La medida de la salud mental es la flexibilidad (no la comparación con alguna «norma»), la libertad para aprender de la experiencia, de ser influido por argumentos razonables, y la atención a las emociones, y especialmente la libertad de contenerse cuando se está saciado. La esencia de la enfermedad es la congelación de la conducta en pautas inalterables e insaciables.
El taller estaba vacío; cada herramienta colgaba en incómodo desuso del apropiado gancho de la pared. Las herramientas estaban limpias. El tablero, rayado y agujereado, brillaba bajo una nueva capa de cera.
El puñado de instrumentos a medio desmontar que Jacob había apartado yacía en el suelo acusadoramente, como el mecánico jefe, que le observaba receloso mientras se apropiaba del banco de trabajo. A Jacob no le importaba. A pesar del fiasco a bordo de la Nave Solar, o quizás a causa de ello, nadie puso objeciones cuando decidió continuar sus propios estudios. El taller era un lugar grande y adecuado y nadie más lo quería en aquel momento. Además, allí era menos probable que lo encontrara Millie Martine.
En un ábside de la enorme Caverna de las Naves Solares, Jacob podía ver una rendija de la gigantesca nave plateada, sólo ocultada parcialmente a la vista por la pared rocosa. En las alturas, la pared se perdía en una niebla de condensación.
Estaba sentado en un taburete ante el banco. Jacob dibujó recuadros de alternativa en dos hojas de papel y las colocó sobre la mesa. Cada una de las hojas rosadas tenía una pregunta con respuesta sí o no, representando las posibles realidades morfológicas alternativas.
La de la izquierda decía: B TIENE RAZÓN RESPECTO A LOS ESPECTROS-S, SÍ (I)/NO(II).
La otra hoja era aún más difícil de mirar: ME HE VUELTO LOCO, SÍ(III)/NO(IV).
Jacob no podía permitir que el juicio de nadie más le apartara de estas preguntas. Por eso había evitado a Martine y los demás desde que regresaron a Mercurio. Aparte de hacer una visita de cortesía al convaleciente doctor Kepler, se había convertido en un ermitaño.
La pregunta de la izquierda se refería al trabajo de Jacob, aunque no podía excluir una relación con la pregunta de la derecha.
Ésta sería difícil. Todas las emociones tendrían que ser descartadas para llegar a la respuesta adecuada.
Colocó una hoja con el número romano I ante la pregunta de la izquierda, encartando la evidencia de que la historia de Bubbacub era correcta.
POSIBILIDAD I: LA HISTORIA DE B ES CIERTA.
La lista era grande. Primero estaba la consistencia de la explicación del pil para la conducta de los Espectros Solares. Siempre habían sabido que las criaturas usaban algún tipo de psi. Las amenazantes apariciones con forma humana implicaban conocimiento del hombre e inclinaciones poco amistosas. «Sólo» un chimpancé había muerto, y sólo Bubbacub podía demostrar que había tenido éxito en sus comunicaciones con los solarianos. Todo encajaba con la historia de LaRoque, que supuestamente había sido implantada en su mente por las criaturas.
El logro más impresionante, el que tuvo lugar mientras Jacob estaba inconsciente a bordo de la Nave Solar, fue la hazaña de Bubbacub con la reliquia lethani. Era prueba de que Bubbacub entabló contacto con los Espectros Solares.
Repeler a un Espectro con un destello de luz podría ser plausible (aunque Jacob no comprendía cómo un ser que habitaba en la brillante cromosfera podía detectar nada en el tenue interior de una Nave Solar), pero la dispersión de todo el rebaño de magnetóvoros y pastores implicaba que el pil debía de haber empleado alguna fuerza poderosa (¿psi?).
Todos estos elementos tendrían que ser examinados de nuevo en el curso del análisis morfológico de Jacob. Pero tenía que admitir que la posibilidad número I parecía verdadera.
POSIBILIDAD II: LA HISTORIA DE B ES FALSA: (IIA) ESTÁ EQUIVOCADO/(IIB) ESTÁ MINTIENDO.
IIA no daba a Jacob ninguna idea, Bubbacub parecía demasiado seguro, demasiado confiado. Por supuesto, podría haber sido engañado por los propios Espectros… Jacob garabateó una nota a ese efecto y la colocó en la posición IIA. De hecho, era una posibilidad muy importante, pero no se le ocurría ninguna forma de probarla o rebatirla sin hacer más inmersiones. Y la situación política hacía imposibles más inmersiones.
Bubbacub, apoyado por Martine, insistía en que cualquier nueva expedición carecería de sentido, y probablemente sería también fatal sin el pil y su reliquia lethani. Curiosamente, el doctor Kepler no discutió. La Nave Solar fue puesta en dique seco siguiendo sus órdenes, el mantenimiento normal suspendido, e incluso la reducción de datos interrumpida mientras conferenciaba con la Tierra.
Los motivos de Kepler aturdían a Jacob. Durante varios minutos se quedó mirando una hoja que decía: TEMA COLATERAL: ¿KEPLER? Finalmente la arrojó sobre el montón de material desmontado, con una imprecación. Estaba claro que Kepler tenía razones políticas para querer que el cierre de Navegante Solar cayera sobre la cabeza de Bubbacub. Jacob se sintió decepcionado. Se volvió hacia la hoja IIB.
Era atractivo pensar que Bubbacub estaba mintiendo. Jacob no podía fingir ya ningún afecto hacia el pequeño Representante de la Biblioteca. Reconoció sus propias motivaciones personales. Jacob quería que IIB fuera cierto.
Desde luego, Bubbacub tenía motivos para mentir. El fracaso de la Biblioteca a la hora de encontrar una referencia a formas de vida solarianas era un engorro para él. El pil también lamentaba la investigación independiente de una raza «expósita». Ambos problemas serían eliminados si Navegante Solar era interrumpido de forma que impulsara la estatura de la antigua ciencia.
Pero suponer que Bubbacub había mentido provocaba un montón de problemas. Primero, ¿hasta dónde era mentira la historia? Obviamente, el truco con la reliquia lethaní fue auténtico. ¿Pero dónde más podía trazarse la línea?
Y si Bubbacub mentía, tenía que estar tremendamente seguro de que no iba a ser capturado. Los Institutos Galácticos, especialmente la Biblioteca, se basaban en su reputación de honestidad absoluta. Freirían vivo a Bubbacub si era descubierto.
La posibilidad IIB parecía inútil, pero de algún modo Jacob tendría que demostrar que era cierta o el proyecto Navegante Solar se habría acabado.
Esto iba a ser complicado. Toda teoría basada en que Bubbacub mentía tendría que explicar la muerte de Jeffrey, el anómalo estatus y la conducta de LaRoque, la conducta amenazante del Espectro Solar…
Jacob garabateó una nota y la colocó sobre la hoja IIB.
NOTA AL MARGEN: ¿DOS TIPOS DE ESPECTROS SOLARES? Recordó la observación de que nadie había visto jamás a un Espectro Solar «normal» convertirse en la variedad semitransparente que hacía gestos de amenaza.
Se le ocurrió otra idea.
NOTA AL MARGEN: LA TEORÍA DE CULLA DE QUE LA PSI DE LOS SOLARIANOS EXPLICA NO SÓLO LA DE LR SINO TAMBIÉN OTRAS CONDUCTAS EXTRAÑAS.
Jacob pensaba en Martine y Kepler cuando lo escribió. Pero después de reflexionar, escribió cuidadosamente una segunda copia de la misma observación y la colocó sobre la hoja que había marcado ME HE VUELTO LOCO — NO(IV).
Hizo falta todo un acopio de valor para enfrentarse a la pregunta de su propia cordura. Metódicamente anotó las pruebas de que había algo mal, bajo la hoja número III.
1. «LUZ» CEGADORA ALLÁ EN LA BAJA. El trance en el que había entrado justo antes de la reunión en el Centro de Información era el último profundo que había tenido. Le ha bía despertado un aparente artefacto psicológico, un tono azul que atravesó su estado hipnótico como un faro. Pero fuera cual fuese la señal de advertencia que debía estar enviándole su subconsciente, fue interrumpida cuando se acercó Culla.
2. USO INCONTROLADO DE MISTER HYDE. Jacob sabía que la bifurcación de su mente en una parte normal y otra anormal era una solución temporal al menos para los problemas de largo alcance. Un par de centenares de años antes su estado habría sido diagnosticado como esquizofrénico. Pero la transacción hipnótica, supuestamente, permitiría que sus mitades divididas se reensamblaran pacíficamente bajo la guía de su personalidad dominante. Las ocasiones en que su yo feroz se abría paso o tomaba el control se producían cuando era necesario, cuando Jacob tenía que revertir al entrometido frío, duro y terriblemente confiado que había sido antaño.
Jacob no se había preocupado antes por las acciones de su otro yo, por mucho que le avergonzaran. Por ejemplo, fue bastante lógico robar muestras de los medicamentos del doctor Kepler a bordo de la Bradbury, dado lo que había visto hasta entonces, aunque habrían sido preferibles otros medios para llegar al mismo fin.
Pero algunas de las cosas que le había dicho a la doctora Martine a bordo de la Nave Solar implicaban una gran cantidad de recelos justificados dando vueltas en su inconsciente, o un problema muy grande más profundo.
3. CONDUCTA EN LA NAVE SOLAR: ¿INTENTO DE SUICIDIO? Eso dolía menos de lo que había esperado cuando lo escribió. Jacob se hallaba desorientado por el episodio. Pero curiosamente se sentía más furioso que avergonzado, como si alguien le hubiera hecho quedar como un tonto.
Por supuesto, eso significaría algo, incluida una frenética autojustificación, pero no se lo parecía. Jacob no sentía ninguna resistencia interna cuando sondeó esa línea de razonamiento. Sólo negación.
El número tres podría haber sido parte de una pauta general de deterioro mental. O podría haber sido un caso aislado de desorientación, como había diagnosticado la doctora Martine (quien desde el regreso le había estado persiguiendo por toda la base para someterle una terapia). O podría haber sido inducido por algo externo, como ya había considerado.
Jacob se retiró del banco de trabajo. Eso requeriría tiempo. La única manera de conseguir algo sería haciendo pausas frecuentes y dejar que las ideas se filtraran desde el inconsciente, el mismo inconsciente que estaba investigando.
Bueno, ésa no era la única forma, pero hasta que hubiera resuelto el problema de su propia cordura no estaba dispuesto a intentar los otros medios.
Jacob dio un paso atrás y empezó a mover su cuerpo lentamente en la pausa de posturas de relajación conocida por Tai Chi Chuan. Las vértebras de su espalda crujieron por haber estado sentado en el taburete. Se estiró para permitir que la energía regresara a las partes de su cuerpo que se habían quedado dormidas.
La ligera chaqueta que llevaba entorpecía sus movimientos. Interrumpió la rutina y se la quitó.
Había un perchero junto a la oficina del mecánico jefe, frente al taller de mantenimiento y cerca de los grifos. Jacob se acercó al perchero, sobre sus talones, sintiéndose tenso y lleno de energía por el Tai Chi.
El mecánico jefe asintió con un gruñido cuando Jacob pasó por delante; el hombre no parecía feliz. Estaba sentado ante su mesa en la oficina con paneles de espuma de caucho, con una expresión que Jacob había visto muy a menudo desde el regreso, sobre todo entre el personal inferior. Al recordarlo le dio sed.
Mientras se inclinaba sobre la fuente, Jacob oyó un sonido metálico. Alzó la cabeza cuando se repitió. Procedía de la dirección de la nave. La mitad de ella era ahora visible desde el lugar donde se encontraba. Mientras se acercaba a la esquina de la pared de roca, el resto apareció lentamente.
La puerta en forma de cuña de la Nave Solar descendió muy despacio. Culla y Bubbacub esperaban al pie, sujetando entre ambos una larga máquina cilindrica. Jacob se agazapó tras la pared de roca. ¿Qué están haciendo esos dos?
Oyó la rampa que se extendía desde el borde de la cubierta de la Nave Solar, y luego el sonido del pil y el pring introduciendo la máquina en la nave.
Jacob apoyó la espalda contra la pared y sacudió la cabeza. Esto era demasiado. Si se encontraba con un nuevo misterio se volvería loco de verdad… si es que no lo estaba ya.
Parecía como si estuvieran usando un compresor de aire dentro de la nave, o una aspiradora. Los chasquidos y roces y alguna maldición ocasional pilana hacían pensar que estaban arrastrando la máquina por el interior de la nave.
Jacob cedió a la tentación. Bubbacub y Culla estaban dentro de la nave y no había nadie más a la vista.
En cualquier caso, si lo sorprendían espiando, probablemente no habría nada más que perder que el resto de su reputación.
Subió la rampa en unas pocas zancadas. Cerca de la cima se tendió en el suelo y miró dentro.
La máquina era una aspiradora. Bubbacub tiraba de ella, de espaldas a Jacob, mientras Culla manipulaba el largo y rígido succionador en el extremo de su manguera flexible. El pring sacudía lentamente la cabeza, y sus dientes castañeaban. Bubbacub emitió una serie de bruscos ladridos a su pupilo y el castañeo aumentó, pero Culla trabajó más rápido.
Esto era enormemente extraño y preocupante. ¡Culla estaba limpiando la zona entre la cubierta y la pared curva de la nave! Allí no había más que los campos de fuerza que mantenían la cubierta en su sitio.
Culla y Bubbacub desaparecieron alrededor de la cúpula central mientras avanzaban hacia el borde. En cualquier momento saldrían por el otro lado y le verían. Jacob se deslizó por la rampa unos pocos palmos, y luego descendió a pie el resto del camino. Regresó al ábside y se sentó de nuevo en el taburete delante de los papeles.
¡Si tuviera tiempo! Si la cúpula central hubiera sido más grande o el trabajo de Bubbacub más lento, podría haber encontrado un medio de bajar a aquella abertura en el campo de fuerza para conseguir una muestra de lo que estaban recogiendo, fuera lo que fuese. Jacob se estremeció ante la idea, pero habría merecido la pena intentarlo.
¡O una foto de Culla y Bubbacub trabajando! ¿Pero dónde podría conseguir una cámara en los pocos minutos que le quedaban?
No había ningún modo de demostrar que Bubbacub era un traidor, pero Jacob decidió que la teoría IIB había recibido un gran impulso. En un pedazo de papel, garabateó: LA ASPIRADORA DE B, O LO QUE SEA… ¿ALUCINÓGENOS LANZADOS A BORDO DE LA NAVE? La colocó en el montón, y luego se apresuró hacia la oficina del mecánico jefe.
El hombre protestó cuando Jacob le pidió que le acompañara. Dijo que tenía que estar sentado ante el teléfono y que no podía imaginar dónde podría encontrar una cámara fotográfica normal. A Jacob le pareció que estaba mintiendo, pero no tenía tiempo para discutir. Tenía que conseguir un teléfono.
Había un aparato en la pared cerca de la esquina donde había visto a Culla y Bubbacub subir la rampa. Pero al descolgarlo se preguntó a quién podría llamar, y qué diría.
¿Hola, doctor Kepler? ¿Me recuerda? Jacob Demwa. El tipo que intentó matarse en una de sus Naves Solares. Sí… bueno, me gustaría que viniera aquí abajo y viera a Pil Bubbacub limpiando un poco…
No, eso no serviría. Para cuando llegara, Culla y Bubbacub se habrían marchado y la llamada sería otro punto en su lista de aberraciones públicas.
La idea golpeó a Jacob.
¿Lo he imaginado todo? Ahora no sonaba ninguna aspiradora. Sólo había silencio. Todo el asunto era además tan condenadamente simbólico…
Del otro lado de la esquina llegó un chirrido. Maldiciones pilanas, y el sonido de una máquina al caerse. Jacob cerró los ojos durante un instante. El sonido era hermoso. Se arriesgó a asomarse.
Bubbacub se hallaba al pie de la rampa sujetando un extremo de la aspiradora, las cerdas alrededor de sus ojos prominentes, y el pelaje encrespado en torno al cuello. El pil miraba a Culla, que tenía en la mano el asa de la bolsa de la máquina. Un montoncito de polvo rojo manaba de la abertura.
Bubbacub bufó disgustado mientras Culla cogía el polvo a puñados y luego conectaba la máquina ya montada. Jacob estuvo seguro de que un puñado no fue al montón sino al bolsillo de la túnica plateada de Culla.
Bubbacub dispersó a patadas el polvo restante hasta que se mezcló con el suelo. Luego, tras dirigir una furtiva mirada a los lados, lo que hizo que Jacob se apretujara contra la pared, ladró una rápida orden y guió a Culla de regreso a los ascensores.
Cuando regresó al banco de trabajo, Jacob descubrió al mecánico jefe observando los papeles de su análisis morfológico. El hombre alzó la cabeza cuando se acercó.
—¿Qué pasaba? —Hizo un ademán hacia la Nave Solar.
—Oh, nada —respondió Jacob. Se mordió un instante el interior de la mejilla—. Sólo algunos etés trasteando con la nave.
—¿Con la nave? —El mecánico jefe se puso rígido—. ¿Eso era lo que murmuraba antes? ¿Por qué no lo dijo?
—¡Espere! —Jacob agarró al hombre por el brazo, pues se abalanzó hacia el emplazamiento de la nave—. Es demasiado tarde, ya se han ido. Además, para descubrir qué pretenden hará falta algo más que sorprenderlos haciendo algo extraño. De todas formas, lo que mejor hacen los etés son cosas raras.
El ingeniero miró a Jacob como si lo viera por primera vez.
—Sí —dijo lentamente—. Tiene razón. Pero tal vez sería mejor que me dijera lo que ha visto.
Jacob se encogió de hombros y contó toda la historia, desde que oyó el sonido de la compuerta al abrirse, a la comedia del polvo vertido.
—No lo comprendo —el mecánico jefe se rascó la cabeza.
—Bueno, no se preocupe. Como le decía, hará falta más que una pista para poner en su sitio a ese culto peludo.
Jacob se sentó de nuevo en el taburete y empezó a escribir cuidadosamente en varias hojas.
C TIENE UNA MUESTRA DE POLVO… ¿POR QUÉ? ¿SERÁ PELIGROSO PEDIRLE QUE LO COMPARTA?
¿ES C UN CÓMPLICE VOLUNTARIO? ¿POR CUÁNTO TIEMPO?
¡¡¡CONSIGUE UNA MUESTRA!!!
—Eh, ¿qué está haciendo aquí, por cierto? —preguntó el mecánico jefe.
—Estoy siguiendo pistas.
Tras un momento de silencio, el hombre dio un golpecito a las hojas situadas en el extremo derecho de la mesa.
— ¡Chico, yo no podría ser tan frío si pensara que me estoy volviendo loco! ¿Cómo fue? Me refiero a cuando se volvió majareta y trató de beber veneno.
Jacob alzó la cabeza. Hubo una imagen. Una gestalt. El olor del amoníaco llenó su nariz y un poderoso latido golpeó sus sienes. Parecía que hubiera pasado horas ante el foco de un inquisidor.
Recordó vivamente la imagen. Lo último que vio antes de desplomarse fue la cara de Bubbacub. Los ojillos negros le miraban bajo el borde del casco psi. En toda la nave, sólo el pil había contemplado impasible cómo Jacob caía sin sentido a unos pasos de distancia.
La idea hizo que Jacob sintiera frío. Empezó a escribir pero se detuvo. Era demasiado. Esbozó una nota en el argot del trinario de los delfines y la arrojó sobre la pila IV.
—Lo siento —miró al ingeniero jefe—. ¿Decía algo?
El ingeniero sacudió la cabeza.
—Oh, de todas formas no es asunto mío. No tendría que haber asomado la nariz. Sólo sentía curiosidad por lo que está haciendo aquí.
El hombre hizo una pausa.
—Está intentando salvar el proyecto, ¿verdad? —preguntó por fin.
—Sí.
—Entonces debe de ser el único de los jefazos que lo está haciendo —dijo amargamente—. Lamento haberle tratado mal. Le dejaré tranquilo para que pueda trabajar.
Empezó a retirarse. Jacob reflexionó un instante.
—¿Le gustaría ayudarme? —dijo.
El hombre se volvió.
—¿Qué necesita?
Jacob sonrió.
—Bueno, para empezar me vendría bien un recogedor y una escoba.
—¡Marchando! —el mecánico jefe echó a correr.
Jacob tamborileó los dedos sobre la mesa. Luego recogió las hojas dispersas y se las guardó en el bolsillo.
—Ya sabe que el director no quiere que nadie entre ahí dentro.
Jacob alzó la cabeza del trabajo.
—¡Caramba, jefe! —sonrió salvajemente—. ¡No lo sabía! ¡Intentaba forzar este candado por deporte!
El otro hombre se agitó nervioso y murmuró algo acerca de que no sospechaba que tomara parte en un robo.
Jacob se echó hacia atrás. La habitación osciló y se tuvo que agarrar a la pata de plástico de la mesa para guardar el equilibrio. Bajo la tenue luz del laboratorio fotográfico resultaba difícil ver bien, sobre todo después de veinte minutos de trabajo con las diminutas herramientas.
—Se lo he dicho antes, Donaldson. No tenemos elección. ¿Qué podemos mostrar? ¿Un puñado de polvo y una teoría descabellada? Use la cabeza. Estamos atascados. ¡No nos dejarán acercarnos a las pruebas porque no tenemos las pruebas necesarias para demostrarlo!
Jacob se frotó la nuca.
—No, vamos a tener que hacerlo nosotros mismos… es decir, si quiere quedarse…
—Sabe que me quedaré —gruñó el mecánico jefe.
—Muy bien, muy bien —asintió Jacob—. Discúlpeme. ¿Quiere acercarme esa pequeña herramienta de ahí, por favor? No, la que tiene el garfio en el extremo. Eso es.
»¿Por qué no se dirige ahora a la puerta exterior y vigila desde allí? Déme algún tiempo para despejarlo todo por si se acerca alguien. ¡Y tenga cuidado de no tropezar!
Donaldson se apartó un poco, pero se quedó a observar mientras Jacob volvía al trabajo. Se apoyó contra el fresco marco de una de las puertas y se secó el sudor de las mejillas y las cejas.
Demwa parecía cuerdo y razonable, pero el salvaje sendero que su imaginación había tomado en las últimas horas preocupaba a Donaldson.
Lo peor de todo era que encajaba muy bien. Esta búsqueda de pistas era excitante. Y lo que había descubierto antes de encontrarse aquí con Demwa apoyaba la historia del hombre. Pero también resultaba aterrador. Siempre existía la posibilidad de que aquel tipo estuviera realmente loco, a pesar de la consistencia de sus argumentos.
Donaldson suspiró. Se alejó de los sonidos de metal rozando y de los movimientos de cabeza de Jacob, y se acercó lentamente a la puerta exterior del laboratorio fotográfico.
En realidad no importaba. Algo olía a podrido en Mercurio. Si alguien no actuaba pronto, ya no habría más Naves Solares.
Un simple candado para una llave dentada. Nada podía ser más fácil. De hecho, Jacob no esperaba que en Mercurio hubiera pocos candados modernos. Los electrónicos requerían protección en un planeta donde los campos magnéticos surcaban la superficie desprotegida. No resultaba muy caro protegerlos, pero alguien debía de haber pensado que era ridículo que aquella expedición usara candados. De todas formas, ¿quién querría forzar el laboratorio fotográfico? ¿Y quién sabría cómo?
Jacob lo sabía. Pero eso no parecía servirle de nada, porque no le salía bien. Las ganzúas no le hablaban. No sentía ninguna continuidad entre sus manos y el metal.
A este paso tardaría toda la noche.
«Déjame hacerlo.»
Jacob apretó los dientes y sacó lentamente la ganzúa del candado. La soltó.
Deja de personificar, pensó. No eres más que un conjunto de tendencias sociales que he puesto bajo protección hipnótica durante algún tiempo. ¡Si sigues actuando como una personalidad separada nos… me meterás en un estado esquizofrénico total!
«Mira quién personifica ahora.»
Jacob sonrió.
No debería estar aquí. Tendría que haberme quedado en casa durante los tres años completos y terminado mi limpieza mental en paz y tranquilidad. Las pautas de conducta que quería… que necesitaba mantener sumergidas están ahora completamente despiertas, por mi trabajo.
«¿Entonces por qué no las usas?»
Cuando se creó este acuerdo mental se suponía que no iba a ser rígido. ¡Ese tipo de supresión produciría problemas! Las cualidades salvajes, amorales y despiadadas brotarían en una corriente firme, pero normalmente quedarían bajo completo control. La intención era que estuvieran disponibles para una emergencia.
La supresión y personificación a las que había reaccionado últimamente a esa corriente tal vez hubieran causado algunos de sus problemas. Su mitad siniestra tenía que dormir mientras superaba el trauma de la muerte de Tania, no ser cortada de cuajo.
«Entonces déjame hacerlo.»
Jacob cogió otra ganzúa y la hizo girar en sus dedos. Sintió suave y frío el leve contacto de la herramienta.
Cállate. No eres una persona sino un talento ligado desgraciadamente a una neurosis… como una voz bien entrenada que sólo puede usarse cuando se está de pie desnudo en mitad de un escenario.
«Bien. Usa el talento. ¡La puerta podría estar ya abierta!»
Jacob soltó cuidadosamente sus herramientas y se inclinó hacia adelante hasta tocar la puerta con la frente. ¿Debo hacerlo? ¿Y si en efecto me volví loco a bordo de la Nave Solar? Mi teoría podría estar equivocada. Y luego está ese destello azul en La Baja. ¿Puedo arriesgarme a abrir si hay algo suelto dentro?
Débil por la indecisión, sintió que el trance empezaba a caer. Lo detuvo con un esfuerzo, pero luego, encogiéndose mentalmente de hombros, permitió que continuara. A la cuenta de siete, una barrera de miedo le bloqueó. Era una barrera familiar. Parecía el borde de un precipicio. Lo apartó conscientemente y continuó contando.
A la cuenta de doce, ordenó: Eso será temporal. Sintió su asentimiento.
La cuenta atrás terminó en un instante. Abrió los ojos. Un escalofrío recorrió sus brazos y entró subrepticiamente en sus dedos, como un perro que regresa olisqueando a un antiguo hogar.
Hasta ahora muy bien, pensó Jacob. No me siento menos ético. No me siento menos «yo». No noto las manos como si estuvieran controladas por una fuerza extraña… sólo más vivas.
Las herramientas no estaban frías cuando las cogió. Las sintió cálidas, como extensiones de sus manos. La ganzúa se deslizó sensualmente en el candado y acarició los cerrojos mientras hurgaba. Uno tras otro fueron repitiéndose los diminutos chasquidos a lo largo del metal. Entonces la puerta se abrió.
— ¡Lo consiguió! —La sorpresa de Donaldson le molestó un poco.
—Naturalmente —fue todo lo que dijo. Resultó muy fácil y tranquilizador reprimir la insultante respuesta que asomó en su mente. Muy bien. El genio parecía benigno. Jacob abrió la puerta y entró.
La pared izquierda de la estrecha habitación estaba cubierta de archivadores. A lo largo de la otra pared una mesita baja alojaba un grupo de máquinas de fotoanálisis. En el otro extremo, una puerta conducía a un cuarto oscuro que apenas se utilizaba.
Jacob empezó por un lado de la fila de archivadores, mirando las etiquetas. Donaldson le ayudó.
—¡Los he encontrado! —dijo poco después. Señaló una caja abierta, junto a una máquina situada en la mitad de la mesa.
Cada cinta estaba guardada en una casilla acolchada, con la fecha y la hora inscrita en los lados y un código para indicar el instrumento que había hecho la grabación. Al menos una docena de casillas estaban vacías.
Jacob alzó varias cajitas a la luz. Luego se volvió hacia Donaldson.
—Alguien ha llegado primero y ha robado todo lo que queríamos.
—¿Robado? ¿Pero cómo?
Jacob se encogió de hombros.
—Tal vez igual que nosotros, forzando y entrando. O tal vez tenían una llave. Todo lo que sabemos es que falta la cinta final de cada grabación.
Permanecieron en silencio durante un momento.
—Entonces no tenemos ninguna prueba —dijo Donaldson.
—A menos que podamos localizar las cintas perdidas.
—¿Quiere decir que también deberíamos forzar las habitaciones de Bubbacub? No sé. Si quiere saber mi opinión, creo que esos datos estarán ya quemados. ¿Por qué iba a conservarlos?
—No, sugiero que salgamos de aquí y dejemos que el doctor Kepler o la doctora deSilva descubran por sí mismos la falta. No es gran cosa, pero pueden considerarlo una evidencia que apoye nuestra historia.
Jacob vaciló. Después asintió.
—Déjeme ver sus manos —dijo Jacob.
Donaldson se las mostró. La fina cobertura de flex-plástico estaba intacta. Probablemente estaban a salvo de las investigaciones en busca de huellas y residuos químicos.
—Muy bien —dijo—. Pongámoslo todo en su sitio, con la mayor exactitud posible. No toque nada que no haya tocado ya. Luego nos marcharemos.
Donaldson se volvió para obedecer, pero entonces oyeron algo que caía en el Laboratorio Exterior. El sonido llegó ahogado a través de la puerta.
La trampa que Jacob había dispuesto junto a la puerta del pasillo se había disparado. Había alguien en el Laboratorio Exterior. ¡Su camino de escape estaba bloqueado!
Los dos hombres corrieron al pasillo del cuarto oscuro. Doblaron la esquina del laberinto iluminado justo cuando el sonido de la llave de metal rozando el cerrojo cruzaba la estrecha habitación.
Jacob oyó la puerta abrirse muy despacio, por encima del rugido subjetivo de su propia respiración entrecortada. Palpó los bolsillos de su mono. La mitad de sus herramientas de ladrón estaban allí fuera, en lo alto de uno de los archivadores.
Afortunadamente, su espejo de dentista todavía estaba en el bolsillo de su pecho.
Los pasos del intruso sonaron suavemente en la sala a unos pocos metros de distancia. Jacob sopesó con cuidado las posibilidades en contra de los beneficios potenciales y luego sacó muy despacio el espejo. Se arrodilló y asomó el extremo redondo y brillante, a unos pocos centímetros por encima del suelo.
La doctora Martine se detuvo delante de un archivador, mientras escogía una llave. Dirigió una mirada furtiva hacia la puerta exterior. Parecía agitada, aunque era difícil decirlo por la imagen que se repetía en el diminuto espejo que se agitaba en el suelo a dos metros de sus pies.
Jacob notó que Donaldson se inclinaba sobre él, a su espalda, intentando asomarse. Irritado, trató de hacer retroceder al hombre, pero el ingeniero perdió el equilibrio. Lanzó la mano izquierda para agarrarse y aterrizó sobre la espalda de Jacob.
—¡Uf! —El aire de los pulmones de Jacob salió expulsado cuando el peso del ingeniero jefe cayó sobre él. Sus dientes entrechocaron mientras recibía la fuerza del impacto a través del brazo izquierdo estirado. De algún modo, impidió que ambos cayeran al umbral, pero el espejo resbaló de su mano y cayó al suelo con un diminuto chasquido.
Donaldson regresó a la oscuridad, respirando pesadamente, intentando guardar silencio de un modo patético. Jacob sonrió amargamente. Si había alguien que no había oído aquella debacle tenía que ser sordo.
—¿Quién… quién anda ahí?
Jacob se puso en pie y se sacudió el polvo deliberadamente. Dirigió una breve mirada de reproche al jefe Donaldson, que estaba sentado con expresión sombría, y evitó mirarle a los ojos.
Unos rápidos pasos se alejaron en la sala exterior. Jacob salió al pasillo.
—Espere un momento, Millie.
La doctora Martine se detuvo junto a la puerta. Sus hombros se encogieron mientras giraba lentamente, el rostro convertido en una máscara de miedo hasta que reconoció a Jacob. Entonces sus oscuros rasgos patricios se volvieron de un rojo intenso.
—¿Qué demonios está haciendo aquí?
—Observándola, Millie. Un pasatiempo interesante, pero ahora todavía más.
—¡Me estaba espiando! —jadeó ella.
Jacob avanzó, esperando que a Donaldson no se le ocurriera salir de donde permanecía oculto.
—No sólo a usted, querida. A todo el mundo. Algo huele mal en Mercurio. Todos silban una melodía diferente, y todos tienen algo que ocultar. Tengo la sensación de que sabe usted más de lo que dice.
—No sé de qué está hablando —dijo Martine fríamente—. Pero no es de extrañar. No está usted en sus cabales y necesita ayuda… — empezó a retroceder.
—Es posible —asintió Jacob seriamente—. Pero tal vez sea usted quien necesite ayuda para explicar su presencia aquí.
Martine se envaró.
—Dwyane Kepler me dio sus llaves. ¿Y usted?
—¿Cogió las llaves con su conocimiento?
Martine se sonrojó y no respondió.
—Faltan varias cintas de datos de la última inmersión… todas referidas al período en que Bubbacub hizo su truquito con la reliquia lethani. No sabrá por casualidad dónde están, ¿verdad?
Martine miró a Jacob.
—¡Está bromeando! ¿Pero quién…? No… —sacudió la ca beza lentamente, confundida.
—¿Las cogió usted?
—¡No!
—¿Entonces quién lo hizo?
—No lo sé. ¿Cómo podría saberlo? ¿Qué derecho tiene a preguntar…?
—Podría llamar a Helene deSilva ahora mismo —amenazó Jacob—. Podría decir que acabo de llegar, que he descubierto la puerta abierta y a usted dentro, y la llave con sus huellas. Ella investigaría y descubriría que faltan las cintas y se acabó. Ha estado usted encubriendo a alguien, y tengo algunas pruebas independientes de quién se trata. Si no dice ahora mismo todo lo que sabe, le juro que va a tener que tragarse toda la culpa, con o sin su amigo. Sabe tan bien como yo que el personal de esta base está deseando quemar a alguien.
Martine vaciló. Se llevó una mano a la cabeza.
—No sé… no sé…
Jacob la ayudó a sentarse en una silla. Entonces cerró la habitación con llave.
Tómatelo con calma, dijo una parte de él. Cerró los ojos un momento y contó hasta diez. Lentamente, el brutal picor en sus manos remitió.
Martine se cubrió el rostro con las manos. Jacob vio a Donaldson que asomaba por la puerta. Hizo un movimiento con la mano, y la cabeza del ingeniero jefe desapareció.
Jacob abrió el archivador que la mujer había estado examinando.
Aja. Aquí está.
Cogió la estenocámara y la llevó a la mesa, conectó el interruptor en uno de los visores y encendió ambas máquinas.
La mayor parte del material era bastante interesante, notas de LaRoque sobre los sucesos acaecidos entre el aterrizaje en Mercurio y la mañana que llevó la cámara a la Caverna de las Naves Solares, justo antes del aciago viaje de la nave de Jeffrey. Jacob ignoró el sonido. LaRoque tendía a ser aún más exhuberante a la hora de dejar notas para sí mismo que en su prosa escrita. Pero de repente el personaje de la porción visual cambió, justo después de una panorámica del exterior de la Nave Solar.
Durante un momento, Jacob se sorprendió al ver pasar las imágenes. Luego se echó a reír en voz alta.
Millie Martine se sorprendió tanto que alzó los ojos llorosos. Jacob le hizo un gesto de simpatía.
—¿Sabía lo que venía a coger?
—Sí. —La voz de ella era ronca. Asintió lentamente—, Quería devolverle a Peter su cámara para que pudiera escribir su historia. Pensé que después de que los solarianos fueran tan crueles con él, utilizándole de esa forma…
—Todavía está detenido, ¿no?
—Sí. Consideraron que era lo más seguro. Los solarianos le manipularon una vez, ya sabe. Podrían hacerlo de nuevo.
—¿Y de quién fue la idea de devolverle la cámara?
—De él, por supuesto. Quería las grabaciones y no me pareció que fuera malo…
—¿Dejarle poner las manos en un arma?
—¡No! El aturdidor sería desconectado. Bubb… —Sus ojos se dilataron y su voz se apagó.
—Adelante, dígalo. Ya lo sé.
Martine bajó los ojos.
—Bubbacub dijo que se reuniría con Peter en su habitación y desconectaría el aturdidor, como un favor y para demostrar que no le guardaba rencor.
Jacob suspiró.
—Eso lo colma todo —murmuró.
—¿Qué…?
—Déjeme ver sus manos.
Se adelantó cuando ella se mostró indecisa. Los dedos largos y finos temblaron mientras los examinaba.
—¿Qué pasa?
Jacob la ignoró. Recorrió lentamente la estrecha habitación.
La simetría de la trampa le atraía. Si salía bien, no quedaría un solo humano en Mercurio con la reputación intacta. Él mismo no podría haberlo hecho mejor. La única pregunta era cuándo se suponía que iba a dispararse.
Se volvió y miró de nuevo a la entrada del cuarto oscuro. Una vez más, la cabeza de Donaldson se perdió de vista.
—Muy bien, jefe. Salga. Va a ayudar a la doctora Martine a borrar sus huellas de este sitio.
Martine abrió la boca cuando el grueso ingeniero jefe apareció sonriendo mansamente.
—¿Qué va a hacer usted? —preguntó.
En vez de responder, Jacob descolgó el teléfono de la puerta interna y marcó.
—¿Hola, Fagin? Sí, ya estoy dispuesto para la «escena del salón». ¿Ah, sí…? Bueno, no estés tan seguro todavía. Depende de la suerte que tengamos en los próximos minutos.
»¿Quieres invitar por favor al grupo central para que se reúna dentro de cinco minutos en las habitaciones donde está detenido LaRoque? Sí, eso es, e insiste, por favor. No te molestes con la doctora Martine, está aquí.
Martine alzó la cabeza mientras frotaba el tirador de uno de los archivadores, sorprendida por el tono de voz de Jacob Demwa.
—Es eso —continuó Jacob—. Y por favor invita primero a Bubbacub y a Kepler. Haz que se pongan en movimiento como los dos sabemos. Tendré que darme prisa. Sí, gracias.
—¿Y ahora qué? —dijo Donaldson mientras salían por la puerta.
—Ahora ustedes dos, aprendices, pasarán al primer curso de la escuela de ladrones. Y tienen que hacerlo rápido. El doctor Kepler dejará sus habitaciones pronto y será mejor que no tarden demasiado en seguirlo a la reunión.
Martine se detuvo.
—Está usted bromeando. ¡No esperará en serio que saquee el apartamento de Dwayne!
—¿Por qué no? —gruñó Donaldson—. ¡Le ha estado suministrando matarratas! Robó sus llaves para entrar en el Laboratorio Fotográfico.
Martine hizo una mueca de sorpresa y disgusto.
—¡No he suministrado matarratas a nadie! ¿Quién le ha dicho eso?
Jacob suspiró.
—El «Warfarine». Antiguamente se usaba como matarratas. Antes de que las ratas se volvieran inmunes a él y a casi todo lo demás.
— ¡Ya se lo dije antes, nunca he oído hablar del «Warfarine»! Primero el doctor, y luego usted en la Nave Solar. ¿Por qué piensa todo el mundo que soy una envenenadora?
—Yo no. Pero será mejor que coopere si quiere que lleguemos al fondo de este asunto. Tiene las llaves de las habitaciones de Kepler, ¿no?
Martine se mordió los labios. Asintió.
Jacob le dijo a Donaldson lo que tenía que buscar y qué hacer cuando lo encontrara. Entonces se marchó corriendo en dirección a las habitaciones de los extraterrestres.
—¿Quiere decir que Jacob convocó esta reunión y ni siquiera está aquí? —preguntó Helene deSilva desde la puerta.
—No se preocupe, comandante deSilva. Ya llegará. Nunca he visto al señor Demwa convocar una reunión a la que no resultara interesante asistir.
—¿De verdad? —rió LaRoque desde un extremo del gran sofá, con los pies apoyados en una otomana. Hablaba sarcásticamente mientras mordía su pipa, a través de una cortina de humo—. ¿Y por qué no? ¿Qué más tenemos que hacer aquí? La «investigación» ha terminado, y los estudios también. La Torre de Marfil se ha desplomado por su arrogancia y es el momento de los cuchillos largos. Que Demwa se tome su tiempo. ¡Lo que tenga que decir será más divertido que ver todas esas caras serias!
Dwayne Kepler hizo una mueca desde el otro extremo del sofá. Se sentaba tan lejos de LaRoque como podía. Nervioso, apartó la manta que el auxiliar médico acababa de ajustar. El enfermero miró al doctor, que se encogió de hombros.
—Cállese, LaRoque —dijo Kepler.
LaRoque simplemente sonrió, y cogió una herramienta para limpiar su pipa.
—Sigo pensando que debería tener una grabadora. Conociendo a Demwa, esto podría ser histórico.
Bubbacub lanzó un bufido y se dio la vuelta. Había estado caminando. Extrañamente, no se había acercado a ninguno de los cojines situados por toda la habitación alfombrada. El pil se detuvo delante de Culla, de pie junto a la pared, y chascó sus dedos simétricos en una complicada pauta. Culla asintió.
—Me han inshtruido para decir que ya han shucedido shu-ficientesh tragediash a causha del aparato grabador del sheñor LaRoque. Pil Bubbacub ha indicado también que no eshpera-rá másh que otrosh cinco minutosh.
Kepler ignoró la declaración. Metódicamente se frotó el cuello, como si buscara un picor. Había perdido gran parte de su color en las últimas semanas.
LaRoque se encogió de hombros. Fagin guardó silencio. Ni siquiera las hojas plateadas se agitaron en los extremos de sus ramas verdeazuladas.
—Siéntese, Helene —dijo el médico—. Estoy seguro de que los demás vendrán pronto. —Su expresión era suficientemente expresiva. Entrar en esta habitación era como internarse en una charca de agua muy fría y no muy limpia.
DeSilva encontró un asiento lo más alejado posible de los otros. Se preguntó con tristeza qué pretendía Jacob Demwa.
Espero que no sea lo mismo, pensó. Si en este grupo hay algo en común, es el hecho de que ni siquiera quieren que se mencionen las palabras «Navegante Solar». Están a punto de lanzarse a la garganta de los demás, pero al mismo tiempo existe esta conspiración de silencio.
Sacudió la cabeza. Me alegro de que este viaje termine pronto. Tal vez las cosas mejorarán dentro de otros cincuenta años.
No albergaba muchas esperanzas al respecto. El único lugar donde se podían escuchar las canciones de los Beatles era en una orquesta sinfónica, menuda monstruosidad. Y el buen jazz no existía fuera de una biblioteca.
¿Por qué me marché de casa?
Entraron Mildred Martine y el jefe Donaldson. A Helene le parecieron patéticos sus intentos por aparentar despreocupación, pero nadie más pareció advertirlo.
Interesante. Me pregunto qué tendrán esos dos en común.
Contemplaron la sala y luego se dirigieron a un rincón tras el único sofá, donde Kepler, LaRoque y la tensión entre ellos ocupaba todo el espacio. LaRoque miró a Martine y sonrió. ¿Un guiño de conspiración? Martine evitó su mirada y LaRoque pareció decepcionado. Volvió a encender su pipa.
—¡Ya he tenido su-ficiente! —anunció Bubbacub por fin, y se volvió hacia la puerta. Pero antes de que llegara a ella se abrió, al parecer por su cuenta. Entonces Jacob Demwa apareció en el umbral, con un saco blanco al hombro. Entró en la habitación silbando suavemente. Helene parpadeó, incrédula. La canción se parecía enormemente a «Santa Claus viene a la ciudad». Pero seguramente…
Jacob hizo girar el saco en el aire. Lo dejó caer sobre la mesa con un golpe que hizo que la doctora Martine saltara de su asiento. Kepler frunció aún más el ceño y se agarró al brazo del sofá.
Helene no pudo evitarlo. La anacrónica canción, el ruido, y la conducta de Jacob rompieron el muro de tensión como si fueran una tarta en la cara de alguien que a uno no le cae especialmente bien. Se echó a reír.
Jacob hizo un guiño.
—¿Ha venido a jugar? —preguntó Bubbacub—. ¡Me roba mi tiempo! ¡Ex-plíquese!
Jacob sonrió.
—Naturalmente, Pil Bubbacub. Espero que se encuentre satisfecho con mi demostración. Pero siéntese primero, por favor.
Las mandíbulas de Bubbacub se cerraron con un chasquido. Los ojillos negros parecieron arder por un instante, luego bufó y se tendió en un cojín cercano.
Jacob observó los rostros. Las expresiones eran confusas u hostiles, con excepción de LaRoque, que permanecía desdeñosamente distante, y Helene, que sonreía insegura. Y Fagin, por supuesto. Por enésima vez deseó que Fagin tuviera ojos.
—Cuando el doctor Kepler me invitó a Mercurio —empezó a decir—, tenía algunas dudas sobre el Proyecto Navegante Solar, pero en general aprobaba la idea. Después de la primera reunión esperaba verme envuelto en uno de los acontecimientos más emocionantes desde el Contacto: un complejo problema de relaciones entre especies con nuestros vecinos más cercanos y extraños, los Espectros Solares.
»Pero el problema de los solarianos parece ser secundario en una complicada maraña de intrigas y asesinatos interestelares.
Kepler alzó la cabeza tristemente.
—Jacob, por favor. Todos sabemos que ha estado usted bajo presión. Millie piensa que deberíamos ser amables con usted y estoy de acuerdo. Pero hay límites.
Jacob extendió las manos.
—Si ser amable significa seguirme la corriente, hágalo, por favor. Estoy harto de que me ignoren. Si usted no me escucha, estoy seguro de que las autoridades terrestres lo harán.
La sonrisa de Kepler se congeló. Se echó atrás en su asiento.
—Adelante. Escucharé.
—Primero: Pierre LaRoque ha negado fehacientemente haber matado al chimpancé Jeffrey o usado su aturdidor para sabotear la Nave Solar pequeña. Niega ser un condicional y sostiene que los archivos de la Tierra han sido manipulados de algún modo.
»Sin embargo, desde nuestro regreso del sol, se ha negado a pasar una prueba-C, que podría demostrar su inocencia. Al parecer cree que los resultados de la prueba también pueden ser falsificados.
—Eso es —asintió LaRoque—. Otra mentira más.
—¿Aunque el doctor Laird, la doctora Martine y yo lo supervisáramos?
LaRoque gruñó.
—Podría perjudicar mi juicio, sobre todo si decido interponer una demanda.
—¿Por qué ir a juicio? No tenía usted motivos para matar a Jeffrey cuando abrió la placa de acceso al sintonizador R.Q…
—¡Cosa que niego haber hecho!
—…y sólo un condicional mataría a un hombre en un arrebato. ¿Por qué permanecer entonces detenido?
—Tal vez esté cómodo aquí —comentó el enfermero. Helene frunció el ceño. La disciplina se había ido al infierno últimamente, junto con la moral.
—¡Se niega a hacer la prueba porque sabe que no la pasará! — gritó Kepler.
—Por eso los Hombres-Solares lo eligieron para que matara — añadió Bubbacub—. Eso es lo que me dijeron.
—¿Y yo soy un condicional? Algunas personas parecen pensar que los Espectros me hicieron intentar suicidarme.
—Su-fría estrés. La doc-tora Mar-tine lo dice. ¿Verdad? — Bubbacub se volvió hacia Millie. Sus manos se retorcieron, pero no dijo nada.
—Llegaremos a eso dentro de unos minutos —dijo Jacob—. Pero antes de empezar me gustaría tener unas palabras en privado con el doctor Kepler y con el señor LaRoque.
El doctor Laird y su ayudante se apartaron amablemente. Bubbacub puso mala cara al verse obligado a moverse, pero obedeció.
Jacob rodeó el sofá. Mientras se inclinaba entre los dos hombres, se puso una mano a la espalda. Donaldson se inclinó y le entregó un objeto pequeño.
Jacob miró alternativamente a Kepler y a LaRoque.
—Creo que deberían dejarlo. Sobre todo usted, doctor Kepler.
—Por el amor de Dios, ¿de qué está hablando? —siseó Kepler.
—Creo que tiene algo que pertenece al señor LaRoque. No importa que lo consiguiera ilegalmente. Lo quiere. Tanto que no le importa soportar temporalmente una acusación que sabe no aguantará. Tal vez sea suficiente para cambiar el tono de los artículos que escribirá sobre esto.
»No creo que el trato aguante. Verá, yo tengo el aparato ahora.
—¡Mi cámara! —susurró LaRoque roncamente, con los ojos brillantes.
—Vaya cámara. Un espectógrafo sónico completo. Sí, la tengo. También tengo las copias de las grabaciones que estaban ocultas en las habitaciones del doctor Kepler.
—T-traidor —tartamudeó Kepler—. Creía que era un amigo…
—¡Cállese, piel bastardo! —gritó LaRoque—. ¡El traidor es usted! —El desdén pareció hervir en el pequeño escritor como vapor largamente contenido.
Jacob dio una palmadita a cada hombre.
—¡Los dos se encontrarán en órbitas sin retorno si no bajan la voz! ¡LaRoque puede ser acusado de espionaje, y Kepler de chantaje y complicidad en el espionaje!
»De hecho, ya que la prueba del espionaje de LaRoque es también una evidencia circunstancial de que no tuvo tiempo de sabotear la nave de Jeffrey, la sospecha inmediata recaería en la ultima persona que inspeccionó los generadores de la nave. Oh, no creo que lo hiciera usted, doctor Kepler. ¡Pero me andaría con cuidado si estuviera en su pellejo!
LaRoque guardó silencio. Kepler se mordisqueó la punta del bigote.
—¿Qué quiere? —dijo por fin.
Jacob intentó resistirse, pero su yo reprimido estaba ahora demasiado despierto. No pudo evitar una pequeña pulla.
—Bueno, todavía no estoy seguro. Ya se me ocurrirá algo. Pero no dejen que su imaginación se desborde. Mis amigos en la Tierra lo saben ya todo.
No era cierto. Pero Mister Hyde era cauteloso.
Helene deSilva se esforzó por oír lo que decían los tres hombres. Si creyera en posesiones diabólicas habría pensado que los rostros familiares se movían siguiendo las órdenes de espíritus invasores. El amable doctor Kepler, taciturno y silencioso desde su regreso del sol, murmuraba como un sabio furioso a quien niegan su voluntad. LaRoque, pensativo y cauto, se comportaba como si todo el mundo dependiera de una cuidadosa selección de situaciones.
Y Jacob Demwa… Gestos anteriores apuntaban que había carisma bajo aquel silencio reflexivo y a veces acuoso. Era algo que la había atraído a pesar de que la frustraba. Pero ahora radiaba. Ardía como una llama.
Jacob se enderezó.
—Por ahora el doctor Kepler ha accedido amablemente a olvidar los cargos contra Fierre LaRoque —anunció.
Bubbacub se levantó de su cojín.
—Está loco. Si los hu-manos perdonan la muer-te de sus pupilos, es su pro-blema. ¡Pero los Hombres Solares pueden obligarle a causar daño otra vez!
—Los Hombres Solares nunca le obligaron a hacer nada —dijo Jacob lentamente.
—Ya le he dicho que está loco —replicó Bubbacub—. Hablé con ellos. No mintieron.
—Como usted diga. —Jacob inclinó la cabeza—. Pero me gustaría continuar con mi sinopsis.
Bubbacub bufó con fuerza y se desplomó sobre el cojín.
— ¡Loco! —exclamó.
—Primero —dijo Jacob—, me gustaría dar las gracias al doctor Kepler por habernos dado permiso al jefe Donaldson, a la doctora Martine y a mí mismo para visitar los Laboratorios Fotográficos y estudiar las películas de la última inmersión.
La expresión de Bubbacub cambió ante la mención del nombre de Martine. De modo que así expresan los pila su disgusto, pensó Jacob. Sintió lástima por el pequeño alienígena. Había sido una trampa maravillosa, y ahora estaba completamente desactivada.
Jacob contó una versión corregida de su descubrimiento en el laboratorio, la desaparición de las cintas del último tercio de la misión. El único sonido en la sala, aparte de su voz, era el sacudir de las ramas de Fagin.
—Me pregunté durante algún tiempo dónde podrían estar las cintas. Sospechaba quién podía tenerlas, pero no estaba seguro de si las había destruido o las había ocultado. Finalmente decidí confiar en que un «acumulador de datos» nunca tira nada. Registré las habitaciones de cierto sofonte y encontré las cintas perdidas.
—¡Se atrevió! —siseó Bubbacub—. ¡Si tuvieran a-mos adecuados le haría a-zotar! ¡Se atrevió!
Helene se recuperó de su sorpresa.
—¿Quiere decir que admite haber escondido cintas de datos del Proyecto Navegante Solar, Pil Bubbacub? ¿Por qué?
Jacob sonrió.
—Oh, eso quedará claro. De hecho, tal como se desarrollaba este caso, pensé que sería más complicado. Pero la verdad es que es muy simple. Verán, esas cintas dejan muy claro que Pil Bubbacub ha mentido.
Un rugido se alzó en la garganta de Bubbacub. El pequeño alienígena se quedó muy quieto, como si no se atreviera a moverse.
—Bueno, ¿dónde están las cintas? —preguntó deSilva.
Jacob cogió el saco de la mesa.
—Tengo que reconocer la intervención del diablo. Fue una suerte que se me ocurriera pensar que las cintas cabían en un frasco de gas vacío. —Sacó un objeto y lo alzó.
—¡La reliquia lethani! —exclamó deSilva. Fagin dejó es capar un pequeño trino de sorpresa. Mildred Martine se le vantó, llevándose la mano a la garganta.
—Sí, la reliquia lethani. Estoy seguro de que Bubbacub contaba con una reacción como la suya por si se producía la oscura posibilidad de que registraran sus habitaciones. Naturalmente, a nadie se le ocurriría molestar un objeto de reverencia semirreligioso perteneciente a una raza antigua y poderosa, sobre todo un objeto que no parece más que un trozo de roca y cristal.
Lo giró en sus manos.
—¡Ahora, observen!
La reliquia se abrió con un chasquido. Había una especie de lata dentro de una de las mitades. Jacob soltó la otra mitad y tiró del extremo de la lata. En el interior sonó algo. La lata se soltó de pronto y una docena de pequeños objetos cayó rodando al suelo. Las mandíbulas de Culla chascaron.
—¡Las cintas! —LaRoque asintió satisfecho mientras ju gueteaba con su pipa.
—Sí —dijo Jacob—. Y en la superficie exterior de esta «reliquia» se encuentra el botón que liberó el contenido previo de este tubo de gas ahora vacío. Parece que quedan algunos restos dentro. Estoy seguro de que será igual que la sustancia que el jefe Donaldson y yo le dimos ayer al doctor Kepler cuando no logramos convencer… —Se detuvo y se encogió de hombros—… Restos de una molécula inestable que, bajo el control de cierto sofonte, producía un «estallido de luz y sonido» para cubrir la superficie interna del hemisferio superior del escudo de la Nave Solar…
DeSilva se puso en pie. Jacob tuvo que alzar la voz para hacerse oír por encima del castañeo de Culla.
—…y para bloquear la luz verde y azul, la única longitud de onda con la que podíamos distinguir a los Espectros Solares de su medio ambiente.
—¡Las cintas! —exclamó deSilva—. Deberían mostrar…
—¡Muestran toroides, Espectros… cientos de ellos! Resulta interesante que no hubiera formas antropoides, pero quizá no las hicieron porque nuestras pautas psi indicaban que no los veíamos.
»¡Pero menuda confusión la de ese rebaño cuando nos metimos entre ellos sin avisar! ¡Toroides y Espectros «normales» apartándose de nuestro camino… todo porque no podíamos ver que estábamos justo en medio!
—¡Loco eté! —gritó LaRoque. Agitó el puño ante Bubbacub. El pil hizo una mueca pero permaneció inmóvil, con los dedos cruzados, mientras observaba a Jacob.
—La monomolécula fue diseñada para deteriorarse justo cuando dejáramos la cromosfera. Se desmoronó convirtiéndose en una fina capa de polvo en el campo de fuerza del borde de la cubierta, donde nadie la advertiría hasta que Bubbacub pudiera regresar con Culla para limpiarla. ¿No es cierto, Culla?
Culla asintió tristemente.
Jacob sintió una distante complacencia al comprobar que la piedad se producía tan fácilmente como la furia amoral de antes. Una parte de él había empezado a preocuparse. Sonrió, tranquilizador.
—No importa, Culla. No tengo ninguna prueba para conectarle con nada más. Los vi a los dos cuando lo recogían y comprendí que lo hacía obligado.
El pring alzó los ojos. Eran muy brillantes. Asintió una vez más y el castañeo tras sus gruesos labios remitió un poco. Fagin se acercó al delgado E.T.
Donaldson terminó de recoger las cintas.
—Creo que será mejor que nos preparemos para ponerlo bajo custodia.
Helene ya se había acercado al teléfono.
—Yo me encargaré de eso —dijo en voz baja.
Martine se acercó a Jacob.
—Esto pertenece ya a Asuntos Externos —susurró—. Deberíamos dejar que ellos se hicieran cargo.
Jacob sacudió la cabeza.
—No, todavía no. Hay que aclarar algo más.
DeSilva colgó el teléfono.
—Vendrán enseguida. Mientras tanto, ¿por qué no continúa, Jacob? ¿Hay algo más?
—Sí. Dos asuntos. Uno es éste. —Sacó de la bolsa el casco psi de Bubbacub—. Sugiero que mantengan esto bajo custodia. No sé si alguien lo recuerda, pero Bubbacub lo tenía puesto y me miraba cuando me desplomé a bordo de la Nave Solar. Me irrita que me obliguen a hacer cosas, Bubbacub. No tendría que haberlo hecho.
Bubbacub hizo un gesto con la mano que Jacob no intentó interpretar.
—Finalmente está el asunto de la muerte del chimpancé, Jeffrey. De hecho es la parte más fácil.
»Bubbacub sabía casi todo lo que hay que saber sobre la tecnología galáctica en el Proyecto Navegante Solar. Los impulsos, el sistema de ordenadores, las comunicaciones… aspectos que los científicos terrestres no han arañado siquiera.
»Sólo tenemos la prueba circunstancial de que Bubbacub trabajara en el pilón de comunicaciones láser, saltándose la presentación del doctor Kepler, cuando estalló la nave de Jeff, dirigida por control remoto. No convencería a ningún tribunal, pero eso no importa, ya que Pila tiene extraterritorialidad y todo lo que podemos hacer es deportarlo.
»Otra cosa que resultará difícil de demostrar será la hipótesis de que Bubbacub puso una pista falsa en el Sistema de Identificación Espacial, un sistema enlazado directamente con la Biblioteca de La Paz, creando el falso informe de que La-Roque era un condicional. Sin embargo, está bastante claro que él lo hizo. Fue un señuelo perfecto. Como todo el mundo estaba seguro de que LaRoque lo hizo, nadie se molestó en hacer una doble comprobación detallada de la telemetría de la inmersión de Jeff. Me parece recordar que la nave de Jeff tuvo problemas justo cuando conectó sus cámaras de cercanía, un detonador a distancia perfecto si ésa era la tecnología usada por Bubbacub. De todas formas, probablemente no lo sabremos nunca. La telemetría se habrá perdido o ya estará destruida.
—Jacob, Culla te pide que pares —trinó Fagin—. Por favor, no avergüences más a Pil Bubbacub. No servirá de nada.
Tres hombres armados aparecieron en la puerta. Miraron con expectación a la comandante deSilva. Ella les ordenó con un gesto que esperaran.
—Sólo un momento —dijo Jacob—. No hemos tratado de la parte más importante, los motivos de Bubbacub. ¿Por qué un sofonte importante, que representa a una prestigiosa institución galáctica, incurriría en robo, falsificación, asalto físico y asesinato?
»Para empezar, Bubbacub sentía antipatía personal hacia Jeffrey y LaRoque. Jeff rey representaba para él una abominación, una especie que había sido elevada apenas unos cientos de años antes y que sin embargo se atrevía a contestar. La «arrogancia» de Jeff y su amistad con Culla contribuyeron a la furia de Bubbacub.
»Pero creo que odiaba lo que los chimpancés representan. Junto con los delfines, implican un estatus inmediato para la ruda y vulgar raza humana. Los pila tuvieron que luchar durante medio millón de años para llegar adonde están. Supongo que Bubbacub lamenta que lo tuviéramos «fácil».
»Y en cuanto a LaRoque, bueno, yo diría que no le caía bien a Bubbacub. Demasiado charlatán y avasallador, supongo…
LaRoque hizo una mueca.
—Y tal vez se sintió insultado cuando LaRoque sugirió que los soro pudieron haber sido nuestros tutores. La «capa superior» de la sociedad galáctica desprecia a las especies que abandonan a sus pupilos.
—Pero ésos son motivos personales —objetó Helene—. ¿No tiene nada mejor?
—Jacob —empezó a decir Fagin—. Por favor…
—Naturalmente que Bubbacub tenía otro motivo. Quería acabar con el proyecto Navegante Solar de un modo que pusiera en duda el concepto de investigación independiente e impulsara el estatus de la Biblioteca. Hizo parecer que él, un pil, fue capaz de establecer contacto donde los humanos no pudieron, e inventó una historia que dejaba fuera de funcionamiento al proyecto. Luego falsificó un informe de la Biblioteca para verificar sus tesis sobre los solarianos y asegurarse de que no hubiera más inmersiones.
»Probablemente lo que más irritó a Bubbacub fue el fracaso de la Biblioteca para ofrecer datos. Y es la falsificación de ese mensaje lo que le traerá más problemas cuando vuelva a su planeta. ¡Por eso le castigarán más que por haber matado a Jeff!
Bubbacub se puso lentamente en pie. Alisó cuidadosamente su pelaje y luego dio una palmada.
—Es usted muy lis-to —le dijo a Jacob—. Pero habla mucho… y apunta demasiado alto. Construye demasiado con tan poco material. Los hu-manos siempre serán pe-queños. No volveré a hablar más su mierda de lengua terrestre.
Dicho esto, se quitó el vodor del cuello y lo dejó caer sobre la mesa.
—Lo siento, Pil Bubbacub —dijo deSilva—. Pero parece que vamos a tener que restringir sus movimientos hasta que recibamos instrucciones de la Tierra.
Jacob casi esperaba que el pil asintiera o se encogiera de hombros, pero el alienígena ejecutó otro movimiento que de algún modo contenía la misma indiferencia. Se dio la vuelta y marchó hacia la puerta, una figura pequeña y rechoncha guiando a los grandes guardias humanos.
Helene deSilva alzó la «reliquia lethani». La sopesó pensativa. Entonces sus labios se tensaron y lanzó el objeto con todas sus fuerzas contra la puerta.
—Asesino —murmuró.
—He aprendido mi lección —dijo Martine muy lentamente—. No confiar nunca en nadie de más de treinta millones de años.
Jacob estaba perplejo. La sensación de júbilo se difuminaba rápidamente. Como una droga, dejaba tras de sí un vacío, un regreso a la racionalidad, pero también una pérdida de totalidad.
Pronto empezaría a preguntarse si había hecho bien en soltarlo todo de una sola vez en una exhibición orgiástica de lógica deductiva.
La observación de Martine le hizo levantar la cabeza.
—¿En nadie? —preguntó.
Fagin estaba ayudando a Culla a sentarse. Jacob se acercó a él.
—Lo siento, Fagin —dijo—. Tendría que haberte advertido, haberlo discutido contigo primero. Puede que haya… complicaciones en este asunto, repercusiones en las que no he pensado. —Se llevó una mano a la frente.
Fagin silbó suavemente.
—Soltaste todo lo que habías estado conteniendo, Jacob. No comprendo por qué has sentido tanta reticencia para usar tus habilidades, pero en este caso la justicia demandaba todo tu vigor. Es una suerte que lo hicieras.
»No te preocupes demasiado por lo que ha sucedido. La Verdad era más importante que el daño causado por un menor exceso de ansiedad, o por el uso de técnicas dormidas durante demasiado tiempo.
Jacob quiso decirle a Fagin lo equivocado que estaba. Las «habilidades» que había liberado eran más que eso. Eran una fuerza letal en su interior. Temía que hubieran hecho más mal que bien.
—¿Qué crees que sucederá? —preguntó, cansado.
—Creo que la humanidad descubrirá que tiene un enemigo muy poderoso. Tu gobierno protestará. Tendrá mucha importancia cómo lo haga, pero no cambiará en nada los hechos esenciales. Oficialmente, los pila descalificarán las desafortunadas acciones de Bubbacub. Pero son rencorosos y orgullosos, si me permites una descripción dolorosa pero necesariamente desagradable de una raza sofonte.
»Esto no es más que el resultado de una cadena de acontecimientos. Pero no te preocupes demasiado. No es culpa tuya. Lo único que has hecho es advertir a la humanidad del peligro. Tenía que suceder. Siempre ha sucedido con las razas expósitas.
—¿Pero por qué?
—Mi querido amigo, eso es una de las cosas que intento descubrir. Aunque no te sirva de mucho consuelo, piensa por favor que hay muchos seres a quienes les gustaría ver sobrevivir a la humanidad. A algunos de nosotros nos importa mucho.
Jacob presionó contra el borde de goma de la pieza ocular del escáner retinal, y una vez más vio el punto azul danzar y titilar en el fondo negro. Intentó no concentrarse en él, ignorando su tentadora sugestión de comunión, mientras esperaba la tercera imagen taquistoscópica.
Destelló de repente, llenando todo su campo de visión con una imagen tridimensional en sepia oscuro. La impresión que tuvo en aquel primer instante desenfocado fue de una escena pastoril. Había una mujer al fondo, rolliza y bien alimentada, con las faldas pasadas de moda revoloteando mientras corría.
Nubes oscuras y amenazantes asomaban en el horizonte, por encima de las granjas emplazadas en una colina. Había gente a la izquierda… ¿bailando? No, luchando. Había soldados. Sus rostros estaban excitados y… tal vez temerosos. La mujer tenía miedo. Corría con los brazos sobre la cabeza mientras dos hombres con armaduras del siglo xvn la perseguían, alzando sus mosquetes con las bayonetas caladas. Su…
La escena se apagó, y el punto azul volvió a aparecer. Jacob cerró los ojos y se retiró del aparato.
—Ya está —dijo la doctora Martine. Se inclinó sobre una consola cercana, junto al médico Laird—. Jacob, dentro de un minuto tendremos los resultados de su test-C.
—¿Está segura de que no necesitan más? Sólo han sido tres. — De hecho, se sentía aliviado.
—No, tomamos cinco de Peter para hacer una doble comprobación. Usted es sólo un control. ¿Por qué no se sienta y se relaja mientras terminamos?
Jacob se acercó a una de las sillas, pasándose la mano izquierda por la frente para secar una fina capa de sudor. El test había sido una prueba de treinta segundos.
La primera imagen fue el retrato de la cara de un hombre, convulsionada y llena de preocupación, la historia de toda una vida que había examinado durante dos, tal vez tres segundos, antes de que desapareciera, tan breve como cualquier cosa efímera que pudiera haber en su memoria.
La segunda fue una confusa mezcla de formas abstractas que sobresalían y entrechocaban en un despliegue estático… algo parecido a las pautas del borde de un toroide solar pero sin el brillo o la consistencia general.
La tercera fue la escena en sepia, al parecer sacada de un viejo grabado de la Guerra de los Treinta Años. Jacob recordó que era explícitamente violenta, el tipo que cabría esperar en un test-C.
Después de la dramática «escena del salón», Jacob se sentía reacio a entrar siquiera en un leve trance para calmar sus nervios. Y descubrió que no podía relajarse sin ello. Se levantó y se acercó a la consola. Frente a la cúpula, cerca de la concha de estasis, LaRoque deambulaba mientras esperaba, contemplando las largas sombras y rocas fundidas del polo norte de Mercurio.
—¿Puedo ver los datos en bruto? —le preguntó Jacob a Martine.
—Claro. ¿Cuál le gustaría ver?
—El último.
Martine tecleó. Salió una hoja de una rendija situada bajo la pantalla. La arrancó y se la tendió.
Era la «escena pastoril». Naturalmente, ahora reconoció su verdadero contenido, pero todo el propósito de la visión anterior era seguir sus reacciones a la imagen durante los primeros instantes, antes de que interviniera la consideración consciente.
Una línea irregular corría arriba y abajo, adelante y atrás de la imagen. En cada vértice o punto de descanso había un número. La línea mostraba el camino de su atención durante la primera ojeada según había detectado el Lector Retinal al observar los movimientos de su ojo.
El número uno, y el principio de la línea, estaba cerca del centro. La línea se extendía hasta el número seis. Luego se detenía sobre la generosa hendidura presentada por el pecho de la mujer que corría. El número siete aparecía allí en un círculo.
Allí se acumulaban los números, no sólo del siete al dieciséis, sino del treinta al treinta y cinco, y también del ochenta y dos al ochenta y seis.
A partir del veinte los números cambiaban súbitamente de los pies de la mujer a las nubes sobre la granja. Luego se movían rápidamente entre las personas y objetos representados, a veces envueltos en círculos o en cuadrados para denotar el nivel de dilatación del ojo, profundidad de foco, y cambios en su presión sanguínea medida en las diminutas venas de su retina. Al parecer el escáner ocular Stanford- Purkinje que había diseñado para este test, a partir del taquistoscopio de Martine y otros aparatos dispersos, había funcionado.
Jacob sabía que no tenía que sentirse avergonzado o preocupado por su reacción refleja hacia los pechos de la mujer de la imagen. Si él mismo hubiera sido una mujer su reacción habría sido distinta, y habría pasado más tiempo en general con la campesina de la imagen, pero concentrándose más en el pelo, las ropas y el rostro.
Lo que más le preocupaba era su reacción a la escena en general. A la izquierda, cerca de los hombres en lucha, había un número dentro de una estrella. Representaba el punto en el que advirtió que la imagen era violenta, no pastoril. Asintió con satisfacción. El número era relativamente bajo y la línea se interrumpía inmediatamente durante un período de cinco latidos antes de regresar al mismo punto. Eso significaba una sana dosis de aversión seguida de un arrebato directo de curiosidad encubierta.
A primera vista parecía que probablemente había pasado el test. La verdad era que nunca lo había dudado.
—Me pregunto si alguien llegará a aprender a engañar un test-C — dijo, tendiendo la copia a Martine.
—Tal vez lo harán algún día —respondió ella mientras recogía sus materiales—. Pero el condicionamiento necesario para cambiar la respuesta de un hombre a estímulos instantáneos, a una imagen tan rápida que sólo el inconsciente tiene tiempo de reaccionar, causaría demasiados efectos colaterales, nuevas pautas que tendrían que aparecer en el test.
»El análisis final es muy simple: la mente del sujeto sigue un juego de suma, cualificándolo para la ciudadanía, o es adicto a los placeres agridulces de una suma negativa. Eso, más que cualquier índice de violencia, es la esencia de este test.
Martine se volvió hacia el doctor Laird.
—Es así, ¿verdad, doctor?
Laird se encogió de hombros.
—Usted es la experta. —Había permitido que Martine recuperara lentamente sus buenas formas, aunque todavía no la perdonaba por haber prescrito medicinas a Kepler sin consultarle.
Tras la escena de antes, quedó claro que nunca había prescrito «Warfarine». Jacob recordó la costumbre de Bubbacub, a bordo de la Bradbury, de quedarse dormido sobre prendas de vestir dejadas en cojines o sillas. El pil debía de haberlo hecho como subterfugio para permitirle introducir, en la farmacia portátil de Kepler, una droga que deterioraría su conducta.
Tenía sentido. Kepler quedó eliminado de la última inmersión. Con su astucia podría haber detectado el truco de Bubbacub con la «reliquia lethani». También sus aberrantes acciones le habrían ayudado a la larga a desacreditar al Navegante Solar.
Todo encajaba, pero a Jacob tantas deducciones le sabían como una comida de copos de proteínas. Eran suficientes para convencer, pero no tenían sabor. Un cuenco lleno de suposiciones.
Algunas de las malas acciones de Bubbacub estaban demostradas. Las demás tendrían que continuar siendo especulaciones ya que el representante de la Biblioteca tenía inmunidad diplomática.
Fierre LaRoque se reunió con ellos. La actitud del francés era sumisa.
—¿Cuál es el veredicto, doctor Laird?
—Está bastante claro que el señor LaRoque no es una personalidad asocialmente violenta y no se le puede calificar de condicional —dijo Laird lentamente—. De hecho revela un índice de conciencia social bastante alto. Eso puede ser parte de su problema. Al parecer está sublimando algo y sería aconsejable que buscara la ayuda de un profesional en la clínica de su barrio cuando llegue a casa. —Laird miró fijamente a LaRoque. Este tan sólo asintió mansamente.
—¿Y los controles? —preguntó Jacob.
Había sido el último en hacerse la prueba. El doctor Kepler, Helene deSilva, y tres miembros del equipo seleccionados al azar habían ocupado también sus turnos ante la máquina. Helene no se preocupó demasiado por los resultados y se llevó a los hombres con ella para supervisar el chequeo prelanzamiento de la Nave Solar. Kepler hizo una mueca cuando el doctor Laird le leyó sus propios resultados en privado, y se marchó rezongando.
Laird se frotó él puente de la nariz, justo bajo las cejas.
—Oh, no hay ni un solo condicional en el grupo, tal como esperábamos después de su discurso anterior. Pero hay problemas y cosas que no comprendo del todo, borboteando en las mentes de algunos de ellos. Ya sabe, no es fácil para un matasanos pueblerino como yo tener que hacer a un lado su formación y examinar el alma de la gente. Habría pasado por alto media docena de detalles si la doctora Martine no me hubiera ayudado. Tal como son las cosas, me resulta difícil interpretar esas oscuridades ocultas, especialmente en hombres a quienes conozco y admiro.
—No hay nada serio, espero.
—¡Si lo hubiera no iría en esta loca inmersión que Helene ha ordenado! ¡No he dejado en tierra a Dwayne Kepler porque esté resfriado!
Laird sacudió la cabeza y pidió disculpas.
—Perdóneme. No estoy acostumbrado a esto. No hay nada de qué preocuparse, Jacob. En su test aparecieron algunas cosas bastante raras, pero la lectura básica es tan sana como cualquiera que yo haya visto. Una suma decididamente positiva y realista.
»Con todo, hay algunas cosas que me confunden. No entraré en detalles que pudieran causarle más preocupación de la necesaria mientras prepara esta inmersión, pero agradecería que Helene y usted vinieran a verme cuando regresen.
Jacob le dio las gracias y se dirigió con él, Martine y LaRoque hacia el ascensor.
En lo alto, el pilón de comunicaciones taladraba la cúpula de estasis. Alrededor de ellos, más allá de los hombres y mujeres de la cámara, las rocas fundidas de Mercurio chispeaban o brillaban sombrías. El sol era una pelota amarilla incandescente por encima de una cordillera baja.
Cuando llegó el ascensor, Martine y Laird entraron en él, pero LaRoque impidió que Jacob entrara, dejándolos a solas.
—¡Quiero mi cámara! —le susurró.
—Claro, LaRoque. La comandante deSilva desarmó el aturdidor y podrá recogerla en cualquier momento, ahora que ha quedado limpio.
—¿Y la grabación?
—La tengo yo. Y me la voy a quedar.
—No tiene derecho…
—¡Venga ya, LaRoque! —gruñó Jacob—. ¿Por qué no deja de actuar y admite que alguien más tiene inteligencia? ¡Quiero saber por qué estaba tomando fotos sónicas del oscilador de estasis en la nave de Jeffrey! ¡Y también quiero saber quién le dio la idea de que mi tío estaría interesado en ellas!
—Le debo mucho, Demwa —dijo LaRoque lentamente. El fuerte acento casi había desaparecido—. Pero tengo que saber si sus puntos de vista políticos son como los de su tío antes de responderle.
—Tengo un montón de tíos, LaRoque. ¡Mi tío Jeremy está en la Asamblea de la Confederación, pero sé que usted no trabajaría con él! Mi tío Juan es un teórico y desprecia la ilegalidad… Yo supongo que se refiere al tío James, el chiflado de la familia. Estoy de acuerdo con él en un montón de cosas, incluso en aquéllas que el resto de la familia desaprueba. Pero si está implicado en algún plan de espionaje, no voy a ayudarle a enterrarlo más profundamente… sobre todo en un plan tan torpe como parece que es el suyo.
»¡Puede que no sea un asesino ni un condicional, LaRoque, pero es un espía! El único problema es averiguar para quién trabaja. Reservaré ese misterio para cuando regresemos a la Tierra.
»Entonces tal vez podrá visitarme: James y usted podrán intentar convencerme de que no los denuncie. ¿Es lo bastante justo?
LaRoque asintió, cortante.
—Puedo esperar, Demwa. Pero no pierda las grabaciones, ¿eh? He pasado un infierno para conseguirlas. Quiero tener la oportunidad de convencerle para que me las entregue.
Jacob miraba el sol.
—LaRoque, ahórreme sus lamentaciones. No ha ido al infierno… todavía.
Se dio la vuelta y se dirigió a los ascensores. Tenía tiempo para dormir unas cuantas horas en una de las máquinas de sueño. No quería ver a nadie hasta que fuera la hora de partir.