NOVENA PARTE

Había un muchacho tan virtuoso que los dioses le concedieron un deseo. Quiso ser, por un día, el auriga del sol. No hicieron caso a Apolo cuando predijo terribles consecuencias, pero los hechos que sucedieron después le dieron la razón. Se dice que el Sahara es el camino de desolación que dejó el inexperto auriga cuando su carro se acercó a la Tierra.

Desde entonces, los dioses han cerrado la tienda.

M. N. PLANO

26. TÚNELES

Jacob aterrizó en la parte opuesta de la consola del ordenador, cayendo de espaldas para salvar sus manos magulladas y sangrantes. Afortunadamente, el material esponjoso de la cubierta amortiguó parte del impacto.

La boca le supo a sangre y la cabeza le zumbó mientras rodaba para apoyarse en los codos. La cubierta todavía rebotaba, pues los magnetóvoros se pegaban contra el bajo vientre de la Nave Solar, llenando el interior de la zona invertida de brillante luz azul. Tres de ellos tocaron la nave, a unos cuarenta y cinco grados «por encima» de la cubierta, dejando una gran abertura directamente encima. Eso dejó espacio para que el Láser Refrigerador soltara entre ellos su rayo letal de calor solar almacenado, dirigiéndolo hacía la fotosfera.

Jacob no tuvo tiempo de preguntarse qué hacían, si atacaban o simplemente jugaban (¡Qué idea!). Tenía que aprovechar rápidamente su oportunidad.

Hughes había aterrizado cerca. El hombre ya estaba en píe, aturdido. Jacob se levantó y cogió el brazo del hombre con el suyo, evitando todo contacto entre sus manos heridas.

—Vamos, Hughes. ¡Si Culla está aturdido, entre los dos podremos vencerle!

Hughes asintió. Estaba confundido pero dispuesto. Sus movimientos eran exagerados. Jacob tuvo que guiarle.

Cuando llegaron a la curva de la cúpula central se encontraron con que Culla acababa de ponerse en pie. El alienígena se tambaleaba, pero cuando se volvió hacia ellos Jacob supo que no había nada que hacer. Uno de los ojos de Culla destellaba; era la primera vez que Jacob veía uno en funcionamiento. Eso significaba…

Hubo un olor a goma quemada y la cinta derecha de sus gafas se rompió. Jacob quedó deslumhrado por el brillo azul de la cámara cuando se le cayeron.

Jacob empujó a Hughes tras la curva de la cúpula y se abalanzó tras él. Esperaba sentir en cualquier momento un dolor súbito en la nuca, pero los dos cayeron hacia la escotilla del bucle de gravedad y allí se sintió a salvo.

Fagin se hizo a un lado para dejarlos entrar. Trinó con fuerza y agitó las ramas.

— ¡Jacob! ¡Estás vivo! ¡Y tu compañero también! ¡Esto es mejor que lo que temía!

—¿Cuánto…? —Jacob jadeó en busca de aire—. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que empezamos a caer?

—Cinco o seis minutos. Os seguí después de recuperar el sentido. Puede que no sea capaz de luchar, pero puedo interponer mi cuerpo. ¡Culla nunca tendría poder suficiente para atravesarme! —El kantén silbó una risa aguda.

Jacob frunció el ceño. Eso era interesante. ¿Cuánto poder tenía Culla? ¿Qué era aquello que había leído una vez de que el cuerpo humano operaba a una media de ciento cincuenta vatios? Culla producía mucho más que eso, pero en estallidos cortos de medio segundo.

Con tiempo suficiente, Jacob podría calcularlo. Cuando proyectaba a sus solarianos falsos, Culla había hecho que las apariciones duraran unos veinte minutos. Entonces los Espectros antropomórficos «perdían interés» y Culla se sentía de pronto terriblemente hambriento. Todos habían atribuido su apetito a su nerviosa energía, pero en realidad el pring tenía que repostar su suministro de cumarina… y probablemente también los productos químicos ricos en energía para alimentar la reacción del láser teñido.

—¡Estás herido! —silbó Fagin. Sus ramas se agitaron—.

Será mejor que lleves a tu compatriota arriba y que os atiendan vuestras heridas.

—Supongo que sí —asintió Jacob de mala gana. No quería dejar a Fagin solo—. Tengo que hacer algunas preguntas importantes a la doctora Martine mientras nos atiende.

El kantén dejó escapar un largo suspiro sibilante.

—Jacob, no debes molestar a la doctora Martine bajo ninguna circunstancia! Está en contacto con los solarianos. ¡Es nuestra única oportunidad!

—¿Está qué?

—Los atrajo el destello del Láser Paramétrico. ¡Cuando llegaron, se puso su casco psi e inició las comunicaciones! ¡Colocaron varios de sus magnetóvoros bajo nosotros y han detenido sustancialmente nuestra caída!

El corazón de Jacob dio un brinco. Parecía un alivio. Entonces frunció el ceño.

—¿Sustancialmente? ¿Entonces no estamos subiendo?

—Por desgracia no. Caemos muy despacio. Y no sabemos cuánto tiempo podrán sostenernos los toroides.

Jacob sintió una distante brizna de asombro por el logro de Martine. ¡Había contactado con los solarianos! Era uno de los acontecimientos históricos de todos los tiempos, y sin embargo estaban condenados.

—Fagin —dijo cuidadosamente—. Volveré en cuanto pueda. Mientras tanto, ¿puedes falsificar mi voz como para engañar a Culla?

—Creo que sí. Puedo intentarlo.

—Entonces habla con él. Lanza tu voz. Usa todos los trucos para mantenerle ocupado e inseguro. ¡No podemos permitir que esté más tiempo en el acceso del ordenador!

Fagin silbó para mostrar su acuerdo. Jacob se volvió, del brazo de Hughes, y empezó a girar el bucle de gravedad.

El bucle parecía extraño, como si los campos gravitatorios hubieran empezado a fluctuar levemente. Mientras ayudaba a Hughes a atravesar el corto arco, notó que el sentido del equilibrio le molestaba como nunca lo había hecho antes, y tuvo que concentrarse para seguir andando.

La zona superior de la nave estaba todavía roja, el rojo de la cromosfera. Pero los fluctuantes solarianos verdeazulados danzaban en el exterior, más cerca de lo que Jacob los había visto jamás. Sus alas de mariposa eran casi tan anchas como la misma nave.

Rastros azules del láser-P también brillaban en el polvo. Cerca del borde de la cubierta, el propio láser zumbaba dentro de su carcasa.

Esquivaron varios rayos finos.

Ojalá tuviéramos herramientas para soltar esa cosa de su asidero, pensó Jacob. Bueno, no era momento de deseos inútiles. Agarró con fuerza a su compañero hasta que consiguió llevarlo a uno de los asientos. Lo ató allí y fue a buscar el botiquín.

Lo encontró junto a la Cámara del Piloto. Puesto que no había visto a Martine, estaba claro que había elegido otro cuadrante de la cubierta, apartada de los demás, para comunicarse con los solarianos. Cerca de la Cámara del Piloto yacían, firmemente atados, LaRoque, Donaldson, y el cadáver de Dubrowsky. La cara de Donaldson estaba medio cubierta de espuma-piel medicinal.

Helene deSilva y su otro tripulante estaban atentos a sus instrumentos. La comandante alzó la cabeza cuando Jacob se acercó.

—Jacob! ¿Qué ha pasado?

Él mantuvo las manos a la espalda, para no distraerla. No obstante le resultaba difícil mantenerse en pie. Tendría que hacer algo pronto.

—No funcionó. Pero le hicimos hablar.

—Sí, lo hemos oído todo desde aquí, y luego mucho ruido. Traté de avisaros antes de impactar con los toroides. Esperaba que pudieras aprovechar la ocasión.

—El impacto ayudó, desde luego. Nos sacudió, pero nos salvó la vida.

—¿Y Culla?

Jacob se encogió de hombros.

—Todavía está abajo. Creo que se está quedando sin baterías. Durante nuestra pelea aquí arriba quemó la mitad de la cara de Donaldson de un disparo. Allí abajo estuvo más comedido, haciendo agujeritos en lugares estratégicos.

Le contó el ataque de Culla con las mandíbulas.

—No creo que vaya a quedarse sin energía muy pronto. Si tuviéramos muchos hombres, podríamos ir lanzándoselos hasta que se quedara seco. Pero no los tenemos. Hughes está dispuesto, pero ya no puede luchar. Supongo que vosotros dos no podéis abandonar vuestros puestos.

Helene se volvió para responder a una alarma que sonaba en su mesa de control. Dio un golpe a un interruptor y la cortó. Luego se volvió, con gesto de disculpa.

—Lo siento, Jacob. Pero aquí tenemos trabajo de sobra. Intentamos llegar al ordenador activando los sensores de la nave con ritmos en código. Es un trabajo lento, y tenemos que atender a las emergencias. Me temo que seguimos cayendo. Los controles se deterioran. —Se volvió para responder a otra señal.

Jacob se retiró. Lo último que quería era distraerla.

—¿Puedo ayudar?

Fierre LaRoque le miró desde un asiento situado a varios metros de distancia. El hombrecito estaba comprimido, el cinturón de su asiento fuera del alcance. Jacob se había olvidado de él.

Vaciló. La conducta de LaRoque justo antes de la pelea en la zona superior no le había inspirado confianza. Helene y Martine le habían atado para que no molestara a nadie.

Pero Jacob necesitaba las manos de alguien para operar el botiquín. Recordó el intento de huida de LaRoque en Mercurio. El hombre no era de fiar, pero tenía talento cuando decidía usarlo.

LaRoque parecía coherente y sincero en este momento. Jacob le pidió permiso a Helene para liberarlo. Ella le miró y se encogió de hombros.

—Muy bien. Pero si se acerca a los instrumentos, lo mataré. Díselo.

No hubo necesidad. LaRoque asintió. Jacob se inclinó y manejó los garfios del cinturón con los dedos sanos de su mano derecha.

— ¡Jacob, tus manos! —exclamó Helene tras él.

La expresión de preocupación de su rostro animó a Jacob.

Pero cuando empezó a levantarse, ya no pudo permitírselo. Ahora su trabajo era más importante que él. Lo sabía. Interpretó el hecho de que estaba preocupada como una gran muestra de afecto. Ella sonrió para animarle y luego se dispuso a atender a media docena de alarmas que empezaron a sonar al mismo tiempo.

LaRoque se levantó, frotándose los hombros, y luego cogió el botiquín y se acercó a Jacob. Su sonrisa era irónica.

—¿A quién atendemos primero? —dijo—. ¿A usted, al otro hombre, o a Culla?

27. EXCITACIÓN

Helene tenía que encontrar tiempo para pensar. Tenía que haber algo que pudiera hacer. Lentamente, los sistemas basados en la ciencia galáctica se estropeaban. Hasta ahora habían sido la tempo-compresión y el impulso gravitatorio, más varios mecanismos periféricos. Si el control de gravedad interna se estropeaba, estarían indefensos ante las sacudidas de las tormentas de la cromosfera, aplastados dentro de su propio casco.

No es que importara. Los toroides que sujetaban la nave contra el tirón del sol estaban cansándose. El altímetro caía. El resto del rebaño estaba ya muy por encima, casi perdido en la bruma rosada de la cromosfera superior. No tardarían mucho.

Destelló una luz de alarma.

Había un feedback positivo en el campo de gravedad interna. Helene hizo un rápido cálculo mental, y luego fijó una serie de parámetros para controlarlo.

Pobre Jacob, lo había intentado. Tenía el cansancio escrito en la cara. Ella se sintió avergonzada por no haber compartido la lucha en la zona invertida, aunque, por supuesto, no era probable que hubiera conseguido apartar a Culla del ordenador.

Ahora le tocaba el turno. ¿Pero cómo, con todos los malditos componentes haciéndose pedazos?

No todos. A excepción del enlace máser con Mercurio, el equipo derivado de la tecnología terrestre todavía funcionaba a la perfección. Culla no se había molestado con él. La refrigeración todavía funcionaba. Los campos E.M. alrededor del duro casco de la nave aún se mantenían, aunque habían perdido la habilidad para dejar entrar selectivamente más luz en la zona invertida. Naturalmente.

La nave se estremeció. Rebotó cuando algo chocó contra ella una, dos veces. Entonces apareció un resplandor en la superficie de la cubierta. De repente surgió el borde de un toroide frotándose contra el costado de la nave. Por encima, varios solarianos se estremecieron.

El golpe se convirtió en un sonido chirriante, alto y molesto. El toroide estaba lívido, con brillantes manchas púrpura a lo largo de su borde. Latía y pulsaba bajo las sacudidas de sus torturadores. Entonces desapareció con un súbito estallido de luz. La Nave Solar se inclinó hacia adelante, sin apoyo, y cayó bruscamente. DeSilva y su compañero se esforzaron por enderezarla.

Cuando alzó la cabeza, pudo ver que sus aliados solarianos se retiraban, con los dos toroides restantes.

No podían hacer más. El toroide que los había abandonado era sólo un punto de luz en lo alto, perdiéndose rápidamente entre una llamarada verde.

El altímetro empezó a girar con más rapidez. En sus pantallas, Helene pudo ver las pulsantes células granuladas de la fotosfera, y la Gran Mancha, ahora mayor que nunca.

Ya estaban más cerca de lo que nadie había llegado a estar hasta entonces. Pronto se encontrarían allí en el sol los primeros hombres.

Brevemente.

Miró a los solarianos, ahora distantes, y se preguntó si debería convocar a todo el mundo para… para decirles adiós u otra cosa. Quería que Jacob estuviera aquí.

Pero había vuelto abajo. Chocarían antes de que tuviera tiempo de regresar.

Contempló las diminutas luces verdes y se preguntó cómo había podido moverse tan rápidamente el toroide.

Se enderezó con una maldición. Chen la miró.

—¿Qué pasa, capitana? ¿Hemos perdido el escudo?

Con un grito de júbilo, Helene empezó a manejar los interruptores.

¡Deseó que pudieran estudiar su telemetría allá en Mercurio, porque si morían aquí en el sol ahora sí que sería de una forma única!


Los brazos de Jacob todavía latían. Peor aún, picaban. Naturalmente, no podía rascarse. Su mano izquierda estaba dentro de un bloque sólido de espuma-piel, al igual que dos dedos de su mano derecha.

Volvió a agazaparse dentro de la escotilla del bucle de gravedad, asomando a la cubierta de la zona invertida. Fagin se hizo a un lado para que pudiera situar su nuevo espejo, pegado al extremo de un lápiz con más espuma-piel, más allá de la abertura.

Culla no estaba a la vista. Las protuberantes cámaras se recortaban contra el pulsante techo azul presentado por los afanosos magnetóvoros. El trazo del láser-P se entrecruzaba, marcado por el polvo del aire.

Hizo un gesto para que LaRoque soltara su carga justo dentro de la escotilla, junto a Fagin.

Se cubrieron por turno los cuellos y los rostros con más espuma- piel. Las gafas estaban selladas con puñados del material esponjoso y flexible.

—Ya saben que esto es peligroso —dijo LaRoque—. Puede protegernos de un rayo rápido, pero este material es altamente inflamable. Es la única sustancia inflamable que se permite en las naves espaciales debido a sus propiedades medicinales únicas.

Jacob asintió. Si su aspecto era parecido al de LaRoque, tenían una buena oportunidad de acabar con el alienígena dándole un susto.

Sopesó la cápsula marrón, y luego lanzó una ráfaga a la cubierta. No tenía mucho alcance, pero podría servir como arma. Todavía quedaba material de sobra.

La cubierta se agitó bajo ellos, y luego rebotó dos veces más. Jacob se asomó y vio que estaban ladeados. El magnetóvoro que sostenía este costado de la nave rodaba cada vez más bajo, hacia el borde de la cubierta, lejos de donde la fotosfera cubría el cielo.

Así pues, una de las bestias del otro lado había perdido su asidero. Eso significaba que casi se había acabado.

La nave se estremeció y entonces empezó a enderezarse. Jacob suspiró. Todavía podría haber tiempo de salvar la nave si podía detener a Culla inmediatamente. Pero eso era imposible. Deseó poder subir a reunirse con Helene.


—Fagin —dijo—. Ya no soy el hombre que conocías. Ese hombre habría detenido a Culla a estas alturas. Habríamos salido de aquí sanos y salvos. Los dos sabemos de lo que era capaz.

»Por favor, comprende que lo he intentado. Pero es que ya no soy el mismo.

Fagin se agitó.

—Lo sabía, Jacob. Te invité al Proyecto Navegante Solar para conseguir este cambio.

Jacob miró al alienígena.

—Eres mi mejor recurso —silbó suavemente el kantén—. No tenía ni idea de que las cosas fueran tan críticas. Te pedí que vinieras sólo para ayudarte a romper la crisálida en la que has estado desde Ecuador, y presentarte luego a Helene deSilva. El plan tuvo éxito. Estoy satisfecho.

Jacob estaba perdido.

—Pero Fagin, mi mente…

—Tu mente está bien. Simplemente tienes demasiada imaginación. Eso es todo. ¡De verdad, Jacob, inventas unas fantasías tan elaboradas! ¡Nunca he conocido a un hipocondríaco como tú!

La mente de Jacob se desbocó. O bien el kantén estaba siendo amable, o estaba equivocado, o… o tenía razón. Hasta entonces Fagin no le había mentido, especialmente en lo referente a asuntos personales.

¿Era posible que Mister Hyde no fuera una neurosis, sino un juego? De niño creaba universos lúdicos tan detallados que apenas podían ser distinguidos de la realidad. Sus mundos habían existido. Los terapeutas neo-reichianos simplemente sonrieron y le acreditaron con una poderosa imaginación no patológica porque los tests siempre mostraban que sabía que estaba jugando, cuando importaba que lo supiera.

¿Podía ser Mister Hyde una entidad lúdica?

Es cierto que hasta ahora nunca ha causado ningún daño real. Fue una molestia continua, pero siempre hubo una razón válida para las cosas que le «obligaba» a hacer. Hasta ahora, en efecto.

—No estuviste sano durante una temporada cuando te conocí, Jacob. Pero la Aguja te curó. La cura te asustó, así que te introdujiste en un juego. No conozco los detalles de tu juego: guardas muy bien tus secretos. Pero sé que ahora estás despierto. Llevas despierto unos veinte minutos.

Jacob se puso serio. Tuviera razón Fagin o no, no tenía tiempo para pensar en ello. Sólo le quedaban minutos para salvar la nave. Si era posible.

Fuera, la cromosfera titiló. La fotosfera se alzó sobre sus cabezas. Los senderos de polvo del láser-P entrecruzaban el interior del casco.

Jacob intentó chascar los dedos, y dio un respingo de dolor.

—¡LaRoque! Suba y traiga su encendedor. ¡Rápido!

LaRoque dio un paso atrás.

—Lo tengo aquí mismo —dijo—. ¿Pero para qué…?

Jacob se dirigió hacia el Íntercomunicador. Si Helene tenía alguna reserva de energía que hubiera estado conteniendo, ahora era el momento de utilizarla. ¡Necesitaba un poco de tiempo! Sin embargo, antes de que pudiera conectar, una alarma inundó la nave.

—Sofontes —resonó la voz de Helene—. Por favor, prepárense para acelerar. En breve dejaremos el sol.

La voz de la mujer parecía divertida, incluso burlona.

—Teniendo en cuenta nuestra inminente marcha, recomiendo a todos los pasajeros que se pongan ropa de abrigo. Puede hacer mucho frío en el sol en esta época del año.

28. EMISIÓN ESTIMULADA

Una ráfaga de aire frío volaba continuamente de los conductos de ventilación del Láser Refrigerador. Jacob y LaRoque se agazaparon alrededor de su fuego, intentando protegerse del aire helado.

—Vamos, nena. ¡Arde! —Un montón de espuma-piel humeaba sobre la cubierta. Cuando apilaron más material, las llamas crecieron lentamente.

—¡Ja, ja! —rió Jacob—. Cuando se es cavernícola una vez, se es cavernícola para siempre, ¿eh, LaRoque? ¡Los hombres llegan hasta el sol y luego encienden un fuego para calentarse!

LaRoque sonrió débilmente, y siguió apilando cada vez más espuma. El locuaz periodista había dicho muy poco desde que Jacob le liberó de su asiento. Sin embargo, de vez en cuando murmuraba algo, enfurecido, y escupía.

Jacob introdujo una antorcha en las llamas. Estaba hecha de un trozo de espuma-piel colocada en el extremo de un li-quitubo. El extremo empezó a desprender un denso humo negro. Era hermoso.

Pronto tuvieron varias teas. El humo inundó el aire, llenándolo de mal olor. Tuvieron que retirarse para poder respirar. Fagin se acercó al bucle de gravedad.

—Muy bien. ¡Vamos! —dijo Jacob. Saltó por la escotilla, a la izquierda, y lanzó una de las antorchas a la cubierta, hasta donde pudo. Tras él, LaRoque hacía lo mismo en la dirección opuesta.

Fagin les siguió con un pesado agitar de ramas. El kantén salió de la escotilla por el extremo opuesto de la cubierta para actuar de vigía y atraer el fuego de Culla si era posible. Había rehusado cubrirse de espuma-piel.

—Todo está despejado —silbó el kantén suavemente—. No se ve a Culla.

Eso era a la vez bueno y malo. Localizaba a Culla. También significaba que el alienígena estaba probablemente trabajando para destruir el Láser Refrigerador.

¡Empezaba a hacer frío!

Una vez comenzado, el plan de Helene tuvo un sentido perfecto para Jacob. Ya que todavía tenía control sobre las pantallas que rodeaban a la nave (la tripulación estaba viva para demostrarlo), podía dejar entrar calor del sol al ritmo que deseara. Este calor podía ser enviado directamente al Láser Refrigerador y devuelto a la cromosfera, más el calor residual de los motores de la nave. Sólo que esta vez el flujo era un torrente, y dirigido hacia abajo. El impulso había detenido su caída y habían empezado a ascender.

Manipular de aquella forma el sistema de control automático de la nave tenía que resultar forzosamente impreciso. Helene debía de haber programado el mecanismo para que errara en la dirección del frío. En esa dirección los errores se corregirían más fácilmente.

Era una idea brillante. Jacob esperaba poder decírselo. Ahora mismo, su trabajo era asegurarse de que tuviera una posibilidad de funcionar.

Avanzó por el borde de la cúpula hasta que alcanzó el punto donde la visión de Fagin quedaba interrumpida. Sin mirar alrededor, lanzó dos antorchas más a zonas diferentes de la cubierta ante él. El humo brotó de cada una de ellas.

La cámara se estaba volviendo brumosa por el humo liberado hasta ahora. El trazo del láser-P titilaba brillantemente en el aire. Algunos trazos más débiles desaparecían, atenuados por el paso acumulado a través del humo.

Jacob regresó junto a Fagin. Todavía le quedaban tres antorchas. Volvió a la cubierta y las lanzó en ángulos diferentes por encima de la cúpula central. LaRoque se unió con él y lanzó también las suyas.

Una de las teas pasó directamente por encima del centro de la cúpula. Entró en el rayo x del Láser Refrigerador y se desvaneció en una nube de vapor.

Jacob esperaba que no hubiera deflectado mucho el rayo. Los rayos x coherentes pasaban a través del casco con contaminación casi cero. Pero el rayo no estaba diseñado para encargarse de objetos sólidos.

— ¡Muy bien! —susurró.

LaRoque y él corrieron hacia la pared de la cúpula, donde estaban almacenados componentes de repuesto de los instrumentos de grabación. LaRoque abrió un archivador y subió cuanto pudo; luego le ofreció la mano.

Jacob subió tras él.

Ahora eran vulnerables. ¡Culla reaccionaría a la amenaza obvia que implicaban las antorchas! La visibilidad estaba ya por debajo de lo normal. La cámara estaba llena de mal olor y a Jacob le costaba cada vez más trabajo respirar.

LaRoque afianzó su hombro en la batiente superior del archivador, y luego ofreció sus manos a Jacob. Éste aprovechó el asidero y se subió al hombro del periodista.

La cúpula se curvaba, pero la superficie era lisa, y Jacob sólo tenía tres dedos en vez de diez. La cobertura de espuma-piel ayudaba, pero era algo pegajosa. Después de dos intentos infructuosos, Jacob se concentró y saltó desde el hombro de LaRoque, con tanta fuerza que casi derribó al otro hombre.

La superficie de la cúpula era como mercurio. Tuvo que aplastarse contra ella y moverse con rapidez para ganar cada centímetro.

Cerca de la cima tuvo que preocuparse por el Láser Refrigerador. Pudo ver el orificio mientras descansaba. A dos metros de distancia zumbaba suavemente; el aire lleno de humo titilaba y Jacob se preguntó a qué distancia de seguridad estaba de la boca letal.

Se volvió para no tener que pensarlo.

No podía silbar para indicar que lo había conseguido. Tendrían que confiar en el soberbio oído de Fagin para seguir sus movimientos, y para cronometrar la maniobra de distracción. Todavía quedaban al menos unos segundos de espera. Jacob decidió correr el riesgo. Rodó de espaldas y contempló la Gran Mancha.

El sol estaba en todas partes.

Desde su punto de vista no había ninguna nave. No había ninguna batalla. No había ningún planeta, estrella ni galaxia. El borde de las gafas incluso le impedía la visión de su propio cuerpo. La fotosfera lo era todo.

Latía. Los bosques de espículas le apuntaban como vallas ondulantes, y los rompientes se dividían justo por encima de su cabeza. El sonido se fragmentaba y giraba hacia las irrelevancias del espacio.

Rugía.

La Gran Mancha le contempló. Por un instante, la amplia extensión fue un rostro, la cara moteada y arrugada de un patriarca. Los latidos eran su respiración. El ruido era el tronar de su voz de gigante, cantando una canción de millones de años que sólo las otras estrellas podían oír o comprender.

El sol estaba vivo. Más aún, lo advertía. Le prestaba toda su atención.

Llámame dador de vida, pues soy tu sustento. Ardo, y por mi arder tú vives. Yo permanezco, y al permanecer soy tu asidero. El espacio se enrosca alrededor, mi sábana, y se pierde en el misterio de mis entrañas. El tiempo blande su guadaña en mi forja.

Ser vivo, ¿advierte la Entropía, mi tía perversa, nuestra conspiración conjunta? Creo que aún no pues eres aún demasiado pequeño. Tu débil pugna contra su marea es un aleteo en una tormenta. Y ella piensa que sigo siendo su aliado.

Llámame dador de vida, oh, ser vivo, y llora. Yo ardo interminablemente, y al arder consumo lo que no puede ser reemplazado. Mientras tú sorbes tímidamente mi torrente, la fuente se seca muy despacio. ¡Cuando se seque, otras estrellas ocuparán mi lugar, pero oh, no eternamente!

Llámame dador de vida, y rie!

Según se dice, tú, ser vivo, de vez en cuando oyes la voz del auténtico Dador de vida. Él te habla a ti, pero no a nosotros, Su primer hijo.

¡Compadece a las estrellas, oh, ser vivo! Pasamos eones cantando en falsa alegría mientras trabajamos para Su cruel hermana, esperando el día de tu madurez, embrión diminuto, cuando Él os libere para cambiar de nuevo la forma de las cosas.

Jacob se rió en silencio. ¡Oh, vaya imaginación! En el fondo, Fagin tenía razón. Cerró los ojos, todavía atento a la señal. Habían pasado exactamente siete segundos desde que llegó a la cima del domo.

—Jake…

Era una voz de mujer. Alzó la cabeza sin abrir los ojos.

—Tania.

Se encontraba junto al pionscopio de su laboratorio, exactamente como la había visto tantas veces cuando iba a recogerla. El pelo castaño recogido en una trenza, dientes blancos levemente irregulares, sonrisa generosa, y grandes ojos chispeantes. Avanzó con gracia y seguridad y se enfrentó a él con las manos en las caderas.

—¡Ya era hora! —dijo.

—Tania, yo… No comprendo.

—¡Ya era hora de que convocaras una imagen mía haciendo algo más que caerme! ¿Crees que es gracioso hacer eso una y otra vez? ¿Por qué no me has convocado haciendo algo de los buenos tiempos?

¡Advirtió de repente que era cierto! Durante dos años sólo había recordado a Tania en su último instante, sin pensar en el tiempo que habían pasado juntos.

—Bueno, admito que te ha hecho bien —asintió—. Por fin pareces libre de esa maldita arrogancia. Pero piensa en mí de vez en cuando, por el amor de Dios. ¡Odio que me ignoren!

—Sí, Tania. Te recordaré. Lo prometo.

—¡Y presta atención a la estrella! ¡Deja de pensar que te lo imaginas todo!

La imagen empezó a desvanecerse.

—Tienes razón, Jake, querido. Ella me gusta. Que tengas un buen…

Jacob abrió los ojos. La fotosfera latía encima. El punto le miraba. Las células granuladas bombeaban lentamente como corazones divertidos.

¿Has hecho tú eso?, preguntó, en silencio.

La respuesta atravesó su cuerpo y salió por el otro lado. Neutrinos para curar la neurosis. Un tratamiento muy original.

Desde abajo llegó un sonido corto. Antes de que se diera cuenta, Jacob ya se había movido, deslizándose hacia el sonido, a la derecha, en silencio y sin desperdiciar un solo movimiento. Se asomó para contemplar la cabeza de Culla ta-Pring ab-Pil-ab-Kisa-ab-Soro-ab-Hul- ab-Puber.

El alienígena se encontraba a la izquierda de Jacob, con la mano aún en la placa de acceso al ordenador, abierta. Aunque el humo lo reducía casi a la nada, todavía hubo resplandor cuando el rayo láser-P alcanzó el punto.

A la izquierda se produjo un rumor. A la derecha, el sonido de pies, corriendo, LaRoque rodeando la cúpula.

Unas cuantas ramas de punta plateada asomaron en la curva de la cúpula. Culla se agachó, y uno de los brillantes receptores de luz de Fagin se convirtió en humo. El kantén dejó escapar un agudo quejido y se retiró. Culla giró rápidamente.

Jacob sacó el espray de espuma-piel del bolsillo. Apuntó y apretó la boquilla. Un pequeño chorro de líquido brotó en arco hacia los ojos de Culla. Justo antes de que golpeara, Fierre LaRoque apareció, corriendo, con la cabeza gacha, mientras cargaba contra Culla a través del humo.

Culla dio un salto hacia atrás. El chorro pasó ante sus ojos. En ese momento una chispa brillante destelló en su cuerpo.

Con un zumbido, todo el chorro ardió en llamas. Culla tropezó y cayó hacia atrás, con las manos delante de la cara. LaRoque se abrió paso entre las ascuas y chocó contra el abdomen del pring.

Culla estuvo a punto de desplomarse en medio del denso humo. Su respiración silbó mientras agarraba a LaRoque por el cuello, primero para no perder el equilibrio y luego para aplastarle la laringe. LaRoque se debatió salvajemente, pero había perdido su impulso. Fue como intentar escapar de un par de boas constrictoras. Su cara se puso roja y empezó a jadear. Jacob se preparó para saltar. El humo era tan denso que apenas podía contener la tos. Desesperado, reprimió el impulso. Si Culla le veía antes de que pudiera saltar, no se molestaría en matar a LaRoque con sus manos. Acabaría con ambos de una mirada.

Sus músculos se comprimieron como duros muelles y se lanzó desde la cúpula.

El vuelo estuvo lleno de tensión. Su propia versión subjetiva de la tempo-compresión hizo que el tránsito pareciera lento y placentero. Era un truco de los viejos tiempos, y ahora lo usó de nuevo, automáticamente.

Cuando había cubierto un tercio de la distancia, vio que la cabeza de Culla empezaba a volverse. Resultaba difícil decir exactamente qué le estaba haciendo en este momento a LaRoque. Una densa columna de humo lo oscurecía todo, salvo los brillantes ojos rojos de Culla y dos destellos de blanco bajo ellos. Los ojos se acercaron. Era una carrera para ver quién llegaba primero a un punto determinado del espacio, justo por encima y a la derecha de la cabeza del alienígena. Jacob se preguntó en qué ángulos podría disparar Culla un rayo estrecho.

El suspense le estaba matando. Era casi satírico. Jacob decidió acelerar las cosas y ver qué sucedía.

Hubo un destello, luego un castañeteo de dientes, un golpe aturdidor cuando su hombro chocó contra el lado de la cabeza de Culla. Se encogió y logró agarrar con fuerza la parte delantera de la túnica del alienígena mientras la inercia los derribaba sobre la cubierta.

Humano y alienígena lucharon por recobrar la respiración entre ataques de tos mientras rodaban en un amasijo de brazos y piernas. De algún modo, Jacob logró colocarse detrás de su oponente y se agarró con fuerza al delgado cuello mientras Culla se debatía, intentando volver la cabeza para alcanzarle con las mandíbulas o quemarle con sus ojos láser.

Las poderosas manos tentaculares tantearon su espalda, buscando un asidero. Jacob hizo a un lado la cabeza y se esforzó por rodear a Culla con las piernas en una presa de tijera. Después de rodar por casi la mitad de la cubierta, lo consiguió, y fue recompensado por un dolor lacerante en el muslo derecho.

—Más —tosió—. Dispara, Culla ¡Úsalo!

Dos rayos más alcanzaron sus piernas, enviando pequeños tsunamis de agonía hasta su cerebro. Apartó el dolor y aguantó, rezando para que Culla enviara más.

Pero Culla dejó de malgastar sus disparos y empezó a rodar con más rapidez, ahogando a Jacob cada vez que golpeaba la cubierta. Los dos tosían. Cada vez que respiraba en medio del denso humo, Culla parecía media docena de pelotas sacudidas dentro de una botella.

¡No había forma de ahogar al diablo! Cuando no se agarraba por su vida, Jacob intentaba agarrar la garganta de Culla para estrangularle. ¡Pero no parecía haber ningún punto vulnerable! Era injusto. Jacob quiso maldecir su mala suerte, pero no podía malgastar el aliento. Sus pulmones apenas podían aguantar más que para toser un poco cada vez que el pring rodaba y se colocaba encima.

Su visión quedó empañada por las lágrimas, y los ojos le escocieron. ¡De repente advirtió que había perdido las gafas! O bien Culla las había quemado en el primer instante en que se lanzó contra él, o se las había arrancado durante la lucha.

¿Dónde demonios está LaRoque?

Sus brazos se estremecieron por el esfuerzo y sintió dolor en el abdomen y la ingle por los golpes constantes mientras recorrían la cubierta. La tos de Culla parecía más patética y forzada, y la suya adquirió un tinte ominoso. Pudo sentir los primeros pasos de la asfixia y el temor de que la pelea no terminara nunca. Entonces llegaron junto a una de las humeantes antorchas de espuma-piel.

La tea ardió con una súbita liberación de calor mientras él gritaba. El dolor fue demasiado repentino e inesperado para poder ignorarlo. Su tensa tenaza alrededor del cuello de Culla se aflojó durante un instante de agonía y el alienígena se liberó. Culla echó a rodar mientras Jacob intentaba agarrarle de nuevo.

Falló. Culla se alejó y luego se volvió rápidamente hacia él. Jacob cerró los ojos y se cubrió el rostro con la mano izquierda, esperando una descarga láser.

Intentó ponerse en pie, pero le pasaba algo en los pulmones. No funcionaban bien. Su respiración era entrecortada y sintió que todo se balanceaba mientras trataba de ponerse de rodillas. Su espalda parecía una hamburguesa chamuscada.

No muy lejos, a unos dos metros como mucho, se produjo un sonoro chasquido. Luego otro. Y otro, más cercano.

Jacob dejó caer el brazo. Ya no tenía fuerzas para mantenerlo en alto. No tenía sentido mantener los ojos cerrados. Los abrió para ver a Culla, arrodillado a un metro de distancia. Sólo los ojos rojos y los brillantes dientes blancos destacaban a través del denso humo.

—Cu… Culla… —jadeó. Sibilantes, sus palabras parecieron engranajes descompuestos—. Ríndete ahora, es tu última oportunidad. Te… te lo advierto…

Pensó que a Tania le habría gustado eso. Era una despedida casi tan buena como la suya. Esperó que Helene lo hubiera oído.

¿Despedida? ¿Pero por qué no darle una también a Culla? ¡Aunque me abra la garganta o me taladre un agujero en el cerebro a través de los párpados, todavía tendré tiempo de hacerle un regalito!

Sacó el espray de espuma-piel de su cinturón y empezó a alzarlo. ¡Rociaría bien a Culla! Aunque eso significara morir al momento por acción del láser en vez de decapitado.

Un dolor insoportable ardió como una aguja de acero a través de su ojo izquierdo. Sintió como si un rayo le atravesara la cabeza y saliera por el otro lado. En ese mismo momento pulsó el disparador y lo apuntó en la dirección donde estaba la cabeza de Culla.

29. ABSORCIÓN

Helene alzó los ojos brevemente mientras la nave se elevaba por encima del rebaño de toroides a la izquierda.

Los colores azules y verdes se difuminaban, comidos por la distancia. Las bestias todavía brillaban como diminutos anillos incandescentes, motas de vida ordenadas en su minúsculo convoy, empequeñecidas por la inmensidad de la cromosfera.

Los pastores estaban ya demasiado lejos para que pudieran verlos.

El rebaño se perdió de vista tras la oscura masa del filamento.

Helene sonrió. Ojalá aún tuviéramos nuestro enlace máser, pensó. Podrían haber visto cómo lo intentamos. Habrían sabido que los solarianos no nos mataron, como pensarán algunos. Intentaron ayudarnos. ¡Hablamos con ellos!

Se inclinó para responder a dos alarmas a la vez.

La doctora Martine deambulaba sin rumbo tras ella y el copiloto. La parapsicóloga era racional, pero no muy coherente. Acababa de regresar de la zona opuesta de la cubierta. Caminaba con dificultad y murmuraba suavemente entre dientes.

¡Martine tenía suficiente sentido para no molestarlos, gracias a Ifni! Pero se negó a dejarse atar. Helene dudó en pedirle que fuera a la zona invertida. En su estado actual, la doctora no sería de mucha ayuda.

El aire hedía. Los monitores de la zona invertida mostraban sólo una gruesa columna de humo. Se habían oído gritos y ruidos de una terrible pelea hacía tan sólo unos minutos. Dos veces los intercomunicadores transmitieron gritos. Unos momentos antes llegó un alarido que habría despertado a los muertos. Luego, silencio.

La única emoción que Helene se permitió fue una distante sensación de orgullo. El hecho de que la lucha hubiera durado tanto era un tributo a todos, en especial a Jacob. Las armas de Culla podrían haber acabado con ellos rápidamente.

Naturalmente, no era probable que hubieran tenido éxito. Ya lo habría oído de ser así. Colocó una tapa sobre sus sentimientos y se dijo que temblaba a causa del frío.

La temperatura había bajado cinco grados. Cuando menos eficientes eran sus acciones, por el cansancio, más pesaba el lado frío de la oscilación cada vez más errática del Láser Refrigerador. La zona caliente sería un desastre.

Respondió con un cambio en el campo electromagnético que amenazaba con dejar una ventana en la banda XUV. Éste remitió bajo su delicado control y siguió aguantando.

El Láser Refrigerador gruñó mientras sorbía calor de la cromosfera y lo devolvía hacia abajo en forma de rayos x. Ascendían con agonizante lentitud.

Entonces sonó una alarma. No era un aviso de deriva, sino el grito de una nave moribunda.

¡El hedor era terrible! Peor aún, era paralizante. Alguien cercano se estremecía y tosía al mismo tiempo. Aturdido, Jacob comprendió que se trataba de él mismo.

Se enderezó con un ataque de tos que hizo temblar su cuerpo. Durante largos minutos permaneció sentado, preguntándose cómo estaba vivo.

El humo había empezado a despejarse ligeramente cerca de la cubierta. Hilillos y tentáculos escapaban hacia los zumbantes compresores de aire.

El hecho de que pudiera ver era sorprendente. Alzó la mano derecha para tocarse el ojo izquierdo.

Estaba abierto, ciego. ¡Pero estaba entero! Cerró el párpado y lo tocó una y otra vez con tres dedos. El ojo estaba aún allí, y el cerebro tras él, salvado por el denso humo y el agotamiento del suministro de energía de Culla.

¡Culla! Jacob giró la cabeza pata buscar al alienígena. Sintió una oleada de náusea.

Una fina mano blanca yacía en el suelo, a dos metros de distancia, entre una nube de humo. El aire se despejó un poco más y el resto del cuerpo de Culla apareció a la vista.

El rostro del extraterreste estaba terriblemente quemado. Negros trozos de espuma calcinada colgaban de los restos de los grandes ojos. Un líquido azul burbujeante manaba de grandes grietas en los lados.

Culla estaba muerto.

Jacob se arrastró hacia adelante. Primero tenía que atender a LaRoque. Luego, a Fagin. Sí, eso era lo que había que hacer.

Después apresurarse y hacer que alguien bajara para atender el ordenador, en el caso de que todavía hubiera oportunidad de invertir el daño causado por Culla.

Encontró a LaRoque siguiendo sus gemidos. Se hallaba varios metros más allá de Culla, sentado y con las manos en la cabeza. Lo miró, aturdido.

—Oooh… Demwa, ¿es usted? No responda. ¡Su voz podría hacer estallar mi pobre y delicada cabeza!

—¿Está… está bien, LaRoque?

El periodista asintió.

—Los dos estamos vivos, así que Culla debe de estar muerto, ¿no? Dejó el trabajo sin terminar para que los dos deseemos estar muertos. ¡Mon Dieu! ¡Parece un puñado de espaguetis! ¿Tengo también ese aspecto?

Fueran cuales fueran los efectos de la pelea, había devuelto el apetito del hombre por las palabras.

—Vamos, LaRoque. Ayúdeme. Todavía tenemos trabajo que hacer.

LaRoque empezó a levantarse, y luego vaciló. Se agarró al hombro de Jacob para conservar el equilibrio. Jacob reprimió lágrimas de dolor. Se ayudaron mutuamente a ponerse en pie.

Las teas debían de haberse consumido, porque la cámara se despejaba rápidamente. Hilillos de humo recorrían el aire, gravitando ante sus rostros mientras avanzaban por la cúpula.

Encontraron en su camino el láser-P, un trazo fino y recto. Incapaces de esquivarlo pasando por encima o por debajo, lo atravesaron. Jacob gimió cuando el rayo trazó una línea de sangre por el exterior de su muslo derecho y por el interior del izquierdo. Continuaron.

Cuando encontraron a Fagin, el kantén estaba comatoso. Un débil sonido procedía del agujero de su boca, y las hojas plateadas tintineaban, pero no hubo respuesta a sus preguntas. Cuando intentaron moverle, descubrieron que era imposible. Agudas zarpas habían emergido de las raíces de Fagin, clavándose en el material esponjoso de la cubierta. Había docenas, y resultaba imposible soltarlas.

Jacob tenía otros asuntos que atender. Apartó de mala gana a LaRoque del kantén. Avanzaron hacia la escotilla en el costado de la cúpula.

Jacob jadeó junto al intercomunicador.

—Hel… Helene…

Esperó. Pero no respondió nadie. Pudo oír, débilmente, sus propias palabras resonando en la zona superior. Supo que no se trataba del mecanismo. ¿Qué sucedía?

—Helene, ¿puedes oírme? ¡Culla está muerto! Estamos malheridos… Será mejor que Chen… o tú… bajéis… para arreglar…

El frío aire que manaba del Láser Refrigerador le hizo estremecerse. Ya no podía hablar. Con la ayuda de LaRoque, atravesó el conducto y se desplomó en el suelo inclinado del bucle de gravedad.

Tosió. Se tendió de costado, para no lastimar su espalda quemada. Lentamente, las sacudidas remitieron, dejándole el pecho dolorido.

Combatió el sueño. Descansa. Descansa aquí un momento, luego sube. Averigua qué pasa.

Sus brazos y piernas enviaban temblores de agudo dolor a su cerebro. Había demasiados mensajes y su mente estaba demasiado desenfocada para cortarlos todos. Parecía que tenía una costilla rota, probablemente tras la lucha con Culla.

Todo esto palidecía comparado con la carga latiente del lado izquierdo de su cabeza. Sentía como si tuviera metido un carbón al rojo.

Notó que la cubierta del bucle de gravedad era extraña. El tenso campo-g tendría que haber tirado uniformemente de su cuerpo. En cambio pareció mecerse como la superficie del océano, ondeando bajo su espalda con diminutas olas de peso y liviandad.

Era evidente que algo sucedía. Pero le pareció bien, como una nana. Sería agradable dormir.

—¡Jacob! ¡Gracias a Dios!

La voz de Helene resonó a su alrededor, pero aún parecía lejana: amistosa, decididamente cálida, pero también irrelevante.

—¡No hay tiempo para hablar! ¡Sube rápido, querido! ¡Los campos gravitatorios están cayendo! Voy a enviar a Martine, pero…

Hubo un chasquido y la voz se apagó.

Habría sido hermoso volver a ver a Helene, pensó aturdido. El sueño atacó con fuerza esta vez. Por un instante, no pensó en nada.

Soñó con Sísifo, el hombre que tenía que subir eternamente una piedra por una montaña interminable. Jacob pensó que tenía una forma de hacer trampas. Poseía un medio para hacer creer a la montaña que era plana mientras seguía pareciendo una montaña. Lo había hecho antes.

Pero esta vez la montaña estaba furiosa. Estaba cubierta de hormigas que subían a su cuerpo y le mordían dolorosamente por todas partes. Una avispa ponía sus huevos dentro de su ojo.

Aún más, estaba haciendo trampas. La montaña estaba pegajosa en algunos sitios y no le dejaba avanzar. En otras partes era resbaladiza y su cuerpo demasiado ligero para agarrarse a su superficie. Se alzaba con insufrible irregularidad.

Tampoco recordó nada de las reglas sobre reptar. Pero eso parecía parte de todo. Al menos ayudaba a la tracción.

La piedra también ayudaba. Sólo tenía que empujarla un poco. Rodaba sola. Eso estaba bien, pero deseó que no gimiera tanto. Sobre todo en francés. No era justo que tuviera que escucharla.

Despertó, cegado, delante de la escotilla. No estaba seguro de cuál era, pero no había mucho humo.

Fuera, más allá de la cubierta, pudo ver los comienzos de una negrura, una transparencia, volviendo a la bruma roja de la cromosfera.

¿Era un horizonte? ¿Un borde en el sol? La plana fotosfera se extendía por delante, una alfombra filamentosa de llamas rojas y negras. En sus profundidades rebullía con diminutos movimientos. Latía, y los filamentos trazaban pautas alargadas sobre chorros brillantes y temblorosos.

Tembló. Adelante y atrás, una y otra vez, el sol tembló ante sus ojos.

Millie Martine se encontraba en la puerta, con la mano en la boca y una expresión de horror en el rostro.

Quiso tranquilizarla. Todo estaba bien. Lo estaría a partir de ahora. Mister Hyde estaba muerto, ¿no? Jacob recordó haberlo visto por alguna parte, en la caída de su castillo. Tenía la cara quemada, sus ojos habían desaparecido y apestaba terriblemente.

Entonces algo extendió la mano y lo agarró. Abajo estaba ahora hacia la escotilla. Había una empinada cuesta enmedio. Dio un paso adelante y ya nunca recordó haberse derrumbado justo ante la puerta.

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