Aunque hubiera habido diez veces más problemas, ciertos clientes no habrían faltado a su cita. El club estaba más vacío de lo habitual pero estaba en el sector duro, los bebedores y borrachuzos habituales que no se perderían una noche por nada que hubieran visto en las noticias o leído en los diarios. Para esa gente el resto de la semana giraba alrededor de noches como ésta. Todo lo que importaba era emborracharse, atiborrarse de drogas y follar.
– Colega, es jodidamente guapa -gritó Shane White en el oído de Newbury-. Sigue mirándote. ¡Ataca, hijo!
Newbury se volvió hacia White y sonrió.
– Entonces, ¿crees que tengo alguna posibilidad?
– Ni un jodido problema. Es tuya, colega, sin duda.
– ¿En serio?
– En serio.
– De acuerdo entonces. Mira esto.
Newbury se apartó de la barra, se tomó de un trago el resto de su bebida, se puso de pie y la miró. Ni siquiera sabía su nombre. La había visto unas cuantas veces pero siempre había estado rodeada por tíos y su amigo y él nunca habían tenido el valor de intentar nada con ella. Esta noche parecía diferente. Se sentía confiado y pletórico. ¿Quizás estaba menos intimidado porque había menos gente alrededor? Quizá sólo se trataba de que estaba ya medio borracho. Fuera cual fuese la razón, no importaba. «Demonios -pensó al verla bailar-, Shane tiene razón, es jodidamente guapa». Lentamente se acercó y ella empezó a bailar hacia él.
– ¿Cómo estás? -gritó, intentando hacerse oír por encima de la música ensordecedora que llenaba el club medio vacío. Esta noche parecía más alta que nunca con tan poca gente alrededor. Ella no contestó. En su lugar se acerco más, puso los brazos a su alrededor y le metió la lengua en la boca.
– Eres jodidamente guapa -balbuceó Newbury sin aliento cuando abandonaron el club y caminaron juntos hacia un callejón frente al ayuntamiento-. Total y jodidamente guapa.
– ¿Vas a pasarte toda la noche hablando o qué? -le preguntó mientras lo conducía hacia las sombras. Él no pudo contestar-. Si quisiera hablar me habría quedado en casa. Todo lo que quiero de ti es una buena follada.
A Newbury le costaba creerse lo que estaba oyendo. Algo así no le había pasado nunca. Muchas veces había fantaseado con ello y había oído que le había pasado a otra gente, pero nunca le había pasado a él. Y nunca hubiera soñado que le pasase con una chica como ésa…
Ella se paró y se giró hacia él, apretando su cuerpo contra el suyo. Se abrió de un tirón la blusa.
– ¿Aquí? -preguntó él-. ¡Zorra asquerosa…!
– Así es como me gusta -susurró en su oído. Él podía oler el alcohol en su aliento. De alguna manera eso lo hacía más sórdido y más excitante.
Newbury corría el peligro de excitarse demasiado e intentó controlarse. Pero mantener el control era más difícil cada vez que ella lo tocaba o lo besaba o… ella lo empujó con fuerza contra la pared y lo volvió a besar, mordiendo sus labios y metiendo la lengua profundamente en su boca. Él deslizó las manos por debajo de su falda y la atrajo aún más hacia sí. En respuesta, ella le bajó la cremallera de los pantalones, introdujo la mano y cerró los dedos alrededor de su erección de borracho. La cogió con firmeza pero con delicadeza. La sacó de los pantalones y se la acercó.
– Quítate las braguitas -suspiró Newbury en una pausa momentánea entre mordiscos y besos frenéticos.
– ¿Qué braguitas? -susurró en su oído mientras se levantaba la estrecha falda hasta las caderas. Aún abrazados giraron sobre sí mismos hasta que fue ella la que quedó con la espalda contra la pared-. Vamos -gimió, desesperada por él-, dámelo todo.
Newbury se puso en posición e intentó penetrarla. Fue difícil y complicado. El alcohol había afectado la coordinación de los dos. Ella suspiró con un placer repentino cuando todo su miembro desapareció finalmente en su interior.
– Te lo voy a dar todo, puta asquerosa -le prometió mientras intentaba penetrarla aún más a fondo. Ella levantó la mirada hacia el cielo y se mordió el labio, intentando no hacer ningún ruido pero al mismo tiempo desesperada por gritar alto y fuerte.
– Más fuerte… -siseó.
Él empezó a mover su cuerpo contra el de ella, golpeando una y otra vez su espalda contra la pared.
– ¿Es lo suficientemente fuerte para ti? -preguntó mirando profundamente en sus grandes ojos grises.
– Sólo fóllame -suspiró ella entre las acometidas.
– ¿Más fuerte? -volvió a preguntar con los dientes apretados.
Entonces ella se paró.
Se separó de él.
– ¿Qué pasa? -preguntó, confuso-. ¿Te he hecho daño? ¿Qué he hecho?
La expresión de la cara de ella cambió del placer al miedo en un instante. Ella lo empujó y se apartó de él, bajándose la falda y tambaleándose hacia atrás, hacia el otro lado del callejón.
– ¿Qué pasa? -volvió a preguntar-. ¿Qué pasa contigo?
Ella no contestó. Seguía alejándose, internándose más en las sombras. Él seguía avanzando hacia ella. Ella intentó hablar pero no podía.
– No… -fue todo lo que pudo balbucear.
– ¿Qué coño está pasando? -exigió saber-. ¿Estás loca o qué? Hace un minuto casi me estabas violando y ahora te vas. ¿Es así como te corres? Eres una jodida calienta braguetas. Eres una sucia y jodida puta.
Aún andando de espaldas, su pie tropezó con la esquina de un contenedor de plástico lleno de botellas de vidrio vacías. Instintivamente la muchacha se inclinó, agarró uno de las botellas por el cuello y la rompió contra la pared de ladrillos a sus espaldas.
Con sus reacciones enturbiadas por la bebida, Newbury se quedó parado. La miró.
– ¿Qué estás haciendo? Estás jodidamente loca. ¿Qué coño crees que estás haciendo? Yo no…
No acabó la frase. Ella corrió hacia él y le incrustó la botella rota en su estómago. Atravesó su camisa de algodón y se hundió en la carne. La muchacha sacó la botella y volvió a clavársela, esta vez más abajo, de manera que el filo aserrado casi le corta el tercio final de su pene, todavía visible pero ahora completamente flácido. Con el tercer golpe hundió el afilado cristal en su cuello.
Ella se dio la vuelta y corrió, desapareciendo del callejón antes de que él golpease el suelo.
Ahí afuera había muchos más de ellos, muchos miles más.
Ella tenía que seguir corriendo.