7

Quedamos citados.

Mi primer impulso fue enviarla al infierno y cortar la comunicación. Hacía tiempo que me había dado cuenta de que la venganza es algo infantil; la venganza no iba a devolverme a Pet, y una venganza adecuada sin duda me hubiese llevado a la cárcel. Apenas había pensado en Belle y Miles desde que había dejado de buscarles.

Pero sin duda Belle sabía dónde estaba Ricky. De modo que concerté una cita.

Belle quería que la llevara a cenar, pero yo no lo deseaba. No es que sea muy estricto en cuestiones de etiqueta, pero cenar es algo que sólo se hace con amigos. La vería, pero no tenía intención de beber con ella. Le pedí su dirección y le dije que iría aquella noche, a las ocho.

Se trataba de un piso económico, en una parte de la ciudad (La Brea Inferior) no convertida aún por el Nuevo Plan. Antes de llamar a la puerta ya sabia yo que no había conservado lo que me había robado; de lo contrario no hubiera vivido allí.

Cuando la vi comprendí que la venganza llegaría demasiado tarde; ella misma y los años lo habían hecho por mí.

Según la edad que ella siempre había admitido, Belle tendría por lo menos cincuenta y tres años, aunque probablemente estaba más próxima a los sesenta. Entre la geriatría y la endocrinologia una mujer que se cuidara podía continuar aparentando treinta durante por lo menos otros treinta, y muchas mujeres lo conseguían. Había estrellas que se jactaban de ser abuelas y continuaban desempeñando papeles de ingenuas.

Belle no se había cuidado.

Era gorda, chillona y felina. Resultaba evidente que aún consideraba que su punto fuerte era su cuerpo, pues iba vestida con un negligé de Juntafuerte que, al mismo tiempo que enseñaba demasiado de su persona, mostraba también que era una hembra, mamífera, sobrealimentada y falta de ejercicio.

Ella no se daba cuenta de eso. Aquel cerebro antes tan agudo ahora estaba algo turbio; lo único que le quedaba eran sus pretensiones y su avasalladora confianza en sí misma. Se lanzó sobre mí dando chillidos de alegría y casi llegó a besarme antes de que consiguiera desprenderme de ella.

La empujé hacia atrás, sujetándole las muñecas.

—Cálmate, Belle.

—Pero, querido… ¡Estoy tan contenta, tan entusiasmada de verte!

—Ya me lo figuro. —Había ido allí resuelto a no perder la calma…, solamente a averiguar lo que quería saber, y marcharme; pero ya me iba pareciendo difícil—. ¿Te acuerdas de la última vez que me viste? Drogado hasta las narices, para que pudieseis meterme en el sueño frío.

Pareció perpleja y ofendida.

—¡Pero, querido! Lo hicimos por tu propio bien. ¡Estabas muy enfermo!

Creo que hasta lo creía así.

—Está bien, está bien. ¿Dónde está Miles? ¿Eres la señora Schultz ahora?

Sus ojos se dilataron.

—¿No lo sabias?

—Saber ¿qué?

—Pobre Miles… Pobre querido Miles. Vivió menos de dos años, querido Danny, después de que tú nos dejaras. —Su expresión se alteró—. ¡El sinvergüenza me engañó!

—Mala suerte.

Me preguntaba cómo habría muerto. ¿Se cayó o le empujaron? ¿Sopa de arsénico? Decidí ceñirme a lo principal antes de que Belle se saliera de los carriles.

—¿Qué ha sido de Ricky?

—¿Ricky?

—La niña de Miles, Federica.

—Oh… Aquella horrible criatura… ¿Cómo quieres que lo sepa? Se fue a vivir con su abuela.

—¿Dónde? ¿Y cómo se llamaba su abuela?

—¿Dónde? Tucson, o Yuma, o uno de esos lugares aburridos; quizá fuera Indio… Pero, querido, no tengo ganas de hablar de aquella criatura imposible… Prefiero que hablemos de nosotros.

—En seguida. ¿Cómo se llamaba su abuela?

—Querido Danny, te estás poniendo muy pesado. ¿Cómo quieres que me acuerde de una cosa así?

—¿Cómo se llamaba?

—Oh… Hanalon… o Haney… o Heinz. O quizá fuese Hinckley. Pero no seas plomo, cariño. Vamos a echar un trago. Bebamos por nuestra feliz reunión.

Meneé la cabeza:

—No bebo.

Eso era casi cierto. Después de haber descubierto que la bebida era un amigo en quien no se podía confiar en caso de crisis, generalmente me limitaba a una cerveza con Chuck Freudenberg.

—Qué aburrido, cariño. Supongo que no te importa si yo bebo.

—Se lo estaba ya sirviendo, ginebra pura, el amigo de las chicas solitarias. Pero antes de bebérselo cogió una botella de plástico y se sirvió dos cápsulas sobre la palma de la mano —. ¿Quieres una?

Reconocí la envoltura de la cápsula; era euforión. Se decía que no era tóxico y no formaba hábito, pero las opiniones diferían. Había una campaña para incluirla en la misma clase de la morfina y los barbitúricos.

—Gracias; ahora soy feliz.

—Qué bien.

Se tomó las dos cápsulas, haciéndolas pasar con ginebra. Pensé que si quería averiguar algo tenía que apresurarme; dentro de poco no habría sino estúpidas risas.

La cogí del brazo y la senté en el sofá, y luego también me senté yo.

—Belle, cuéntame algo de ti. Ponme al corriente. ¿Cómo os entendisteis, Miles y tú con los Mannix?

—¿Eh? No nos entendimos. —De repente se inflamó—. ¡Fue culpa tuya!

—¿Cómo? ¿Culpa mía? ¡Si ni siquiera estaba allí!

—Claro que fue culpa tuya. Aquel monstruo que construiste partiendo de una silla de ruedas… aquello era precisamente lo que querían. Y desapareció.

—¿Desapareció? ¿Dónde estaba?

Me miró fijamente con ojos suspicaces y porcinos.

—Tú deberías saberlo. Fuiste tú quien se lo llevó.

—¿Yo? Belle, estás loca. Yo no podía haberme llevado nada. Estaba helado como un carámbano, en sueño frío. ¿Dónde estaba? ¿Y cuándo desapareció?

Aquello coincidía con mis sospechas de que alguien se debía haber llevado a Frank Flexible, si es que Belle y Miles no habían hecho uso de él. Pero de entre todos los miles de millones de seres del globo, yo era precisamente quien sin duda no se lo había llevado. No había visto a Frank desde aquella calamitosa noche en que me habían derrotado en votación.

Cuéntamelo, Belle ¿Dónde estaba? ¿Y qué os hizo creer que era yo quien se lo había llevado?

—Tenias que ser tú. Nadie más sabía que era importante. ¡Aquel montón de chatarra! Ya le había dicho a Miles de no ponerlo en el garaje.

—Pero aunque alguien se lo hubiese llevado, dudo de que lo hubiesen podido hacer funcionar. Vosotros seguiais teniendo todas las notas, instrucciones y dibujos.

—No; tampoco las teníamos. Miles, el muy idiota, las había metido dentro de él la noche que tuvimos que desplazarlo para protegerlo.

No hice comentario alguno sobre la palabra «proteger». Pero estaba a punto de decir que no podía haber metido varios kilos de papel dentro de Frank Flexible, estaba ya relleno como un pavo, cuando recordé que había construido un estante provisional a través de la parte baja de la silla de ruedas, para guardar las herramientas mientras trabajaba en él. Alguien que tuviese prisa bien podía haber metido mis notas de trabajo en aquel espacio.

No importaba. El crimen, o los crímenes habían sido cometidos hacía treinta años. Quería averiguar cómo Muchacha de Servicio, Inc., se les había escapado de las manos.

—Después de haber fracasado los tratos con el grupo Mannix, ¿qué hicisteis con la compañía?

—Continuarla, como es natural. Luego, cuando Jake nos dejó.

Miles dijo que teníamos que cerrar. Miles era débil… y aquel Jake Smith nunca me acabó de gustar. Rastrero. Siempre preguntando por qué te habías ido… ¡Como si lo hubiésemos podido evitar!

Debería haber encontrado a un buen capataz y seguir trabajando.

La compañía hubiese valido más. Pero Miles insistió.

—¿Y entonces qué ocurrió?

—Pues que entonces cedimos las licencias a Geary Manufacturing, claro está. Eso ya lo sabes; ahora trabajas allí.

En efecto, ya lo sabía; el nombre completo de la corporación de Muchacha de Servicio era ahora Aparatos Muchacha de Servicio y Geary Manufacturing Inc., si bien los distintivos solamente decían Muchacha de Servicio. Me pareció que ya había averiguado todo lo que aquella vieja y fofa ruina me podía decir.

Pero sentía curiosidad respecto a otro punto.

—¿Tú vendiste tus acciones después que hubisteis cedido las licencias a Geary?

—¿Cómo? ¿Qué te ha hecho creer eso? —Su expresión se alteró y comenzó a gimotear, rebuscando torpemente un pañuelo, y luego abandonando la búsqueda y dejando correr las lágrimas —: ¡Me engañó! ¡Me engañó! Aquel puerco estafador me engañó… me echó de allí. —Hizo unos pucheros y añadió pensativa —: Todos me engañasteis… y tú fuiste el peor de todos, querido Danny. Después que fui tan buena para contigo. —Y comenzó nuevamente a berrear.

Pensé que el euforión no valía lo que costaba, por poco que fuese. O quizá le divertía llorar.

—¿Cómo te engañó, Belle?

—¿Qué? Si tú ya lo sabes. Se lo dejó todo a aquel piojoso crío suyo… después de todo lo que me había prometido… después de que la cuidé cuando se hizo tanto daño. Y ni siquiera era su hija. Eso lo prueba.

Era la primera buena noticia que había tenido durante toda la noche. Por lo visto Ricky había sido bien tratada en algo, aunque antes le hubiesen quitado mis acciones. De modo que volví al asunto principal:

—Belle, ¿cómo se llamaba la abuela de Ricky? ¿Y dónde vivían?

—¿Dónde vivían, quiénes?

—La abuela de Ricky.

—¿Quién es Ricky?

—La hija de Miles. Trata de recordarlo, Belle. Es importante.

Aquello la disparó. Me señaló con el dedo y chilló:

—Te conozco. Tú estabas enamorado de ella; eso es lo que pasa. Aquella cochina criatura… ella y su horrible gato.

Sentí un acceso de furia al mencionar a Pet. Pero intenté reprimirlo. No hice sino agarrarla por los hombros y sacudirla un poco.

—Vamos, Belle. Solamente quiero saber una cosa. ¿Dónde vivían? ¿Cómo dirigía las cartas Miles cuando les escribía?

Me dio unas patadas.

—¡No quiero ni hablarte! Te has portado abominablemente desde que entraste aquí. —Luego pareció tranquilizarse casi instantáneamente y dijo con calma—.

—No lo sé. El nombre de la abuela era Haneker, o algo así. Solamente la vi una vez en el juicio, cuando vinieron por lo del testamento.

—¿Cuándo ocurrió eso?

—Después de morir Miles, naturalmente.

—¿Cuándo murió Miles, Belle?

Se alteró otra vez.

—Quieres saber demasiado. Eres tan malo como los jueces… preguntas, preguntas, preguntas… —Luego se levantó, y dijo con tono implorante—: Olvidémoslo todo, y seamos sencillamente nosotros. Ahora ya sólo quedamos tú y yo, querido… y aún tenemos nuestras vidas por delante. Una mujer no es vieja a los treinta y nueve… Schultzie decía que yo era la cosa más joven que nunca había visto; y aquel viejo carnero había visto muchas, puedes creerlo… Seriamos tan felices. Nosotros…

No pude soportarlo más.

—Tengo que irme, Belle.

—¿Cómo, cariño? Si es temprano… y tenemos toda la noche por delante. Me figuraba…

—No me importa lo que te hayas figurado. Ahora tengo que irme.

—Oh, cariño, ¡qué lástima! ¿Cuándo volveré a verte? ¿Mañana? Estoy ocupadísima, pero anularé mis compromisos…

—No te volveré a ver, Belle. —Y me fui.

Y nunca más volví a verla.

Tan pronto como llegué a casa tomé un baño caliente, y me froté bien. Luego me senté y traté de hacer el balance de lo que había averiguado, si es que había averiguado algo. Belle parecía creer que el apellido de la abuela de Ricky comenzaba con «H», si es que las divagaciones de Belle tenían algún significado, lo cual era muy dudoso y que habían vivido en una de las ciudades del desierto de Arizona, o quizás en California. Bueno, quizá los investigadores profesionales pudieran deducir algo de todo aquello.

O quizá no pudieran deducir nada. En todo caso, sería lento y caro; tendría que esperar hasta que pudiera permitírmelo.

¿Sabia algo más que tuviera importancia?

Miles había muerto (según decía Belle) hacia 1972. Si había muerto en este condado, debería encontrar la fecha sólo con buscarla un par de horas, luego debería ser posible encontrar la pista de su testamento… si es que lo había, como Belle parecía haber querido indicar. A través del testamento podría averiguar dónde había vivido entonces Ricky, si es que los tribunales conservaban tales datos (yo no lo sabía). Si es que en definitiva ganaba algo con reducir el lapso de tiempo a veintiocho años y localizar la ciudad en que había vivido entonces. Todo ello suponiendo que tuviera sentido ir en busca de una mujer que debería tener cuarenta y un años y casi con seguridad estaría casada y con hijos.

La ruina de lo que en un tiempo había sido Belle Darkin me había turbado: empezaba a darme cuenta de lo que podían representar treinta años. No porque temiera que una Ricky ya mayor pudiera no ser buena y amable… pero, ¿se acordaría de mi? Oh, no creía que se hubiese olvidado por completo de mí, pero ¿no en probable que yo fuese para ella sencillamente una persona sin facciones, aquel a quien llamaba «Tío Danny» y que tenía un hermoso gato?

¿Quizá no estaría yo viviendo en una fantasía del pasado, lo mismo que Belle?

Pero, al fin y al cabo, intentar buscarla no podía hacer daño a nadie. Por lo menos podríamos enviarnos tarjetas de Navidad todos los años. Su marido no tendría nada que objetar al respecto.

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