Capítulo 17

Me despertó el sonido de Aubrey ronroneando en mi oído. Al presentir mi consciencia, se acercó y lamió la parte de mi mejilla junto al lóbulo de mi oreja, haciéndome delicadas cosquillas con los bigotes. Revolviéndome ligeramente, abrí los ojos. Para mi asombro, la luz, el color y las formas acudieron a mí… si bien de forma algo borrosa y distorsionada.

– Puedo ver -musité para Aubrey, intentando sentarme. Inmediatamente me alanceó el cuerpo una miríada de punzadas y dolores, dificultándome el movimiento. Estaba tendida en mi diván, cubierta con una vieja manta afgana.

– Por supuesto que puedes ver -me informó la fría voz de Jerome. Aubrey salió disparada-. Aunque te estaría bien empleado que no pudieras. ¿En qué estabas pensando para mirar a un ángel en todo su esplendor?

– No -dije, entornando los ojos a la figura vestida de negro que deambulaba de un lado para otro ante mí-. No estaba pensando, quiero decir.

– Evidentemente.

– Déjala -sonó la voz lacónica de Cárter en algún lugar a mi espalda.

Al enderezarme y mirar a mi alrededor, distinguí su contorno difuso apoyado contra la pared. Peter, Cody y Hugh también se encontraban cerca en la estancia. Era una reunión familiar corriente y disfuncional como otra cualquiera. No pude evitar reírme.

– Y tú estabas allí, tú estabas allí…

Cody se sentó a mi lado, materializándose sus rasgos en algo más definido cuando se agachó para estudiar mí rostro más de cerca. Cariñosamente, me acarició un pómulo con un dedo, frunciendo el ceño.

– ¿Qué ocurrió?

Me puse seria.

– ¿Tan grave es?

– No -mintió-. Hugh salió peor parado. -El diablillo emitió un ruidito ininteligible al otro lado de la sala.

– Yo ya sé lo que ocurrió -espetó Jerome. No me hacía falta ver la cara del demonio con todo lujo de detalles para saber que estaba fulminándome con la mirada-. Lo que no entiendo es por qué ocurrió. ¿Es que intentabas ponerte voluntariamente en la situación más peligrosa posible? «Hmm, a ver… un callejón oscuro, nadie en los alrededores…» ¿Algo por el estilo?

– No -repuse-. Mi intención no era ésa. Sólo pensaba en llegar a casa. -Relaté los hechos de la noche lo mejor que pude, empezando por los pasos y terminando con Cárter.

Cuando acabé, Hugh se sentó en un sofá frente a mí, pensativo.

– Pausas, ¿eh?

– ¿Cómo?

– Lo que dices que ocurrió… te golpearon, pausa, después otra vez, pausa, y así. ¿Cierto?

– Sí, ¿y? No sé. ¿No es así como funcionan las peleas? ¿Pegas, te retiras, te preparas para otro asalto? Además, estamos hablando de pausas de, no sé, como un segundo o así. No es que me diera ninguna tregua.

– Conmigo no fue así en absoluto. También recibí cortes. Fue un asalto en toda regla. Una lluvia de golpes, continúa. Desafiaba mi entendimiento o mi habilidad. Definitivamente sobrenatural.

– Bueno, igual que esta vez -repuse-. Créeme, no podía defenderme. No era ningún ratero mortal, si es eso lo que sugieres. -Hugh se limitó a encogerse de hombros.

Se hizo el silencio; miré al diablillo de reojo, forzando al máximo mi limitada capacidad de visión.

– Están cruzando miraditas misteriosas, ¿verdad?

– ¿Quiénes?

– Cárter y Jerome. Lo noto. -Me volví hacia Cárter, preguntándome de repente si mi viaje de anoche habría sido en vano-. ¿No rescatarías la bolsa que llevaba conmigo?

El ángel se acercó a la encimera de la cocina, cogió una bolsa y me la lanzó. Con mi sentido de la perspectiva todavía dañado, fallé; la bolsa rebotó en el diván y cayó al suelo. El libro se escurrió fuera. Jerome lo agarró de inmediato y leyó el título.

– Joder, Georgie. ¿Por esto andabas recorriendo callejones a oscuras? ¿Por esto has estado a punto de conseguir que te maten? Te dije que dejaras de investigar sobre los cazadores de vampiros…

– Venga ya -exclamó Cody, saliendo en mi defensa-. Eso ya no se lo cree nadie. Sabemos que hay un ángel detrás de esto…

– ¿Un ángel? -Las palabras del demonio sonaron impregnadas de diversión, incluso mofa.

– Esto no me lo ha hecho ningún mortal -convine acaloradamente-. Ni a Hugh. Ni a Lucinda. Ni a Duane. Fue un nefilim.

– ¿Un nefi-qué? -preguntó Hugh, sorprendido.

– ¿Ése no era un personaje de Barrio Sésamo? -abrió la boca por primera vez Peter.

Jerome se quedó mirándome fijamente, en silencio, antes de preguntar:

– ¿Quién te ha hablado de eso? -Sin aguardar respuesta, se volvió hacia el ángel-. Sabes que no deberías…

– No fui yo -lo atajó tranquilamente Cárter-. Supongo que lo habrá deducido por sus propios medios. Subestimas a tu gente.

– Es cierto que lo descubrí por mis propios medios, aunque tuve ayuda.

Detallé sucintamente mi ristra de pistas, cómo una había conducido a otra, desde Erik hasta el libro en Krystal Starz.

– Mierda -masculló Jerome tras escuchar mi relato-. Puta Nancy Drew.

– Vale -dijo Peter-, la historia es muy interesante y todo eso, pero todavía no nos has explicado que es un nefilópogo.

– Nefilim -le corregí. Dubitativa, miré a Jerome-. ¿Puedo?

– ¿Me estás pidiendo permiso? Qué novedad.

Me lo tomé como un sí y empecé, vacilante:

– Los nefilim son descendientes de los ángeles y los humanos. Como en ese pasaje del Génesis. ¿Donde los ángeles cayeron y tomaron mujeres mortales por esposas? Los nefilim son el resultado. Poseen ciertas habilidades… no las conozco todas… fuerza y poder… como los héroes griegos…

– O como auténticos tocapelotas -añadió con acritud Jerome-. No te olvides de eso.

– ¿En qué sentido? -preguntó Hugh. Continué ante el silencio de Jerome.

– Bueno… por lo que he leído solían causar problemas y disputas entre los humanos.

– Vale, pero éste no se la tiene jurada a los humanos -señaló Peter.

Cárter se encogió de hombros.

– Son impredecibles. No juegan según las reglas de nadie y, sinceramente, ni siquiera estamos seguros de cuáles son las intenciones de éste. Está jugando, eso sin duda, con sus ataques contra inmortales al azar y esa nota que le mandó a Georgina.

– Dos notas -le corregí-. Recibí otra justo antes de que muriera Lucinda, pero pasé toda la noche con Seth y no la leí hasta el día siguiente.

Hugh y los vampiros se giraron para clavar las miradas en mí.

– ¿Pasaste toda la noche con Seth? -preguntó Cody, perplejo.

– ¿Quién era ése? -quiso saber Hugh.

– El escritor -respondió Peter.

El diablillo me observó con interés renovado.

– ¿Y qué estuvisteis haciendo «toda la noche»?

– ¿Podemos dejar de discutir la vida amorosa de Georgina por ahora, por fascinante que parezca? -Jerome me dirigió una mirada especulativa-. A menos, claro está, que este tal Seth sea alguien de fuertes valores y principios morales cuya energía vital planees robar en un futuro próximo para contribuir a la causa del mal y sus fines.

– Bien la primera parte, mal la segunda. -Maldición. Necesito un trago.

– Sírvete.

Jerome se acercó a mi mueble bar y examinó el contenido.

– Entonces, ¿cómo podemos reconocer a este nefilim? -preguntó Cody, devolviéndonos a todos a la realidad.

Miré dubitativa a Cárter y Jerome. Desconocía los pormenores.

– No podemos -anunció jovialmente el ángel.

– De modo que también pueden ocultar su firma. Como los inmortales superiores.

Asintió con la cabeza ante mis palabras.

– Sí, reúnen las peores características de ambos progenitores. Poder y habilidades pseudoangelicales, mezcladas con rebeldía, afición al mundo físico y un defectuoso control sobre los impulsos.

– ¿Cuánto poder? -Quise saber-. Son medio humanos, ¿verdad? ¿Medio poderosos, entonces?

– Ésa es la pega. -Jerome parecía mucho más animado con un vaso de ginebra en la mano-. Varía enormemente, igual que cada ángel tiene un nivel de poder diferente. Una cosa está clara: los nefilim heredan mucho más de la mitad del poder de su progenitor, aunque en ningún caso pueden excederlo. Sigue siendo mucho… motivo por el cual he estado intentando meteros en la cabeza que os mantengáis al margen. Un nefilim podría borraros del mapa a cualquiera de vosotros sin ningún problema.

– Pero no a uno de vosotros. -Pese a la nota de incertidumbre que teñía sus palabras, éstas sonaron más como una afirmación que como una pregunta.

Ni el ángel ni el demonio respondieron, y otra pieza encajó en mi rompecabezas.

– Por eso vais por ahí enmascarando vuestras firmas. Vosotros también os estáis escondiendo de él.

– Tan sólo tomamos las debidas precauciones -protestó Jerome.

– Huyó de ti -le recordó Cárter-. Debes de ser más fuerte que él.

– Probablemente. Mi principal preocupación eras tú, así que no me fijé bien. Un ángel en todo su esplendor pondrá en fuga a casi cualquier criatura… mataría a un mortal… de modo que podría ser más fuerte que él o no. Es difícil saberlo.

Esa respuesta no me gustó ni un pelo.

– ¿Qué hacías allí?

El ángel esbozó su característica sonrisa sarcástica.

– ¿Tú qué crees? Te estaba siguiendo. Di un respingo.

– ¿Qué? Entonces tenía razón… ese día en la tienda de Erik…

– Eso me temo.

– Dios santo -dijo Peter, asombrado-. Realmente llevabas razón en algo, Georgina. Por lo menos en lo de que te seguía.

Me sentí reivindicada, aunque Cárter evidentemente ya no pareciera el principal sospechoso. Hugh había acertado al acusarme de prejuiciosa. Realmente quería que Cárter fuera el responsable de todos estos ataques, como venganza por todas las veces que se había burlado de mí. Su oportuna intervención en el callejón únicamente enturbiaba la opinión que tenía de él ahora.

– Tras comprender que aquella primera nota probablemente era obra de este nefilim -explicó Cárter-, consideré prudente dejarme caer de vez en cuando, ya que nuestro amigo parece tener un interés especial en ti. Mi intención era pillarlo desprevenido, no ayudarte, aunque me alegra haber podido hacerlo. Además, aquel día en la tienda de Erik…

Miró a Jerome. El demonio levantó los brazos.

– ¿En serio? ¿Por qué no? Díselo. Cuéntaselo todo. Ya saben demasiado.

– ¿Erik? -pregunté.

– Este ser, este nefilim… -Cárter hizo una pausa, pensativo-. Este ser sabe muchas cosas sobre nosotros y sobre la comunidad inmortal.

– Bueno… tú mismo lo has dicho, ¿no? -Preguntó Peter-. Este nefilim se fija en alguien y lo sigue a todas partes.

– No. Quiero decir, sí, es posible, pero las pruebas indican que éste sabe mucho más de lo que podría reportarle un simple seguimiento…

– Por el amor de Dios -saltó Jerome-, si se lo vas a decir, hazlo de una vez. Déjate de acertijos. -El demonio se volvió hacia nosotros-. Lo que quiere decir es que este nefilim trabaja con un chivato. Alguien está proporcionándole información sobre nuestra comunidad inmortal.

Cody entendió la insinuación tan bien como yo.

– Creéis que se trata de Erik.

– Es el principal sospechoso -reconoció Cárter, contrito-. Lleva décadas aquí, y tiene el don de presentir a los inmortales.

– Y pensar que me habló tan bien de ti -murmuré, sobrecogida-. Pues bien, te equivocas. No es él. No es Erik.

– No te enfurruñes ahora, Georgie. No es nuestro único sospechoso, sólo el más probable.

– Y no me hace más gracia que a ti -añadió el ángel-. Pero no podemos descartar ninguna posibilidad. Necesitamos neutralizar esta amenaza lo antes posible. Este nefilim está descontrolado; no dentro de mucho intervendrán desde el exterior, y eso siempre es un incordio.

– ¿Entonces por qué no dejas que te ayudemos? -exclamé-. ¿A qué viene tanto secreto?

– ¿Estás sorda? Es por vuestro propio bien. ¡Este ser podría aniquilaros por completo! -Jerome apuró el resto de la ginebra de un solo trago.

No me lo tragaba. Aquí había algo más que nuestra seguridad en juego. Jerome seguía sin poner todas las cartas sobre la mesa.

– Sí, pero…

– La reunión del comité ha terminado -me interrumpió con voz glacial-. ¿Nos disculpáis un momento a Georgina y a mí?

Oh, mierda. Miré desesperadamente a mis amigos, con la esperanza de que se quedaran a defenderme, pero todos pusieron pies en polvorosa. Cobardes, pensé. Ninguno de ellos le hacía frente a Jerome cuando se ponía así. Vale, puede que yo en su lugar tampoco lo hubiera hecho.

Cárter, me fijé, no se había ido. Al parecer la orden no se aplicaba a él.

– Georgie -comenzó Jerome lentamente, cuando los demás hubieron salido-, últimamente parece que tú y yo discutimos por todo. Y no me gusta.

– No es que discutamos -repuse, revolviéndome nerviosa, recordando su despliegue de poder en el hospital y la amenaza de encerrarme en alguna parte-. Tenemos opiniones distintas, eso es todo.

– Tus opiniones pueden conseguir que te maten.

– Jerome, no me digas que todo esto es por…

– Basta.

Una muralla de poder se estrelló contra mí, lanzándome de espaldas contra el diván. Era como una de esas atracciones de feria en las que la gente se coloca de pie a los lados de una plataforma circular que gira cada vez más deprisa hasta que todo el mundo termina pegado a las paredes. Moverse era una agonía. Incluso respirar era difícil. Me sentía como Atlas, soportando todo el peso del mundo.

La voz de Jerome atronó en mi cabeza; una parte de mí maldijo valientemente sus trucos baratos, aunque el resto de mi ser estuviera encogido de miedo.

– Necesito que me escuches por una vez sin interrumpirme constantemente. No puedes seguir husmeando. Así sólo consigues llamar la atención, y ya has capturado la de este nefilim más de lo que me gustaría. Ni me hace falta ni quiero otro súcubo. Me he acostumbrado a ti, Georgina. No quiero perderte. Soy más permisivo contigo de lo que debería, no obstante. Te sales con la tuya más veces de lo que consentiría cualquier otro archidemonio. Hasta ahora no me ha importado ser benévolo contigo, pero las cosas pueden cambiar… sobre todo si insistes en tu insubordinación. Puedo hacer que te transfieran a otro lugar, lejos de este cómodo espejismo de vida humana que has creado. O puedo llamar a Lilith e informarle directamente de tu conducta. Seguro que estará encantada de someterte a un ligero proceso de reeducación.

El corazón me dio un vuelco ante la mención de la reina súcubo. Sólo la había visto una vez, al unirme a sus filas. Aquel encuentro, igual que ver a Cárter en todo su esplendor angelical, no era una experiencia que me apeteciera repetir enseguida.

– ¿Entendido?

– S-sí.

– ¿Seguro?

La presión aumentó, y hube de recurrir a todas mis fuerzas para conseguir asentir débilmente. La jaula psíquica desapareció de pronto, y me desplomé hacia delante, jadeando. Todavía podía sentir dónde me había tocado su poder, como una versión táctil de la imagen residual que ve uno tras mirar directamente el flash de una cámara de fotos.

– Me alegra que lo entiendas, y estoy seguro de que sabrás entender también que no me fíe plenamente de ti. Es un rasgo propio de los de nuestro bando.

– ¿Ésta… ésta es la parte donde me encierras en alguna parte?

Soltó una risita delicada. Amenazadora.

– No. Todavía no, al menos. Francamente, creo que sólo necesitas un poco de supervisión para no meterte en líos. Tampoco me convence del todo que el nefilim y tú sólo tengáis una relación de pasada.

Afloró a mis labios una réplica, pero me mordí la lengua. Todavía sentía la piel encendida.

– Le encargaría la tarea a alguno de tus amigos, pero sin duda les harías bailar al son que quisieras. No, necesitas una niñera inflexible, inmune a tus encantos.

– ¿Encantos? ¿Entonces quién? -Por un momento pensé que se refería a sí mismo, hasta que reparé en la sonrisita maliciosa de Cárter. Ay, Dios-. No lo dirás en serio.

– Es la única manera de mantenerte controlada, Georgie. Más aún, es la única manera de mantenerte con vida.

– En estos momentos prácticamente eres nuestra mejor pista -explicó Cárter-. Este nefilim siente algún interés por ti, aunque dicho interés parezca haber cambiado un poquito, del intercambio de notas a la agresión física.

– Cárter estará preparado si intenta terminar lo que empezó. También puede proteger tu apartamento de miradas indiscretas.

– Pero lo detectará cuando salgamos… -protesté débilmente.

– No más que tú ahora -me recordó Cárter-. Y seré invisible. Un fantasma a tu lado. Un ángel sentado en tu hombro, si lo prefieres. Ni siquiera te darás cuenta de que estoy aquí.

– Jerome, por favor, no puedes hacer esto…

– Puedo hacerlo, y lo haré. ¿A no ser que, como decía, quieres que tenga una charla con Lilith?

Maldito. La amenaza de Lilith era más poderosa que cualquier encierro en potencia, y él lo sabía.

– Bien. En tal caso, si no hay nada más que discutir, me iré y dejaré que os vayáis aclimatando. -Jerome alternó la mirada entre nosotros, descansando en mí por un momento sus ojos oscuros-. Ah, por cierto. Échate un vistazo en el espejo cuando puedas.

Fruncí el ceño, pensando en el examen de mis heridas realizado por Cody.

– Gracias por recordármelo.

– Lo que te recuerdo es que eres un súcubo. Esas magulladuras son la manifestación de creer que eres humana. No lo eres. Tienes que sentirlas, pero no tienes por qué lucirlas.

Dicho lo cual, el demonio se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos, dejando a su paso un leve rastro de azufre que, supuse, era puro teatro.

– Entonces, ¿para mí el sofá? -preguntó Cárter, risueño.

– Vete al infierno. -Salí del cuarto para mirarme en el espejo.

– Bonita manera de tratar a tu nuevo compañero de habitación.

– No te he pedido tu…

Me detuve en mitad del pasillo. Me había pasado las últimas dos semanas sospechando que Cárter era un asesino y otras cosas horribles; me había pasado el último medio siglo odiándolo como persona. Sin embargo, acababa de salvarme la vida, y yo aún no le había dado las gracias.

Me giré hacia él, temerosa de lo que tenía que decir ahora.

– Lo siento.

Puso una cara parecida a la de Jerome antes, cuando le pedí permiso.

– ¿En serio? ¿Por qué exactamente?

– Por no haberte dado las gracias antes. Por salvarme ahí fuera. Quiero decir, no me alegra que te vayas a instalar aquí, pero estoy agradecida por lo que hiciste antes. Y lo siento, también, si no he sido exactamente… agradable contigo.

La expresión del ángel era inescrutable.

– Me alegra haber sido de ayuda.

Sin saber qué más decir, giré sobre los talones y seguí caminando.

– ¿Qué harás ahora? -preguntó. Me detuve de nuevo.

– Me lameré las heridas y me iré a la cama. Estoy cansada. Y molida.

– Oh, ¿nada de fiestas en pijama ni palomitas? ¿Ni un lavado de cara?

– No te lo tomes como algo personal, pero un lavado de cara no te vendría mal. Pareces un refugiado. Caray… -Tragué saliva y reconsideré mis palabras mientras lo estudiaba-. Cuando te vi allí fuera, en la calle, eras… eras tan hermoso. El ser más hermoso que he visto nunca. -Mi voz salió en forma de susurro.

El gesto de Cárter se tornó serio.

– Jerome es igual, ¿sabes? En su forma verdadera. Igual de hermoso. Los ángeles y los demonios provienen de la misma familia. Si se parece a un imitador de John Cusack es por voluntad propia.

– ¿Por qué? ¿Por qué hace eso? ¿Y por qué prefieres tú parecer un drogadicto o un pordiosero?

Las comisuras de los labios del ángel se curvaron ligeramente hacia arriba.

– ¿Por qué una mujer que afirma querer evitar la atención de los hombres buenos elige una forma que hace que todos cuantos la rodean dejen lo que estén haciendo para quedarse mirándola?

Tragué saliva de nuevo, perdida en las profundidades de sus ojos, pero no del mismo modo que me había perdido en los ojos de Román o los de Seth. Era más bien como si el ángel pudiera ver a través de mí, a través de todas mis fachadas, hasta mi alma o lo que quedara de ella.

Con inmenso esfuerzo, rompí aquel escrutinio y me encaminé a mi dormitorio.

– Ningún castigo dura eternamente -dijo con delicadeza.

– ¿En serio? No era eso lo que tenía entendido. Buenas noches.

Entré en la habitación y cerré la puerta a mi espalda. Justo antes de que el pestillo encajara en su sitio, oí que Cárter preguntaba:

– Bueno, ¿quién va a preparar el desayuno?

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