Tardamos cuatro horas en volver a la Cruz del Rey. El poni de Bult se tumbó dos veces y no quiso levantarse. Cuando llegamos Ev nos esperaba en el establo para preguntarnos cuándo pensábamos empezar la expedición. Carson le dio una respuesta inadecuada en tono y modales.
—Sé que acaban de volver y que tienen que rellenar sus informes y todo eso —dijo Ev.
—Y comer —murmuró Carson, cojeando alrededor de su poni—, y dormir. Y matar a un explorador.
—¡Es que tengo tantas ganas de conocer Boohte! —dijo Ev—. Sigo sin poder creer que esté aquí, hablando con…
—Lo sé, lo sé —le interrumpí yo, mientras descargaba el ordenador—. Findriddy y Carson, los famosos exploradores.
—¿Dónde está Bult? —preguntó Carson. Desató la cámara del huesosilla del poni—. ¿Y por qué no ha venido a descargar su poni?
Evelyn le tendió a Carson el cuaderno de Bult.
—Me pidió que les dijera que éstas son las multas del viaje de vuelta.
—Él no estaba en el viaje de vuelta —dijo Carson, mirando el diario—. ¿Qué demonios es esto? «Destrucción de fauna indígena.» «Daño a las formaciones de arena.» «Contaminación atmosférica.» Cogí el cuaderno.
—¿Le dio Bult indicaciones para regresar a la Cruz del Rey?
—Sí —dijo Ev—. ¿Hice algo mal?
—¿Mal? —estalló Carson—. ¿Mal?
—No te acalores —dije—. Bult no puede multar a Ev hasta que sea miembro de la expedición.
—Pero no comprendo —balbuceó Ev—. ¿Qué he hecho mal? Si sólo conduje el rover…
—Levantar polvo, dejar huellas de neumáticos, emitir humo…
—Los vehículos con ruedas no están permitidos fuera de las instalaciones del gobierno —le expliqué a Ev, que nos miraba asombrado.
—Entonces, ¿cómo van por ahí? —preguntó.
—No vamos —dijo Carson, mirando al poni de Bult, que parecía a punto de desplomarse otra vez—. Explícaselo, Fin.
Yo sentía demasiado cansancio para explicar nada, menos aún sobre la idea del Gran Hermano de cómo explorar un planeta.
—Cuéntale tú lo de las multas mientras yo resuelvo esto con Bult —dije, y me dirigí a la zona vallada atravesando el compuesto.
Para mí no hay nada peor que trabajar para un gobierno con complejo de culpabilidad. Lo único que hacíamos en Boohte era explorar el planeta, pero el Gran Hermano no quería que nadie los acusara de «implacable expansión imperialista» y de arrasar a los indígitos como hicieron cuando colonizaron América.
Así que crearon todas esas reglas para «preservar los ecosistemas planetarios» (lo que implicaba que no se nos permitía construir presas o matar la fauna local), y «proteger a las culturas indígenas de la contaminación tecnológica» (lo que significaba que no podíamos darles agua de fuego ni armas), e implantaron multas por romper las normas.
Y ahí fue donde cometieron el primer error, porque pagaban las multas a los indígitos, y Bult y su tribu sabían reconocer una ventaja en cuanto la veían, y antes de que te dieras cuenta te multaban por dejar pisadas, y Bult compraba contaminación tecnológica a diestro y siniestro con lo que recaudaba.
Supuse que estaría en la zona de la puerta, hundido hasta la segunda articulación en objetos de consumo, y no me equivoqué. Cuando abrí la puerta, estaba abriendo una caja de paraguas.
—Bult, no puedes cargarnos las multas cometidas por el rover—dije.
Él sacó un paraguas y lo examinó. Era de esos plegables. Sostuvo el paraguas ante él y pulsó un botón. Se encendieron luces por todo el reborde.
—Destrucción de superficie terrestre —dijo.
Le tendí su cuaderno.
—Ya conoces las reglas. «La expedición no es responsable de las violaciones cometidas por cualquier persona que no sea miembro oficial de ella.»
Él seguía enfrascado con los botones. Las luces se apagaron.
—Bult miembro —dijo, y el paraguas se abrió y se cerró, a un pelo de mi estómago.
—¡Cuidado! —Salté hacia atrás—. Tú no puedes cometer infracciones, Bult.
Bult soltó el paraguas y abrió una gran caja de dados, cosa que haría feliz a Carson. Su ocupación favorita, aparte de echarme la culpa de todo, es el juego.
—¡Los indígitos no pueden cometer infracciones! —exclamé.
—Tono y modales inadecuados —dijo él.
También sentía demasiado cansancio para esto, y seguía teniendo que hacer el informe y el paradero. Lo dejé desempaquetando una caja de cortinas de baño y me marché.
Abrí la puerta.
—Cariño, estoy en casa —llamé.
—¡Hola! —canturreó alegremente C.J. desde la cocina, que estaba a un paso—. ¿Cómo ha ido la expedición?
Ella apareció en el umbral, sonriendo y secándose las manos en un paño. Se había acicalado: tenía la cara limpia, se había peinado y llevaba una camisa abierta hasta treinta grados norte.
—La cena está casi preparada —anunció alegremente, y entonces se detuvo y miró alrededor—. ¿Dónde está Evelyn?
—En el establo —dije, soltando mis cosas en una silla—, hablando con Carson, el explorador planetario. ¿Sabías que somos famosos?
—¡Qué suciedad! —observó ella—. Y llegáis tarde. ¿Qué demonios os ha hecho tardar tanto? La cena está fría. La tenía lista hace dos horas. —Señaló mis cosas con un dedo—. Saca esa asquerosa mochila de ahí. Ya es bastante malo tener que soportar berrinches de polvo sin que vosotros dos os revolquéis en la mierda.
Me senté y apoyé las piernas sobre la mesa.
—¿Y cómo te ha ido el día, querida? ¿Bautizaron en tu nombre un charco de barro? ¿Te acostaste con algún solitario?
—Muy gracioso. Da la casualidad de que Evelyn es un joven muy agradable que comprende cómo es estar sola en un planeta durante semanas sin nadie a cientos de kloms y quién sabe qué peligros acechando ahí fuera…
—Como perder esa camisa —la interrumpí.
—No estás precisamente en posición de criticar mi aspecto —atajó ella—. ¿Cuándo fue la última vez que te cambiaste la tuya? ¿Qué has estado haciendo, revoleándote en el barro? Y quita esas botas de los muebles. ¡Son repugnantes! —Me golpeó las piernas con el paño de cocina.
Era tan divertido como hablar con Bult. Si me iban a pasar por la parrilla, más valía que fuera a manos de expertos. Me levanté de la silla.
—¿Alguna observación?
—Si quieres decir reprimendas oficiales, hay dieciséis. Están en el ordenador. —Volvió a la cocina, con la falda ondeando—. Y lávate. No te sientes a la mesa con ese aspecto.
—Sí, querida —dije, y me dirigí a la consola. Introduje el informe de la expedición y eché un vistazo a las superficies que había explorado en el Sector 247-72 y luego solicité las observaciones.
Estaban los mensajes de amor habituales del Gran Hermano: no cubríamos suficientes sectores, no dábamos suficientes nombres indígenas, incurríamos en demasiadas multas.
«Observación sobre el lenguaje utilizado por los miembros de las expediciones de exploración: tales miembros se abstendrán de emplear términos despectivos en referencia al gobierno, sobre todo abreviaciones y términos de argot como "Gran Hermano" y "los capullos de casa". Esas referencias implican falta de respeto, y por tanto minan las relaciones con los seres indígenas y obstruyen los objetivos del gobierno. Los miembros de las expediciones de exploración se referirán por tanto al gobierno con su nombre adecuado y completo.»
Entraron Evelyn y Carson.
—¿Algo interesante? —preguntó Carson, inclinándose sobre mí.
—Teníamos nuestros micros demasiado altos —dije.
Me dio una palmada en el hombro.
—Voy a comprobar el tiempo y a darme un baño.
Asentí, contemplando la pantalla. Él se marchó y yo me quedé contemplando de nuevo las observaciones y luego miré a mis espaldas. Ev estaba inclinado sobre mí, con la barbilla prácticamente sobre mi hombro.
—¿Le importa si miro? —dijo—. Es tan exci…
—Lo sé, lo sé —dije—. No hay nada más emocionante que leer un puñado de informes del Gran Hermano. Oh, lo siento —dije, señalando la pantalla—, se supone que no podemos llamarlos así. Se supone que debemos utilizar títulos adecuados. No hay nada más emocionante que leer los informes del Tercer Reich.
Ev sonrió, y yo pensé sí, es más listo de lo que parece.
—Fin. —C.J. llamó desde la puerta del comedor. Se había desabrochado la blusa otros diez grados—. ¿Puedo llevarme a Evelyn un minuto?
—Apuesta a que sí, Crissa Jane.
Ella me miró de mal talante.
—Es lo que significa C.J., ¿sabe? —informé a Ev—. Crissa Jane Tull. Tendrá que recordarlo para cuando salgamos de expedición.
—¡Fin! —exclamó ella—. Ev —llamó dulcemente—, ¿puedes ayudarme con la cena?
—Claro —dijo Ev y se fue tras ella como una bala. Bueno, no mucho más listo.
Volví a las observaciones. No estábamos mostrando un «respeto adecuado por la integridad cultural indígena», lo que quería decir vete a saber qué; no habíamos rellenado todavía la subsección 12-2 del informe de minerales de la Expedición 158; habíamos dejado dos huecos de territorio inexplorado en la Expedición 162, uno en el Sector 248-76 y otro en el Sector 246-73.
Yo sabía lo que era el hueco 246-73, pero no el otro, y dudaba de que hubiera aún un hueco. Habíamos recorrido gran parte de ese territorio en la penúltima expedición.
Pedí las topográficas y solicité un diseño de mapas. El Gran Herma… Hizzoner tenía razón por una vez. Había dos agujeros en el mapa.
Carson entró, con una toalla y un par de calcetines limpios.
—¿Nos han despedido ya?
—Por poco. ¿Cómo está el tiempo?
—Lloverá en las Ponicacas a principios de la semana que viene. Por lo demás, nada. Ni siquiera un berrinche de arena. Parece que podremos ir adonde queramos.
—¿Qué tal por territorio explorado? ¿Por la 76 arriba?
—:Lo mismo. Claro y seco. ¿Por qué? —dijo, acercándose para echar un vistazo a la pantalla—. ¿Qué tienes?
—No lo sé todavía. Probablemente, nada. Ve a lavarte.
Se dirigió hacia la letrina. Sector 248-76. Eso quedaba al otro lado de la Lengua y, si no recordaba mal, cerca del Arroyo de Sombraplata. Fruncí el ceño ante la pantalla durante un minuto y luego pedí el diario de la Expedición 181 y empecé a echarle una ojeada rápida.
—¿Es ésa la expedición de la que acaban de volver? —dijo Ev, y yo me di la vuelta para encontrármelo otra vez pegado encima.
—Creía que estaba ayudando a C.J. en la cocina —señalé, desconectando el ordenador.
Él hizo una mueca.
—Hace demasiado calor allí dentro. ¿Enviaba el diario de la expedición a la NASA?
Sacudí la cabeza.
—El diario va en directo. Se transmite directamente a C.J. y ella lo envía a través de la puerta. Estaba terminando el sumario de la expedición.
—¿Envía usted todos los informes?
—No. Carson envía las topográficas y las f-y-f. Yo envío las geológicas y las cuentas. —Pedí la suma de las multas de Bult.
Ev parecía inquieto.
—Quería pedirle disculpas por conducir el rover. No sabía que iba contra las reglas utilizar transporte no indígena. Lo último que querría hacer en mi primer día era meterlos en problemas a usted y al doctor Carson.
—No se preocupe. Todavía nos quedan salarios en esta expedición, lo cual ya es más de lo que sacamos en las dos últimas. Lo único que realmente te mete en problemas es matar a la fauna y bautizar cualquier descubrimiento con el nombre de alguien —dije, mirándolo, pero él no pareció especialmente culpable. Por lo visto C.J. aún no había adoptado su pose total—. De todas formas, estamos acostumbrados a los problemas.
—Lo sé —contestó él, animado—. Como la vez que la estampida casi acaba con su vida y el doctor Carson llegó al rescate.
—¿Cómo sabe eso? —pregunté.
—¿Está de broma? Son ustedes…
—Famosos, ya. Pero cómo…
—Evelyn —llamó C.J., chorreando miel con cada sílaba—, ¿puedes ayudarme a poner la mesa? —El volvió a marcharse.
Conecté de nuevo el diario 181 y luego cambié de opinión y pedí los paraderos. Comprobé las dos veces que habíamos estado en el Sector 248-76. Wulfmeier había estado en la Puerta de Salida en ambas ocasiones, lo que no demostraba nada. Pedí una verificación sobre él.
—Necessito orrdenator —dijo Bult.
Alcé la cabeza. Estaba junto al ordenador, apuntándome con su paraguas.
—Yo también necesito el ordenador —dije, y él echó mano a su diario—. Además, casi es la hora de la cena.
—Necessito compprarr—dijo él, colocándose tras de mí para poder ver la pantalla—. Confiscación forzosa de propiedad.
—Muy bien—accedí, preguntándome qué era peor, no poder escapar de la bayoneta de su paraguas o una nueva multa. Además, no podría averiguar lo que necesitaba saber con tanta gente pegada a mi hombro. Y la cena estaba preparada. Evelyn empujó la puerta de la cocina con el hombro y sacó un plato de carne. Pedí el catálogo.
—Aquí tienes —dije, levantándome—. Nieman Marcus a tu disposición. Adelante. Compprra.
Bult se sentó, abrió el paraguas y empezó a hablar con el ordenador.
—Un par de docenas de gafas de campo digiscan polarizantes —dijo—, con funciones telemétricas y ampliación de objetos.
Ev se le quedó mirando.
—Una máquina tragaperras «Patinadores Especiales» —prosiguió Bult.
Ev se acercó con el plato.
—¿Bult sabe hablar inglés?
Cogí un trozo de carne.
—Depende. Cuando está pidiendo cosas, sí. Cuando se le habla, no mucho. Cuando intentas negociar exploraciones satélite o permiso para emplazar una puerta, no hablo inglés. —Cogí otro trozo de carne.
—¡Ya está bien! —protestó C.J., que traía las verduras—. ¡De verdad, Fin, tienes los modales de un rompepuertas! ¡Al menos podrías esperar a que lleguemos a la mesa! —Soltó las verduras—. ¡Carson! ¡La cena está lista! —Llamó, y regresó a la cocina.
Él entró, secándose las manos con una toalla. Se había lavado y afeitado alrededor del bigote. Se acercó a mí.
—¿Has encontrado algo? —murmuró.
—Tal vez.
Ev, todavía sosteniendo el plato de carne, me miraba intrigado.
—He descubierto que esos binoculares que perdiste van a costamos trescientos —dije.
—¿Yo los perdí? —contestó Carson—. Los perdiste tú. Los puse junto a tu mochila. ¿Por qué demonios son trescientos?
—Posible contaminación tecnológica —expliqué—. Si los encuentra un indígito nos habrás hecho perder quinientos.
—¡Y he sido yo! —exclamó él.
C j. entró con un cuenco de arroz. Se había puesto otra camisa con las coordenadas aún más bajas, y con luces alrededor de los bordes como las del paraguas de Bult.
—Tú eras el que tenías prisa por regresar y conocer a Evelyn —señalé.
Saqué una silla de debajo de la mesa y me senté. Él cogió el plato de las manos de Ev.
—Quinientos. ¡Mierda! —Colocó el plato sobre la mesa—. ¿A cuánto asciende el resto de las multas? —No lo sé. Aún no lo he calculado.
—Bien, ¿qué demonios has estado haciendo esta vez? —Se sentó—. Está claro que no te has dado un baño.
—C.J. se ha arreglado lo suficiente por todos —dije—. ¿Para qué son las luces? —le pregunté. Carson hizo una mueca.
—Son como las señales de las pistas de aterrizaje, para que puedas encontrar el camino. C.J. lo ignoró.
—Siéntate a mi lado Evelyn.
Él le retiró la silla y C.J. se sentó, apañándoselas para inclinarse de forma que pudiera verle toda la pista. Ev se sentó a su lado.
—¡No puedo creer que esté cenando con Carson y Findriddy! Háblenme de sus expediciones. Seguro que han corrido un montón de aventuras.
—Bueno —dijo Carson—, Fin perdió los binos.
—¿Han decidido ya cuándo empezaremos la próxima expedición? —preguntó Ev. Carson me miró.
—Todavía no —contesté—. Dentro de unos cuantos días, probablemente.
—Oh, bueno —ronroneó C.J., inclinándose en dirección de Ev—. Así tendremos más tiempo para conocernos. —Se colgó de su brazo.
—¿Puedo ayudar en algo? —dijo Ev—. ¿Cargar los ponis o algo? Estoy ansioso por comenzar.
C.J. le soltó el brazo, disgustada.
—¿Para así poder pasar tres semanas durmiendo en el suelo y escuchando a estos dos?
—¿Estás de broma? —dijo él—. ¡Hice la solicitud para tener la oportunidad de ir de expedición con Carson y Findriddy hace cuatro años! ¿Cómo es estar en el equipo de investigación con ellos?
—¿Cómo es? —Ella nos miró—. Son maleducados y sucios, se saltan todas las normas, y no dejes que todas sus discusiones te engañen: son uña y carne. —Montó un dedo sobre otro—. Nadie tiene una oportunidad contra esos dos.
—Lo sé —asintió Ev—. En los saltones se…
—¿Qué son esos saltones? —pregunté—. ¿Una especie de holo?
—Son DHVs —dijo Ev, como si eso lo explicara todo—. Hay toda una serie sobre usted, Carson y Bult. —Se detuvo y miró a Bult agazapado sobre el ordenador, bajo su paraguas—. ¿Bult no come con ustedes?
—No le está permitido —respondió Carson, sirviéndose la carne.
—Reglas —expliqué—. Contaminación cultural. Invitarlo a comer a la mesa y usar cubiertos es imperialista. Podríamos corromperlo con comidas terrestres y enseñándole modales.
—Hay pocas posibilidades de eso —dijo C.J., retirando el plato de carne del alcance de Carson—. Vosotros dos no sabéis lo que son los modales.
—Así que mientras comemos —prosiguió Carson, desparramando patatas sobre su plato—, él se sienta a ordenar tacitas de café y cucharillas para doce. Nadie ha dicho jamás que el Gran Hermano tuviera mucha lógica.
—El Gran Hermano, no —intervine, blandiendo un dedo ante Carson—. Observación a nuestra última reprimenda: los miembros de la expedición se referirán al gobierno por su título adecuado.
—¿Cuál? ¿Idiotas, S.A.? —se burló Carson—. ¿Qué otras brillantes órdenes has encontrado?
—Quieren que cubramos más territorio. Y han desautorizado uno de nuestros nombres. Arroyo Verde.
Carson levantó la cabeza de su plato.
—¿Qué demonios hay de malo en Arroyo Verde?
—Hay un senador llamado Verde en el Comité de Vías y Obras. Pero no pudieron demostrar ninguna conexión, así que nos multaron con el mínimo.
—También hay gente se que llama Ríos o Montes —dijo Carson—. Si uno de ésos entra en el comité, ¿qué demonios haremos entonces?
—Creo que es ridículo que no se pueda poner a las cosas nombres de gente —dijo C.J.—. ¿No te parece, Evelyn?
—¿Por qué no se puede? —preguntó Ev.
—Reglas —dije yo—. «Observación a la práctica de nombrar formaciones geológicas, ríos, etc., en honor a exploradores, oficiales del gobierno, personajes históricos, etc.: dicha práctica es indicativa de actitudes colonialistas opresivas y falta de respeto por las tradiciones culturales indígenas, etc., etc.» Pasadme la carne.
C.J. cogió el plato, pero no lo pasó.
—¡Opresivo! Faltaría más. ¿Por qué no podemos ponerle a algo nuestro nombre? Somos nosotros quienes estamos atascados en este horrible planeta solos en territorio inexplorado durante meses y meses y con vete a saber qué peligros acechando. Merecemos algo.
Carson y yo hemos oído este discurso como unas cien o doscientas veces. Antes nos machacaba a nosotros, pero luego descubrió que los prestamistas eran más receptivos.
—Hay cientos de montañas y arroyos en Boohte. No me diréis que no hay algún medio de nombrar a uno de ellos en honor a alguien. Quiero decir que el gobierno ni siquiera se enteraría.
Bueno, en eso creo que se equivoca. Sus Majestades Imperiales comprueban cada nombre, y aunque lo único que intentáramos colarles fuera un insecto llamado C.J., podrían expulsarnos de Boohte.
—Hay una forma de conseguir que bauticen algo con tu nombre, C.J. —dijo Carson—. ¿Por qué no dijiste que estabas interesada?
C.J. entornó los ojos.
—¿Cómo?
—¿Recuerdas a Stewart? Fue uno de los primeros exploradores de Boohte —le explicó a Ev—. Quedó atrapado en una riada y acabó aplastado contra una colina. La Colina de Stewart, la llamaron. In memoriam. Todo lo que tienes que hacer es coger mañana el heli y apuntar contra lo que quieras que tenga tu nombre, y…
—Muy gracioso —bufó C.J.—. Estoy hablando completamente en serio. —Se volvió hacia Ev—. ¿No te parece normal el deseo de dejar alguna huella, para que después de que te marches no te olviden, una especie de monumento a tu labor?
—¡Mierda, si hablamos de labor, quienes tendrían que ponerle el nombre a algo somos Fin y yo! —dijo Carson—. ¿Qué te parece, Fin? ¿Quieres ponerle tu nombre a algo?
—¿Y qué sacaría de eso? ¡Lo que quiero es la carne! —Extendí las manos, pero nadie me hacía caso.
—Lago Findriddy —dijo Carson—. Meseta Fin.
—Pantano Findriddy —intervino C.J.
Era hora de cambiar de tema, o nunca conseguiría nada de carne.
—Así que, Ev, es usted sexozoólogo.
—Socioexozoólogo —corrigió—. Estudio conductas instintivas de apareamiento en especies extraterrestres. Ritos de cortejo y conductas sexuales.
—Bueno, ha venido sin duda al lugar adecuado —dijo Carson—. C.J…
—Háblame de las especies interesantes que has estudiado —cortó C.J.
—Bueno, en realidad todas son interesantes. La mayoría de las conductas animales son instintivas y condicionadas, pero la conducta reproductora es realmente complicada. En parte es condicionada, en parte se basa en estrategias de supervivencia, y la combinación produce un número considerable de variantes. Los charlagartos de Ottiyal se aparean dentro del cráter de un volcán en activo, y hay una especie terrana, el parrapájaro, que construye una elaborada parra de cincuenta veces su tamaño y luego la decora con orquídeas y bayas para atraer a la hembra.
—Vaya nido —dije.
—Oh, pero no es el nido —contestó Ev—. El nido se construye delante de la parra y es bastante corriente. La parra es sólo para el cortejo. Los seres inteligentes son aún más interesantes. Los machos inkicce se cortan los dedos de los pies para impresionar a las hembras. Y el ritual de cortejo de los opantis (los seres indígenas inteligentes de Jevo) dura seis meses. La hembra opanti plantea una serie de tareas difíciles que el macho debe realizar antes de que ella le permita aparearse.
—Igual que C.J. —reí—. ¿Qué clase de tareas tienen que hacer esos opantis para las hembras? ¿Ponerle su nombre a los ríos?
—Las tareas varían, pero a menudo consisten en regalar piezas de estima, realizar pruebas de valor o superar retos de fuerza.
—¿Cómo es que los machos tienen que hacer siempre todo el cortejo? —dijo Carson—. Tienen que conseguir dulces y flores, demostrar que son duros, construyen parras mientras la hembra se queda allí sentada tratando de decidir.
—Porque al macho sólo le interesa aparearse —contestó Ev—. A la hembra le preocupa asegurar la supervivencia óptima de sus retoños, lo que significa que necesita un macho listo y fuerte. Pero el macho no hace todo el cortejo. Las hembras envían señales de respuesta para animar y atraer a los machos.
—¿Como luces de aterrizaje? —pregunté.
C.J. me miró desafiante.
—Sin esas señales, el ritual de cortejo se rompe y no puede completarse —concluyó Ev.
—Lo recordaré —dijo Carson. Se retiró de la mesa—. Fin, si queremos empezar dentro de dos días, será mejor que echemos un vistazo al mapa. Traeré las nuevas topográficas. —Se marchó.
C.J. despejó la mesa, y yo eché a Bult del ordenador y emplacé el mapa, rellenando los huecos con topográficas extrapoladas antes de regresar a la mesa.
Ev estaba inclinado sobre el mapa.
—¿Es esto la Muralla? —preguntó, señalando la Lengua.
—No. Eso es la Lengua. Ésto es la Muralla —dije, metiendo la mano en mitad del holo para demostrarle su curso.
—No sabía que era tan larga… —se asombró, siguiendo su curso sinuoso a lo largo de la Lengua hasta las Ponicacas—. ¿Qué parte es territorio inexplorado?
—La parte en blanco —dije, mirando la enorme extensión occidental del mapa. La zona cartografiada parecía una gota en un océano.
Carson regresó y llamó a Bult y a su paraguas, y discutimos las rutas.
—No hemos cartografiado ninguno de los afluentes norte de la Lengua. —Carson señaló una zona con un marcador de luz—. ¿Por dónde podemos cruzar la Muralla, Bult?
Bult se inclinó sobre la mesa y señaló torpemente dos zonas distintas, asegurándose de que su dedo no entrara en el holo.
—Si cruzamos por aquí —dije, cogiendo el marcador de Carson—, podemos atravesar por aquí y seguir Risco Arenas-negras arriba. —Encendí una línea en el Sector 248-76 y a través del agujero—. ¿Qué te parece?
Bult señaló la otra abertura en la Muralla, manteniendo su dedo bien por encima de la mesa.
—Cahmino massh ráhpidoh.
Miré a Carson.
—¿Qué te parece?
Él me miró fijamente.
—¿Llegaremos a ver los árboles que tienen las hojas de plata? —preguntó Ev.
—Tal vez —contestó Carson, sin dejar de mirarme—. Cualquier camino me parece bueno —le dijo a Bult—. Tendré que comprobar el clima y ver cuál será más adecuado. Parece que ha llovido mucho por aquí. —Apuntó con el dedo la ruta marcada por Bult—. Y tendremos que estudiar el terreno. ¿Quieres hacerlo, Fin?
—Apuesta a que sí —dije.
—Yo comprobaré el clima, y veré si podemos elaborar una ruta a través de los plataluces para que Evie los vea. Salió.
—¿Puedo ver cómo estudia el terreno? —me preguntó Ev.
—Claro. —Me dirigí al ordenador.
Bult estaba utilizándolo otra vez, agachado bajo su paraguas, comprando una ruleta.
—Tengo que calcular la ruta más sencilla —declaré—. Podrás dedicarte al comercio cuando acabe.
Sacó su cuaderno.
—Prácticas discriminatorias —declaró.
Eso era nuevo.
—¿Por qué todas esas multas, Bult? —dije—. ¿Estás ahorrando para comprar un…? —Estuve a punto de decir «casino», pero sólo faltaba que le diera nuevas ideas—. ¿Para comprar algo grande?
Él volvió a coger su cuaderno.
—Necesito el ordenador si quieres introducir esas multas que sumaste con el rover hoy —dije.
Él vaciló, preguntándose si al multarme por «intentar sobornar a explorador indígena» ganaría más que con las multas del rover, y entonces se desplegó articulación por articulación y me dejó el sitio.
Contemplé la pantalla. No tenía sentido comprobar el terreno cuando ya conocía la ruta que quería, y no podía mirar el diario con Bult y Ev allí delante. Empecé a sumar las multas.
C.J. entró unos minutos después y se llevó a Ev para convencerlo de que el Gran Hermano no lo pillaría si le ponía a una de las montañas Monte C.J., pero Bult seguía pululando cerca de mí, apuntándome a la espalda con su paraguas.
—¿No tienes que ir a desempaquetar todos esos paraguas y cortinas de ducha que has comprado? —dije, pero él ni siquiera parpadeó.
Tuve que esperar a que todo el mundo estuviera acostado, incluyendo a C.J., que se había metido en su jergón con un picardías que no ocultaba nada y luego se levantó para decirle buenas noches a Ev y dirigirle una última mirada, antes de poder echarle un vistazo a ese diario.
Me supuse que Bult estaría en la zona de la puerta, desempaquetando sus compras, pero me equivocaba. Lo que significaba que estaba todavía «comprranto» y yo nunca podría estar a solas con el ordenador. Pero tampoco lo encontré en el comedor.
Comprobé en la cocina y luego miré en los establos. A medio camino divisé un semicírculo de luces junto al borde. No tenía ni idea de lo que podía estar haciendo allí; probablemente intentaba poner multas al equipaje, pero al menos no estaba enganchado al ordenador.
Me acerqué lo suficiente para asegurarme de que era él y no sólo su paraguas y luego volví al salón y le pedí a Puerta de Salida una verificación sobre Wulfmeier. La conseguí, lo que tampoco significaba nada. Bult podría conseguir más dinero vendiendo verificaciones falsas que poniéndonos multas.
Pedí una trazadora y luego comprobé el resto de los rompepuertas. Teníamos señales sobre Miller y Abeyta, y Shoudamire estaba en el puente del Powell, lo que dejaba a Karadjk y Red Fox. Estaban en el Brazo.
La trazadora mostraba a Wulfmeier en Dazil hasta el día anterior por la tarde. Reflexioné y luego pedí el diario y coordenadas marco a marco y me acomodé para observarlas.
Tenía razón. El Sector 248-76 estaba cerca de la Muralla, a unos veinte kloms de donde habíamos cruzado, una zona de montañas ígneas grisáceas cubierta de matorrales hasta la altura de las rodillas, probablemente la razón de que nos lo hubiéramos saltado.
Pedí una aérea. C.J. había cubierto el 248-76 en uno de sus viajes a casa. Conecté los íntimos y pedí las visuales. Tenía el aspecto que yo recordaba: montañas y matorrales, unos pocos matacaminos. La visual indicaba esquisto de grano fino con filosilicatos todo el camino. Pedí el diario anterior. En esa expedición fuimos al sur. En ese lado también había montañas y matorrales.
El esquisto que habíamos encontrado en Boohte carecía de oro, y no había signos de sal ni de anomalías resecas, así que no era un anticlinal. Además, habíamos tenido buenos motivos para saltarnos la zona dos veces: la primera vez estábamos siguiendo la Muralla, buscando una brecha; la segunda intentábamos evitar el 246-73. En ninguna de las dos ocasiones llegué a sospechar que Bult estuviera evitándolo. Aunque así fuera, sería probablemente porque los ponis se atascarían ante lo empinado de las montañas.
Por otro lado, habíamos estado cerca dos veces y en aquellas montañas podía esconderse casi cualquier cosa, incluida una puerta.
Borré mis transacciones, levanté los íntimos y regresé a la casa para hablar con Carson.
Ev estaba apoyado contra la puerta. Parecía tan satisfecho y relajado que me pregunté si C.J. se había desmoronado y le había echado un polvo. Solía hacerlo y luego intentaba que los prestamistas pusieran su nombre a cualquier cosa, pero la mitad de las veces lo olvidaban, y decidió que funcionaba mejor de la otra manera.
En fin, por la manera en que lo miraba durante la cena, todo era posible.
—¿Qué hace aquí? —le pregunté.
—No podía dormir. —Miró hacia la cordillera—. Sigo sin poder convencerme de que estoy de verdad aquí. Es maravilloso.
En eso tenía razón. Las tres lunas de Boohte habían salido y colgaban en fila como una expedición. Su luz daba a la cordillera una tonalidad azul purpúrea. Me apoyé contra el otro lado de la puerta.
—¿Cómo es estar ahí fuera, en territorio inexplorado? —preguntó.
—Es como esas costumbres de apareamiento suyas: en parte instinto, en parte estrategia de supervivencia, demasiadas variables. Pero sobre todo es un montón de polvo y triangulaciones —dije, aunque sabía que no me creería—.Y ponicacas.
—No puedo esperar.
—Entonces será mejor que se vaya a la cama —aconsejé, pero él no se movió.
—¿Sabía que un buen número de especies ejecutan sus rituales de apareamiento a la luz de la luna? Como el latigopoluntad y la rana antarreana.
—Y los adolescentes —dije, y bostecé—. Será mejor que nos vayamos a la cama. Tenemos mucho que hacer por la mañana.
—No creo que pueda dormir —suspiró, todavía con aquella expresión drogada.
Empecé a preguntarme si me habría equivocado al considerarlo tan listo.
—He visto los vids, pero no le hacen justicia —añadió, mirándome—. No tenía ni idea de que todo fuera tan hermoso.
—Tendría que haber usado esa frase con C.J. y su picardías —dijo Carson, quien asomó la cabeza por la puerta. Llevaba puesto el pijama y las botas—. ¿Qué demonios pasa aquí?
. —Le estaba aconsejando a Ev que se acostara para que podamos empezar por la mañana —dije yo, mirando a Carson.
—¿De verdad? —dijo Ev. La expresión aturdida desapareció—. ¿Mañana?
—Al amanecer, así que será mejor que vuelva a la cama. Es la última oportunidad que tendrá de disfrutar de un colchón en dos semanas.
Pero no mostró ninguna intención de marcharse, y yo no podía hablar con Carson con él delante.
—¿Adónde vamos?
—Territorio inexplorado —respondí—. Pero se quedará dormido en el huesosilla y se lo perderá si no se acuesta.
—¡Oh, ahora no podría dormir! —contestó él, contemplando la cordillera—. ¡Estoy demasiado nervioso!
—Será mejor que empaquete sus cosas, entonces —dijo Carson.
—Ya lo tengo todo empaquetado.
Salió C.J. Para cubrir su picardías se había echado encima una bata que no tapaba nada.
—Nos marchamos al amanecer —anuncié.
—Oh, no podéis marcharos todavía —protestó ella, y metió a Ev dentro.
Carson me siguió a medio camino entre la casa y el establo.
—¿Qué has encontrado?
—Un agujero en el Sector 248-76. Lo hemos pasado por alto dos veces, y Bult nos guiaba las dos veces.
—¿Estratos fósiles?
—No. Metamórficos. Probablemente no es nada, pero Wulfmeier estaba ayer por la tarde en Dazil, y lo comprobé con la Puerta de Salida. No creo que esté allí tampoco.
—¿Qué crees que está haciendo? ¿Excavando?
—Tal vez. O usándolo como cuartel general mientras echa un vistazo.
—¿Dónde has dicho que era?
—Sector 248-76.
—Mierda —masculló en voz baja—. Eso está a dos paso del 246-73. Si es Wulfmeier, acabará encontrándolo. Tienes razón. Tenemos que ir. —Sacudió la cabeza—. Ojalá no tuviéramos que cargar con ese prestamista. ¿Qué estaba haciendo aquí fuera? ¿Descansando entre dos asaltos con C.J.?
__Discutíamos sobre costumbres de apareamiento.
—¡Sexozoólogo! El sexo es uno de los peores peligros de las expediciones.
_Ev puede manejar a C.J. Además, ella no nos acompañara.
—No es C.J. quien me preocupa.
—¿Qué es, entonces? ¿Que intente bautizar uno de los anuentes como Arroyo Crissa? ¿Que construya un nido cincuenta veces más grande que él? ¿Qué?
—No importa. —Se dirigió hacia la zona de la puerta—. Se lo diré a Bult. Carga tú los ponis.