12

En esta ocasión mis sueños fueron más agradables. El único desagradable que recuerdo no fue muy malo, sencillamente frustrante. Era un sueño frío, en el que me encontraba perdido por pasillos que se ramificaban, probando todas las puertas que encontraba, pensando que la siguiente sería la Puerta al Verano, donde Ricky me estaría esperando al otro lado. Pet entorpecía mi marcha «siguiéndome» por delante, con esa exasperante costumbre que tienen los gatos de pasar y pasar entre las piernas de quienes tienen la seguridad de que no les van a pisar o dar una patada.

A cada nueva puerta Pet pasaba por entre mis piernas, miraba, descubría que afuera todavía era invierno, y daba la vuelta, casi atropellándome.

Pero ninguno de los dos abandonó su convencimiento de que la puerta siguiente sería la que buscábamos.

Esta vez me desperté con facilidad, sin sentirme desorientado. La verdad era que el médico se sintió algo molesto de que lo único que yo quisiera fuese el desayuno, el Times del Gran Los Angeles, y nada de charla. No creí que valiera la pena decirle que aquella era mi segunda vez. No me hubiese creído.

Había una nota aguardándome, fechada una semana antes: era de John.


Querido Dan, Está bien, me rindo. ¿Cómo te las arreglaste?

Contra los deseos de Jenny accedo a tu demanda de no irte a esperar. Ella te envía su cariño, y confía en que no tardarás mucho en venir a vernos… He intentado explicarle que esperas estar ocupado durante algún tiempo. Los dos estamos bien, aunque yo tengo cierta tendencia a andar en ocasiones en que antes corría. Jenny es aún más hermosa de lo que era antes.

Hasta la vista, amigo,

JOHN


Posdata: Si lo que incluyo no es suficiente, llámame por teléfono; hay mucho en el mismo sitio. Creo que no nos ha ido mal.

Pensé en llamar a John, para saludarle y plantearle una idea colosal que se me había ocurrido mientras dormía: un dispositivo para que el baño dejara de ser una tarea para convertirse en un placer sibarítico. Pero por fin decidí no hacerlo; tenía que pensar en otras cosas. De modo que hice unos apuntes mientras la idea aún estaba fresca, y me dormí un rato, con la cabeza de Pet metida en mi sobaco. Me gustaría poderle curar esa costumbre: resulta halagador, pero muy pesado.

El lunes, 30 de abril, salí y fui a Riverside, donde tomé un cuarto en la vieja Posada de la Misión. Como era de esperar, pusieron reparos a que llevase un gato a mi cuarto, y un botones automático no se deja ablandar por las propinas, lo cual no es una ventaja. Pero el ayudante de la gerencia se mostró más flexible; estaba dispuesto a escuchar razones, siempre que fueran crujientes. No dormí bien, estaba demasiado excitado.

La mañana siguiente, a las diez, me presenté al director del Santuario de Riverside.

—Doctor Rumsey, me llamo Daniel B. Davis. ¿Tienen ustedes aquí en depósito a un cliente llamado Federica Heinicke?

—Me imagino que puede usted identificarse.

Le enseñé un permiso de conducir emitido en Denver, y mi certificado del Santuario de Forest Lawn. Los miró y luego me miró a mí.

—Creo que debe salir hoy. —Pregunté con ansiedad—: ¿Por casualidad hay alguna cláusula que me permita estar presente? No me refiero a la rutina del proceso, sino en el último momento, cuando esté a punto para el estimulante final y vuelta a la conciencia.

—Las instrucciones de la cliente no dicen que le despertemos hoy —dijo seriamente.

—¿No? —Me sentí decepcionado y ofendido.

—No. Sus deseos son exactamente los siguientes: En lugar de ser despertada irremisiblemente hoy, deseaba que no se la despertase hasta que usted se presentase. —Me miró de arriba abajo y se sonrió—: Debe usted tener un corazón de oro. Lo que es por su hermosura no me lo podría explicar.

Suspiré:

—Gracias, doctor.

—Puede usted esperar en el salón de entrada, o volver. No lo necesitamos hasta dentro de un par de horas.

Volví a la entrada, saqué a Pet, y me lo llevé de paseo. Le había dejado allí en su nuevo maletín de viaje, que no le gustaba demasiado, a pesar de que lo había comprado tan parecido como me fue posible, y de haber instalado en él la noche antes una ventanilla de una sola dirección. Es probable que todavía no oliese bien.

Pasamos por delante de «el sitio que estaba muy bien», pero no tenía hambre a pesar de que no había podido desayunar mucho: Pet se había comido los huevos y había hecho ascos a la levadura de cerveza. A las once y media estaba de vuelta en el santuario. Por fin me dejaron que entrase a verla.

Todo lo que podía ver era su cara; su cuerpo estaba cubierto. Pero era mi Ricky, que había crecido hasta hacerse mujer, y que parecía un ángel dormido.

—Está bajo instrucción poshipnótica —dijo en voz baja el doctor Rumsey—. Si quiere usted quedarse aquí, la despertaré. Pero me parece que valdrá más que haga salir al gato.

—No, doctor.

Comenzó a hablar, pero se encogió de hombros y se volvió a su paciente:

—Despierta, Federica. Despierta. Ahora tienes que despertarte.

Ricky parpadeó y abrió los ojos. Miró en derredor durante unos instantes, luego nos vio y se sonrió soñolienta.

—Danny… y Pet.

Alzó los dos brazos y pude ver que en su pulgar izquierdo llevaba mi anillo del Técnico.

Pet hizo un ruidito, saltó sobre la cama, y comenzó a precipitarse una y otra vez sobre ella en un verdadero éxtasis de bienvenida.

El doctor Rumsey quería que Ricky se quedara allí aquella noche, pero ella no quiso ni oír hablar de ello. Así pues, envié a buscar un taxi y nos fuimos a Brawley. Su abuela había muerto en 1980, y sus demás relaciones sociales habían desaparecido por puro desgaste, pero allí había dejado algunas cosas, principalmente libros. Di instrucciones para que los enviasen a Aladino, dirigidos a John Sutton. Ricky estaba un poco deslumbrada por las alteraciones de su población natal, y no soltaba mi brazo, pero nunca sucumbió a aquella terrible nostalgia que es el gran peligro del Sueño. Lo único que quería era salir de Brawley lo antes posible.

Alquilé otro taxi y nos fuimos a Yuma. Allí firmé con letra elegante el libro oficial del condado utilizando mi nombre completo «Daniel Boone Davis» para que no hubiese duda acerca de qué D. Davis era el que había firmado esa magnus Opus. Unos minutos más tarde estaba de pie, con su manita en la mía, casi ahogado de emoción.

—Yo, Daniel, te tomo, Federica… hasta que la muerte nos separe.

Pet fue mi padrino. Los testigos los proporcionó el mismo juzgado.

Salimos en seguida de Yuma y nos fuimos a un rancho cerca de Tucson, donde tuvimos una cabina alejada de la caseta principal, equipada con nuestro propio Castor Servicial para que nos fuese a buscar las cosas, de modo que no teníamos necesidad de ver a nadie. Pet libró una descomunal batalla con el gato que hasta entonces había sido el amo del rancho, después de lo cual tuvimos que tenerle encerrado, o vigilarle. Ese fue el único inconveniente que recuerdo. A Ricky le gustaba el matrimonio como si fuese algo que hubiese inventado ella, y yo, pues bien, yo tenía a Ricky.

No queda mucho más que contar. Gracias al voto del paquete de acciones de Muchacha de Servicio propiedad de Ricky, que seguía siendo mayor, hice que McBee ascendiera a Ingeniero Investigador Emérito, y nombré a Chuck Ingeniero Jefe. John es el jefe de Aladino, pero me está amenazando siempre con retirarse, una amenaza vana. El y Jenny dominan la compañía, puesto que tuvo la precaución de emitir acciones preferentes y obligaciones antes que perder el dominio. Yo no estoy en el consejo de ninguna de las dos corporaciones; no las dirijo, y compiten entre sí. La competencia es una buena idea, Darwin tenía buena opinión de ella.

Yo no soy sino la Compañía de Ingeniería Davis, una sala de dibujo, un pequeño taller y un viejo maquinista que cree que estoy loco, pero que sigue mis dibujos con una tolerancia exacta. Cuando terminamos algo, lo entrego bajo licencia.

Recuperé mis notas sobre Twitchell. Luego le escribí y le dije que había ido y vuelto por medio del sueño frío… y me excusaba abyectamente por haber «dudado» de él. Le pregunté si deseaba ver el manuscrito cuando lo hubiese terminado. No me contestó nunca, de modo que me imagino que está aún furioso conmigo.

Pero de veras lo estoy escribiendo, y lo pondré a la venta en todas las librerías de importancia, incluso si me veo obligado a publicarlo por mi cuenta. Es lo menos que le debo. Le debo mucho más; le debo a Ricky. Y le debo a Pet. Lo voy a titular Genio Olvidado.

Jenny y John parecen como si fuesen a durar eternamente. Gracias a la geriatría, al aire libre, al sol, al ejercicio, y a no preocuparse nunca, Jenny está más bonita que nunca a los… bueno me imagino que son sesenta y tres. John cree que no soy «más que adivino» y no quiere examinar la evidencia. Y bien, ¿cómo fue que lo hice? Intenté explicárselo a Ricky, pero se alteró tanto cuando le dije que mientras estábamos de luna de miel yo también estaba en Boulder, y que mientras la estaba visitando en el campamento de Muchachas Exploradoras también estaba yaciendo drogado en el Valle de San Fernando…

Palideció. De modo que dije:

—Consideremos en hipótesis. Cuando piensas en ello desde un punto de vista matemático todo aparece perfectamente lógico. Supongamos que tomamos un conejillo de indias, blanco con manchas castañas. Lo ponemos en una jaula de tiempo y lo lanzamos a una semana hacia atrás. Pero una semana antes ya lo habíamos encontrado allí, de modo que entonces lo habíamos puesto en una conejera consigo mismo. Tenemos por lo tanto dos conejos de indias… aunque en realidad no es más que un conejillo, puesto que uno de ellos es el otro, una semana más viejo. De modo que cuando cogimos a uno de ellos y lo lanzamos una semana atrás y…

—¡Espera un momento! ¿Cuál de los dos?

—¿Cuál? Nunca hubo más que uno. Como es natural cogiste el que tenía una semana menos, porque hay que tener en cuenta que…

—Dijiste que no había más que uno. Luego dijiste que había dos. Luego dijiste que los dos eran uno. Pero ibas a coger uno de los dos… cuando no había más que uno.

—Estoy intentando explicarte cómo es posible que dos sean solamente uno. Si tomas el más joven…

—¿Y cómo puedes saber cuál de los dos es más joven cuando los dos parecen iguales?

Pues bien, podrías cortar el rabo del que vas a enviar atrás. Entonces cuando volviese podrías…

—¡Pero qué crueldad, Danny! Y además, los conejos de indias no tienen rabo.

Se figuraba que probaba algo. No debía nunca haber intentado explicárselo.

Pero Ricky no es persona que se preocupe de cosas que carecen de importancia. Como vio que yo me disgustaba, me dijo dulcemente:

—Ven aquí, cariño. —Y me enmarañó el poco pelo que me quedaba y me besó—. Solamente necesito uno como tú. Dos sería más de lo que podría manejar. Dime una cosa, ¿estás contento de haber esperado a que creciera?

Hice todo lo que pude para convencerla de que sí lo estaba.

Pero la explicación que intenté proporcionar no lo explica todo. Hay una cosa de la que no me di cuenta, a pesar de que era yo mismo quien iba en el tiovivo y de que contaba las vueltas. ¿Por qué no vi la reseña de mi propia salida? Quiero decir la segunda, la de abril 2001, no la de diciembre 2000. Debería haberla visto; estaba allí, y tenía por costumbre revisar aquellas listas. Me desperté (por segunda vez) el viernes 27 de abril de 2001; debería haber estado en el Times de la mañana siguiente. Pero no lo vi. Después lo he buscado y allí está: «D. 15. Davis», en el Times del sábado, 28 de abril de 2001.

Desde un punto de vista filosófico, una sola línea de tinta puede originar un nuevo universo con la misma certidumbre como ocurriría si llegase a faltar el continente de Europa. ¿Es correcta la antigua idea de las «corrientes de tiempo ramificados» y de los «universos múltiples»? ¿Me encontré de un salto en un universo distinto, distinto porque había interferido con su estructura? ¿A pesar de que me encontré allí a Ricky y Pet? ¿Existe otro universo en algún sitio (o en algún tiempo) donde Pet maulló hasta desaparecer y luego salió a arreglárselas por sí solo, abandonado? ¿Y en el cual Ricky nunca consiguió huir con su abuela y tuvo que sufrir la ira vengadora de Belle?

Una línea de letra impresa no es suficiente. Probablemente aquella noche me dormí y se me escapó leer mi propio nombre; luego, a la mañana siguiente, tiré el diario por la caída, pensando que había acabado con él. La verdad es que soy distraído, especialmente cuando estoy pensando en algún trabajo.

¿Pero qué hubiese hecho si efectivamente lo hubiese visto? ¿Ir ~ allí, encontrarme conmigo mismo, y volverme loco, furioso? No; pues si en efecto lo hubiese visto, no hubiera hecho las cosas que hice después, «después» para mí, que condujeron a ello. Por lo tanto, nunca pudo haber sucedido así. El control es del tipo de retorno negativo, e incluye un «seguro de fracaso», puesto que la existencia misma de aquella línea de letra impresa dependía de que yo no la viese; la aparente posibilidad de que hubiese podido verla es una de las «no posibles» excluidas de la estructura fundamental del circuito.

Hay una divinidad que forma nuestros fines, por más que nosotros tratemos de moldeamos a nuestro antojo. » Libre albedrío y predestinación en una sentencia, y ambas cosas ciertas. Hay solamente un mundo real, con un pasado y un futuro. «Como fue en un principio, ahora y siempre, por siempre más, amén. » Solamente uno… pero lo bastante grande y lo bastante complicado para poder incluir el libre albedrío y el viaje por el tiempo y todo lo demás en sus uniones y sus retornos y circuitos de protección. Se te permite hacer lo que quieras dentro de las reglas… pero vuelves a tu propia puerta.

No soy la única persona que haya viajado por el tiempo. Fort dio una lista de demasiados casos que no pueden ser explicados de otra manera, y lo mismo Ambrose Bierce. Y hubo aquellas dos damas de los jardines del Trianón. Y tengo el presentimiento de que también el doctor Twitchell cerró aquel interruptor más veces de las que quiso admitir… sin decir nada de otros que pudieron haberlo aprendido en el pasado o en el futuro. Pero dudo que tenga grandes consecuencias. En mi caso solamente lo saben tres personas, y dos de ellas no lo creen. No se puede hacer mucho si se viaja por el tiempo. Como dijo Fort, solamente se hacen ferrocarriles cuando ha llegado la hora de los ferrocarriles.

Pero no me es posible sacarme a Leonard Vincent de la cabeza. ¿Fue Leonardo da Vinci? ¿Se las arregló para pasar a través del continente y regresó con Colón? La enciclopedia dice que su vida fue de tal manera, pero a lo mejor la había revisado. Yo sé como son esas cosas: he tenido que hacerlo un poco yo mismo. En la Italia del siglo XV no tenían números de seguridad social, cartas de identidad ni huellas digitales: podía haberlo conseguido.

Pero pensando en él, apartado de todo aquello a que estaba acostumbrado, consciente del vuelo, de la potencia, de un millón de cosas más, intentando desesperadamente representarlas para que pudiesen hacerlas; pero condenado al fracaso sencillamente porque no es posible hacer las cosas que hacemos hoy sin siglos de arte anterior en los cuales basarnos.

Fue más fácil para Tántalo.

He estado pensando en lo que podría hacerse con el viaje por el tiempo, si fuese desclasificado, haciendo pequeños saltos, montando maquinaria para regresar, llevándose consigo los componentes. Pero algún día saltaría uno una vez en exceso, y no podría regresar porque no era la hora del «ferrocarril». Algo muy sencillo, como una aleación especial, te haría fracasar. Y es verdaderamente un riesgo espantoso no saber en qué dirección se va. Imaginemos que sería ir a parar a la corte de Enrique VIII con un cargamento de cajas subflexoras destinadas al siglo XXV. Más valdría quedarse encalmado en las latitudes de calma chicha.

No; no se debe nunca poner en el mercado un aparato hasta que se han superado todas las dificultades.

Pero no me preocupan las «paradojas» ni «determinar anacronismos»: si un ingeniero del siglo XIII soluciona en realidad las dificultades y consigue instalar estaciones de transferencia y comercio, será porque el Arquitecto lía diseñado así el universo. Nos dio ojos, dos manos, un cerebro; cualquier cosa que hagamos con ellos no puede ser una «paradoja». No necesita entremetidos que «impongan» sus leyes; se imponen por sí mismas. No existen los milagros, y la palabra «anacronismo» no es sino un vacío semántico. ~

Pero la filosofía no me preocupa a mi más de lo que preocupa a

Pet. Este mundo me gusta, sea cual fuere la verdad acerca de él. He encontrado mi Puerta al Verano, y no volvería a viajar por el tiempo por miedo a equivocarme de estación. Quizá mi hijo viaje, pero en tal caso le instaré para que vaya hacia delante, y no hacia — atrás. «Atrás» es para casos de apuro; el futuro es mejor que el pasado; a pesar de los lloraduelos, los románticos y los antiintelectuales, el mundo se hace cada vez mejor porque la mente humana, aplicándose, lo mejora. Con manos… con herramientas… con intuición, ciencia e ingeniería.

La mayor parte de ésos que quitan importancia a todo son incapaces de clavar un clavo y de utilizar la regla de cálculo. Me gustaría invitarles a la jaula del doctor Twitchell y devolverlos al siglo XII y dejarles que lo disfrutasen.

Pero no estoy furioso con nadie, y me gusta el ahora. Salvo que Pet se está haciendo viejo y engordando algo, y que no se siente inclinado a elegir oponentes más jóvenes; muy pronto tendrá que tomar el Sueño Demasiado largo. Deseo de todo corazón que su pequeña alma valiente encuentre su Puerta al Verano, donde abunden los campos de calentamiento y las gatas sean complacientes, y los competidores robot estén diseñados de modo que peleen furiosamente pero pierdan siempre, y las gentes tengan regazos y manos —cariñosas contra los cuales rascarse, pero nunca pies que den patadas.

Ricky también está engordando, pero es por una razón temporal y más feliz. No ha hecho sino embellecerla todavía más, y su dulce y eterno ¡sí! no ha variado; aunque no le resulta cómodo.

He estado trabajando con dispositivos que le faciliten las cosas. No resulta muy cómodo ser mujer; se debería hacer algo, y estoy convencido de que pueden hacerse algunas cosas. Hay la cuestión del agacharse, y también los dolores de espalda —estoy trabajando en ello, y le he construido una cama hidráulica que pienso patentar. También debería ser más fácil entrar y salir de una bañera. Pero no he resuelto eso todavía…

Para el viejo Pet he construido un «Cuarto de baño gatuno» automático, que se llena por si solo, sanitario e inodoro, para uso durante el mal tiempo. No obstante, Pet, como es un gato de verdad, prefiere salir afuera, y no ha abandonado nunca su convicción de que si pruebas todas las puertas, por fuerza tiene que haber una que sea la Puerta al Verano.

Y la verdad es que creo que tiene razón.


FIN
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