En la antigüedad, dos aviadores se procuraron alas. Dédalo voló sin problemas por el aire y fue debidamente honrado cuando aterrizó. Icaro se acercó al sol hasta que la cera que sujetaba sus alas se fundió, y su vuelo terminó en fracaso. Naturalmente, las autoridades clásicas nos dicen que sólo estaba «haciendo alardes», pero yo prefiero pensar que fue el hombre que sacó a la luz un grave defecto de construcción en las máquinas voladoras de su tiempo.
Fierre LaRoque estaba sentado dando la espalda a la cúpula. Se abrazaba las rodillas y miraba ausente la cubierta. Se preguntó tristemente si Millie le suministraría una inyección que durara hasta que la Nave Solar saliera de la cromosfera.
Desgraciadamente, eso no encajaba demasiado con su nuevo rol de profeta. Se estremeció. Durante toda su vida profesional, nunca había advertido cuánto significaba tener sólo que comentar y no dar forma a los hechos. Los solarianos le habían lastrado con una maldición, no con una bendición.
Se preguntó, aturdido, si las criaturas le habrían elegido siguiendo un capricho irónico, como una especie de broma. O si de algún modo habían introducido palabras en su interior para que surgieran cuando regresara a la Tierra, al objeto de aturdirle y avergonzarle.
¿O se supone que tengo que expresar mis opiniones como he hecho siempre? Se meció lenta, tristemente. Imponer sus ideas en los demás a fuerza de personalidad era una cosa. Hablar envuelto en un manto de profeta era otra muy distinta.
Los demás se habían reunido cerca del puesto de mando para discutir los próximos pasos a dar. Podía oírlos hablar y deseó que se marcharan. Sin alzar la cabeza, pudo sentir que se volvían y le miraban.
LaRoque deseó estar muerto.
—Yo digo que lo tiremos por la borda —sugirió Donaldson. Ahora su tono era muy afectado. A Jacob, que le escuchaba cerca, le hubiera gustado que la moda de los lenguajes étnicos nunca hubiera llegado a producirse—. Los problemas que este hombre causará si se le suelta en la Tierra no tendrán fin.
Martine se mordió los labios un instante.
—No, eso no sería aconsejable. Será mejor llamar a la Tierra para recibir instrucciones cuando regresemos a Mermes. Los federales podrán decidir si usamos una provisión de secuestro de emergencia con él, pero no creo que nadie sugiera eliminar a Peter.
—Me sorprende que reaccione de esa forma a la sugerencia del jefe —dijo Jacob—. Pensaba que la idea la repugnaría.
Martine se encogió de hombros.
—Ya debe de haber quedado claro que represento a una facción de la Asamblea de la Confederación. Peter es amigo mío, pero si pensara que mi deber hacia la Tierra es eliminarle, lo haría.
Parecía decidida.
Jacob no estaba tan sorprendido como parecía. Si el ingeniero jefe tenía la necesidad de aparentar ironía para superar el shock de la última hora, los demás habían renunciado a toda pretensión. Martine estaba dispuesta a pensar lo impensable. LaRoque no pretendía nada, pero estaba aterrado. Se mecía lentamente, al parecer ajeno a los demás.
Donaldson alzó su índice derecho.
—¿Se han dado cuenta de que los solarianos no dijeron nada sobre el rayo con el mensaje? Lo atravesó y no pareció importarle. Sin embargo, antes, el otro Espectro…
—El joven.
—El joven, sí, reaccionó claramente.
Jacob se rascó una oreja.
—Los misterios no tienen fin. ¿Por qué ha evitado siempre la criatura adulta ponerse en línea con nuestros instrumentos del borde de la nave? ¿Tiene algo que ocultar? ¿Por qué los gestos amenazantes en todas las inmersiones previas, cuando podía comunicarse desde que la doctora Martine usó el casco psi a bordo hace meses?
—Tal vez su láser-P le dio un elemento necesario —sugirió uno de los tripulantes, un oriental llamado Chen, a quien Jacob había visto sólo al principio de la inmersión—. Otra hipótesis podría ser que estaba esperando a hablar con alguien de estatus razonable.
Martine hizo una mueca.
—Ésa es la teoría en la que estuvimos trabajando en la última inmersión, y no funcionó. Bubbacub falsificó el contacto, y a pesar de toda su capacidad, Fagin fracasó… oh, se refiere a Peter…
El silencio podía cortarse con un cuchillo.
—Jacob, ojalá hubiéramos encontrado un proyector. —Donaldson sonrió amargamente—. Habría resuelto todos nuestros problemas.
Jacob sonrió, sin humor.
—¿Deus ex machina, jefe? Sabe bien que no hay que esperar favores del universo.
—Podríamos abandonar —dijo Martine—. Nunca volveremos a ver a otro Espectro adulto. En la Tierra la gente era escéptica respecto a todas esas historias sobre «seres antropomorfos». Sólo contamos con la palabra de un par de docenas de sofontes que afirmaban haberlos visto, más unas cuantas fotos borrosas. A pesar de mis pruebas, con el tiempo todo será achacado a la histeria. —Miró al suelo, sombría.
Jacob advirtió que Helene deSilva estaba a su lado. Había permanecido extrañamente silenciosa desde que los había reunido unos minutos antes.
—Bueno, al menos esta vez el Proyecto Navegante Solar no está amenazado —dijo—. La investigación solonómica puede continuar, igual que los estudios de los rebaños de toroides. El solariano dijo que no intervendrían.
—Sí —añadió Donaldson—. ¿Pero lo hará él?
Señaló a LaRoque.
—Tenemos que decidir lo que vamos a hacer. Nos acercamos al fondo del rebaño. ¿Subimos y seguimos husmeando? Tal vez los solarianos varíen tanto entre sí como los humanos.
Tal vez el que nos encontramos era un cascarrabias —sugirió Jacob.
—No lo había pensado —comentó Martine.
—Pongamos el Láser Paramétrico con el dispositivo automático y añadamos una porción en inglés codificado a la cinta de comunicaciones. El rayo alcanzará el rebaño mientras vayamos subiendo en espiral, y es posible que un solariano adulto más amistoso se sienta atraído.
—Si alguno lo hace, espero que no me asuste como ese último — murmuró Donaldson.
Helene deSilva se frotó los hombros, como si combatiera un escalofrío.
—¿Tiene alguien más algo que decir «en camera»? Entonces voy a zanjar la parte humana de la discusión prohibiendo toda acción precipitada referida al señor LaRoque. Que nadie le quite ojo de encima.
»Se suspende la sesión. Piensen en lo que se podría hacer a continuación. Que alguien le pida a Fagin y Culla que se reúnan con nosotros en el centro de avituallamiento dentro de veinte mintutos. Eso es todo.
Jacob sintió una mano en su brazo. Helene estaba junto a él.
—¿Se encuentra bien?
—Sí… sí —ella sonrió sin mucha convicción—. Es que… Jacob, ¿quiere acompañarme a mi despacho, por favor?
—Claro.
Helene sacudió la cabeza. Sus dedos se hundieron en el brazo de Jacob y le arrastró rápidamente hacia el cubículo en un lado de la cúpula que servía como despacho. Cuando estuvieron dentro, despejó un espacio en la diminuta mesa y le hizo un gesto para que se sentara. Entonces cerró la puerta y se apoyó contra ella.
—Oh, Dios —suspiró.
—Helene… —Jacob dio un paso hacia adelante, luego se detuvo. Los ojos de ella le miraron, ardientes.
—Jacob. —Ella hacía un esfuerzo de concentración para calmarse—. ¿Me promete que me hará un favor durante unos minutos y que después no hablará sobre ello? No puedo decirle de qué se trata hasta que acceda. —Sus ojos suplicaron en silencio.
Jacob no tuvo que pensarlo.
—Por supuesto, Helene. Puede pedir lo que quiera. Pero dígame qué.
—Entonces, por favor, abráceme. —Su voz se perdió en un sollozo. Se desplomó contra el pecho de Jacob con los brazos extendidos. Mudo y sorprendido, Jacob la abrazó con fuerza.
Ella se meció lentamente adelante y atrás mientras una serie de poderosos temblores recorrían su cuerpo.
—Sshhh… Tranquila. —Jacob pronunció palabras sin sentido. El pelo de ella le rozaba la mejilla y su olor parecía llenar toda la habitación. Era mareante.
Permanecieron juntos en silencio durante un rato. Ella movía la cabeza lentamente sobre su hombro.
Los temblores remitieron. Gradualmente, su cuerpo se relajó. Jacob frotó los músculos tensos de su espalda con una mano, y éstos se aflojaron uno a uno.
Se preguntó quién hacía el favor a quién. No había sentido esta paz, esta calma, desde Ifni sabía cuándo. Le emocionó que ella confiara tanto en él.
Más aún, le hacía feliz. Había una vocecita amarga por debajo que rechinaba los dientes en este momento, pero no le prestó atención. Hacer lo que estaban haciendo parecía más natural que respirar.
Unos instantes después, Helene alzó la cabeza. Cuando habló, su voz fue pastosa.
—No había estado tan asustada en toda mi vida —dijo—. Quiero que comprenda que no hubiera tenido que hacer esto. Podría haber seguido siendo la Dama de Hierro durante el resto de la inmersión… pero usted estaba aquí, disponible… tuve que hacerlo. Lo siento.
Jacob advirtió que Helene no hacía ningún esfuerzo por soltarse de su abrazo.
—No tiene importancia —dijo suavemente—. Ya le diré más adelante lo agradable que ha sido. No se preocupe por estar asustada. Yo me quedé sin respiración cuando vi esas letras. Curiosidad y aturdimiento son mis mecanismos de defensa. Ya vio cómo reaccionaron los demás. Usted tiene más responsabilidad, eso es todo.
Helene no dijo nada. Alzó las manos y las colocó sobre sus hombros, sin crear un espacio entre ellos.
—De todas formas —continuó Jacob, colocándole en su sitio algunos rizos dispersos—, ha debido de pasar mucho más miedo durante sus Saltos.
Helene se puso tensa y se retiró un poco.
—¡Señor Demwa, es intolerable! ¡Constantemente mencionando mis Saltos! ¿Cree que he estado alguna vez más asustada que antes? ¿Qué edad cree que tengo?
Jacob sonrió. Ella no había empujado demasiado fuerte para soltarse de sus brazos. Obviamente, no estaba dispuesta a dejarle escapar.
—Bueno, relativamente hablando… —empezó a decir.
— ¡Al cuerno con la relatividad! ¡Tengo veinticinco años! ¡Puede que haya visto más cielo que usted, pero he experimentado mucho menos del universo real, y mi nivel de competencia no dice nada de cómo me siento por dentro! Da miedo tener que ser perfecta, fuerte y responsable de las vidas de la gente… para mí al menos, no como a usted, héroe imperturbable y frío, que puede permanecer tan tranquilo como quiera, igual que el capitán Beloc de la Calypso cuando nos encontramos con ese loco bloqueo falso en J8'lek y… ¡y ahora voy a hacer algo completamente ilegal y te voy a ordenar que me beses, ya que no pareces dispuesto a hacerlo de propia iniciativa!
Ella le miró, desafiante. Cuando Jacob se echó a reír y la atrajo hacia sí, se resistió momentáneamente. Luego deslizó los brazos alrededor de su cuello y sus labios se apretaron contra los suyos.
Jacob la sintió temblar de nuevo.
Pero esta vez era diferente. Resultaba difícil decir por qué, ya que estaba ocupado en ese momento. Y de forma encantadora.
De repente, dolorosamente, advirtió cuánto tiempo había pasado desde… dos largos años. Descartó el pensamiento. Tania estaba muerta, y Helene estaba maravillosamente viva, hermosa. La abrazó con más fuerza y respondió a su pasión del único modo posible.
—Excelente terapia, doctor —sonrió ella mientras trataba de alisar los rizos de su pelo—. Me ha sentado mejor que un millón de dólares, aunque parece que has pasado por una exprimidera.
—¿Qué… esto, es una «exprimidera»? No importa, no quiero ninguna explicación a tus anacronismos. ¡Mírate! ¡Te gusta hacerme parecer una barra de hierro que ha sido fundida y deformada!
—Aja.
Jacob no consiguió reprimir una sonrisa.
—Cierra el pico y respeta a tus mayores. Por cierto, ¿cuánto tiempo tenemos?
Helene consultó su anillo.
—Unos dos minutos. Un momento espantoso para tener una reunión. Empezabas a ponerte interesante. ¿Quién demonios la convocó para una hora tan intempestiva?
—Tú.
—Ah, sí. Es verdad. La próxima vez te daré al menos media hora, e investigaremos las cosas con más detalle.
Jacob asintió, inseguro. A veces era difícil saber hasta qué punto bromeaba esta mujer.
Antes de abrir la puerta, Helene se inclinó sobriamente hacia adelante y le besó.
—Gracias, Jacob.
El acarició su mejilla con la mano izquierda. Ella la apretó brevemente.
No había nada que decir cuando él retiró la mano.
Helene abrió la puerta y se asomó. Únicamente el piloto estaba a la vista. Todos los demás probablemente se habían marchado a la segunda reunión en el centro de avituallamiento.
—Vamos —dijo—. ¡Me podría comer un caballo!
Jacob se estremeció. Si iba a conocer mejor a Helene, sería mejor que se preparara para ejercitar mucho la imaginación. ¡Un caballo, nada menos!
No obstante se rezagó un poco para poder ver cómo se movía.
Estaba tan distraído que no se dio cuenta cuando un toroide pasó girando ante la nave, con sus costados esmaltados con colores brillantes y rodeado por un halo tan blanco y resplandeciente como el pecho de una paloma.
Cuando regresaron, Culla estaba retirando un liquitubo del follaje de Fagin. Tenía uno de los brazos dentro de las ramas del kantén. El pring sostenía un segundo liquitubo en la otra mano.
—Bienvenidos —trinó Fagin—. Pring Culla acaba de ayudarme con mi complemento dietético. Me temo que al hacerlo ha descuidado el suyo.
—No hay problema, sheñor —dijo Culla. Retiró lentamente el tubo.
Jacob se acercó tras el pring para observar. Era una oportunidad para aprender más del funcionamiento de Fagin. El kantén le dijo una vez que su especie no tenía ningún tabú, así que seguramente no le importaría que Jacob intentara averiguar qué clase de orificio usaba el alienígena semivegetal.
Estaba empinado detrás de Culla cuando el pring se echó atrás de repente, soltando el liquitubo. Su codo chocó dolorosamente encima del ojo de Jacob, derribándole.
Culla castañeteó ruidosamente. Los liquitubos cayeron de sus manos, que colgaron flaccidas a sus costados. Helene tuvo problemas para contener la risa. Jacob se puso rápidamente en pie. Su mueca hacia Helene («Ya me desquitaré algún día») sólo la hizo toser con más fuerza.
—Olvídelo, Culla. No me ha hecho daño. Ha sido culpa mía. Además, todavía me queda un ojo sano. —Resistió el impulso de frotarse el punto dolorido.
Culla le miró con ojos resplandecientes. El castañeteo remitió.
—Esh ushted muy amable, Amigo-Jacob —dijo por fin—. En una shituación adecuada, pupilo-mayor, la culpa fue mía por deshcuidado. Le doy lash graciash por perdonarme.
—No importa, amigo mío —concedió Jacob. Podía sentir el principio de un feo chichón. Con todo, sería aconsejable cambiar de tema para ahorrar más vergüenza a Culla.
—Hablando de ojos, he leído que su especie y la mayoría de las de Pring, tenían un solo ojo antes de que llegaran los pila y comenzaran su programa genético.
—Shí, Jacob. Losh pila nosh dieron dosh ojosh por cuesh-tionesh eshtéticash. La mayoría de los bípedosh de la galaxia son binocularesh. No querían que lash demásh razash jóve-nesh she burlaran de noshotrosh.
Jacob frunció el ceño. Había algo… sabía que Mister Hyde lo tenía ya pero lo contenía, todavía de mal humor.
¡Maldición, es mi inconsciente!
No tenía sentido. Oh, bueno.
—Pero también he leído, Culla, que su especie era arborí-cora… incluso braquial, si no recuerdo mal…
—¿Y eso qué signifca? —susurró Donaldson a deSilva.
—Significa que solían columpiarse en las ramas de los árboles — respondió ella—. ¡Ahora, cállese!
—Pero si sólo disponían de un ojo, ¿cómo podían tener sus antepasados suficiente percepción de profundidad para no fallar cuando intentaban agarrar la siguiente rama?
Antes de terminar la frase, Jacob se sintió contento. ¡Ésa era la pregunta que Mister Hyde estaba conteniendo! ¡De modo que el pequeño demonio no tenía un cerrojo completo sobre la reflexión inconsciente! Helene le estaba haciendo bien. Apenas le importó la respuesta de Culla.
—Creía que lo shabía, Amigo-Jacob. Oí a la comandante deShilva explicar durante nueshtra primera inmershión que tengo diferentesh receptoresh. Mish ojosh pueden detectar fashe ademásh de intenshidad.
—Sí. —Jacob empezaba a divertirse. Tendría que mirar a Fagin. El viejo kantén le avisaría si se metía en un terreno que a Culla le resultara molesto—. —Sí, pero la luz del sol, sobre todo en un bosque, sería totalmente incoherente… de fase aleatoria. Los delfines usan un sistema parecido en su sonar, conservando la fase y todo lo demás. Pero proporcionan su propio campo de fase coherente emitiendo trinos bien sintonizados.
Jacob dio un paso atrás, disfrutando de una pausa dramática. Pisó uno de los liquitubos que Culla había dejado caer. Lo recogió con gesto automático.
—Entonces, si los ojos de sus antepasados no hacían más que retener la fase, todo el asunto seguiría sin funcionar si no tenían una fuente de luz coherente en su entorno —dijo Jacob, excitado—. ¿Láseres naturales? ¿Tienen sus bosques alguna fuente natural de luz láser?
—¡Por Júpiter que eso sería interesante! —comentó Donaldson.
Culla asintió.
—Shí, Jacob. Losh llamamosh lash… —Sus mandíbulas se unieron en un complicado ritmo—… plantash. Esh increíble que dedujera shu exishtencia a partir de tan pocash pishtash. Hay que felicitarle. Le moshtraré fotosh de uno cuando re-greshemosh.
Jacob vio que Helene le sonreía posesivamente. (Sintió en su interior un gruñido distante. Lo ignoró.)
—Sí. Me gustaría verlo, Culla.
El liquitubo en su mano estaba pegajoso. El aire olía a heno recién cortado.
—Tome, Culla —tendió el liquitubo—. Creo que se le ha caído esto. —Entonces su brazo se congeló. Miró el tubo durante un instante y luego soltó una carcajada.
— ¡Millie, venga aquí! —gritó—. ¡Mire esto!
Tendió el tubo a la doctora Martine y señaló la etiqueta.
—¿Una mezcla de alcalido-3-(alfa-acetonilbenzil)-4-hidroxi-cumarina? —Ella pareció insegura durante un instante—. ¡Vaya, eso es «Warfarin»! ¡De modo que es uno de los complementos dietéticos de Culla! Entonces ¿cómo demonios llegó una muestra a los medicamentos de Dwyane?
Jacob sonrió tristemente.
—Me temo que ese asunto fue culpa mía. Cogí sin darme cuenta una muestra de una de las tabletas de Culla a bordo de la Bradbury. Tenía tanto sueño cuando lo hice que lo olvidé. Debí meterlo en el mismo bolsillo donde más tarde guardé las muestras del doctor Kepler. Y fueron todas juntas al laboratorio del doctor Laird.
»Fue pura coincidencia que uno de los suplementos nutritivos de Culla fuera idéntico a un viejo veneno terrestre, pero sí que me hizo andar en círculos. Pensaba que Bubbacub se lo dio a Kepler para volverlo inestable, pero nunca me sentí satisfecho con esa teoría. —Se encogió de hombros.
— ¡Bueno, pues yo me alegro de que todo el asunto quede zanjado! —rió Martine—. ¡No me gustaba lo que la gente empezaba a pensar de mí!
Era un pequeño descubrimiento. Pero de algún modo aclarar un misterio transformó el estado de ánimo de los presentes. Charlaron animadamente.
La única mancha se produjo cuando pasó Fierre LaRoque, riendo en voz baja. La doctora Martine fue a pedirle que se reuniera con ellos, pero el hombrecito se limitó a sacudir la cabeza, y luego siguió dando vueltas alrededor de la nave.
Helene estaba junto a Jacob. Tocó la mano que aún sostenía el liquitubo de Culla.
—Hablando de coincidencias, ¿has echado un vistazo a la fórmula del suplemento de Culla? —Se detuvo y alzó la cabeza. Culla se acercó a ellos y saludó.
—Shi ya ha terminado, Jacob, me llevaré eshte tubo pega-josho.
—¿Qué? Oh, claro, Culla. Tome. ¿Qué decías, Helene?
Aunque el rostro de ella permanecía serio, resultaba difícil no sorprenderse de su belleza. Era la fase inicial del período de enamoramiento que, durante algún tiempo, dificulta escuchar a la amada.
—Decía que advertí una extraña coincidencia cuando la doctora Martine leyó en voz alta esa fórmula química. ¿Recuerdas cuando hablaste de láseres orgánicos teñidos? Bueno…
La voz de Helene se apagó. Jacob pudo ver cómo se movía su boca, pero todo lo que pudo distinguir fue una palabra:
—… cumarina…
Había problemas en erupción. Su neurosis controlada se había rebelado. Mister Hyde intentaba impedirle que escuchara a Helene. De hecho, de pronto advirtió que su otra mitad había estado dominando su habitual habilidad de reflexión desde que Helene había dado a entender, en su conversación al borde de la cubierta, que quería que él proporcionara los genes que llevaría consigo a las estrellas cuando la Calypso diera el salto.
¡Hyde odia a Helene!, advirtió con sorpresa. ¡La primera chica que conozco y que podría empezar a reemplazar lo que he perdido —un temblor, como una migraña, amenazó con hendir su cráneo—, y Hyde la odia! (El dolor vino y se fue instantáneamente.)
Más aún, aquella parte de su inconsciente lo había estado engañando. Había visto todas las piezas y no las había dejado salir a la superficie. Eso era una violación del acuerdo. ¡Era intolerable, y no era capaz de imaginar por qué!
—Jacob, ¿te encuentras bien? —Volvió a sentir la voz de Helene. Le miró aturdida. Por encima de su hombro, Jacob pudo ver a Culla, que los miraba desde las máquinas de comida.
—Helene —dijo bruscamente—, escucha, dejé una cajita de píldoras junto a la Cámara del Piloto. Son para los dolores de cabeza que sufro a veces… ¿Podrías traérmelas, por favor? —Se llevó una mano a la frente y sonrió.
—Bueno… claro. —Helene le tocó el brazo—. ¿Por qué no vienes conmigo? Podrías tenderte. Hablaremos…
—No. —Él la cogió por los hombros y la hizo girar con suavidad—. Por favor, ve a buscarlas. Te esperaré aquí.
Furioso, combatió el pánico al tiempo que intentaba que ella se marchara.
—Muy bien, ahora mismo vuelvo —dijo Helene. Al verla marchar, Jacob suspiró aliviado. La mayoría de los presentes tenían las gafas colgadas del cinturón, esperando órdenes. La eficaz comandante deSilva había dejado las suyas en su asiento.
Cuando había recorrido unos diez metros hacia su destino, Helene empezó a dudar.
Jacob no había dejado ninguna caja de píldoras junto a la Cámara del Piloto. Me habría dado cuenta. Quería deshacerse de mí. ¿Pero por qué?
Miró hacia atrás. Jacob se apartaba de la máquina de comida con un rollo de proteínas en la mano. Sonrió a Martine y asintió a Chen, y luego empezó a dirigirse a la cubierta, más allá de Fagin. Culla observaba tras él al grupo con ojos brillantes, cerca de la escotilla del bucle de gravedad.
¡No parecía que a Jacob le doliera la cabeza! Helene se sintió herida y confusa.
Bueno, si no me quiere cerca, muy bien. ¡Fingiré que busco sus malditas píldoras!
Empezaba a volverse cuando, de pronto, Jacob tropezó con una de las raíces de Fagin y cayó al suelo. El rollo de proteínas rebotó y chocó contra el armazón del Láser Parmétrico. Antes de que ella pudiera reaccionar, Jacob volvió a ponerse en pie, sonriendo tímidamente. Se acercó a recoger la comida. Al agacharse, su hombro tocó el calibrador del láser.
Una luz azul inundó la habitación al instante. Las alarmas ulularon. Helene se cubrió instintivamente los ojos con el brazo y echó mano al cinturón en busca de sus gafas.
¡No estaban allí!
Su asiento se encontraba a tres metros de distancia. Podía imaginar dónde estaba con exactitud, y en qué lugar había dejado las estúpidas gafas. Se volvió y se abalanzó hacia ellas. Al levantarse, siguiendo el mismo movimiento, los protectores cubrían ya sus ojos.
Había puntos brillantes por todas partes. El láser-P, desviado del radio de la nave, enviaba su rayo por la superficie cóncava interna del casco de la Nave Solar. El «código de contacto» modulado destellaba contra la cubierta y la cúpula.
Los cuerpos se agitaban en la cubierta cerca de las máquinas de alimentos. Nadie se había acercado al láser-P para desconectarlo. ¿Dónde estaban Jacob y Donaldson? ¿Se quedaron ciegos en el primer momento?
Varias figuras luchaban cerca de la compuerta del bucle de gravedad. Bajo la parpadeante luz sepulcral vio que eran Jacob Demwa, el ingeniero jefe… y Culla. Ellos… ¡Jacob intentaba colocar una bolsa sobre la cabeza del alienígena!
No había tiempo para decidir qué hacer. Entre intervenir en una misteriosa pelea y eliminar un posible peligro para la seguridad de su nave, Helene no tenía elección. Corrió hacia el láser-P, esquivando los rayos entrecruzados, y lo desenchufó.
Los puntos de luz destellante se interrumpieron bruscamente, a excepción de uno que coincidió con un alarido de dolor y un golpe, cerca de la escotilla. Las alarmas se apagaron y de repente sólo quedó el sonido de la gente gimiendo.
—Capitana, ¿qué sucede? ¿Qué está pasando? —La voz del piloto resonó en su intercomunicador. Helene cogió un micrófono de un asiento cercano.
—Hughes —dijo rápidamente—. ¿Cuál es el estatus de la nave?
—Estatus nominal, señor. ¡Pero menos mal que tenía las gafas puestas! ¿Qué demonios ha pasado?
—El láser-P se soltó. Continúe como hasta ahora. Mantenga la nave firme a un kilómetro del rebaño. Volveré pronto con usted. — Soltó el micro y alzó la cabeza para gritar—: ¡Chen! ¡Dubrowsky! ¡Informen!
Se esforzó por ver algo en la penumbra.
—¡Aquí, capitana! —Era la voz de Chen. Helene maldijo y se arrancó las gafas. Chen estaba más allá de la escotilla, arrodillado junto a una figura tendida.
—Es Dubrowsky —dijo el hombre—. Está muerto. Abrasado.
La doctora Martine se ocultaba detrás del grueso tronco de Fagin. El kantén silbó suavemente mientras Helene se acercaba.
—¿Están bien los dos?
Fagin emitió una larga nota que sonó vagamente como un confuso «sí». Martine asintió, entrecortadamente, pero siguió agazapada tras el tronco de Fagin. Tenía las gafas torcidas. Helene se las quitó.
—Vamos, doctora. Tiene pacientes que atender. —Tiró del brazo de Martine—. ¡Chen! ¡Vaya a mi despacho y traiga el botiquín! ¡Rápido!
Martine empezó a levantarse, pero enseguida se desmoronó, sacudiendo la cabeza.
Helene apretó los dientes y de repente tiró del brazo que tenía agarrado, alzando a la otra mujer. Martine se puso en pie, vacilante.
Helene la abofeteó.
— ¡Despierte, doctora! ¡Me va a ayudar a atender a estos hombres o le romperé los dientes de una patada!
Cogió a Martine por el brazo y la arrastró unos cuantos metros hacia el lugar donde estaban el jefe Donaldson y Jacob Demwa.
Jacob gimió y empezó a agitarse. Helene sintió que su corazón daba un respingo cuando apartó el brazo de su rostro. Las quemaduras eran superficiales y no habían alcanzado los ojos. Jacob tenía las gafas puestas.
Dirigió a Martine hacia Donaldson y la hizo sentarse. El ingeniero jefe tenía el lado izquierdo del rostro malherido. La lente izquierda de sus gafas estaba rota.
Chen llegó corriendo, con el botiquín.
La doctora Martine se volvió y se estremeció. Luego alzó la cabeza y vio al tripulante con el botiquín. Extendió las manos para recogerlo.
—¿Necesitará ayuda, doctora? —preguntó Helene.
Martine colocó los instrumentos sobre la cubierta. Sacudió la cabeza.
—No. Tranquila.
Helene se dirigió a Chen.
—Busque a LaRoque y a Culla. Informe cuando los encuentre.
El hombre salió corriendo.
Jacob volvió a gemir y trató de levantarse, apoyándose en los codos. Helene trajo un paño húmedo. Se arrodilló junto a él y le hizo colocar la cabeza sobre su regazo.
Él gimió cuando ella atendió con cuidado sus heridas.
—Oh… —Se llevó una mano a la cabeza—. Tendría que haberlo sabido. Sus antepasados se balanceaban en los árboles. Tiene la fuerza de un chimpancé. ¡Y parece tan débil!
—¿Puedes decirme lo que ha pasado? —preguntó ella en voz baja.
Jacob gruñó mientras se tocaba la espalda con la mano izquierda. Tiró de algo un par de veces. Por fin sacó la gran bolsa donde guardaba las gafas protectoras. La miró, y luego la arrojó.
—Siento la cabeza como si me hubieran dado una paliza —dijo. Se sentó, se tambaleó un momento con las manos en la cabeza, y luego las dejó caer—. Culla no estará tendido inconsciente por ahí, ¿verdad? Creí que iba a dejarlo fuera de combate cuando me aturdió, pero supongo que perdí el conocimiento.
—No sé dónde está Culla —dijo Helene—. ¿Qué…?
La voz de Chen sonó por el intercomunicador.
—¿Capitana? He encontrado a LaRoque. Está en grado dos- cuarenta. Está bien. ¡De hecho ni siquiera sabía lo que ha sucedido!
Jacob se acercó a la doctora Martine y empezó a hablarle urgentemente. Helene se levantó y se dirigió al intercomunicador situado junto al centro de alimentos.
—¿Ha visto a Culla?
—No, señor, ni rastro. Debe de estar en la zona invertida. —La voz de Chen se fue apagando—. Me dio la impresión de que había lucha. ¿Sabe qué ha pasado?
—Le informaré cuando sepa algo. Mientras tanto, será mejor que releve a Hughes.
Jacob se unió a ella por el intercomunicador.
—Donaldson se pondrá bien, pero necesitará un ojo nuevo. Escucha, Helene, voy a tener que ir por Culla. Préstame a uno de tus hombres, si quieres. Luego será mejor que nos saques de aquí lo más rápidamente posible.
Ella se revolvió.
—¡Acabas de matar a uno de mis hombres! ¡Dubrowsky está muerto! Donaldson está ciego, ¿y ahora quieres que te envíe a otro más para ayudarte a acosar al pobre Culla? ¿Qué locura es esta?
—Yo no he matado a nadie, Helene.
—¡Te vi, maldito imbécil! ¡Chocaste con el láser-P y se volvió loco! ¡Igual que tú! ¿Por qué atacaste a Culla?
—Helene… —Jacob vaciló. Se llevó una mano a la cabeza—. No hay tiempo para explicaciones. Tienes que sacarnos de aquí. No hay forma de saber qué hará ahora que lo sabemos.
— ¡Explícate primero!
—Yo… choqué con el láser a propósito… yo…
El traje de Helene era tan ajustado que Jacob nunca habría imaginado que contenía la pistola chata que apareció en su mano.
—Adelante, Jacob —dijo suavemente.
—Me estaba vigilando. Supe que si mostraba algún signo de que lo había descubierto, podría cegarnos a todos en un instante. Hice que te marcharas para que quedaras libre y luego fui a por la bolsa de las gafas. Solté el láser para confundirle… luz láser por todas partes…
—¡Y mataste y mutilaste a mis hombres!
Jacob se armó de valor.
—¡Escucha, pequeña liante! —Se alzó sobre ella—. ¡Reduje la intensidad de ese rayo! ¡Podía cegar, pero no quemar! ¡Y si no me crees, golpéame! ¡Detenme! ¡Pero sácanos de aquí antes de que Culla nos mate a todos!
—Culla…
—¡Sus ojos, maldición! ¡Cumarina! ¡Su suplemento dietético es un tinte usado con los láseres! ¡Él mató a Dubrowksy cuando intentó ayudarnos a Donaldson y a mí!
»¡Mintió sobre esa planta láser en su planeta natal! ¡Los pring tienen su propia fuente de luz coherente! ¡Ha estado proyectando el tipo «adulto» de Espectro Solar todo el tiempo! ¡Y… Dios mío! — Jacob dio un puñetazo al aire.
»¡Si su proyector es lo bastante sutil para mostrar «Espectros» falsos en el interior del casco de una Nave Solar, debe ser suficientemente bueno para interactuar con los impulsos ópticos de esos ordenadores diseñados por la Biblioteca! Él programó los ordenadores para inculpar a LaRoque como condicional. ¡Y… y yo estaba junto a él cuando programó la nave de Jeff para que se autodestruyera! ¡Estaba dando sus órdenes mientras yo admiraba las bonitas luces!
Helene retrocedió, sacudiendo la cabeza. Jacob dio un paso hacia ella, amenazante y con los puños tensos, pero su rostro era una máscara de autorreproche.
—¿Por qué era siempre Culla el primero en detectar a los Espectros humanoides? ¿Por qué no se vio ninguno mientras estuvo con Kepler en la Tierra? ¿Por qué no me pregunté, antes, sobre los motivos de Culla para presentarse voluntario para que «leyeran» su retina durante la investigación de identidades?
Las palabras surgían demasiado rápido. Helene frunció el ceño mientras trataba de pensar.
—Helene, tienes que creerme —suplicó Jacob.
Ella vaciló.
—¡Oh, mierda! —gritó, y se abalanzó hacia el intercomunicador—. ¡Chen! ¡Sáquenos de aquí! ¡No se preocupe por las comodidades, ponga impulso máximo y coloque la tempo-compresión! ¡Quiero ver cielo negro antes de parpadear dos veces!
—¡Sí, señor! —respondió el piloto.
La nave se abalanzó hacia arriba cuando los campos de compensación quedaron temporalmente sobrepasados, haciendo tambalear a Helene y a Jacob. La comandante agarró el intercomunicador.
—¡Que todo el mundo se ponga las gafas en todo momento a partir de ahora! ¡Siéntense y abróchense los cinturones tan rápido como puedan! ¡Hughes, preséntese inmediatamente en la escotilla del bucle!
En el exterior, los toroides empezaron a pasar con más rapidez. A medida que cada bestia quedaba por debajo del borde de la cubierta, sus bordes destellaban brillantemente, como si le dijeran adiós.
—Tendría que haberme dado cuenta —dijo Helene, angustiada—. ¡En cambio desconecté el láser-P y probablemente le dejé escapar!
Jacob la besó rápidamente, con tanta fuerza que dejó sus labios tintineando.
—No lo sabías. Yo habría hecho lo mismo en tu lugar.
Ella se llevó la mano a los labios y contempló el cuerpo de Dubrowsky.
—Me enviaste a por las píldoras porque…
—Capitana —interrumpió la voz de Chen—. Tengo problemas para desconectar la tempo-compresión de modo automático. ¿Puede quedarse aquí Hughes para ayudarme? También hemos perdido el enlace máser con Kermes.
Jacob se encogió de hombros.
—Primero el enlace máser para impedir que la noticia se difunda, luego la tempo-compresión, luego el impulso gravitatorio, finalmente la estasis. Supongo que el último paso será volar el casco, a menos que los otros sean suficientes. Deberían serlo.
Helene agarró el intercomunicador.
—Negativo, Chen. ¡Quiero a Hughes ahora! Haga lo que pueda solo. —Cortó la comunicación—. Voy contigo.
—Ni hablar —dijo él. Se volvió a poner las gafas y cogió la bolsa del suelo—. Si Culla llega al tercer paso, estaremos fritos, literalmente. Pero si puedo detenerle en parte, tú eres la única con posibilidades de sacarnos de aquí. Ahora préstame esa arma; puede serme útil.
Helene se la tendió. A estas alturas, era absurdo discutir. Jacob estaba al mando. Ella no tenía ninguna idea propia.
El suave tamborileo de la nave cambió de ritmo, convirtiéndose en un zumbido grave e irregular.
Helene respondió a la mirada interrogativa de Jacob.
—Es la tempo-compresión. Ya ha empezado a refrenarnos. En más de un sentido, no nos queda mucho tiempo.
Jacob se agazapó en la escotilla, dispuesto a zambullirse tras la curvatura a la vista del alto y delgado alienígena. Hasta ahora, nada. Culla no había estado en el bucle de la gravedad.
El camino más largo hacia la zona invertida, la única ruta, podría haber sido un buen lugar para una emboscada. Pero a Jacob no le sorprendía demasiado que Culla no estuviera allí, por dos razones.
La primera era táctica. El arma de Culla operaba en la línea de visión. El bucle se curvaba, de forma que los humanos sólo podían aproximarse unos cuantos metros sin ser localizados. Un objeto lanzado a través del bucle viajaba la mayor parte del tiempo con velocidad uniforme. Jacob estaba seguro. Hughes y él habían lanzado varios cuchillos desde la cocina de la nave cuando entraron en el bucle. Los encontraron cerca de la salida de la zona invertida, en un charco de amoníaco de los liquitubos que habían aplastado ante ellos mientras recorrían el ladeado pasadizo.
Culla podría haber estado esperando tras la puerta, pero tuvo que dejar la retaguardia sin cubrir por otro motivo. Sólo tenía una cantidad limitada de tiempo antes de que la Nave Solar alcanzara una órbita superior. Después de que llegaran al espacio abierto, los humanos estarían a salvo de las sacudidas de las tormentas cromosfericas, y el duro casco reflectante de la nave podría deflectar suficiente calor del sol para mantenerlos con vida hasta que llegara ayuda.
De modo que Culla tenía que terminar con ellos, y consigo mismo, rápidamente. Jacob estaba seguro de que el pring estaba junto al ordenador, a noventa grados alrededor de la cúpula, a la derecha, usando sus ojos láser para reprogramar lentamente las salvaguardias de la nave.
Por qué lo hacía, era una cuestión que tendría que esperar.
Hughes recogió los cuchillos. Con la bolsa, algunos liquitubos y el pequeño aturdidor de Helene, compusieron su armamento.
La respuesta clásica, ya que la alternativa era la muerte para todos ellos, sería que un hombre se sacrificara para que el otro pudiera terminar con Culla.
Hughes y Jacob podrían cronometrar cuidadosamente su aproximación desde direcciones diferentes para sorprender a Culla al mismo tiempo. O un hombre podría ponerse delante y el otro apuntar con el aturdidor por encima de su hombro.
Pero ninguno de esos planes funcionaría. Su oponente podía matar literalmente a un hombre con sólo mirarlo. Contrariamente a las falsas proyecciones de los Espectros Solares «adultos», que eran una emisión continua, los rayos asesinos de Culla eran descargas. A Jacob le hubiera gustado recordar cuántas había disparado durante la lucha en la zona superior… o con qué frecuencia. Probablemente no importaba. Culla tenía dos ojos y dos enemigos. Un rayo para cada uno sería sin duda suficiente.
Peor aún, no podían estar seguros de que la habilidad de Culla para crear imágenes holográficas no le permitiera localizarlos en el instante en que entraran en la zona, a partir de los reflejos en el casco interior. Probablemente no los heriría con reflejos, pero eso resultaba una compensación muy pobre.
Si no hubiera tanta atenuación durante el rebote interno del rayo, podrían haber intentado derrotar al alienígena con el láser-P, haciendo que barriera toda la nave mientras los humanos y Fagin se refugiaban en el bucle de gravedad.
Jacob lanzó una maldición y se preguntó qué los demoraba con el láser-P. Junto a él, Hughes murmuró por un intercomunicador de pared. Se volvió hacia Jacob.
—¡Están preparados!
Gracias a las gafas, se ahorraron la mayor parte del dolor cuando la cúpula exterior ardió llena de luz. Sin embargo, tardaron unos instantes en secarse las lágrimas y adaptarse al brillo.
La comandante deSilva, al parecer con la ayuda de la doctora Martine, había colocado el láser-P cerca del borde de la cubierta superior. Si sus cálculos eran correctos, el rayo golpearía el lado de la cúpula en la zona invertida, exactamente donde se encontraba la salida del ordenador. Desgraciadamente, la complejidad de la operación obligaba a ir del punto A al B, a través de la estrecha abertura en el borde de la cubierta, lo que significaba que el rayo probablemente no heriría a Culla.
Sin embargo, le sorprendió. En el instante en que llegó el rayo, mientras Jacob cerraba los ojos con fuerza, oyeron un súbito castañeteo y sonidos de movimiento a la derecha.
Cuando su visión se aclaró, Jacob vio un fino rastro de líneas brillantes en el aire. El paso del rayo láser dejó un rastro en la pequeña cantidad de polvo en el aire. Era una suerte. Les ayudaría a evitarlo.
—¿Intercomunicador al máximo? —preguntó rápidamente.
Hughes le contestó haciendo un gesto con el pulgar hacia arriba.
—¡Muy bien, vamos!
El láser-P emitía aleatoriamente colores en el espectro verdeazulado. Esperaban que confundiera los reflejos del casco interior.
Jacob se preparó y contó.
—¡Uno, dos, ya!
Jacob atravesó el espacio abierto y se zambulló tras una de las grandes máquinas grabadoras en el borde de la cubierta. Oyó a Hughes aterrizar con fuerza, dos máquinas a su derecha.
El hombre agitó la mano cuando le miró.
—¡Nada por aquí! —susurró roncamente. Jacob echó un vistazo alrededor de la esquina de su propia máquina, usando un espejo del botiquín, que estaba manchado de grasa. Hu ghes tenía otro espejo, del bolso de Martine.
Culla no estaba a la vista.
Entre los dos podían escrutar unos tres quintos de la cubierta. La salida del ordenador estaba en el otro lado de la cúpula, justo fuera del alcance de la visión de Hughes. Jacob tendría que dar un rodeo, saltando de una máquina a otra.
El casco de la Nave Solar brillaba con puntos donde destellaba el láser-P. Los colores cambiaban constantemente. Por lo demás, las miasmas rojas y rosadas de la cromosfera los rodeaban. Habían dejado minutos antes los grandes filamentos, y el rebaño de toroides, que ahora se encontraba a un centenar de kilómetros por debajo.
Es decir, justo por encima de la cabeza de Jacob. La fotosfera, con la Gran Mancha en el centro, componía un techo grande, plano, interminable y fiero sobre él, y las espículas colgaban como estalactitas.
Encogió las piernas y se impulsó, preparado para enfrentarse con una posible emboscada.
Saltó por encima del rayo láser-P donde su rumbo quedaba trazado por las partículas de polvo flotante, y se zambulló tras la siguiente máquina. Sacó rápidamente el espejo para mirar la zona que ahora quedaba al descubierto.
Culla no estaba a la vista.
Ni Hughes. Silbó dos suaves notas en el breve código que habían acordado. Todo despejado. Oyó una nota, la respuesta de su compañero.
La siguiente vez tuvo que agacharse bajo el rayo. La piel le cosquilleó durante todo el pequeño trayecto, anticipando un trazo de luz ardiente a su flanco.
Se agazapó tras la máquina y se agarró a ella para equilibrarse, respirando entrecortadamente. ¡Eso no era lógico! Aún no tendría que estar cansado. Algo pasaba.
Jacob tragó saliva y luego empezó a deslizar el espejo por el borde izquierdo de la máquina.
El dolor atenazó sus dedos y soltó el espejo con un gemido. Estuvo a punto de llevarse la mano a la boca pero se contuvo como pudo.
Automáticamente se sumió en un ligero trance para aliviar el dolor. Las magulladuras rojas empezaron a desvanecerse mientras los dedos parecían hacerse más lejanos. Entonces el flujo de alivio se detuvo. Era como un rumor de guerra. Sólo pudo conseguir eso: una presión contraria resistía la hipnosis con igual fuerza, no importaba cuánto se concentrara.
Otro de los dos trucos de Hyde. Bueno, no había tiempo para parlamentar con él, quisiera lo que quisiera. Se miró la mano; el dolor apenas era soportable. El índice y el anular estaban quemados. Los otros dedos habían sufrido menos daños.
Consiguió silbar un corto código a Hughes. Era el momento de llevar a la práctica su plan, el único que tenía una posibilidad real de alcanzar el éxito.
Su única oportunidad residía en llegar al espacio. La tempo- compresión estaba congelada en automático (lo primero de lo que Culla se había encargado después del enlace máser), y su tiempo subjetivo se acercaría al tiempo real si conseguían dejar la cromosfera.
Ya que asaltar a Culla era inútil, la mejor forma de retrasar el asesinato y subsiguiente suicidio del alienígena era hablar con él.
Jacob inspiró un par de veces y se apoyó contra el holograbador, con el oído atento. Culla andaba haciendo mucho ruido. Esa era su mejor esperanza contra los ataques del pring. Si Culla hacía demasiado ruido al descubierto, Jacob podría tener una oportunidad de usar el aturdidor que agarraba con la mano que no tenía herida. Tenía un rayo amplio y no haría falta apuntar demasiado.
— ¡Culla! —gritó—. ¿No le parece que ha ido demasiado lejos? ¿Por qué no sale y hablamos?
Prestó atención. Había un leve zumbido, como si las mandíbulas de Culla chascaran suavemente tras los gruesos labios prensiles. Durante la lucha arriba, la mitad del problema al que se enfrentaron Donaldson y él fue evitar aquellos destelleantes dientes blancos.
—¡Culla! —repitió—. Sé que es estúpido juzgar a un alienígena por los valores de la propia especie, pero sinceramente creía que era un amigo. ¡Nos debe una explicación! ¡Hable con nosotros! ¡Si está actuando bajo las órdenes de Bubbacub, puede rendirse y le juro que todos diremos que opuso una buena resistencia!
El zumbido se hizo más fuerte. Hubo un leve rumor de pasos. Uno, dos, tres… pero eso fue todo. No era suficiente para disparar.
—Jacob, lo shiento —la voz de Culla recorrió suavemente la cubierta—. Debe shaberlo, antesh de que muramosh, pero primero quiero pedirle que deshconecte eshe lásher. ¡Duele!
—Mi mano también.
El pring parecía desconsolado.
—Lo shi-shi-shiento, Jacob. Por favor, comprenda que esh mi amigo. Hago eshto en parte por shu eshpecie.
»Shon crímenesh necesariosh, Jacob. Me alegro de que la muerte eshté cerca para quedar libre de la memoria.
La filosofía del alienígena asombraba a Jacob. Nunca había esperado que Culla gimoteara de esa forma, fueran cuales fueran sus motivos para lo que había hecho. Estaba a punto de responder cuando la voz de Helene resonó por el interco-municador.
—¿Jacob? ¿Puedes oírme? El impulso gravitatorio se deteriora rápidamente. Estamos perdiendo dirección.
Lo que no dijo fue la amenaza. Si no hacían algo pronto, empezarían a caer hacia la fotosfera, una caída de la que nunca regresarían.
Cuando cayera en la tenaza de las células de convección, la nave sería atraída hacia el núcleo estelar. Si es que para entonces aún quedaba algo de la nave.
—Verá, Jacob —dijo Culla— Retrasharme no shervirá de nada. Ya eshtá hecho. Me quedaré para ashegurarme de que no puedan corregirlo.
»Pero, por favor, hablemosh hashta el final. No desheo que muramosh como enemigosh.
Jacob contempló la retorcida atmósfera cargada de hidrógeno rojo del sol. Tentáculos de fiero gas flotaban todavía hacia «abajo» (arriba, para él), dejando atrás la nave, pero eso podía ser una función del movimiento del gas en esta zona y momento. Desde luego, iban mucho menos rápidamente. Tal vez la nave estuviera cayendo ya.
—Shu deshcubrimiento de mi talento y mi truco fue muy ashtuto, Jacob. ¡Combinó muchash pishtash oshcurash para encontrar la reshpueshta! ¡Relacionarlash con el pashado de mi raza fue un golpe brillante!
»Dígame, aunque evité losh detectoresh del borde con mish espectrosh, ¿no le extrañó que a vecesh aparecieran en lo alto cuando yo eshtaba en la zona invertida?
Jacob intentaba pensar. Tenía apoyada la pistola aturdidora contra su mejilla. Su frescor le agradaba, pero no le proporcionaba ninguna idea. Y tenía que dedicar parte de su atención a hablar con Culla.
—Nunca me molesté en pensarlo, Culla. Supongo que simplemente se inclinaba y lanzaba el rayo a través del campo de suspensión semitransparente de la cubierta. Y se reflejaba en ángulo dentro del casco.
De hecho, ésa era una pista válida. Jacob se preguntó por qué la había pasado por alto.
¡Y la brillante luz azul, durante su trance en La Baja! ¡Sucedió justo antes de que despertara para ver a Culla ante él! ¡El eté debió de sacarle un holograma! ¡Vaya forma de conocer a alguien y no olvidar nunca su cara!
—Culla —dijo lentamente—. No es que esté resentido ni nada por el estilo, ¿pero fue usted responsable de mi loca conducta al final de la última inmersión?
Hubo una pausa. Entonces Culla habló, con crecientes balbuceos.
—Shí, Jacob. Lo shiento, pero she eshtaba volviendo demashiado inquishitivo. Eshperaba deshacreditarle. Fra-cashé.
—¿Pero cómo…?
—¡Oí a la doctora Martine hablar de losh efectosh del desh- lumbramiento en losh humanosh!
El pring casi gritó. Era la primera vez, que Jacob recordara, que el pring había interrumpido a alguien.
—¡Experimenté con el doctor Kepler durante meshesh! Luego con LaRoque y Jeff… luego con ushted. Ushé un rayo difractado eshtrecho. ¡Nadie pudo verlo, pero deshenfocó shush penshamientosh!
»No shabía lo que haría ushted. Pero shabía que shería embarazosho. Lo shiento de nuevo. ¡Era neceshario!
Definitivamente ya no ascendían. El gran filamento que habían dejado tan sólo unos minutos antes gravitaba sobre la cabeza de Jacob. Altos chorros se retorcían y curvaban hacia la nave, como dedos atenazantes.
Jacob había estado intentando encontrar una salida, pero su imaginación estaba bloqueada por una poderosa barrera.
¡Muy bien, me rindo!
Llamó a su neurosis para ofrecerle sus términos. ¿Qué demonios quería la maldita cosa?
Sacudió la cabeza. Tendría que invocar a la cláusula de emergencia. Hyde iba a tener que salir y convertirse en parte de él, como en los viejos y malos tiempos. Como cuando persiguió a LaRoque en Mercurio, y cuando irrumpió en el laboratorio fotográfico. Se preparó para entrar en el trance.
—¿Por qué, Culla? ¡Dígame por qué ha hecho todo esto!
No es que tuviera importancia. Tal vez Hughes estaba escuchando. Tal vez Helene estaba grabando. Jacob estaba demasiado ocupado para darle importancia.
¡Resistencia! En las coordenadas no-lineales y no-ortogonales del pensamiento cribó sentimientos y sensaciones. Envió a hacer su trabajo a los viejos sistemas automáticos hasta el punto en que aún funcionaran.
Lentamente, los marcos y camuflajes cayeron y se encontró cara a cara con su otra mitad.
Las murallas, inescalables en los pasados asedios, eran ahora aún más extraordinarias. Los parapetos de tierra habían sido reemplazados por piedra. La valla estaba hecha de agujas afiladas, finas y de treinta kilómetros de largo. En lo alto de la torre más alta ondeaba una bandera. El estandarte decía «Lealtad». Revoloteaba sobre dos estacas, y en cada una de ellas había empalada una cabeza.
Reconoció al instante una de ellas. Era la suya propia. Aún brillaba la sangre que manaba del cuello cercenado. La expresión era de remordimiento.
La otra cabeza le hizo estremecerse. Era Helene. Su rostro estaba manchado y lacerado, y mientras la contemplaba, sus ojos se movieron débilmente. La cabeza estaba todavía viva.
¿Pero por qué? ¿Por qué esa furia contra Helene? ¡Y por qué los tonos de suicidios… esta reluctancia a unirse con él para crear el casi ubersmensch que fuera antaño?
Si Culla decidía atacar ahora, estaría indefenso. Tenía los oídos llenos del quejido de un viento ululante. Hubo un rugir de cohetes y luego el sonido de alguien cayendo… el sonido de alguien llamando mientras caía.
Y por primera vez pudo distinguir sus palabras.
— Jacob! ¡Cuidado con el primer escalón…!
¿Eso era todo? ¿Entonces por qué tanto alboroto? ¿Por qué tantos meses intentando averiguar lo que resultó ser la última ironía de Tania?
Por supuesto. Su neurosis le dejaba ver, ahora que la muerte era inminente, que las palabras ocultas eran otro señuelo. Hyde ocultaba algo más. Era…
Culpa.
Sabía que llevaba su carga tras el incidente en la Aguja Vainilla, pero nunca había advertido cuánta. Ahora vio lo enfermizo que era este acuerdo Jekyll y Hyde con el que había estado viviendo. En vez de curar lentamente el trauma de una dolorosa pérdida, había sellado una entidad artificial, para que creciera y se alimentara de él y de su vergüenza por haber dejado caer a Tania… por la suprema arrogancia del hombre que, aquel aciago día a treinta kilómetros de altura, pensó que podía hacer dos cosas a la vez.
Había sido tan sólo otra forma de arrogancia, una creencia de que podía superar la forma normal humana de recuperarse de las penas, el ciclo de dolor y trascendencia con el que se enfrentaban cientos de millones de seres humanos cuando sufrían una pérdida. Eso y el consuelo de la cercanía de otras personas.
Y ahora estaba atrapado. El significado del estandarte en las murallas estaba claro. En su enfermedad, había pensado en expiar parte de su culpa con demostraciones de lealtad hacia la persona a la que había fallado. No una lealtad externa sino interior, una lealtad enfermiza basada en apartarse de todo el mundo, mientras se convencía de que se encontraba bien, puesto que había tenido amantes.
¡No era extraño que Hyde odiara a Helene! ¡No era extraño que también quisiera muerto a Jacob Demwa!
Tania nunca lo habría aprobado, le dijo. Pero no estaba escuchando. Tenía su propia lógica y ningún sentido.
¡Ella habría querido a Helene!
No sirvió de nada. La barrera era firme. Abrió los ojos.
El rojo de la cromosfera se había vuelto más intenso. Ahora se encontraban en el filamento. Un destello de color, visto incluso a través de las gafas, le hizo mirar a la izquierda.
Era un toroide. Estaban en medio del rebaño.
Mientras observaba, pasaron varios más, con sus bordes festoneados de brillantes diseños. Giraban como donuts locos, ajenos al peligro de la Nave Solar.
—Jacob, no ha dicho nada. —La voz característica de Culla sonó en el fondo de su interior. Jacob se recuperó al oír su nombre—. Sheguro que tiene alguna opinión shobre mish motivosh. ¿No she ha dado cuenta que de eshto shurgirá un bien mayor, no shólo para mi eshpecie sino para la shuya y también para shush pupilosh?
Jacob sacudió vigorosamente la cabeza para despejarla. ¡Tenía que combatir de algún modo el cansancio inducido por Hyde! La línea de plata que era su mano ya no dolía.
—Culla, tengo que pensar un poco sobre esto. ¿Podemos retirarnos y parlamentar? Puedo traerle algo de comida y tal vez logremos llegar a un acuerdo.
Hubo una pausa. Entonces Culla habló lentamente.
—Esh ushted muy tramposho, Jacob. Me shiento tentado, pero veo que sherá mejor que ushted y shu amigo she queden quietosh. De hecho, me asheguraré. Shi alguno de losh dosh she mueve, lo «veré».
Jacob se preguntó aturdido qué trampa había en ofrecer comida al alienígena. ¿Por qué se le había ocurrido aquella idea?
Ahora caían más rápido. En lo alto, el rebaño de toroides se extendía hacia la ominosa pared de la fotosfera. Los más cercanos brillaban azules y verdes mientras pasaban. Los colores se difuminaban con la distancia. Las bestias más lejanas parecían diminutos anillos de boda, cada uno con un pequeño destello de luz verde.
Hubo movimiento entre los magnetóvoros más cercanos. Mientras caía la nave se hicieron a un lado, hacia «abajo» según la perspectiva invertida de Jacob. En una ocasión un destello verde llenó la Nave Solar cuando se sacudió una cola-láser. El hecho de que no hubieran sido destruidos significaba que las pantallas automáticas todavía funcionaban.
Fuera, una forma aleteante pasó ante Jacob, desde arriba, dejando atrás la cubierta a sus pies. Entonces apareció otra, ondulante, que se detuvo un instante ante el casco, con el cuerpo lleno de colores iridiscentes. Luego se abalanzó hacia arriba, hasta perderse de vista.
Los Espectros Solares se estaban agrupando. Tal vez la larga caída de la nave había picado por fin su curiosidad.
Ya habían pasado la parte más grande del rebaño. Había un grupo de grandes magnetóvoros justo encima, en su línea de descenso. Pequeños pastores brillantes danzaban alrededor del grupo. Jacob esperó que se quitaran de enmedio. No tenía sentido llevarse a ninguno por delante. El rumbo incandescente del Láser Refrigerador de la nave pasó peligrosamente cerca.
Jacob se controló. No había nada más que hacer. Hughes y él tendrían que intentar un asalto frontal. Silbó un código, dos sonidos cortos y dos largos. Hubo una pausa y luego la respuesta. El otro hombre estaba preparado.
Esperaría hasta el primer sonido. Habían acordado que, cuando estuvieran lo suficientemente cerca, cualquier ataque con posibilidad de éxito tendría que producirse en el instante en que se oyera algún ruido, antes de que Culla pudiera darse cuenta. Ya que Hughes estaba más lejos, se movería primero.
Se encogió y se concentró sólo en el ataque. El aturdidor descansaba en la palma sudorosa de su mano izquierda. Ignoró los temblores que brotaban de una parte aislada de su mente.
Un sonido, como de una caída, llegó desde la derecha. Jacob salió de detrás de la máquina, presionando el disparador del aturdidor al mismo tiempo.
Ningún rayo de luz salió a su encuentro. Culla no estaba allí. Una de las preciosas cargas aturdidoras se había perdido.
Corrió lo más rápido que pudo. Si encontraba al alienígena dándole la espalda mientras se enfrentaba a Hughes…
La luz cambiaba. Mientras corría, el brillo rojo de la fotosfera fue reemplazado rápidamente por un resplandor verdiazul desde arriba. Jacob dirigió una breve mirada hacia lo alto. La luz procedía de los toroides. Las grandes bestias solarianas se acercaban desde abajo hacia la nave, en rumbo de colisión.
Sonaron las alarmas, y la voz de Helene deSilva lanzó una advertencia. Cuando el azul se hizo más brillante, Jacob se agachó bajo el láser-P y aterrizó a dos metros de Culla.
Justo más allá del pring, Hughes estaba arrodillado en el suelo, con las manos ensangrentadas y los cuchillos esparcidos por el suelo. Miraba a Culla aturdido, esperando el golpe de gracia.
Jacob alzó el aturdidor cuando Culla se giró, advertido por el sonido de su llegada. Durante un brevísimo instante Jacob pensó que lo había conseguido.
Entonces todo su brazo izquierdo estalló en agonía. Un espasmo lo sacudió y el arma voló por los aires. Por un momento la cubierta pareció agitarse, luego su visión se aclaró y vio a Culla ante él, con los ojos sombríos. La boca del pring estaba ahora completamente abierta, agitando los extremos de los «labios» tentaculares.
—Lo shiento, Jacob. —El alienígena tenía un acento tan marcado que apenas pudo entender sus palabras—. Debe sher de eshte modo.
¡El eté planeaba acabar con él utilizando los dientes! Jacob retrocedió, lleno de miedo y rabia. Culla lo siguió chascando lentamente las mandíbulas, al ritmo de sus pasos.
Una gran sensación de resignación barrió a Jacob, una sensación de derrota y muerte inminente. El dolor de su cabeza no significaba nada comparado con la cercanía de la extinción.
— ¡No! —gritó roncamente. Se abalanzó hacia adelante, boca abajo, contra Culla.
En ese instante, volvió a sonar la voz de Helene y el color azul se apoderó de todo. Se produjo un zumbido distante y luego una poderosa fuerza los levantó del suelo, lanzándolos al aire por encima de la cubierta que se agitaba violentamente.