—Todo lo que recibimos es una imagen difusa —dijo el tripulante—. Las pantallas de estasis deben de estar doblando de algún modo la imagen del Espectro, porque parece retorcida, como reflejada a través de una lente. De cualquier forma —se encogió de hombros mientras repartía las fotos—, es lo mejor que podemos hacer con una cámara de mano.
DeSilva contempló la foto que tenía en la mano. Mostraba una caricatura azul y deforme de un hombre, una figura tiesa con piernas retorcidas, brazos largos y grandes manos extendidas. La fotografía había sido tomada justo antes de que las manos se convirtieran en puños, rudos pero identificables.
Cuando le tocó el turno, Jacob se concentró en la cara. Los ojos eran agujeros vacíos, igual que la boca irregular. En la foto parecían negros, pero Jacob recordó que el escarlata de la cromosfera era el verdadero color. Los ojos ardían rojos y la boca se movía como si pronunciara maldiciones, toda roja.
—Hay una cosa —continuó el tripulante—. El tipo es transparente. Lo atraviesa el H-alfa. Sólo lo advertimos en los ojos y en la boca porque el azul que produce no lo traga. Pero por lo que podemos decir, su cuerpo no bloquea nada.
—Bueno, ésa es la mejor definición de lo que es un espectro que he oído en mi vida — dijo Jacob, y devolvió la foto.
Tras volver a levantar la cabeza, preguntó por enésima vez:
—¿Está segura de que el solariano volverá?
—Siempre lo hace —dijo deSilva—. Nunca queda satisfecho con una simple ronda de insultos.
Martine y Bubbacub descansaban, preparados para ponerse los cascos si el alienígena volvía a aparecer. Culla, aliviado de sus deberes en la zona inversa, estaba tumbado en un sofá, sorbiendo lentamente un liquitubo que contenía una bebida azul. Sus grandes ojos estaban ahora vidriosos, y parecía cansado.
—Supongo que todos deberíamos tumbarnos —dijo deSilva—. No conseguiremos nada rompiéndonos el cuello de tanto mirar hacia arriba. Por ahí es por donde aparecerá el Espectro cuando venga.
Jacob escogió un asiento junto a Culla, para poder ver a Bubbacub y Martine.
Los dos tuvieron poco tiempo para hacer gran cosa durante la primera aparición. En cuanto el Espectro Solar se colocó cerca del cénit, cambió a la forma amenazante parecida a un hombre. Martine apenas pudo ajustarse el casco antes de que la criatura sonriera, agitara un puño y se marchara.
Pero Bubbacub tuvo tiempo de comprobar su ka-ngrl. Anunció que el solariano no usaba el particular tipo de potente psi que la máquina detectaba y contrarrestaba. Al menos no entonces. El pequeño pil la dejó encendida de todas formas, por si acaso.
Jacob apoyó la cabeza en el asiento y tocó el botón que le permitía reclinarse lentamente, hasta que quedó mirando el cielo rosado y filamentoso.
Era un alivio saber que el poder pi-ngrli no estaba funcionando aquí. Pero entonces, ¿cuál era el motivo de la extraña conducta del Espectro? Volvió a preguntarse si LaRoque no tendría razón, si los solarianos sabían cómo hacerse entender en parte porque conocían a los humanos de antes. Estaba claro que el hombre nunca había visitado el sol en el pasado, pero ¿fueron las criaturas de plasma alguna vez a la Tierra, e incluso crearon allí la civilización? Parecía descabellado, pero lo mismo sucedía con el proyecto Navegante Solar.
Otra idea: Si LaRoque no era responsable de la destrucción de la nave de Jeff, entonces los Espectros podrían ser capaces de matarlos a todos en cualquier momento.
Si era así, Jacob esperaba que el periodista-astronauta tuviera razón en lo demás: que los solarianos sintieran más respeto al tratar con humanos, pila y kantén que el que habían mostrado hacia un chimpancé.
Jacob pensó en probar por su cuenta con la telepatía cuando la criatura volviera a acercarse. Le habían hecho pruebas una vez y descubrieron que no tenía aptitudes psi, a pesar de sus extraordinarias habilidades memorísticas e hipnóticas, pero de todas formas, tal vez debería intentarlo.
Un movimiento a su izquierda le llamó la atención. Culla, que miraba a un punto delante de él y a cuarenta y cinco grados del cénit, se llevó un micro a los labios.
—Capitana —dijo—. Creo que vuelve. —La voz del pring resonó por toda la nave—. Pruebe ángulosh de 120 a 30 gradosh.
Culla soltó el micro. El cable flexible lo introdujo en una rendija situada junto a su mano derecha y el tubo de bebida, ahora vacío.
La neblina roja se oscureció brevemente mientras un hilillo de gas pasaba ante la nave. Entonces el Espectro volvió, todavía empequeñecido por la distancia pero haciéndose más grande a medida que se aproximaba.
Esta vez era más brillante, y más concreto en los bordes. Pronto resultó doloroso contemplar su tono azul.
Volvió de nuevo como la figura de un hombre, los ojos y la boca ardiendo como brasas mientras gravitaba, a la mitad de camino del cénit.
Permaneció allí durante largos minutos, sin hacer nada. La figura era decididamente malévola. Jacob podía sentirlo! La exclamación de la doctora Martine le hizo darse la vuelta, y advirtió que había estado conteniendo la respiración.
— ¡Maldito sea! —Ella se quitó el casco—. ¡Hay demasiado ruido! ¡Pensé que había conseguido algo... un toque aquí y allá... y entonces desapareció!
—No se moleste —dijo Bubbacub. La voz entrecortada procedía del vodor, situado ahora sobre la cubierta junto al pequeño pil. Bubbacub tenía el casco puesto y contemplaba fijamente al Espectro—. Los humanos no tienen el psi que ellos usan. Su intento, de hecho, les causa dolor y algo de ira.
Jacob deglutió rápidamente.
—¿Ha entrado en contacto con ellos? —preguntaron Jacob y Martine casi al mismo tiempo.
—Sí —dijo la voz mecánica—. No me mo-lesten. —Los ojos de Bubbacub se cerraron—. Dígame si se mueve. ¡Sólo si se mueve!
Después de eso, no pudieron sacarle nada.
Jacob se preguntó qué le estaría diciendo. Observó la aparición. ¿Qué se podía decir a una criatura semejante?
De repente, el solariano empezó a agitar las «manos» y a mover la «boca». Esta vez sus rasgos eran más claros. No quedaba nada de la imagen convulsa que habían visto en su primera aparición. La criatura habría aprendido a manejar las pantallas de estasis. Un ejemplo más de su habilidad para adaptarse. Jacob no quiso pensar lo que aquello implicaba a la seguridad de la nave.
Un destello de color a la izquierda llamó su atención. Jacob se acercó al panel que tenía al lado, sacó el micro y lo conectó en modo personal.
—Helene, mire a uno ocho por sesenta y cinco. Creo que tenemos más compañía.
—Sí. —La voz de deSilva inundó suavemente la parte de la sala ocupada por su cabeza—. Lo veo. Parece hallarse en su forma estándar. Veamos qué hace.
El segundo espectro se aproximó, vacilante, desde la izquierda. Su estructura amorfa y ondulante era como una mancha de aceite en la superficie del océano. Su forma no se parecía en nada a la de un hombre.
La doctora Martine contuvo el aliento bruscamente cuando vio al intruso, y empezó a ponerse el casco.
—¿Cree que deberíamos avisar a Bubbacub? —preguntó Jacob rápidamente.
Ella lo pensó un instante, y luego miró al primer solariano. Todavía agitaba sus «brazos», pero no había cambiado de posición. Ni Bubbacub.
—Dijo que se le avisara si se movía —dijo.
Miró ansiosamente al recién llegado.
—Tal vez yo debería ocuparme de este nuevo y dejar que él siga con el primero, y no molestarle.
Jacob no estaba seguro. Hasta ahora Bubbacub era el único que había encontrado algo positivo. Los motivos de Martine para no informarle de la llegada del segundo solariano eran sospechosos. ¿Estaba envidiosa del éxito del pil?
Oh, bueno, el eté odia ser interrumpido de todas formas, pensó Jacob, y se encogió de hombros.
El recién llegado se acercó cuidadosamente, con pequeños impulsos y paradas, hacia el lugar donde su primo más grande y brillante ejecutaba su representación de un hombre furioso.
Jacob miró a Culla.
¿Debería decírselo al menos a él? Parece tan concentrado en el primer espectro. ¿Por qué no lo ha anunciado Helene? ¿Y dónde está Fagin? Espero que no se esté perdiendo esto.
En algún lugar de las alturas se produjo un destello. Culla se agitó.
Jacob alzó la cabeza. El recién llegado había desaparecido. El primer espectro se encogió lentamente y se desvaneció.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Jacob—. Tan sólo he vuelto la cabeza un momento...
— ¡No lo shé, Amigo-Jacob! Eshtaba mirando para ver shi la conducta vishual del sher podría revelar algunash pishtas shobre shu naturaleza, cuando de repente apareció otro. El primero atacó al shegundo con un deshtello de luz, y lo hizo marcharshe. ¡Entoncesh también él she marchó!
— ¡Tendrían que haberme anunciado la llegada del segun do —dijo Bubbacub. Estaba de pie, con el vodor una vez más alrededor de su cuello—. No im-porta. Sé todo lo que necesitaba sa-ber. Informaré a la hu-mana deSilva.
Se volvió y se marchó. Jacob se puso en pie para seguirle. Fagin les esperaba, junto a deSilva y la Cámara del Piloto. —¿Lo viste? —susurró Jacob.
—Sí. Bastante bien. Estoy ansioso por oír lo que ha descubierto nuestro estimado amigo.
Con un gesto teatral, Bubbacub pidió a todo el mundo que le escuchara.
—Dijo que es viejo. Lo cre-o. Es una ra-za muy vieja.
Sí, pensó Jacob. Eso es lo primero que Bubbacub querría averiguar.
—Los so-larianos di-cen que mataron al chimpancé. LaRo-que lo mató también. Empezarán a matar a hu-manos si no se mar-chan para siempre.
—¿Qué? —exclamó deSilva—. ¿De qué está hablando? ¿Cómo podrían ser responsables LaRoque y los Espectros?
—No pierda la cal-ma, se lo a-consejo. —La voz del pil, moderada por el vodor, tenía un tono de amenaza—. El so-lariano me dijo que hicieron que el hombre lo hiciera. Le dieron su ira. Le dieron su necesidad de matar. Le dieron también la verdad.
Jacob terminó de resumir las observaciones de Bubbacub a la doctora Martine.
— ... y entonces terminó diciendo que sólo había una forma de que los solarianos pudieran haber influido en LaRoque desde tanta distancia. Y si usaron ese método quedaban explicadas las faltas de referencias en la Biblioteca. El uso de ese poder es tabú. Bubbacub quiere que nos quedemos el tiempo suficiente para comprobarlo y que luego salgamos de aquí.
—¿Qué poder? —preguntó Martine. Estaba sentada, con el burdo casco psi terrestre sobre el regazo. Culla escuchaba a su lado, con otro fino liquitubo entre los labios.
—No es pi-ngrli. Eso se usa a veces legalmente. Además no puede llegar tan lejos, y de todas formas él no pudo encontrar rastro. No, creo que Bubbacub planea usar esa cosa parecida a una piedra.
—¿La reliquia lethani?
—Sí.
Martine sacudió la cabeza. Miró hacia abajo y jugueteó con un mando del casco.
—Es tan complicado... No lo comprendo en absoluto. Nada ha salido bien desde que regresamos a Mercurio. Nada es lo que parece ser.
—¿Qué quiere decir?
La parapsicóloga hizo una pausa, y luego se encogió de hombros.
—Ya no se puede estar segura de nada... Yo estaba convencida de que el tonto pique entre Peter y Jeffrey era verdadero e inofensivo a la vez. Ahora descubro que fue inducido artificialmente y que resultó letal. Y supongo que también tenía razón respecto a los solarianos. Sólo que no fue idea suya, sino de ellos.
—¿Cree que de verdad son nuestros Tutores perdidos?
—¿Quién sabe? Si es cierto, es una tragedia que no podamos volver aquí a hablar con ellos.
—Entonces acepta la historia de Bubbacub sin reservas.
— ¡Sí, claro! Es el único que ha logrado establecer contacto, y además lo conozco. Bubbacub nunca podría confundirnos. ¡La verdad es el trabajo de su vida!
Pero Jacob sabía ahora a quién se refería cuando dijo que ya no se podía estar seguro de nada. La doctora Martine estaba aterrada.
—¿Está segura de que Bubbacub fue el único que entabló algún tipo de contacto?
Sus ojos se abrieron de par en par, pero luego miró hacia otro lado.
—Parece que es el único con esa habilidad.
—¿Entonces por qué se quedó detrás con el casco puesto cuando Bubbacub nos reunió a todos para comunicarnos su informe?
— ¡No tiene que interrogarme de esa forma! —respondió ella acaloradamente—. Quise intentarlo una vez más. ¡Tenía celos de su éxito y quise probar otra vez! Fracasé, por supuesto.
Jacob no se dejó convencer. La irritación de Martine parecía inadecuada y estaba claro que sabía más de lo que decía.
—Doctora Martine, ¿qué sabe acerca de una droga llamada «Warfarin»?
— ¡Usted también! —La doctora se ruborizó—. Le dije al médico de la base que nunca había oído hablar de ella, y desde luego no sé cómo apareció entre las medicinas de Dwayne Kepler. ¡Es decir, si alguna vez ha estado allí!
Se dio la vuelta.
—Creo que será mejor que me vaya a descansar, si no le importa. Quiero estar despierta cuando vuelvan los solarianos.
Jacob ignoró su hostilidad: un poco de presión de su otro yo podría haber despejado sus sospechas. Pero estaba claro que Martine no diría nada más. Se puso en pie. Ella le ignoró mientras bajaba su asiento.
Culla se encontró con él junto a las máquinas de refrescos.
—¿Eshtá moleshto, Amigo-Jacob?
— No, creo que no. ¿Por qué lo pregunta?
El alto extraterrestre parecía cansado. Los finos hombros estaban caídos, aunque le brillaban los grandes ojos.
—Eshpero que no she tome demashiado mal eshta noticia que ha anunciado Bubbacub.
Jacob se dio la vuelta y miró a Culla.
—¿Tomármelo mal, Culla? Sus declaraciones son datos. Eso es todo. Me decepcionaría si resulta que el proyecto Navegante Solar tiene que terminar. Y tendré que encontrar un medio de verificar lo que Bubbacub dice antes de reconocer que es necesario... buscando una referencia en la Biblioteca, por ejemplo. Pero por lo demás, mi emoción más fuerte es la curiosidad. —Jacob se encogió de hombros, irritado ante la pregunta. Le picaban los ojos, probablemente por sobredosis de luz roja.
Culla sacudió lentamente su gran cabeza redonda.
—Creo que esh lo contrario. Dishculpe mi preshunción, pero creo que eshtá muy preocupado.
Jacob sintió un instante de cálida ira. Estuvo a punto de estallar, pero consiguió controlarse.
—¿De qué está hablando, Culla? —dijo lentamente.
—Jacob, ha hecho un buen trabajo permaneciendo neutral en el conflicto interno de shu eshpecie. Pero todosh losh sho-fontesh tienen opinionesh. Le duele deshcubrir que Bubbacub hizo contacto donde los humanosh fracasharon. Aunque nunca ha expreshado shu poshtura en la Cueshtión del Origen, shé que no she shiente feliz al deshcubrir que la humanidad tuvo en efecto un Tutor.
Jacob volvió a encogerse de hombros.
—Es cierto, sigue sin convencerme esa historia de que los solarianos elevaran a la humanidad en el pasado remoto y luego nos abandonaran antes de terminar el trabajo. Nada tiene sentido.
Jacob se frotó la sien derecha. Sentía la proximidad de un dolor de cabeza.
—Y la gente se ha estado comportando de forma muy peculiar en este proyecto. Kepler sufrió una especie de histeria inexplicable y depende por completo de Martine. LaRoque se comportó de forma más exagerada que de costumbre, a veces autodestructivamente. Y no olvide su supuesto sabotaje. Luego la propia Martine pasa de su emotiva defensa de LaRoque a su temor a decir nada que pudiera molestar a Bubbacub. Eso me hace preguntarme... —Hizo una pausa.
—Tal vez los sholarianos shon reshponshablesh de todo eshto. Shi pudieron hacer que el sheñor LaRoque cometiera un asheshinato deshde tan lejosh, podrían haber caushado también otrash aberracionesh.
Jacob cerró los puños. Miró a Culla y apenas pudo reprimir su furia. Los brillantes ojos del alienígena eran opresivos. No quería que le mirase.
—No me interrumpa —dijo, con los labios tensos, y con toda la calma que pudo acumular.
Podía sentir que había algo raro. Una nube parecía rodearle. Nada estaba muy claro pero seguía experimentando la necesidad de decir algo importante. Cualquier cosa.
Miró rápidamente en derredor.
Bubbacub y Martine estaban otra vez en sus puestos. Ambos llevaban los cascos y miraban en su dirección. Martine hablaba.
¡Zorra! Probablemente le está diciendo a ese oso arrogante todo lo que dije. ¡Pelota!
Helene deSilva se detuvo junto a los dos mientras hacía sus rondas, distrayendo su atención de Culla y Jacob. Por un momento, Jacob se sintió mejor. Deseaba que Culla se marchara. ¡Era una lástima que hubiera que tratarlo así, pero un pupilo tenía que saber cuál era su sitio!
DeSilva terminó de hablar con Bubbacub y Martine, y empezó a dirigirse a las máquinas de refrescos. Una vez más, los ojitos negros de Bubbacub le miraron.
Jacob gruñó. Se dio la vuelta para evitar aquella mirada y contempló la máquina de bebidas.
¡A la mierda con todos! He venido a tomar un trago y eso es lo que voy a hacer. ¡De todas formas, ellos no existen!
La máquina se agitó ante él. Una voz interna gritaba algo sobre una emergencia, pero decidió que la voz tampoco existía.
Sí que es una máquina extraña, pensó. Espero que no sea tan complicada como la de la Bradbury. Esa no fue nada amistosa.
No, ésta tenía un puñado de botones tridimensionales transparentes que destacaban de los demás. De hecho, había filas y filas de pequeños botones, todos ellos asomando al espacio.
Extendió la mano para pulsar uno al azar, pero se contuvo. Oh-oh. ¡Esta vez leeremos las etiquetas!
¿Qué es lo que quiero? ¿Café?
La pequeña voz interior gritaba Gyroade. Sí, eso es sensato. Una bebida maravillosa, Gyroade. No sólo es deliciosa, sino que también te pone a tono. Una bebida perfecta para un mundo de alucinaciones.
Tuvo que admitir que sería una buena idea beber un poco. Pero había algo que parecía un poco extraño. ¿Por qué todo se desarrollaba tan despacio?
Su mano se movió como un caracol hacia el botón deseado. Vaciló unas cuantas veces pero por fin la controló. Estaba a punto de pulsarlo cuando la vocecita regresó, esta vez suplicándole que se detuviese.
¡Vaya, hombre! Me das un buen consejo y luego te asustas. ¡Maldita sea! De todas formas, ¿quién te necesita?
Pulsó el botón. El tiempo se aceleró un poco, y Jacob oyó el sonido del líquido.
¿Quién demonios necesita a nadie? Maldito sea el largiru-cho de Culla. El gordo Bubbacub y su fría consorte humana.
Incluso el loco de Fagin... por traerme de la Tierra a este lugar estúpido.
Se inclinó y sacó el liquitubo de su ranura. Tenía un aspecto delicioso.
El tiempo se aceleró, casi de vuelta a la normalidad. Ya se sentía mejor, como si le hubieran aliviado de una gran presión. Antagonismos y alucinaciones parecieron desvanecerse. Sonrió a Helene deSilva, que se acercaba. Luego se volvió para sonreírle a Culla.
Más tarde me disculparé por ser tan brusco, pensó. Alzó el tubo en un brindis.
—... estado gravitando ahí fuera, justo al borde de la detección —decía deSilva—. Estamos preparados, así que sería mejor que...
— ¡Alto, Jacob! —gritó Culla.
DeSilva soltó una exclamación y dio un brinco para agarrarle la mano. Culla añadió sus leves fuerzas para quitarle el tubo de los labios.
Aguafiestas, pensó él amistosamente. Le demostraré a un alienígena debilucho y a una nonagenaria lo que un hombre puede hacer.
Los apartó, pero ellos siguieron atacando. La comandante incluso intentó algunas tretas desagradables, pero él las esquivó y se llevó la bebida a la boca, lenta, triunfalmente.
Una pared se rompió y el sentido del olfato que no recordaba haber perdido regresó como una apisonadora. Tosió una vez y miró el tubo que tenía en la mano.
Hervía marrón y venenoso con burbujas y grumos. Lo arrojó al suelo. Todo el mundo lo miraba. Culla decía algo desde el lugar donde había caído. DeSilva se incorporaba, alerta. Los otros humanos se congregaban alrededor.
Pudo oír el preocupado silbido de Fagin desde alguna parte. ¿Dónde está Fagin?, pensó, mientras se tambaleaba hacia adelante.
Consiguió dar tres pasos y entonces se desplomó en la cubierta delante de Bubbacub.
Volvió en sí lentamente. Le resultó difícil porque sentía la frente tensa. Notaba la piel estirada como el cuero de un tambor. Pero no se trataba de cuero seco. Estaba húmedo, primero de sudor y luego de algo más, algo frío.
Gruñó y alzó la mano. Tocó piel, la mano de alguien, cálida y suave. Por el olor notó que era una mujer.
Jacob abrió los ojos. La doctora Martine estaba sentada cerca, con un paño en la negra mano. Sonrió y le acercó un liquitubo a los labios.
Él vaciló un momento, luego se inclinó hacia adelante para dar un sorbo. Era limonada, y tenía un sabor maravilloso.
La terminó mientras miraba alrededor. Los asientos repartidos por la cubierta estaban ocupados por figuras tendidas.
Miró hacia arriba. ¡El cielo estaba casi negro!
—Vamos de regreso —dijo Martine.
—¿Cuánto...? —Jacob pudo sentir la laringe irritada—. ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?
—Unas doce horas.
—¿Me suministraron algún sedante?
Ella asintió. La Perpetua Sonrisa Profesional apareció de nuevo. Pero ahora no parecía tan falsa. Jacob se llevó una mano a la frente. Todavía le dolía.
—Entonces supongo que no lo soñé. ¿Qué fue lo que intenté beber ayer?
—Un compuesto de amoníaco que trajimos para Bubbacub. Probablemente no le habría matado. Pero le habría causado mucho daño. ¿Puede decirme por qué lo hizo?
Jacob acomodó la cabeza en el cojín.
—Bueno... me pareció una buena idea en ese momento—. Sacudió la cabeza—. En serio. Supongo que me sucedió algo. Pero que me zurzan si sé qué fue.
—Tendría que haber sabido que algo iba mal cuando empezó a decir cosas extrañas sobre asesinatos y conspiraciones. En parte es culpa mía por no reconocer los síntomas. No hay nada de qué avergonzarse. Creo que sólo es un caso de shock de orientación. ¡Una inmersión en una Nave Solar puede ser una horrible experiencia desorientadora en muchos sentidos!
Jacob se frotó los ojos para espantar el sueño.
—Bueno, tiene tazón en eso último. Pero se me acaba de ocurrir que algunas personas estarán pensando probablemente que caí bajo una influencia.
Martine dio un respingo, como sorprendida por verle alerta tan pronto.
—Sí —dijo—. De hecho, la comandante deSilva pensó que fue obra del Espectro. Dijo que probablemente estaban usando sus poderes psi para demostrar su argumento. Incluso habló de contraatacar. La teoría tiene su interés, pero prefiero la mía.
—¿Que me volví 'loco?
—¡Oh, no, nada de eso! ¡Sólo desorientado y confuso! Culla dijo que se comportó... anormalmente en los minutos anteriores a su... accidente. Eso, más mis propias observaciones...
—Sí —asintió Jacob—. Le debo una disculpa a Culla. ¡Oh, Dios mío! No resultó herido, ¿verdad? ¿Y Helene? —Empezó a ponerse en pie.
Martine le obligó a tenderse.
—No, no, todo el mundo está bien. No se preocupe. Estoy segura de que la única preocupación que tienen es por su salud.
Jacob se tumbó. Contempló el liquitubo vacío.
—¿Puedo beber otro?
—Claro. Ahora mismo vuelvo.
Martine le dejó solo. Pudo oír sus suaves pisadas que se dirigían hacia el centro de refrescos, el lugar donde ocurrió el «accidente». Dio un respingo al pensar en el suceso. Sintió una mezcla de, vergüenza y disgusto. Pero por encima de todo estaba la ardiente pregunta, ¿POR QUÉ?
Tras él, dos personas hablaban en voz baja. La doctora Martine debió dejar a alguien a cargo.
Jacob sabía que tarde o temprano tendría que hacer una inmersión que haría parecer una tontería al Navegante Solar. Ese trance sería un riesgo, pero habría que correrlo para descubrir la verdad. La única cuestión era cuándo. ¿Ahora, cuándo podría abrir en dos su mente? ¿O en la Tierra, en presencia de los terapeutas del Centro, donde las respuestas no servirían de nada para su trabajo ni para el proyecto?
Martine regresó. Se agachó junto a él y le ofreció un liqui-tubo lleno. Helene deSilva la acompañaba. La comandante se sentó junto a la parapsicóloga.
Jacob pasó varios minutos asegurándole que se encontraba bien. Ella no hizo caso a sus disculpas.
—No tenía ni idea de que fuera tan bueno en C.S.A., Jacob —dijo.
—¿C.S.A.?
—Combate sin armas. Soy bastante buena, aunque tengo que reconocer que estoy un poco oxidada. Pero usted es mejor. Lo averiguamos de la forma más segura en una lucha entre partes ansiosas por anular al otro sin causar daños ni dolor. Es algo terriblemente difícil, pero usted es un experto.
Jacob nunca hubiera imaginado que fuera posible ruborizarse ante un cumplido como aquél, pero notó que se ponía colorado.
—Gracias. Me cuesta trabajo recordarlo, pero me parece que también usted estuvo bastante bien.
Se miraron mutuamente y sonrieron.
Martine los observó, y se aclaró la garganta.
—Creo que el señor Demwa no debería pasar tanto tiempo hablando. Un shock como ése requiere mucho descanso.
—Sólo quiero saber unas cuantas cosas, doctora, y luego cooperaré. Primero, ¿dónde está Fagin? No lo veo por ninguna parte.
—Kant Fagin está en la zona invertida —dijo deSilva—. Se está nutriendo.
—Estaba muy preocupado por usted. Estoy segura de que le alegrará saber que se encuentra bien —dijo Martine.
Jacob se relajó. Por algún motivo, le preocupaba la seguridad de Fagin.
—Ahora cuénteme qué sucedió después de que me desmayara.
Martine y deSilva intercambiaron una mirada. Luego deSilva se encogió de hombros.
—Tuvimos otra visita. Duró bastante. Durante varias horas el solariano aleteó al borde de la visibilidad. Habíamos dejado muy atrás la manada de toroides y con ella a todos sus compañeros.
»Pero menos mal que esperó. Estuvimos bastante nerviosos durante un rato, bueno...
—Debido a mi numerito —suspiró Jacob—. ¿Pero intentó alguien entablar contacto con él mientras aleteaba ahí fuera?
DeSilva miró a Martine. Sacudió levemente la cabeza.
—No sucedió gran cosa luego —continuó apresuradamente la comandante—. Todavía estábamos conmocionados. Pero luego, a eso de las cuatrocientas, desapareció. Volvió poco después con su... «modo amenazante».
Jacob dejó que terminara la conversación entre las dos mujeres. Pero se le ocurrió algo.
—¿Están seguras de que no eran los mismos Espectros? Tal vez los modos «normal» y «amenazante» son dos especies diferentes.
Martine pareció momentáneamente aturdida.
—Eso podría explicar... —entonces guardó silencio.
—Esto... ya no los llamamos Espectros —dijo deSilva—. Bubbacub dice que no les gusta.
Jacob sintió un momento de irritación, pero lo controló rápidamente para que las mujeres no lo advirtieran. Esta conversación no los llevaba a ninguna parte.
—¿Qué pasó cuando vino en su estado amenazante?
DeSilva frunció el ceño.
—Bubbacub habló con él durante un rato. Luego se enfadó y lo expulsó.
—¿Qué hizo?
—Intentó razonar con él. Citó el libro de los derechos Tu-tor-Pupilo. Incluso prometió hacer negocios. El solariano no dejó de proferir amenazas. Dijo que enviaría mensajes psi a la Tierra y causaría desastres indescriptibles.
»Por fin, Bubbacub le conminó a rendirse. Hizo que todo el mundo se tumbara. Luego sacó ese trozo de hierro y cristal que guarda tan en secreto. ¡Ordenó que todos cerraran los ojos, luego dijo abracadabra y expulsó a la maldita cosa!
—¿Qué hizo?
Ella volvió a encogerse de hombros.
—Sólo los Progenitores lo saben, Jacob. Hubo una luz cegadora, una sensación de presión en los oídos... y cuando volvimos a mirar, el solariano había desaparecido.
»¡Y no sólo eso! Volvimos al lugar donde pensábamos que habíamos dejado el rebaño de toroides. También había desaparecido. ¡No había un ser viviente a la vista!
—¿Nada en absoluto? —Jacob pensó en los hermosos toroides y en sus brillantes amos multicolores.
—Nada —dijo Martine—. Todo había sido borrado. Bubbacub nos aseguró que no habían sido dañados.
Jacob se sintió aturdido.
—Bueno, al menos ahora existe una protección. Podemos negociar con los solarianos desde una postura de fuerza.
DeSilva sacudió la cabeza tristemente.
—Bubbacub dice que no puede haber negociaciones. Son malignos, Jacob. Ahora nos matarán si pueden.
—Pero...
—Y ya no podemos contar con Bubbacub. Le dijo a los solarianos que la Tierra se vengaría si resultaba dañada. Pero aparte de eso, no nos ayudará. La reliquia vuelve a Pila.
Miró al suelo. Su voz sonó ronca.
—El Proyecto Navegante Solar ha terminado.
SEXTA PARTE
La medida de la salud mental es la flexibilidad (no la comparación con alguna «norma»), la libertad para aprender de la experiencia, de ser influido por argumentos razonables, y la atención a las emociones, y especialmente la libertad de contenerse cuando se está saciado. La esencia de la enfermedad es la congelación de la conducta en pautas inalterables e insaciables.
LAWRENCE KUBIE