PROPAGACIÓN

En primavera, las ballenas regresan al norte.

Varias de las corcovadas grises que resoplaban y chapoteaban en la distancia no habían nacido la última vez que vio pasar una migración desde la costa de California. Se preguntó si alguna de las ballenas grises cantaba todavía «La Balada de Jacob y la Esfinge».

Probablemente no. De todas formas, nunca fue una canción favorita de las grises. La canción era demasiado irreverente... ballena blanca para su sobrio temperamento. Las grises eran esnobs complacientes, pero de todas formas él las amaba.

El aire resonaba con el ruido de las olas que rompían contra las rocas a sus pies. Estaba empapado de agua salada, y llenaba sus pulmones de la paradójica sensación de hambre y saciedad que otros experimentaban en una panadería. Había una serenidad que procedía del pulso del océano, más la expectación de que la marea siempre provocara cambios.

En el hospital de Santa Bárbara le habían dado una silla, pero Jacob prefería el bastón. Le confería menos movilidad, pero el ejercicio acortaría su convalecencia. Tres meses después de despertar en la antiséptica fábrica de órganos le habían llenado de desesperación por volver a ponerse de pie y experimentar algo que fuera agradable y naturalmente sucio.

Como la forma de hablar de Helene. Desafiaba toda lógica que una persona nacida en la cúspide de la vieja Burocracia tuviera una boca tan desinhibida como para hacer que un ciudadano de la Confederación se sonrojase. Pero cuando Helene sentía que estaba entre amigos su lenguaje se volvía impresionante y su vocabulario sorprendente. Decía que era debido a su educación en un satélite. Entonces sonreía y se negaba a explicar nada más hasta que él correspondía con actos que todavía no podía ejecutar. ¡Como si ella pudiera!

Faltaba un mes para que los médicos retiraran los supresores de hormonas, después de que quedara completo el grueso del crecimiento celular. Y otro mes más para que tuvieran permiso para hacer algo tan riguroso como un vuelo espacial. ¡Y sin embargo ella insistía en leer aquella copia del Sutra de la NASA, y le mortificaba preguntándose si él tendría fuerzas!

Bueno, los doctores decían que la frustración ayuda a la recuperación. Agudiza la voluntad de volver a la normalidad, o alguna tontería por el estilo.

¡Si Helene sigue insistiendo mucho más, todos van a llevarse una sorpresa! De todas formas, Jacob no creía mucho en los horarios.

¡Ifni! ¡Ese agua tiene buen aspecto! Hermosa y fría. ¡Tiene que haber un medio de que los nervios crezcan más rápido! Algo que sea mejor que la autosugestión.

Se apartó de las rocas y regresó lentamente al patio de la enorme mansión de su tío. Usaba el bastón de forma liberal, quizá más de lo necesario, disfrutando del toque dramático. Servía para que el estar enfermo fuera un poco menos desagradable.

Como de costumbre, el tío James estaba flirteando con Helene. Ella le animaba desvergonzadamente.

Le viene bien al viejo bastardo, pensó, después de todos los problemas que ha creado.

—Muchacho —el tío James alzó las manos—. Estábamos a punto de ir por ti, de verdad que sí.

Jacob sonrió perezosamente.

—No hay prisa, Jim. Estoy seguro de que nuestra exploradora interestelar tiene un montón de cosas interesantes que contar. ¿Le has explicado lo del agujero negro, querida?

Helene sonrió desagradablemente e hizo un gesto subrepticio.

—Bueno, Jake, tú mismo dijiste que no lo hiciera. Pero si crees que a tu tío le gustaría oírlo...

Jacob sacudió la cabeza. Él mismo se encargaría de su tío. Helene podría ponerse un poco dura.

La señorita deSilva era una gran piloto y en las últimas semanas se había convertido también en una imaginativa conspiradora. Pero su relación personal dejaba perplejo a Jacob. Su personalidad era... poderosa.

Cuando se enteró, al despertar, que la Calypso había saltado ya, Helene se enroló en el grupo que diseñaba la nueva Versarius II. La Tazón, anunció descaradamente, era tener tres años para suministrar a Jacob Demwa un curso completo de condicionamiento pavloviano. Al final de ese período, ella tocaría un timbre y él decidiría saltar también.

Jacob tenía sus reservas, pero estaba claro que Helene deSilva tenía completo control sobre sus glándulas salivares.

El tío James estaba más nervioso que nunca. El político imperturbable parecía decididamente inquieto. El airoso encanto irlandés de la parte Álvarez de la familia estaba apagado. La cabeza gris asentía nerviosa. Sus ojos verdes parecían tristes.

—Jacob, muchacho. Nuestros invitados han llegado. Están esperando en el estudio y Christien los está atendiendo. Espero que seas razonable respecto a este asunto. En realidad, no había ningún motivo para invitar al tipo del gobierno. Podríamos haberlo resuelto nosotros solos. Tal como yo lo veo...

Jacob alzó su mano libre.

—Tío, por favor. Ya hemos hablado de esto. Hay que adjudicar el asunto. Si rehusas los servicios de la gente de Registros Secretos, tendré que convocar un consejo familiar y presentarles el asunto a ellos. Ya conoces al tío Jeremey, que probablemente optará por hacer un anuncio público. Tendría buena prensa, desde luego, pero el Departamento de Acusaciones Encubiertas tendría entonces el caso, y te pasarías cinco años con ese aparatito en el cuello haciendo bip, bip, bip...

Jacob se recostó en el hombro de Helene, más por el contacto que por apoyarse, y agitó ambas manos delante de los ojos del tío James. Con cada «bip», el rostro aristocrático palideció un poco. Helene empezó a reírse, luego hipó.

—Perdón —dijo rápidamente.

—No seas sarcástica —comentó Jacob. Le dio un pellizco y luego reclamó su bastón.

El estudio no era tan impresionante como el de la Mansión Álvarez en Caracas, pero esta casa se encontraba en California. Eso lo compensaba. Jacob esperó que su tío y él volvieran a hablarse después de hoy.

Paredes de estuco y vigas falsas acentuaban el aspecto español. Entre las estanterías destacaban cajas que contenían la colección de James de publicaciones samizdat de la era de la Burocracia.

En la repisa de la chimenea estaba grabado un antiguo lema:

«El pueblo, unido, jamás será vencido.»

Fagin trinó una cálida bienvenida. Jacob hizo una reverencia y ejecutó un saludo largo y formal, sólo por complacer al kantén. Fagin le había visitado con regularidad en el hospital. Al principio resultó difícil: los dos estaban convencidos de hallarse en deuda con el otro. Por fin, acordaron no estar de acuerdo.

Cuando el equipo de rescate del TAASF abordó la Nave Solar mientras volaba en su órbita hiperbólica asistida por láser, se sorprendieron por el estado congelado de la tripulación humana. No supieron qué hacer con el cuerpo aplastado del pring, en la zona invertida. Pero lo que más les sorprendió fue Fagin, colgando boca abajo por aquellas agudas zarpas de sus raíces mientras el láser todavía expulsaba su potencia. El frío no había estropeado una cuarta parte de sus células, como había sucedido con los humanos, y parecía haber salido ileso de la cabalgada a través de la fotosfera.

A su pesar, Fagin del Instituto del Progreso, el perpetuo observador y manipulador, se había convertido en un personaje singular. Probablemente era el único sofonte vivo que podía describir cómo era volar, colgando boca abajo, a través del denso fuego opaco de la fotosfera. Ahora tenía una historia propia que contar.

Debió de ser doloroso para el kantén. Nadie creyó una palabra de su relato hasta que se estudiaron las cintas de Helene.

Jacob saludó a Pierre LaRoque. El hombre había recuperado gran parte de su color desde su último encuentro, por no mencionar su apetito. Había devorado los entremeses de Christien. Todavía confinado en su silla, sonrió y asintió silenciosamente a Jacob y Helene. Jacob sospechó que la boca de LaRoque estaba demasiado llena para hablar.

El último invitado era un hombre alto de rostro afilado, pelo rubio y ojos celestes. Se levantó del sofá y extendió la mano.

—Han Nielsen, a su servicio, señor Demwa. Sólo en base a los noticiarios me siento orgulloso de conocerle. Naturalmente, Registros Secretos sabe todo lo que sabe el gobierno, así que estoy impresionado por partida doble. Asumo sin embargo que nos ha llamado para tratar de un asunto que no debe conocer el gobierno.

Jacob y Helene se sentaron frente a él, de espaldas al ventanal que asomaba al océano.

—Así es, señor Nielsen. De hecho, hay un par de cuestiones. Nos gustaría pedir un sello y la adjudicación del Consejo Terrágeno.

Nielsen frunció el ceño.

—Sin duda se dará cuenta de que el Consejo apenas es un recién nacido en este punto. ¡Los delegados de las colonias ni siquiera han llegado! A los bu... servidores civiles de la Confederación —(¿había estado a punto de pronunciar la palabra obscena «burócrata»?)—, ni siquiera les gusta la idea de tener un Registro Secreto supralegal para hacer hincapié en la honestidad por encima de la ley secular. El Terrágeno es aún menos popular.

—¿Aunque se haya demostrado que es la única forma de tratar con la crisis a la que nos hemos enfrentado desde el Contacto? —preguntó Helene.

—Incluso así. Los federales han reconocido el hecho de que con el tiempo hará falta una jurisdicción para tratar asuntos interestelares e interespecies, pero no les gusta y van muy despacio.

—Pero ése es el tema —dijo Jacob—. La crisis era ya mala antes de la debacle de Mercurio, tanto que obligó a la creación del Consejo. Pero todavía era manejable. El Proyecto Navegante Solar probablemente ha cambiado eso.

Nielsen parecía sombrío.

—Lo sé.

—¿De veras? —Jacob apoyó las manos en sus rodillas y se inclinó hacia adelante—. Ha visto el informe de Fagin sobre la probable reacción de los pila a los pecadillos descubiertos de Bubbacub en Mercurio. ¡Y ese informe fue escrito antes de que todo el asunto relativo a Culla saliera a la luz!

—Y la Confederación lo sabe todo. —Nielsen hizo una mueca—. Las acciones de Culla, su extraña apología, toda la cápsula.

—Bueno —suspiró Jacob—, después de todo, son el gobierno. Ellos hacen la política exterior. Además, Helene no tenía forma de saber que sobreviviríamos. Lo grabó todo.

—Nunca se me ocurrió —dijo Helene—, hasta que Fagin explicó que sería mejor si los federales no descubrían nunca la verdad, o que el Consejo Terrágeno estaría más capacitado para encargarse de este lío.

—Mejor equipado tal vez, ¿pero qué espera que hagamos nosotros, o el Consejo? Pasarán años antes de que consiga aceptación y legitimidad. ¿Por qué arriesgarse interviniendo en esta situación?

Por un momento, nadie dijo nada. Entonces Nielsen se encogió de hombros.

Sacó de su maletín un pequeño cubo de grabación, que activó y colocó en el centro de la habitación, en el suelo.

—Esta conversación queda sellada por el Registro de Secretos. ¿Por qué no empieza, doctora deSilva?

Helene fue marcando los puntos con los dedos.

—Uno, sabemos que Bubbacub cometió un crimen a los ojos del Instituto de la Biblioteca y de su propia raza al falsificar el informe de la Biblioteca, y al perpetrar un engaño en Navegante Solar, a saber: dijo que había entablado comunicación con los solarianos y que había usado su «reliquia lethani» para protegernos de su ira.

»Creemos conocer los motivos de Bubbacub para hacer lo que hizo. Estaba avergonzado por el fracaso de la Biblioteca para dar referencias de los Espectros Solares. También quería demostrar la inferioridad de la «raza expósita», restregándoselo por las narices.

»Según la Tradición Galáctica, esta situación se resolvería si los pila y la Biblioteca sobornan a la Tierra para que mantenga la boca cerrada. La Confederación podría escoger su recompensa con pocas limitaciones, aunque la raza humana tendría que soportar en el futuro la enemistad de los pila porque su orgullo ha sido herido.

»Podrían aumentar sus esfuerzos para retirar el estatus de sofontes-provisionales a nuestros pupilos, los chimpancés y delfines. Se ha hablado de colocar a la humanidad bajo una especie de estatus de pupilo «adoptivo», para «guiarnos a través de esta difícil transición». ¿He resumido bien la situación hasta ahora?

Jacob asintió.

—Sí. Pero te has olvidado de mi estupidez. ¡En Mercurio acusé a Bubbacub públicamente! Esa pequeña demora de dos años que firmamos nunca fue tomada en serio, y los federales han esperado demasiado para hacer un secuestro de emergencia en este caso. Probablemente la mitad de la galaxia conoce ya la historia.

»Eso significa que hemos perdido la pequeña balanza que podríamos haber tenido con los pila. No escatimarán esfuerzos para que nos «adopten», y usarán «reparaciones» por el crimen de Bubbacub como una excusa para obligarnos a aceptar todo tipo de ayudas que no queremos.

Hizo un gesto a Helene para que continuara.

—Punto número dos: ahora sabemos que quien estaba detras de este fiasco era Culla. Al parecer, Culla nunca pretendió que la humanidad descubriera el pecadillo de Bubbacub. Tenía su propio plan en marcha.

»Al entablar amistad con Jeffrey, consiguió que el chimpancé intentará «liberarle», enfureciendo así a Bubbacub. La muerte de Jeffrey dejó al Navegante Solar en un estado de confusión tal que Bubbacub se sintió animado a pensar que cualquier cosa que hiciera sería creída. Es probable que el aparente deterioro mental de Dwayne Kepler fuera parte de esta campaña, inducida por la técnica de «mirada psicótica» de Culla.

»Lo más importante de su plan fue la falsificación de los Espectros antropomórficos. Esa parte fue ejecutada magníficamente. Engañó a todo el mundo. Con talentos como ésos, no es extraño que los pring piensen que pueden conseguir su independencia de los pila. Son una de las razas más engañosas y potentes que he conocido.

—Pero si los pila fueron tutores de los pring —objetó James—, y si elevaron a los antepasados de Culla cuando no eran más que animales, ¿por qué no se dio cuenta Bubbacub de que era posible que los Espectros fueran una patraña de Culla?

—Me gustaría hacer un comentario —trinó Fagin—. Se permitió que los pring seleccionaran al ayudante que acompañaría a Bubbacub. Mi instituto tiene información independiente de que Culla era una figura de cierta importancia, en uno de los planetas terraformados, en una empresa artística de la que hasta ahora no hemos podido ser testigos. Habíamos atribuido el secretismo de los pring en este asunto a pautas de conducta heredadas de los pila. Ahora, sin embargo, podríamos conjeturar que son los propios pila quienes no pueden ver esa obra de arte. En su complaciente superioridad, los pila deben de haber cooperado, sin saberlo, denigrando las empresas de sus pupilos.

—¿Cuál es esa forma de arte?

—Obviamente, la forma de arte debe de ser la proyección holográfica. Es posible que los pring hayan experimentado en secreto durante la mayor parte de los cien milenios que llevan siendo inteligentes. Me asombra la dedicación necesaria para mantener un secreto tanto tiempo.

Nielsen silbó.

—Deben querer ser libres a todo precio. Pero sigo sin comprender, aunque he escuchado todas las cintas, por qué Culla hizo todas esas cosas en el Navegante Solar. ¿Cómo pudo el engaño de los Espectros Solares antropomórficos, la muerte de Jeffrey, o atrapar a Bubbacub en su error, ser de ayuda para los pring?

Helene miró a Jacob. Éste asintió.

—Sigue siendo tu parte, Helene. Tú lo supiste casi todo.

Helene inspiró profundamente.

—Verá, Culla no intentó nunca que Bubbacub fuera descubierto en Mercurio. Hizo que su jefe mintiera e intentara el truco de la «reliquia lethani», pero esperaba que le creyeran, aquí al menos.

»Si su plan hubiera salido bien, habría informado de dos cosas al Instituto de la Biblioteca: primera, que Bubbacub era un loco y un mentiroso que había sido salvado de la vergüenza por la astucia de su ayudante, y segunda, que los humanos no son más que un puñado de idiotas inofensivos y que deberían ser ignorados.

»Explicaré primero el segundo punto.

»Está claro que nadie habría creído esta loca historia de «espectros con forma de hombres» aleteando en una estrella, sobre todo cuando en la Biblioteca no hay ninguna mención de ellos.

»Imagine cómo reaccionaría la galaxia ante una historia sobre criaturas de plasma que «agitan los puños» y evitan milagrosamente que les saquen imágenes para que no puedan existir pruebas. Tras oír eso, la mayoría de los observadores no se molestaría en examinar la evidencia que sí tenemos, las grabaciones de los toroides y los auténticos solarianos.

»Toda la galaxia contempla la «investigación» terrestre con divertido desprecio. Al parecer, Culla quería que el Navegante Solar quedara en entredicho sin una audición.

Al otro lado de la habitación, Fierre LaRoque se ruborizó. Nadie dijo nada sobre las observaciones que había hecho sobre la «investigación terrestre» un año antes.

—La explicación que dio Culla, cuando intentó matarnos a todos, fue que había falsificado los Espectros por nuestro bien. Si parecíamos tontos, tal vez causaríamos menos revuelo cuando anunciáramos que hay vida en el sol... un revuelo que daría más publicidad a la humanidad en un momento en que deberíamos estar estudiando en silencio para ponernos al día con todos los demás.

Nielsen frunció el ceño.

—Puede que tuviera razón.

Helene se encogió de hombros.

—Ahora es demasiado tarde. De todas formas, como he dicho, parece que Culla pretendía informar a la Biblioteca, y a los soro, que los humanos eran idiotas inofensivos y, más importante aún, que Bubbacub había tomado parte en esa estupidez... ¡que había creído en los Espectros y mintió sobre la base de esa creencia!

Helene se volvió hacia Fagin.

—¿Es un buen resumen de lo que hemos discutido, Kant Fagin?

El kantén silbó suavemente.

—Eso creo. Confiando en el «sello» de la organización de Registro de Secretos, declararé confidencialmente que mi Instituto ha recibido información referida a actividades de los pring y los pila que ahora tienen sentido a la luz de lo que hemos aprendido aquí. Al parecer, los pring están enzarzados en una campaña para desacreditar a los pila. Ahí tienen una oportunidad y un peligro para la humanidad.

»La oportunidad es que su Confederación podría ofrecer pruebas de la traición de Culla a los pila, para que esos sofontes puedan demostrar cómo han sido manipulados. Si los soro se vuelven contra los pring, la raza de Culla tendrá problemas para encontrar un protector. Podrían ser rebajados de estatus, sus colonias eliminadas, sus poblaciones «reducidas».

»Podría haber recompensas inmediatas para la humanidad en este acto, pero sería a cambio de la enemistad eterna de los pil. Su psicología no funciona de esa forma. Podrían suspender sus intentos de «adoptar» a la humanidad. Podrían estar dispuestos a aceptar restricciones en las reparaciones que insistirán en pagar por el crimen de Bubbacub, pero a la larga eso no ganará su amistad. Estar en deuda con la humanidad sólo aumentará su odio.

»Además está el hecho de que muchas de las especies más «liberales», en cuya protección ha confiado hasta ahora la humanidad, no aprecien que proporcionen a los pila con un casus belli para otra de sus jihads. Los tymbrimi podrían retirar su consulado en la luna.

»Finalmente está la cuestión ética. Tardaría tiempo en discutir todos los motivos. Probablemente no comprenderían algunos de ellos. Pero el Instituto del Progreso está ansioso de que los pring no sean devastados. Son jóvenes e impulsivos. Casi tanto como la humanidad. Pero muestran grandes promesas. Sería una tragedia terrible que toda su especie sufra depredaciones porque unos cuantos de sus miembros están enzarzados en un plan para acabar con cien milenios de servidumbre.

»Por estas razones, recomiendo que los crímenes de Culla sean mantenidos en secreto. Ciertamente, los rumores se extenderán pronto. Pero los soro no harán caso a rumores divulgados por los hombres.

Las hojas de Fagin tintinearon suavemente cuando una brisa entró por la ventana. Nielsen miraba el suelo.

— ¡No es extraño que Culla intentara matarse junto con todos los ocupantes de la nave cuando Jacob lo descubrió! Si los pila reciben testimonio oficial de sus acciones, los pring estarán condenados.

—¿Qué cree que hará la Confederación? —preguntó Jacob.

—¿Hacer? —El hombre se rió sin ganas—. Ofrecerán la evidencia a los pila de rodillas, por supuesto. ¡Ifni! ¡Es una oportunidad para evitar que nos «den» todo un sector de la Sucursal de la Biblioteca y diez mil técnicos para ocuparla! Es una oportunidad para impedir que nos «den» naves modernas que ningún ingeniero humano podría comprender y ninguna tripulación humana podría pilotar sin «consejeros». ¡Pospondría indefinidamente todos esos malditos «procesos de adopción»! —Extendió los brazos—. ¡Y está muy claro que la Confederación no se jugará el cuello por la raza de un sofonte que mató a uno de nuestros pupilos, casi destruyó nuestro proyecto más ambicioso, e intentó que los humanos quedaran como idiotas ante los pueblos de la galaxia!

»Y bien pensado, ¿se les puede reprochar?

El tío de Jacob se aclaró la garganta para llamar la atención.

—Podemos intentar mantener en secreto todo el episodio —sugirió—. No carezco de influencias en ciertos círculos. Si los puedo convencer...

—No puedes convencer a nadie, Jim —dijo Jacob—. En cierto modo eres partícipe de todo este lío. Si intentas involucrarte, la verdad saldrá a la luz tarde o temprano.

—¿Qué verdad es ésa? —preguntó Nielsen.

Jacob miró con el ceño fruncido a su tío y luego a LaRoque. El francés, imperturbable, había empezado a mordisquear más entremeses.

^ —Estos dos son parte de un grupo cuya intención es minar las Leyes Condicionales. Ése es el segundo motivo por el que le pedí que viniera. Habrá que hacer algo y el Registro de Secretos es un primer paso mejor que llamar a la policía.

A la mención de la policía, LaRoque dejó de morder su bocadillo. Lo miró y luego lo soltó.

—¿Qué tipo de grupo? —preguntó Nielsen.

—Una sociedad consistente en condicionales y ciertos ciudadanos simpatizantes, dedicada a la creación en secreto de naves espaciales, naves con tripulaciones de condicionales.

Nielsen se enderezó en su asiento.

-¿Qué?

—LaRoque está a cargo de su programa de entrenamiento como astronautas. También es su espía jefe. Intentó medir los calibradores del Generador Gravitatorio de una Nave Solar. Tengo las cintas que lo demuestran.

—¿Pero por qué quiso hacer una cosa así?

—¿Por qué no? Sería la protesta simbólica más poderosa que pueda imaginarse. Si yo fuera un condicional, desde luego participaría. Simpatizo con ellos. No me gustan ni pizca las leyes condicionales.

»Pero también soy realista. Tal como están, los condicionales han sido convertidos en una clase inferior. Sus problemas psicológicos son un estigma que los sigue a todas partes. Reaccionan de una forma muy humana, se agrupan para odiar a la sociedad «dócil y domesticada» que les rodea.

»Dicen, «los ciudadanos piensan que soy violento, ¡pues lo seré!». La mayoría de los condicionales no harían jamás nada para lastimar a nadie, digan lo que digan los tests-C. ¡Pero enfrentados al estereotipo, se convierten en aquello que se les achaca!

—Eso puede ser cierto o no —dijo Nielsen—. Pero tal como está la situación, que los condicionales tengan acceso al espacio...

Jacob suspiró.

—Tiene razón, desde luego. No puede permitirse. Todavía no.

»Por otro lado, no podemos permitir que los federales alimenten con esto la histeria pública. Agravaría las cosas y produciría una forma de rebelión más severa.

Nielsen parecía preocupado.

—No irá a sugerir que el Consejo Terrágeno estudie las leyes condicionales, ¿verdad? ¡Eso sería un suicidio! ¡La gente nunca lo permitiría!

Jacob sonrió tristemente.

—Es verdad. Incluso el tío James tendría que reconocerlo. El ciudadano de hoy en día ni siquiera considerará la posibilidad de cambiar el estatus de los condicionales, y tal como están las cosas los Terrágenos no tienen ninguna autoridad.

»¿Pero cuáles son los dominios del Consejo? Ahora mismo es la administración de las colonias extrasolares. Con el tiempo, eso incluirá la supervisión de todos los asuntos extrasolares. Y ahí es donde pueden mediar con las leyes condicionales, simbólicamente al menos, sin amenazar la paz espiritual de nadie.

—No sé qué quiere decir.

—Bueno, supongo que no habrá leído a Aldous Huxley, ¿verdad? Su obra era muy popular cuando Helene era estudiante, y mis primos y yo tuvimos que estudiar algunas de ellas en nuestra juventud. Terriblemente difíciles en ocasiones, a causa de las extrañas referencias históricas, pero merecen la pena por el increíble ingenio y reflexión que contienen.

»El viejo Huxley escribió un libro llamado Un mundo feliz...

—Sí, he oído hablar de ello. Una especie de distopía, ¿no?

—Más o menos. Debería leerlo. Hay algunas profecías sorprendentes.

»En esa novela proyecta una sociedad con algunos aspectos desagradables pero, al mismo tiempo, una autoconsistencia y su propia forma de honor, parecida a la ética de una colmena, pero ética a fin de cuentas. Cuando la diversidad del hombre presenta individuos que no encajan en la pauta condicionada de la sociedad, ¿qué cree que hace con ellos Huxley?

Nielsen frunció el ceño, preguntándose adonde quería llegar.

—¿En un estado colmenar? Supongo que las desviaciones serían eliminadas.

Jacob alzó un dedo.

—No, no del todo. Tal como lo presenta Huxley, este estado tiene sabiduría. Los líderes son conscientes de que han establecido un sistema rígido que podría caer ante alguna amenaza insospechada. Se dan cuenta de que las desviaciones representan un control, una reserva a la que recurrir en tiempos de problemas, cuando la raza necesite de todos sus recursos.

»Pero al mismo tiempo, no pueden permitir que estén presentes, amenazando la estabilidad de la cultura.

—¿Entonces qué hicieron?

—Los desterraron a islas. Se les permitió continuar con sus propios experimentos culturales sin ser molestados.

—Islas, ¿eh? —Nielsen se rascó la cabeza—. Es una idea interesante. De hecho es lo contrario de lo que se está haciendo con las Reservas Extraterrestres, exiliando a los condicionales de las zonas geográficamente controlables, y luego permitiendo a los etés relacionarse con los ciudadanos que entran y salen a voluntad.

—Una situación intolerable —murmuró James—. No sólo para los condicionales sino para los extraterrestres también. ¡El propio Kant Fagin me estaba diciendo cuánto le gustaría visitar el Louvre, o Agrá, o Yosemite!

—Todo vendrá a su tiempo, Amigo-James Álvarez —trinó Fagin—. Por ahora agradezco la dispensa que me permite visitar esta pequeña parte de California, una recompensa inmerecida y extravagante.

—No sé si la idea de las «islas» funcionaría bien —dijo Nielsen, pensativo—. Naturalmente, merece la pena estudiarla. Podremos examinar todas las ramificaciones en otra ocasión. Pero no comprendo qué tiene eso que ver con el Consejo Terrágeno.

—Extrapole —instó Jacob—. Podría aliviar un poco el problema de los condicionales si se estableciera una especie de isla refugio en el Pacífico, donde pudieran seguir su propio camino sin la observación perpetua a que están sometidos adondequiera que hoy vayan. Pero eso no sería suficiente. Muchos condicionales sienten que están castrados desde el principio. No sólo están limitados por la ley sus derechos de paternidad, sino que también están excluidos de la aventura más importante a la que la humanidad se ha enfrentado jamás, la expansión del espacio.

»Este pequeño embrollo en el que estaban implicados LaRoque y James es un ejemplo de los problemas a los que nos enfrentaremos, a menos que se encuentre un hueco para ellos, para que puedan sentir que están participando.

—Un hueco. Islas. El espacio... ¡Santo Dios! ¡No puede hablar en serio! ¿Comprar otra colonia y dársela a los condicionales cuando todavía estamos cargados hasta las orejas con las tres que tenemos? ¡Es muy optimista si cree que van a aprobar eso!

Jacob sintió que la mano de Helene se deslizaba en la suya. Apenas la miró, pero la expresión de su rostro fue suficiente. Orgullosa, alerta, y al borde de la risa, como siempre. Entrelazó sus dedos con los suyos, y los apretó.

—Sí —le dijo a Nielsen—. Últimamente me he vuelto algo parecido a un optimista. Y creo que debería hacerse.

—¿Pero de dónde sacaríamos el crédito? ¿Y cómo salvar el ego herido de quinientos millones de ciudadanos que quieren colonizar, cuando se le da espacio a los no-ciudadanos?

»De todas formas, la colonización no funcionará. Incluso la Vesarius II llevará sólo a diez mil personas. ¡Hay casi cien millones de condicionales!

—Oh, no todos ellos irán al espacio, sobre todo si consiguen un lugar en las islas. Además, estoy seguro de que todo lo que buscan es un trato justo. Quieren compartir. Nuestro problema real es que no hay suficiente espacio en las colonias, ni transportes.

Jacob sonrió lentamente.

—¿Pero y si consiguiéramos que el Instituto de la Biblioteca «donara» los fondos para una colonia de Clase Cuatro, más unos cuantos transportes tipo Orion simplificados especialmente para tripulaciones humanas?

—¿Cómo espera persuadirlos para que hagan eso? Están obligados a compensarnos por la acción de Bubbacub, pero querrán hacerlo de un modo que sirva a sus propósitos, como hacernos depender por completo de la tecnología galáctica. Casi todas las razas los apoyarán en eso. ¿Qué podría cambiar la forma de sus reparaciones?

Jacob extendió las manos.

—Olvida que ahora tenemos algo que ellos quieren... algo muy precioso de lo que la Biblioteca no puede prescindir. ¡Conocimiento!

Jacob se metió la mano en el bolsillo y sacó una tira de papel.

—Éste es un mensaje cifrado que recibí hace poco de Millie, desde Mercurio. Todavía está confinada en una silla, pero querían que volviera con tanta urgencia que la dejaron viajar hace un mes.

»Dice que las inmersiones se han reemprendido en las regiones activas. Ya ha bajado una vez, a cargo de los esfuerzos para reestablecer contacto con los solarianos. Hasta ahora ha conseguido no decirle a los federales qué es lo que ha descubierto, pues espera consultarlo primero con Fagin y conmigo.

»Ha entablado contacto. Los solarianos hablaron con ella. Son lúcidos y tienen muy buena memoria.

—Increíble —suspiró Nielsen—. Pero me da la impresión de que piensa que esto tendrá implicaciones políticas respecto a los problemas que hemos discutido antes.

—Piénselo. La Biblioteca creerá que pueden obligarnos a aceptar reparaciones según sus términos. Pero si manejamos bien las cosas, podremos chantajearlos para que nos den lo que nosotros queremos.

»El hecho de que los solarianos sean comunicativos y puedan recordar el pasado lejano (Millie da a entender que recuerdan inmersiones solares a cargo de antiguos sofontes, hace tanto tiempo que podrían haber sido los propios Progenitores), significa que hemos encontrado un premio de proporciones sin precedentes.

»Significa que la Biblioteca tiene que intentar averiguar todo lo que pueda sobre ellos. También significa que este descubrimiento obtendrá una enorme publicidad.

Jacob sonrió.

—Será complicado. Primero tenemos que dar la impresión que ya entienden que el Navegante Solar fue un fiasco. Conseguir que nos asignen una Patente de Investigación al sol. Imaginarán que eso sólo nos hará parecer más idiotas. ¡Cuando se den cuenta de lo que tenemos, tendrán que comprar pagando nuestro precio!

^ »Necesitaremos la ayuda de Fagin para hacerlo bien, más toda la astucia del clan Álvarez y la cooperación de los Terrágenos, pero puede hacerse. El tío Jeremey, en particular, se alegrará de saber que voy a desempolvar mis viejas habilidades dormidas e implicarme en la «sucia política» durante algún tiempo, para ayudar.

James se echó a reír.

—¡Espera a que se enteren tus primos! ¡Ya puedo ver cómo se echan a temblar!

—Bien, entonces diles que no se preocupen. No, yo mismo lo diré cuando Jeremey convoque un consejo familiar. Voy a asegurarme de que todo este lío se zanje dentro de tres años. Después me retiraré de la política, definitivamente.

»Verás, entonces emprenderé un largo viaje.

Helene dejó escapar un pequeño suspiro y apretó sus dedos en los suyos. Su expresión era indescifrable.

—Voy a insistir en una cosa —le dijo, preguntándose si podía, o quería, suprimir la urgencia de echarse a reír o el zumbido en sus oídos—. Tendremos que encontrar un medio de llevar al menos un delfín. Sus cancioncillas son espantosamente obscenas, pero puede que nos ayuden en unos cuantos puertos cuando estemos ahí fuera.

FIN

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