A veces una despierta de un sueño. A veces una despierta dentro de un sueño. Y a veces, de vez en cuando, una despierta dentro del sueño de otra persona. Si quisiera secuestrarme y convertirme en su esclava sexual, se lo consentiría, siempre y cuando así pudiera conseguir copias de avance de sus libros.
Las primeras palabras que le había dirigido a Seth mientras hablaba apasionadamente de su obra. La primera impresión de mí que se había llevado. La cabeza alta, el pelo echado hacia atrás sobre el hombro. Un comentario frívolo siempre listo. Gracia envuelta en llamas. Una fría competencia social que el introvertido Seth jamás podría reunir pero que envidiaba. ¿Cómo lo consigue? ¿Sin perder comba nunca? Después, mi atropellada explicación de la regla de las cinco páginas, una costumbre extravagante que le había parecido increíblemente tierna. Alguien que apreciaba la literatura, que la consideraba a la altura del mejor vino. Inteligente y profunda. Y hermosa. Sí, hermosa. Me vi ahora como me había visto Seth esa noche: la minifalda, el provocativo top púrpura, brillante como el plumaje de un ave. Como una criatura exótica, irremediablemente fuera de lugar en el insulso panorama de la librería.
Todo esto estaba dentro de Seth, el pasado de su creciente cariño por mí mezclándose con el presente, empapándome.
No sólo hermosa. Sexy. Sensual. Una diosa de carne y hueso cuyo más nimio movimiento prometía una pasión inminente. El tirante del vestido, deslizándose sobre mi hombro. Gotitas de sudor en mi escote. De pie en su cocina, vestida únicamente con aquella ridícula camiseta de Black Sabbath. Sin ropa interior debajo. Me pregunto cómo sería despertar con ella a mi lado, desaliñada e indómita.
Todo esto se vertía en mi interior. Todo esto y más.
Me observaba en la librería. Le encantaba ver cómo me relacionaba con los clientes. Le encantaba el hecho de que pareciera saber un poco de todo. Los ingeniosos diálogos que fabricaba para sus personajes afloraban a mis labios sin vacilación. Asombroso. No había conocido nunca a nadie que hable así en la vida real. Mi regateo con el dependiente de la tienda de libros de segunda mano. Un carisma que atraía al tímido y retraído Seth, que me hacía brillar a sus ojos. Que le inspiraba confianza.
Sus pensamientos seguían fluyendo en tromba dentro de mí. No había experimentado nunca nada igual. Había sentido atracción y afecto en mis víctimas, pero jamás tanto amor, no dirigido hacia mí.
Seth me consideraba sexy, sí. Me deseaba. Pero esa pasión descarnada se fusionaba también con algo más suave. Algo más dulce. Kayla sentada en mis rodillas, su cabecita rubia contra mi pecho mientras le trenzaba el cabello. La imagen se alteró brevemente mientras se imaginaba por un momento a su propia hija en mi regazo. Feroz y lenguaraz por una parte, por otra gentil y vulnerable. Mi borrachera en su apartamento. Su afán de protección mientras me metía en la cama, observándome durante horas después de que me quedara dormida. No me despreciaba por mi debilidad, por mi pérdida de control y sensatez. Para él era una bajada de mis defensas, una señal de imperfección que le hacía quererme más todavía.
Seguí absorbiéndolo todo, incapaz de detenerme en mi estado, débil y desesperada.
¿Por qué no sale con nadie?, le había preguntado Seth a Cody. ¿Cody? Sí, allí estaba, en el fondo de su mente. Un recuerdo. Cody impartiéndole clases de swing a Seth en secreto, sin que ninguno de los dos me dijera nada, inventándose en cambio vagas excusas por las que siempre tenían que ir «a algún sitio». Seth, esforzándose por conseguir que sus pies le obedecieran para poder bailar conmigo y estar más cerca de mí. Tiene miedo, había respondido el vampiro. Cree que el amor hace daño.
El amor hace daño.
Sí, Seth me amaba. No era un capricho, como había pensado. No era una atracción superficial que creía haber desalentado. Era algo más, mucho más. Yo encarnaba todas las características que él podría desear en una mujer: humor, belleza, inteligencia, bondad, fuerza, carisma, sexualidad, compasión… Su alma parecía haber encontrado a la mía, incontroladamente atraída por mí. Me amaba con una intensidad que yo ni siquiera podía empezar a sondear, aunque creedme, lo intenté. Lo quería. Quería sentirlo todo, absorber aquella llama que ardía en su interior. Consumirla. Arder en ella.
¡Georgina!
En algún lugar, a lo lejos, alguien me llamaba, pero estaba demasiado perdida en Seth. Demasiado absorta en la absorción de aquella fuerza interior, aquella fuerza teñida de sus sentimientos por mí. Sentimientos desatados, amplificados incluso, por nuestro beso. Labios suaves y ávidos. Hambrientos. Incontenibles.
¡Georgina!
Quería volverme una con Seth. Lo necesitaba. Necesitaba sentir cómo me llenaba… física, mental, espiritualmente. Había algo allí… algo oculto dentro de él que yo no lograba alcanzar, algo que acechaba en lo más hondo. Una información tentadora que debería haber descubierto hacía mucho. Eres mi vida. Necesitaba llegar más lejos, encontrar más. Averiguar qué se ocultaba de mí. Aquel beso era mi salvavidas, mi conexión con algo más grande que yo, algo que llevaba buscando toda mi vida sin saberlo. No podía parar. No podía parar de besar a Seth. No podía parar. No podía…
– ¡Georgina! ¡Déjalo ya!
Unas manos me apartaron bruscamente de Seth, como si me desgarraran la carne. Grité de agonía al interrumpirse la conexión, rebelándome contra las manos que me separaban y retenían. Arañé a mi captor, necesitando resolver el enigma escondido detrás de ese beso, ansiando la culminación de mi unión con Seth… Seth.
Dejé caer las manos y parpadeé, devolviendo el mundo a su lugar. La realidad. Ya no estaba dentro de la cabeza de Seth; seguía en mi apartamento. Se apoderó de mí una sensación de estabilidad, y no me hizo falta mirar para saber que mi cuerpo había dejado de fluctuar, que mi forma volvía a ser la de una mujer bajita, delgada, con el pelo castaño ambarino. La niña que había sido hacía tiempo estaba enterrada en mi interior de nuevo, para no volver a salir jamás si yo podía evitarlo. La fuerza vital de Seth me llenaba ahora a rebosar.
– Georgina -murmuró Hugh a mi espalda, aflojando su presa sobre mis brazos-. Jesús, me habías asustado.
Al otro lado de la estancia vi a Cárter, tan desaliñado como siempre, inclinado sobre el cuerpo de Seth.
– Ay, Dios… -Me levanté de un salto y corrí hacia ellos, arrodillándome junto al ángel. Seth yacía en el suelo, pálida y empapada de sudor su piel-. Ay, Dios. Ay, Dios. Ay, Dios. ¿Está…?
– Está vivo -me dijo Cárter-. Por los pelos.
Mientras acariciaba la mejilla de Seth, mientras sentía la fina pelusa dorada y rojiza de su barba, los ojos se me anegaron de lágrimas. Su respiración era débil y entrecortada.
– No pretendía hacerlo. No pretendía robarle tanto…
– Hiciste lo que tenías que hacer. Estabas en mal estado, podrías haber muerto.
– Igual que Seth ahora…
Cárter sacudió la cabeza.
– No. No va a morir. Necesitará algún tiempo para recuperarse, pero saldrá de ésta.
Retiré la mano, temerosa de que mi contacto pudiera hacerle más daño. Al mirar en rededor, reparé en el caótico estado de mi apartamento. Tenía peor aspecto que el de Jerome. Añicos de cristal y porcelana. Mesas rotas. Las sillas y el diván volcados. La destartalada estantería hecha pedazos por fin. Aubrey, agazapada bajo la mesa de la cocina, parecía estar preguntándose qué diablos había ocurrido. Yo me preguntaba lo mismo. No había ni rastro del nefilim. ¿Qué había pasado? ¿Realmente me lo había perdido todo? ¿La batalla divina más épica del siglo, y yo me la había perdido por un beso? Cierto, un beso realmente bueno, pero aun así…
– ¿Dónde está… todo el mundo?
– Jerome ha salido a… esto… aplacar a tus vecinos.
– Eso suena muy mal.
– Práctica común. Las batallas sobrenaturales no son precisamente discretas, ¿sabes? Tendrá que borrar unas cuantas memorias, asegurarse de que nadie llame a las autoridades.
Tragué saliva, reticente a formular mi siguiente pregunta.
– ¿Qué hay… qué hay del nefilim?
Cárter me estudió largo rato, fríos y duros sus ojos grises.
– Ya lo sé, ya lo sé -dije por fin, agachando la cabeza, incapaz de sostenerle la mirada-. Nada de diez años y libertad bajo fianza, ¿verdad? Los habéis destruido.
– Hemos destruido… a uno de ellos.
Levanté la cabeza de golpe.
– ¿Qué? ¿Y el otro?
– Él ha escapado.
Él. Mis lágrimas acumuladas se derramaron ahora; no podía controlarlas. Por ti, estoy dispuesto a irme.
– ¿Cómo?
Cárter apoyó una mano en la frente de Seth, como si quisiera comprobar sus constantes vitales, antes de volverse hacia mí.
– En realidad todo ocurrió muy deprisa. Se enmascaró y se volvió invisible aprovechando la confusión, mientras nos enfrentábamos a la otra. Y sinceramente… -El ángel miró a la puerta cerrada de mi piso, primero, y luego a Hugh y a mí.
– ¿Qué? -susurré.
– No estoy… no estoy enteramente convencido de que Jerome no lo dejara escapar. No se esperaba dos. Yo tampoco, aunque debería haberlo hecho, en retrospectiva. Después de matar a la primera… -Cárter se encogió de hombros-. No lo sé. Es difícil decir qué ocurrió.
– Entonces volverá -comprendí, con una mezcla de temor y alivio al pensar en la fuga de Román-. Volverá… y no estará contento conmigo.
– No creo que eso suponga ningún problema -observó el ángel. Con delicadeza, levantó a Seth y se dirigió a mi diván patas arriba. Un momento después, el mueble se enderezó solo, sin que nadie lo tocara. Cárter depositó a Seth en él y continuó-: Se llevó una buena paliza… el otro nefilim. Lo vapuleamos de lo lindo. Me cuesta creer que le quedaran fuerzas para esconderse de nosotros; sigo esperando sentirlo de un momento a otro. Si es listo, huirá de nosotros tan deprisa y tan lejos como le sea posible ahora mismo, hasta salir de nuestro radio… del radio de cualquier inmortal… para poder bajar las defensas y descansar.
– ¿Y después qué? -preguntó Hugh.
– Está maltrecho. Tardará mucho tiempo en reponer fuerzas. Cuando lo haga, sabrá que no tiene a nadie que lo apoye para volver aquí.
– A pesar de todo podría atentar contra mí -comenté, estremeciéndome al recordar la ira de Román dirigida contra mí al final. Costaba creer que hubiéramos estado envueltos el uno en los brazos del otro, presos en las redes de la pasión, hacía menos de veinticuatro horas.
– Podría atentar contra ti -convino Cárter-. Pero no contra mí. Ni contra Jerome. No puede enfrentarse a los dos a la vez, eso seguro. Al final, fue eso lo que zanjó la cuestión. No se esperaban que cooperásemos juntos. Eso le dará que pensar antes de volver a la carga aquí, aunque tú sola no seas rival para él.
Esa idea no me inspiraba la menor tranquilidad. Pensé en Román, tan apasionado y rebelde, siempre dispuesto a manifestarse contra el sistema. Esa clase de personalidad se prestaba a la venganza. Le había engañado, había hecho el amor con él, y después lo había traicionado, provocando la aniquilación de sus planes… y de su hermana. «Gracias a Dios por mi hermana. Es lo único que tengo, la única constante en mi vida.»
Quizá esperara algún tiempo, como sugería Cárter, pero no mucho. De eso estaba segura.
– Volverá -susurré, para mí más que nada-. Algún día volverá.
Cárter me miró fijamente.
– En ese caso nos ocuparemos de él entonces.
La puerta de mi apartamento se abrió, y entró Jerome. Su aspecto era pulcro y elegante, no daba la menor impresión de haber estado enzarzado en apocalíptica lid con su propia progenie hacía unos instantes.
– ¿Todo en orden? -preguntó Cárter.
– Sí. -Los ojos del demonio se clavaron en Seth-. ¿Está vivo?
– Sí.
El ángel y el demonio cruzaron la mirada entonces, y se hizo un tenso momento de silencio palpable entre ellos.
– Qué suerte tan inesperada -murmuró finalmente Jerome-. Juraría que estaba muerto. En fin. Todos los días ocurren milagros. Supongo que ahora tendremos que borrarlo.
Me puse de pie.
– ¿De qué estáis hablando?
– Me alegra que vuelvas a estar con nosotros, Georgie. Tienes un aspecto encantador, por cierto.
Lo fulminé con la mirada, enfadada por su broma, sabiendo que era la energía de Seth lo que me prestaba ahora el glamour de súcubo.
– ¿Qué quieres decir con «borrarlo»?
– ¿Tú qué crees? No podemos permitir que salga de aquí después de todo lo que ha visto. Reduciré un poco el afecto que siente por ti, ya que estoy; es un peligro.
– ¿Qué? No. No puedes hacer eso.
Jerome suspiró, adoptando la expresión de quien lleva mucho tiempo sufriendo.
– Georgina, ¿te imaginas por lo que acaba de pasar? Hay que borrarlo. No podemos permitir que sepa de nuestra existencia.
– ¿Qué cantidad de mí piensas quitarle? -En mi mente rutilaban como piedras preciosas fragmentos de los recuerdos de Seth… mis recuerdos, ahora.
– Lo suficiente para que olvide que te conoce algo más que de pasada. Estas últimas semanas has sido más descuidada de lo habitual en tu trabajo. -No pensaba que eso fuera por culpa de Seth;
Román también había contribuido-. Los dos os llevaréis mucho mejor si encuentra una mujer mortal con la que obsesionarse.
«¿No quieres destacar de alguna manera?», resonó en mi cabeza la provocadora pregunta de Cárter, formulada hacía aparentemente una eternidad.
– No tienes por qué hacer esto. No hace falta que me elimines con el resto.
– Ya que me pongo a ello, lo mejor será que te elimine también a ti. De ninguna manera puede seguir como si nada tras exponerse a los moradores de los reinos divinos. Incluso tienes que darme la razón.
– Algunos mortales saben de nuestra existencia -repuse-. Como Erik. Erik conoce nuestro secreto, y no se lo ha revelado a nadie.
De hecho, comprendí de repente, Erik tampoco le había revelado a nadie el secreto de Helena. Lo había descubierto tras años de trabajar con ella, pero nunca había aireado toda la verdad, tan sólo me había proporcionado algunas pistas.
– Erik es un caso especial. Posee un don. Un mortal ordinario como éste no podría soportarlo. -Jerome se acercó a mi diván y miró desapasionadamente a Seth-. Es mejor así.
– No. Por favor -imploré, corriendo hasta Jerome y colgándome de su manga-. Por favor, no lo hagas.
El archidemonio se volvió hacia mí, fríos sus ojos negros, sorprendido porque me atreviera a agarrarlo de esa manera. Supe entonces, acobardada bajo su mirada, que nuestra relación afectuosa e indulgente había cambiado para siempre… un cambio pequeño, pero no por ello menos importante. No sabía cuál era la causa. Puede que Seth. Puede que Román. Puede que se tratara de algo completamente distinto. Sólo sabía que el cambio existía.
– Por favor -le rogué, ignorando cuan desesperada debía de sonar-. Por favor, no lo hagas. No me apartes de él de esa manera de su pensamiento. Haré lo que me pidas. Cualquier cosa. -Me restregué los ojos con una mano, intentando aparentar serenidad y control, sabiendo que era en vano.
Una ceja se enarcó minúsculamente en el rostro de Jerome, el único indicio de que había suscitado su interés. El término «pacto con el diablo» no existe por casualidad; pocos demonios pueden resistirse a un acuerdo.
– ¿Qué podrías ofrecerme? El tema del sexo sólo funcionó con mi hijo, de modo que ni se te ocurra intentarlo ahora.
– Sí -respondí, más firme mi voz conforme persistía en mi empeño-. Funcionó con él. Funciona con toda clase de hombres. Soy buena, Jerome. Mejor de lo que te imaginas. ¿Por qué crees que soy el único súcubo de la ciudad? Porque soy uno de los mejores. Antes de caer en este bache… no sé, antes de que se apoderara de mí el estado de ánimo en el que llevaba sumida algún tiempo, podía tener a cualquier hombre que quisiera. Y no sólo por su fuerza y su energía vital. Podía manipularlos. Obligarles a hacer cualquier cosa que les pidiera, convencerlos para que cometieran pecados con los que jamás habrían soñado antes de conocerme. Y me obedecían. Me obedecían, y les gustaba.
– Continúa.
Respiré hondo.
– Estás harto de la regla de sólo miserables, ¿verdad? De mi negligencia. Pues bien, puedo cambiar eso. Puedo elevar tu stock hasta límites que nunca has soñado. Lo he hecho antes. Sólo te pido que dejes que Seth se vaya. Déjale mantener sus recuerdos intactos. Todos ellos.
Jerome se quedó estudiándome un momento, maquinando.
– Ni todo el stock del mundo me servirá de nada si va por ahí desembuchando lo que ha visto.
– Entonces veamos primero si puede soportarlo. Cuando se recupere y despierte, hablaremos con él. Si no parece que pueda resistirlo todo… bueno, entonces podrás borrarle la memoria.
– ¿Y quién decide si puede resistirlo o no?
Vacilé, reticente a dejar la decisión en manos del demonio.
– Cárter. Cárter puede saber si alguien dice la verdad. -Miré al ángel-. Lo sabrás si está bien, ¿verdad? ¿Si está bien que sepa… de nosotros?
Cárter me miró con una expresión extraña que no pude interpretar.
– Sí -reconoció finalmente.
– ¿Qué hay de tu parte? -Preguntó Jerome-. ¿Cumplirás con ella… aunque Cárter decida que Seth no es de fiar?
Eso era muy riguroso. Tenía la impresión de que Jerome no pensaba negociar a este respecto, pero estaba dispuesta a correr el riesgo, tanta era mi confianza en la capacidad de Seth para aceptar la actividad inmortal. Abrí la boca para decir que sí, cuando vi a Hugh sacudiendo la cabeza en mi dirección por el rabillo del ojo. Frunciendo el ceño, se dio unos golpecitos en el reloj, silabeando algo que no pude comprender al principio.
Entonces caí en la cuenta. Tiempo. Había oído al diablillo hablar de su trabajo lo suficiente como para conocer las reglas de la negociación: nunca hagas un trato abierto con el demonio.
– Si Seth conserva sus recuerdos, cumpliré con mis deberes de súcubo al pie de la letra durante un siglo. Si hay que borrárselos a pesar de todo, lo haré durante… una tercera parte de ese tiempo.
– La mitad -contraatacó Jerome-. No somos mortales. Incluso un siglo no es nada comparado con la eternidad.
– La mitad -accedí sucintamente-, pero nada más de lo que dicte la supervivencia. No pienso hacer esto todos los días, si estás pensando en eso. Buscaré dosis sólo cuando las necesite, aunque serán fuertes. Muy fuertes… cargadas de pecado. Con hombres de buen calibre, eso será… no sé, cada cuatro o seis semanas.
– Quiero algo más. Crédito extra. Cada par de semanas, tanto si lo necesitas como si no.
Cerré los ojos, incapaz de seguir luchando.
– Cada par de semanas.
– De acuerdo -dijo Jerome, con una nota de advertencia en la voz-. Pero estarás obligada por este pacto a menos que yo decida cancelarlo por algún motivo. No tú. Para ti no habrá salida.
– Lo sé. Lo sé, y acepto.
– Sellémoslo entonces.
Me tendió la mano. La acepté sin vacilar, y el poder crepitó brevemente a nuestro alrededor.
El demonio esbozó una fina sonrisa. -Tenemos un trato.