Yo iba silbando cuando llegué a casa de Miles. Había dejado de preocuparme aquella preciosa pareja… En los últimos quince kilómetros había planeado de memoria un par de artefactos completamente nuevos, cada uno de los cuales podría hacerme rico. Uno consistía en una máquina de dibujar que podía ser accionada como una máquina de escribir. Calculé que por lo menos debía de haber cincuenta mil ingenieros inclinados sobre los tableros de dibujo en los Estados Unidos y que odiaban el trabajo porque afecta a los riñones y daña la vista. No se trata de que no les guste diseñar, que si les gusta, pero físicamente es un trabajo demasiado duro.
Aquel aparato les permitiría permanecer sentados en un sillón mientras apretaban pulsadores y veían cómo la imagen se iba formando sobre un tablero, encima de la máquina. Oprimirían tres palancas al mismo tiempo y aparecería una línea horizontal precisa mente allá donde la quisieran; oprimirían dos palancas y luego otras dos y se dibujaría una línea con la inclinación exacta.
Y, por una pequeña cantidad extra, podría proporcionar un segundo caballete, dejar que el arquitecto dibujara isométricamente (la única manera fácil de dibujar), y consiguiera que apareciese w segundo dibujo en perfecta perspectiva sin que tuviera necesidad de comprobar. Incluso podría disponer el artefacto de manera que levantase planos y elevaciones partiendo del isométrico.
Lo mejor de todo era que podía hacerse casi por completo mediante piezas standard, la mayor parte de las cuales podían adquirirse en las tiendas de radio y de fotografía. Salvo, naturalmente, el tablero de control, el cual tenía la seguridad de que podía armarlo partiendo de una máquina de escribir eléctrica a la cual sacara las tripas y luego conectando las palancas para que hiciesen funcionar aquellos otros circuitos. Un mes para hacer el modelo original, seis semanas más para suprimir pegas…
Pero dejé de lado aquello relegándolo al fondo de mi memoria, pues tenía la seguridad de que podría hacerlo y de que habría un mercado para ello. Lo que verdaderamente me encantaba era haber ideado la manera de superar en flexibilidad al pobre Frank Flexible. Sabia más acerca de Frank de lo que ninguna otra persona pudiese llegar a averiguar, aunque lo estudiaran durante un año. Lo que no podrían saber, lo que ni siquiera mis notas indicaban, era que por cada elección que yo había hecho había por lo menos otra posibilidad que también podría funcionar —y que mis elecciones habían sido restringidas por el hecho de que pensaba en él como sirviente doméstico. Para empezar, podía prescindir de la restricción de que tenía que vivir en el sillón de ruedas mecánico. Partiendo de ahí, podría hacer cualquier cosa, salvo que necesitaría los tubos de memoria Thorsen, y Miles no podía impedirme usarlos; estaban en el mercado a disposición de cualquiera que quisiera diseñar una serie cibernética.
La máquina de diseñar podía esperar; me ocuparía del autómata para todo uso, capaz de ser programado para todo lo que un hombre es capaz de hacer, siempre y cuando no requiera verdadero discernimiento humano.
No; montaría primero la máquina de diseñar y la utilizaría para el proyecto de Pet Proteico.
—¿Qué te parece, Pet? Vamos a dar tu nombre al primer verdadero robot del mundo.
—¿Mrrrarrr?
—No seas suspicaz. Es un honor. Partiendo de Frank podría diseñar a Pet completamente con mi máquina de dibujar, refinarlo de veras, y además deprisa. Sería un fenómeno, una amenaza diabólica que desplazaría a Frank antes incluso de que lo pusiesen en producción. Si tenía un poco de suerte les haría quebrar y tendrían que venirme a pedir por favor que volviese a ellos. ¿Es que querían matar la gallina de los huevos de oro?
Había luces en casa de Miles y su auto estaba junto a la acera. Dejé el mío frente al suyo, y dije a Pet:
—Vale más que te quedes aquí, amigo, y protejas el coche. Grita «alto» tres veces y luego tira a matar.
—¡Nooooo!
—Si entras tendrás que quedarte en el saco.
—¿Perro?
—No discutas. Si quieres entrar métete en el maletín.
Pet se metió en el maletín.
Miles me hizo entrar. Ninguno de los dos ofreció la mano. Me condujo a la sala de estar y me indicó con la mano un sillón.
Belle estaba allí. No esperaba encontrarla, pero supongo que no debía haberme sorprendido. La miré y me reí.
—¡Qué casualidad encontrarte aquí! ¿No me digas que has venido desde Mojave solamente para tener el gusto de hablarme? ¡Ah! La verdad que soy una fiera cuando me meto con las chicas… tendríais que verme cuando me pongo los sombreros de las señoras en las fiestas de amigos…
Belle frunció el ceño.
—No te hagas el gracioso, Dan. Si tienes algo que decir, dilo y márchate.
—No te hagas el gracioso.
—No me apresures. Me encuentro cómodo aquí… Mi ex socio… Mi ex novia… Lo único que nos falta es mi antiguo negocio.
Miles dijo con ánimo tranquilizador:
—Mira, Dan, no te lo tomes así. Lo hicimos por tu propio bien… y puedes volver a trabajar con nosotros siempre que quiera Me alegraré de tenerte.
—¿Por mi propio bien? Es lo que le dijeron al ladrón de caballos cuando le ahorcaban. En cuanto a eso de volver… ¿qué tienes quieres decir, Belle? ¿Puedo volver?
Se mordió el labio.
—Si Miles lo dice, naturalmente.
—Parece que fue ayer cuando decías: «Si Dan lo dice, naturalmente. » Pero todo cambia; así es la vida. Y no voy a volver chiquillos; no tenéis por qué poneros nerviosos. Solamente he venido para averiguar algunas cosas.
Miles miró a Belle, que fue quien respondió:
—¿Como por ejemplo…?
—Pues, en primer lugar, ¿quién de vosotros dos ideó la estafa ¿O la proyectasteis los dos juntos?
—Esa palabra es muy fea, Dan —dijo Miles, lentamente—. No me gusta.
—Bueno, bueno. Vamos, no nos andemos con finuras. Si la palabra es fea, el hecho lo es diez veces más. Me refiero a los d falsificar un contrato de esclavo, falsificar adjudicaciones de patentes… Eso es un delito federal, Miles; creo que te dejan ver el sol los miércoles alternos. No estoy seguro, pero sin duda el FBI me podría informar. Mañana —añadí, viéndole que acusaba el golpe.
—Dan, ¿vas a ser lo suficiente necio para armar jaleo sobre todo esto?
—¿Jaleo? Pienso atacaros por todos los lados, por lo civil y por lo criminal. Estaréis tan ocupados que no tendréis tiempo ni de rascaros…, a menos de que aceptéis hacer una cosa. Pero no he citado aún vuestro tercer pecadillo: robo de mis notas y diseños de Frank Flexible… y el modelo a escala también, si bien podéis hacer me pagar por los materiales, puesto que se los cargué a la compañía.
—¿Robo…? ¡Tonterías! —interrumpió Belle—. Tú trabajabas para la compañía.
—¿De veras? La mayor parte del trabajo lo hice de noche. Y nunca fui un empleado, Belle, como bien sabéis los dos. Lo único que hice fue cobrar cantidades para ir viviendo, a cuenta de los beneficios obtenidos por mis acciones. ¿Qué dirán los de Mannix cuando presente una querella criminal, alegando que las cosas que les interesaba comprar, Muchacha de Servicio, Willie y Frank, nunca pertenecieron a la compañía, sino que me fueron robados?
Tonterías —repitió tenazmente Belle—. Trabajabas para la compañía. Tenias un contrato.
Me eché hacia atrás en el sillón y me reí.
—Mirad, chiquillos, no hace falta que mintáis ahora: podéis ahorrároslo para el juicio. Aquí no estamos más que nosotros. Lo que verdaderamente quisiera saber es esto: ¿quién lo ideó? Sé cómo se hizo. Belle, tú me4raías papeles para la firma. Cuando había que firmar más de una copia, juntabas las demás copias a la primera… Para comodidad mía, naturalmente: siempre has sido la perfecta secretaria. Y todo lo que veía de las copias de debajo era el lugar donde firmar. Ahora sé que me metiste algunas bromas entre aquellos papeles tan bien ordenados; de modo que sé que fuiste tú quien llevó a cabo la parte mecánica de la estafa. Miles no pudo haberlo hecho; Miles ni siquiera sabe escribir muy bien a máquina… Pero ¿quién redactó aquellos documentos que me hiciste firmar así? ¿Tú? No lo creo… a menos que hayas tenido una educación en leyes que nunca mencionaste. ¿Qué me dices, Miles? ¿Es que una sencilla mecanógrafa podría redactar aquella maravillosa cláusula siete de un modo tan perfecto? ¿O fue necesario un abogado? Me refiero a ti.
Hacia ya rato que el cigarrillo de Miles se había apagado. Se lo quitó de la boca, lo miró y dijo cautelosamente:
—Mi querido amigo Dan: si te figuras que puedes hacernos caer en la trampa de admitir algo, es que estás chiflado.
—Oh, ¡vamos!, estamos solos. Los dos sois culpables, sea como sea. Pero me gustaría creer que esta Dalila se dirigió a ti con el asunto ya terminado y a punto de entrega, y que luego te tentó en un momento de debilidad. Pero sé que no es cierto. A menos que Belle sea también un abogado, los dos andáis en ello, cómplices antes y después. Tú lo redactaste; ella lo escribió a máquina y me engañó para que lo firmase. ¿Cierto?
—¡No contestes, Miles!
—Claro que no voy a contestar —asintió Miles—. Quizás lleve una grabadora escondida en ese maletín.
—Debería haberla llevado —asentí—. Pero no la llevo. —Abrí la parte superior del maletín y Pet sacó la cabeza—. ¿Te vas enterando de todo, Pet? Cuidado con lo que decís, amigos. Pet tiene una memoria de elefante. No, no traje una grabadora… sigo siendo el tonto de Dan Davis, que nunca piensa por adelantado. Voy dando tropezones, fiándome de mis amigos… como me fié de vosotros dos. ¿Es Belle un abogado, Miles? ¿O fuiste tú mismo quien se sentó a sangre fría y planeó la manera de acogotarme y robarme hacer que todo pareciese legal?
—¡Miles! —intervino Belle—. Con lo hábil que es, puede haber hecho una grabadora del tamaño de un paquete de cigarrillos. Quizá no la lleve en el maletín, sino encima.
—Excelente idea, Belle. La próxima vez traeré una conmigo
—Me doy perfecta cuenta de ello, querida —respondió Miles-Y, si la lleva, estás hablando demasiado. Ten cuidado con lo que dices.
Belle respondió con una palabra que ignoraba que usase. Levanté las cejas:
—¿Os ladráis el uno al otro? ¿Los ladrones se pelean y~
La paciencia de Miles se iba agotando, de lo cual me alegra.
—Cuidado con lo que dices, Dan… —amenazó—, si es que quieres conservar la salud.
—Eh, eh… Soy más joven que tú, y he pasado mi curso de judo más recientemente que tú. Además, tú no pegarías un tiro a u hombre; lo que harías sería enredarle con algún documento falso:
Dije «ladrones» y quiero decir «ladrones». Ladrones y embustero‹ los dos. —Me volví hacia Belle—: Mi padre me enseñó a no llamar nunca embustera a una señora, cara de bombón, pero tú no eres una señora… Eres una ladrona… y una vagabunda.
Belle se sofocó y me lanzó una mirada en la que se desvaneció‹ toda su belleza dejando al descubierto todo lo que en ella había de un animal de presa:
—¡Miles! —dijo con voz aguda—. ¿Vas a quedarte ahí sentado y permitir…?
—¡Estate quieta! —ordenó Miles—. Su grosería es deliberada, Quiere que nos excitemos y digamos cosas de las que después tengamos que arrepentimos. Y eso es lo que ya casi estás haciendo. de modo que, estate quieta.
Belle se calló, pero su cara siguió manteniendo su expresión feroz. Miles se volvió hacia mí.
—Dan, me figuro que soy siempre persona práctica. Intenté hacerte ver las cosas claras antes de que te marchases de la compañía. Al hacer el arreglo traté que fuera de tal manera que tomases k inevitable con elegancia.
—Quieres decir que me dejase violar sin protesta.
—Como quieras. Todavía deseo llegar a un arreglo amistoso. No te sería posible ganar ninguna clase de proceso legal, pero como abogado sé que siempre vale más evitarlo que ganar, si es posible.
Dijiste hace un momento que había una cosa que yo podía hacer y que te satisfaría. Dime de qué se trata; quizá podamos entendernos.
—Oh… iba a hablar de eso. Tú no puedes hacerlo, pero quizá te sea posible arreglarlo. Es sencillo. Haz que Belle me vuelva a adjudicar las acciones que le transferí como regalo de compromiso.
—¡No! —dijo Belle.
—Te he dicho que te calles —ordenó Miles.
Yo miré a Belle y dije:
—¿Y por qué no, mi ex querida? He pedido consejo sobre este punto, según decís los abogados, y, puesto que fueron entregadas en consideración del hecho de que prometiste casarte conmigo, tienes la obligación no solamente moral sino también legal de devolverlas. No fue una «dádiva libre», según creo que se dice, sino algo entregado en virtud de algo que esperaba, y que habíamos acordado, pero que nunca recibí, a saber, tu relativamente encantadora persona. De manera que, ¿qué me dices de aflojar la pasta? ¿O es que has cambiado nuevamente de opinión y estás dispuesta a casarte conmigo?
Me respondió exactamente dónde y cómo podía esperar casarme con ella.
Miles dijo entonces con aire de cansancio:
—Belle, no haces sino empeorar las cosas. ¿No comprendes que está tratando de enfurecernos? —Se volvió hacia mí—: Dan, si eso es para lo que has venido, vale más que te vayas. Si las cosas hubiesen sido como dices, tendrías cierta razón. Pero no fueron así. Adjudicaste esas acciones a Belle por valor recibido.
—¿Cómo? ¿Qué valor? ¿Dónde está el cheque que lo pruebe?
—No es necesario que mediara un cheque. Fue por servicios a la compañía, más allá de su obligación.
Me quedé mirándole:
—¡Vaya maravilla! Mira, Miles, amigo mío, si fue por servicios a la compañía, y no a mi personalmente, entonces tú debes haber estado enterado de ello, y debiste haberte precipitado a pagarle la misma cantidad… Al fin y al cabo nos dividíamos los beneficios por la mitad, incluso si hubiese… o si me hubiese figurado que había conservado el control. ¡No me digas que diste a Belle un paquete de acciones del mismo tamaño!
Entonces vi cómo se miraban el uno al otro, y tuve una repentina inspiración:
—¡Quizá sí se lo diste! Apostaría a que fue mi encanto quien te obligó a hacerlo, o de lo contrario no hubiese jugado. ¿Es eso cierto? De ser así, ya puedes tener la seguridad de que registró transferencia inmediatamente… y las fechas demostrarán que transferí mis acciones precisamente en la fecha en que nos prometimos. ¡Diablos, si hasta apareció la noticia del compromiso en Desert Heraid! Mientras, tú le transferías tus acciones para que hiciese la jugada y me dejase plantado. ¡Y de todo esto había constancia! Quizá sí que un juez me crea, ¿verdad Miles? ¿Qué parece?
¡Los había deshecho! ¡Los había deshecho! Por la expresión d sus caras me di cuenta de que por casualidad había ido a dar con 1 única circunstancia que no podrían nunca explicar, y que yo n debía haber sabido nunca. Seguí arremetiendo… y volví a dar en blanco al azar. ¿Al azar? No; pura lógica.
—¿Y cuántas acciones, Belle? ¿Tanto como me sacaste a Sencillamente por haberte «prometido»? Hiciste más por él, así que has debido sacarle más. —Me detuve de repente—. La verdad ~ que me pareció raro que Belle hubiese venido desde tan lejos sola mente para hablarme, teniendo en cuenta lo que le molestaba viaje. Quizá no has venido desde tan lejos; quizá ya estabas aquí ¿Es que estáis ya juntos? ¿O debería quizá decir «prometidos»? C ¿estáis ya casados? —Lo pensé—. Apostaría a que lo estáis, Miles. No eres tan iluso como yo; me apostaría hasta la última camisa que nunca, nunca le habrías adjudicado acciones a Belle solamente bajo promesa de matrimonio. Pero es posible que lo hicieses como regalo de boda, siempre y cuando recuperases el control de votos No te molestes en contestar; mañana empezaré a desenterrar lo hechos. También deben constar.
Miles miró a Belle y dijo:
—No pierdas el tiempo. Te presento a la señora Gentry.
—¿De veras? Os felicito a los dos. Os merecéis el uno al otro. ~ ahora, volvamos a lo de mis acciones. Puesto que la señora Gentry evidentemente no se puede casar conmigo…
—No seas necio, Dan. Ya he refutado tu ridícula teoría. ~ cierto que transferí ciertas acciones a Belle, de la misma manera q~ lo hiciste tú. Y por la misma razón: servicios a la compañía. Como tú mismo dices, estas cosas constan. Belle y yo nos casamos haa sólo una semana… pero encontrarás que las acciones fueron registradas a su nombre hace ya bastante tiempo, si es que te tomas l~ molestia de investigarlo. No puedes establecer relación entre las dos cosas. No; recibió acciones de los dos por su gran servicio a la compañía. Luego, después de que la hubieses abandonado y de que hubiese dejado el empleo en la compañía, nos casamos.
Aquello era un contratiempo. Miles era demasiado inteligente para decir una mentira que pudiera ser comprobada tan fácilmente. Pero había algo en ello que no era cierto, algo más de lo que ya había descubierto.
—¿Cuándo y dónde os casasteis?
—En el juzgado de Santa Bárbara, el jueves pasado. Y no es cosa que te importe.
—Quizá no. ¿Cuándo transferiste las acciones?
—No lo sé exactamente. Búscalo, si es que quieres saberlo.
La verdad era que no parecía posible que hubiese entregado acciones a Belle antes de haberla comprometido. Ese fue el farol que me tiré: no encajaba en su carácter:
—Se me ocurre una cosa, Miles. Si encargase el trabajo a un detective, ¿no encontraría quizá que vosotros dos os casasteis en otra ocasión algo antes que esta última? ¿Quizá en Yuma? ¿O en Las Vegas? ¿O a lo mejor os encontrasteis en Reno aquella vez que los dos fuisteis hacia el norte para aquel asunto de impuestos? Quién sabe si consta un matrimonio así, y podría ser que la fecha de la transferencia de las acciones y las fechas en que mis patentes fueron adjudicadas a la compañía formasen una bonita combinación de números. ¿Verdad?
Miles no se hundió: ni siquiera miró a Belle. En cuanto a Belle, el odio reflejado en su cara no podía haber ido en aumento siquiera con una certera puñalada a ciegas. No obstante, aquello parecía encajar en los hechos, y decidí continuar jugando fuerte hasta el final.
—Dan, he tenido paciencia contigo —dijo Miles, sencillamente—; he tratado de mostrarme conciliatorio, y lo único que he conseguido son insultos. De manera que me parece que ya es hora de que te vayas. De lo contrario, voy a echarte… ¡a ti y a tu piojoso gato!
—¡Olé! —contesté—. Es la primera nota de hombría que has cantado esta noche. Pero no llames «piojoso» a Pet. Entiende lo que dices, y a lo mejor te arranca un bocado. Está bien, ex compañero, me marcharé… pero quisiera hacer un pequeño discurso de despedida, muy corto. Probablemente será la última palabra que nunca te dirija. ¿De acuerdo?
—Bueno… está bien. Que sea corto.
—Miles, quiero hablarte —se apresuró a decir Belle.
Él le hizo un gesto sin mirarla, indicándole que estuviese quieta.
—Empieza, y sé breve.
—Probablemente no te gustará oir esto, Belle. Propongo que vayas —dije, volviéndome hacia ella.
Naturalmente, se quedó. Yo había querido tener la seguridad que se iba a quedar. Volví a mirarle a él:
—Miles, no estoy demasiado furioso contigo. Lo que un hombre puede llegar a hacer por una ladrona, no tiene límites. Si Sansón Marco Antonio fueron vulnerables, ¿qué derecho tengo a suponer que tú ibas a resultar inmune? En realidad, en lugar de estar dado debería agradecértelo. Y me figuro que, hasta cierto punto, estoy. Desde luego lo siento por ti. —Miré entonces hacia Belle. Ahora ya es tuya, y es problema tuyo… y todo lo que me costado es algo de dinero y, temporalmente, mi tranquilidad. ¿Pe. cuánto te costará a ti? Me engañó, incluso consiguió persuadirte a ti, amigo en quien confiaba, para que me engañases… ¿C empezará a aliarse con algún otro y comenzará a engañarte ¿La semana que viene? Con la misma seguridad con que un vuelve a su vómito…
—¡Miles! —chilló Belle.
—¡Sal de aquí! —dijo Miles, amenazador.
Comprendí que lo decía de veras. Me levanté.
—Precisamente nos íbamos. Lo siento por ti, amigo. Al principio los dos cometimos una equivocación y la falta fue tanto como mía. Pero ahora tú la tienes que pagar solo. Y es una verdadera lástima, porque fue un error inocente.
Su curiosidad pudo más:
—¿Qué quieres decir?
—Deberíamos habernos preguntado por qué una mujer tan elegante, hermosa y competente, estaba dispuesta a trabajar para nosotros por un sueldo de mecanógrafa. Si hubiésemos tomado huellas digitales, como se hace en las grandes compañías, y hubiésemos llevado a cabo una inspección rutinaria, quizá no la hubiésemos tomado… y tú y yo seríamos aún socios.
¡Había dado en el clavo otra vez! Miles miró de repente a mujer, y ella adoptó una actitud de… Bueno, yo diría que de acorralada, si no fuese porque las ratas no tienen una forma la de Belle.
No fui capaz de dejar las cosas como estaban, que ya estaba bien; me sentí impulsado a seguir hurgando. Me dirigí a
—¿Y bien, Belle? Si me llevase ese vaso que has dejado a tu e hiciese investigar las huellas que hay en él, ¿qué encontré?.¿Fotografías en las oficinas de correos? ¿Bigamia? ¿Quizás algo de casarse con idiotas para sacarles el dinero? ¿Es Miles legalmente tu marido? —Me incliné hacia delante y cogí el vaso.
Belle me lo arrancó de la mano.
Miles me lanzó un grito.
Finalmente había confiado demasiado en mi suerte. Había sido estúpido al meterme en la jaula de unas fieras sin llevar armas, y luego olvidar el primer principio del domador de fieras: les volví la espalda.
Miles gritó y me volví hacia él. Belle cogió su bolsa… y recuerdo haber pensado entonces que tardaba mucho en sacar un cigarrillo.
Luego sentí el pinchazo de la aguja.
Recuerdo haber pensado sólo una cosa mientras mis piernas cedían y me hundía sobre la alfombra: una inmensa sorpresa de que Belle me hiciese algo así.
En el fondo aún había confiado en ella.