En toda la evolución no hay una transformación, un «salto cuántico», comparable a éste. Nunca había cambiado tan completa y totalmente al estilo de vida de una especie, su forma de adaptarse. Durante unos quince millones de años la familia del hombre vivió como animales entre animales. El ritmo de los hechos desde entonces ha sido explosivo: las primeras aldeas, las ciudades, las supermetrópolis, todo esto ha sido condensado en un instante de la escala temporal evolucionaría, apenas diez mil años.
—¿Se ha preguntado alguna vez por qué la mayoría de nuestras astronaves saltaron al espacio con tripulaciones femeninas en un setenta por ciento?
Helene tendió a Jacob el primer liquitubo de café caliente y se volvió hacia la máquina para recoger otro para ella.
Jacob descorrió el sello exterior de la membrana semipermeable, permitiendo que el vapor escapara mientras contenía el líquido oscuro. El Jiquitubo casi estaba demasiado caliente para poder sujetarlo, a pesar de su aislamiento.
¡Y confiaba que Helene sacara otro tema de conversación provocativo! Cada vez que estaban a solas, tanto como se podía estar en la cubierta abierta de una Nave Solar, Helene deSilva no perdía la oportunidad de enzarzarle en un ejercicio de gimnasia mental. Lo extraño era que no le importaba nada. La competición le había animado considerablemente desde que dejaron Mercurio diez horas antes.
—Cuando era una adolescente, mis amigos y yo nunca consideramos los motivos. Sólo pensábamos que era una bonificación añadida por ser hombre en una nave. «De tales pensamientos nacen las fantasías púberes…» ¿Quién escribió eso, John Two-Clouds? ¿Ha leído alguna vez algo suyo? Creo que nació en Alto Londres, así que tal vez conociera a sus padres.
Helene le dirigió una mirada acusadora. Jacob tuvo que combatir por enésima vez la tentación de decirle que la expresión era encantadora. ¿Qué profesional femenina adulta quería que le recordaran que todavía tenía hoyuelos? De todas formas, no merecía la pena acabar por ello con un brazo roto.
—Muy bien, muy bien —se rió—. Me ceñiré al tema. Supongo que la proporción hombre-mujer se debe a que las mujeres responden mejor a las altas aceleraciones, el calor y el frío… tienen mejor coordinación mano-ojo y superior fuerza pasiva. Supongo que eso debe de convertirlas en mejores astronautas.
Helene sorbió del sifón de su liquitubo.
—Sí, ésa es una parte. Casi todas las mujeres parece que son inmunes al mareo del Salto. Pero usted sabe que las diferencias no son tan grandes. Esto explica que haya más hombres que se presenten voluntarios para astronautas que mujeres.
»Además, la mitad de los tripulantevdelás naves del interior del sistema son varones, y siete de cada diez en las naves militares.
—Bueno, no sé nada de naves comerciales ni de investigación, pero yo diría que los militares seleccionan aptitudes de lucha. Sé que eso no se ha demostrado todavía, pero yo diría que…
Helene se echó a reír.
—Oh, no tiene que ser tan diplomático, Jacob. Naturalmente que los hombres son mejores luchadores que las mujeres… estadísticamente, claro. Las amazonas como yo son la excepción. De hecho, ése es un factor de la selección. No queremos demasiados guerreros a bordo de una nave estelar.
— ¡Pero eso no tiene sentido! La tripulación de esas naves sale a una galaxia inmensa que ni siquiera ha sido explorada del todo por la Biblioteca. Tienen que enfrentarse a una amplia gama de razas alienígenas, la mayoría de ellas temperamentales como el infierno. Y los Institutos no prohiben luchar entre las razas. A juzgar por lo que dice Fagin, no podrían aunque quisieran. Sólo intentan mantener las cosas en orden.
—¿Entonces una astronave con humanos a bordo debería estar preparada para luchar? —Helene sonrió mientras apoyaba el hombro contra la pared de la cúpula. Bajo la luz moteada de la cromosfera superior en hidrógeno alfa, su pelo rubio parecia un casco ajustado—. Bueno, tiene razón, desde luego. Tenemos que estar preparados para luchar. Pero píense por un momento en la situación a la que nos enfrentamos ahí fuera.
»Tenemos que tratar literalmente con cientos de especies cuya única cosa en común es aquello de lo que nosotros carecemos, una cadena de tradición y elevación que se remonta a dos mil millones de años. Todos llevan eones utilizando la Biblioteca, aumentándola, aunque lentamente, todo el tiempo.
»La mayoría de ellos son quisquillosos, hiperconscientes de sus privilegios, y dudan de esa tonta raza "expósita" del Sistema Solar.
»¿Y qué podemos hacer cuando nos desafía una especie del tres al cuarto cuyos tutores extinguidos los elevaron para convertirlos en caballitos parlantes que ahora poseen sus propios planetas terraformados que se encuentran en medio de nuestra única ruta a la colina de Omnivarium? ¿Qué podemos hacer cuando esas criaturas sin ambición ni sentido del humor detienen nuestra nave y piden nada menos que cuarenta canciones de ballena como peaje?
Helene sacudió la cabeza y frunció el ceño.
—¡Sí que sería mejor pelear en una situación como ésa! ¡Una belleza como la Calypso, llena hasta rebosar de cosas necesarias en una comunidad precaria, y con un cargamento aún más precioso de… detenida en el espacio por un par de cascarones anticuados que obviamente habían sido comprados, no construidos, por los camellos "inteligentes" de a bordo! —La voz de la mujer se fue apagando mientras recordaba.
—Imagine. Una nave y nueva y hermosa, aunque primitiva, usando sólo la diminuta porción de la ciencia galáctica que pudimos absorber cuando estaba siendo acondicionada, sobre todo de los impulsores, detenida por cascarones más viejos que César pero construidos por alguien que había usado la Biblioteca toda su vida.
Helene se detuvo un momento y se dio la vuelta.
Jacob se sintió conmovido, pero todavía más honrado. Conocía ya a Helene lo suficientemente bien para saber que, para ella, abrirse de esta forma era un acto de confianza.
Advirtió que Helene había estado haciendo la mayor parte del trabajo: Hace la mayoría de las preguntas, sobre mi pasado, sobre mis sentimientos, y por algún motivo no he querido preguntarle a ella, a la persona interior. Me pregunto qué me lo impide. ¡Debe de haber tanto ahí dentro!
—Supongo que la idea es no luchar, porque probablemente perderíamos —dijo en voz baja.
Ella se giró y asintió. Tosió dos veces, cubriéndose la boca con la mano.
—Oh, tenemos un par de trucos con los que pensamos que podríamos superar a alguien de vez en cuando, simplemente porque no hemos tenido la Biblioteca y eso es todo lo que ellos conocen. Pero hay que guardar esos trucos para el mo mento adecuado.
»En cambio, halagamos, adulamos, sobornamos, cantamos espirituales… bailamos… y cuando todo eso falla, huimos.
Jacob imaginó cómo sería encontrarse con una nave de Pila.
—A veces huir debe de ser terriblemente difícil.
—Sí, pero tenemos una forma secreta de enfriarnos. —Helene sonrió levemente. Por un momento, aquellos atractivos hoyuelos volvieron a aparecer en sus mejillas—. Es uno de lo motivos principales por los que las tripulaciones están compuestas sobre todo por mujeres.
—Vamos. La probabilidad de que una mujer le dé un puñetazo a alguien que le ha insultado debe de ser igual que la de un hombre. No creo que sea una gran garantía.
—No, normalmente no. —Volvió a mirarle con aquella atractiva expresión. Por un momento pareció a punto de continuar. Luego se encogió de hombros.
—Vamos a sentarnos —dijo—. Quiero mostrarle algo.
Le guió alrededor de la cúpula y a través de la cubierta a una parte de la nave donde no había nadie y la cubierta circular flotaba a dos metros del casco de la nave.
El brillo chispeante de la cromosfera se refractaba extrañamente donde la pantalla de estasis se curvaba bajo sus pies. El estrecho campo de suspensión permitía que pasara la luz, pero la desviaba un poco. Desde donde se encontraban, podía verse parte de la Gran Mancha; su configuración había cambiado considerablemente desde la última inmersión. Donde intervenía el campo, la mancha solar titilaba y ondulaba con nuevas pulsaciones que se añadían a las suyas propias.
Helene bajó lentamente a la cubierta y luego se acercó al borde. Por un instante se sentó con los pies a milímetros del temblequeo, con las rodillas bajo la barbilla. Entonces se puso las manos a la espalda y dejó que sus piernas entraran en el campo.
Jacob tragó saliva.
—No sabía que se podía hacer eso —dijo.
La contempló mientras ella giraba las piernas lánguidamente. Éstas se movían como en un denso almíbar, y la tensa cobertura de su traje ondulaba como algo animado.
Estiró las piernas por encima del nivel de la cubierta, con aparente facilidad.
—Hmmm, parece que están bien. Pero no puedo sumergirlas mucho. Supongo que la masa de mis piernas crea un agujero en el campo de suspensión. Al menos no las siento al revés cuando lo hago. —Las bajó de nuevo.
Jacob sintió que las rodillas se le aflojaban.
—¿Quiere decir que nunca había hecho esto?
Ella le miró y sonrió.
—¿Estoy alardeando? Sí, supongo que intentaba impresionarle. Pero no estoy loca. Después de lo que nos dijo sobre Bubbacub y la aspiradora, repasé cuidadosamente las ecuaciones. Es perfectamente seguro. ¿Por qué no me acompaña?
Jacob asintió, aturdido. Después de tantos milagros y cosas inexplicables, esto era poca cosa. Decidió que el secreto era no pensarlo.
Parecía en efecto un denso almíbar que aumentaba su viscosidad mientras empujaba hacia abajo. Era gomoso y respondió.
Y las piernas del traje de Jacob parecieron desconcertantemente vivas.
Helene no dijo nada durante un rato. Jacob respetó su silencio. Obviamente, tenía algo en mente.
—¿Es cierta la historia de la Aguja Finnilia? —preguntó por fin, sin mirarle.
—Sí.
—Debió de ser toda una mujer.
—Sí, lo fue.
—Quiero decir, además de valiente. Tuvo que ser valiente para saltar de un globo a otro, a treinta y cinco kilómetros de altura, pero…
—Intentaba distraerlos mientras yo desactivaba el detonador. No tendría que haberla dejado. —Jacob oyó su propia voz, remota y apagada—. Pero pensé que podría protegerla al mismo tiempo… Tenía un aparato…
—Pero ella debió de ser una, gran persona en otros aspectos. Me gustaría haberla conocidó.
Jacob advirtió que no había dicho nada en voz alta.
—Sí, Helene. Le habría gustado a Tania. —Se estremeció. Esto no les llevaba a ninguna parte—. Pero creí que estábamos hablando de otra cosa, de la proporción de hombres y mujeres en las naves estelares, ¿no?
Ella se miró los pies.
—Estamos hablando del mismo tema —dijo suavemente.
—¿Sí?
—Claro. ¿Recuerda que dije que había una forma de hacer que una tripulación con mayoría femenina fuera más cautelosa en el trato con los alienígenas, una forma de garantizar que huirían en vez de luchar?
—Sí, pero…
—Hasta ahora la humanidad ha podido fundar tres colonias, pero los costes de transporte son demasiado grandes para llevar a tantos pasajeros, de modo que aumentar el acervo genético de una colonia aislada es todo un problema. —Hablaba con rapidez, como avergonzada—. Cuando regresamos la primera vez y descubrimos que la Constitución imperaba de nuevo, la Confederación hizo que las mujeres fueran voluntarias al siguiente Salto en vez de obligatoriamente. Sin embargo, la mayoría de nosotras nos presentamos.
—Yo… no comprendo.
Ella le miró y sonrió.
—Bueno, tal vez ahora no sea el momento. Pero tendría que darse cuenta de que voy a partir en la Calypso dentro de unos pocos meses y hay algunos preparativos que tengo que hacer de antemano.
»Y puedo ser tan selectiva como quiera.
Le miró directamente a los ojos.
Jacob sintió que tenía la boca abierta.
—¡Bien! —Helene se frotó las manos en el regazo y se dispuso a incorporarse—. Supongo que será mejor que volvamos. Ya estamos muy cerca de la Región Activa, y debería estar en mi puesto para supervisarlo todo.
Jacob se puso rápidamente en pie y le ofreció la mano. Ninguno de los dos vio nada gracioso en el arcaísmo.
De camino al puesto de mando, Jacob y Helene se detuvieron para examinar el Láser Paramétrico. El jefe Donaldson alzó la cabeza cuando se acercaron.
—¡Hola! Creo que todo está a punto. ¿Quiere echar un vistazo?
—Claro.
Jacob se agachó junto al láser. Su armazón estaba vuelto hacia la cubierta. Su cuerpo largo, fino y multicilíndrico giraba en un contenedor esférico.
Jacob sintió que el suave tejido que cubría la pierna derecha de Helene rozaba levemente su brazo cuando se acercó. No era algo que le ayudara a concentrarse.
—Éste es el Láser Paramétrico —empezó a decir Donaldson—, mi contribución al intento de contactar con los Espectros Solares. Consideré que el psi no nos estaba llevando a ninguna parte, y me planteé comunicar con ellos de la forma en que ellos se comunican con nosotros, es decir, visualmente.
»Bien, como probablemente ya saben, la mayoría de los láseres operan sólo en una o dos bandas espectrales muy estrechas, sobre todo en transiciones moleculares y atómicas concretas. Pero éste podrá hacerlo en cualquier longitud de onda que quieran, sólo con marcarla en este control —señaló el control central de los tres que había en la cara del armazón.
—Sí —dijo Jacob—. Entiendo algo de Láseres Paramétricos, aunque nunca he visto uno. Supongo que tiene que ser suficientemente poderoso para penetrar nuestras pantallas y seguir pareciendo brillante a los Espectros.
—En mi otra vida… —dijo deSilva irónicamente (a menudo hablaba de su pasado, antes de saltar con la Calypso, con defensivo sarcasmo)—, podíamos crear láseres multicolores y sintonizables con tintes ópticos. Producían gran cantidad de energía, eran eficaces e increíblemente simples. —Sonrió—. Es decir, a menos que se te cayera el tinte. ¡Entonces, vaya lío! ¡Nada me hace apreciar más la Ciencia Galáctica que saber que nunca tendré que limpiar del suelo un charco de Rhodamina 6-G!
—¿Podían sintonizar de veras a través de todo el espectro óptico con una sola molécula? —Donaldson mostró su incredulidad—. De todas formas, ¿cómo cargaban un «láser teñido»?
—Oh, a veces con lámparas. Normalmente con una reacción química interna usando moléculas de energía orgánica, como azúcares.
»Había que usar varios tintes para cubrir todo el espectro visible. Se usaba mucho cumarina polimetílica para el azul y el verde. Y rhodamina y otros similares para los colores rojos.
»De todas formas, es historia pasada. ¡Quiero saber qué diabólico plan han cocido Jacob y usted esta vez! —Se desplomó junto a Jacob en la cubierta. En vez de mirar a Donaldson, contempló a Jacob con su expresión desconcertante.
—Bueno, la verdad es que es muy simple. —Jacob tragó saliva—. Traje canciones de ballena y poemas de delfín, por si los Espectros resultaban ser poetas. Cuando el jefe Donaldson mencionó la idea de apuntar un rayo para comunicar con ellos, le ofrecí las cintas.
—Añadiremos una versión modificada de un viejo código de contacto matemático. También es cosa de él —sonrió Donadlson—. ¡Yo no sabría reconocer una serie de Fibonacci si viniera una y me mordiera! Pero Jacob dice que es uno de los viejos estándares.
—Lo era —dijo deSilva—. Pero después de la Vesarius dejamos de usar las rutinas matemáticas. La Biblioteca se asegura de que todo el mundo se comprenda mutuamente en el espacio, así que ya no tiene sentido usar los viejos códigos pre-Contacto.
Empujó levemente el calibrador. Éste rotó suavemente en su armazón.
—No dejarán que esto gire libremente cuando el láser esté conectado, ¿verdad?
—No, naturalmente lo fijaremos bien, para que el rayo láser dispare a lo largo de un radio desde el centro de la nave. Eso impedirá que se produzcan esos reflejos internos que le preocupan.
—Pero todos querremos llevar puestas estas gafas cuando esté conectado. —Donaldson sacó un par de gruesas gafas oscuras de un saco colocado junto al láser—. Aunque no existiera ningún daño para la retina, la doctora Martine insistiría. Está convencida de los efectos del resplandor sobre la percepción y la personalidad. Volvió la base entera patas arriba, y encontró luces brillantes donde nadie sabía que existían. Las responsabilizó de las «alucinaciones en masa» cuando llegó. ¡Sí que cambió de canción cuando vio a las bestias!
—Bueno, es hora de que vuelva al trabajo —anunció Helene—. No debería haberme apartado tanto tiempo. Debemos de estar acercándonos. Los mantendré informados.
Los dos hombres se levantaron mientras ella sonreía y se marchaba. Donaldson se la quedó mirando.
—¿Sabe, Demwa? Al principio pensé que estaba usted loco; luego supe que tenía razón. Ahora estoy empezando a cambiar de opinión otra vez.
Jacob se sentó.
—¿Cómo es eso?
—Todos los tipos que conozco serían capaces de desarrollar una cola para agitarla si esa mujer silbara. No puedo creer que tenga tanto autocontrol. Pero no es asunto mío, claro.
—Tiene razón. No lo es. —A Jacob le molestaba que la situación fuera tan obvia. Estaba empezando a desear que terminara la misión para poder dedicar toda su atención al problema.
Se encogió de hombros. Era un gesto que había hecho muchas veces desde que salió de la Tierra.
—Cambiando de tema, me estaba preguntando sobre este asunto de los reflejos internos. ¿Se le ha ocurrido que alguien podría estar perpetrando un gran engaño?
—¿Un engaño?
—Con los Espectros Solares. Todo lo que tendrían que hacer es meter a bordo una especie de proyector holográfico…
—Olvídelo. —Donaldson sacudió la cabeza—. Eso fue lo primero que comprobamos. Además, "¿quién podría falsificar algo tan intrincado y hermoso como ese rebaño de toroides? Y una proyección como ésa, llenando todo nuestro campo de visión, tendría que ser hecha por las cámaras situadas en la zona invertida.
—Bueno, tal vez el rebaño no, ¿pero y los Espectros «hu- manoides»? Son bastante simples y pequeños, y es increíble la forma en que evitan las cámaras, girando más rápido que nosotros para permanecer arriba.
—¿Qué puedo decir, Jake? Cada pieza de equipo que se sube a bordo es inspeccionada cuidadosamente, junto con los artículos personales de cada uno, por ese mismo motivo. No se ha encontrado ningún proyector, ¿y dónde podrían esconderse en una nave abierta como ésta? Tengo que admitir que a veces me he preguntado eso mismo. Pero no veo ninguna forma de que alguien pueda estar perpetrando un truco.
Jacob asintió lentamente. El argumento de Donaldson tenía sentido. Además, ¿cómo podría reconciliar una proyección con el truco de Bubbacub con la reliquia lethani? Era una idea tentadora, pero un truco no parecía muy probable.
Distantes bosques de espículas latieron como fuentes ondulantes. Chorros individuales se alzaron unos junto a otros a lo largo del borde de la célula supergranulada que latía lentamente cubriendo la mitad del cielo. En su centro se encontraba la Gran Mancha, un gran ojo negro, bordeado por zonas de brillante calor.
A unos noventa grados al otro lado de la cubierta, un grupo de oscuras siluetas esperaban de pie o arrodilladas junto a la Cámara del Piloto. Sólo podían distinguirse los contornos contra el brillo escarlata de la fotosfera.
Dos sombras podían identificarse entre las personas cercanas al puesto de mando. La figura alta y delgada de Culla se encontraba a un lado, apuntando a un alto y retorcido arco filamentoso que colgaba, suspendido, sobre la Mancha. El arco crecía lentamente, cada vez más cercano.
La otra sombra identificable se separó del grupo y empezó a acercarse a trompicones hacia Jacob y el jefe. Era redondo por arriba, más grande que por abajo.
—¡Ahí sí podría esconderse un proyector! —Donaldson señaló con un ademán la enorme silueta que se acercaba hacia ellos retorciéndose.
—¿Qué? ¿Fagin? —susurró Jacob, aunque no servía de nada dados los sistemas auditivos del kantén—. ¡No puede hablar en serio! ¡Sólo ha participado en dos inmersiones!
—Sí —murmuró Donaldson—. Pero con todas esas ramas… Preferiría buscar contrabando entre las ropas de Bubbacub que ahí dentro.
A Jacob le pareció captar por un instante cierto tono humorístico en la voz del ingeniero jefe. Miró a su compañero, pero el hombre puso cara de póquer. Eso era en sí mismo un pequeño milagro. Sería demasiado si el hombre estuviera haciendo un chiste.
Los dos se levantaron para saludar a Fagin. El kantén silbó una alegre respuesta, sin mostrar ningún signo de que hubiera oído nada.
—La comandante Helene deSilva ha expresado la opinión de que las condiciones climatológicas solares son sorprendentemente tranquilas. Dijo que esto será de gran valor para resolver problemas solonómicos no relacionados con los Espectros Solares. Las mediciones implicadas requerirán poco tiempo. Mucho menos del que nosotros ahorraremos con estas excelentes condiciones.
»En otras palabras, amigos míos, tienen ustedes unos veinte minutos para prepararse.
Donaldson silbó. Pidió ayuda a Jacob y los dos hombres se pusieron a trabajar en el láser, colocándolo en su sitio y comprobando las cintas de proyección.
A unos pocos metros de distancia, la doctora Martine rebuscó en su bolsa pequeñas piezas de instrumentos. Tenía ya puesto el casco psi y a Jacob le pareció oír una imprecación en voz baja.
—¡Maldita sea! ¡Esta vez vas a tener que hablar conmigo!
—«¿Cuál es el propósito de estas criaturas de luz?», se pregunta el reportero. Pero sería mejor preguntar: «¿Qué propósito tiene el hombre?» Nuestro trabajo es alzarnos sobre nuestras metafóricas rodillas, ignorando el dolor con la barbilla levantada con orgullo infantil, diciendo a todo el universo: «¡Mírenme! ¡Soy el hombre! ¡Me arrastro donde otros caminan! ¿Pero no es estupendo que pueda arrastrarme a cualquier parte?».
»La capacidad de adaptación, sostienen los neolíticos, es la "especialización" del hombre. No puede correr tan rápido como el guepardo, pero al menos puede correr. No puede nadar tan bien como una nutria, pero sabe nadar. Sus ojos no son tan agudos como los de un halcón ni puede almacenar comida en sus carrillos. Por eso debe entrenar sus ojos y crear instrumentos a partir de fragmentos y trozos de la tierra torturada: no sólo para permitirle ver, sino para vencer al felino y a la nutria. Puede atravesar un desierto ártico, cruzar a nado un río tropical, subir a un árbol y, al final de su viaje, construir un hermoso hotel. Allí se aseará y alardeará de sus logros mientras cena con sus amigos.
»Y sin embargo, durante todo el tiempo nuestro héroe no se ha sentido satisfecho. Ansiaba conocer su lugar en el mundo. Gritó en voz alta. Pidió saber por qué estaba aquí. El universo de las estrellas tan sólo contestó sonriendo a sus preguntas con un profundo y ambiguo silencio.
»Él anhelaba un propósito. Como se le negó, llevó sus frustraciones a las demás criaturas. El especialista en él conocía sus funciones y las odiaba por ello. Se convirtieron en sus esclavos, sus fábricas de proteínas. Se convirtieron en víctimas de su ira genocida.
»La "capacidad de adaptación" pronto quiso decir que no necesitábamos a nadie más. Especies cuyos descendientes tal vez pudieran ser grandes algún día se convirtieron en polvo en el holocausto provocado por el egoísmo del hombre.
»Por suerte sólo nos convertimos en ecologistas poco antes del Contacto, esquivando así la justa ira de nuestros mayores. ¿O no fue suerte? ¿Es un accidente que John Muir y los que le siguieron aparecieran poco después de los primeros "avista-mientos" confirmados?
»Mientras este reportero yace tendido aquí, en una burbuja, rodeado de engañoso vapor rosa, se pregunta si el propósito del hombre pudiera ser el de convertirse en ejemplo. El pecado original que hizo marcharse a nuestros Tutores hace tanto tiempo, está siendo pagado en una comedia.
»Espero que nuestros vecinos se sientan edificados, además de divertidos, mientras nos ven arrastrarnos, con la boca abierta de asombro y resentimiento, ante aquéllos que son culminación encarnada, sin ambición.
Fierre LaRoque apartó el pulgar del botón de grabación y frunció el ceño. No, esa última parte no valía. Parecía casi amarga. Más quejumbrosa que punzante. De hecho, todo el trabajo tendría que ser reelaborado. Había muy poca espontaneidad. Las frases apenas encajaban.
Dio un sorbo del liquitubo que tenía en la mano izquierda, y luego empezó a atusarse el bigote. Delante de él, la brillante manada de toroides se alzaba lentamente mientras la nave se enderezaba. La maniobra había requerido menos tiempo del esperado. Ya no podía seguir haciendo digresiones sobre la plaga de la humanidad. Aunque, después de todo, eso podría hacerlo cualquier otro día.
Pero esto… esto era extraordinario.
Volvió a pulsar el interruptor y se acercó el micrófono.
—Nota para reelaborar —dijo—. Más ironía, y más sobre las ventajas de ciertos tipos de especialización. Mencionar también a los timbrimi… que son más adaptables de lo que nosotros llegaremos a serlo jamás. Hacerlo breve y recalcar el resultado si toda la humanidad participa.
Hasta el momento el rebaño había consistido en pequeños anillos, a cincuenta kilómetros de distancia o más. El cuerpo principal apareció ahora a la vista, junto con una pequeña rendija de la fotosfera. El toroide más cercano era un brillante monstruo azulgrisáceo. A lo largo de su borde, pequeñas líneas azules se entremezclaban y cambiaban, como pautas moi-ré. Un halo blanco titilaba a su alrededor.
LaRoque suspiró. Este sería su mayor desafío. Cuando los halos de estas criaturas fueran emitidos, todo el mundo y sus criados chimpancés estarían atentos para ver si sus palabras estaban a la altura. Sin embargo, sentía lo contrario de lo que esperaba. Cuanto más profundamente entraba la nave en el sol, más se despegaba de todo. Era como si no estuviera sucediendo nada de esto. Las criaturas no parecían reales.
También admitió que estaba asustado.
—Son perlas de serenidad, colgando en collares de esmeraldas ondulantes. Si algún galeón galáctico fondeó alguna vez aquí para dejar su tesoro en estos fieros arrecifes filamentosos, sus diademas están ahora a salvo. Sin corromper por el tiempo, todavía chispean. Ningún cazador se las llevará en un saco.
»Desafían a la lógica porque no deberían estar aquí. Desafían a la historia porque no son recordadas. Desafían el poder de nuestros instrumentos e incluso el de los galácticos, nuestros mayores.
»Imperturbables como Bombadil, ignoran el paso del oxígeno y el hidrógeno en sus incesantes movimientos, y se nutren de la más atemporal de las fuentes.
»Recuerdan… ¿podrían haberse encontrado entre los Progenitores cuando la galaxia era nueva? Esperamos poder preguntárselo, pero por ahora se mantienen al margen.
Jacob levantó la cabeza de su trabajo cuando el rebaño volvió a aparecer a la vista. El espectáculo le causó menos efecto que la primera vez. Para experimentar las emociones que sintió durante la primera inmersión tendría que ver otra cosa por vez primera. Y para ver algo tan impresionante, tendría que Saltar.
Era uno de los inconvenientes de haber tenido monos por antepasados.
Sin embargo, Jacob podría pasarse horas mirando las encantadoras pautas que hacían los toroides. Y durante unos momentos, cuando recordaba el significado de lo que veía, se sentía otra vez anonadado.
El ordenador que Jacob llevaba en el regazo mostraba una pauta de líneas curvas conectadas, isótopos del Espectro que habían visto una hora antes.
El contacto no había sido gran cosa. Un solariano aislado se sorprendió cuando la nave salió de detrás de un grueso rizo de filamentos cerca del borde del rebaño.
Se alejó de ellos, y luego permaneció gravitando receloso a unos pocos kilómetros de distancia. La comandante deSilva ordenó que la nave virara para que el Láser Paramétrico de Donaldson pudiera apuntar a la aleteante criatura.
Al principio el Espectro retrocedió. Donaldson murmuró y maldijo mientras ajustaba el láser, para ejecutar las diversas modulaciones de la cinta de contacto de Jacob.
Entonces la criatura reaccionó. Sus (¿tentáculos? ¿alas?) brotaron del centro de su cuerpo como un resorte. Empezó a ondular pintorescamente.
Luego desapareció en un destello verde brillante.
Jacob examinó las lecturas del ordenador. El solariano había ofrecido una buena visión a las cámaras. Las primeras grabaciones mostraban que parte de su ondular estaba en fase con el ritmo bajo de una melodía ballena. Jacob intentaba averiguar ahora si el complicado espectáculo que emitió justo antes de marcharse tenía una pauta que pudiera interpretarse como una respuesta.
Terminó de esbozar el programa de análisis que quería que ejecutara el ordenador. Tenía que buscar variaciones sobre el tema de la canción-ballena y el ritmo en tres regímenes, color, tiempo y brillo, a lo largo de la superficie del Espectro. Si encontraba algo, podría conseguir un enlace por ordenador en tiempo real durante el próximo encuentro.
Es decir, si había un nuevo encuentro. La canción-ballena era sólo una introducción a la secuencia de escalas y series matemáticas que Jacob planeaba enviar. Pero el Espectro no se quedó a «escuchar» el resto.
Hizo a un lado el ordenador y bajó su asiento para poder mirar los toroides más cercanos sin tener que mover la cabeza. Un par de ellos giraba lentamente a cuarenta y cinco grados del ángulo de la cubierta.
Aparentemente, el giro de las criaturas toroides era más complicado de lo que pensaba. Las intrincadas pautas que barrían rápidamente el borde de cada una representaba algo en su configuración interna.
Cuando dos de los toroides se tocaban, buscando mejores posiciones en los campos magnéticos, no había ningún cambio en las figuras rotatorias. Interactuaban unas con otras como si no estuvieran girando.
Los empujones y apretones se hicieron más pronunciados a medida que pasaban por el rebaño. Helene deSilva sugirió que era debido a que la región activa sobre la que estaban se moría. Los campos magnéticos se hacían más y más difusos.
Culla se sentó junto a Jacob, cerrando sus mandíbulas con un chasquido. Jacob empezaba a reconocer algunos de los ritmos que los dientes de Culla hacían en diversas situaciones. Había tardado mucho tiempo en darse cuenta de que eran parte del repertorio fundamental del pring, como las expresiones faciales lo son para un ser humano.
—¿Puedo shentarme aquí, Jacob? —preguntó—. Esh mi primera oportunidad de darle lash graciash por su cooperación allá en Mercurio.
—No tiene que agradecerme nada, Culla. Un juramento de secreto durante dos años es de rigor en un incidente como éste. De todas formas, la comandante deSilva recibió órdenes muy claras de la Tierra para que nadie volviera a casa hasta que firmaran.
—Shin embargo, tenía ushted derecho a decírshelo al mundo, a la galaxia. El Inshtituto de la Biblioteca ha quedado avergonzado por las accionesh de Bubbacub. Esh admirable que ushted, el deshcubridor de shu… error, mueshtre meshura y lesh deje enmendarshe.
—¿Qué hará el Instituto, aparte de castigar a Bubbacub?
Culla dio un sorbo de su ubicuo liquitubo. Sus ojos brillaban.
—Probablemente cancelarán la deuda de la Tierra y otorgarán sherviciosh gratuitosh a la Shucurshal durante algún tiempo. Másh aún shi la Confederación accede a un período de shilencio. No puedo definir su anshiedad por evitar un esh-cándalo. Ademásh, probablemente le recompensharán.
—¿A mí? —Jacob se sintió aturdido. Para un terrestre «primitivo», cualquier recompensa que los galácticos pudieran darle sería como una lámpara mágica. Apenas podía creer lo que estaba oyendo.
—Shí, aunque probablemente shentirán cierta amargura porque no ha mantenido shush deshcubrimientosh másh en privado. La magnitud de shu generoshidad probablemente sherá inversha a la notoriedad que conshiga el casho de Bubbacub.
—Oh, ya veo.
La burbuja había estallado. Una cosa era recibir un premio de gratitud de los poderes establecidos, y otra que le ofrecieran un soborno. No es que el valor de la recompensa resultara menor. De hecho el premio sería incluso más valioso.
¿O no? Ningún alienígena pensaba exactamente igual que un hombre. Los directores del Instituto de las Bibliotecas eran un enigma para él. Todo lo que sabía con seguridad era que no les gustaría recibir mala prensa. Se preguntó si Culla hablaba ahora a nivel oficial, o si simplemente predecía lo que creía que iba a suceder a continuación.
De repente Culla se volvió y miró al rebaño que pasaba. Sus ojos brillaron y un leve zumbido surgió tras los gruesos labios prensiles. El pring sacó el micrófono de la rendija situada junto a su asiento.
—Dishcúlpeme, Jacob, pero me parece ver algo. Debo informar a la comandante.
Culla habló brevemente por el micrófono, sin apartar la mirada de una posición a unos treinta grados a la derecha y veinticinco de altura. Jacob miró, pero no vio nada. Pudo oír el distante murmullo de la voz de Helene llenando la zona de la cabeza del asiento de Culla. Entonces la nave empezó a virar.
Jacob comprobó el ordenador. Los resultados estaban allí. El encuentro anterior no había mostrado nada reconocible como respuesta. Tendrían que seguir haciendo lo de antes.
—Sofontes. —La voz de Helene resonó por el intercomunicador—. Pring Culla ha hecho otro avistamiento. Por favor, regresen a sus puestos.
Las mandíbulas de Culla chascaron. Jacob alzó la cabeza.
A unos cuarenta y cinco grados, un pequeño punto de luz fluctuante empezó a crecer más allá de la masa del toroide más cercano. El punto azul fue aumentando mientras se aproximaba hasta que pudieron distinguir cinco apéndices irregulares, bilateralmente simétricos. Se alzó rápidamente, y luego se detuvo.
La manifestación de Espectro Solar del segundo tipo les sonrió con su burda imitación de la forma humana. La cromosfera brillaba en rojo a través de los agujeros irregulares de sus ojos y su boca.
No hicieron ningún intento de enfocar a la aparición con las cámaras invertidas. Probablemente habría sido inútil, y además esta vez el láser-P tenía prioridad.
Jacob le dijo a Donaldson que siguiera con la cinta de contacto primario, desde el punto en que se interrumpió el último.
El ingeniero alzó su micrófono.
—Que todo el mundo se ponga las gafas, por favor. Vamos a conectar el láser.
Se puso las suyas, y luego miró alrededor para asegurarse de que todo el mundo lo había hecho. (Culla estaba exento: aceptaron su palabra de que no corría peligro.) Entonces conectó el interruptor.
Incluso a través de las gafas, Jacob pudo ver un tenue brillo contra la superficie interior del escudo mientras el rayo se abría paso hacia el Espectro. Se preguntó si la figura antropomórfica sería más cooperativa que la manifestación anterior, la de «forma natural». Por lo que sabía, era la misma criatura. Tal vez antes se había marchado para «maquillarse» para esta aparición actual.
El Espectro se agitó impasible mientras era atravesado por el rayo del Láser de Comunicación. No muy lejos, Jacob pudo oír a Martine que maldecía en voz baja.
—¡No, no, no! —susurró. El casco psi y las gafas sólo permitían divisar su nariz y su barbilla—. Hay algo, pero no está ahí. ¡Maldita sea! ¿Qué demonios pasa con esa cosa?
La aparición se hinchó de repente como una mariposa aplastada contra el casco de la nave. Los rasgos de su «cara» se convirtieron en largas y estrechas franjas de negrura ocre. Los brazos y el cuerpo se extendieron hasta que la criatura no fue más que una banda azul rectangular e irregular a unos diez grados del cielo. A lo largo de su superficie empezaron a formarse motas verdes. Se agitaron, se mezclaron y se separaron, y luego empezaron a tomar una forma coherente.
—¡Santo Dios! —murmuró Donaldson.
Fagin dejó escapar un trino tembloroso. Culla empezó a chascar los dientes.
El solariano estaba completamente cubierto de brillantes letras verdes, en alfabeto romano. Decían:
MÁRCHENSE. NO VUELVAN.
Jacob se agarró a los lados de su asiento. A pesar de los efectos sonoros de los extraterrestres y la ronca respiración de los humanos, el silencio era insoportable.
—¡Minie! —Intentó no gritar con todas sus fuerzas—. ¿Recibe algo?
Martine gimió.
—Sí… ¡NO! ¡Recibo algo pero no tiene sentido! ¡No encaja!
—¡Intentaremos enviar una pregunta! ¡Pregunte si recibe nuestro psi!
Martine asintió y se llevó las manos a la cara, concentrándose.
Las letras se reformaron inmediatamente.
CONCÉNTRESE. HABLE EN VOZ ALTA PARA ENFOCAR.
Jacob estaba anonadado. Pudo sentir en su interior que su mitad controlada casi temblaba llena de horror. Lo que él no pudo resolver lo hizo el aterrado Mister Hyde.
—Pregúntele por qué nos habla ahora y no lo hizo antes.
Martine repitió la pregunta en voz alta, lentamente.
EL POETA. ÉL HABLARÁ POR NOSOTROS. ESTÁ AQUÍ.
—¡No, no, no puedo! —gritó LaRoque. Jacob se volvió rápidamente y vio al pequeño periodista, encogido, aterrado, junto a las máquinas de alimento.
ÉL HABLARÁ POR NOSOTROS.
Las letras verdes brillaban.
—Doctora Martine —llamó Helene deSilva—. Pregúntele al solariano por qué no podemos volver.
Después de una pausa, las letras volvieron a cambiar.
QUEREMOS INTIMIDAD. POR FAVOR, MÁRCHENSE.
—¿Y si volvemos? ¿Entonces qué? —preguntó Donaldson. Martine repitió la pregunta, sombría.
NADA. NO NOS PODRÁN VER. TAL VEZ A NUESTROS JÓVENES, A NUESTRO GANADO. NO A NOSOTROS.
Eso explicaba los dos tipos de solarianos, pensó Jacob. La variedad «normal» debían de ser los jóvenes, que tenían la tarea de pastorear a los toroides. ¿Dónde vivían entonces los adultos? ¿Qué clase de cultura tenían? ¿Cómo podían unas criaturas compuestas de plasma ionizado comunicarse con los acuosos seres humanos? Jacob se sintió angustiado ante la amenaza de la criatura. Si querían, los adultos podían evitar a una Nave Solar, o a una flota de ellas, tan fácilmente como un águila podía hacerlo con un globo. Si cortaban ahora el contacto, los humanos nunca podrían obligarlos a renovarlo.
—Por favor —pidió Culla—. Pregúntele shi Bubbacub losh ofendió.
Los ojos del pring brillaban acaloradamente y el castañeteo continuaba, ahogado, entre cada palabra.
BUBBACUB NO SIGNIFICA NADA. INSIGNIFICANTE. MÁRCHENSE.
El solariano empezó a desvanecerse. El rectángulo irregular se hizo más pequeño a medida que retrocedía.
—¡Espera! —Jacob se levantó. Estiró una mano para agarrar la nada—. ¡No nos dejéis! ¡Somos vuestros vecinos más cercanos! ¡Sólo queremos compartir con vosotros! ¡Al menos decidnos quiénes sois!
La imagen quedó difusa en la distancia. Un rizo de gas oscuro cubrió al solariano, pero antes pudieron leer un último mensaje. Un grupo de «jóvenes» se congregó a su alrededor y el adulto repitió una de sus frases anteriores.
EL POETA HABLARÁ POR NOSOTROS.