ver con sustancias ilegales, no dejan de ser homicidios, que es lo que ella está investi?gando.

– Con todos los respetos, comandante. -Casto ate?nuó la sonrisa-, todo el mundo sabe que usted apoya a la teniente, y razón no le falta, dado su historial. Si pe?dimos esta entrevista con el jefe Tibble fue para esta?blecer un juicio justo sobre prioridades. Yo tengo más contactos en la calle, y estoy relacionado con comer?ciantes y distribuidores de sustancias. Trabajando extraoficialmente, he conseguido acceso a fábricas, destilerías y laboratorios, cosa que la teniente no. Añádase a eso que hay un sospechoso acusado del asesinato de Pandora.

– Que no tenía la menor conexión con Johannsen -terció Eve-. Fueron asesinados por la misma persona, jefe.

Tibble permaneció impasible, sin delatar su posible decisión.

– ¿Es eso una opinión suya, teniente?

– Mi dictamen profesional, señor, que intento de?mostrar en mi informe.

– Jefe, no es ningún secreto que la teniente Dallas tie?ne un interés personal en el sospechoso. -El capitán habló pausadamente-. Sería lógico que ella tratara de enmasca?rar el caso. ¿Cómo puede dictaminar con objetividad cuando el sospechoso es una de sus mejores amigas?

Tibble levantó un dedo para refrenar el furor de Eve.

– ¿Su opinión, comandante Whitney?

– Confío por entero en el dictamen de la teniente Dallas. Sabrá hacer su trabajo.

– Estoy de acuerdo. Capitán, no me gusta mucho la deslealtad. -La regañina era suave, pero la puntería le?tal-. Bien, ambos departamentos tienen razón en cuanto a la prioridad. Las excepciones no son automáticas, y nos enfrentamos a un elemento desconocido que al pa?recer está involucrado al menos en dos muertes. Ambos tenientes, Dallas y Casto, tienen un historial ejemplar, y tengo entendido que los dos son más que competentes en su trabajo. ¿Está de acuerdo, comandante?

– Sí, señor, los dos son grandes policías.

– Entonces, sugiero que cooperen en lugar de jugar al gato y al ratón. La teniente Dallas conserva su condi?ción de primer investigador y, por tanto, tendrá al co?rriente de cualquier avance al teniente Casto y su depar?tamento. ¿Es todo, o he de cortar a un niño en dos como Salomón?

– Termine ese informe cuanto antes, Dallas -masculló Whitney mientras salían-. Y la próxima vez que sobor?ne a Dickie, hágalo mejor.

– Sí, comandante. -Eve miró la mano que le tocaba el brazo y vio a Casto a su lado.

– Tenía que intentarlo. Al capitán le encantan los partidos emocionantes.

A Eve no se le escapó la alusión al béisbol.

– No importa, ya que soy yo la que está bateando. Le pasaré mi informe, Casto.

– Gracias. Yo iré a husmear por la calle. De momen?to, nadie sabe nada de una nueva mezcla. Pero este asun?to extraplanetario podría dar pie a algo. Conozco a un par de tipos en Aduanas que me deben favores.

Eve dudó, pero finalmente decidió que era la hora de tomarse en serio la cooperación.

– Pruebe con Stellar Five. Pandora regresó de allí un par de días antes de morir. Todavía tengo que compro?bar si hizo algún alto en el camino.

– Bien. Téngame al corriente. -Casto sonrió y la mano que seguía en el brazo de ella bajó hasta su cintu?ra-. Tengo la sensación, ahora que hemos ventilado nuestras diferencias, que formaremos un equipo cojo-nudo. Aclarar este caso va a venir muy bien a nuestros respectivos historiales.

– Me interesa más encontrar al asesino que el efecto que eso pueda tener en mi estatus profesional.

– Eh, la justicia lo primero, que quede claro. -Su ho?yuelo tembló-. Pero no me echaré a llorar si mis esfuer?zos acercaran mi sueldo al de un capitán. ¿Me guarda rencor?

– No. Yo habría hecho lo mismo.

– Bien. Puede que me pase un día de éstos a tomar un poco de ese café. -Le dio un apretón a la muñeca-. Ah, Eve, espero que su amiga sea inocente. Lo digo en serio.

– Lo demostraré. -Él se había alejado ya un par de zancadas cuando ella vio que no podía aguantarse-. ¿Casto?

– ¿Sí, muñeca?

– ¿Qué le ofreció?

– ¿Al tonto de Dickie? -Su sonrisa fue tan grande como todo Oklahoma-. Una caja de escocés puro. Se lanzó sobre ella como una rana a una mosca. -Casto sacó su lengua para ilustrarlo y guiñó de nuevo-. Nadie soborna mejor que un poli de Ilegales, teniente.

– Lo tendré en cuenta. -Eve se metió las manos en los bolsillos pero no pudo evitar sonreír-. Tiene estilo, eso no hay quien se lo quite.

– Y un trasero fenomenal -dijo Peabody antes de que pudiera callárselo-. Sólo era un comentario.

– Con el cual estoy de acuerdo. Bueno, Peabody, esta vez hemos ganado la batalla. Veamos qué tal se nos da la guerra.


Cuando terminó de redactar el informe, Eve estaba casi bizca. Dejó libre a Peabody tan pronto las copias fueron transmitidas a todos los interesados. Luego pensó en cancelar su sesión con la psiquiatra, considerando todas las razones posibles para postergarla.

Pero llegó al despacho de la doctora Mira a la hora prevista y, una vez dentro, aspiró los conocidos aromas de té de hierbas y perfume vaporoso.

– Me alegro de que haya venido. -Mira cruzó sus piernas enfundadas en medias de seda. Se había cambia?do el peinado, advirtió Eve. Lo llevaba corto en vez de recogido en un moño. Los ojos sí eran los mismos, cla?ros, serenos y azules y repletos de entendimiento-. Tie?ne buen aspecto.

– Estoy bien.

– No entiendo cómo puede estarlo, con las cosas que están pasando en su vida. Profesional y personalmente. Debe de ser tremendamente difícil para usted que una amiga íntima sea acusada de un asesinato que usted está investigando. ¿Cómo lo lleva?

– Yo hago mi trabajo. Haciéndolo, demostraré la ino?cencia de Mavis y descubriré quién le tendió la trampa.

– ¿Se siente escindida en su lealtad?

– No, ahora que he reflexionado sobre ello. -Eve se frotó las manos en las perneras del pantalón. Las palmas húmedas eran un efecto secundario habitual de sus en?trevistas con Mira-. Si tuviera alguna duda, la más míni?ma duda de que Mavis es inocente, no sé muy bien qué haría. Pero como no es así, la respuesta está clara.

– Eso es un consuelo para usted.

– Podríamos decir que sí. Me sentiré más cómoda cuando haya cerrado el caso y ella quede libre. Supongo que estaba preocupada cuando concerté esta cita con us?ted. Pero ahora me siento mejor.

– Eso es importante: controlar la situación.

– No puedo hacer mi trabajo si no tengo la sensación de que la domino.

– ¿Y en cuanto a su vida personal?

– Bueno, a Roarke no hay quien le domine.

– Entonces ¿es él quién lleva las riendas?

– Si una le deja sí. -Eve rió-. Seguramente él diría lo mismo de mí. Imagino que los dos tratamos de llevar las riendas, pero al final vamos en la misma dirección. Él me quiere.

– Parece que eso le sorprende.

– Nadie me ha querido nunca. Al menos de este modo. Para alguna gente es muy fácil decirlo. Las pala?bras. Pero con Roarke no son sólo palabras. Él me cono?ce por dentro, y no me importa.

– ¿Debería importar?

– No lo sé. No siempre me gusta lo que veo, pero a él sí. O al menos lo comprende. -Y Eve comprendió en ese momento que era de eso de lo que necesitaba hablar. De aquellos puntos negros-. Quizá sea porque los dos tuvi?mos un comienzo difícil. Supimos, cuando éramos demasiado jóvenes para saberlo, que la gente puede ser muy cruel. Que el poder no solamente corrompe, sino que mutila. Él… yo nunca había hecho el amor antes. Me había acostado con gente, sí, pero nunca sentí nada más allá de una cierta liberación. Nunca pude tener intimi?dad -acabó diciendo-. ¿Ésa es la palabra?

– Sí, creo que justamente ésa. ¿Por qué le parece que con él ha conseguido intimidad?

– Roarke no lo habría aceptado de otra forma. Por?que él… -Sintió ganas de llorar y parpadeó-. Porque él abrió algo que había dentro de mí y que yo había cerra?do a cal y canto. De alguna manera, tomó el control de esa parte de mi ser, o yo le dejé que lo tomara. Esa parte de mí murió siendo yo pequeña cuando…

– Se sentirá mejor si lo dice, Eve.

– Cuando mi padre me violó. -Suspiró y las lágrimas ya no tuvieron importancia-. Me violó, me forzó y me hizo daño. Me utilizaba como si fuera una prostituta cuando yo era demasiado pequeña y débil para impedír?selo. Me sujetaba o me ataba. Me pegaba hasta que yo apenas podía ver, o me tapaba la boca para que no pu?diera gritar. Y me penetraba a la fuerza, y se metía hasta que el dolor era casi tan obsceno como el acto en sí. Y nadie podía ayudarme, yo no podía hacer otra cosa que esperar la próxima vez.

– ¿Comprende usted que no debía culparse por ello? -preguntó dulcemente Mira. Cuando finalmente se abría un acceso, pensó, uno tenía que extraer todo el ve?neno con cuidado, lentamente, a conciencia-. ¿Ni en?tonces ni ahora ni nunca?

Eve se enjugó las mejillas.

– Yo quería ser policía porque los policías tienen el control, detienen a los criminales. Me parecía muy senci?llo. Después, una vez en el cuerpo, empecé a ver que hay gente que siempre acecha a los débiles y los inocentes. No, no fue culpa mía. La culpa fue de él y de la gente que fingía no ver ni oír nada. Pero aún tengo que apechugar con ello, y era más fácil hacerlo cuando no recordaba.

– Pero hace mucho tiempo que lo recuerda, ¿verdad?

– A trozos. Todo lo que pasó antes de que me encon?traran en el callejón cuando tenía ocho años no eran más que retazos.

– ¿Y ahora?

– Más retazos, demasiados. Y todo está más claro, más próximo. -Se pasó la mano por la boca y delibera?damente la bajó de nuevo a su regazo-. Puedo ver su cara. Antes no era capaz de hacerlo. Durante el caso DeBlass, el pasado invierno, creo que se produjeron sufi?cientes coincidencias como para que eso ocurriera. Lue?go llegó Roarke, y todo empezó a surgir de forma más clara y más rápida. Ya no puedo pararlo.

– ¿Es eso lo que quiere?

– Si pudiera, barrería de un plumazo esos ocho años. -Lo dijo cruelmente, pues lo sentía así-. Ya no tienen que ver conmigo. No quiero que tengan nada que ver conmigo nunca más.

– Eve, por más horribles y obscenos que fueran esos ocho años, son parte de su vida. Le ayudaron a forjar su fortaleza, su compasión hacia los inocentes, su comple?jidad, su resistencia. Recordar y enfrentarse a esos re?cuerdos no cambiará lo que usted es ahora. A menudo le he recomendado que acceda a la autohipnosis. Ya no lo voy a hacer. Creo que su subconsciente está dejando aflorar esos recuerdos a su propio ritmo.

Si era así, Eve quería que el ritmo fuese lento, que la dejara respirar.

– Quizá hay cosas que no estoy preparada para re?cordar. Hay un sueño que no deja de repetirse última?mente. Una habitación, un cuarto nauseabundo con una luz roja que parpadea en la ventana. Se enciende y se apaga. Una cama. Está vacía, pero manchada. Sé que es sangre. Mucha sangre. Me veo a mí misma acurrucada en un rincón del suelo. Allí hay más sangre. Estoy cubierta de sangre. Estoy mirando a la pared y no me veo la cara. No puedo ver con claridad, pero seguro que soy yo.

– ¿Está sola?

– Eso creo. No lo sé. Sólo veo la cama, el rincón y la luz que se enciende y se apaga. A mi lado en el suelo hay un cuchillo.

– Usted no tenía heridas de cuchillo cuando la en?contraron.

Eve miró a la doctora con ojos hundidos y obsesio?nados.

– Ya lo sé.

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