Las formas ocres, con aspecto de rizos retorcidos y boas emplumadas, flotaban en un fondo rosado y neblinoso, como suspendidas por hilos invisibles. La hilera de oscuros arcos retorcidos —cada uno una cuerda encrespada de tentáculos gaseosos— se perdía en la distancia. Cada arco aparecía más lejano, empequeñecido por la perspectiva, hasta que el último se difuminaba en el arremolinado miasma rojo.
A Jacob le resultó difícil concentrarse en un solo detalle de la imagen holográfica grabada. Los oscuros filamentos y corrientes que componían la topografía visible de la cromosfera central resultaban engañosos en su forma y textura.
El filamento más cercano casi llenaba la esquina superior izquierda del tanque. Hilos encrespados de un gas más oscuro se arremolinaban en torno a un campo magnético casi invisible que se arqueaba sobre una mancha solar casi a mil kilómetros por debajo.
Muy por encima del lugar donde la mayor parte de la producción de energía del sol escapaba al espacio en forma de luz, un observador podía distinguir los detalles durante miles de kilómetros. Incluso así, era difícil acostumbrarse a la idea de que el campo magnético que ahora contemplaba Jacob tenía aproximadamente el tamaño de Noruega. Apenas una filigrana en una cadena que se arqueaba durante doscientos mil kilómetros por encima de un grupo de manchas solares, más abajo.
Y éste era una minucia comparado con muchos otros que habían visto.
Un arco se había extendido un cuarto de millón de kilómetros de un extremo a otro. La imagen había sido grabada varios meses atrás, en una región activa que ya había desaparecido, y la nave que la había grabado mantuvo la distancia. La razón quedó clara cuando la cima del gigantesco arco retorcido estalló en la forma del más terrible de los eventos solares, una llamarada.
La llamarada era hermosa y terrible, un maelstrom ardiente de brillo reprensentando un cortocircuito eléctrico de incomprensible magnitud. Ni siquiera una Nave Solar habría sobrevivido a la súbita liberación de neutrones cargados de energía de las reacciones nucleares provocadas por la llamarada, partículas inmunes a los campos electromagnéticos de la nave, demasiados neutrones para repelerlos usando compresión temporal. El jefe del Proyecto Navegante Solar recalcó que, por ese motivo, las llamaradas eran normalmente predecibles y evitables.
Jacob habría encontrado la afirmación más tranquilizadora sin el adverbio «normalmente».
Por lo demás, la reunión había sido rutinaria ya que Kepler repasó rápidamente algunos fundamentos de física solar. Jacob había aprendido más sobre el tema en sus estudios anteriores a bordo de la Bradbury, pero tuvo que admitir que las proyecciones de las inmersiones en la cromosfera resultaron fantásticas ayudas visuales. Si resultaba difícil comprender el tamaño de las cosas que veía, Jacob no podía echar la culpa a nadie más que a sí mismo.
Kepler había esbozado brevemente la dinámica básica del interior del sol, la estrella real, de la que la cromosfera no era más que una fina piel.
En el profundo núcleo, el peso inimaginable de la masa del sol provoca reacciones nucleares, produciendo calor y presión e impidiendo que la gigantesca bola de plasma se contraiga bajo su propia tensión gravitacional. La presión mantiene el cuerpo «inflado».
La energía desprendida por los fuegos del núcleo se abre paso lentamente hacia afuera, unas veces en forma de luz, y otras como un intercambio del material caliente de abajo por el material más frío de arriba. Por radiación, la energía alcanza la gruesa capa conocida por «fotosfera» (la esfera de luz), donde finalmente encuentra la libertad y se marcha para siempre al espacio.
La materia del interior de una estrella es tan densa que un súbito cataclismo en el interior tardaría millones de años en notarse en el cambio de la cantidad de luz que irradia la superficie. Pero el sol no se acaba en la fotosfera: la densidad de la materia cae lentamente por su peso. Si se incluyen los iones y electrones que fluyen eternamente al espacio con el viento solar (para producir las auroras en la Tierra, y para dar forma a las colas de plasma de las cometas), podría decirse que el sol no tiene frontera real. En efecto, se extiende para tocar las demás estrellas.
El halo de la corona riela alrededor del borde de la luna cuando hay un eclipse de sol. Los tentáculos que parecen tan suaves en una placa fotográfica están compuestos de electrones calentados a millones de grados, pero son difusos, casi tan finos (e inofensivos para las Naves Solares) como el viento solar. Entre la fotosfera y la corona se encuentra la cromosfera, (la esfera de color), el lugar donde el viejo sol hace las alteraciones finales a su espectáculo de luz, donde coloca su firma espectral en la luz que ven los terrestres.
Aquí la temperatura se reduce súbitamente al mínimo, tan sólo unos pocos miles de grados. El pulso de las células fotosféricas envía ondas de gravitación hacia la cromosfera, tocando sutilmente las cuerdas del espacio-tiempo a lo largo de millones de kilómetros, y las partículas cargadas, en la cresta de las ondas de Alfven, son barridas hacia arriba por un poderosos viento. Éstos eran los dominios del Navegante Solar. En la cromosfera, los campos magnéticos del sol juegan al escondite, y los componentes químicos simples arden efímeramente. Si se eligen las bandas adecuadas, puede verse a distancias tremendas. Y hay mucho que ver.
Kepler estaba ahora en su elemento. En la habitación a oscuras su pelo y su bigote brillaban rojizos con la luz que desprendía el tanque. Su voz sonaba confiada mientras usaba un fino punzón para señalar a su público rasgos de la cromosfera.
Explicó la historia del ciclo de las manchas solares, el ritmo alternativo de alta y baja actividad magnética que cambia la polaridad cada once años. Los campos magnéticos «brotan» del sol para formar complicados bucles en la cromosfera, bucles que a veces pueden ser seguidos mirando las pautas de los filamentos oscuros con luz de hidrógeno.
Los filamentos se retorcían alrededor de las líneas de campo y brillaban con complejas corrientes eléctricas inducidas. De cerca parecían menos emplumadas de lo que Jacob había supuesto al principio. Brillantes franjas de color rojo oscuro se retorcían unas sobre otras a lo largo del arco, a veces girando en complicadas pautas hasta que algunos nudos se tensaban y escupían brillantes gotas como la grasa caliente de un filete.
Era hermoso y aturdidor, aunque el rojo monocromo acabó por lastimar los ojos de Jacob. Apartó la mirada del tanque y descansó contemplando la pared de la sala.
Los dos días transcurridos desde que Jeffrey se despidió y se marchó con su nave al sol habían sido para Jacob una mezcla de placer y frustración. Ciertamente, había estado ocupado.
El día anterior había visto las minas de Mercurio. A Jacob le sorprendió la belleza de los grandes pliegues que cubrían grandes cavernas huecas al norte de la base con suaves cortezas irisadas de metal puro, y contempló con asombro las máquinas empequeñecidas y los hombres que comían a sus flancos. Siempre recordaría la sorpresa que sintió, tanto por la hermosura del gigantesco campo de material fundido y petrificado, como por la temeridad de los diminutos hombres que se atrevían a molestarla en busca de su tesoro.
También le resultó divertida la tarde que pasó en compañía de Helene deSilva. En su apartamento, ella compartió con Jacob una botella de coñac alienígena cuyo valor él no se atrevió a calcular.
En pocas horas llegó a apreciar a la comandante de la Base por su ingenio y sus variados intereses, así como por su encanto a la hora de flirtear, arcaico y agradable. Intercambiaron historias de relativo interés, dejando por mutuo acuerdo lo mejor para el final. Jacob la deleitó hablándole de su trabajo con Makakai, explicándole cómo persuadía a la joven delfín, usando hipnosis, sobornos (dejándola jugar con «juguetes» como las ballenas mecánicas), y amor, para concentrarse en la clase de pensamiento abstracto que usaban los humanos en vez del (o además del) Sueño cetáceo.
Describió cómo el sueño-ballena, a su vez, estaba siendo comprendido lentamente: usando filosofías de los indios hopi y los aborígenas australianos para ayudar a traducir esa visión del mundo completamente extraña y convertirla en algo vagamente accesible a la mente humana.
Helene deSilva tenía una forma de escuchar que estimulaba a hablar a Jacob. Cuando terminó su historia, ella irradiaba satisfacción, y le correspondió con un relato de una estrella oscura que casi le puso los pelos de punta.
Helene hablaba de la Calypso como si fuera madre, hija y amante al mismo tiempo. La nave y su tripulación habían sido su mundo durante sólo tres años, en tiempo subjetivo, pero al regresar a la Tierra se convirtieron en un enlace con el pasado. De los que dejó en la Tierra, en su primer viaje al espacio, sólo los más jóvenes vivían para ver el regreso de la Calypso. Y ahora eran viejos.
Cuando se le ofreció un puesto interino en el Proyecto Navegante Solar, ella aprovechó la oportunidad. Aunque la aventura científica de la expedición solar y la de adquirir experiencia práctica eran posiblemente razones suficientes, a Jacob le pareció notar otro motivo tras su elección.
Aunque había intentado no demostrarlo, Helene desaprobaba ambos extremos de conducta por los que eran famosos los astronautas a su regreso: aislamiento total o hedonismo estentóreo. Había un núcleo de... «timidez» —era la única palabra para describirlo— que fluía a la vez de la personalidad exterior abierta y competente y de la mujer interior, risueña y juguetona. Jacob ansiaba descubrir más sobre ella durante su estancia en Mercurio.
Pero la cena quedó pospuesta. El doctor Kepler había propuesto un banquete formal y, como suele suceder en esos casos, Jacob tuvo poco en qué pensar durante toda la velada, ya que todo el mundo se mostraba atento y adulador.
Pero la mayor frustración vino del propio Navegante Solar.
Jacob trató de interrogar a deSilva, Culla, y tal vez a una docena de ingenieros de la base, pero todas las veces recibió la misma respuesta.
—Por supuesto, señor Demwa, ¿pero no sería mejor hablar sobre eso después de la presentación del doctor Kepler? Las cosas quedarían entonces mucho más claras.
Todo aquello era muy sospechoso.
La pila de documentos de la Biblioteca todavía esperaba en su habitación. Los leía durante una hora, en estado de consciencia normal. Mientras los repasaba, fragmentos aislados le resultaban familiares.
... no se comprende por qué los pring son binoculares, ya que ninguna otra forma de vida indígena de su planeta tiene más de un ojo. Se supone que esas y otras diferencias son el resultado de manipulación genética llevada a cabo por los colonizadores pila. Aunque los pila son reacios a contestar preguntas que no sean las oficiales planteadas por el Instituto, admiten haber alterado a los pring a partir de un animal arbóreo braquial para convertirlo en un sofonte capaz de caminar y servir en sus granjas y ciudades.
La única pieza dental de los pring tiene su origen en su estado anterior como rumiantes arborícoras. Evolucionó como método para roer la rica corteza de los árboles de su planeta; esa corteza hacía las veces de la fruta como órgano de difusión de esporas fertilizadoras para muchas de las plantas de Pring...
¡De modo que ésa era la historia tras la extraña dentadura de Culla! Saber su propósito creaba, de algún modo, una imagen mental menos repugnante de los dientes del pring. El hecho de que su función fuera vegetariana resultaba tranquilizador.
Fue interesante advertir, mientras releía el artículo, el buen trabajo que había hecho la Sucursal de la Biblioteca con este informe. El original había sido escrito a cientos de años luz de la Tierra, y mucho antes del Contacto. Las máquinas semánticas de la Sucursal de La Paz estaban aprendiendo a traducir palabras y significados alienígenas a frases en inglés con sentido, aunque, por supuesto, algo debió perderse en la traducción.
El hecho de que el Instituto de las Bibliotecas hubiera sido obligado a pedir ayuda humana para programar aquellas máquinas, después de los primeros desastrosos intentos poco después del Contacto, era una fuente de satisfacción. Usadas como traductoras para especies cuyos lenguajes derivaban todos de la misma Tradición general, los extraterrestres se sintieron anonadados por la «ligera e imprecisa» estructura de todos los lenguajes humanos.
Habían gemido (o trinado o aleteado o rugido) de desesperación ante el grado de desorden, sublime y contextualmente discursivo, en que había caído el inglés en particular. Habrían preferido el latín, y más aún el indoeuropeo de finales del Neolítico, con su estructura altamente organizada de declinaciones y casos. Los humanos se negaron obstinadamente a cambiar su lingua franca en beneficio de la Biblioteca (aunque tanto los pieles como los camisas empezaron a estudiar indoeuropeo por diversión, cada uno por sus propias razones), y en cambio enviaron a sus mejores expertos a ayudar a que los serviciales alienígenas se ajustaran.
Los pring sirven en las ciudades y granjas de casi todos los planetas Pil, a excepción del planeta natal, Pila. El sol de Pila, una enana F3, es al parecer demasiado brillante para esta generación de pring elevados (el sol de Pring es F7). Ésta es la razón que dan los pila para continuar con la investigación genética sobre el sistema visual pring, mucho después de que su licencia de Elevación haya expirado...
...sólo se ha permitido a los pring colonizar mundos tipo A, carentes de vida y que requieran terraformación, pero libres de restricciones de uso por los Institutos de Tradición y Migración. Tras haber asumido el liderazgo en varias jihads, al parecer los pila no desean tener pupilos que puedan avergonzarlos al tratar de mala forma a un mundo vivo y antiguo...
Los datos sobre la raza de Culla abarcaban volúmenes de la Civilización Galáctica. Era fascinante, pero la manipulación que implicaba hizo que Jacob se sintiera incómodo. Inexplicablemente, se sintió responsable.
Fue en esta etapa de relectura cuando llegó la convocatoria para la largamente esperada charla con el doctor Kepler.
Jacob estaba ahora sentado en la sala, y se preguntaba cuándo iría al grano el científico. ¿Qué eran los magnetóvoros? ¿Y a qué se refería la gente cuando mencionaba a un «segundo tipo» de solarianos que jugaban al escondite con las Naves Solares y hacían a las tripulaciones gestos amenazantes con formas antropomórficas?
Jacob volvió a mirar el holo-tanque.
El filamento escogido por Kepler había crecido para abarcar el tanque entero y luego se expandió hasta que el espectador se sentía visualmente inmenso en aquella masa fiera y deslumbrante. Los detalles se hicieron más claros: amasijos retorcidos que implicaban una tensión de las líneas del campo magnético, rizos que iban y venían como vapor mientras el movimiento soltaba los gases calientes dentro y fuera de la banda visible de la cámara, y grupos de brillantes puntitos que danzaban en el borde distante de la visión.
Kepler seguía con su monólogo, a veces demasiado técnico para Jacob, pero siempre empleando metáforas simples. Su voz se había vuelto firme y confiada, y era evidente que disfrutaba ofreciendo el espectáculo.
—Al principio se pensó que eran los habituales puntos calientes comprimidos —dijo—. Hasta que les echamos un segundo vistazo. Entonces descubrimos que todo el espectro era diferente.
Kepler usó un control en la base de su punzón para ofrecer un zoom del centro del subfilamento.
—Recordarán que los puntos calientes que vimos antes parecían todavía rojos, aunque de un tono muy brillante. Es porque los filtros de la nave, cuando se tomaron estas imágenes, estaban sintonizados sólo para dejar entrar una banda espectral muy estrecha, centrada en el hidrógeno alfa. Pueden ver, incluso ahora, la cosa que provocó nuestro interés.
Sí que la veo, pensó Jacob.
Los puntos luminosos eran de un verde brillante.
Se agitaban como párpados y tenían el color de esmeraldas.
—Hay un par de bandas de verde y azul que aparecen menos eficientes que la mayoría, gracias al filtro. Pero la línea alfa normalmente las borra por completo con la distancia. Además, este verde no es ni siquiera una de esas bandas.
»Pueden imaginar nuestra consternación; naturalmente. Ninguna fuente de luz termal podría haber enviado ese color a través de estas pantallas. Para atravesarlas, la luz de estos objetos tendría que ser no sólo increíblemente brillante sino también totalmente monocromática, con una temperatura de brillo de millones de grados.
Jacob se enderezó, interesado por fin en la charla.
—En otras palabras —continuó Kepler—. Tienen que ser láseres.
—Hay muchos modos de que se produzca de forma natural una acción láser en una estrella —dijo Kepler—. Pero nadie la había visto antes en nuestro sol, así que nos dispusimos a investigar. Y lo que descubrimos fue la forma de vida más increíble que nadie podría imaginar.
El científico manipuló el control de su indicador y el campo de visión empezó a cambiar.
Un suave trino sonó en la primera fila del público. Helene deSilva atendió un teléfono. Habló en voz baja por el aparato.
Kepler se concentró en su demostración. Lentamente, los puntos brillantes crecieron en el tanque hasta que se convirtieron en diminutos anillos de luz, demasiados aún para poder distinguir detalles.
De repente Jacob pudo apreciar el murmullo de la voz de deSilva mientras hablaba por teléfono.
Incluso Kepler se detuvo y esperó mientras ella preguntaba en voz baja a la persona al otro lado de la línea.
Colgó entonces el teléfono, con el rostro petrificado en una máscara de férreo control. Jacob la vio levantarse y acercarse hacia Kepler, que retorcía nervioso el indicador en sus manos. La mujer se inclinó levemente para susurrarle algo al oído, y los ojos del director del proyecto Navegante Solar se cerraron. Cuando volvieron a abrirse, su expresión era totalmente vacía.
De repente todo el mundo empezó a hablar a la vez. Culla abandonó su asiento en la primera fila para unirse a deSilva. Jacob sintió el paso del aire cuando la doctora Martine corrió por el pasillo para situarse al lado de Kepler.
Jacob se puso en pie y se volvió hacia Fagin, que se encontraba en el pasillo.
—Fagin, voy a averiguar qué es lo que pasa. Espera aquí.
—No será necesario —trinó filosóficamente el kantén.
—¿Qué quieres decir?
—Pude oír lo que le dijeron a la comandante humana Helene deSilva por teléfono, Amigo-Jacob. No es una buena noticia.
Jacob gritó para sus adentros. ¡Siempre impasible, maldita planta larguirucha! ¡Naturalmente que no es una buena noticia!
—¿Entonces qué demonios está sucediendo? —preguntó.
—Lo lamento sinceramente, Amigo-Jacob. ¡Parece que la Nave Solar del chimpancé-científico Jeffrey ha sido destruida en la cromosfera de vuestro sol!
TURBULENCIA
Bajo la luz ocre del holo-tanque, la doctora Martine pronunciaba el nombre de Kepler una y otra vez, pasando la mano ante sus ojos vacíos. El público se subió al estrado, inquieto. El alienígena Culla permanecía de pie solo, mirando a Kepler, con su gran cabeza rodando levemente sobre sus finos hombros.
—Culla... —le llamó Jacob.
El pring no pareció oírle. Los grandes ojos estaban apagados y Jacob pudo oír un zumbido, como un castañeteo de dientes, procedente de detrás de los gruesos labios de Culla.
Jacob frunció el ceño ante la torva luz roja que fluía del holo-tanque. Se acercó al anonadado Kepler, y le quitó suavemente el controlador de las manos. Martine no le advirtió mientras intentaba en vano llamar la atención del científico.
Tras un par de intentos con el controlador, Jacob consiguió que la imagen se difuminara y logró encender las luces de la sala. La situación pareció ahora mucho más fácil de abordar. Los otros debieron sentirlo también, porque remitió la cacofonía de voces.
DeSilva alzó la mirada y vio a Jacob con el controlador en la mano. Le sonrió, mostrando su agradecimiento. Luego volvió al teléfono y formuló algunas claras preguntas a la persona que se hallaba al otro lado de la línea.
Un equipo médico llegó corriendo con una camilla. Bajo las indicaciones de la doctora Martine, colocaron a Kepler en ella y suavemente se abrieron paso entre la multitud congregada en la puerta.
Jacob se volvió hacia Culla. Fagin había conseguido colocar una silla tras el Representante de la Biblioteca e intentaba que se sentara. El rumor de las hojas y el silbido aflautado remitió cuando Jacob se acercó.
—Creo que se encuentra bien —dijo el kantén con su voz cantarina—. Es un individuo altamente empático, y me temo que lamentará excesivamente la pérdida de su amigo Jeffrey. A menudo es la reacción típica de las especies más jóvenes ante la muerte de alguien con quien han intimado.
—¿Hay algo que podamos hacer? ¿Puede oírnos?
Los ojos de Culla no parecían enfocados. Pero de todas formas Jacob nunca había sabido interpretarlos. Continuó el chasquido en el interior de la boca del alienígena.
—Creo que puede oírnos —respondió Fagin.
Jacob agarró a Culla por el brazo. Le pareció muy fino y suave, como si no tuviera huesos.
—Vamos, Culla —dijo—. Tiene una silla detrás. Todos nos sentiríamos bastante mejor si se sentase.
El alienígena intentó responder. Los gruesos labios se separaron, y de repente el chasquido sonó muy fuerte. La coloración de sus ojos cambió levemente y sus labios volvieron a cerrarse. Asintió tembloroso y permitió que le condujeran hasta la silla. Lentamente, apoyó la redonda cabeza en sus finas manos.
Empático o no, había algo extraño en que el alienígena sintiera con tanta fuerza la muerte de un hombre, un chimpancé, que debido a su química corporal fundamental sería siempre un extraño, un ser cuyos antepasados nadaban en diferentes mares que los suyos y boqueaban con sorpresa anaeróbica ante la luz de una estrella completamente diferente.
—Les agradeceré su atención —dijo deSilva desde el atril—. Para los que no se hayan enterado todavía, los informes preliminares indican que es probable que hayamos perdido la nave del doctor Jeffrey en la región activa J-12, cerca de la mancha solar Jane. Se trata tan sólo de un informe preliminar, y habrá que esperar nuevas confirmaciones hasta que podamos estudiar la telemetría que recibimos para aclararlo.
LaRoque hizo señas desde el otro extremo de la sala para atraer la atención de la comandante. En una mano sostenía una pequeña estenocámara, un modelo distinto al que le habían quitado en la Caverna. Jacob se preguntó por qué Kepler no le había devuelto todavía la otra.
—Señorita deSilva —interrumpió LaRoque—, ¿podrá la prensa asistir a la revisión telemétrica? Debería haber una grabación pública. —En su excitación, el acento de LaRoque había desaparecido casi por completo. Sin él, la anacrónica apelación «señorita deSilva» sonaba muy extraña.
Ella hizo una pausa sin mirar directamente al hombre. Las Leyes de Testigos eran muy claras a la hora de negar las grabaciones públicas de las noticias sin un «sello» de la Agencia de Registro de Secretos. Incluso la gente de la ARS, que propugnaba la honestidad por encima de la ley, sentía reparos en permitirlo. LaRoque la había acorralado, obviamente, pero no presionaba. Todavía.
—Muy bien. La galería de observación situada sobre el Centro de Control puede albergar a todo el que quiera venir... excepto —miró a un puñado de miembros de la base que se habían agrupado cerca de la puerta—, aquellos que tengan trabajo que hacer.
Terminó su parlamento alzando una ceja. Hubo un rumor de movimiento inmediato junto a la salida.
—Nos reuniremos dentro de veinte minutos —anunció ella, y bajó de la tarima.
Los miembros del personal de la Colonia Hermes se marcharon de inmediato. Los que llevaban ropas terrestres, recién llegados y visitantes, lo hicieron más despacio.
LaRoque ya se había marchado, de camino sin duda a la estación máser para enviar su historia a la Tierra.
En cuanto a Bubbacub, había estado hablando con la doctora Martine antes de que empezara la reunión, pero el pequeño alienígena con aspecto de oso no había asistido. Jacob se preguntó dónde había estado.
Helene deSilva se reunió con Fagin y con él.
—Culla es muy impresionable —le dijo a Jacob en voz baja—. Solía bromear diciendo que se llevaba tan bien con Jeffrey porque los dos estaban muy bajos en el estatus, y porque hacía muy poco que ambos habían descendido de los árboles. —Miró a Culla con pena y colocó una mano en la cabeza del alienígena.
Seguro que eso es reconfortante, pensó Jacob.
—La tristeza es el requisito primario de los jóvenes. —Fagin agitó sus hojas, como un rumor de dólares arrastrados por la brisa.
DeSilva dejó caer su mano.
—Jacob, el doctor Kepler dejó instrucciones escritas para que consultara con Fagin y con usted si le sucedía algo.
—¿De veras?
—Sí. Por supuesto, la directiva tiene poco peso legal. Todo lo que puedo hacer es dejarle participar en nuestras reuniones de personal. Pero está claro que cualquier cosa que pueda ofrecer sería útil. Esperaba que sobre todo ustedes dos no se perdieran la revisión telemétrica.
Jacob apreció su postura. Como comandante de la base, llevaría la carga de cualquier decisión que se tomara hoy. Sin embargo, para la gente que ahora había en Mercurio, LaRoque era hostil al proyecto, Martine no sentía mucha simpatía por él, y Bubbacub era un enigma. Si la Tierra oía muchas versiones de lo que sucedía aquí, iría también en su interés tener algunos amigos.
—Por supuesto —silbó Fagin—. Ambos nos sentiremos honrados de ayudar a su personal.
DeSilva se volvió hacia Culla y le preguntó suavemente si se encontraba bien. Tras una pausa, el alienígena alzó la cabeza y asintió con lentitud. El castañeteo había cesado, pero los ojos de Culla eran todavía sombríos, con brillantes puntos fluctuando en los bordes. Parecía exhausto y deprimido.
DeSilva se marchó para ayudar a preparar la revisión telemétrica. Poco después, Pil Bubbacub entró con aire de importancia en la sala, el pelaje revuelto alrededor de su grueso cuello. Su boca se movió con rápidos gestos al hablar, y el vodor de su pecho expuso las palabras en un radio audible.
—He oído la noticia. Es vital que todos estemos en la revisión te-le-métrica, así que les a-compañaré a-llí.
Bubbacub vio a Culla sentado con aire ausente en la frágil silla plegable, detrás de Jacob.
— ¡Culla! —llamó. El pring alzó la cabeza, vaciló y luego hizo un gesto que Jacob no comprendió, y que parecía implicar súplica, negación.
Bubbacub se agitó. Emitió rápidamente una serie de chasquidos y agudos trinos. Culla se puso en pie. Bubbacub se dio la vuelta al instante y empezó a dar poderosas zancadas hacia la puerta.
Jacob, Fagin y Culla le siguieron. De alguna parte situada en lo alto de la «cabeza» de Fagin surgió una extraña música.
GRAVEDAD
La Sala de Telemetrías, mantenida de modo automático, parecía pequeña. Apenas media docena de consolas en dos filas bajo una gran pantalla visora. Tras una barandilla, sobre un dosel, los invitados observaban cómo los operadores comprobaban cuidadosamente los datos grabados.
De vez en cuando alguno de los operadores se inclinaba hacia adelante y escrutaba algún detalle en la pantalla, con la vana esperanza de encontrar una pista de que la Nave Solar todavía existía allá abajo.
Helene deSilva se encontraba ante el par de consolas más cercanas al dosel.
La grabación de las últimas observaciones de Jeffrey aparecían en una pantalla.
EL VIAJE ES SUAVE COMO UNA SEDA EN MODO AUTOMÁTICO... TUVE QUE APAGAR EL FACTOR TIEMPO DE DIEZ DURANTE LA TURBULENCIA... ACABO DE COMER DENTRO DE VEINTE SEGUNDOS JA JA...
Jacob sonrió. Podía imaginar la diversión del pequeño chimpancé con el diferencial de tiempo.
AHORA HE PASADO EL PUNTO TAU UNO... LÍNEAS DE CAMPO CONVERGEN ARRIBA... LOS INSTRUMENTOS INDICAN QUE HAY UN REBAÑO, TAL COMO DIJO HELENE... CERCA DE UN CENTENAR... ME ACERCO...
Entonces sonó la voz simiesca de Jeffrey, gruñona y brusca.
— ¡Chicos, esperad a que os hable de los árboles! ¡El primero a solas en el sol! ¡Muérete de envidia, Tarzán!
Uno de los controladores empezó a reírse, luego se interrumpió. El sonido acabó pareciéndose a un sollozo.
Jacob dio un respingo.
—¿Quiere decir que estaba solo allá abajo?
— ¡Creía que lo sabía! —DeSilva parecía sorprendida—. Las inmersiones son casi automáticas hoy en día. Sólo un ordenador puede ajustar los campos de estasis con la suficiente rapidez para impedir que la turbulencia reduzca al pasajero a gelatina. Jeffrey... tenía dos: uno a bordo y también un láser remoto de la gran máquina que tenemos aquí en Mercurio. De todas formas, ¿qué puede hacer un hombre, además de añadir un toque acá o allá?
—¿Pero por qué añadir más riesgo?
—Fue idea del doctor Kepler —respondió ella, un poco a la defensiva—. Quería ver si eran sólo las pautas psi humanas las que hacían que los Espectros huyeran o hicieran gestos amenazantes.
—Nunca llegamos a esa parte en la reunión.
Ella se apartó un rizo dorado.
—Sí, bueno, en nuestros primeros encuentros con los magnetóvoros nunca vimos a ninguno de los pastores. Cuando lo hicimos, los observamos desde lejos para decidir su relación con las demás criaturas. Cuando por fin nos acercamos, al principio los pastores huyeron. Luego su conducta cambió radicalmente. Aunque la mayoría escapaba, uno o dos se acercaban trazando un arco a la nave, en el plano de la plataforma de instrumentos, y se quedaban al lado.
Jacob sacudió la cabeza.
—Creo que no comprendo...
DeSilva miró la consola más cercana, pero no había ningún cambio. Los únicos informes de la nave de Jeffrey eran datos solonómicos, informes de rutina sobre las condiciones solares.
—Bueno, Jacob, la nave es una cubierta plana dentro de una concha reflectante casi perfecta. Los Motores de Gravedad, los Generadores de Campos de Estasis y el Láser Refrigerador están todos en la esfera más pequeña que se encuentra en mitad de la cubierta. Los instrumentos de grabación se alinean en el borde de la cubierta en la parte del «fondo», y la gente ocupa la parte «superior», de forma que ambas ven sin problemas en cualquier dirección. ¡Pero no habíamos contado con que algo esquivara nuestras cámaras a propósito!
—Si el Espectro salía del campo de visión de sus instrumentos acercándose por arriba, ¿por qué no girar simplemente la nave? Tienen completo control gravitatorio.
—Lo intentamos. ¡Simplemente desaparecían! O peor, se quedaban encima por rápido que giráramos. ¡Sólo gravitan! Fue entonces cuando algunos miembros de la tripulación empezaron a ver formas antropomorfas de lo más raro.
De repente, la voz áspera de Jeffrey volvió a llenar la sala.
— ¡Eh! ¡Hay todo un grupo de perros pastor dando vueltas alrededor de esos toroides! ¡Me acerco a saludarlos! ¡Lindos perritos!
Helene se encogió de hombros.
—Jeffrey siempre fue un escéptico. Nunca vio ninguna de las formas-en-el-techo y siempre llamaba a los pastores «perros pastor» porque no veía nada en su conducta que implicara inteligencia.
Jacob sonrió amargamente. La condescendencia del superchimpancé hacía la raza canina era uno de los aspectos más humorísticos de su obsesión participativa. Tal vez también diluía su sensibilidad sobre la relación especial del perro con los seres humanos, anterior a la suya propia. Muchos chimpancés tenían perros por mascotas.
—¿Llamaba toroides a los magnetóvoros?
—Sí, tienen forma de donuts grandes. Los habría visto en la reunión si no... nos hubieran interrumpido. —Ella sacudió la cabeza tristemente y miró al suelo.
Jacob se agitó, inquieto.
—Estoy seguro de que no hay nada que se pudiera haber hecho... —empezó a decir. Entonces se dio cuenta de que estaba haciendo el tonto. DeSilva asintió una sola vez y se volvió hacia la consola; se entretuvo con las lecturas técnicas, o fingió hacerlo.
Bubbacub yacía tendido sobre un cojín, a la izquierda, cerca de la barrera. Tenía un libro play-back en las manos y había estado leyendo, totalmente absorto, los extraños caracteres que aparecían de arriba abajo en la diminuta pantalla. El pil alzó la cabeza y prestó atención cuando sonó la voz de Jeffrey, y luego miró enigmáticamente a Fierre LaRoque.
Los ojos de LaRoque destellaron mientras grababa un «momento histórico». De vez en cuando hablaba con voz excitada al micrófono de su estenocámara prestada.
—Tres minutos —dijo deSilva con voz apagada.
Durante un minuto no sucedió nada. Entonces volvieron a aparecer en la pantalla las grandes letras.
¡LOS CHICOS GRANDES SE DIRIGEN HACIA MÍ PARA VARIAR! AL MENOS UNA PAREJA. ACABO DE CONECTAR LAS CÁMARAS... ¡EH! ¡ACABO DE SENTIR UNA SACUDIDA AQUÍ DENTRO! ¡TEMPO-COMPRESIÓN ATASCADA!
— ¡Voy a interrumpir! —dijo de repente la voz profunda y ronca—. Subo rápido... ¡Más sacudidas! ¡«S» cayendo! ¡Los etés! Ellos...
Se produjo un breve estallido de estática, y luego el silencio seguido de un agudo siseo cuando el operador de la consola intentó sintonizar de nuevo. Luego, nada.
Durante un largo instante nadie dijo una palabra. Entonces uno de los operadores se levantó de su asiento.
—Implosión confirmada —dijo.
DeSilva asintió.
—Gracias. Por favor, preparen un sumario de los datos para transmitirlos a la Tierra.
Extrañamente, la emoción más fuerte que sintió Jacob fue de orgullo. Como miembro del personal del Centro de Elevación, había advertido que Jeffrey abandonó su teclado en los últimos momentos de su vida. En vez de retirarse ante el miedo, hizo un gesto difícil y orgulloso. El terrestre Jeffrey habló en voz alta.
Jacob quiso mencionárselo a alguien. Si alguno de los presentes era capaz de comprenderlo, era Fagin. Se acercó al kanten, pero Fierre LaRoque siseó bruscamente antes de que llegara a él.
— ¡Idiotas! —El periodista miró alrededor con expresión de incredulidad—. ¡Y yo soy el idiota más grande de todos! ¡Tendría que haberme dado cuenta de lo peligroso que era enviar a un chimpancé sin compañía al sol!
La sala permaneció en silencio. Rostros sorprendidos se volvieron hacia LaRoque, quien agitó los brazos en un gesto expansivo.
—¿Es que no lo ven? ¿Están todos ciegos? Si los solarianos son nuestros antepasados, y de eso no puede haber duda, entonces se han tomado la molestia de evitarnos durante milenios. Pero tal vez algún distante afecto les ha impedido destruirnos hasta ahora.
»Han intentado advertirles a ustedes y a sus Naves Solares de formas que no pudieron ignorar, y sin embargo insistieron en inmiscuirse. ¿Cómo iban a reaccionar esos poderosos seres, pues, si son molestados por una raza pupilo de la raza que ellos abandonaron? ¿Qué esperaban que hicieran al ser invadidos por un mono?
Varios operarios se levantaron de sus asientos, airados. De-Silva tuvo que alzar la voz para aplacarlos. Se volvió hacia LaRoque, con una expresión de férreo control en sus rasgos.
—Señor, si desea expresar su interesante hipótesis por escrito, con un mínimo de inventiva, el personal se sentirá feliz de considerarla.
—Pero...
— ¡Y eso será suficiente por ahora! ¡Ya tendremos tiempo de sobra para hablar de ello más tarde!
—No, no tenemos tiempo en absoluto.
Todos se volvieron. La doctora Martine se encontraba al fondo de la Galería, en el pasillo.
—Creo que debemos discutirlo ahora mismo —dijo.
—¿Se encuentra bien el doctor Kepler? —preguntó Jacob.
Ella asintió.
—Vengo de su habitación. Conseguí sacarlo de su shock y ahora está durmiendo. Pero antes de quedarse dormido insistió en que se hiciera otra inmersión ahora mismo.
—¿Ahora mismo? ¿Por qué? ¿No deberíamos esperar a saber con seguridad lo que sucedió con la nave de Jeffrey?
—¡Ya sabemos lo que le sucedió a la nave de Jeff! —respondió ella bruscamente—. ¡Al entrar he oído lo que ha dicho el señor LaRoque, y no me gusta la forma en que han recibido su idea! ¡Están tan orgullosos y seguros de sí mismos que no saben escuchar una idea interesante!
—¿Quiere decir que realmente piensa que los Espectros son nuestros Tutores Ancestrales? —DeSilva mostró su incredulidad.
—Tal vez sí, y tal vez no. ¡Pero el resto de su explicación tiene sentido! Después de todo, antes de esto, ¿hicieron los solarianos algo más que amenazar? Y ahora de repente se vuelven violentos. ¿Por qué? ¿Podría ser que no sintieran remordimientos por matar a un miembro de una especie tan inmadura como la de Jeff?
Martine sacudió la cabeza tristemente.
—¿Saben una cosa? ¡Es sólo cuestión de tiempo que los humanos se den cuenta de cuánto van a tener que adaptarse! El hecho es que las demás razas que respiran oxígeno se someten a un sistema de estatus... un orden vertical basado en la veteranía, fuerza y parentesco. A muchos de ustedes no les parece agradable. ¡Pero es así como son las cosas! Y si no queremos que nos suceda como a las razas no-europeas del siglo xix, tendremos que aprender la forma en que les gusta ser tratadas a las especies más fuertes.
Jacob frunció el ceño.
—Está diciendo que si muere un chimpancé, y los seres humanos son amenazados o despreciados, entonces...
—Entonces tal vez los solarianos no quieren relacionarse con niños y animales... —Uno de los operadores dio un puñetazo a su consola. Una mirada de deSilva lo tranquilizó—. Pero podrían estar dispuestos a hablar con una delegación de miembros de especies más viejas y experimentadas. Después de todo, ¿cómo podemos saberlo si no lo intentamos?
—Culla nos ha acompañado en la mayoría de nuestras inmersiones —murmuró el operador—. Y es un embajador experimentado.
—Con todo el respeto debido a Pring Culla. —Martine se inclinó levemente hacia el alto alienígena—. Es miembro de una raza muy joven. Casi tanto como la nuestra. Está claro que los solarianos no consideran que sea más digno de su atención que nosotros.
»No, propongo que nos aprovechemos de la presencia sin precedentes aquí en Mercurio de dos miembros de razas antiguas y honorables. Deberíamos pedir humildemente a Pil Bub-bacub y a Kant Fagin que se unan a nosotros, allá en el Sol, en un último intento por entablar contacto.
Bubbacub se levantó lentamente. Miró alrededor de forma deliberada, consciente de que Fagin esperaba que hablara primero.
—Si los seres humanos dicen que me necesitan en el sol, entonces, a pesar de los visibles peligros de las pri-mi-tivas Naves Sola-res, me siento in-clinado a a-ceptar.
Regresó con complacencia a sus cojines.
Fagin se agitó.
—También yo me siento complacido —dijo—. De hecho, haría cualquier trabajo para ganarme el pasaje en una nave semejante. No puedo imaginar qué ayuda podría ofrecer. Pero iré contento.
—¡Pues yo me opongo, maldita sea! —gritó deSilva—. Me niego a aceptar las implicaciones políticas de llevar a Pil Bubbacub y Kant Fagin, sobre todo después del accidente. Habla usted de buenas relaciones con las razas alienígenas, doctora Martine, ¿pero puede imaginar lo que sucedería si murieran allá abajo en una nave terrestre?
— ¡Oh, tonterías! —dijo Martine—. Si alguien puede manejar las cosas para que ninguna culpa recaiga sobre la Tierra, son precisamente estos sofontes. Después de todo, la galaxia es un lugar peligroso. Estoy segura de que podrían dejar testamentos o algo parecido.
—En mi caso, estos documentos ya están grabados —dijo Fagin.
También Bubbacub declaró su magnánima disposición para arriesgar la vida en una nave primitiva, absolviendo a todos de cualquier responsabilidad. El pil se volvió cuando LaRoque empezó a darle las gracias. Incluso Martine pidió al hombre que se callara.
DeSilva miró a Jacob, que se encogió de hombros.
—Bueno, tenemos tiempo. Demos tiempo a la tripulación para comprobar los datos de la inmersión de Jeff, y que el doctor Kepler se recupere. Mientras tanto, podemos referir a la Tierra esta idea en busca de sugerencias.
Martine suspiró.
—Ojalá fuera tan simple, pero no lo han pensado bien. Piensen que si intentamos hacer las paces con los solarianos, deberíamos regresar al mismo grupo que fue ofendido por la visita de Jeff.
—Bueno, no estoy segura de que eso sea necesario, pero no suena mal.
—¿Y cómo planea encontrar al mismo grupo allí, en la atmósfera solar?
—Supongo que tendrían que regresar a la misma región activa, donde están pastando los rebaños... Oh, ya veo lo que quiere decir.
—Seguro que sí —sonrió—. No hay ninguna «solografía» permanente para hacer ningún mapa. ¡Las regiones activas y las manchas solares se desvanecen en cuestión de semanas! El sol no tiene superficie per se, sólo diferentes niveles y densidades de gas. Incluso el ecuador rota más rápido que las demás latitudes ¿Cómo van a encontrar el mismo grupo si no parten ahora mismo, antes de que el daño causado por la visita de Jeff se extienda por toda la estrella?
Jacob se volvió hacia deSilva, aturdido.
—¿Cree que podría tener razón, Helene?
Ella puso los ojos en blanco.
—¿Quién sabe? Tal vez. Es algo a tener en cuenta. Pero lo que sí sé es que no vamos a hacer nada hasta que el doctor Kepler esté recuperado y pueda oírnos.
La doctora Martine frunció el ceño.
— ¡Ya se lo he dicho antes! ¡Dwayne estuvo de acuerdo en que había que enviar otra expedición inmediatamente!
— ¡Y yo esperaré a oírselo en persona! —respondió deSilva, acalorada.
—Bien, aquí estoy, Helene.
Dwayne Kepler se encontraba en la puerta, apoyado contra el quicio. Junto a él, agarrándolo por el brazo, el médico jefe Laird. Los dos miraron a la doctora Martine.
— ¡Dwayne! ¿Qué está haciendo levantado? ¿Quiere sufrir un infarto? —Martine avanzó hacia él, furiosa y preocupada, pero Kepler le hizo un gesto para que no se moviera.
—Me encuentro bien, Millie. Acabo de adulterar la receta que me dio, eso es todo. En dosis menores es igual de útil, y sé que no pretendía nada malo. ¡Pero no me servía de nada quedarme fuera de combate de esa forma!
Kepler se echó a reír débilmente.
—En cualquier caso, me alegro de no haber estado demasiado drogado para oír su brillante discurso. Lo escuché casi todo desde la puerta.
Martine se ruborizó.
Jacob se sintió aliviado al comprobar que Kepler no mencionaba su participación en aquello. Después de aterrizar y trabajar en el laboratorio, pareció una pérdida de tiempo no seguir adelante y analizar las muestras de los medicamentos de Kepler que había robado a bordo de la Bradbury.
Por fortuna, nadie había preguntado de dónde había sacado las muestras. Aunque cuando consultó al cirujano de la base le dijo que algunas de las dosis parecían un poco elevadas, todas las drogas, excepto una, resultaron ser normales para el tratamiento de estados maníacos suaves.
La droga desconocida todavía rondaba por la mente de Jacob: un misterio más que resolver. ¿Qué tipo de problema físico requería grandes dosis de un poderoso anticoagulante? El doctor Laird se irritó. ¿Por qué Martine había prescrito Warfarin?
—¿Está seguro de que se encuentra bien? —preguntó deSilva. Ayudó al médico a guiarle hasta una silla.
—Me encuentro bien —respondió Kepler—. Además, hay cosas que no pueden esperar.
»Primero, no estoy tan convencido de la teoría de Millie según la cual los Espectros saludarán a Pil Bubbacub o a Kant Fagin con más entusiasmo del que nos han mostrado a los demás. ¡Pero sí sé que no voy a aceptar ninguna responsabilidad por llevarlos a una inmersión! El motivo es que si murieran no sería a manos de los solarianos... sino por culpa de los seres humanos. Tendría que haber otra inmersión ahora mismo, sin nuestros distinguidos amigos extraterrestres, desde luego... y debería marchar inmediatamente hacia la misma región, como sugirió Millie.
DeSilva sacudió la cabeza con énfasis.
— ¡No estoy de acuerdo, señor! O bien los Espectros mataron a Jeff, o algo le pasó a su nave. Y creo que fue lo segundo, por mucho que odie admitirlo... Tendríamos que comprobarlo todo antes de...
—Oh, no hay ninguna duda de que fue la nave —interrumpió Kepler—. Los Espectros no mataron a nadie.
—¿Cómo dice? —gritó LaRoque—. ¿Está ciego? ¿Cómo puede negar lo evidente?
—Dwayne —dijo Martine suavemente—. Ahora está demasiado cansado para pensar en esto.
Kepler la apartó.
—Discúlpeme, doctor Kepler —dijo Jacob—. ¿No mencionó algo sobre el peligro procedente de los seres humanos? La comandante deSilva probablemente piensa que se refería a que un error en la preparación de la nave de Jeff causó su muerte. ¿Está hablando de otra cosa?
—Sólo quiero saber una cosa —dijo Kepler lentamente—. ¿Mostró la telemetría que la nave de Jeff fue destruida por un colapso de su campo de estasis?
El operador de la consola que había hablado antes dio un paso al frente.
—Bueno... sí, señor. ¿Cómo lo sabía?
—No lo sabía. —Kepler sonrió—. Pero lo había supuesto, después de pensar en un sabotaje.
—¿Qué? —gritaron casi al unísono Martine, deSilva y LaRoque.
Y de repente Jacob lo vio.
—¿Quiere decir durante la visita...? —se volvió a mirar a LaRoque. Martine siguió su mirada y boqueó.
LaRoque dio un paso atrás, como si lo hubieran golpeado.
—¡Está loco! —gritó—. ¡Y usted también! —Señaló a Kepler con un dedo—. ¿Cómo pude sabotear los motores cuando me encontré mareado todo el tiempo que estuve en ese sitio de locos?
—Mire, LaRoque —dijo Jacob—. No he dicho nada, y estoy seguro de que el doctor Kepler tan sólo está especulando. —Miró dubitativo a Kepler.
Éste sacudió la cabeza.
—Estoy hablando en serio. LaRoque pasó una hora junto al Generador de Gravedad de Jeff, sin nadie cerca. Comprobamos el Generador de Gravedad en busca de algún daño que pudiera haber sido causado por alguien que usara las manos desnudas, y no encontramos nada. No se me ocurrió hasta después de comprobar la cámara del señor LaRoque.
»¡ Entonces descubrí que uno de sus aparatitos es un pequeño aturdidor sónico! — Sacó la grabadora de uno de sus bolsillos—. ¡Fue así como se dio el beso de Judas!
LaRoque se ruborizó.
—El aturdidor es un aparato de defensa normal en los periodistas. Incluso lo había olvidado. ¡Y nunca podría haber dañado a una máquina tan grande!
»¡Todo esto no tiene sentido! ¡Este lunático arcaico-religioso y terra-chauvinista que casi ha destruido toda oportunidad de encontrarnos con nuestros Tutores como amigos, se atreve a acusarme de un crimen para el que no hay ningún motivo! ¡Asesinó a ese pobre mono, y desea echar la culpa a otro!
—Cállese, LaRoque —dijo deSilva. Se volvió hacia Kepler—. ¿Es consciente de lo que dice, señor? Un ciudadano no podría cometer un asesinato simplemente porque no le gusta un individuo. Sólo una Personalidad Condicional podría matar sin causa. ¿Se le ocurre alguna razón por la que el señor LaRoque pudiera haber hecho algo tan drástico?
—No lo sé. —Kepler se encogió de hombros. Miró a LaRoque—. Un ciudadano que tiene justificaciones para matar sigue sintiendo remordimientos después. No parece que el señor LaRoque lamente nada, así que o bien es inocente, o es un buen actor... ¡o quizá después de todo es un Condicional!
— ¡En el espacio! —gritó Martine—. Eso es imposible, Dwayne. Y lo sabe. Todos los espaciopuertos están repletos de receptores-C. ¡Y todas las naves están también equipadas con detectores! ¡Debería pedir disculpas al señor LaRoque!
Kepler hizo una mueca.
—¿Disculpas? LaRoque mintió sobre su «mareo» en el bucle gravitatorio. Envié un masergama a la Tierra. Quería que su periódico me enviara un dosier sobre él. Se alegraron mucho de complacerme.
»¡ Parece que el señor LaRoque es un astronauta entrenado! ¡Fue separado del servicio por «razones médicas»... una frase que se utiliza a menudo cuando los test-C de una persona llegan a niveles condicionales y se ve obligado a renunciar a un trabajo sensible!
»Eso tal vez no demuestre nada, pero significa que LaRoque tenía demasiada experiencia con las naves espaciales como para "asustarse de muerte" en el bucle de gravedad de Jeffrey. Ojalá lo hubiera sabido a tiempo para avisar a Jeff.
LaRoque protestó y Martine puso objeciones, pero Jacob se dio cuenta de que las opiniones en la sala se volvían contra ellos. DeSilva miró a LaRoque con un frío salvajismo que sorprendió un poco a Jacob.
—Espere un momento. —Alzó una mano—. ¿Por qué no comprobamos si hay aquí en Mercurio algún condicional sin transmisor? Sugiero que todos enviemos a la Tierra nuestras pautas retinales para comprobarlas. Si el señor LaRoque no está catalogado como condicional, entonces el doctor Kepler tendrá que demostrar por qué un ciudadano pudo pensar que tenía motivos para matar.
— ¡Muy bien, pues hagámoslo ahora, por el amor de Kukulkán! —chilló LaRoque—. ¡Pero únicamente con la condición de que no sea yo solo!
Por primera vez, Kepler empezó a parecer inseguro. En su beneficio, deSilva ordenó que toda la base quedara reducida a la gravedad de Mercurio. El Centro de Control respondio que la conversión tardaría unos cinco minutos. La comandante anunció por el intercomunicador que los visitantes y los miembros de la base pasarían por las pruebas de identificación, y luego se marchó para supervisar los preparativos.
El personal presente en la Sala de Telemetría empezó a dirigirse hacia los ascensores. LaRoque se mantuvo cerca de Kepler y Martine, como para demostrar su ansiedad por rebatir los cargos en su contra, la barbilla alzada en una expresión de martirio.
Los tres, junto con Jacob y dos miembros del personal, esperaban uno de los ascensores cuando sucedió el cambio de gravedad. Pareció que el suelo empezaba a hundirse de repente.
Todos estaban acostumbrados a los cambios de gravedad: muchas partes de la Base Kermes no tenían la gravedad terrestre. Pero normalmente la transición era a través de una compuerta de estasis controlada, algo que no era más agradable que esto, pero que la familiaridad hacía menos desconcertante. Jacob deglutió con dificultad, y uno de los miembros del personal se tambaleó ligeramente.
Con un súbito movimiento violento, LaRoque se lanzó hacia la cámara que Kepler tenía en la mano. Martine abrió la boca y Kepler gruñó, sorprendido. El miembro del personal recibió un puñetazo en la cara al intentar agarrar a LaRoque, que giró como un acróbata y empezó a correr pasillo abajo, alzando su cámara recuperada. Jacob y el otro operario le dieron caza, instintivamente.
Jacob sintió un destello de dolor en el hombro. Algo en su mente habló mientras esquivaba otro rayo aturdidor. «Vale —dijo—. Este es mi trabajo. Ahora yo me hago cargo.»
Se encontraba de pie en un pasillo, esperando. Había sido divertido, pero ahora era un auténtico infierno. El pasillo se oscureció durante un instante. Él abrió la boca y extendió la mano para afianzarse a la áspera pared mientras su visión se aclaraba.
Estaba solo en un corredor de servicio, con el hombro dolorido y los restos de una profunda y casi complaciente sensación de satisfacción que se disipaba como un sueño. Miró cuidadosamente a su alrededor, y luego suspiró.
—De modo que te hiciste cargo y pensaste que podías arreglártelas sin mí, ¿eh? — gruñó. El hombro le tintineaba como si acabara de despertar.
Jacob no tenía ni idea de cómo su otra mitad se había liberado, ni por qué había intentado encargarse de las cosas sin la ayuda de la personalidad principal. Pero debió encontrarse con problemas para renunciar ahora.
Una sensación de resentimiento respondió a aquella idea. El señor Hyde era muy sensible en lo referente a sus limitaciones, pero por fin se produjo la capitulación.
¿Eso es todo? Regresaron los recuerdos completos de los últimos diez minutos. Se echó a reír. Su yo amoral se había visto enfrentado a una barrera infranqueable.
Fierre LaRoque se hallaba en una habitación al fondo del pasillo. Entre el caos que siguió a su captura de la cámara-aturdidor, sólo Jacob pudo seguirlo, y egoístamente había recabado la tarea para sí.
Había jugado al gato y el ratón, dejándole pensar que había eludido toda persecución. Una vez incluso esquivó a un pelotón de personal de la base que se acercó demasiado.
Ahora LaRoque se estaba poniendo un traje espacial en un vestuario situado a unos veinte metros de una escotilla. Llevaba cinco minutos allí dentro y tardaría al menos otros diez en terminar. Ésa era la barrera infranqueable. El señor Hyde no podía esperar. Sólo era un conjunto de impulsos, no una personalidad, y Jacob tenía toda la paciencia del mundo. Lo había planeado así.
Jacob reprimió su disgusto, pero no sin sentir un retortijón. No hacía mucho que aquel impulso había sido una parte diaria de él. Podía comprender el dolor que la espera causaba a la pequeña personalidad artificial que demandaba gratificación instantánea.
Pasaron los minutos. Jacob observó el suelo en silencio. Incluso en su plena consciencia empezó a sentirse impaciente. Hizo falta un serio esfuerzo para mantener la mano apartada del pomo de la puerta.
El pomo empezó a girar. Jacob dio un paso atrás, con las manos a los costados.
La burbuja vidriosa de un casco asomó en la abertura cuando se abrió la puerta. LaRoque miró a la izquierda y luego a la derecha. Siseó al ver a Jacob. La puerta se abrió del todo y el hombre avanzó con una barra de material plástico en la mano.
Jacob alzó una mano.
— ¡Alto, LaRoque! Quiero hablar con usted. De todas formas no puede marcharse.
—No quiero lastimarle, Demwa. ¡Corra! —La voz de LaRoque resonaba nerviosa en el altavoz que llevaba en el pecho. Blandió amenazante la barra de plástico.
Jacob sacudió la cabeza.
—Lo siento. Estropeé la compuerta del pasillo antes de esperarle aquí. Tendrá que hacer un largo paseo con ese traje espacial antes de encontrar la siguiente.
La cara de LaRoque reflejó el impacto.
—¿Por qué? ¡No he hecho nada! ¡Sobre todo a usted!
—Ya lo veremos. Mientras tanto, hablemos. No hay mucho tiempo.
—¡Hablaré! —gritó LaRoque—. ¡Hablaré con esto! —Avanzó blandiendo la barra.
Jacob adoptó una pose defensiva e intentó alzar ambas manos para agarrar a LaRoque por la muñeca. Pero se había olvidado del hombro aturdido. Su mano izquierda aleteó débilmente, a mitad de camino de su posición asignada. La derecha se disparó para bloquear la barra, y en cambio recibió un golpe. Desesperado, se lanzó hacia adelante y encogió la cabeza mientras la barra silbaba apenas unos centímetros por encima.
El movimiento, al menos, fue perfecto. La gravedad inferior le sirvió de ayuda cuando se alzó y se giró sin esfuerzo, agachándose. Pero su mano derecha estaba ahora entumecida, mientras automáticamente ignoraba el dolor de una fea magulladura. Dentro de su traje, LaRoque giró con más facilidad de lo que Jacob esperaba. ¿Qué había dicho Kepler sobre la experiencia de astronauta de LaRoque? No había tiempo. Aquí viene otra vez.
La barra bajó con un peligroso arco. LaRoque la sujetaba con las dos manos, como si fuera un palo de kendo: era fácil de bloquear, pero para eso le harían falta las manos. Jacob se agachó y dio un cabezazo a LaRoque en el vientre. Siguió empujando hasta que los dos chocaron contra la pared del corredor. LaRoque dejó escapar un gemido y soltó la barra.
Jacob la alejó de una patada y se echó atrás.
—¡Basta, LaRoque! —jadeó—. Sólo quería hablar con usted... Nadie tiene suficientes pruebas para acusarle de nada, ¿por qué huir entonces? Por otra parte, no hay ningún sitio al que ir.
LaRoque sacudió tristemente la cabeza.
—Lo siento, Demwa. —El acento afectado había desaparecido por completo. Se abalanzó hacia adelante, con los brazos extendidos.
Jacob saltó hacia atrás hasta la distancia adecuada, contando despacio. A la cuenta de cinco, cerró los ojos. Por un instante, Jacob Demwa quedó completo. Se agachó y trazó una geodésica en su mente desde la punta de su zapato a la barbilla de su oponente. El pie siguió al arco con un chasquido que pareció extenderse durante minutos. El impacto fue suave como el cuero.
LaRoque se alzó en el aire. En su plenitud, Jacob Demwa observó a la figura enfundada en el traje espacial volar hacia atrás, a cámara lenta. Le imitó y entonces pareció que era él quien se ponía horizontal en el aire y luego cayó todo avergonzado y dolorido hasta que el duro suelo golpeó su espalda a través de la mochila.
Entonces el trance terminó y vio que estaba aflojando el casco de LaRoque. Se lo quitó y ayudó al periodista a apoyarse contra la pared. LaRoque lloraba en voz baja.
Jacob advirtió un paquete unido a la cintura de LaRoque. Cortó la atadura y empezó a desenvolverlo, apartando las manos del periodista cuando éste se resistió.
—Bien —Jacob hizo una mueca—. No intentó utilizar el aturdidor conmigo porque la cámara era demasiado valiosa. ¿Por qué? Tal vez lo averigüemos si la ponemos en marcha.
Se incorporó y ayudó al otro hombre a ponerse en pie.
—Vamos, LaRoque. Tenemos que detenernos donde haya una máquina lectora. A menos que tenga algo que decir primero.
LaRoque sacudió la cabeza. Siguió mansamente a Jacob, que le cogía del brazo.
En el corredor principal, cuando Jacob estaba a punto de entrar en el laboratorio fotográfico, fueron localizados por un pelotón mandado por Dwayne Kepler. Incluso con la gravedad reducida, el científico se apoyaba en el brazo de un enfermero.
— ¡Aja! ¡Lo capturó! ¡Magnífico! ¡Esto demuestra todo lo que dije! ¡Huía de un justo castigo! ¡Es un asesino!
—Ya lo veremos —dijo Jacob—. Lo único que demuestra esta aventura es que se asustó. Incluso un ciudadano puede comportarse de forma violenta cuando se deja llevar por el pánico. Lo que me gustaría es saber dónde pensaba que iba. ¡Ahí fuera no hay más que roca fundida! Tal vez debería hacer que algunos hombres salieran e investigaran la zona alrededor de la base, para asegurarnos.
Kepler se echó a reír.
—No creo que fuera a ninguna parte. Los condicionales nunca saben adonde van. Actúan por instinto básico. Simplemente quería salir de un sitio cerrado, como un animal acosado.
El rostro de LaRoque permaneció inexpresivo. Pero Jacob sintió que su brazo se tensaba cuando mencionó la búsqueda en la superficie, y luego se relajaba cuando Kepler descartó la idea.
—Entonces renuncia a la idea de un asesinato adulto —le dijo Jacob a Kepler mientras se giraban hacia el ascensor. Kepler caminaba lentamente.
—¿Con qué motivo? ¡El pobre Jeff jamás hizo daño a una mosca! ¡Era un chimpancé decente y temeroso de Dios! ¡Además, ningún ciudadano ha cometido un asesinato en el Sistema desde hace diez años! ¡Son tan comunes como los meteoritos de oro!
Jacob tenía sus dudas al respecto. Las estadísticas eran especialmente un comentario sobre los métodos policiales. Pero guardó silencio.
Al llegar a los ascensores, Kepler habló brevemente por un comunicador de pared. Varios hombres llegaron casi de inmediato para hacerse cargo de LaRoque.
—Por cierto, ¿encontró la cámara? —preguntó Kepler.
Jacob vaciló. Por un momento pensó en esconderla y fingir más tarde que la había descubierto.
—Ma camera á votre onde! —gritó LaRoque. Alargó una mano en busca del bolsillo de Jacob. Los guardias lo contuvieron. Otro se adelantó y extendió la mano. Jacob le entregó el aparato de mala gana.
—¿Qué ha dicho? —preguntó Kepler—. ¿Qué idioma era ése?
Jacob se encogió de hombros. Llegó un ascensor del que salió más gente, entre la que figuraba Martine y deSilva.
—Fue sólo un insulto —dijo—. No creo que le caigan bien sus antepasados.
Kepler se echó a reír.