Se llamó Proyecto Icaro, el cuarto programa espacial con ese nombre y el primero para el que era adecuado. Mucho antes de que los padres de Jacob nacieran (antes del Vuelco y la Alianza, antes de la Liga de Poderes Satélites, antes incluso de la plenitud de la antigua Burocracia), la vieja abuelita NASA decidió que sería interesante lanzar sondas al Sol para ver qué sucedía.
Descubrieron que las sondas hacían algo raro cuando se acercaban: se fundían.
En el «Verano Indio» de América nada se consideraba imposible. Los americanos estaban construyendo edificios en el espacio. ¡Una sonda más duradera no podía ser ningún problema!
Se construyeron escudos, con materiales que podían soportar presiones inauditas y cuyas superficies lo reflejaban casi todo. Campos magnéticos guiaron los difusos pero tremendamente calientes plasmas de la corona y la cromosfera para apartarlos de aquellos cascos. Poderosos láseres de comunicación taladraron la atmósfera solar con corrientes bidireccionales de órdenes y datos.
Sin embargo, las naves robot continuaron ardiendo. Por buenos que fueran los espejos y el aislamiento, por muy regularmente que los superconductores distribuyeran el calor, las leyes de la termodinámica seguían cumpliéndose. Tarde o temprano el calor pasa de una temperatura alta a una zona donde la temperatura es menor.
Los físicos solares podrían haber seguido resignados a quemar sondas a cambio de difusos estallidos de información si Tina Merchant no hubiera ofrecido otro sistema.
—¿Por qué no refrigeran? —preguntó—. Tienen toda la energía que quieran. Pueden emplear refrigeradores para pasar el calor de una parte de la sonda a otra.
Sus colegas le respondieron que, con los superconductores, igualar el calor de modo uniforme no era ningún problema.
—¿Quién habla de hacerlo de modo uniforme? —respondió la Bella de Cambridge—. Deberían coger todo el calor sobrante de la parte de la nave donde están los instrumentos y lanzarlos a otra parte donde no estén.
— ¡Y esa parte arderá! —dijo un colega.
—Sí, pero podemos hacer una cadena de esos «vertidos de calor» —dijo otro ingeniero, algo más optimista—. Y luego podemos tirarlos, uno a uno...
—No, no comprenden. —La triple ganadora del Nobel se acercó a la pizarra y dibujó un círculo, y luego otro dentro.
— ¡Aquí! —Señaló el círculo interior—. Metan aquí su calor hasta que, en poco tiempo, esté más caliente que el plasma ambiental fuera de la nave. Luego, antes de que pueda causar daño aquí dentro, lo lanzan a la cromosfera.
—¿Y cómo espera hacer eso? —preguntó un reputado físico.
Tina Merchant sonrió como si casi pudiera ver el Premio de Astronáutica junto a ella.
— ¡Cómo me sorprenden todos ustedes! —dijo—. ¡Tienen a bordo comunicaciones láser con una temperatura de millones de grados! ¡Úsenlo!
Comenzó la era de la Batisfera Solar. Flotando en parte por fuerza ascencional y en parte por equilibrio sobre el impulso de sus refrigeradores láser, las sondas aguantaban durante días, semanas, escrutando las sutiles variaciones del sol, que producía los climas en la Tierra.
Esa era llegó a su fin con el Contacto. Pero pronto nació un nuevo tipo de Nave Solar.
Jacob pensó en Tina Merchant. Se preguntó si la gran dama se sentiría orgullosa, o simplemente divertida, si se encontrara en la cubierta de una Nave Solar y surcara tranquilamente las peores tempestades de esta estrella irascible. Podría haber dicho «¡Desde luego!». ¿Pero cómo podría haber sabido que una ciencia alienígena tendría que sumarse a la suya propia para que los hombres surcaran esas tormentas?
A Jacob, la mezcla no le inspiraba ninguna confianza.
Sabía, por supuesto, que con esta nave se habían hecho un par de docenas de descensos con éxito. No había ningún motivo para pensar que este viaje fuera a ser peligroso.
Excepto que otra nave, la réplica a escala de ésta, había fallado misteriosamente sólo tres días antes.
La nave de Jeff era ahora probablemente una nube vagabunda de fragmentos disueltos y gases ionizados esparcidos a través de millones de kilómetros cúbicos en el maelstrom solar. Jacob intentó imaginar las tormentas de la cromosfera tal como el científico chimpancé las había visto en el último instante de su vida, sin la protección de los campos de espacio-tiempo.
Cerró los ojos y se los frotó suavemente. Había estado contemplando el sol, sin apenas parpadear.
Desde su punto de observación, en uno de los sofás situados en la cubierta, podía ver casi un hemisferio completo del sol. La mitad del cielo estaba ocupada por una pelota filamentosa que giraba lentamente, llena de suaves rojos, negros y blancos. Bajo la luz de hidrógeno, todo brillaba con tonos escarlata; el débil y delicado arco de una prominencia, recortado contra el espacio en el borde de la estrella; las oscuras y retorcidas bandas de filamentos; y las manchas solares, hundidas y negruzcas, con sus profundidades umbrías y sus flujos en penumbra.
La topografía del sol tenía una variedad y una textura casi infinitas. Desde destellos demasiado rápidos para que el ojo los captara, hasta giros leves y majestuosos, todo cuanto podía ver estaba en movimiento.
Aunque los rasgos principales cambiaban poco de una hora a la siguiente, Jacob podía distinguir incontables movimientos menores. Los más rápidos eran las pulsaciones de bosques de altas y estiradas «espículas» en torno a los bordes de las grandes células moteadas. Las pulsaciones tenían lugar en cuestión de segundos. Sabía que cada espícula cubría miles de kilómetros cuadrados.
Jacob había pasado un buen rato en el telescopio de la parte invertida de la Nave Solar, contemplando cómo las espículas fluctuantes de plasma supercalentado salían de la fotosfera como rápidas oleadas, liberándose de las grandes olas de sonido y materia gravitatoria del sol que componían la corona y el viento solar.
Dentro de los límites de las espículas, las grandes células granuladas latían en complicados ritmos mientras el calor de abajo terminaba su viaje de un millón de años para escapar súbitamente en forma de luz.
Éstas se agrupaban a su vez en gigantescas células, cuyas oscilaciones eran los modelos básicos del sol casi perfectamente esférico, el sonido de una campana estelar.
Por encima de todo, como un ancho mar rugiendo sobre el suelo oceánico, se encontraba la cromosfera.
La analogía podía ser exagerada, pero se podía pensar que las turbulentas zonas situadas sobre las espículas eran arrecifes de coral, y las hileras de filamentos deshilacliados que seguían a todas partes los caminos de los campos magnéticos, como lechos de algas que se mecían suavemente con la marea. ¡No importaba que cada arco rosado tuviera muchas veces el tamaño de la Tierra!
Una vez más, Jacob apartó los ojos de la esfera ardiente. Voy a ser un completo inútil si sigo mirando de esta forma, pensó. Me pregunto cómo lo resisten los demás.
Todo el suelo de observación era visible desde su posición, a excepción de una pequeña sección al otro lado de la cúpula en el Centro.
Una abertura en un lado de la cúpula central permitió que la luz entrara en la cubierta. En ella apareció la silueta de un hombre, seguido de una mujer alta. Jacob no tuvo que esperar a que sus ojos se adaptaran para conocer los contornos de la comandante deSilva.
Helene sonrió mientras se acercaba y se sentó con las piernas cruzadas junto a él.
—Buenos días, señor Demwa. Espero que haya dormido bien esta noche. Será un día agotador.
Jacob se echó a reír.
—Es la tercera vez que habla como si aquí existiera la noche. No me voy a creer que tenemos un bello amanecer. —Señaló al sol, que cubría la mitad del cielo.
—La rotación de la nave para crear ocho horas de noche permite una oportunidad de dormir —dijo ella.
—No tenía por qué molestarse. Puedo dormir en cualquier momento. Es mi cualidad más valiosa.
La sonrisa de Helene se amplió.
—No fue ninguna molestia. Pero, ya que lo menciona, siempre ha sido una tradición de los helionautas rotar la nave una vez antes del descenso final y decir que es de noche.
—¿Ya tienen tradiciones? ¿Después de sólo dos años?
— ¡Oh, esta tradición es mucho más antigua! Se remonta a la época en que nadie podía imaginar otra forma de visitar el sol más que... —Hizo una pausa.
Jacob se echó a reír en voz alta.
— ¡Más que hacerlo de noche, cuando no hace tanto calor!
— ¡Lo acertó!
—Elemental, mi querido Watson.
Ahora fue ella la que se echó a reír.
—De hecho, estamos creando una sensación de tradición entre los que hemos bajado a Helios. Tenemos el Club de los Tragafuegos. Ya le iniciarán en Mercurio. Desgraciadamente, no puedo decirle en qué consiste la iniciación... ¡pero espero que sepa nadar!
—No veo ningún lugar dónde esconderme, comandante. Me sentiré orgulloso de convertirme en un tragafuegos.
—¡Bien! Y no olvide que todavía me debe esa historia sobre cómo salvó a la Aguja Finnilia. Nunca le he dicho cuánto me alegré al ver esa monstruosidad cuando regresó la Calypso, y quise conocer al hombre que la conservó.
Jacob miró más allá de la comandante de la Nave Solar. Por un momento le pareció oír el ulular del viento, y a alguien llamando... una voz gritando palabras indescifrables mientras caía... Se estremeció.
—Oh, se la reservaré. Es demasiado personal para contarla en una de esas reuniones de anécdotas. Hubo otra persona impilcada en la salvación de las agujas, alguien de quien tal vez le guste oír hablar.
Había algo en la expresión de Helene deSilva, algo compasivo, que implicaba que ya sabía lo que le había sucedido en Ecuador, y que le dejaría hablar de ello a su tiempo.
—Lo espero ansiosamente. Y ya sé qué voy a contarle. Trata de los pájaros cantores de Omnivarium. Parece que el planeta es tan silencioso que los colonos humanos tienen que tener mucho cuidado de que los pájaros no empiecen a imitar cualquier ruido que hagan. ¡Esto tiene un interesante efecto en las costumbres de apareamiento de los colonos, sobre todo entre las mujeres, dependiendo de que quieran anunciar las «habilidades» de su compañero a la antigua usanza o ser discretas!
»Pero ahora debo volver a mi trabajo. Y desde luego no quiero revelar toda la historia. Ya le avisaré cuando lleguemos a la primera turbulencia.
Jacob se puso en pie con ella y se quedó mirándola mientras se dirigía a la estación de mando. Medio sumergido en la cromosfera solar era probablemente un lugar extraño para maravillarse por la forma en que andaba una mujer, pero hasta que ella no desapareció de la vista no sintió ningún deseo de apartar los ojos. Admiraba la flexibilidad que los miembros del cuerpo interestelar inculcaban a sus extremidades.
Era probable que ella lo hiciera a propósito. Cuando no interfería con su trabajo, estaba claro que Helene deSilva cultivaba la libido como hobby.
No obstante, había algo extraño en su conducta hacia él. Parecía confiar en Jacob más de lo que se merecía por las pequeñas contribuciones que había hecho en Mercurio y en sus pocas conversaciones amistosas. Tal vez perseguía algo, aunque no podía imaginar qué.
Por otro lado, tal vez la gente intimaba de forma más natural cuando ella abandonó la Tierra para hacer el gran Salto en la Calypso. Una persona educada en una Colonia O'Niel, en un período de introspección causado por el empobrecimiento político, podría estar más dispuesta a confiar en sus instintos que un hijo de la individualista Confederación.
Se preguntó qué le habría dicho Fagin sobre él.
Jacob se dirigió a la cúpula central, cuya pared exterior contenía un pequeño cubículo.
Al salir se sintió mucho más despierto. Al otro lado de la cúpula, junto a las máquinas de comida y bebida, encontró a la doctora Martine y a los dos alienígenas bípedos. Ella le sonrió, y los ojos de Culla resplandecieron de amistad. Incluso Bubbacub gruñó un saludo a través de su vodor.
Pulsó los botones para pedir un zumo de naranja y una tortilla.
—¿Sabe, Jacob? Anoche se acostó demasiado temprano. Pil Bubbacub nos estuvo contando algunas historias increíbles. ¡Eran sorprendentes, de verdad!
Jacob se inclinó levemente ante Bubbacub.
—Pido disculpas, Pil Bubbacub. Estaba muy cansado, pues de lo contrario me habría encantado oír más cosas sobre los grandes galácticos, en especial sobre los gloriosos pila. Estoy seguro de que las historias son inagotables.
Martine se envaró al oírle, pero Bubbacub se hinchó de satisfacción. Jacob sabía que sería peligroso insultar al pequeño alienígena. Pero ya había supuesto que el embajador no consideraría un insulto ninguna acusación de arrogancia. Jacob no pudo resistir la broma inofensiva.
Martine insistió en que comiera con ellos, pues los asientos ya habían sido colocados para la cena. Dos de los cuatro tripulantes de la comandante deSilva comían cerca.
—¿Ha visto alguien a Fagin? —preguntó Jacob.
La doctora Martine sacudió la cabeza.
—No, me temo que lleva más de doce horas en la parte invertida. No sé por qué no viene.
No era propio de Fagin mostrarse reticente. Cuando Jacob fue al hemisferio de los instrumentos para usar el telescopio y encontró allí al kantén, Fagin apenas dijo una palabra. Ahora la comandante había puesto el otro lado de la nave fuera de los límites de todo el mundo menos del E.T., quien lo ocupaba solo.
Si no tengo noticias de Fagin para la hora de la comida, voy a pedir una explicación, pensó Jacob.
Martine y Bubbacub conversaban. De vez en cuando Culla decía una o dos palabras, siempre con el respeto más untuoso. El pring parecía tener siempre un liquitubo entre sus giganteseos labios. Sorbía lentamente, y consumió con firmeza el contenido de varios tubos mientras Jacob comía.
Bubbacub se puso a contar una historia de un Antepasado suyo, un miembro de la raza soro que, aproximadamente un millón de años antes, había tomado parte en uno de los contactos pacíficos entre la laxa civilización de respiradores de oxígeno y la misteriosa cultura paralela de las razas respiradoras de hidrógeno que coexistían en la galaxia.
Durante eones hubo poca o ninguna comprensión entre hidrógeno y oxígeno. Cada vez que se producía un conflicto entre ambos, moría un planeta. A veces más. Era una suerte que casi no tuvieran nada en común, así que los conflictos eran raros.
La historia era larga y complicada, pero Jacob tuvo que admitir que Bubbacub era un narrador soberbio. Podía resultar encantador y gracioso, siempre que controlara el centro de atención.
Jacob permitió que su imaginación divagara mientras el pil describía vividamente aquellas cosas que sólo un puñado de hombres habían probado: la infinita belleza de las estrellas, y la variedad de cosas que habitaban en multitud de planetas. Empezó a envidiar a Helene deSilva.
Bubbacub sentía intensamente la causa de la Biblioteca. Era el vehículo de conocimiento y de una tradición que unificaba a todos los que respiraban oxígeno. Proporcionaba continuidad y aún más, pues sin la Biblioteca no podía haber puentes entre las especies. Las guerras no se librarían con restricciones, sino hasta la aniquilación. Los planetas quedarían arruinados por ser usados en exceso.
La Biblioteca, y los otros Institutos desperdigados, ayudaban a impedir el genocidio entre sus miembros.
La historia de Bubbacub llegó a su climax y el pil concedió a su asombrada audiencia unos instantes de silencio. Por fin preguntó a Jacob si le importaría honrarlos con un relato propio.
Jacob se quedó sorprendido. Según los niveles humanos, tal vez hubiera llevado una vida interesante, pero desde luego no era sobresaliente. ¿Qué podría hablar sobre historia? Al parecer, las reglas decían que tenía que tratarse de una experiencia personal, o de una aventura de un antepasado.
Sudando, Jacob pensó en contar un relato de alguna figura histórica; tal vez Marco Polo o Mark Twain. Pero a Martine probablemente no le interesaría.
Y estaba la participación que su abuelo Alvarez había tenido en el Vuelco. Pero esa historia estaba cargada de tintes políticos y Bubbacub consideraría que la moraleja era subversiva. Su mejor historia era su propia aventura en la Aguja Finnilia, pero eso era demasiado personal, demasiado cargado de dolorosos recuerdos para compartirlos aquí y ahora. Además, se la había prometido a Helene deSilva.
Lástima que LaRoque no estuviera aquí. El relamido hombrecito habría podido hablar seguramente hasta que los fuegos del sol se apagaran.
Una idea traviesa asaltó a Jacob. Había un personaje histórico que era antepasado directo suyo y cuya historia podría ser suficientemente relevante. Lo divertido era que la historia podía ser interpretada a dos niveles. Se preguntó hasta qué punto podía ser obvio sin que algunos oyentes se molestaran.
—Bueno, hay un hombre de la historia de la Tierra del que me gustaría hablar — empezó a decir lentamente—. Es interesante porque estuvo implicado en un contacto entre una cultura y tecnología «primitivas» y otra que podía aniquilarla en casi todos los aspectos. Naturalmente, todos conocen la situación. Desde el Contacto, los historiadores no han hablado de otra cosa.
»El destino del indio americano es la moralidad de esta época. Las viejas películas del siglo xx donde se glorifica al «noble piel roja» hoy sólo se ven para reírse. Como Millie nos recordó allá en Mercurio, y como todo el mundo sabe en casa, el piel roja hizo el trabajo más pobre de cualquiera de las culturas impactadas para adaptarse a la llegada de los europeos. Su orgullo le impidió estudiar los poderosos medios del hombre blanco hasta que fue demasiado tarde, exactamente lo contrario a la exitosa «cooperación» hecha por Japón a finales del siglo xix... el ejemplo de la facción «adáptate y sobrevive» sigue señalando a todos los que quieran escuchar hoy en día.
Los tenía. Los humanos le observaban en silencio. Los ojos de Culla brillaban. Incluso Bubbacub, que rara vez prestaba atención, no le quitaba los ojillos de encima. Martine dio un respingo cuando mencionó la facción «A & S». Un dato.
Si LaRoque estuviera aquí, no le importaría lo que voy a decir, pensó Jacob. ¡Pero la desazón de LaRoque no sería nada comparada con la de sus parientes Álvarez si le oyeran hablar de esta forma!
—Por supuesto, el fallo de los amerindios para adaptarse no fue por completo culpa suya —continuó Jacob—. Muchos estudiosos piensan que las culturas del hemisferio occidental se hallaban en un bache histórico que coincidió, desgraciadamente, con la llegada de los europeos. De hecho, los pobres mayas acababan de terminar una guerra civil en la que se habían trasladado al campo abandonando sus ciudades, y a sus príncipes y sacerdotes, para que se pudrieran. Cuando llegó Colón, los templos estaban casi desiertos. Naturalmente, la población se había duplicado y la prosperidad y el comercio se habían cuatriplicado durante la «Edad Dorada de los Mayas», pero eso apenas es una medida válida de las culturas.
Con cuidado, chico. No te pases de irónico.
Jacob advirtió que uno de los tripulantes, un tipo llamado Dubrowsky, se separaba de los demás. Sólo Jacob pudo ver la mueca sardónica en su rostro. Todos los demás parecían escuchar con tranquilo interés, aunque era difícil decirlo en el caso de Culla y Bubbacub.
—Este antepasado mío era amerindio. Se llamaba Se-quo-yi, y era miembro de la nación cherokee.
»Los cherokee vivieron casi siempre en el estado de Georgia. Ya que éste se encuentra en la Costa Este de América, los cherokee tuvieron aún menos tiempo que los otros indios para prepararse a tratar con el hombre blanco. Con todo, lo intentaron a su modo. Su intento no fue tan grandioso ni tan completo como el de los japoneses, pero no obstante lo intentaron.
»Se adaptaron rápidamente a la tecnología de sus vecinos. Las cabañas de troncos reemplazaron a las chozas y las herramientas de hierro y las forjas se convirtieron en parte de la vida cherokee. Pronto aprendieron el uso de la pólvora, y los métodos europeos para sembrar. Aunque a muchos no les gustó la idea, la tribu llegó a dedicarse al comercio de esclavos.
»Eso fue después de que fueran masacrados en dos guerras. Cometieron el error de apoyar a los franceses en 1765, y luego apoyaron a la corona inglesa durante la primera Revolución Americana. Incluso así, tuvieron una pequeña república en la primera mitad del siglo xix, en parte porque varios jóvenes cherokee habían aprendido lo suficiente del conocimiento del hombre blanco para convertirse en abogados. Junto con sus primos iroqueses del norte, se adaptaron bastante bien.
»Durante una temporada.
»Llega mi antepasado. Se-quo-yi era un hombre al que no le gustaban ninguna de las opciones que se ofrecían a su pueblo: continuar siendo nobles salvajes y ser aniquilados, o adaptarse por completo al modo de vida de los colonos y desaparecer como pueblo. En concreto, vio el poder de la palabra escrita, pero pensó que los indios estarían siempre en desventaja si tenían que aprender inglés para ser cultos.
Jacob se preguntó si alguien haría la conexión, comparando la situación a la que se enfrentaron Se-quo-yi y los cherokee con el momento actual de la humanidad, vis-á-vis con la Biblioteca.
Juzgando por la expresión del rostro de Martine, al menos una persona se sorprendió al oír una narración histórica tan larga de boca de Jacob Demwa, normalmente tan silencioso. No había forma de que pudiera conocer las largas lecciones de historia y oratoria, después del colegio, que había soportado junto con los otros niños Álvarez. Aunque era la oveja negra de la familia y se había mantenido apartado de la política, todavía conservaba algunas de las habilidades.
—Bien, Se-quo-yi resolvió el problema para su propia satisfacción inventando una forma escrita del lenguaje cherokee. Fue una tarea hercúlea, conseguida a costa de episodios de tortura y exilio, pues muchos en su tribu se resistieron a sus esfuerzos. Pero cuando terminó, toda la literatura y la tecnología quedó disponible, no sólo para el intelectual que pudiera estudiar inglés durante años sino también para el cherokee de inteligencia media.
»Pronto incluso los asimilacionistas aceptaron el trabajo del genio de Se-quo-yi. Su victoria estableció el tono para las siguientes generaciones de cherokee. Este pueblo, el único amerindió cuyo principal héroe fue un intelectual y no un guerrero, decidió ser selectivo.
»Y ese fue su gran error. Si hubieran dejado que los misioneros locales los convirtieran en una imitación de los colonos, probablemente habrían podido mezclarse con la burguesía y los europeos los habrían considerado como un tipo levemente inferior de hombre blanco.
»En cambio pensaron que podrían convertirse en indios modernos, conservando los elementos esenciales de su antigua cultura... Obviamente, había una contradicción en los términos.
»Con todo, algunos estudiosos piensan que podrían haberlo conseguido. Las cosas iban bien hasta que un grupo de hombres blancos descubrió oro en tierras cherokee. Eso excitó mucho a los colonos. Promulgaron una ley para declarar que la tierra era suya.
»Entonces los cherokee hicieron algo extraño, algo que no se explicó adecuadamente hasta cien años después. ¡La nación india llevó a la legislatura de Georgia a los tribunales por apropiarse de sus tierras! Recibieron ayuda de algunos blancos que simpatizaban con ellos y consiguieron llevar el caso al Tribunal Supremo de Estados Unidos.
»El Tribunal declaró que la expropiación era ilegal. Los cherokee pudieron conservar sus tierras.
»Pero es aquí donde lo incompleto de su adaptación les falló. Como no habían hecho ningún intento importante por encajar en la estructura básica de una sociedad superior, los cherokee no tenían ningún poder político para apoyar lo justo de su causa. Confiaron y usaron con inteligencia las altas y honorables leyes de la nueva nación, pero no advirtieron que la opinión pública tiene tanta fuerza como la ley.
»Para la mayoría de sus vecinos blancos no eran más que otra tribu de indios. Cuando Andy Jackson mandó al infierno al Tribunal y envió al Ejército a expulsar a los cherokee, no les quedó nadie a quien volverse.
»Así, el pueblo de Se-quo-yi tuvo que hacer las maletas y recorrer el trágico Sendero de las Lágrimas hacia un nuevo «territorio indio», en unas tierras que ninguno de ellos había visto jamás.
»La historia del Sendero de las Lágrimas es una epopeya de valor y capacidad de aguante. Los sufrimientos de los cherokee durante esa larga marcha fueron profundos y tristes. De ellos surgieron historias muy conmovedoras, así como una tradición de fuerza en medio de las privaciones que ha afectado al espíritu de ese pueblo desde entonces hasta nuestros días.
»Esa expulsión no fue el último trauma que cayó sobre los cherokee.
»Cuando Estados Unidos libraron su Guerra Civil, los cherokee hicieron lo mismo. Los hermanos se mataron entre sí cuando los Voluntarios Indios Confederados se enfrentaron a la Brigada India de la Unión. Lucharon tan apasionadamente como las tropas blancas, incluso con más disciplina. Y en el conflicto sus nuevos hogares fueron arrasados.
»Más tarde hubo problemas con bandas de ladrones, enfermedades, y más expropiaciones de tierras. En su estoicismo, llegaron a ser conocidos como los "judíos americanos". Mientras algunas de las otras tribus se disolvían llenas de desesperación y apatía, ante los crímenes cometidos contra ellos, los cherokee mantuvieron su tradición de confianza en sí mismos.
»Se-quo-yi fue recordado. Tal vez por simbolismo con el orgullo de los cherokee, dieron su nombre a un cierto tipo de árbol que crece en los neblinosos bosques de California. El árbol más alto del mundo.
»Pero todo esto nos aparta de la estupidez de los cherokee. Pues aunque su orgullo les ayudó a sobrevivir a los estragos del siglo xix y el desprecio del xx, les impidió participar en la Consolidación India del xxi. Rehusaron las "reparaciones culturales" ofrecidas por los gobiernos americanos justo antes del principio de la Burocracia, riquezas amontonadas sobre los restos de la Nación India para salvar las delicadas conciencias del público culto y educado en una era que hoy, irónicamente, es conocida como "verano indio" de América.
»Se negaron a establecer Centros Culturales para ejecutar antiguas danzas y rituales. Mientras otros revitalistas amerindios resucitaron artes precolombinas «para recuperar el contacto con su herencia», los cherokee preguntaron por qué tendrían que estar rescatando Modelos T cuando podrían estar construyendo su propia versión especial de la cultura americana del siglo xxi.
»Junto con los mohawks y grupos dispersos de otras tribus, cambiaron su "Consolidación" y la mitad de sus riquezas tribales para participar en la Liga de Potencias Satélites. El orgullo de sus jóvenes se destinó a ayudar a construir ciudades en el espacio, igual que sus abuelos habían ayudado a construir las grandes ciudades de América. Los cherokee rehusaron una oportunidad de ser ricos a cambio de una parte del cielo.
»Y una vez más pagaron terriblemente su orgullo. Cuando la Burocracia inició su supresión, la Liga se rebeló. Aquellos brillantes jóvenes, el tesoro de su nación, murieron a millares junto con sus hermanos en el espacio, descendientes de Andy Jackson y los esclavos de Andy Jackson. Las ciudades de la Liga fueron diezmadas. Se permitió que los supervivientes vivieran en el espacio sólo porque tenía que haber algunos para mostrar cómo vivir a los reemplazos que la Burocracia había escogido cuidadosamente.
»También los cherokee sufrieron en la Tierra. Muchos tomaron parte en la Revuelta Constitucionalista. Fueron la única nación india castigada por los vencedores como grupo, junto con los vietams, y los minnesotanos. El Segundo Sendero de las Lágrimas fue tan triste como el primero. Esta vez, sin embargo, tuvieron compañía.
»Naturalmente, pasó la primera generación de implacables líderes de la Burocracia, y llegó la era de los auténticos burócratas. La Hegemonía se preocupó más por la productividad que por la venganza. La Liga se reconstruyó bajo supervisión y una rica cultura nueva se desarrolló en las Colonias O'Niel, influida por los supervivientes de los constructores originales.
»En la Tierra, los cherokee todavía resisten, mucho después de que muchas tribus hayan sido absorbidas por la cultura cosmopolita o se hayan convertido en bichos raros. Todavía no han aprendido la lección. Tengo entendido que su último plan demencial es un proyecto conjunto con los vietams e Israel-Apu para intentar terraformar Venus. Ridículo, por supuesto.
»Pero todo esto nos desvía del tema. Si mi antepasado Se-quo-yi y los suyos se hubieran adaptado completamente a los modos del hombre blanco, podrían haber ganado un pequeño lugar en su cultura y habrían sido absorbidos en paz, sin sufrimiento. Si hubieran resistido con indiscriminada testarudez, igual que muchos de sus vecinos amerindios, habrían seguido sufriendo, pero por fin habrían conseguido un lugar, gracias a la «amabilidad» de una generación posterior de hombres blancos.
»En cambio, intentaron hallar una síntesis entre los aspectos buenos y poderosos de la civilización occidental y su propia herencia. Experimentaron y fueron picajosos.
Incordiaron y protestaron por la comida durante seiscientos años, y por esa causa sufrieron más que ninguna otra tribu.
»La moraleja de esta historia debería ser obvia. Los humanos nos enfrentamos a una opción similar a la de los amerindios, la de ser picajosos o aceptar plenamente la cultura de millones de años que se nos ofrece a través de la Biblioteca. Que todos aquellos que insisten en lo primero recuerden la historia de los cherokee. Su camino ha sido largo, y aún no ha acabado.
Cuando Jacob hubo terminado su relato se produjo un largo silencio. Bubbacub siguió contemplándolo con sus ojillos negros. Culla se le quedó mirando fijamente. La doctora Martine miró al suelo, con el ceño fruncido.
El tripulante Dubrowsky, se quedó atrás. Estaba cruzado de brazos y se tapaba la boca con la mano. Había arrugas en torno a sus ojos: ¿traicionaba aquello una risa silenciosa?
Debe de ser miembro de la Liga, pensó Jacob. El espacio está infectado de ellos. Espero que mantenga la boca cerrada. Ya he corrido suficiente riesgo.
Sentía la garganta reseca. Dio un largo sorbo al liquitubo de zumo de naranja que había guardado del desayuno.
Bubbacub colocó finalmente las manos detrás del cuello y se enderezó. Miró a Jacob durante un instante.
—Buena his-toria —chascó—. Le pediré que me la gra-be, cuando vol-vamos. Tiene una buena lec-ción para la gente de la Tierra.
»Pero hay al-gunas preguntas que qui-siera hacer. Ahora o más tar-de. Algunas cosas que no com-prendo.
—Como desee, Pil Bubbacub. —Jacob inclinó la cabeza, intentando ocultar su sonrisa. ¡Tenía que cambiar rápidamente de tema, antes de que Bubbacub empezara a preguntar detalles! Pero, ¿cómo?
—Yo también he disfrutado con la historia de mi amigo Jacob —trinó una voz sibilante tras ellos—. Me acerqué tan silenciosamente como pude. Me alegra que mi presencia no perturbara el relato.
Jacob se puso en pie, aliviado.
— ¡Fagin!
Todo el mundo se puso en pie mientras el kantén se deslizaba hacia ellos. Bajo la luz de rubí, parecía completamente negro. Sus movimientos eran negros.
—¡Quisiera ofrecer mis disculpas! Mi ausencia era inevitable. La Comandante permitió graciosamente que entrara más radiación por las pantallas, para que pudiera nutrirme. Pero lógicamente era necesario que lo hiciera sólo en la sección invertida y sin ocupar de la nave.
—Es verdad —rió Martine—. ¡No queremos quemarnos aquí dentro!
—Cierto. Sin embargo, me sentí solo allí. Me alegro de volver a tener compañía.
Los bípedos se sentaron y Fagin se colocó en la cubierta. Jacob aprovechó la oportunidad para salir del lío.
—Fagin, hemos estado contando algunas historias mientras esperamos. ¿Por qué no nos cuentas algo sobre el Instituto del Progreso?
El kantén agitó su follaje. Hubo una pausa.
—Ay, Amigo-Jacob. Contrariamente al de la Biblioteca, el Instituto del Progreso no es una sociedad importante. El mismo nombre es una pobre traducción. No hay ninguna palabra en vuestro idioma para representarlo adecuadamente.
»Nuestra pequeña orden fue fundada para cumplir una de las menores misiones que los Progenitores impusieron sobre las razas más antiguas cuando abandonaron la galaxia. Dicho con crudeza, se nos impuso el deber de respetar la "novedad".
»Puede ser difícil para una especie tan joven como la vuestra, huérfanos como si dijéramos, que no ha sentido hasta hace poco los lazos agridulces de relación y obligación tutor-pupilo, comprender el conservadurismo inherente a nuestra cultura galáctica. Este conservadurismo no es malo porque entre tanta diversidad creer en la Tradición y en la herencia común es una buena influencia. Las razas jóvenes oyen las palabras de las más viejas, que han aprendido sabiduría y paciencia con los años.
»Podríamos decir, usando una expresión terrestre, que sentimos un profundo aprecio por nuestras raíces.
Sólo Jacob advirtió que Fagin se agitó levemente en este punto. El kantén cruzaba y descruzaba los nudosos tentáculos que le servían de pies. Jacob intentó no ahogarse con el zumo de naranja que se le había atragantado.
—Pero también existe la necesidad de afrontar el futuro —continuó Fagin—. Y en su sabiduría, los Progenitores advirtieron a los más antiguos para que no despreciaran a lo que es nuevo bajo el sol.
La silueta de Fagin se recortaba contra el gigantesco orbe rojo, su destino. Jacob sacudió la cabeza, impotente.
—Así que cuando se corrió la voz de que alguien había encontrado a un puñado de salvajes chupando de la teta de una loba, vinisteis corriendo, ¿no?
El follaje de Fagin volvió a agitarse.
—Muy gráfico, Amigo-Jacob. Pero tu resumen es esencialmente correcto. La Biblioteca tiene la importante misión de enseñar a las razas de la Tierra lo que necesitan conocer para sobrevivir. Mi Instituto tiene la misión más humilde de apreciar vuestra novedad.
—Kant Fagin —intervino la doctora Martine—, ¿ha sucedido esto antes, que usted sepa? Me refiero a si ha habido alguna vez un caso de una especie que no tenga recuerdos de una Creación Ancestral y haya salido a la galaxia por su propia cuenta, como hicimos nosotros.
—Sí, respetada doctora Martine. Ha sucedido varias veces. El espacio es inimaginablemente grande. Las migraciones periódicas de las civilizaciones de oxígeno e hidrógeno cubren grandes distancias, y rara vez se explora por completo un área colonizada. A menudo, en estos grandes movimientos, un fragmento diminuto de una raza, apenas surgida del bestialismo, ha sido abandonado por sus tutores para que encuentre su camino a solas. Esos abandonos son normalmente vengados por los pueblos civilizados...
El kantén vaciló. De repente, Jacob advirtió con sorpresa por qué, mientras Fagin se apresuraba a continuar.
—Pero puesto que normalmente estos raros casos se producen en épocas de migración, existe un problema añadido. La raza expósita puede desarrollar burdos rudimientos espaciales a partir de fragmentos de la tecnología de sus tutores, pero para cuando entre en el espacio interestelar, su parte de la galaxia puede estar bajo Interdicto. Sin saberlo puede caer presa de los respiradores de hidrógeno a quienes puede tocarles el turno de ocupar ese brazo en espiral o ese conjunto de estrellas.
»Sin embargo, esas especies se encuentran ocasionalmente. A menudo los huérfanos conservan vividos recuerdos de sus tutores. En algunos casos, mitos y leyendas han ocupado el lugar de los hechos. Pero la Biblioteca es casi siempre capaz de localizar la verdad, pues en ella están almacenadas nuestras verdades.
Fagin agitó varias ramas en dirección de Bubbacub. El Pil lo reconoció con una inclinación amistosa.
—Por eso esperamos con gran expectación el descubrimiento del motivo de que no haya ninguna mención a la Tierra en este gran archivo —continuó Fagin—. No hay ninguna lista, ningún archivo de ocupaciones previas, a pesar de las cinco migraciones completas que han atravesado esta región desde la marcha de los Progenitores.
Bubbacub se quedó inmóvil. Los ojillos negros observaron al kantén con ferocidad, pero Fagin pareció no advertirlo, pues siguió hablando.
—Que yo sepa, la humanidad es el primer caso donde existe la intrigante posibilidad de una inteligencia evolucionada. Tengo la seguridad de que ya saben que esta idea viola varios principios bien establecidos de nuestra ciencia biológica. Sin embargo, algunos de los argumentos de sus antropólogos poseen una sorprendente autoconsistencia.
—Es una idea extraña —despreció Bubbacub—. Como el movimiento per-petuo, esas re-clamaciones que hacen aquellos a quienes llaman «pieles». Las teorías sobre el crecimiento «natural» de la in-teligencia son fuente de muchos chistes, huma-no-Jacob-Demwa. Pero pronto la Bi-blioteca dará a su preocu-pa-da raza lo que necesita: ¡El consuelo de saber de dónde proceden!
El bajo zumbido de los motores de la nave se hizo más fuerte, y por un segundo Jacob sintió una leve desorientación.
—Atención todo el mundo. —La voz amplificada de la comandante deSilva resonó por toda la nave—. Acabamos de cruzar el primer arrecife. A partir de ahora habrá sacudidas momentáneas como ésa. Les informaré cuando nos acerquemos a nuestro objetivo. Eso es todo.
El horizonte del sol era ahora casi plano. Alrededor de toda la nave un amasijo rojo y negro de formas se extendía hasta el infinito. Más y más filamentos se igualaban con la nave para convertirse en prominencias contra lo que quedaba de la negrura del espacio y desaparecer luego en la bruma rojiza que crecía sobre sus cabezas.
El grupo se dirigió, por mutuo acuerdo, al borde de la cubierta, para así poder mirar directamente la cromosfera inferior. Permanecieron en silencio durante un rato, observando, mientras la cubierta se sacudía de vez en cuando.
—Doctora Martine —dijo Jacob—. ¿Están preparados Pil Bubbacub y usted para llevar a cabo sus experimentos?
Ella señaló un par de cofres espaciales en la cubierta, cerca del puesto de Bubbacub y el suyo propio.
—Lo tenemos todo aquí. He traído el equipo psi que utilicé en anteriores inmersiones, pero principalmente ayudaré a Pil Bubbacub en lo que pueda. Mis amplificadores de ondas cerebrales y aparatos-Q parecen huesecillos y hojas de té en comparación con lo que él trae. Pero intentaré servir de ayuda.
—Su ayuda será re-cibida con a-grado —dijo Bubbacub. Pero cuando Jacob pidió ver los aparatos de pruebas-psi del pil, éste alzó su mano de cuatro dedos—. Más tarde, cuando estemos preparados.
Jacob volvió a sentir el antiguo picor en las manos. ¿Qué tiene Bubbacub en esos cofres? La Sucursal de la Biblioteca no contiene nada sobre fenómenos psi. Algo de fenomenología, pero muy poco de metodología.
¿Qué sabe una cultura galáctica de mil millones de años sobre los profundos niveles fundamentales que todas las especies inteligentes parecen tener en común? Al parecer no lo saben todo, pues los galácticos todavía operan en este plano de la realidad. Y sé con certeza que algunos de ellos no son más telépatas que yo.
Había rumores de que las especies más antiguas desaparecían periódicamente de la galaxia. A veces por agotamiento, guerra o indiferencia, pero también simplemente «marchándose», desapareciendo en intereses y conductas que no tenían ningún significado para sus pupilos o vecinos.
¿Por qué no tiene nuestra Sucursal de la Biblioteca nada sobre esos temas, ni de los aspectos prácticos de los fenómenos psi?
Jacob frunció el ceño y cruzó las manos. No, decidió. ¡Voy a dejar tranquilo el cofre de Bubbacub!
La voz de Helene deSilva volvió a sonar por el intercomunicador.
—Nos acercaremos al objetivo en treinta minutos. Los que lo deseen pueden acercarse ahora a la Cámara del Piloto para obtener una buena visión de nuestro destino.
El resto del sol pareció oscurecerse levemente mientras sus ojos se adaptaban al brillo de la zona. Las fáculas eran puntos brillantes, destellando intermitentemente en las profundidades. A alguna distancia indeterminada se extendía un gran grupo de manchas solares. El punto más cercano parecía la boca abierta de una mina, un hueco hundido en la «superficie» granulosa de la fotosfera. La oscura sombra estaba muy quieta, pero las regiones en penumbra alrededor del borde de la mancha solar se agitaban incesantemente hacia afuera, como las ondas provocadas por una piedra en un lago. La frontera era vaga, como una cuerda de piano vibrando.
Arriba y en derredor gravitaba la enorme forma de una maraña de filamentos. Tenía que ser una de las cosas más grandes que Jacob había visto en su vida. Nubes gigantescas rebullían y fluían, siguiendo las líneas de campos magnéticos que se mezclaban, se retorcían, y se enroscaban unas en otras, para desaparecer luego convertidas «en aire».
Alrededor de ellos había ahora un remolino de formas más pequeñas, casi invisible, pero que excluía la cómoda negrura del espacio en una bruma rosada.
Jacob se preguntó cómo describiría un escritor esta escena. A pesar de todos sus defectos, LaRoque tenía fama por su facilidad de expresión. Jacob había leído algunos de sus artículos y había disfrutado de la fluida prosa, aunque se hubiera reído de sus conclusiones. Aquí había una escena que exigía un poeta, fuera cual fuera su ideología. Lamentó que LaRoque no estuviera presente... por más de un motivo.
—Nuestros instrumentos han detectado una anómala fuente de luz polarizada. Ahí es donde empezaremos nuestra búsqueda.
Culla se acercó al borde de la cubierta y contempló con determinación un punto que le señaló uno de los tripulantes.
Jacob le preguntó a la comandante qué estaba haciendo.
—Culla puede detectar el color con más precisión que nosotros —dijo deSilva—. Puede ver diferencias en la longitud de ondas hasta casi un angstrom. También es capaz de retener la fase de luz que ve. Un fenómeno de interferencia, supongo. Pero eso le hace ideal para detectar la luz coherente que producen esas bestias láser. Casi siempre es el primero en verlas.
Las mandíbulas de Culla chascaron una vez. Señaló.
—Eshtá allí —dijo—. Hay muchosh puntosh de luz. Esh un rebaño grande, y creo que también hay pashtoresh.
DeSilva sonrió, y la nave apresuró su maniobra.
VIDA, MUERTE...
En el centro del filamento, la Nave Solar se movía como un pez capturado en un rápido. La corriente era eléctrica, y la marea que agitaba la esfera era un plasma magnetizado de increíble complejidad.
Protuberancias e hilillos de gas ionizado surcaban de un lado a otro, retorcidos por las fuerzas que creaba a su mismo paso. Flujos de materia brillante aparecían y desaparecían súbitamente, mientras el efecto Doppler tomaba las líneas de emisión del gas y luego las sacaba de la coincidencia con la línea espectral que se usaba como observación.
La nave se bamboleaba a través de los turbulentos vientos de la cromosfera, absorbiendo las fuerzas de plasma con sutiles cambios de sus propios campos magnéticos, navegando con velas hechas de matemáticas casi corpóreas. Los rayos que se enroscaban y crecían en esos campos de fuerza (permitiendo que la tensión de los remolinos en conflicto cayera en una dirección y luego en la otra), ayudaban a recortar las sacudidas de la tormenta.
Esos mismos escudos mantenían fuera la mayor parte del ululante calor, diversificando el resto en formas tolerables. El que pasaba era absorbido en una cámara para alimentar el Láser Refrigerador, el riñon que filtraba el flujo de rayos que apartaba incluso el plasma en su camino.
Sin embargo, todo esto no eran más que invenciones de los terrícolas. Lo que hacía que la nave fuera grácil y segura era la ciencia de los galácticos. Los campos gravitatorios repelían el amoroso y aplastante tirón del sol, de forma que la nave caía o volaba a voluntad. Las fuerzas resonantes en el centro del filamento eran absorbidas o neutralizadas, y la duración misma era alterada por tempo-compresión.
En relación con un punto fijo del sol (si es que eso existía), se movía a lo largo del arco magnético a miles de kilómetros por hora. Pero en relación a las nubes que la rodeaban, la nave parecía abrirse paso lentamente, persiguiendo un objetivo apenas entrevisto.
Jacob contemplaba el abismo con un ojo y observaba a Culla con el otro. El alto alienígena era el vigía de la nave. Se encontraba junto al timonel, con los ojos brillantes, señalando la oscuridad.
Las direcciones de Culla eran sólo un poco mejores que las que daban los instrumentos de la nave, pero a Jacob le costaba trabajo leerlos, así que apreciaba tener a alguien que dijera a los pasajeros y la tripulación dónde mirar.
Durante una hora contemplaron motas que brillaban en la distante bruma. Las motas eran extremadamente débiles, en las líneas azules y grises que deSilva había ordenado abrir, pero de vez en cuando un estallido de luz verdosa corría de una a otra, como un faro que de repente alcanza a un barco y luego pasa de largo.
Ahora los destellos se producían con más frecuencia. Había al menos un centenar de objetos, todos del mismo tamaño aproximado. Jacob observó el Medidor de Proximidad. Setecientos kilómetros.
A los doscientos, su forma se hizo clara. Cada una de las «ovejas magnéticas» era un toro geométrico. A esta distancia la colonia parecía una gran colección de diminutos anillos de boda azules. Cada anillito estaba alineado de la misma forma, a lo largo del arco filamentoso.
—Se alinean a lo largo del campo magnético donde es más intenso —dijo deSilva — . Y giran sobre su eje para generar una corriente eléctrica. Dios sabe cómo llegan de una región activa a otra cuando los campos cambian. Todavía estamos intentando averiguar qué los mantiene juntos.
Hacia el borde de la multitud, unos cuantos toros se bamboleaban lentamente mientras giraban. La avanzadilla.
De repente, por un instante, un brusco brillo rojo bañó la nave. Luego regresó el tono ocre. El piloto miró a Jacob.
—Acabamos de atravesar la cola láser de uno de estos toros. Un disparo ocasional como ése no causa ningún daño —dijo—. ¡Pero si nos acercáramos desde atrás y por debajo del rebaño principal, podríamos tener problemas!
Un amasijo de oscuro plasma, más frío o moviéndose mucho más rápido que el gas circundante, pasó delante de la nave, bloqueando su visibilidad.
—¿Para qué sirve ese láser? —preguntó Jacob.
DeSilva se encogió de hombros.
—¿Estabilidad dinámica? ¿Propulsión? Posiblemente lo usan para enfriarse, como nosotros. Supongo que incluso podría haber materia sólida en su composición, si esto fuera cierto.
»Sea cual sea su función, es lo suficientemente poderoso para lanzar luz verde a través de esas pantallas sintonizadas en rojo. Ése fue el único motivo por el que los descubrimos. Aunque grandes, son como polen sacudido por el viento. Sin la ayuda del láser, podríamos buscar durante un millón de años y no encontrar ningún toroide. Son invisibles en el hidrógeno alfa, así que para observarlos mejor abrimos un par de bandas en el azul y el verde. ¡Naturalmente no podremos abrir la longitud de onda a la que está sintonizada ese láser! Las líneas que elegimos son tranquilas y ópticamente densas, así que todo lo que vea verde o azul procede de una bestia. Tendría que ser un cambio desagradable.
—Cualquier cosa mejor que este condenado rojo.
La nave atravesó la materia oscura y de repente casi estuvieron entre las criaturas.
Jacob tragó saliva y cerró los ojos momentáneamente. Cuando volvió a mirar, descubrió que no podía deglutir. Después de tres días de increíbles panoramas, lo que vio le dejó indefenso ante un poderoso temblor de emoción.
Si un grupo de peces es un «banco» por su disciplina, y varios leones comprenden una «carnada», por su actitud, Jacob decidió que el grupo de seres solares sólo podía ser considerado una «bengala». Tan intenso era su brillo que sus miembros parecían resplandecer contra el negro espacio.
Los toroides más cercanos brillaban con los colores de una primavera terrestre. Sólo a lo lejos se desvanecían los colores. Un verde claro titilaba bajo sus ejes, donde la luz láser se esparcía en el plasma.
Alrededor de ellos chispeaba un halo difuso de luz blanca.
—Radiación sincrotrónica —dijo un tripulante—. ¡Sí que deben estar girando! ¡Detecto un gran flujo a 100KeV!
El toroide más cercano, cuatrocientos metros de diámetro y más de dos mil de largo, giraba locamente. Alrededor de su borde, formas geométricas volaban como las perlas de un collar, cambiando, de modo que los diamantes azul intenso se convertían en sinuosas bandas púrpura, circundando un brillante anillo esmeralda, todo en cuestión de segundos.
La capitana de la Nave Solar se encontraba junto a la cámara del Piloto, contemplando indicadores y medidores, y alerta a todos los detalles. Mirarla era como mirar a una versión suavizada del espectáculo ante la nave, pues los colores flexibles e iridiscentes del toroide más cercano bañaban su rostro y su uniforme blanco y quedaban domados y difuminados cuando llegaban a los ojos de Jacob. Primero débilmente y luego con más brillantez a medida que el verde y el azul se mezclaban y expulsaban el rosa, los colores chispeaban cada vez que ella alzaba la cabeza y sonreía.
De repente, el azul aumentó cuando un estallido de exhuberancia del toroide coincidió con una intrincada muestra de pautas, como el agitar de unos ganglios en el borde de la bestia-anillo.
La ejecución fue inaudita. Las arterias brotaron en verde y se entrelazaron con venas absorbidas por un azul casto y pulsante. Las venas latieron en contrapunto, luego crecieron como ávidas enredaderas, retirándose para revelar nubes de diminutos triángulos: chorros de polen bidimensional que se esparcieron en una multitud de colisiones minúsculas de tres puntos alrededor del cuerpo no-euclidiano del toro. De inmediato el motivo se hizo isósceles, y el borde en forma de donut se convirtió en una confusión de lados y de ángulos.
La exhibición alcanzó un clima de intensidad, luego remitió. Las pautas del borde se hicieron menos brillantes y el toro retrocedió, encontrando un lugar donde girar entre sus compañeros mientras el rojo empezaba a regresar, apartando verdes y azules de la cubierta de la nave y de los rostros de los observadores.
—Eso ha sido un saludo —dijo por fin Helene deSilva—. Hay escépticos en la Tierra que todavía piensan que los magnetóvoros no son más que una forma de aberración magnética. Que vengan y lo vean con sus propios ojos. Somos testigos de una forma de vida. Está claro que el Creador acepta pocos límites al alcance de su trabajo.
Tocó suavemente el hombro del piloto. Éste dirigió las manos a los controles y la nave empezó a retirarse.
Jacob estuvo de acuerdo con Helene, aunque su lógica no era científica. No tenía dudas de que los toroides estaban vivos. La exhibición de la criatura, fuera un saludo o simplemente una respuesta territorial a la presencia de la nave, había sido signo de algo vital, e incluso inteligente.
La anacrónica referencia a una deidad suprema pareció extrañamente adecuada a la belleza del momento.
La comandante volvió a hablar por su micrófono, mientras la bengala de magnetóvoros quedaba atrás y la cubierta giraba.
—Ahora vamos a cazar fantasmas. Recuerden que no estamos aquí para estudiar a los magnetóvoros sino a sus depredadores. La tripulación mantendrá vigilancia constante en busca de cualquier signo de esas criaturas esquivas. Ya que antes han sido avistadas incluso por accidente, sería de agradecer que todo el mundo ayudara. Por favor, infórmenme de cualquier acontecimiento extraordinario.
DeSilva y Culla mantuvieron una reunión. El alienígena asintió lentamente, y un ocasional destello blanco entre sus grandes encías traicionó su excitación. Por fin, se dirigió a la curvatura de la cúpula central.
DeSilva explicó que había enviado a Culla al otro lado de la cubierta, a la zona invertida, donde normalmente sólo había instrumentos, para que actuara como vigía por si los seres láser aparecían desde el nadir, donde los detectores colocados en el borde no podrían detectarlos.
—Hemos tenido varios avistamientos en el cénit —repitió deSilva—. Y a menudo han sido los casos más interesantes, como cuando vimos las formas antropoides.
—¿Y esas formas desaparecieron siempre antes de que la nave pudiera girar? — preguntó Jacob.
—O las bestias giraron con nosotros para ponerse encima. ¡Fue irritante! Pero eso nos dio la primera pista de que podría haber fenómenos psi en funcionamiento. Después de todo, sean cuales sean sus motivos, ¿cómo podrían conocer nuestro modo de colocar instrumentos en el borde de un disco y seguir nuestros movimientos con tanta precisión, sin saber lo que pretendemos hacer?
Jacob frunció el ceño, pensativo.
—¿Pero por qué no colocar unas cuantas cámaras aquí arriba? No sería un gran problema.
—No, desde luego —coincidió deSilva—. Pero los equipos de apoyo e inmersión no quieren perturbar la simetría original de la nave. Tendríamos que poner otro conducto a través de la cubierta hasta el ordenador grabador principal, y Culla nos aseguró que esto eliminaría cualquier pequeña habilidad que pudiéramos tener para maniobrar con un fallo de estasis... aunque esa habilidad es probablemente nula en cualquier caso. Recuerde lo que le pasó al pobre Jeff.
»La nave de Jeffrey, la pequeña que visitó usted en Mercurio, fue diseñada desde el principio para llevar grabadoras apuntando al cénit y al nadir. La suya era la única con esta modificación. Tendremos que arreglárnoslas con los instrumentos del borde, nuestros ojos, y unas cuantas cámaras de mano.
—Y los experimentos psi —recalcó Jacob.
DeSilva asintió, sin expresión ninguna.
—Sí, todos esperamos hacer un contacto amistoso, desde luego.
—Discúlpeme, capitana.
El piloto alzó la cabeza de sus instrumentos. Llevaba un micrófono en la oreja.
—Culla dice que hay una diferencia de color en la zona superior norte del rebaño. Podría ser un parto.
DeSilva asintió.
—Muy bien. Avance en una tangente norte hasta el flujo de campo. Elévese con el rebaño mientras lo hace y no se acerque demasiado para no asustarlos.
La nave empezó a asumir un nuevo ángulo. El sol salió por la izquierda hasta que se convirtió en una pared que se extendía hacia arriba y hacia adelante, hasta el infinito. Una débil luminosidad se apartó de ellos, hacia la fotosfera de debajo. El chispeante rastro siguió en paralelo la alineación del rebaño de toroides.
—Es el rastro de superionización que dejó nuestro Láser Refrigerador cuando apuntábamos hacia allá —explico deSilva — . Debe de tener un par de kilómetros de largo.
—¿Tan fuerte es el láser?
—Bueno, tenemos que desprendernos de un montón de calor. Y la idea es calentar una pequeña parte del sol, de lo contrario el refrigerador no funcionaría. Por cierto, ése es otro motivo por el que tenemos tanto cuidado de que el rebaño no quede delante o detrás nuestro.
Jacob se sintió momentáneamente asombrado.
—¿Cuándo estaremos a la vista de... qué fue lo que dijo que era? ¿Un parto?
—Sí, un parto. Tenemos mucha suerte. Sólo lo hemos visto dos veces antes. Los pastores estuvieron presentes en ambas ocasiones. Parece que ayudan a los toroides a dar a luz. Es un sitio lógico donde empezar a buscarlos.
»Y respecto a cuándo llegaremos, depende de lo violentas que sean las cosas entre aquí y allá, y cuánto tempo-compresión necesitaremos para hacerlo cómodamente. Podría ser un día. Si tenemos suerte —miró a la Cámara del Piloto—, podríamos estar allí en diez minutos.
Un tripulante se acercó con una carta de navegación, al parecer para hablar con deSilva.
—Será mejor que vaya a avisar a Bubbacub y a la doctora Martine para que se preparen —dijo Jacob.
—Sí, es una buena idea. Avisaré en cuanto sepa cuándo llegaremos.
Mientras se retiraba, Jacob tuvo la extraña sensación de que ella seguía mirándole. Duró hasta que franqueó el lado de la cúpula central.
Bubbacub y Martine tomaron la noticia con calma. Jacob los ayudó a colocar las cajas de su equipo cerca de la Cámara del Piloto.
Los aparatos de Bubbacub eran incomprensibles y sorprendentes. Uno de ellos, complejo, brillante, y multifacetado, ocupaba media caja. Sus brotes retorcidos y sus ventanas vidriosas aumentaban su misterio.
Bubbacub sacó otros dos aparatos. Uno era un casco bulboso aparentemente diseñado para la cabeza de un pil. El otro parecía un pedazo arrancado de un meteorito de hierro y níquel, con el extremo de vidrio.
—Hay tres formas de buscar un psi —dijo Bubbacub a través de su vodor. Hizo un gesto a Jacob con su mano de cuatro dedos para que se sentara—. Como el psi es sólo poder sen-sorial muy fino, se detectan las ondas ce-rebrales a largo alcance y se descifran. Con esto —señaló el casco.
—¿Y esta máquina grande? —Jacob se acercó para examinarla.
—Ésta ve si el tiempo y el es-pacio están siendo retorcidos por la fuerza de la voluntad de un so-fonte. Eso se ha-ce a veces. Ra-ra vez se per-mite. La palabra es «pi-ngrli». Ustedes no tienen palabra para ello. La mayoría, in-cluyendo a los humanos, no necesitan saber de su existencia, pues es ra-ro.
»La Bi-blioteca pro-porciona estos ka-ngrl a cada Su-cursal —frotó el lado de la máquina—, por si los fo-rajidos intentan usar pi-ngrli.
—¿Puede contrarrestar esa fuerza?
—Sí.
Jacob sacudió la cabeza. Le molestaba que hubiera todo un tipo de poder al que el hombre no tenía acceso. Una deficiencia en tecnología era una cosa, algo que se remediaría con el tiempo. Pero una carencia cualitativa le hizo sentirse vulnerable.
—¿La Conferencia sabe de este... ka-ka...?
—Ka-ngrl. Sí. Me dieron permiso para sa-carlo de la Tierra. Si se pierde, será reemplazado.
Jacob se sintió mejor. De repente la máquina le pareció más amistosa.
—¿Y este último aparato...? —empezó a acercarse al bloque de hierro.
—Eso es un p-is. —Bubbacub lo agarró y lo volvió a guardar en el cofre. Dio la espalda a Jacob y empezó a juguetear con el casco de ondas cerebrales.
—Es muy sensible respecto a esa cosa —dijo Martine cuando Jacob se acercó—. Todo lo que pude sacarle es que se trata de una reliquia de los lethani, los quintos altos antepasados de su raza. Data de antes de que «pasaran» a otro plano de realidad.
La Sonrisa Perpetua se ensanchó.
—¿Le gustaría ver las herramientas de esta vieja alquimista?
Jacob se echó a reír.
—Bueno, nuestro amigo el pil tiene la piedra filosofal. ¿Qué milagrosos aparatos tiene usted para mezclar los efluvios, y exorcisar los espectros caloríficos?
—Además de los detectores psi normales, como éstos de aquí, no hay mucho. Un aparato de ondas cerebrales, un sensor de movimiento inerte que probablemente es inútil en un campo de supresión temporal, una cámara taquistoscópica en tres dimensiones y un proyector...
—¿Puedo verlo?
—Claro, está al fondo del cofre.
Jacob metió la mano y sacó la pesada máquina. La colocó sobre la cubierta y examinó las cabezas de grabación y proyección.
—¿Sabe? —dijo en voz baja — . Es posible...
—¿Qué pasa? —preguntó Martine.
Jacob la miró.
—Esto, más el lector de pautas retínales que usamos en Mercurio, podría ser un perfecto medidor de proclividades mentales.
—¿Se refiere a uno de esos aparatos que se usan para determinar un estatus condicional?
—Sí. Si hubiera sabido que teníamos esto, habríamos examinado a LaRoque en la base. No habríamos tenido que contactar con la Tierra vía máser y atravesar capas de burocracia falible en busca de una respuesta que podría estar equivocada. ¡Podríamos haber descubierto su índice de violencia en el acto!
Martine se quedó inmóvil. Entonces miró al suelo.
—Supongo que no habría servido de nada.
— ¡Pero si estaba usted segura de que pasaba algo con el mensaje de la Tierra! —dijo Jacob—. Si tuviera razón, esto podría salvar a LaRoque de pasarse dos meses en una prisión. ¡Es posible que hubiera podido estar con nosotros ahora! Y también tendríamos más seguridad sobre el posible peligro de los Espectros.
—¿Y su intento de huida en Mercurio? ¡Dijo usted que fue violento!
—La violencia producida por el pánico no implica que sea un condicional. ¿Qué pasa con usted? ¡Creí que estaba segura de que habían inculpado a LaRoque!
Martine suspiró. Evitó mirarle a los ojos.
—Me temo que me puse un poco histérica allá en la base. ¡Imagine, crear toda una conspiración sólo para tenderle una trampa al pobre Peter! Sigue pareciéndome difícil creer que sea un condicional, y tal vez se cometió un error. Pero ya no creo que fuera a propósito. Después de todo, ¿quién querría echarle la culpa de la muerte de ese pobre chimpancé?
Jacob se quedó mirándola durante un instante, sin saber a qué achacar su cambio de actitud.
—Bueno... el asesino auténtico, por ejemplo —dijo suavemente.
Lo lamentó al instante.
—¿De qué está hablando? —susurró Martine. Miró rápidamente a ambos lados para asegurarse de que no había nadie cerca. Ambos sabían que Bubbacub, a unos pocos metros de distancia, era sordo a los susurros.
—Hablo de que Helene deSilva, por mucho que le desagrade LaRoque, cree que es improbable que el aturdidor pudiera haber dañado el mecanismo del campo de estasis de la nave de Jeff. Cree que la tripulación cometió un error, pero...
— ¡Entonces Peter será liberado por insuficiencia de pruebas y tendrá otro libro para escribir! Averiguaremos la verdad sobre los solarianos y todo el mundo estará contento. Cuando se establezcan buenas relaciones, estoy segura de que no importará que mataran al pobre Jeff en un arrebato de ira. Será considerado un mártir de la ciencia y toda esta charla de asesinatos podrá terminar de una vez por todas. Es muy desagradable, de todas formas.
Jacob empezaba a sentir que la conversación con Martine también era desagradable. ¿Por qué se comportaba así? Era imposible seguir con ella un argumento lógico.
—Tal vez tenga usted tazón —dijo, encogiéndose de hombros.
—Claro que sí. —Ella le palmeó la mano y luego se volvió hacia el aparato de ondas cerebrales—. ¿Por qué no va a buscar a Fagin? Voy a estar ocupada durante un rato, y es posible que no se haya enterado todavía de lo del parto.
Jacob asintió y se puso en pie. Mientras cruzaba la cubierta, que temblaba levemente, se preguntó qué extrañas cosas estaría pensando su receloso otro yo. La expresión «asesino auténtico» le preocupaba.
Encontró a Fagin donde la fotosfera llenaba el cielo en todas direcciones, como una pared enorme. Delante del kantén, el filamento en el que viajaban rodaba en espiral hacia abajo y se disipaba en rojo. A derecha e izquierda, y muy por debajo, los bosques de espículas rebullían como filas efervescentes de hierbas gigantescas.
Contemplaron en silencio el espectáculo.
Cuando un tentáculo de gas ionizado pasó ante la nave, Jacob recordó por enésima vez las algas flotando en la marea.
Sonrió al imaginar a Makakai, ataviada con un traje mecánico de cermet y estasis, saltando y zambulléndose entre aquellas fuentes de llamas y hundiéndose, dentro de su concha de gravedad, para jugar entre los hijos de este océano, el más grande de todos.
¿Distraen los eones los Espectros Solares como nuestros cetáceos? ¿Cantando?
Ninguno tiene máquinas (ni la prisa neurótica que causan las máquinas, incluyendo la enfermedad de la ambición), porque ninguno tiene los medios. Las ballenas no tienen manos y no pueden usar el fuego. Los Espectros Solares carecen de materia sólida y tienen demasiado fuego.
¿Ha sido para ellos una bendición o una maldición?
(Pregúntale a la ballena corcovada, mientras gime en la tranquilidad submarina. Probablemente no se molestará en contestar, pero algún día tal vez añada la pregunta a su canción.)
—Llega a tiempo. Estaba a punto de llamar. —La capitana avanzó entre una neblina rosada.
Una docena o más de toroides giraba pintorescamente ante ellos.
Este grupo era diferente. En vez de vagar pasivamente se movían buscando colocarse alrededor de algo en las profundidades de la multitud. Un toro que se hallaba a sólo un kilómetro de distancia se apartó, y entonces Jacob pudo ver el objeto de su atención.
El magnetóvoro era más grande que los demás. En vez de las formas geométricas cambiantes y multifacetadas, bandas claras y oscuras alternaban en torno a su cuerpo, que se hinchaba perezosamente mientras su superficie ondulaba. Sus vecinos se congregaban en todas direcciones, pero a distancia, como frenados por algo.
DeSilva dio una orden. El piloto tocó un control y la nave giró, enderezándose de forma que la fotosfera pronto quedó bajo ellos una vez más. Jacob se sintió aliviado. Por mucho que lo indicaran los campos de la nave, tener el sol a su izquierda le hacía sentirse ladeado.
El magnetóvoro que Jacob había bautizado como «El Grande» giró al parecer ajeno a su séquito. Se movía con torpeza, con un pronunciado temblor.
El halo blanco que bañaba a los demás toroides fluctuaba tenuamente en torno a los contornos de éste, como una llama moribunda. Las bandas claras y oscuras latieron con pulsación irregular.
Cada pulsación evocaba una respuesta en el grupo de toroides. Las pautas de los bordes destacaron en los brillantes diamantes y espirales azules cuando cada magnetóvoro respondió al ritmo cada vez más fuerte de los latidos del Grande.
De repente, el más cercano de los toros se abalanzó hacia el Grande, enviando brillantes destellos verdes a lo largo de su rumbo giratorio.
Alrededor del toro grávido, un puñado de brillantes puntos azules voló hacia el intruso. Se colocaron ante él un instante, danzando, como temblequeantes gotas de agua sobre una cacerola caliente, cerca de su enorme masa. Los puntos brillantes empezaron a repelerlos, mordisqueando y empujando, al parecer, hasta que quedó por debajo la nave.
Bajo la mano del piloto, la nave giró para presentar su borde a la más cercana de las motas chispeantes, sólo a un kilómetro de distancia. Entonces, por primera vez, Jacob pudo ver claramente las formas de vida llamadas Espectros Solares.
Flotaba como un fantasma, delicadamente, como si los vientos cromosféricos fueran una brisa que aceptar sin apenas un aleteo: tan diferente de los danzarines toroides como una mariposa de un trompo.
Parecía una medusa, o una brillante toalla de baño azul que se agitaba al viento mientras colgaba de un cordel. Posiblemente era más un pulpo, como apéndices efímeros que nacían y morían a lo largo de sus bordes irregulares. A veces a Jacob le pareció un trozo de la superficie del mar que hubiera sido traído aquí, mantenido en su líquido, moviéndose milagrosamente.
El espectro se agitó. Se dirigió hacia la Nave Solar, lentamente, durante un minuto. Entonces se detuvo.
También nos está mirando, pensó Jacob.
Por un momento se observaron mutuamente, la tripulación de seres de agua, en su nave, y el Espectro.
Entonces la criatura se volvió, de forma que su superficie plana quedó hacia la Nave Solar. De repente un destello de brillante luz multicolor inundó la cubierta. Las pantallas hicieron soportable el resplandor, pero el rojo claro de la cromosfera desapareció.
Jacob se protegió los ojos con una mano y parpadeó, asombrado. ¡De modo que así es el interior de un arco iris!, pensó con cierta irreverencia.
Tan súbitamente como se produjo, el espectáculo de luz desapareció. El sol rojo regresó, y con él el filamento, la mancha solar muy por debajo, y los toroides giratorios.
Pero los Espectros se habían ido. Habían regresado con el magnetóvoro gigante y una vez más danzaban como puntos casi invisibles a su alrededor.
—¡Nos... nos ha disparado con su láser! —dijo el piloto—. Hasta ahora nunca lo había hecho.
—Tampoco se había acercado ninguno con su forma normal —respondió Helene deSilva—. Pero no estoy segura de lo que quería significar esa acción.
—¿Cree que pretendía hacernos daño? —preguntó la doctora Martine, vacilante—. ¡Tal vez empezaron así con Jeffrey!
— No lo sé. Quizá fuera una advertencia.
—O tal vez sólo quería volver al trabajo —dijo Jacob—. Estábamos casi en la dirección opuesta al gran magnetóvoro. Habrán advertido que todos sus compañeros volvieron al mismo tiempo.
DeSilva sacudió la cabeza.
—No sé. Supongo que deberíamos quedarnos y observar. Veamos qué hacen cuando terminen con el parto.
Ante ellos, el gran toro empezó a hincharse más a medida que giraba. Las bandas claras y oscuras a lo largo de su borde se hicieron más pronunciadas, las oscuras convirtiéndose en estrechas estructuras y las más claras hinchándose hacia afuera con cada oscilación.
Dos veces vio Jacob grupos de brillantes pastores que se abalanzaban para contener a un magnetóvoro que se acercaba demasiado, como perros mordiendo las patas de un macho cabrío despistado, mientras los demás se quedaban con la hembra.
La hinchazón fue aumentando y las bandas oscuras se hicieron más tensas. La luz verde del láser, esparcida bajo el gran toro, se redujo. Finalmente desapareció.
Los Espectros se acercaron. Cuando la inclinación del Grande alcanzó un ángulo casi horizontal, se congregaron en el borde para agarrarlo de algún modo y completar el giro con una súbita sacudida.
El leviatán giraba ahora perezosamente sobre un eje perpendicular al campo magnético. Mantuvo la posición durante un momento, hasta que la criatura pareció descomponerse de pronto.
Como un collar con el hilo roto, el toro se dividió por donde las bandas oscuras se tensaban. Una a una, mientras el cuerpo del progenitor giraba lentamente, las bandas claras, ahora pequeñas formas individuales anulares, quedaron libres, mientras rotaban hacia el lugar donde se produjo la ruptura. Fueron arrojadas de una en una hacia arriba, a lo largo de las líneas invisibles del flujo magnético, hasta que corrieron por el cielo como perlas. Del Grande, el progenitor, no quedó nada.
Unas cincuenta formas anilladas giraron deslumbrantes en un enjambre protector de brillantes pastores azules. Avanzaron inseguras y, desde el centro de cada una de ellas, un diminuto brillo verde fluctuó indeciso.
A pesar de su cuidadosa vigilancia, los espectros perdieron a varios de sus erráticos custodios. Algunos de los infantes, más activos que los demás, salían de la cola. Un breve estallido de brillo verde sacó a un bebé magnetóvoro de la zona protegida y lo dirigió hacia uno de los adultos que acechaban cerca. Jacob esperó que continuara hacia la nave. ¡Si tan sólo el toroide adulto se quitara de en medio!
Como si hubiera oído sus pensamientos, el adulto empezó a dejar paso al joven. Su borde latió con diamantes verdiazules cuando el recién nacido pasó por encima.
De repente, el toro saltó hacia arriba en una columna de plasma verde. Demasiado tarde, el joven intentó escapar. Volvio su débil antorcha hacia el borde de su perseguidor mientras huía.
El adulto no se inmutó. En un momento el bebé quedó vencido, arrastrado al latiente agujero central del adulto y consumido en un destello de vapor.
Jacob advirtió que estaba conteniendo la respiración. Resopló, y le pareció un suspiro.
Los bebés fueron dispuestos en filas ordenadas junto a sus mentores. Empezaron a apartarse lentamente del rebaño, mientras unos cuantos pastores permanecían allí para mantener en fila a los adultos. Jacob observó los brillantes anillos de luz hasta que un grueso rizo de filamento llegó flotando y le impidió la visión.
—Ahora empecemos a ganarnos nuestra paga —susurró Helene deSilva. Se volvió hacia el piloto—. Mantenga a los restantes pastores alineados con el plano de la cubierta. Y pídale a Culla que esté ojo avizor. Quiero ver si se acerca algo desde el nadir.
¡Ojo avizor! Jacob reprimió un escalofrío involuntario, y negó firmemente cuando su imaginación intentó formar una imagen. ¿De qué época venía esta mujer?
—Muy bien —dijo la comandante—. Acerquémonos despacio.
—¿Cree que se darán cuenta de que esperamos hasta que terminó el parto? — preguntó Jacob.
Ella se encogió de hombros.
—¿Quién sabe? Tal vez creyeron que éramos sólo una forma tímida de toroide adulto. Tal vez ni siquiera recuerdan nuestras visitas anteriores.
—¿Ni la de Jeff?
—Ni la de Jeff. Yo no supondría demasiado. Creo a la doctora Martine cuando dice que sus máquinas registran una inteligencia básica. ¿Pero qué significa eso? En un entorno como éste, aún más simple que un océano terrestre, ¿qué razón tendría una raza para desarrollar una habilidad semántica, o una memoria? Esos gestos amenazantes que hemos visto en inmersiones previas no indican necesariamente mucho cerebro.
»Podrían ser como los delfines antes de que iniciáramos experimentos genéticos hace unos pocos cientos de años, mucha inteligencia y ninguna ambición mental. ¡Demonios, tendríamos que haber traído hace mucho tiempo a gente como usted, del Centro de Elevación!
—Está hablando como si la inteligencia evolucionada fuera la única ruta —sonrió él—. Dejando a un lado por el momento la opinión galáctica, ¿no debería considerar al menos otra posibilidad?
—¿Quiere decir que tal vez los Espectros hayan sido también elevados? —DeSilva pareció aturdida por un momento. Entonces la idea recaló y se dio cuenta de las implicaciones—. Pero si ése fuera el caso, entonces tendría que haber...
El piloto la interrumpió.
—Mi comandante, están empezando a moverse.
Los Espectros aleteaban en el gas cálido y retorcido. Luces azules y blancas ondularon a lo largo de la superficie de cada uno mientras gravitaban perezosamente, a cien mil kilómetros por encima de la fotosfera. Se retiraron lentamente de la nave, permitiendo que la separación disminuyera, hasta que pudo verse una leve corona de nubes blancas rodeando a cada uno.
Jacob advirtió que Fagin se colocaba a su izquierda.
—Sería una lástima que tanta belleza fuera considerada culpable de un crimen —trinó suavemente el kantén—. Podría tener grandes problemas sintiendo el mal y asombrándome al mismo tiempo.
Jacob asintió muy despacio.
—Los ángeles son brillantes... —empezó a decir. Pero, por supuesto, Fagin conocía el resto.
Los ángeles son brillantes, aunque los más brillantes cayeron. Aunque todas las cosas malas llevaran el rostro de la gracia, la gracia debe seguir pareciendo lo que es.
— ¡Culla dice que están a punto de hacer algo! —El piloto se asomó, cubriéndose una oreja con la mano.
Un rizo de gas más oscuro del filamento entró rápidamente en la zona, bloqueando por un instante la visión de los Espectros. Cuando se despejó, todos los Espectros menos uno se habían alejado.
Esperó hasta que la nave se acercó lentamente. Parecía distinto, semitransparente, más grande y más azul. Y más simple. Parecía rígido y no ondulaba como los demás. Se movía más deliberadamente.
Un embajador, pensó Jacob.
El solariano se alzó despacio mientras se acercaban.
—Mantente a su nivel —dijo deSilva—. ¡No pierdas contacto instrumental!
El piloto la miró sombrío y se volvió hacia sus instrumentos, con los labios apretados. La nave empezó a rotar.
El alienígena se alzó más y se acercó. El cuerpo en forma de abanico parecía latir contra el plasma como un pájaro intentando ganar altura.
—Está jugando con nosotros —murmuró deSilva.
—¿Cómo lo sabe?
—Porque no tiene que hacer tantos esfuerzos para mantenerse encima. —DeSilva pidió al piloto que acelerara la rotación.
El sol salió por la derecha y se dirigió a su cénit. El Espectro continuó latiendo hacia una posición superior, aunque tenía que girar boca abajo junto a la nave. El sol cubrió el cielo y luego se puso. Entonces salió y volvió a ponerse en menos de un minuto.
El alienígena permaneció arriba.
La rotación se aceleró. Jacob apretó los dientes y resistió el impulso de agarrarse a Fagin para mantener el equilibrio mientras la nave experimentaba día y noche en cuestión de segundos. Sintió calor por primera vez desde que comenzó el viaje al sol. El Espectro permaneció enloquecedoramente encima y la fotosfera se encendía y se apagaba como una lámpara intermitente.
—Vale, déjalo —dijo deSilva.
La rotación se redujo. Jacob se tambaleó mientras se detenían del todo. Sintió como si una brisa fresca acariciara su cuerpo. Primero calor, luego escalofríos: ¿Voy a enfermar?
—Ganó —dijo deSilva—. Siempre gana, pero merecía la pena intentarlo. ¡Por una vez me gustaría intentarlo con el Láser Refrigerador funcionando! —Miró al alienígena de encima—. Me pregunto qué sucedería si se acercase a una fracción de la velocidad de la luz.
—¿Quiere decir que teníamos el refrigerador desconectado? —Ahora Jacob no pudo evitarlo. Se apoyó levemente en el tronco de Fangin.
—Claro —dijo la comandante—. No creerá que queremos freír a docenas de toroides y pastores inocentes, ¿verdad? Por eso estuvimos sumergidos un tiempo límite. ¡De lo contrario podríamos haber intentado alinearlo con los instrumentos del borde hasta que el infierno se congele!
Miró al Espectro.
Una vez más, la frase extraña. Jacob no estaba seguro de que la fascinación de la mujer se encontrara en sus cualidades más directas o en la forma que tenía de expresarse algunas veces. En cualquier caso, el calor abrumador y las siguientes brisas refrescantes quedaron explicadas. Habían permitido que el calor del sol se filtrara durante unos momentos.
Me alegro de que eso fuera todo, pensó.