FOCO

—Ya sabe que el director no quiere que nadie entre ahí dentro.

Jacob alzó la cabeza del trabajo.

—¡Caramba, jefe! —sonrió salvajemente—. ¡No lo sabía! ¡Intentaba forzar este candado por deporte!

El otro hombre se agitó nervioso y murmuró algo acerca de que no sospechaba que tomara parte en un robo.

Jacob se echó hacia atrás. La habitación osciló y se tuvo que agarrar a la pata de plástico de la mesa para guardar el equilibrio. Bajo la tenue luz del laboratorio fotográfico resultaba difícil ver bien, sobre todo después de veinte minutos de trabajo con las diminutas herramientas.

—Se lo he dicho antes, Donaldson. No tenemos elección. ¿Qué podemos mostrar? ¿Un puñado de polvo y una teoría descabellada? Use la cabeza. Estamos atascados. ¡No nos dejarán acercarnos a las pruebas porque no tenemos las pruebas necesarias para demostrarlo!

Jacob se frotó la nuca.

—No, vamos a tener que hacerlo nosotros mismos... es decir, si quiere quedarse...

—Sabe que me quedaré —gruñó el mecánico jefe.

—Muy bien, muy bien —asintió Jacob—. Discúlpeme. ¿Quiere acercarme esa pequeña herramienta de ahí, por favor? No, la que tiene el garfio en el extremo. Eso es.

»¿Por qué no se dirige ahora a la puerta exterior y vigila desde allí? Déme algún tiempo para despejarlo todo por si se acerca alguien. ¡Y tenga cuidado de no tropezar!

Donaldson se apartó un poco, pero se quedó a observar mientras Jacob volvía al trabajo. Se apoyó contra el fresco marco de una de las puertas y se secó el sudor de las mejillas y las cejas.

Demwa parecía cuerdo y razonable, pero el salvaje sendero que su imaginación había tomado en las últimas horas preocupaba a Donaldson.

Lo peor de todo era que encajaba muy bien. Esta búsqueda de pistas era excitante. Y lo que había descubierto antes de encontrarse aquí con Demwa apoyaba la historia del hombre. Pero también resultaba aterrador. Siempre existía la posibilidad de que aquel tipo estuviera realmente loco, a pesar de la consistencia de sus argumentos.

Donaldson suspiró. Se alejó de los sonidos de metal rozando y de los movimientos de cabeza de Jacob, y se acercó lentamente a la puerta exterior del laboratorio fotográfico.

En realidad no importaba. Algo olía a podrido en Mercurio. Si alguien no actuaba pronto, ya no habría más Naves Solares.

Un simple candado para una llave dentada. Nada podía ser más fácil. De hecho, Jacob no esperaba que en Mercurio hubiera pocos candados modernos. Los electrónicos requerían protección en un planeta donde los campos magnéticos surcaban la superficie desprotegida. No resultaba muy caro protegerlos, pero alguien debía de haber pensado que era ridículo que aquella expedición usara candados. De todas formas, ¿quién querría forzar el laboratorio fotográfico? ¿Y quién sabría cómo?

Jacob lo sabía. Pero eso no parecía servirle de nada, porque no le salía bien. Las ganzúas no le hablaban. No sentía ninguna continuidad entre sus manos y el metal.

A este paso tardaría toda la noche.

«Déjame hacerlo.»

Jacob apretó los dientes y sacó lentamente la ganzúa del candado. La soltó.

Deja de personificar, pensó. No eres más que un conjunto de tendencias sociales que he puesto bajo protección hipnótica durante algún tiempo. ¡Si sigues actuando como una personalidad separada nos... me meterás en un estado esquizofrénico total!

«Mira quién personifica ahora.»

Jacob sonrió.

No debería estar aquí. Tendría que haberme quedado en casa durante los tres años completos y terminado mi limpieza mental en paz y tranquilidad. Las pautas de conducta que quería... que necesitaba mantener sumergidas están ahora completamente despiertas, por mi trabajo.

«¿Entonces por qué no las usas?»

Cuando se creó este acuerdo mental se suponía que no iba a ser rígido. ¡Ese tipo de supresión produciría problemas! Las cualidades salvajes, amorales y despiadadas brotarían en una corriente firme, pero normalmente quedarían bajo completo control. La intención era que estuvieran disponibles para una emergencia.

La supresión y personificación a las que había reaccionado últimamente a esa corriente tal vez hubieran causado algunos de sus problemas. Su mitad siniestra tenía que dormir mientras superaba el trauma de la muerte de Tania, no ser cortada de cuajo.

«Entonces déjame hacerlo.»

Jacob cogió otra ganzúa y la hizo girar en sus dedos. Sintió suave y frío el leve contacto de la herramienta.

Cállate. No eres una persona sino un talento ligado desgraciadamente a una neurosis... como una voz bien entrenada que sólo puede usarse cuando se está de pie desnudo en mitad de un escenario.

«Bien. Usa el talento. ¡La puerta podría estar ya abierta!»

Jacob soltó cuidadosamente sus herramientas y se inclinó hacia adelante hasta tocar la puerta con la frente. ¿Debo hacerlo? ¿Y si en efecto me volví loco a bordo de la Nave Solar? Mi teoría podría estar equivocada. Y luego está ese destello azul en La Baja. ¿Puedo arriesgarme a abrir si hay algo suelto dentro?

Débil por la indecisión, sintió que el trance empezaba a caer. Lo detuvo con un esfuerzo, pero luego, encogiéndose mentalmente de hombros, permitió que continuara. A la cuenta de siete, una barrera de miedo le bloqueó. Era una barrera familiar. Parecía el borde de un precipicio. Lo apartó conscientemente y continuó contando.

A la cuenta de doce, ordenó: Eso será temporal. Sintió su asentimiento.

La cuenta atrás terminó en un instante. Abrió los ojos. Un escalofrío recorrió sus brazos y entró subrepticiamente en sus dedos, como un perro que regresa olisqueando a un antiguo hogar.

Hasta ahora muy bien, pensó Jacob. No me siento menos ético. No me siento menos «yo». No noto las manos como si estuvieran controladas por una fuerza extraña... sólo más vivas.

Las herramientas no estaban frías cuando las cogió. Las sintió cálidas, como extensiones de sus manos. La ganzúa se deslizó sensualmente en el candado y acarició los cerrojos mientras hurgaba. Uno tras otro fueron repitiéndose los diminutos chasquidos a lo largo del metal. Entonces la puerta se abrió.

— ¡Lo consiguió! —La sorpresa de Donaldson le molestó un poco.

—Naturalmente —fue todo lo que dijo. Resultó muy fácil y tranquilizador reprimir la insultante respuesta que asomó en su mente. Muy bien. El genio parecía benigno. Jacob abrió la puerta y entró.

La pared izquierda de la estrecha habitación estaba cubierta de archivadores. A lo largo de la otra pared una mesita baja alojaba un grupo de máquinas de fotoanálisis. En el otro extremo, una puerta conducía a un cuarto oscuro que apenas se utilizaba.

Jacob empezó por un lado de la fila de archivadores, mirando las etiquetas. Donaldson le ayudó.

—¡Los he encontrado! —dijo poco después. Señaló una caja abierta, junto a una máquina situada en la mitad de la mesa.

Cada cinta estaba guardada en una casilla acolchada, con la fecha y la hora inscrita en los lados y un código para indicar el instrumento que había hecho la grabación. Al menos una docena de casillas estaban vacías.

Jacob alzó varias cajitas a la luz. Luego se volvió hacia Donaldson.

—Alguien ha llegado primero y ha robado todo lo que queríamos.

—¿Robado? ¿Pero cómo?

Jacob se encogió de hombros.

—Tal vez igual que nosotros, forzando y entrando. O tal vez tenían una llave. Todo lo que sabemos es que falta la cinta final de cada grabación.

Permanecieron en silencio durante un momento.

—Entonces no tenemos ninguna prueba —dijo Donaldson.

—A menos que podamos localizar las cintas perdidas.

—¿Quiere decir que también deberíamos forzar las habitaciones de Bubbacub? No sé. Si quiere saber mi opinión, creo que esos datos estarán ya quemados. ¿Por qué iba a conservarlos?

—No, sugiero que salgamos de aquí y dejemos que el doctor Kepler o la doctora deSilva descubran por sí mismos la falta. No es gran cosa, pero pueden considerarlo una evidencia que apoye nuestra historia.

Jacob vaciló. Después asintió.

—Déjeme ver sus manos —dijo Jacob.

Donaldson se las mostró. La fina cobertura de flex-plástico estaba intacta. Probablemente estaban a salvo de las investigaciones en busca de huellas y residuos químicos.

—Muy bien —dijo—. Pongámoslo todo en su sitio, con la mayor exactitud posible. No toque nada que no haya tocado ya. Luego nos marcharemos.

Donaldson se volvió para obedecer, pero entonces oyeron algo que caía en el Laboratorio Exterior. El sonido llegó ahogado a través de la puerta.

La trampa que Jacob había dispuesto junto a la puerta del pasillo se había disparado. Había alguien en el Laboratorio Exterior. ¡Su camino de escape estaba bloqueado!

Los dos hombres corrieron al pasillo del cuarto oscuro. Doblaron la esquina del laberinto iluminado justo cuando el sonido de la llave de metal rozando el cerrojo cruzaba la estrecha habitación.

Jacob oyó la puerta abrirse muy despacio, por encima del rugido subjetivo de su propia respiración entrecortada. Palpó los bolsillos de su mono. La mitad de sus herramientas de ladrón estaban allí fuera, en lo alto de uno de los archivadores.

Afortunadamente, su espejo de dentista todavía estaba en el bolsillo de su pecho.

Los pasos del intruso sonaron suavemente en la sala a unos pocos metros de distancia. Jacob sopesó con cuidado las posibilidades en contra de los beneficios potenciales y luego sacó muy despacio el espejo. Se arrodilló y asomó el extremo redondo y brillante, a unos pocos centímetros por encima del suelo.

La doctora Martine se detuvo delante de un archivador, mientras escogía una llave. Dirigió una mirada furtiva hacia la puerta exterior. Parecía agitada, aunque era difícil decirlo por la imagen que se repetía en el diminuto espejo que se agitaba en el suelo a dos metros de sus pies.

Jacob notó que Donaldson se inclinaba sobre él, a su espalda, intentando asomarse. Irritado, trató de hacer retroceder al hombre, pero el ingeniero perdió el equilibrio. Lanzó la mano izquierda para agarrarse y aterrizó sobre la espalda de Jacob.

—¡Uf! —El aire de los pulmones de Jacob salió expulsado cuando el peso del ingeniero jefe cayó sobre él. Sus dientes entrechocaron mientras recibía la fuerza del impacto a través del brazo izquierdo estirado. De algún modo, impidió que ambos cayeran al umbral, pero el espejo resbaló de su mano y cayó al suelo con un diminuto chasquido.

Donaldson regresó a la oscuridad, respirando pesadamente, intentando guardar silencio de un modo patético. Jacob sonrió amargamente. Si había alguien que no había oído aquella debacle tenía que ser sordo.

—¿Quién... quién anda ahí?

Jacob se puso en pie y se sacudió el polvo deliberadamente. Dirigió una breve mirada de reproche al jefe Donaldson, que estaba sentado con expresión sombría, y evitó mirarle a los ojos.

Unos rápidos pasos se alejaron en la sala exterior. Jacob salió al pasillo.

—Espere un momento, Millie.

La doctora Martine se detuvo junto a la puerta. Sus hombros se encogieron mientras giraba lentamente, el rostro convertido en una máscara de miedo hasta que reconoció a Jacob. Entonces sus oscuros rasgos patricios se volvieron de un rojo intenso.

—¿Qué demonios está haciendo aquí?

—Observándola, Millie. Un pasatiempo interesante, pero ahora todavía más.

— ¡Me estaba espiando! —jadeó ella.

Jacob avanzó, esperando que a Donaldson no se le ocurriera salir de donde permanecía oculto.

—No sólo a usted, querida. A todo el mundo. Algo huele mal en Mercurio. Todos silban una melodía diferente, y todos tienen algo que ocultar. Tengo la sensación de que sabe usted más de lo que dice.

—No sé de qué está hablando —dijo Martine fríamente—. Pero no es de extrañar. No está usted en sus cabales y necesita ayuda... —empezó a retroceder.

—Es posible —asintió Jacob seriamente—. Pero tal vez sea usted quien necesite ayuda para explicar su presencia aquí.

Martine se envaró.

—Dwyane Kepler me dio sus llaves. ¿Y usted?

—¿Cogió las llaves con su conocimiento?

Martine se sonrojó y no respondió.

—Faltan varias cintas de datos de la última inmersión... todas referidas al período en que Bubbacub hizo su truquito con la reliquia lethani. No sabrá por casualidad dónde están, ¿verdad?

Martine miró a Jacob.

— ¡Está bromeando! ¿Pero quién...? No... —sacudió la ca beza lentamente, confundida.

—¿Las cogió usted?

— ¡No!

—¿Entonces quién lo hizo?

—No lo sé. ¿Cómo podría saberlo? ¿Qué derecho tiene a preguntar...?

—Podría llamar a Helene deSilva ahora mismo —amenazó Jacob—. Podría decir que acabo de llegar, que he descubierto la puerta abierta y a usted dentro, y la llave con sus huellas. Ella investigaría y descubriría que faltan las cintas y se acabó. Ha estado usted encubriendo a alguien, y tengo algunas pruebas independientes de quién se trata. Si no dice ahora mismo todo lo que sabe, le juro que va a tener que tragarse toda la culpa, con o sin su amigo. Sabe tan bien como yo que el personal de esta base está deseando quemar a alguien.

Martine vaciló. Se llevó una mano a la cabeza.

— No sé... no sé...

Jacob la ayudó a sentarse en una silla. Entonces cerró la habitación con llave.

Tómatelo con calma, dijo una parte de él. Cerró los ojos un momento y contó hasta diez. Lentamente, el brutal picor en sus manos remitió.

Martine se cubrió el rostro con las manos. Jacob vio a Donaldson que asomaba por la puerta. Hizo un movimiento con la mano, y la cabeza del ingeniero jefe desapareció.

Jacob abrió el archivador que la mujer había estado examinando.

Aja. Aquí está.

Cogió la estenocámara y la llevó a la mesa, conectó el interruptor en uno de los visores y encendió ambas máquinas.

La mayor parte del material era bastante interesante, notas de LaRoque sobre los sucesos acaecidos entre el aterrizaje en Mercurio y la mañana que llevó la cámara a la Caverna de las Naves Solares, justo antes del aciago viaje de la nave de Jeffrey. Jacob ignoró el sonido. LaRoque tendía a ser aún más exhuberante a la hora de dejar notas para sí mismo que en su prosa escrita. Pero de repente el personaje de la porción visual cambió, justo después de una panorámica del exterior de la Nave Solar.

Durante un momento, Jacob se sorprendió al ver pasar las imágenes. Luego se echó a reír en voz alta.

Millie Martine se sorprendió tanto que alzó los ojos llorosos. Jacob le hizo un gesto de simpatía.

—¿Sabía lo que venía a coger?

—Sí. —La voz de ella era ronca. Asintió lentamente—, Quería devolverle a Peter su cámara para que pudiera escribir su historia. Pensé que después de que los solarianos fueran tan crueles con él, utilizándole de esa forma...

—Todavía está detenido, ¿no?

—Sí. Consideraron que era lo más seguro. Los solarianos le manipularon una vez, ya sabe. Podrían hacerlo de nuevo.

—¿Y de quién fue la idea de devolverle la cámara?

—De él, por supuesto. Quería las grabaciones y no me pareció que fuera malo...

—¿Dejarle poner las manos en un arma?

—¡No! El aturdidor sería desconectado. Bubb... —Sus ojos se dilataron y su voz se apagó.

—Adelante, dígalo. Ya lo sé.

Martine bajó los ojos.

—Bubbacub dijo que se reuniría con Peter en su habitación y desconectaría el aturdidor, como un favor y para demostrar que no le guardaba rencor.

Jacob suspiró.

—Eso lo colma todo —murmuró.

-¿Qué...?

—Déjeme ver sus manos.

Se adelantó cuando ella se mostró indecisa. Los dedos largos y finos temblaron mientras los examinaba.

—¿Qué pasa?

Jacob la ignoró. Recorrió lentamente la estrecha habitación.

La simetría de la trampa le atraía. Si salía bien, no quedaría un solo humano en Mercurio con la reputación intacta. Él mismo no podría haberlo hecho mejor. La única pregunta era cuándo se suponía que iba a dispararse.

Se volvió y miró de nuevo a la entrada del cuarto oscuro. Una vez más, la cabeza de Donaldson se perdió de vista.

—Muy bien, jefe. Salga. Va a ayudar a la doctora Martine a borrar sus huellas de este sitio.

Martine abrió la boca cuando el grueso ingeniero jefe apareció sonriendo mansamente.

—¿Qué va a hacer usted? —preguntó.

En vez de responder, Jacob descolgó el teléfono de la puerta interna y marcó.

—¿Hola, Fagin? Sí, ya estoy dispuesto para la «escena del salón». ¿Ah, sí...? Bueno, no estés tan seguro todavía. Depende de la suerte que tengamos en los próximos minutos.

»¿Quieres invitar por favor al grupo central para que se reúna dentro de cinco minutos en las habitaciones donde está detenido LaRoque? Sí, eso es, e insiste, por favor. No te molestes con la doctora Martine, está aquí.

Martine alzó la cabeza mientras frotaba el tirador de uno de los archivadores, sorprendida por el tono de voz de Jacob Demwa.

—Es eso —continuó Jacob—. Y por favor invita primero a Bubbacub y a Kepler. Haz que se pongan en movimiento como los dos sabemos. Tendré que darme prisa. Sí, gracias.

—¿Y ahora qué? —dijo Donaldson mientras salían por la puerta.

—Ahora ustedes dos, aprendices, pasarán al primer curso de la escuela de ladrones. Y tienen que hacerlo rápido. El doctor Kepler dejará sus habitaciones pronto y será mejor que no tarden demasiado en seguirlo a la reunión.

Martine se detuvo.

—Está usted bromeando. ¡No esperará en serio que saquee el apartamento de Dwayne!

—¿Por qué no? —gruñó Donaldson—. ¡Le ha estado suministrando matarratas! Robó sus llaves para entrar en el Laboratorio Fotográfico.

Martine hizo una mueca de sorpresa y disgusto.

— ¡No he suministrado matarratas a nadie! ¿Quién le ha dicho eso?

Jacob suspiró.

—El «Warfarine». Antiguamente se usaba como matarratas. Antes de que las ratas se volvieran inmunes a él y a casi todo lo demás.

— ¡Ya se lo dije antes, nunca he oído hablar del «Warfarine»! Primero el doctor, y luego usted en la Nave Solar. ¿Por qué piensa todo el mundo que soy una envenenadora?

—Yo no. Pero será mejor que coopere si quiere que lleguemos al fondo de este asunto. Tiene las llaves de las habitaciones de Kepler, ¿no?

Martine se mordió los labios. Asintió.

Jacob le dijo a Donaldson lo que tenía que buscar y qué hacer cuando lo encontrara. Entonces se marchó corriendo en dirección a las habitaciones de los extraterrestres.

EN EL SALÓN

—¿Quiere decir que Jacob convocó esta reunión y ni siquiera está aquí? —preguntó Helene deSilva desde la puerta.

—No se preocupe, comandante deSilva. Ya llegará. Nunca he visto al señor Demwa convocar una reunión a la que no resultara interesante asistir.

—¿De verdad? —rió LaRoque desde un extremo del gran sofá, con los pies apoyados en una otomana. Hablaba sarcásticamente mientras mordía su pipa, a través de una cortina de humo—. ¿Y por qué no? ¿Qué más tenemos que hacer aquí? La «investigación» ha terminado, y los estudios también. La Torre de Marfil se ha desplomado por su arrogancia y es el momento de los cuchillos largos. Que Demwa se tome su tiempo. ¡Lo que tenga que decir será más divertido que ver todas esas caras serias!

Dwayne Kepler hizo una mueca desde el otro extremo del sofá. Se sentaba tan lejos de LaRoque como podía. Nervioso, apartó la manta que el auxiliar médico acababa de ajustar. El enfermero miró al doctor, que se encogió de hombros.

—Cállese, LaRoque —dijo Kepler.

LaRoque simplemente sonrió, y cogió una herramienta para limpiar su pipa.

—Sigo pensando que debería tener una grabadora. Conociendo a Demwa, esto podría ser histórico.

Bubbacub lanzó un bufido y se dio la vuelta. Había estado caminando. Extrañamente, no se había acercado a ninguno de los cojines situados por toda la habitación alfombrada. El pil se detuvo delante de Culla, de pie junto a la pared, y chascó sus dedos simétricos en una complicada pauta. Culla asintió.

—Me han inshtruido para decir que ya han shucedido shu-ficientesh tragediash a causha del aparato grabador del sheñor LaRoque. Pil Bubbacub ha indicado también que no eshpera-rá másh que otrosh cinco minutosh.

Kepler ignoró la declaración. Metódicamente se frotó el cuello, como si buscara un picor. Había perdido gran parte de su color en las últimas semanas.

LaRoque se encogió de hombros. Fagin guardó silencio. Ni siquiera las hojas plateadas se agitaron en los extremos de sus ramas verdeazuladas.

—Siéntese, Helene —dijo el médico—. Estoy seguro de que los demás vendrán pronto. —Su expresión era suficientemente expresiva. Entrar en esta habitación era como internarse en una charca de agua muy fría y no muy limpia.

DeSilva encontró un asiento lo más alejado posible de los otros. Se preguntó con tristeza qué pretendía Jacob Demwa.

Espero que no sea lo mismo, pensó. Si en este grupo hay algo en común, es el hecho de que ni siquiera quieren que se mencionen las palabras «Navegante Solar». Están a punto de lanzarse a la garganta de los demás, pero al mismo tiempo existe esta conspiración de silencio.

Sacudió la cabeza. Me alegro de que este viaje termine pronto. Tal vez las cosas mejorarán dentro de otros cincuenta años.

No albergaba muchas esperanzas al respecto. El único lugar donde se podían escuchar las canciones de los Beatles era en una orquesta sinfónica, menuda monstruosidad. Y el buen jazz no existía fuera de una biblioteca.

¿Por qué me marché de casa?

Entraron Mildred Martine y el jefe Donaldson. A Helene le parecieron patéticos sus intentos por aparentar despreocupación, pero nadie más pareció advertirlo.

Interesante. Me pregunto qué tendrán esos dos en común.

Contemplaron la sala y luego se dirigieron a un rincón tras el único sofá, donde Kepler, LaRoque y la tensión entre ellos ocupaba todo el espacio. LaRoque miró a Martine y sonrió. ¿Un guiño de conspiración? Martine evitó su mirada y LaRoque pareció decepcionado. Volvió a encender su pipa.

— ¡Ya he tenido su-ficiente! —anunció Bubbacub por fin, y se volvió hacia la puerta. Pero antes de que llegara a ella se abrió, al parecer por su cuenta. Entonces Jacob Demwa apareció en el umbral, con un saco blanco al hombro. Entró en la habitación silbando suavemente. Helene parpadeó, incrédula. La canción se parecía enormemente a «Santa Claus viene a la ciudad». Pero seguramente...

Jacob hizo girar el saco en el aire. Lo dejó caer sobre la mesa con un golpe que hizo que la doctora Martine saltara de su asiento. Kepler frunció aún más el ceño y se agarró al brazo del sofá.

Helene no pudo evitarlo. La anacrónica canción, el ruido, y la conducta de Jacob rompieron el muro de tensión como si fueran una tarta en la cara de alguien que a uno no le cae especialmente bien. Se echó a reír.

Jacob hizo un guiño.

—¿Ha venido a jugar? —preguntó Bubbacub—. ¡Me roba mi tiempo! ¡Ex-plíquese!

Jacob sonrió.

—Naturalmente, Pil Bubbacub. Espero que se encuentre satisfecho con mi demostración. Pero siéntese primero, por favor.

Las mandíbulas de Bubbacub se cerraron con un chasquido. Los ojillos negros parecieron arder por un instante, luego bufó y se tendió en un cojín cercano.

Jacob observó los rostros. Las expresiones eran confusas u hostiles, con excepción de LaRoque, que permanecía desdeñosamente distante, y Helene, que sonreía insegura. Y Fagin, por supuesto. Por enésima vez deseó que Fagin tuviera ojos.

—Cuando el doctor Kepler me invitó a Mercurio —empezó a decir—, tenía algunas dudas sobre el Proyecto Navegante Solar, pero en general aprobaba la idea. Después de la primera reunión esperaba verme envuelto en uno de los acontecimientos más emocionantes desde el Contacto: un complejo problema de relaciones entre especies con nuestros vecinos más cercanos y extraños, los Espectros Solares.

»Pero el problema de los solarianos parece ser secundario en una complicada maraña de intrigas y asesinatos interestelares.

Kepler alzó la cabeza tristemente.

—Jacob, por favor. Todos sabemos que ha estado usted bajo presión. Millie piensa que deberíamos ser amables con usted y estoy de acuerdo. Pero hay límites.

Jacob extendió las manos.

—Si ser amable significa seguirme la corriente, hágalo, por favor. Estoy harto de que me ignoren. Si usted no me escucha, estoy seguro de que las autoridades terrestres lo harán.

La sonrisa de Kepler se congeló. Se echó atrás en su asiento.

—Adelante. Escucharé.

—Primero: Pierre LaRoque ha negado fehacientemente haber matado al chimpancé Jeffrey o usado su aturdidor para sabotear la Nave Solar pequeña. Niega ser un condicional y sostiene que los archivos de la Tierra han sido manipulados de algún modo.

»Sin embargo, desde nuestro regreso del sol, se ha negado a pasar una prueba-C, que podría demostrar su inocencia. Al parecer cree que los resultados de la prueba también pueden ser falsificados.

—Eso es —asintió LaRoque—. Otra mentira más.

—¿Aunque el doctor Laird, la doctora Martine y yo lo supervisáramos?

LaRoque gruñó.

—Podría perjudicar mi juicio, sobre todo si decido interponer una demanda.

—¿Por qué ir a juicio? No tenía usted motivos para matar a Jeffrey cuando abrió la placa de acceso al sintonizador R.Q....

— ¡Cosa que niego haber hecho!

—...y sólo un condicional mataría a un hombre en un arrebato. ¿Por qué permanecer entonces detenido?

—Tal vez esté cómodo aquí —comentó el enfermero. Helene frunció el ceño. La disciplina se había ido al infierno últimamente, junto con la moral.

— ¡Se niega a hacer la prueba porque sabe que no la pasará! —gritó Kepler.

—Por eso los Hombres-Solares lo eligieron para que matara —añadió Bubbacub—. Eso es lo que me dijeron.

—¿Y yo soy un condicional? Algunas personas parecen pensar que los Espectros me hicieron intentar suicidarme.

—Su-fría estrés. La doc-tora Mar-tine lo dice. ¿Verdad? —Bubbacub se volvió hacia Millie. Sus manos se retorcieron, pero no dijo nada.

—Llegaremos a eso dentro de unos minutos —dijo Jacob—. Pero antes de empezar me gustaría tener unas palabras en privado con el doctor Kepler y con el señor LaRoque.

El doctor Laird y su ayudante se apartaron amablemente. Bubbacub puso mala cara al verse obligado a moverse, pero obedeció.

Jacob rodeó el sofá. Mientras se inclinaba entre los dos hombres, se puso una mano a la espalda. Donaldson se inclinó y le entregó un objeto pequeño.

Jacob miró alternativamente a Kepler y a LaRoque.

—Creo que deberían dejarlo. Sobre todo usted, doctor Kepler.

—Por el amor de Dios, ¿de qué está hablando? —siseó Kepler.

—Creo que tiene algo que pertenece al señor LaRoque. No importa que lo consiguiera ilegalmente. Lo quiere. Tanto que no le importa soportar temporalmente una acusación que sabe no aguantará. Tal vez sea suficiente para cambiar el tono de los artículos que escribirá sobre esto.

»No creo que el trato aguante. Verá, yo tengo el aparato ahora.

—¡Mi cámara! —susurró LaRoque roncamente, con los ojos brillantes.

—Vaya cámara. Un espectógrafo sónico completo. Sí, la tengo. También tengo las copias de las grabaciones que estaban ocultas en las habitaciones del doctor Kepler.

—T-traidor —tartamudeó Kepler—. Creía que era un amigo...

— ¡Cállese, piel bastardo! —gritó LaRoque—. ¡El traidor es usted! —El desdén pareció hervir en el pequeño escritor como vapor largamente contenido.

Jacob dio una palmadita a cada hombre.

— ¡Los dos se encontrarán en órbitas sin retorno si no bajan la voz! ¡LaRoque puede ser acusado de espionaje, y Kepler de chantaje y complicidad en el espionaje!

»De hecho, ya que la prueba del espionaje de LaRoque es también una evidencia circunstancial de que no tuvo tiempo de sabotear la nave de Jeffrey, la sospecha inmediata recaería en la ultima persona que inspeccionó los generadores de la nave. Oh, no creo que lo hiciera usted, doctor Kepler. ¡Pero me andaría con cuidado si estuviera en su pellejo!

LaRoque guardó silencio. Kepler se mordisqueó la punta del bigote.

—¿Qué quiere? —dijo por fin.

Jacob intentó resistirse, pero su yo reprimido estaba ahora demasiado despierto. No pudo evitar una pequeña pulla.

—Bueno, todavía no estoy seguro. Ya se me ocurrirá algo. Pero no dejen que su imaginación se desborde. Mis amigos en la Tierra lo saben ya todo.

No era cierto. Pero Mister Hyde era cauteloso.

Helene deSilva se esforzó por oír lo que decían los tres hombres. Si creyera en posesiones diabólicas habría pensado que los rostros familiares se movían siguiendo las órdenes de espíritus invasores. El amable doctor Kepler, taciturno y silencioso desde su regreso del sol, murmuraba como un sabio furioso a quien niegan su voluntad. LaRoque, pensativo y cauto, se comportaba como si todo el mundo dependiera de una cuidadosa selección de situaciones.

Y Jacob Demwa... Gestos anteriores apuntaban que había carisma bajo aquel silencio reflexivo y a veces acuoso. Era algo que la había atraído a pesar de que la frustraba. Pero ahora radiaba. Ardía como una llama.

Jacob se enderezó.

—Por ahora el doctor Kepler ha accedido amablemente a olvidar los cargos contra Fierre LaRoque —anunció.

Bubbacub se levantó de su cojín.

—Está loco. Si los hu-manos perdonan la muer-te de sus pupilos, es su pro-blema. ¡Pero los Hombres Solares pueden obligarle a causar daño otra vez!

—Los Hombres Solares nunca le obligaron a hacer nada —dijo Jacob lentamente.

—Ya le he dicho que está loco —replicó Bubbacub—. Hablé con ellos. No mintieron.

—Como usted diga. —Jacob inclinó la cabeza—. Pero me gustaría continuar con mi sinopsis.

Bubbacub bufó con fuerza y se desplomó sobre el cojín.

— ¡Loco! —exclamó.

—Primero —dijo Jacob—, me gustaría dar las gracias al doctor Kepler por habernos dado permiso al jefe Donaldson, a la doctora Martine y a mí mismo para visitar los Laboratorios Fotográficos y estudiar las películas de la última inmersión.

La expresión de Bubbacub cambió ante la mención del nombre de Martine. De modo que así expresan los pila su disgusto, pensó Jacob. Sintió lástima por el pequeño alienígena. Había sido una trampa maravillosa, y ahora estaba completamente desactivada.

Jacob contó una versión corregida de su descubrimiento en el laboratorio, la desaparición de las cintas del último tercio de la misión. El único sonido en la sala, aparte de su voz, era el sacudir de las ramas de Fagin.

—Me pregunté durante algún tiempo dónde podrían estar las cintas. Sospechaba quién podía tenerlas, pero no estaba seguro de si las había destruido o las había ocultado. Finalmente decidí confiar en que un «acumulador de datos» nunca tira nada. Registré las habitaciones de cierto sofonte y encontré las cintas perdidas.

—¡Se atrevió! —siseó Bubbacub—. ¡Si tuvieran a-mos adecuados le haría a-zotar! ¡Se atrevió!

Helene se recuperó de su sorpresa.

—¿Quiere decir que admite haber escondido cintas de datos del Proyecto Navegante Solar, Pil Bubbacub? ¿Por qué?

Jacob sonrió.

—Oh, eso quedará claro. De hecho, tal como se desarrollaba este caso, pensé que sería más complicado. Pero la verdad es que es muy simple. Verán, esas cintas dejan muy claro que Pil Bubbacub ha mentido.

Un rugido se alzó en la garganta de Bubbacub. El pequeño alienígena se quedó muy quieto, como si no se atreviera a moverse.

—Bueno, ¿dónde están las cintas? —preguntó deSilva.

Jacob cogió el saco de la mesa.

—Tengo que reconocer la intervención del diablo. Fue una suerte que se me ocurriera pensar que las cintas cabían en un frasco de gas vacío. —Sacó un objeto y lo alzó.

— ¡La reliquia lethani! —exclamó deSilva. Fagin dejó es capar un pequeño trino de sorpresa. Mildred Martine se le vantó, llevándose la mano a la garganta.

—Sí, la reliquia lethani. Estoy seguro de que Bubbacub contaba con una reacción como la suya por si se producía la oscura posibilidad de que registraran sus habitaciones. Naturalmente, a nadie se le ocurriría molestar un objeto de reverencia semirreligioso perteneciente a una raza antigua y poderosa, sobre todo un objeto que no parece más que un trozo de roca y cristal.

Lo giró en sus manos.

—¡Ahora, observen!

La reliquia se abrió con un chasquido. Había una especie de lata dentro de una de las mitades. Jacob soltó la otra mitad y tiró del extremo de la lata. En el interior sonó algo. La lata se soltó de pronto y una docena de pequeños objetos cayó rodando al suelo. Las mandíbulas de Culla chascaron.

— ¡Las cintas! —LaRoque asintió satisfecho mientras ju gueteaba con su pipa.

—Sí —dijo Jacob—. Y en la superficie exterior de esta «reliquia» se encuentra el botón que liberó el contenido previo de este tubo de gas ahora vacío. Parece que quedan algunos restos dentro. Estoy seguro de que será igual que la sustancia que el jefe Donaldson y yo le dimos ayer al doctor Kepler cuando no logramos convencer... —Se detuvo y se encogió de hombros—... Restos de una molécula inestable que, bajo el control de cierto sofonte, producía un «estallido de luz y sonido» para cubrir la superficie interna del hemisferio superior del escudo de la Nave Solar...

DeSilva se puso en pie. Jacob tuvo que alzar la voz para hacerse oír por encima del castañeo de Culla.

—...y para bloquear la luz verde y azul, la única longitud de onda con la que podíamos distinguir a los Espectros Solares de su medio ambiente.

— ¡Las cintas! —exclamó deSilva—. Deberían mostrar...

— ¡Muestran toroides, Espectros... cientos de ellos! Resulta interesante que no hubiera formas antropoides, pero quizá no las hicieron porque nuestras pautas psi indicaban que no los veíamos.

»¡Pero menuda confusión la de ese rebaño cuando nos metimos entre ellos sin avisar! ¡Toroides y Espectros «normales» apartándose de nuestro camino... todo porque no podíamos ver que estábamos justo en medio!

— ¡Loco eté! —gritó LaRoque. Agitó el puño ante Bubbacub. El pil hizo una mueca pero permaneció inmóvil, con los dedos cruzados, mientras observaba a Jacob.

—La monomolécula fue diseñada para deteriorarse justo cuando dejáramos la cromosfera. Se desmoronó convirtiéndose en una fina capa de polvo en el campo de fuerza del borde de la cubierta, donde nadie la advertiría hasta que Bubbacub pudiera regresar con Culla para limpiarla. ¿No es cierto, Culla?

Culla asintió tristemente.

Jacob sintió una distante complacencia al comprobar que la piedad se producía tan fácilmente como la furia amoral de antes. Una parte de él había empezado a preocuparse. Sonrió, tranquilizador.

—No importa, Culla. No tengo ninguna prueba para conectarle con nada más. Los vi a los dos cuando lo recogían y comprendí que lo hacía obligado.

El pring alzó los ojos. Eran muy brillantes. Asintió una vez más y el castañeo tras sus gruesos labios remitió un poco. Fagin se acercó al delgado E.T.

Donaldson terminó de recoger las cintas.

—Creo que será mejor que nos preparemos para ponerlo bajo custodia.

Helene ya se había acercado al teléfono.

—Yo me encargaré de eso —dijo en voz baja.

Martine se acercó a Jacob.

—Esto pertenece ya a Asuntos Externos —susurró—. Deberíamos dejar que ellos se hicieran cargo.

Jacob sacudió la cabeza.

— No, todavía no. Hay que aclarar algo más.

DeSilva colgó el teléfono.

—Vendrán enseguida. Mientras tanto, ¿por qué no continúa, Jacob? ¿Hay algo más?

—Sí. Dos asuntos. Uno es éste. —Sacó de la bolsa el casco psi de Bubbacub—. Sugiero que mantengan esto bajo custodia. No sé si alguien lo recuerda, pero Bubbacub lo tenía puesto y me miraba cuando me desplomé a bordo de la Nave Solar. Me irrita que me obliguen a hacer cosas, Bubbacub. No tendría que haberlo hecho.

Bubbacub hizo un gesto con la mano que Jacob no intentó interpretar.

—Finalmente está el asunto de la muerte del chimpancé, Jeffrey. De hecho es la parte más fácil.

»Bubbacub sabía casi todo lo que hay que saber sobre la tecnología galáctica en el Proyecto Navegante Solar. Los impulsos, el sistema de ordenadores, las comunicaciones... aspectos que los científicos terrestres no han arañado siquiera.

»Sólo tenemos la prueba circunstancial de que Bubbacub trabajara en el pilón de comunicaciones láser, saltándose la presentación del doctor Kepler, cuando estalló la nave de Jeff, dirigida por control remoto. No convencería a ningún tribunal, pero eso no importa, ya que Pila tiene extraterritorialidad y todo lo que podemos hacer es deportarlo.

»Otra cosa que resultará difícil de demostrar será la hipótesis de que Bubbacub puso una pista falsa en el Sistema de Identificación Espacial, un sistema enlazado directamente con la Biblioteca de La Paz, creando el falso informe de que La-Roque era un condicional. Sin embargo, está bastante claro que él lo hizo. Fue un señuelo perfecto. Como todo el mundo estaba seguro de que LaRoque lo hizo, nadie se molestó en hacer una doble comprobación detallada de la telemetría de la inmersión de Jeff. Me parece recordar que la nave de Jeff tuvo problemas justo cuando conectó sus cámaras de cercanía, un detonador a distancia perfecto si ésa era la tecnología usada por Bubbacub. De todas formas, probablemente no lo sabremos nunca. La telemetría se habrá perdido o ya estará destruida.

—Jacob, Culla te pide que pares —trinó Fagin—. Por favor, no avergüences más a Pil Bubbacub. No servirá de nada.

Tres hombres armados aparecieron en la puerta. Miraron con expectación a la comandante deSilva. Ella les ordenó con un gesto que esperaran.

—Sólo un momento —dijo Jacob—. No hemos tratado de la parte más importante, los motivos de Bubbacub. ¿Por qué un sofonte importante, que representa a una prestigiosa institución galáctica, incurriría en robo, falsificación, asalto físico y asesinato?

»Para empezar, Bubbacub sentía antipatía personal hacia Jeffrey y LaRoque. Jeff rey representaba para él una abominación, una especie que había sido elevada apenas unos cientos de años antes y que sin embargo se atrevía a contestar. La «arrogancia» de Jeff y su amistad con Culla contribuyeron a la furia de Bubbacub.

»Pero creo que odiaba lo que los chimpancés representan. Junto con los delfines, implican un estatus inmediato para la ruda y vulgar raza humana. Los pila tuvieron que luchar durante medio millón de años para llegar adonde están. Supongo que Bubbacub lamenta que lo tuviéramos «fácil».

»Y en cuanto a LaRoque, bueno, yo diría que no le caía bien a Bubbacub. Demasiado charlatán y avasallador, supongo...

LaRoque hizo una mueca.

—Y tal vez se sintió insultado cuando LaRoque sugirió que los soro pudieron haber sido nuestros tutores. La «capa superior» de la sociedad galáctica desprecia a las especies que abandonan a sus pupilos.

—Pero ésos son motivos personales —objetó Helene—. ¿No tiene nada mejor?

—Jacob —empezó a decir Fagin—. Por favor...

—Naturalmente que Bubbacub tenía otro motivo. Quería acabar con el proyecto Navegante Solar de un modo que pusiera en duda el concepto de investigación independiente e impulsara el estatus de la Biblioteca. Hizo parecer que él, un pil, fue capaz de establecer contacto donde los humanos no pudieron, e inventó una historia que dejaba fuera de funcionamiento al proyecto. Luego falsificó un informe de la Biblioteca para verificar sus tesis sobre los solarianos y asegurarse de que no hubiera más inmersiones.

»Probablemente lo que más irritó a Bubbacub fue el fracaso de la Biblioteca para ofrecer datos. Y es la falsificación de ese mensaje lo que le traerá más problemas cuando vuelva a su planeta. ¡Por eso le castigarán más que por haber matado a Jeff!

Bubbacub se puso lentamente en pie. Alisó cuidadosamente su pelaje y luego dio una palmada.

—Es usted muy lis-to —le dijo a Jacob—. Pero habla mucho... y apunta demasiado alto. Construye demasiado con tan poco material. Los hu-manos siempre serán pe-queños. No volveré a hablar más su mierda de lengua terrestre.

Dicho esto, se quitó el vodor del cuello y lo dejó caer sobre la mesa.

—Lo siento, Pil Bubbacub —dijo deSilva—. Pero parece que vamos a tener que restringir sus movimientos hasta que recibamos instrucciones de la Tierra.

Jacob casi esperaba que el pil asintiera o se encogiera de hombros, pero el alienígena ejecutó otro movimiento que de algún modo contenía la misma indiferencia. Se dio la vuelta y marchó hacia la puerta, una figura pequeña y rechoncha guiando a los grandes guardias humanos.

Helene deSilva alzó la «reliquia lethani». La sopesó pensativa. Entonces sus labios se tensaron y lanzó el objeto con todas sus fuerzas contra la puerta.

—Asesino —murmuró.

—He aprendido mi lección —dijo Martine muy lentamente—. No confiar nunca en nadie de más de treinta millones de años.

Jacob estaba perplejo. La sensación de júbilo se difuminaba rápidamente. Como una droga, dejaba tras de sí un vacío, un regreso a la racionalidad, pero también una pérdida de totalidad.

Pronto empezaría a preguntarse si había hecho bien en soltarlo todo de una sola vez en una exhibición orgiástica de lógica deductiva.

La observación de Martine le hizo levantar la cabeza.

—¿En nadie? —preguntó.

Fagin estaba ayudando a Culla a sentarse. Jacob se acercó a él.

—Lo siento, Fagin —dijo—. Tendría que haberte advertido, haberlo discutido contigo primero. Puede que haya... complicaciones en este asunto, repercusiones en las que no he pensado. —Se llevó una mano a la frente.

Fagin silbó suavemente.

—Soltaste todo lo que habías estado conteniendo, Jacob. No comprendo por qué has sentido tanta reticencia para usar tus habilidades, pero en este caso la justicia demandaba todo tu vigor. Es una suerte que lo hicieras.

»No te preocupes demasiado por lo que ha sucedido. La Verdad era más importante que el daño causado por un menor exceso de ansiedad, o por el uso de técnicas dormidas durante demasiado tiempo.

Jacob quiso decirle a Fagin lo equivocado que estaba. Las «habilidades» que había liberado eran más que eso. Eran una fuerza letal en su interior. Temía que hubieran hecho más mal que bien.

—¿Qué crees que sucederá? —preguntó, cansado.

—Creo que la humanidad descubrirá que tiene un enemigo muy poderoso. Tu gobierno protestará. Tendrá mucha importancia cómo lo haga, pero no cambiará en nada los hechos esenciales. Oficialmente, los pila descalificarán las desafortunadas acciones de Bubbacub. Pero son rencorosos y orgullosos, si me permites una descripción dolorosa pero necesariamente desagradable de una raza sofonte.

»Esto no es más que el resultado de una cadena de acontecimientos. Pero no te preocupes demasiado. No es culpa tuya. Lo único que has hecho es advertir a la humanidad del peligro. Tenía que suceder. Siempre ha sucedido con las razas expósitas.

—¿Pero por qué?

—Mi querido amigo, eso es una de las cosas que intento descubrir. Aunque no te sirva de mucho consuelo, piensa por favor que hay muchos seres a quienes les gustaría ver sobrevivir a la humanidad. A algunos de nosotros nos importa mucho.

MEDICINA MODERNA

Jacob presionó contra el borde de goma de la pieza ocular del escáner retinal, y una vez más vio el punto azul danzar y titilar en el fondo negro. Intentó no concentrarse en él, ignorando su tentadora sugestión de comunión, mientras esperaba la tercera imagen taquistoscópica.

Destelló de repente, llenando todo su campo de visión con una imagen tridimensional en sepia oscuro. La impresión que tuvo en aquel primer instante desenfocado fue de una escena pastoril. Había una mujer al fondo, rolliza y bien alimentada, con las faldas pasadas de moda revoloteando mientras corría.

Nubes oscuras y amenazantes asomaban en el horizonte, por encima de las granjas emplazadas en una colina. Había gente a la izquierda... ¿bailando? No, luchando. Había soldados. Sus rostros estaban excitados y... tal vez temerosos. La mujer tenía miedo. Corría con los brazos sobre la cabeza mientras dos hombres con armaduras del siglo xvn la perseguían, alzando sus mosquetes con las bayonetas caladas. Su...

La escena se apagó, y el punto azul volvió a aparecer. Jacob cerró los ojos y se retiró del aparato.

—Ya está —dijo la doctora Martine. Se inclinó sobre una consola cercana, junto al médico Laird—. Jacob, dentro de un minuto tendremos los resultados de su test-C.

—¿Está segura de que no necesitan más? Sólo han sido tres. —De hecho, se sentía aliviado.

—No, tomamos cinco de Peter para hacer una doble comprobación. Usted es sólo un control. ¿Por qué no se sienta y se relaja mientras terminamos?

Jacob se acercó a una de las sillas, pasándose la mano izquierda por la frente para secar una fina capa de sudor. El test había sido una prueba de treinta segundos.

La primera imagen fue el retrato de la cara de un hombre, convulsionada y llena de preocupación, la historia de toda una vida que había examinado durante dos, tal vez tres segundos, antes de que desapareciera, tan breve como cualquier cosa efímera que pudiera haber en su memoria.

La segunda fue una confusa mezcla de formas abstractas que sobresalían y entrechocaban en un despliegue estático... algo parecido a las pautas del borde de un toroide solar pero sin el brillo o la consistencia general.

La tercera fue la escena en sepia, al parecer sacada de un viejo grabado de la Guerra de los Treinta Años. Jacob recordó que era explícitamente violenta, el tipo que cabría esperar en un test-C.

Después de la dramática «escena del salón», Jacob se sentía reacio a entrar siquiera en un leve trance para calmar sus nervios. Y descubrió que no podía relajarse sin ello. Se levantó y se acercó a la consola. Frente a la cúpula, cerca de la concha de estasis, LaRoque deambulaba mientras esperaba, contemplando las largas sombras y rocas fundidas del polo norte de Mercurio.

—¿Puedo ver los datos en bruto? —le preguntó Jacob a Martine.

—Claro. ¿Cuál le gustaría ver?

—El último.

Martine tecleó. Salió una hoja de una rendija situada bajo la pantalla. La arrancó y se la tendió.

Era la «escena pastoril». Naturalmente, ahora reconoció su verdadero contenido, pero todo el propósito de la visión anterior era seguir sus reacciones a la imagen durante los primeros instantes, antes de que interviniera la consideración consciente.

Una línea irregular corría arriba y abajo, adelante y atrás de la imagen. En cada vértice o punto de descanso había un número. La línea mostraba el camino de su atención durante la primera ojeada según había detectado el Lector Retinal al observar los movimientos de su ojo.

El número uno, y el principio de la línea, estaba cerca del centro. La línea se extendía hasta el número seis. Luego se detenía sobre la generosa hendidura presentada por el pecho de la mujer que corría. El número siete aparecía allí en un círculo.

Allí se acumulaban los números, no sólo del siete al dieciséis, sino del treinta al treinta y cinco, y también del ochenta y dos al ochenta y seis.

A partir del veinte los números cambiaban súbitamente de los pies de la mujer a las nubes sobre la granja. Luego se movían rápidamente entre las personas y objetos representados, a veces envueltos en círculos o en cuadrados para denotar el nivel de dilatación del ojo, profundidad de foco, y cambios en su presión sanguínea medida en las diminutas venas de su retina. Al parecer el escáner ocular Stanford-Purkinje que había diseñado para este test, a partir del taquistoscopio de Martine y otros aparatos dispersos, había funcionado.

Jacob sabía que no tenía que sentirse avergonzado o preocupado por su reacción refleja hacia los pechos de la mujer de la imagen. Si él mismo hubiera sido una mujer su reacción habría sido distinta, y habría pasado más tiempo en general con la campesina de la imagen, pero concentrándose más en el pelo, las ropas y el rostro.

Lo que más le preocupaba era su reacción a la escena en general. A la izquierda, cerca de los hombres en lucha, había un número dentro de una estrella. Representaba el punto en el que advirtió que la imagen era violenta, no pastoril. Asintió con satisfacción. El número era relativamente bajo y la línea se interrumpía inmediatamente durante un período de cinco latidos antes de regresar al mismo punto. Eso significaba una sana dosis de aversión seguida de un arrebato directo de curiosidad encubierta.

A primera vista parecía que probablemente había pasado el test. La verdad era que nunca lo había dudado.

—Me pregunto si alguien llegará a aprender a engañar un test-C —dijo, tendiendo la copia a Martine.

—Tal vez lo harán algún día —respondió ella mientras recogía sus materiales—. Pero el condicionamiento necesario para cambiar la respuesta de un hombre a estímulos instantáneos, a una imagen tan rápida que sólo el inconsciente tiene tiempo de reaccionar, causaría demasiados efectos colaterales, nuevas pautas que tendrían que aparecer en el test.

»El análisis final es muy simple: la mente del sujeto sigue un juego de suma, cualificándolo para la ciudadanía, o es adicto a los placeres agridulces de una suma negativa. Eso, más que cualquier índice de violencia, es la esencia de este test.

Martine se volvió hacia el doctor Laird.

—Es así, ¿verdad, doctor?

Laird se encogió de hombros.

—Usted es la experta. —Había permitido que Martine recuperara lentamente sus buenas formas, aunque todavía no la perdonaba por haber prescrito medicinas a Kepler sin consultarle.

Tras la escena de antes, quedó claro que nunca había prescrito «Warfarine». Jacob recordó la costumbre de Bubbacub, a bordo de la Bradbury, de quedarse dormido sobre prendas de vestir dejadas en cojines o sillas. El pil debía de haberlo hecho como subterfugio para permitirle introducir, en la farmacia portátil de Kepler, una droga que deterioraría su conducta.

Tenía sentido. Kepler quedó eliminado de la última inmersión. Con su astucia podría haber detectado el truco de Bubbacub con la «reliquia lethani». También sus aberrantes acciones le habrían ayudado a la larga a desacreditar al Navegante Solar.

Todo encajaba, pero a Jacob tantas deducciones le sabían como una comida de copos de proteínas. Eran suficientes para convencer, pero no tenían sabor. Un cuenco lleno de suposiciones.

Algunas de las malas acciones de Bubbacub estaban demostradas. Las demás tendrían que continuar siendo especulaciones ya que el representante de la Biblioteca tenía inmunidad diplomática.

Fierre LaRoque se reunió con ellos. La actitud del francés era sumisa.

—¿Cuál es el veredicto, doctor Laird?

—Está bastante claro que el señor LaRoque no es una personalidad asocialmente violenta y no se le puede calificar de condicional —dijo Laird lentamente—. De hecho revela un índice de conciencia social bastante alto. Eso puede ser parte de su problema. Al parecer está sublimando algo y sería aconsejable que buscara la ayuda de un profesional en la clínica de su barrio cuando llegue a casa. —Laird miró fijamente a LaRoque. Este tan sólo asintió mansamente.

—¿Y los controles? —preguntó Jacob.

Había sido el último en hacerse la prueba. El doctor Kepler, Helene deSilva, y tres miembros del equipo seleccionados al azar habían ocupado también sus turnos ante la máquina. Helene no se preocupó demasiado por los resultados y se llevó a los hombres con ella para supervisar el chequeo prelanzamiento de la Nave Solar. Kepler hizo una mueca cuando el doctor Laird le leyó sus propios resultados en privado, y se marchó rezongando.

Laird se frotó él puente de la nariz, justo bajo las cejas.

—Oh, no hay ni un solo condicional en el grupo, tal como esperábamos después de su discurso anterior. Pero hay problemas y cosas que no comprendo del todo, borboteando en las mentes de algunos de ellos. Ya sabe, no es fácil para un matasanos pueblerino como yo tener que hacer a un lado su formación y examinar el alma de la gente. Habría pasado por alto media docena de detalles si la doctora Martine no me hubiera ayudado. Tal como son las cosas, me resulta difícil interpretar esas oscuridades ocultas, especialmente en hombres a quienes conozco y admiro.

—No hay nada serio, espero.

— ¡Si lo hubiera no iría en esta loca inmersión que Helene ha ordenado! ¡No he dejado en tierra a Dwayne Kepler porque esté resfriado!

Laird sacudió la cabeza y pidió disculpas.

—Perdóneme. No estoy acostumbrado a esto. No hay nada de qué preocuparse, Jacob. En su test aparecieron algunas cosas bastante raras, pero la lectura básica es tan sana como cualquiera que yo haya visto. Una suma decididamente positiva y realista.

»Con todo, hay algunas cosas que me confunden. No entraré en detalles que pudieran causarle más preocupación de la necesaria mientras prepara esta inmersión, pero agradecería que Helene y usted vinieran a verme cuando regresen.

Jacob le dio las gracias y se dirigió con él, Martine y LaRoque hacia el ascensor.

En lo alto, el pilón de comunicaciones taladraba la cúpula de estasis. Alrededor de ellos, más allá de los hombres y mujeres de la cámara, las rocas fundidas de Mercurio chispeaban o brillaban sombrías. El sol era una pelota amarilla incandescente por encima de una cordillera baja.

Cuando llegó el ascensor, Martine y Laird entraron en él, pero LaRoque impidió que Jacob entrara, dejándolos a solas.

— ¡Quiero mi cámara! —le susurró.

—Claro, LaRoque. La comandante deSilva desarmó el aturdidor y podrá recogerla en cualquier momento, ahora que ha quedado limpio.

—¿Y la grabación?

— La tengo yo. Y me la voy a quedar.

—No tiene derecho...

—¡Venga ya, LaRoque! —gruñó Jacob—. ¿Por qué no deja de actuar y admite que alguien más tiene inteligencia? ¡Quiero saber por qué estaba tomando fotos sónicas del oscilador de estasis en la nave de Jeffrey! ¡Y también quiero saber quién le dio la idea de que mi tío estaría interesado en ellas!

—Le debo mucho, Demwa —dijo LaRoque lentamente. El fuerte acento casi había desaparecido—. Pero tengo que saber si sus puntos de vista políticos son como los de su tío antes de responderle.

—Tengo un montón de tíos, LaRoque. ¡Mi tío Jeremy está en la Asamblea de la Confederación, pero sé que usted no trabajaría con él! Mi tío Juan es un teórico y desprecia la ilegalidad... Yo supongo que se refiere al tío James, el chiflado de la familia. Estoy de acuerdo con él en un montón de cosas, incluso en aquéllas que el resto de la familia desaprueba. Pero si está implicado en algún plan de espionaje, no voy a ayudarle a enterrarlo más profundamente... sobre todo en un plan tan torpe como parece que es el suyo.

»¡Puede que no sea un asesino ni un condicional, LaRoque, pero es un espía! El único problema es averiguar para quién trabaja. Reservaré ese misterio para cuando regresemos a la Tierra.

»Entonces tal vez podrá visitarme: James y usted podrán intentar convencerme de que no los denuncie. ¿Es lo bastante justo?

LaRoque asintió, cortante.

—Puedo esperar, Demwa. Pero no pierda las grabaciones, ¿eh? He pasado un infierno para conseguirlas. Quiero tener la oportunidad de convencerle para que me las entregue.

Jacob miraba el sol.

—LaRoque, ahórreme sus lamentaciones. No ha ido al infierno... todavía.

Se dio la vuelta y se dirigió a los ascensores. Tenía tiempo para dormir unas cuantas horas en una de las máquinas de sueño. No quería ver a nadie hasta que fuera la hora de partir.

SÉPTIMA PARTE

En toda la evolución no hay una transformación, un «salto cuántico», comparable a éste. Nunca había cambiado tan completa y totalmente al estilo de vida de una especie, su forma de adaptarse. Durante unos quince millones de años la familia del hombre vivió como animales entre animales. El ritmo de los hechos desde entonces ha sido explosivo: las primeras aldeas, las ciudades, las supermetrópolis, todo esto ha sido condensado en un instante de la escala temporal evolucionaría, apenas diez mil años.

JHON E. PFEIFFER

DEJA PENSE

—¿Se ha preguntado alguna vez por qué la mayoría de nuestras astronaves saltaron al espacio con tripulaciones femeninas en un setenta por ciento?

Helene tendió a Jacob el primer liquitubo de café caliente y se volvió hacia la máquina para recoger otro para ella.

Jacob descorrió el sello exterior de la membrana semipermeable, permitiendo que el vapor escapara mientras contenía el líquido oscuro. El Jiquitubo casi estaba demasiado caliente para poder sujetarlo, a pesar de su aislamiento.

¡Y confiaba que Helene sacara otro tema de conversación provocativo! Cada vez que estaban a solas, tanto como se podía estar en la cubierta abierta de una Nave Solar, Helene deSilva no perdía la oportunidad de enzarzarle en un ejercicio de gimnasia mental. Lo extraño era que no le importaba nada. La competición le había animado considerablemente desde que dejaron Mercurio diez horas antes.

—Cuando era una adolescente, mis amigos y yo nunca consideramos los motivos. Sólo pensábamos que era una bonificación añadida por ser hombre en una nave. «De tales pensamientos nacen las fantasías púberes...» ¿Quién escribió eso, John Two-Clouds? ¿Ha leído alguna vez algo suyo? Creo que nació en Alto Londres, así que tal vez conociera a sus padres.

Helene le dirigió una mirada acusadora. Jacob tuvo que combatir por enésima vez la tentación de decirle que la expresión era encantadora. ¿Qué profesional femenina adulta quería que le recordaran que todavía tenía hoyuelos? De todas formas, no merecía la pena acabar por ello con un brazo roto.

—Muy bien, muy bien —se rió—. Me ceñiré al tema. Supongo que la proporción hombre-mujer se debe a que las mujeres responden mejor a las altas aceleraciones, el calor y el frío... tienen mejor coordinación mano-ojo y superior fuerza pasiva. Supongo que eso debe de convertirlas en mejores astronautas.

Helene sorbió del sifón de su liquitubo.

—Sí, ésa es una parte. Casi todas las mujeres parece que son inmunes al mareo del Salto. Pero usted sabe que las diferencias no son tan grandes. Esto explica que haya más hombres que se presenten voluntarios para astronautas que mujeres.

»Además, la mitad de los tripulantevdelás naves del interior del sistema son varones, y siete de cada diez en las naves militares.

—Bueno, no sé nada de naves comerciales ni de investigación, pero yo diría que los militares seleccionan aptitudes de lucha. Sé que eso no se ha demostrado todavía, pero yo diría que...

Helene se echó a reír.

—Oh, no tiene que ser tan diplomático, Jacob. Naturalmente que los hombres son mejores luchadores que las mujeres... estadísticamente, claro. Las amazonas como yo son la excepción. De hecho, ése es un factor de la selección. No queremos demasiados guerreros a bordo de una nave estelar.

— ¡Pero eso no tiene sentido! La tripulación de esas naves sale a una galaxia inmensa que ni siquiera ha sido explorada del todo por la Biblioteca. Tienen que enfrentarse a una amplia gama de razas alienígenas, la mayoría de ellas temperamentales como el infierno. Y los Institutos no prohiben luchar entre las razas. A juzgar por lo que dice Fagin, no podrían aunque quisieran. Sólo intentan mantener las cosas en orden.

—¿Entonces una astronave con humanos a bordo debería estar preparada para luchar? —Helene sonrió mientras apoyaba el hombro contra la pared de la cúpula. Bajo la luz moteada de la cromosfera superior en hidrógeno alfa, su pelo rubio parecia un casco ajustado—. Bueno, tiene razón, desde luego. Tenemos que estar preparados para luchar. Pero píense por un momento en la situación a la que nos enfrentamos ahí fuera.

»Tenemos que tratar literalmente con cientos de especies cuya única cosa en común es aquello de lo que nosotros carecemos, una cadena de tradición y elevación que se remonta a dos mil millones de años. Todos llevan eones utilizando la Biblioteca, aumentándola, aunque lentamente, todo el tiempo.

»La mayoría de ellos son quisquillosos, hiperconscientes de sus privilegios, y dudan de esa tonta raza "expósita" del Sistema Solar.

»¿Y qué podemos hacer cuando nos desafía una especie del tres al cuarto cuyos tutores extinguidos los elevaron para convertirlos en caballitos parlantes que ahora poseen sus propios planetas terraformados que se encuentran en medio de nuestra única ruta a la colina de Omnivarium? ¿Qué podemos hacer cuando esas criaturas sin ambición ni sentido del humor detienen nuestra nave y piden nada menos que cuarenta canciones de ballena como peaje?

Helene sacudió la cabeza y frunció el ceño.

— ¡Sí que sería mejor pelear en una situación como ésa! ¡Una belleza como la Calypso, llena hasta rebosar de cosas necesarias en una comunidad precaria, y con un cargamento aún más precioso de... detenida en el espacio por un par de cascarones anticuados que obviamente habían sido comprados, no construidos, por los camellos "inteligentes" de a bordo! —La voz de la mujer se fue apagando mientras recordaba.

—Imagine. Una nave y nueva y hermosa, aunque primitiva, usando sólo la diminuta porción de la ciencia galáctica que pudimos absorber cuando estaba siendo acondicionada, sobre todo de los impulsores, detenida por cascarones más viejos que César pero construidos por alguien que había usado la Biblioteca toda su vida.

Helene se detuvo un momento y se dio la vuelta.

Jacob se sintió conmovido, pero todavía más honrado. Conocía ya a Helene lo suficientemente bien para saber que, para ella, abrirse de esta forma era un acto de confianza.

Advirtió que Helene había estado haciendo la mayor parte del trabajo: Hace la mayoría de las preguntas, sobre mi pasado, sobre mis sentimientos, y por algún motivo no he querido preguntarle a ella, a la persona interior. Me pregunto qué me lo impide. ¡Debe de haber tanto ahí dentro!

—Supongo que la idea es no luchar, porque probablemente perderíamos —dijo en voz baja.

Ella se giró y asintió. Tosió dos veces, cubriéndose la boca con la mano.

—Oh, tenemos un par de trucos con los que pensamos que

podríamos superar a alguien de vez en cuando, simplemente

porque no hemos tenido la Biblioteca y eso es todo lo que

ellos conocen. Pero hay que guardar esos trucos para el mo mento adecuado.

»En cambio, halagamos, adulamos, sobornamos, cantamos espirituales... bailamos... y cuando todo eso falla, huimos.

Jacob imaginó cómo sería encontrarse con una nave de Pila.

—A veces huir debe de ser terriblemente difícil.

—Sí, pero tenemos una forma secreta de enfriarnos. —Helene sonrió levemente. Por un momento, aquellos atractivos hoyuelos volvieron a aparecer en sus mejillas—. Es uno de lo motivos principales por los que las tripulaciones están compuestas sobre todo por mujeres.

—Vamos. La probabilidad de que una mujer le dé un puñetazo a alguien que le ha insultado debe de ser igual que la de un hombre. No creo que sea una gran garantía.

—No, normalmente no. —Volvió a mirarle con aquella atractiva expresión. Por un momento pareció a punto de continuar. Luego se encogió de hombros.

—Vamos a sentarnos —dijo—. Quiero mostrarle algo.

Le guió alrededor de la cúpula y a través de la cubierta a una parte de la nave donde no había nadie y la cubierta circular flotaba a dos metros del casco de la nave.

El brillo chispeante de la cromosfera se refractaba extrañamente donde la pantalla de estasis se curvaba bajo sus pies. El estrecho campo de suspensión permitía que pasara la luz, pero la desviaba un poco. Desde donde se encontraban, podía verse parte de la Gran Mancha; su configuración había cambiado considerablemente desde la última inmersión. Donde intervenía el campo, la mancha solar titilaba y ondulaba con nuevas pulsaciones que se añadían a las suyas propias.

Helene bajó lentamente a la cubierta y luego se acercó al borde. Por un instante se sentó con los pies a milímetros del temblequeo, con las rodillas bajo la barbilla. Entonces se puso las manos a la espalda y dejó que sus piernas entraran en el campo.

Jacob tragó saliva.

—No sabía que se podía hacer eso —dijo.

La contempló mientras ella giraba las piernas lánguidamente. Éstas se movían como en un denso almíbar, y la tensa cobertura de su traje ondulaba como algo animado.

Estiró las piernas por encima del nivel de la cubierta, con aparente facilidad.

—Hmmm, parece que están bien. Pero no puedo sumergirlas mucho. Supongo que la masa de mis piernas crea un agujero en el campo de suspensión. Al menos no las siento al revés cuando lo hago. —Las bajó de nuevo.

Jacob sintió que las rodillas se le aflojaban.

—¿Quiere decir que nunca había hecho esto?

Ella le miró y sonrió.

—¿Estoy alardeando? Sí, supongo que intentaba impresionarle. Pero no estoy loca. Después de lo que nos dijo sobre Bubbacub y la aspiradora, repasé cuidadosamente las ecuaciones. Es perfectamente seguro. ¿Por qué no me acompaña?

Jacob asintió, aturdido. Después de tantos milagros y cosas inexplicables, esto era poca cosa. Decidió que el secreto era no pensarlo.

Parecía en efecto un denso almíbar que aumentaba su viscosidad mientras empujaba hacia abajo. Era gomoso y respondió.

Y las piernas del traje de Jacob parecieron desconcertantemente vivas.

Helene no dijo nada durante un rato. Jacob respetó su silencio. Obviamente, tenía algo en mente.

—¿Es cierta la historia de la Aguja Finnilia? —preguntó por fin, sin mirarle.

-Sí.

— Debió de ser toda una mujer.

—Sí, lo fue.

—Quiero decir, además de valiente. Tuvo que ser valiente para saltar de un globo a otro, a treinta y cinco kilómetros de altura, pero...

—Intentaba distraerlos mientras yo desactivaba el detonador. No tendría que haberla dejado. —Jacob oyó su propia voz, remota y apagada—. Pero pensé que podría protegerla al mismo tiempo... Tenía un aparato...

—Pero ella debió de ser una, gran persona en otros aspectos. Me gustaría haberla conocidó.

Jacob advirtió que no había dicho nada en voz alta.

—Sí, Helene. Le habría gustado a Tania. —Se estremeció. Esto no les llevaba a ninguna parte—. Pero creí que estábamos hablando de otra cosa, de la proporción de hombres y mujeres en las naves estelares, ¿no?

Ella se miró los pies.

—Estamos hablando del mismo tema —dijo suavemente.

-¿Sí?

—Claro. ¿Recuerda que dije que había una forma de hacer que una tripulación con mayoría femenina fuera más cautelosa en el trato con los alienígenas, una forma de garantizar que huirían en vez de luchar?

—Sí, pero...

—Hasta ahora la humanidad ha podido fundar tres colonias, pero los costes de transporte son demasiado grandes para llevar a tantos pasajeros, de modo que aumentar el acervo genético de una colonia aislada es todo un problema. —Hablaba con rapidez, como avergonzada—. Cuando regresamos la primera vez y descubrimos que la Constitución imperaba de nuevo, la Confederación hizo que las mujeres fueran voluntarias al siguiente Salto en vez de obligatoriamente. Sin embargo, la mayoría de nosotras nos presentamos.

—Yo... no comprendo.

Ella le miró y sonrió.

—Bueno, tal vez ahora no sea el momento. Pero tendría que darse cuenta de que voy a partir en la Calypso dentro de unos pocos meses y hay algunos preparativos que tengo que hacer de antemano.

»Y puedo ser tan selectiva como quiera.

Le miró directamente a los ojos.

Jacob sintió que tenía la boca abierta.

— ¡Bien! —Helene se frotó las manos en el regazo y se dispuso a incorporarse—. Supongo que será mejor que volvamos. Ya estamos muy cerca de la Región Activa, y debería estar en mi puesto para supervisarlo todo.

Jacob se puso rápidamente en pie y le ofreció la mano. Ninguno de los dos vio nada gracioso en el arcaísmo.

De camino al puesto de mando, Jacob y Helene se detuvieron para examinar el Láser Paramétrico. El jefe Donaldson alzó la cabeza cuando se acercaron.

— ¡Hola! Creo que todo está a punto. ¿Quiere echar un vistazo?

—Claro.

Jacob se agachó junto al láser. Su armazón estaba vuelto hacia la cubierta. Su cuerpo largo, fino y multicilíndrico giraba en un contenedor esférico.

Jacob sintió que el suave tejido que cubría la pierna derecha de Helene rozaba levemente su brazo cuando se acercó. No era algo que le ayudara a concentrarse.

—Éste es el Láser Paramétrico —empezó a decir Donaldson—, mi contribución al intento de contactar con los Espectros Solares. Consideré que el psi no nos estaba llevando a ninguna parte, y me planteé comunicar con ellos de la forma en que ellos se comunican con nosotros, es decir, visualmente.

»Bien, como probablemente ya saben, la mayoría de los láseres operan sólo en una o dos bandas espectrales muy estrechas, sobre todo en transiciones moleculares y atómicas concretas. Pero éste podrá hacerlo en cualquier longitud de onda que quieran, sólo con marcarla en este control —señaló el control central de los tres que había en la cara del armazón.

—Sí —dijo Jacob—. Entiendo algo de Láseres Paramétricos, aunque nunca he visto uno. Supongo que tiene que ser suficientemente poderoso para penetrar nuestras pantallas y seguir pareciendo brillante a los Espectros.

—En mi otra vida... —dijo deSilva irónicamente (a menudo hablaba de su pasado, antes de saltar con la Calypso, con defensivo sarcasmo)—, podíamos crear láseres multicolores y sintonizables con tintes ópticos. Producían gran cantidad de energía, eran eficaces e increíblemente simples. —Sonrió—. Es decir, a menos que se te cayera el tinte. ¡Entonces, vaya lío! ¡Nada me hace apreciar más la Ciencia Galáctica que saber que nunca tendré que limpiar del suelo un charco de Rhodamina 6-G!

—¿Podían sintonizar de veras a través de todo el espectro óptico con una sola molécula? —Donaldson mostró su incredulidad—. De todas formas, ¿cómo cargaban un «láser teñido»?

—Oh, a veces con lámparas. Normalmente con una reacción química interna usando moléculas de energía orgánica, como azúcares.

»Había que usar varios tintes para cubrir todo el espectro visible. Se usaba mucho cumarina polimetílica para el azul y el verde. Y rhodamina y otros similares para los colores rojos.

»De todas formas, es historia pasada. ¡Quiero saber qué diabólico plan han cocido Jacob y usted esta vez! —Se desplomó junto a Jacob en la cubierta. En vez de mirar a Donaldson, contempló a Jacob con su expresión desconcertante.

—Bueno, la verdad es que es muy simple. —Jacob tragó saliva—. Traje canciones de ballena y poemas de delfín, por si los Espectros resultaban ser poetas. Cuando el jefe Donaldson mencionó la idea de apuntar un rayo para comunicar con ellos, le ofrecí las cintas.

—Añadiremos una versión modificada de un viejo código de contacto matemático. También es cosa de él —sonrió Donadlson—. ¡Yo no sabría reconocer una serie de Fibonacci si viniera una y me mordiera! Pero Jacob dice que es uno de los viejos estándares.

—Lo era —dijo deSilva—. Pero después de la Vesarius dejamos de usar las rutinas matemáticas. La Biblioteca se asegura de que todo el mundo se comprenda mutuamente en el espacio, así que ya no tiene sentido usar los viejos códigos pre-Contacto.

Empujó levemente el calibrador. Éste rotó suavemente en su armazón.

—No dejarán que esto gire libremente cuando el láser esté conectado, ¿verdad?

—No, naturalmente lo fijaremos bien, para que el rayo láser dispare a lo largo de un radio desde el centro de la nave. Eso impedirá que se produzcan esos reflejos internos que le preocupan.

—Pero todos querremos llevar puestas estas gafas cuando esté conectado. —Donaldson sacó un par de gruesas gafas oscuras de un saco colocado junto al láser—. Aunque no existiera ningún daño para la retina, la doctora Martine insistiría. Está convencida de los efectos del resplandor sobre la percepción y la personalidad. Volvió la base entera patas arriba, y encontró luces brillantes donde nadie sabía que existían. Las responsabilizó de las «alucinaciones en masa» cuando llegó. ¡Sí que cambió de canción cuando vio a las bestias!

—Bueno, es hora de que vuelva al trabajo —anunció Helene—. No debería haberme apartado tanto tiempo. Debemos de estar acercándonos. Los mantendré informados.

Los dos hombres se levantaron mientras ella sonreía y se marchaba. Donaldson se la quedó mirando.

—¿Sabe, Demwa? Al principio pensé que estaba usted loco; luego supe que tenía razón. Ahora estoy empezando a cambiar de opinión otra vez.

Jacob se sentó.

—¿Cómo es eso?

—Todos los tipos que conozco serían capaces de desarrollar una cola para agitarla si esa mujer silbara. No puedo creer que tenga tanto autocontrol. Pero no es asunto mío, claro.

—Tiene razón. No lo es. —A Jacob le molestaba que la situación fuera tan obvia. Estaba empezando a desear que terminara la misión para poder dedicar toda su atención al problema.

Se encogió de hombros. Era un gesto que había hecho muchas veces desde que salió de la Tierra.

—Cambiando de tema, me estaba preguntando sobre este asunto de los reflejos internos. ¿Se le ha ocurrido que alguien podría estar perpetrando un gran engaño?

—¿Un engaño?

—Con los Espectros Solares. Todo lo que tendrían que hacer es meter a bordo una especie de proyector holográfico...

—Olvídelo. —Donaldson sacudió la cabeza—. Eso fue lo primero que comprobamos. Además, "¿quién podría falsificar algo tan intrincado y hermoso como ese rebaño de toroides? Y una proyección como ésa, llenando todo nuestro campo de visión, tendría que ser hecha por las cámaras situadas en la zona invertida.

—Bueno, tal vez el rebaño no, ¿pero y los Espectros «hu-manoides»? Son bastante simples y pequeños, y es increíble la forma en que evitan las cámaras, girando más rápido que nosotros para permanecer arriba.

—¿Qué puedo decir, Jake? Cada pieza de equipo que se sube a bordo es inspeccionada cuidadosamente, junto con los artículos personales de cada uno, por ese mismo motivo. No se ha encontrado ningún proyector, ¿y dónde podrían esconderse en una nave abierta como ésta? Tengo que admitir que a veces me he preguntado eso mismo. Pero no veo ninguna forma de que alguien pueda estar perpetrando un truco.

Jacob asintió lentamente. El argumento de Donaldson tenía sentido. Además, ¿cómo podría reconciliar una proyección con el truco de Bubbacub con la reliquia lethani? Era una idea tentadora, pero un truco no parecía muy probable.

Distantes bosques de espículas latieron como fuentes ondulantes. Chorros individuales se alzaron unos junto a otros a lo largo del borde de la célula supergranulada que latía lentamente cubriendo la mitad del cielo. En su centro se encontraba la Gran Mancha, un gran ojo negro, bordeado por zonas de brillante calor.

A unos noventa grados al otro lado de la cubierta, un grupo de oscuras siluetas esperaban de pie o arrodilladas junto a la Cámara del Piloto. Sólo podían distinguirse los contornos contra el brillo escarlata de la fotosfera.

Dos sombras podían identificarse entre las personas cercanas al puesto de mando. La figura alta y delgada de Culla se encontraba a un lado, apuntando a un alto y retorcido arco filamentoso que colgaba, suspendido, sobre la Mancha. El arco crecía lentamente, cada vez más cercano.

La otra sombra identificable se separó del grupo y empezó a acercarse a trompicones hacia Jacob y el jefe. Era redondo por arriba, más grande que por abajo.

—¡Ahí sí podría esconderse un proyector! —Donaldson señaló con un ademán la enorme silueta que se acercaba hacia ellos retorciéndose.

—¿Qué? ¿Fagin? —susurró Jacob, aunque no servía de nada dados los sistemas auditivos del kantén—. ¡No puede hablar en serio! ¡Sólo ha participado en dos inmersiones!

—Sí —murmuró Donaldson—. Pero con todas esas ramas... Preferiría buscar contrabando entre las ropas de Bubbacub que ahí dentro.

A Jacob le pareció captar por un instante cierto tono humorístico en la voz del ingeniero jefe. Miró a su compañero, pero el hombre puso cara de póquer. Eso era en sí mismo un pequeño milagro. Sería demasiado si el hombre estuviera haciendo un chiste.

Los dos se levantaron para saludar a Fagin. El kantén silbó una alegre respuesta, sin mostrar ningún signo de que hubiera oído nada.

—La comandante Helene deSilva ha expresado la opinión de que las condiciones climatológicas solares son sorprendentemente tranquilas. Dijo que esto será de gran valor para resolver problemas solonómicos no relacionados con los Espectros Solares. Las mediciones implicadas requerirán poco tiempo. Mucho menos del que nosotros ahorraremos con estas excelentes condiciones.

»En otras palabras, amigos míos, tienen ustedes unos veinte minutos para prepararse.

Donaldson silbó. Pidió ayuda a Jacob y los dos hombres se pusieron a trabajar en el láser, colocándolo en su sitio y comprobando las cintas de proyección.

A unos pocos metros de distancia, la doctora Martine rebuscó en su bolsa pequeñas piezas de instrumentos. Tenía ya puesto el casco psi y a Jacob le pareció oír una imprecación en voz baja.

— ¡Maldita sea! ¡Esta vez vas a tener que hablar conmigo!

DELEGACIÓN

—«¿Cuál es el propósito de estas criaturas de luz?», se pregunta el reportero. Pero sería mejor preguntar: «¿Qué propósito tiene el hombre?» Nuestro trabajo es alzarnos sobre nuestras metafóricas rodillas, ignorando el dolor con la barbilla levantada con orgullo infantil, diciendo a todo el universo: «¡Mírenme! ¡Soy el hombre! ¡Me arrastro donde otros caminan! ¿Pero no es estupendo que pueda arrastrarme a cualquier parte?».

»La capacidad de adaptación, sostienen los neolíticos, es la "especialización" del hombre. No puede correr tan rápido como el guepardo, pero al menos puede correr. No puede nadar tan bien como una nutria, pero sabe nadar. Sus ojos no son tan agudos como los de un halcón ni puede almacenar comida en sus carrillos. Por eso debe entrenar sus ojos y crear instrumentos a partir de fragmentos y trozos de la tierra torturada: no sólo para permitirle ver, sino para vencer al felino y a la nutria. Puede atravesar un desierto ártico, cruzar a nado un río tropical, subir a un árbol y, al final de su viaje, construir un hermoso hotel. Allí se aseará y alardeará de sus logros mientras cena con sus amigos.

»Y sin embargo, durante todo el tiempo nuestro héroe no se ha sentido satisfecho. Ansiaba conocer su lugar en el mundo. Gritó en voz alta. Pidió saber por qué estaba aquí. El universo de las estrellas tan sólo contestó sonriendo a sus preguntas con un profundo y ambiguo silencio.

»Él anhelaba un propósito. Como se le negó, llevó sus frustraciones a las demás criaturas. El especialista en él conocía sus funciones y las odiaba por ello. Se convirtieron en sus esclavos, sus fábricas de proteínas. Se convirtieron en víctimas de su ira genocida.

»La "capacidad de adaptación" pronto quiso decir que no necesitábamos a nadie más. Especies cuyos descendientes tal vez pudieran ser grandes algún día se convirtieron en polvo en el holocausto provocado por el egoísmo del hombre.

»Por suerte sólo nos convertimos en ecologistas poco antes del Contacto, esquivando así la justa ira de nuestros mayores. ¿O no fue suerte? ¿Es un accidente que John Muir y los que le siguieron aparecieran poco después de los primeros "avista-mientos" confirmados?

»Mientras este reportero yace tendido aquí, en una burbuja, rodeado de engañoso vapor rosa, se pregunta si el propósito del hombre pudiera ser el de convertirse en ejemplo. El pecado original que hizo marcharse a nuestros Tutores hace tanto tiempo, está siendo pagado en una comedia.

»Espero que nuestros vecinos se sientan edificados, además de divertidos, mientras nos ven arrastrarnos, con la boca abierta de asombro y resentimiento, ante aquéllos que son culminación encarnada, sin ambición.

Fierre LaRoque apartó el pulgar del botón de grabación y frunció el ceño. No, esa última parte no valía. Parecía casi amarga. Más quejumbrosa que punzante. De hecho, todo el trabajo tendría que ser reelaborado. Había muy poca espontaneidad. Las frases apenas encajaban.

Dio un sorbo del liquitubo que tenía en la mano izquierda, y luego empezó a atusarse el bigote. Delante de él, la brillante manada de toroides se alzaba lentamente mientras la nave se enderezaba. La maniobra había requerido menos tiempo del esperado. Ya no podía seguir haciendo digresiones sobre la plaga de la humanidad. Aunque, después de todo, eso podría hacerlo cualquier otro día.

Pero esto... esto era extraordinario.

Volvió a pulsar el interruptor y se acercó el micrófono.

—Nota para reelaborar —dijo—. Más ironía, y más sobre las ventajas de ciertos tipos de especialización. Mencionar también a los timbrimi... que son más adaptables de lo que nosotros llegaremos a serlo jamás. Hacerlo breve y recalcar el resultado si toda la humanidad participa.

Hasta el momento el rebaño había consistido en pequeños anillos, a cincuenta kilómetros de distancia o más. El cuerpo principal apareció ahora a la vista, junto con una pequeña rendija de la fotosfera. El toroide más cercano era un brillante monstruo azulgrisáceo. A lo largo de su borde, pequeñas líneas azules se entremezclaban y cambiaban, como pautas moi-ré. Un halo blanco titilaba a su alrededor.

LaRoque suspiró. Este sería su mayor desafío. Cuando los halos de estas criaturas fueran emitidos, todo el mundo y sus criados chimpancés estarían atentos para ver si sus palabras estaban a la altura. Sin embargo, sentía lo contrario de lo que esperaba. Cuanto más profundamente entraba la nave en el sol, más se despegaba de todo. Era como si no estuviera sucediendo nada de esto. Las criaturas no parecían reales.

También admitió que estaba asustado.

—Son perlas de serenidad, colgando en collares de esmeraldas ondulantes. Si algún galeón galáctico fondeó alguna vez aquí para dejar su tesoro en estos fieros arrecifes filamentosos, sus diademas están ahora a salvo. Sin corromper por el tiempo, todavía chispean. Ningún cazador se las llevará en un saco.

»Desafían a la lógica porque no deberían estar aquí. Desafían a la historia porque no son recordadas. Desafían el poder de nuestros instrumentos e incluso el de los galácticos, nuestros mayores.

»Imperturbables como Bombadil, ignoran el paso del oxígeno y el hidrógeno en sus incesantes movimientos, y se nutren de la más atemporal de las fuentes.

»Recuerdan... ¿podrían haberse encontrado entre los Progenitores cuando la galaxia era nueva? Esperamos poder preguntárselo, pero por ahora se mantienen al margen.

Jacob levantó la cabeza de su trabajo cuando el rebaño volvió a aparecer a la vista. El espectáculo le causó menos efecto que la primera vez. Para experimentar las emociones que sintió durante la primera inmersión tendría que ver otra cosa por vez primera. Y para ver algo tan impresionante, tendría que Saltar.

Era uno de los inconvenientes de haber tenido monos por antepasados.

Sin embargo, Jacob podría pasarse horas mirando las encantadoras pautas que hacían los toroides. Y durante unos momentos, cuando recordaba el significado de lo que veía, se sentía otra vez anonadado.

El ordenador que Jacob llevaba en el regazo mostraba una pauta de líneas curvas conectadas, isótopos del Espectro que habían visto una hora antes.

El contacto no había sido gran cosa. Un solariano aislado se sorprendió cuando la nave salió de detrás de un grueso rizo de filamentos cerca del borde del rebaño.

Se alejó de ellos, y luego permaneció gravitando receloso a unos pocos kilómetros de distancia. La comandante deSilva ordenó que la nave virara para que el Láser Paramétrico de Donaldson pudiera apuntar a la aleteante criatura.

Al principio el Espectro retrocedió. Donaldson murmuró y maldijo mientras ajustaba el láser, para ejecutar las diversas modulaciones de la cinta de contacto de Jacob.

Entonces la criatura reaccionó. Sus (¿tentáculos? ¿alas?) brotaron del centro de su cuerpo como un resorte. Empezó a ondular pintorescamente.

Luego desapareció en un destello verde brillante.

Jacob examinó las lecturas del ordenador. El solariano había ofrecido una buena visión a las cámaras. Las primeras grabaciones mostraban que parte de su ondular estaba en fase con el ritmo bajo de una melodía ballena. Jacob intentaba averiguar ahora si el complicado espectáculo que emitió justo antes de marcharse tenía una pauta que pudiera interpretarse como una respuesta.

Terminó de esbozar el programa de análisis que quería que ejecutara el ordenador. Tenía que buscar variaciones sobre el tema de la canción-ballena y el ritmo en tres regímenes, color, tiempo y brillo, a lo largo de la superficie del Espectro. Si encontraba algo, podría conseguir un enlace por ordenador en tiempo real durante el próximo encuentro.

Es decir, si había un nuevo encuentro. La canción-ballena era sólo una introducción a la secuencia de escalas y series matemáticas que Jacob planeaba enviar. Pero el Espectro no se quedó a «escuchar» el resto.

Hizo a un lado el ordenador y bajó su asiento para poder mirar los toroides más cercanos sin tener que mover la cabeza. Un par de ellos giraba lentamente a cuarenta y cinco grados del ángulo de la cubierta.

Aparentemente, el giro de las criaturas toroides era más complicado de lo que pensaba. Las intrincadas pautas que barrían rápidamente el borde de cada una representaba algo en su configuración interna.

Cuando dos de los toroides se tocaban, buscando mejores posiciones en los campos magnéticos, no había ningún cambio en las figuras rotatorias. Interactuaban unas con otras como si no estuvieran girando.

Los empujones y apretones se hicieron más pronunciados a medida que pasaban por el rebaño. Helene deSilva sugirió que era debido a que la región activa sobre la que estaban se moría. Los campos magnéticos se hacían más y más difusos.

Culla se sentó junto a Jacob, cerrando sus mandíbulas con un chasquido. Jacob empezaba a reconocer algunos de los ritmos que los dientes de Culla hacían en diversas situaciones. Había tardado mucho tiempo en darse cuenta de que eran parte del repertorio fundamental del pring, como las expresiones faciales lo son para un ser humano.

—¿Puedo shentarme aquí, Jacob? —preguntó—. Esh mi primera oportunidad de darle lash graciash por su cooperación allá en Mercurio.

—No tiene que agradecerme nada, Culla. Un juramento de secreto durante dos años es de rigor en un incidente como éste. De todas formas, la comandante deSilva recibió órdenes muy claras de la Tierra para que nadie volviera a casa hasta que firmaran.

—Shin embargo, tenía ushted derecho a decírshelo al mundo, a la galaxia. El Inshtituto de la Biblioteca ha quedado avergonzado por las accionesh de Bubbacub. Esh admirable que ushted, el deshcubridor de shu... error, mueshtre meshura y lesh deje enmendarshe.

—¿Qué hará el Instituto, aparte de castigar a Bubbacub?

Culla dio un sorbo de su ubicuo liquitubo. Sus ojos brillaban.

—Probablemente cancelarán la deuda de la Tierra y otorgarán sherviciosh gratuitosh a la Shucurshal durante algún tiempo. Másh aún shi la Confederación accede a un período de shilencio. No puedo definir su anshiedad por evitar un esh-cándalo. Ademásh, probablemente le recompensharán.

—¿A mí? —Jacob se sintió aturdido. Para un terrestre «primitivo», cualquier recompensa que los galácticos pudieran darle sería como una lámpara mágica. Apenas podía creer lo que estaba oyendo.

—Shí, aunque probablemente shentirán cierta amargura porque no ha mantenido shush deshcubrimientosh másh en privado. La magnitud de shu generoshidad probablemente sherá inversha a la notoriedad que conshiga el casho de Bubbacub.

—Oh, ya veo.

La burbuja había estallado. Una cosa era recibir un premio de gratitud de los poderes establecidos, y otra que le ofrecieran un soborno. No es que el valor de la recompensa resultara menor. De hecho el premio sería incluso más valioso.

¿O no? Ningún alienígena pensaba exactamente igual que un hombre. Los directores del Instituto de las Bibliotecas eran un enigma para él. Todo lo que sabía con seguridad era que no les gustaría recibir mala prensa. Se preguntó si Culla hablaba ahora a nivel oficial, o si simplemente predecía lo que creía que iba a suceder a continuación.

De repente Culla se volvió y miró al rebaño que pasaba. Sus ojos brillaron y un leve zumbido surgió tras los gruesos labios prensiles. El pring sacó el micrófono de la rendija situada junto a su asiento.

—Dishcúlpeme, Jacob, pero me parece ver algo. Debo informar a la comandante.

Culla habló brevemente por el micrófono, sin apartar la mirada de una posición a unos treinta grados a la derecha y veinticinco de altura. Jacob miró, pero no vio nada. Pudo oír el distante murmullo de la voz de Helene llenando la zona de la cabeza del asiento de Culla. Entonces la nave empezó a virar.

Jacob comprobó el ordenador. Los resultados estaban allí. El encuentro anterior no había mostrado nada reconocible como respuesta. Tendrían que seguir haciendo lo de antes.

—Sofontes. —La voz de Helene resonó por el intercomunicador—. Pring Culla ha hecho otro avistamiento. Por favor, regresen a sus puestos.

Las mandíbulas de Culla chascaron. Jacob alzó la cabeza.

A unos cuarenta y cinco grados, un pequeño punto de luz fluctuante empezó a crecer más allá de la masa del toroide más cercano. El punto azul fue aumentando mientras se aproximaba hasta que pudieron distinguir cinco apéndices irregulares, bilateralmente simétricos. Se alzó rápidamente, y luego se detuvo.

La manifestación de Espectro Solar del segundo tipo les sonrió con su burda imitación de la forma humana. La cromosfera brillaba en rojo a través de los agujeros irregulares de sus ojos y su boca.

No hicieron ningún intento de enfocar a la aparición con las cámaras invertidas. Probablemente habría sido inútil, y además esta vez el láser-P tenía prioridad.

Jacob le dijo a Donaldson que siguiera con la cinta de contacto primario, desde el punto en que se interrumpió el último.

El ingeniero alzó su micrófono.

—Que todo el mundo se ponga las gafas, por favor. Vamos a conectar el láser.

Se puso las suyas, y luego miró alrededor para asegurarse de que todo el mundo lo había hecho. (Culla estaba exento: aceptaron su palabra de que no corría peligro.) Entonces conectó el interruptor.

Incluso a través de las gafas, Jacob pudo ver un tenue brillo contra la superficie interior del escudo mientras el rayo se abría paso hacia el Espectro. Se preguntó si la figura antropomórfica sería más cooperativa que la manifestación anterior, la de «forma natural». Por lo que sabía, era la misma criatura. Tal vez antes se había marchado para «maquillarse» para esta aparición actual.

El Espectro se agitó impasible mientras era atravesado por el rayo del Láser de Comunicación. No muy lejos, Jacob pudo oír a Martine que maldecía en voz baja.

—¡No, no, no! —susurró. El casco psi y las gafas sólo permitían divisar su nariz y su barbilla—. Hay algo, pero no está ahí. ¡Maldita sea! ¿Qué demonios pasa con esa cosa?

La aparición se hinchó de repente como una mariposa aplastada contra el casco de la nave. Los rasgos de su «cara» se convirtieron en largas y estrechas franjas de negrura ocre. Los brazos y el cuerpo se extendieron hasta que la criatura no fue más que una banda azul rectangular e irregular a unos diez grados del cielo. A lo largo de su superficie empezaron a formarse motas verdes. Se agitaron, se mezclaron y se separaron, y luego empezaron a tomar una forma coherente.

— ¡Santo Dios! —murmuró Donaldson.

Fagin dejó escapar un trino tembloroso. Culla empezó a chascar los dientes.

El solariano estaba completamente cubierto de brillantes letras verdes, en alfabeto romano. Decían:

MÁRCHENSE. NO VUELVAN.

Jacob se agarró a los lados de su asiento. A pesar de los efectos sonoros de los extraterrestres y la ronca respiración de los humanos, el silencio era insoportable.

—¡Minie! —Intentó no gritar con todas sus fuerzas—. ¿Recibe algo?

Martine gimió.

—Sí... ¡NO! ¡Recibo algo pero no tiene sentido! ¡No encaja!

— ¡Intentaremos enviar una pregunta! ¡Pregunte si recibe nuestro psi!

Martine asintió y se llevó las manos a la cara, concentrándose.

Las letras se reformaron inmediatamente.

CONCÉNTRESE. HABLE EN VOZ ALTA PARA ENFOCAR.

Jacob estaba anonadado. Pudo sentir en su interior que su mitad controlada casi temblaba llena de horror. Lo que él no pudo resolver lo hizo el aterrado Mister Hyde.

—Pregúntele por qué nos habla ahora y no lo hizo antes.

Martine repitió la pregunta en voz alta, lentamente.

EL POETA. ÉL HABLARÁ POR NOSOTROS. ESTÁ AQUÍ.

— ¡No, no, no puedo! —gritó LaRoque. Jacob se volvió rápidamente y vio al pequeño periodista, encogido, aterrado, junto a las máquinas de alimento.

ÉL HABLARÁ POR NOSOTROS.

Las letras verdes brillaban.

—Doctora Martine —llamó Helene deSilva—. Pregúntele al solariano por qué no podemos volver.

Después de una pausa, las letras volvieron a cambiar.

QUEREMOS INTIMIDAD. POR FAVOR, MÁRCHENSE.

—¿Y si volvemos? ¿Entonces qué? —preguntó Donaldson. Martine repitió la pregunta, sombría.

NADA. NO NOS PODRÁN VER. TAL VEZ A NUESTROS JÓVENES, A NUESTRO GANADO.NO A NOSOTROS.

Eso explicaba los dos tipos de solarianos, pensó Jacob. La variedad «normal» debían de ser los jóvenes, que tenían la tarea de pastorear a los toroides. ¿Dónde vivían entonces los adultos? ¿Qué clase de cultura tenían? ¿Cómo podían unas criaturas compuestas de plasma ionizado comunicarse con los acuosos seres humanos? Jacob se sintió angustiado ante la amenaza de la criatura. Si querían, los adultos podían evitar a una Nave Solar, o a una flota de ellas, tan fácilmente como un águila podía hacerlo con un globo. Si cortaban ahora el contacto, los humanos nunca podrían obligarlos a renovarlo.

—Por favor —pidió Culla—. Pregúntele shi Bubbacub losh ofendió.

Los ojos del pring brillaban acaloradamente y el castañeteo continuaba, ahogado, entre cada palabra.

BUBBACUB NO SIGNIFICA NADA. INSIGNIFICANTE. MÁRCHENSE.

El solariano empezó a desvanecerse. El rectángulo irregular se hizo más pequeño a medida que retrocedía.

— ¡Espera! —Jacob se levantó. Estiró una mano para agarrar la nada—. ¡No nos dejéis! ¡Somos vuestros vecinos más cercanos! ¡Sólo queremos compartir con vosotros! ¡Al menos decidnos quiénes sois!

La imagen quedó difusa en la distancia. Un rizo de gas oscuro cubrió al solariano, pero antes pudieron leer un último mensaje. Un grupo de «jóvenes» se congregó a su alrededor y el adulto repitió una de sus frases anteriores.

EL POETA HABLARÁ POR NOSOTROS.

OCTAVA PARTE

En la antigüedad, dos aviadores se procuraron alas. Dédalo voló sin problemas por el aire y fue debidamente honrado cuando aterrizó. Icaro se acercó al sol hasta que la cera que sujetaba sus alas se fundió, y su vuelo terminó en fracaso. Naturalmente, las autoridades clásicas nos dicen que sólo estaba «haciendo alardes», pero yo prefiero pensar que fue el hombre que sacó a la luz un grave defecto de construcción en las máquinas voladoras de su tiempo.

ARTHUR EDDINGTON,

Stars and Atoms

(Oxford University Press, 1927, p. 41)

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