TERCERA PARTE

La región de transición entre la corona y la fotosfera (la superficie del sol vista con luz blanca), aparece durante un eclipse como un brillante anillo rojo alrededor del sol, y se llama cromosfera. Cuando se examina la cromosfera con atención, no se ve como una capa homogénea sino como una estructura filamentosa que cambia rápidamente. Para describirla, se ha utilizado el término «pradera ardiente». Numerosos chorros de corta vida llamados «espículas» son lanzados continuamente a las alturas durante varios miles de kilómetros. El color rojo se debe al dominio de la radiación de la línea alfa-H del hidrógeno. Los problemas para comprender lo que sucede en una región tan compleja son grandes…

HAROLD ZIRIN

7. INTERFERENCIA

Cuando la doctora Martine dejó sus habitaciones y utilizó varios pasillos de servicio para llegar a la Sección de Medio Ambiente Extraterrestre, consideraba que estaba siendo discreta, no subrepticia. Cables y tubos de comunicación se aferraban, sujetos por grapas, a las burdas paredes sin terminar. La piedra mercuriana brillaba por efecto de la condensación y desprendía cierto olor a roca mojada mientras sus pasos resonaban por el pasillo.

Llegó a la puerta presurizada y a la luz verde que la anunciaba como la entrada trasera a una residencia alienígena. Cuando pulsó la célula receptora, la puerta se abrió de inmediato.

Surgió una brillante luz verdosa, la reproducción de la luz solar de una estrella distante muchos parsecs. La doctora se cubrió los ojos con una mano mientras sacaba con la otra unas gafas de sol de la bolsa que colgaba de su cadera, y se las puso antes de entrar en la habitación.

Vio en las paredes tapices tejidos de jardines colgantes y una ciudad alienígena situada al borde de un precipicio. La ciudad se aferraba al precipicio, titilando como vista a través de una cascada. A la doctora Martine le pareció que casi podía oír una música aguda y clara, gravitando justo por encima de su espectro auditivo. ¿Podía explicar eso su respiración entrecortada, sus nervios en tensión?

Bubbacup se levantó de una cama acolchada para saludarla. Su pelaje gris brilló mientras avanzaba sobre sus gruesas piernas. Con la luz actínica y el campo gravitatorio de uno con cinco, Bubbacub perdía toda la «simpatía» que Martine había visto antes en él. La pose del pil y sus piernas arqueadas hablaban de fuerza.

La boca del alienígena se movió, chascando. Su voz, procedente del vodor que colgaba de su cuello, era suave y resonante, aunque las palabras surgían entrecortadas y separadas.

—Me alegro de que haya venido.

Martine se sintió aliviada. El Representante de la Biblioteca parecía relajado. Se inclinó levemente.

—Saludos, Pil Bubbacub. He venido a preguntarle si tiene más noticias de la Sucursal de la Biblioteca.

Bubbacub abrió la boca, llena de dientes afilados como agujas.

—Entre y siéntese. Sí, está bien que lo pregunte. Tengo un hecho nuevo. Pero pase. Coma y beba primero.

Martine hizo unamueca mientras atravesaba el campo de transición-g del umbral, siempre una experiencia desconcertante. Dentro de la habitación se sintió como si pesara setenta kilos.

—No, gracias, acabo de comer. Me sentaré. —Eligió una silla construida para los humanos y la ocupó cuidadosamente. ¡Setenta kilos eran más de lo que una persona debería pesar!

El pil volvió a tenderse en su cojín frente a ella, con su cabeza ursina apenas por encima del nivel de sus pies. La miró con sus ojillos negros.

—He hablado con La Paz por má-ser. No dicen na-da sobre Espectros Solares. Na-da en absoluto. Puede que no sea se-mán-ti-co. Puede que la Sucursal sea demasiado pequeña. Es una rama pequeña, como di-je. Pero algunos O-fi-ci-a-les Hu-ma-nos harán mucho alboroto por la falta de re-ferencias.

Martine se encogió de hombros.

—Yo no me preocuparía por eso. Esto sólo demostrará que se han empleado muy pocos esfuerzos en el proyecto de la Biblioteca. Una sucursal mayor, como mi grupo ha estado insistiendo todo el tiempo, sin duda habría conseguido resultados.

—Pedí da-tos a Pil inmediatamente. ¡No puede haber confusión en una Sucursal Principal!

—Eso está bien —asintió Martine—. Pero lo que me preocupa es lo que va a hacer Dwayne durante este retraso. Está lleno de ideas medio locas sobre cómo comunicarse con los Espectros. Me temo que con sus tonterías encontrará algún medio de ofender tanto a las psi-criaturas que toda la sabiduría de la Biblioteca no remediará las cosas. ¡Es vital que la Tierra tenga buenas relaciones con sus vecinos más cercanos!

Bubbacub alzó un poco la cabeza y colocó un corto brazo tras ella.

—¿Está ha-ciendo es-fuerzos para curar al doctor Kepler?

—Por supuesto —replicó ella, envarada—. De hecho, tengo problemas para imaginar cómo evitó que le hicieran condicional todo este tiempo. La mente de Dwayne es un caos, aunque admito que su marcador-C está dentro de las curvas aceptables. Le hicieron una prueba en la Tierra.

»Creo que ahora lo tengo muy bien equilibrado. Pero lo que me está volviendo loca es tratar de detectar cuál es su principal problema. Su conducta maníacodepresiva recuerda a la "locura chillona" de finales del siglo veinte y principios del veintiuno, cuando la sociedad casi fue destruida por los efectos psíquicos del ruido ambiental. Estuvo a punto de destruir la cultura industrial cuando estaba en su apogeo y condujo al período de represión que la gente de hoy llama eufemísti- camente "la Burocracia".

—Sí. He leído-do sobre los in-tentos de sui-cidio de su raza. Me parece que la época pos-terior, de la que acaba de hablar, fue una era de orden y paz. Pero no es a-sunto mío. Tienen suer-te de ser in-com- pe-tentes incluso en el sui-cidio. Bueno, no divaguemos, ¿qué pasa con Kep-ler?

La voz del pil no se alzó al final de la pregunta, pero había algo que hacía con el hocico, al doblar los pliegues que le servían de labios, que anunciaba, no, pedía una respuesta. Un escalofrío corrió por la espalda de la doctora Martine.

Es tan arrogante, pensó. Y todo el mundo parece pensar que es una característica de su personalidad. ¿Es posible que estén ciegos al poder y la amenaza que supone la presencia de esta criatura en la Tierra?

En su shock cultural, veían a un osito de aspecto humano. ¡Incluso lo consideraban simpático! ¿Son mis jefes y sus amigos del Consejo de la Confederación los únicos que reconocen a un demonio del espacio cuando lo ven?

¡Y de algún modo ahora soy yo quien tiene que averiguar qué hace falta para aplacar al demonio, mientras impido que Dwayne abra la boca, e intento ser la que halle una forma sensata de contactar con los Espectros Solares! ¡Ifni, ayuda a tu hermana!

Bubbacub estaba todavía esperando una respuesta.

—B-bien, sé que Dwayne está decidido a desentrañar el misterio de los Espectros Solares sin ayuda extraterrestre. Algunos miembros de su grupo son radicales a ese respecto. No llegaré a decir que algunos sean pieles, pero su orgullo es bastante inflexible.

—¿Puede impedir que haga lo-curas? —dijo Bubbacub—. Ha introducido e-lementos a-leatorios.

—¿Cómo invitar a Fagin y a su amigo Demwa? Parecen inofensivos. La experiencia de Demwa con los delfines le da una oportunidad lejana, pero plausible, de ser útil. Y Fagin tiene la habilidad de llevarse bien con todas las razas. Lo importante es que Dwayne tiene a alguien a quien contar sus fantasías paranoides. Hablaré con Demwa y le pediré que le siga la corriente.

Bubbacub se sentó, agitando momentáneamente sus brazos y piernas. Asumió una nueva postura y miró a los ojos de Martine.

—No me preocupan. Fagin es un ro-mán-tico pasivo. Demwa parece idiota. Como cualquier amigo de Fagin.

»No, me preocupan los dos que ahora causan pro-blemas en la base. Cuando vine, no sabía que hay un chimpancé que forma parte del personal.

»El pe-riodis-ta y él han estado de uñas desde que encontramos evidencias. El equipo desprecia al pe-riodis-ta y él hace mucho ruido. Y el chip habla con Cul-la todo el tiempo… tratando de "li-be-rar-le", así que…

—¿Ha desobedecido Culla? Creía que su contrato sólo era…

Bubbacub saltó de su asiento, mostrando los afilados dientes con un siseo.

—¡No interrumpa, humana!

Que Martine recordara, era la primera vez que oía la auténtica voz de Bubbacub, un agudo chirrido por encima del rugido del vodor que le lastimaba los oídos.

Martine se sintió demasiado aturdida para moverse.

La tensión de Bubbacub empezó a relajarse gradualmente. En cuestión de un minuto, la erizada mata de pelo volvió a alisarse.

—Le pi-do dis-culpas, hu-mana Mar-tine. No debería irritarme por una violación menor de una simple raza in-fan-te.

Martine dejó escapar el aliento contenido, tratando de no hacer ruido.

Bubbacub se sentó de nuevo.

—Para responder a su pregunta, no, Cul-la está en su sitio. Sabe que su especie estará con-tra-tada con la mía por derecho Pa-ter-nal durante mucho tiempo.

»Con todo, no es bueno que ese Doc-tor Jeff-rey propugne ese mito de de-rechos sin de-beres. Los humanos deben aprender a mantener a sus mascotas a raya, pues sólo por la buena voluntad de nosotros los antiguos son considerados so-fontes cli-entes.

»¿Y si ellos no fueran so-fontes, dónde estarían ustedes, humana?

Los dientes de Bubbacub brillaron un instante. Luego cerró la boca con un chasquido.

Martine sentía la garganta reseca. Escogió sus palabras con sumo cuidado.

—Lamento cualquier ofensa que haya podido hacer, Pil Bubbacub. Hablaré con Dwayne y tal vez podamos tranquilizar a Jeffrey.

—¿Y el pe-riodis-ta?

—También hablaré con Fierre. Estoy segura de que no pretende nada malo. No causará más problemas.

—Eso estaría bien —dijo suavemente la caja vocal de Bubbacub. Su rechoncho cuerpo se acomodó una vez más en los cojines.

—Usted y yo tenemos grandes ob-jetivos comunes. Espero que podamos trabajar como uno. Pero sepa una cosa: nuestros medios pueden di-ferir. Por favor, haga lo que pueda o me veré obligado, como dicen ustedes, a matar dos pájaros de un tiro.

Martine asintió de nuevo, débilmente.

8. REFLEJO

Jacob dejó que su mente divagara mientras LaRoque se lanzaba a una de sus exposiciones. En cualquier caso, el hombrecito estaba ahora más interesado en impresionar a Fagin que en derrotar verbalmente a Jacob. Este se preguntó si sería pecaminoso sentir lástima del extraterrestre por tener que escuchar.

Los tres viajaban en un pequeño vehículo que atravesaba los túneles hacia arriba, hacia abajo y lateralmente. Dos de las raíces- tentáculos de Fagin se agarraban a un bajo raíl que corría a unos pocos centímetros del suelo. Los dos humanos se agarraban a otro que circundaba la parte superior del coche.

Jacob escuchaba a medias. LaRoque continuaba con el tema que había iniciado a bordo de la Bradbury: que los Tutores perdidos de la Tierra, aquellos seres míticos que supuestamente iniciaron la Elevación del hombre hacía miles de años y luego dejaron el trabajo a medio terminar, estaban de algún modo asociados con el sol. LaRoque pensaba que los Espectros Solares podrían ser esa raza.

—Y luego están todas las referencias en las religiones de la tierra. ¡En casi todas el sol es considerado algo sagrado! ¡Es una de las tendencias comunes a todas las culturas!

LaRoque abrió los brazos, como pretendiendo abarcar la magnitud de sus ideas.

—Tiene mucho sentido —dijo—. También explicaría por qué es tan difícil para la Biblioteca localizar a nuestros antepasados. Seguramente las razas de tipo solar se conocen de antes. Por eso esta «investigación» es tan estúpida. Pero naturalmente son raras y nadie ha pensado todavía en suministrar a la Biblioteca esta correlación, que sin duda resolvería dos problemas a la vez.

El problema era que la idea resultaba muy difícil de refutar. Jacob suspiró para sus adentros. Naturalmente que muchas civilizaciones primitivas terrestres habían tenido cultos solares. ¡El Sol era una clara fuente de calor, luz y vida, algo con poderes milagrosos! Tenía que ser una etapa común en los pueblos primitivos proyectarse y ver propiedades animadas en su estrella.

Y ése era el problema. La galaxia tenía pocos «pueblos primitivos» para compararlos con la experiencia humana; principalmente animales, cazadores-recolectores pre-inteligentes (o tipos análogos), y razas inteligentes plenamente elevadas. Casi nunca aparecía un caso intermedio como el hombre, al parecer abandonado por su tutor sin tener el entrenamiento para hacer funcionar su nueva sapiencia.

En casos tan raros se sabía que las nuevas mentes escapaban de su nicho ecológico. Inventaban extrañas burlas de la ciencia, raras reglas de causa y efecto, supersticiones y mitos. Sin la mano de un tutor que les guiase, esas razas «salvajes» apenas duraban. La actual notoriedad de la humanidad se debía en parte a su supervivencia.

La propia carencia de otras especies con experiencias similares para compararla, hacía que las generalizaciones fueran fáciles de formular y difíciles de refutar. Ya que no había otros ejemplos de toda una raza en la adoración al sol que conociera la pequeña Sucursal de La Paz, LaRoque podía mantener que esas tradiciones de la humanidad recordaban que la Elevación nunca fue terminada.

Jacob prestó atención un momento por si LaRoque decía algo nuevo. Pero luego dejó que su mente divagara.

Habían pasado dos largos días desde el aterrizaje. Jacob había tenido que acostumbrarse a viajar de zonas de la base donde había gravedad a otras donde prevalecía el débil tirón de Mercurio. Le presentaron a muchos miembros del personal de la base, nombres que olvidó de inmediato en su mayoría. Luego Kepler asignó a alguien para que le llevara a sus habitaciones.

El médico jefe de la Base Hermes resultó ser un fanático de la Elevación de los Delfines. Se alegró de examinar las medicinas de Kepler, expresando sus dudas de que había demasiadas. Después insistió en celebrar una fiesta donde parecía que todos los miembros del departamento médico querían hacer preguntas sobre Makakai. Entre brindis, claro. De todas formas, tampoco fueron demasiadas preguntas.

La mente de Jacob se movió un poco más despacio mientras el coche se detenía y las puertas se abrían para mostrar la enorme caverna subterránea donde se guardaban y atendían las Naves Solares. Entonces, por un instante, pareció que el espacio mismo perdía su forma, y, peor aún, que todo el mundo tenía un doble.

La pared opuesta de la Caverna parecía hincharse hacia afuera, hasta una bombilla redonda situada sólo a unos pocos metros de distancia, directamente frente a él. Allí se encontraba un kantén de dos metros y medio de altura, un humano pequeño de rostro arrebolado, y un hombre alto, fornido y de tez oscura, que se quedó mirando a Jacob con una de las expresiones más estúpidas que había visto jamás.

De pronto Jacob se dio cuenta de que estaba contemplando el casco de una Nave Solar, el espejo más perfecto del sistema solar. El hombre sorprendido que tenía enfrente, con una clara resaca, era su propio reflejo.

La nave esférica de veinte metros era un espejo tan bueno que resultaba difícil definir su forma. Sólo advirtiendo la brusca discontinuidad del borde y la forma en que las imágenes reflejadas se arqueaban pudo enfocar sus ojos sobre algo que podía ser interpretado como un objeto real.

—Muy bonita —admitió LaRoque a regañadientes—. Hermoso cristal, valiente y confundido. —Alzó su pequeña cámara y la movió de izquierda a derecha.

—Impresionante —añadió Fagin.

Sí, pensó Jacob. Y grande como una casa también.

Por grande que fuera la nave, la Caverna la hacía parecer insignificante. El techo rocoso formaba una cúpula en las alturas, desapareciendo en una bruma de condensación. Se encontraban en un lugar estrecho, pero que se extendía hacia la derecha durante al menos un kilómetro, antes de curvarse y perderse de vista.

Subieron a una plataforma que los puso a la altura del ecuador de la nave, por encima de la planta de trabajo del hangar. Había un pequeño grupo debajo, empequeñecido por la esfera plateada.

A doscientos metros a la izquierda se encontraban las enormes puertas de vacío, que tenían unos ciento cincuenta metros de anchura. Jacob supuso que eran parte de la compuerta que conducía, a través de un túnel, a la poco amistosa superficie de Mercurio, donde las gigantescas naves interplanetarias, como la Bradbury, descansaban en grandes cavernas naturales.

Una rampa conducía de la plataforma al suelo de la caverna. Al fondo, Kepler hablaba con tres hombres ataviados con monos. Culla no se encontraba muy lejos. Su compañero era un chimpancé bien vestido que usaba monóculo y estaba subido a una silla para estar a la par con los ojos del extraterrestre.

El chimpancé saltaba flexionando las rodillas y hacía temblar la silla. Golpeó furiosamente un instrumento que tenía en el pecho. El diplomático pring lo observaba con una expresión que Jacob había aprendido a identificar como de amistoso respeto. Pero había algo más en la pose de Culla que le sorprendió… una indolencia, una flojedad en su postura ante el chimpancé que nunca había visto cuando el E.T. hablaba con un kantén, un cintiano, y especialmente con un pil.

Kepler saludó primero a Fagin y luego se volvió hacia Jacob.

—Me alegro de que haya venido, señor Demwa. —Kepler le estrechó la mano con una firmeza que sorprendió a Jacob, y luego llamó al chimpancé que tenía al lado.

—Éste es el doctor Jeffrey, el primero de su especie en ser miembro de pleno derecho de un equipo de investigación espacial, y un trabajador magnífico. Visitaremos su nave.

Jeffrey saludó con la mueca característica de la especie de superchimpancés. Dos siglos de ingeniería genética habían propiciado cambios en el cráneo y el arco pelviano, cambios modelados según la estructura humana, ya que era la más fácil de duplicar. Parecía un hombrecillo marrón muy peludo con brazos largos y dientes saltones.

Cuando Jacob le estrechó la mano se hizo evidente otra huella del trabajo de la ingeniería. El pulgar móvil del chimpancé apretó con fuerza, como para recordar a Jacob que estaba allí, la Marca del hombre.

Igual que Bubbacub llevaba su vodor, Jeffrey llevaba un aparato con teclas negras horizontales a derecha e izquierda. En el centro había una pantalla en blanco de unos veinte centímetros por diez.

El superchimpancé se inclinó, y sus dedos revolotearon sobre las teclas. En la pantalla aparecieron unas letras brillantes.

ME ALEGRO DE CONOCERLE. EL DOCTOR KEPLER ME HA DICHO QUE ES USTED UNO DE LOS CHICOS BUENOS.

Jacob se echó a reír.

—Bueno, muchas gracias, Jeff. Intento serlo, aunque todavía no sé qué van a pedirme.

Jeffrey dejó escapar la familiar risa estridente de los chimpancés. Luego habló por primera vez.

—¡Lo dessscrubrirá pronto!

Casi fue un graznido, pero Jacob se sorprendió. Para esta generación de superchimpancés, hablar era tan difícil que casi resultaba doloroso, pero las palabras de Jeff sonaron muy claras.

—El doctor Jeffrey llevará esta Nave Solar, la más nueva, a una inmersión poco después de que terminemos nuestra visita —dijo Kepler—. En cuanto la comandante deSilva regrese de su misión de reconocimiento en nuestra otra nave.

»Lamento que la comandante no estuviera aquí para recibirnos cuando llegamos en la Bradbury. Y ahora parece que Jeff estará ausente cuando celebremos nuestras reuniones. Pero cuando acabemos mañana por la tarde traerá su primer informe, lo cual añadirá un toque dramático.

Kepler empezó a volverse hacia la nave.

—¿Me he olvidado de presentar a alguien? Jeff, sé que ya conoces a Kant Fagin. Parece que Pil Bubbacub ha declinado nuestra invitación. ¿Conoces al señor LaRoque?

Los labios del chimpancé se curvaron en una expresión de disgusto. Lanzó un bufido y se volvió para contemplar su propio reflejo en la Nave Solar.

LaRoque se quedó mirando, ruborizado y avergonzado.

Jacob tuvo que contener una carcajada. No era extraño que llamaran chips a los superchimpancés. ¡Por una vez había alguien con menos tacto que LaRoque! El encuentro entre los dos en el Refectorio la noche anterior ya era leyenda. Lamentaba habérselo perdido.

Culla colocó una larga mano de seis dedos sobre la manga de Jeffrey.

—Vamosh, Amigo-Jeffrey. Moshtremosh tu nave al she-ñor Demwa y shush amigosh.

El chimp miró hosco a LaRoque y luego se volvió hacia Culla y Jacob, y mostró una amplia sonrisa. Cogió una de las manos de Jacob y otra de Culla y los arrastró hacia la entrada de la nave.

Cuando el grupo llegó a lo alto de la otra rampa encontraron un corto puente que cruzaba un vacío en el interior del globo de espejos. Los ojos de Jacob tardaron unos momentos en acostumbrarse a la oscuridad. Entonces vio una cubierta plana que se extendía desde un extremo de la nave al otro.

Flotaba en el ecuador de la nave un disco circular de material oscuro y elástico. Las únicas irregularidades en la superficie plana eran media docena de asientos para la aceleración, colocados en la cubierta a intervalos en torno a su perímetro, alguno con modestos paneles de instrumentos, y una cúpula de siete metros de diámetro en el centro exacto.

Kepler se arrodilló junto a un panel de control y tocó un interruptor. La pared de la nave se volvió semitransparente. La luz de la caverna entró tenuamente por todas partes para iluminar el interior. Kepler explicó que esa iluminación interior se mantenía al mínimo para impedir los reflejos internos de la concha esférica, que podían confundir al equipo y la tripulación.

Dentro de la concha casi perfecta, la Nave Solar era como un modelo sólido del planeta Saturno. La amplia cubierta componía el «anillo». El «planeta» asomaba por encima y por debajo de la cubierta en dos semiesferas. La superior, que Jacob podía ver ahora, tenía varias escotillas y cabinas a lo largo de su superficie. Sabía por sus lecturas que la esfera central contenía toda la maquinaria que dirigía la nave, incluyendo el controlador de flujo temporal, el generador de gravedad, y el láser refrigerador.

Jacob se acercó al borde de la cubierta. Flotaba en un campo de fuerza, a cuatro o cinco palmos del casco curvo, que se arqueaba hacia arriba con una curiosa ausencia de luces o sombras.

Se volvió cuando lo llamaron. El grupo se encontraba junto a una puerta situada a un lado de la cúpula. Kepler le hizo señas para que se acercara.

—Ahora inspeccionaremos el hemisferio de los instrumentos. Lo llamamos «zona invertida». Tenga cuidado, es un arco de gravedad, así que no se deje sorprender demasiado.

Jacob se hizo a un lado en la puerta para dejar pasar a Fagin, pero el E.T. indicó que prefería quedarse arriba. Un kantén de dos metros no se sentiría demasiado cómodo en una escotilla de dos metros. Jacob siguió a Kepler al interior.

¡Y trató de esquivarlo! Kepler estaba sobre él, subiendo un camino por encima, como parte de una montaña encerrada en una mampara. Parecía que estaba a punto de caer, a juzgar por la posición de su cuerpo. Jacob no comprendía cómo podía mantener el equilibrio el científico.

Pero Kepler siguió subiendo el sendero elíptico y desapareció tras el corto horizonte. Jacob colocó las manos en cada una de las mamparas y dio un paso de prueba.

No sintió ninguna pérdida de equilibrio. Adelantó el otro pie. Se sentía perfectamente erguido. Otro paso. Miró hacia atrás.

La puerta estaba ladeada. Al parecer la cúpula tenía un campo de gravedad tan fuerte que podía ser contenido en unos cuantos metros. Era tan suave y completo que engañaba su oído interno. Uno de los trabajadores sonrió desde la escotilla.

Jacob apretó los dientes y siguió avanzando por la pendiente, intentando no pensar en que se estaba colocando lentamente boca abajo. Examinó los signos de las placas de acceso en las paredes y suelo de su sendero. A mitad de camino dejó atrás una escotilla que tenía inscritas las palabras ACCESO TEMPO-COMPRESIÓN.

La elipse terminó en una suave pendiente. Jacob se sintió derecho cuando llegó a la puerta y supo lo que cabía esperar, pero incluso así, gruñó.

—¡Oh, no! —se llevó la mano a los ojos.

El suelo del hangar se extendía en todas direcciones a unos cuantos metros por encima de su cabeza. Había hombres caminando alrededor del casco de la nave como moscas en un techo.

Con un suspiro resignado, salió a reunirse con Kepler. El científico se encontraba en el borde de la cubierta, contemplando las entrañas de una complicada máquina. Alzó la cabeza y sonrió.

—Estaba ejercitando el privilegio del jefe de examinar y poner pegas. Naturalmente, la nave ya ha sido comprobada a la perfección, pero me gusta examinarlo todo. —Palmeó la máquina afectuosamente.

Kepler guió a Jacob al borde de la cubierta, donde el efecto boca abajo era aún más pronunciado. El neblinoso techo de la caverna era visible «bajo» sus pies.

—Ésta es una de las cámaras de multipolarización que emplazamos poco después de ver a los primeros Espectros de Luz Coherente. — Kepler señaló una de las diversas máquinas idénticas que estaban situadas a intervalos a lo largo del borde—. Pudimos detectar a los Espectros en los altos niveles de la cromosfera porque, no importa cómo se moviera el plano de la polarización, podíamos seguirlo y mostrar que la coherencia de la luz era real y estable con el tiempo.

—¿Por qué están todas las cámaras aquí abajo? No he visto ninguna arriba.

—Descubrimos que los observadores vivos y las máquinas se interferían mutuamente cuando rodaban en el mismo plano. Por ésta y otras razones los instrumentos se alinean al borde del plano aquí abajo, y nosotros vamos en la otra mitad.

»Podemos acomodar ambas cosas orientando la nave para que el borde de la cubierta se alinee hacia el objeto que queremos observar. Resultó ser una solución excelente pues la gravedad no supone ningún problema; podemos ladearnos en cualquier ángulo y conseguir que el punto de vista de los observadores mecánicos e inteligentes sea el mismo para hacer comparaciones posteriores.

Jacob trató de imaginar la nave, inclinada y sumergida en las tormentas de la atmósfera del sol, mientras que los pasajeros y la tripulación observaban tranquilamente.

—Hemos tenido algunos problemas con esta disposición — continuó Kepler—. Esta nave más nueva y más pequeña que llevará Jeff tiene algunas modificaciones, así que esperamos que pronto… ¡Ah! Aquí vienen algunos amigos…

Culla y Jeffrey salieron por la puerta, el rostro medio simio medio humano del chimp deformado por su expresión de desprecio.

Palpó la pantalla de su pecho.

«LR MAREADO AL SUBIR LA RAMPA. CAMISA BASTARDO.»

Culla habló con suavidad al chimpancé. Jacob apenas pudo oírlo.

—Habla con reshpeto, Amigo-Jeff. El sheñor LaRoque esh humano.

Jeffrey tecleó acalorado, con bastantes faltas de ortografía, a la que tenía tanto respeto como el que más, pero que no estaba dispuesto a someterse a cualquier humano exigente, sobre todo uno que no había tenido nada que ver con la Elevación de su especie.

¿TIENES QUE SOPORTAR TODA ESA MIERDA DE BUBBACUB SÓLO PORQUE SUS ANTEPASADOS ICIERON UN FABOR A LOS TULLOS HACE MEDIO MILLÓN DE AÑOS?

Al pring le brillaron los ojos y hubo un destello de blanco entre sus gruesos labios.

—Por favor, Amigo-Jeff, shé que pretendesh lo mejor, pero Bubbaccub esh mi Tutor. Losh humanosh han dado libertad a tu raza. Mi raza debe shervir. Esh la forma en que eshtá eshtructurado el mundo.

Jeffrey hizo una mueca.

—Ya veremos —gruñó.

Kepler se llevó a Jeffrey aparte, tras pedirle a Culla que enseñara a Jacob los alrededores. Culla guió al humano al otro lado de la semiesfera para mostrarle la máquina que permitía que la nave funcionara como una batisfera en el plasma semifluido de la atmósfera solar. Desmontó varios paneles para mostrarle a Jacob las unidades de memoria holográfica.

El Generador de Estasis controlaba el flujo de tiempo y espacio a través del cuerpo de la Nave Solar, de forma que sus ocupantes sintieran las violentas sacudidas de la cromosfera como un suave bamboleo. Los científicos de la Tierra aún no comprendían más que parcialmente la física fundamental del generador, aunque el gobierno insistía en que fuera construido por manos humanas.

A Culla le brillaban los ojos, y su voz susurrante reveló el orgullo por las nuevas tecnologías que la Biblioteca había traído a la Tierra.

Los bancos de lógica que controlaban el generador parecían un amasijo de filamentos cristalinos. Culla explicó que las varillas y fibras almacenaban mucha más información óptica que la tecnología terrestre anterior, y además respondían con más rapidez. Mientras observaban, pautas de interferencia azul corrieron arriba y abajo por la varilla más cercana, paquetes fluctuantes de datos centelleantes. A Jacob le pareció que había algo casi vivo en la máquina. El láser de entrada y salida se hizo a un lado bajo el contacto de Culla, y los dos contemplaron durante varios minutos el crudo pulso de la información que era la sangre de la máquina.

Aunque debía de haber visto las entrañas del ordenador cientos de veces, Culla parecía tan embelesado como Jacob, meditando fijamente con aquellos ojos brillantes que nunca parpadeaban.

Por fin Culla volvió a colocar la tapa. Jacob advirtió que el extraterrestre parecía cansado. Debía de estar trabajando demasiado. Hablaron poco mientras recorrían lentamente el camino de regreso para reunirse con Jeffrey y Kepler.

Jacob escuchó con interés, pero sin comprender demasiado, cómo el chimpancé y su jefe discutían sobre algún detalle menor del enfoque de una de las cámaras.

Jeffrey se marchó entonces, tras decir que tenía cosas que hacer en el suelo de la Caverna, y Culla le siguió poco después. Los dos hombres se quedaron allí unos minutos, hablando de la maquinaria. Entonces Kepler indicó a Jacob que se adelantara mientras regresaban alrededor del bucle.

Cuando Jacob estaba a medio camino, escuchó una súbita conmoción arriba. Alguien gritaba, furioso. Intentó ignorar lo que le decían sus ojos sobre el curvado bucle de gravedad y aceleró el ritmo. Sin embargo, el sendero no estaba hecho para ser tomado con rapidez. Por primera vez sintió una confusa mezcla de sensaciones de gravedad mientras diferentes porciones del complicado campo tiraban de él.

En lo alto del arco, el pie de Jacob tropezó con una placa suelta, que se dispersó junto con algunos tornillos por la cubierta curva. Luchó por conservar el equilibrio, pero la enervante perspectiva, a mitad de camino del sendero curvo, le hizo tambalearse. Cuando llegó a la escotilla del lado superior de la cubierta, Kepler le había alcanzado.

Los gritos procedían de fuera de la nave.

En la base de la rampa, Fagin agitaba las ramas, trastornado. Varios miembros del personal de la base corrían hacía LaRoque y Jeffrey, que estaban enzarzados en un violento abrazo.

Con la cara completamente roja, LaRoque resoplaba y se esforzaba mientras intentaba soltar la mano de Jeffrey de su cabeza. Descargó un puñetazo, sin ningún efecto aparente. El chimpancé gritó repetidas veces y enseñó los dientes mientras pugnaba por agarrar mejor la cabeza de LaRoque y hacerla llegar al nivel de la suya. Ninguno de los dos advirtió el corrillo que se había reunido a su alrededor. Ignoraron los brazos que intentaban separarlos.

Mientras se apresuraba hacia abajo, Jacob vio que LaRoque liberaba una mano y buscaba la cámara que colgaba de un cordón en su cintura.

Jacob se abrió paso hasta los combatientes. Sin detenerse, hizo que LaRoque soltara la cámara tras propinarle un duro golpe con el canto de una mano, y con la otra agarró el pelaje de la nuca del chimpancé. Tiró hacia atrás con todas sus fuerzas y lanzó a Jeffrey a los brazos de Kepler y Culla.

Jeffrey se debatió. Los grandes y poderosos brazos del simio lucharon contra la tenaza de sus captores. Echó atrás la cabeza y aulló.

Jacob sintió movimiento a sus espaldas. Giró y plantó una mano sobre el pecho de LaRoque cuando el hombre se abalanzaba hacia adelante. Los pies del periodista resbalaron y el hombre aterrizó en el suelo.

Jacob agarró la cámara del cinturón de LaRoque, justo cuando el otro intentaba cogerla. El cordón se partió con un chasquido. Los hombres contuvieron a LaRoque cuando éste intentaba ponerse en pie.

Jacob alzó las manos.

— ¡Ya basta! —gritó. Se colocó de forma que ni LaRoque ni Jeffrey pudieran verse bien. LaRoque se acarició la mano, ignorando a los hombres que le contenían, y le miró airado.

Jeffrey todavía intentaba soltarse. Culla y Kepler lo agarraron con más fuerza. Tras ellos, Fagin silbaba, indefenso.

Jacob cogió la cara del chimpancé en sus manos. Jeffrey le miró.

—¡Chimpancé-Jeffrey, escúchame! Soy Jacob Demwa. Soy un ser humano. Soy supervisor del Proyecto Elevación. Te estás comportando de una manera indigna… ¡Estás actuando como un animal!

Jeffrey sacudió la cabeza como si le hubieran abofeteado. Miró aturdido a Jacob durante un instante. En su rostro se dibujó media mueca, y luego los profundos ojos marrones se desenfocaron. Se hundió flaccido en los brazos de Culla y Kepler.

Jacob agarró la peluda cabeza con una mano y con la otra colocó en su sitio el pelaje agitado. Jeffrey se estremeció.

—Ahora relájate —dijo suavemente—. Intenta recuperarte. Todos te escucharemos cuando nos digas qué ha sucedido.

Jeffrey dirigió una mano temblorosa hacia su aparato fonador. Tardó unos instantes en teclear lentamente LO SIENTO. Miró a Jacob: lo decía en serio.

—Muy bien —dijo Jacob—. Hace falta ser un hombre auténtico para pedir disculpas.

Jeffrey se enderezó. Con elaborada calma hizo un gesto de asentimiento a Kepler y Culla. Éstos le liberaron y Jacob dio un paso atrás.

A pesar de su éxito en el trato con delfines y chimpancés en el Proyecto, Jacob se sentía un poco avergonzado de la manera condescendiente con que había tratado a Jeffrey. Usar ese recurso con el chimpancé científico había funcionado. Por lo que Jeffrey había dicho antes, Jacob supuso que tenía en gran estima a sus tutores, pero la reservaba para algunos humanos. Jacob se alegró de haber podido recurrir a esa reserva, pero no se sentía particularmente orgulloso por ello.

Kepler se hizo cargo en cuanto vio que Jeffrey se tranquilizaba.

—¿Qué demonios está pasando aquí? —gritó, mirando a LaRoque.

— ¡Ese animal me atacó! —chilló LaRoque—. Acababa de superar mis temores y salí de ese lugar terrible y cuando estaba hablando con el honorable Fagin saltó la bestia contra mí como un tigre, y tuve que luchar por mi vida.

MENTIROSO. ESTABA SABOTEANDO. DESCUBRÍ SUELTA LA PLACA DE ACCESO T.C. FAGIN DIJO QUE EL GUSANO ACABABA DE SALIR CUANDO NOS OYÓ LLEGAR.

—¡Pido disculpas por la contradicción! —trinó Fagin—. No utilicé el término peyorativo «gusano». Simplemente respondí a una pregunta para afirmar…

—¡Passsó una hora ahí dentro! —interrumpió Jeffrey, haciendo una mueca por el esfuerzo.

Pobre Fagin, pensó Jacob.

—Ya lo he dicho antes —gritó LaRoque—. ¡Ese loco me asaltó! ¡Me pasé la mitad del tiempo agarrado al suelo! Escucha, pequeño mono, no gastes tu saliva en mí. ¡Guárdala para tus compañeros arborícoras!

El chimp aulló, y Culla y Kepler se abalanzaron hacia delante para separarlos. Jacob se acercó a Fagin, sin saber qué decir. Por encima del tumulto, el kantén le dijo amablemente:

—Parece que vuestros tutores, fueran quienes fuesen, Amigo-Jacob, debieron ser realmente únicos.

Jacob asintió, aturdido.

9. RECORDANDO AL GRAN AUK

Jacob observó al grupo al pie de la rampa. Culla y Jeffrey, cada uno a su modo, hablaban ansiosamente con Fagin. Un grupito del personal de la base se había congregado cerca, tal vez para escapar a las insistentes preguntas de LaRoque.

Desde el altercado, el hombre no paraba de recorrer la Caverna, lanzando preguntas a los trabajadores y quejándose a quienes no lo eran. Durante algún tiempo su ira por haberse visto privado de su cámara fue enorme, y sólo declinó lentamente hasta un estado que Jacob consideraba cercano a la apoplejía.

—No estoy seguro de por qué se la quité —le dijo Jacob a Kepler, sacándola del bolsillo. La estilizada cámara negra tenía un puñado de botoncitos y teclas. Parecía la herramienta perfecta de un periodista, compacta, flexible y sin duda muy cara.

Se la tendió a Kepler.

—Pensé que estaba buscando un arma.

Kepler se guardó la cámara en el bolsillo.

—Lo comprobaremos de todas formas, por si acaso. Mientras tanto, me gustaría darle las gracias por la manera en que se hizo cargo de las cosas.

Jacob se encogió de hombros.

—No hay de qué. Lamento haberme interpuesto en su autoridad.

Kepler se echó a reír.

—¡Pues me alegro de que lo hiciera! ¡Seguro que yo no habría sabido qué hacer!

Jacob sonrió, pero todavía se sentía preocupado.

—¿Qué va a hacer ahora?

—Bueno, voy a inspeccionar el sistema T.C. de Jeff, para asegurarme de que no pasa nada, aunque estoy seguro de ello. Si LaRoque hubiera hurgado en la máquina, ¿qué podría hacer? Los circuitos necesitan herramientas especiales. Él no tenía ninguna.

—Pero el panel estaba suelto cuando llegamos al arco de gravedad.

—Sí, pero tal vez LaRoque sólo sentía curiosidad. De hecho, no me sorprendería demasiado si descubriera que Jeff aflojó la placa para tener una excusa y así pelearse con él.

El científico se hecho a reír.

—No se sorprenda tanto. Los niños siempre serán niños. Y sabe que incluso el chimpancé más avanzado oscila entre la pedantería extrema y el vandalismo de un colegial.

Jacob sabía que eso era cierto, pero siguió preguntándose por qué la actitud de Kepler era generosa hacia LaRoque, a quien indudablemente despreciaba. ¿Tan ansioso estaba de tener buena prensa?

Kepler volvió a darle las gracias y se marchó, recogiendo a Culla y Jeffrey en su camino de vuelta a la entrada de la Nave Solar. Jacob encontró un sitio donde no estorbar y se sentó sobre una de las cajas de embalaje.

Sacó un puñado de papeles del bolsillo interior de su chaqueta.

Habían llegado masergramas de la Tierra para muchos de los pasajeros de la Bradbury. Jacob se esforzó por no echarse a reír cuando captó la mirada recelosa que intercambiaron Bubbacub y Millie Martine cuando el pil fue a recoger su propio mensaje codificado.

Durante el desayuno, ella se sentó entre Bubbacub y LaRoque, intentando mediar entre la embarazosa xenofilia del terrestre y la recelosa tirantez del Representante de la Biblioteca. Parecía ansiosa por tender un puente entre ambos. Pero cuando llegaron los mensajes, LaRoque se quedó solo y Bubbacup y ella corrieron escaleras arriba.

Probablemente eso no había servido para mejorar el estado de ánimo del periodista.

Al terminar el desayuno, Jacob pensó en visitar el Laboratorio Médico, pero en cambio decidió recoger sus propios masergramas. De vuelta a sus habitaciones, vio que el material de la Biblioteca tenía un palmo de altura. Lo colocó sobre la mesa antes de sumergirse en un trance de lectura.

Era una técnica para absorber un montón de información en poco tiempo. Había resultado útil muchas veces en el pasado, y el único inconveniente era que interrumpía las facultades críticas. La información se almacenaba, pero el material tenía que ser leído de nuevo para que todo fuera recordado.

Cuando se recuperó, el material se hallaba amontonado a su izquierda. Estaba seguro de que lo había leído todo. Los datos que había absorbido se encontraban al borde de la consciencia, fragmentos aislados que saltaban caprichosamente a la mente sueltos y sin conectarse a un conjunto. Durante una semana como mínimo volvería a aprender, con una sensación de deja vu, cosas leídas durante el trance. Si no quería permanecer mucho tiempo desorientado, sería mejor que empezara a hojear el material cuando antes.

Ahora, sentado en la caja de plástico en la Caverna de las Naves Solares, Jacob examinó el puñado de papeles que había traído consigo. Los fragmentos dispersos de información le parecieron familiares.


… la raza kisa, recién liberada de su contrato con los soro, descubrió el planeta Pila poco después de la reciente migración de la cultura galáctica a este sector. Había señales de que el planeta había sido ocupado por otra especie viajera doscientos millones de años antes. Se verificó en los Archivos Galácticos que antaño Pila había sido residencia, durante seiscientos milenios, de la especie mellin (ver listado; Mellin extinta). El planeta Pila, tras haber sido abandonado durante un período mayor del requerido, fue estudiado y regístrado rutinariamente como colonia kis, clase C (ocupación temporal, no más de tres millones de años, con un impacto mínimo sobre la biosfera contemporánea). En Pila, los kisa encontraron una especie presofonte cuyo nombre se toma del planeta de su origen…


Jacob trató de imaginar a la raza pil tal como había sido antes de la llegada de los kisa y el principio de su elevación. Cazadores recolectores primitivos, sin duda. ¿Serían lo mismo hoy, después de medio millón de años, si los kisa no hubieran llegado jamás? ¿O habrían evolucionado, como aún sostenían algunos antropólogos de la Tierra, hasta una especie diferente de cultura inteligente, sin la influencia de sus tutores?

La críptica referencia a la extinta especie «mellin» le permitió advertir la escala temporal cubierta por la antigua civilización de los galácticos y su increíble Biblioteca. ¡Doscientos millones de años! En esa época remota el planeta Pila había sido dominado por una especie viajera, que había vivido allí durante seis mil siglos mientras los antepasados de Bubbacub no eran más que insignificantes animales en sus madrigueras.

Presumiblemente, los mellin cumplieron con su misión y tenían una Sucursal de la biblioteca propia. Ofrecieron sus respetos (tal vez más de palabra que de hecho) a la raza tutora que los había elevado mucho antes de que colonizaran Pila, y tal vez ellos, a cambio, elevaron a alguna especie prominente que encontraron al llegar… primos biológicos de la especie de Bubbacub, que ahora también podían estar extinguidos.

De repente, cobraron sentido para Jacob las extrañas Leyes Galácticas de Residencia y Migración. Obligaban a las especies a considerar sus planetas como hogares temporales, a que los dominaran en favor de las razas futuras cuya forma actual pudiera ser pequeña y estúpida. No era extraño que muchos de los galácticos fruncieran el ceño ante el récord de la humanidad en la Tierra. Sólo la influencia de los timbrimi y otras razas amistosas habían permitido a la humanidad conservar sus tres colonias en Cygnus contra el fanático e inamovible Instituto de Migración. Y había sido una suerte que la Ve- sarius regresara con suficientes advertencias a los seres humanos para que enterraran las pruebas de algunos de sus crímenes. Jacob era uno de los escasos cien mil seres humanos que sabía lo que era un manatí, o un perezoso, o un orangután.

Esas víctimas del hombre tal vez se habrían convertido algún día en especies pensantes que él, más que nadie, estaba en disposición de apreciar, y lamentar. Jacob pensó en Makakai, en las ballenas, y en lo cerca que habían estado de no poder ser salvadas.

Cogió los papeles y siguió leyendo. Reconoció otro fragmento. Estaba referido a la especie de Culla.


…colonizada por una expedición de Pila. (Los pila, tras haber amenazado a sus tutores kisa con una apelación de jihad a los soro, habían sido liberados de su contrato.) Después de recibir su licencia para el planeta Pring, los pila se encargaron de su ocupación cumpliendo a rajatabla las condiciones de impacto mínimo de su contrato. Desde la llegada de los pila a Pring, los inspectores del Instituto de Migración han observado que los pila han llevado a cabo más que las salvaguardas normales para proteger a las especies indígenas cuyo potencial preinteligente parecía realista. Entre las especies en peligro de extinción bajo el establecimiento de la colonia estaban los antepasados genéticos de la raza pring, cuyo nombre de especie es también el del planeta de su origen…


Jacob tomó nota mentalmente para ampliar sus conocimientos de las jihads de los pila, una raza agresiva y conservadora en la política galáctica. Cabe suponer que jihads o «guerras santas» eran el último recurso usado para reforzar la tradición entre las razas de la galaxia. Los Institutos servían a la tradición, pero dejaban su cumplimiento a la opinión de la mayoría, o del más fuerte.

Jacob estaba seguro de que las referencias de la Biblioteca estarían llenas de guerras santas justificadas, con unos cuantos casos «lamentables» de especies que usaban la tradición como excusa para librar guerras por poder o por odio.

La historia la escriben normalmente los vencedores.

Jacob se preguntó bajo qué penalidades habían conseguido los pila su libertad del contrato con los kisa. Se preguntó también qué aspecto tendría un kisa.

Jacob se sobresaltó cuando sonó un fuerte timbre que retumbó por toda la Caverna. El sonido se repitió tres veces más, rebotando en las paredes de piedra, obligándole a ponerse en pie.

Todos los obreros soltaron sus herramientas y se volvieron para contemplar las ciclópeas piedras que conducían, a través de compuertas y túneles, a la superficie del planeta.

Las puertas se abrieron lentamente, con un suave ruido. Al principio sólo pudo verse negrura en la rendija. Entonces algo grande y brillante apareció en el otro lado, forzando la separación como un cachorrillo que empuja impaciente con la nariz para apresurar la abertura y entrar en la casa.

Era otra brillante burbuja de espejos, como la que acababan de visitar, sólo que más grande. Flotaba sobre el suelo del túnel como si careciera de sustancia. La nave gravitaba levemente en el aire y, cuando el camino quedó libre, entró en el hangar como impulsada por una brisa exterior. Reflejos de las paredes, la maquinaria y las personas nadaron sobre sus brillantes costados.

Mientras la nave se aproximaba, emitía un leve zumbido y un sonido chascante. Los trabajadores se congregaron en la cercana plataforma colgante.

Culla y Jeffrey pasaron junto a Jacob. El chimpancé le dirigió una sonrisa y le hizo señas para que los acompañase. Jacob se dispuso a hacerlo, tras doblar los papeles y guardárselos en el bolsillo. Buscó a Kepler. El jefe del Navegante Solar debía de encontrarse a bordo de la nave de Jeffrey, terminando la inspección, porque no estaba a la vista. La nave chascó y siseó mientras maniobraba sobre su nido, y luego empezó a descender lentamente. Resultaba difícil creer que no brillaba con luz propia, porque su superficie de espejos resplandecía. Jacob se colocó al lado de Fagin, al borde de la multitud. Juntos contemplaron cómo la nave se detenía.

—Pareces sumido en tus pensamientos —trinó Fagin—. Por favor, perdona la intrusión, pero considero que es lógico inquirir informalmente sobre su naturaleza.

Jacob estaba lo bastante cerca de Fagin para detectar un leve olor, algo parecido al orégano. El follaje del alienígena se agitó suavemente.

—Supongo que pensaba dónde acaba de estar esta nave — respondió—. Intentaba imaginar cómo debe ser allá abajo. Yo… no puedo.

—No te sientas frustrado, Jacob. Siento un asombro similar, y soy incapaz de comprender lo que los terrestres habéis conseguido aquí. Espero mi primer descenso con humilde expectación.

Y así me avergüenzas otra vez, bastardo verde, pensó Jacob. Todavía estoy intentando buscar un medio para no tener que ir a una de esas locas inmersiones. ¡Y tú alardeas de estar ansioso por hacerlo!

—No quiero llamarte mentiroso, Fagin, pero creo que te estás mostrando demasiado diplomático al decir que te impresiona este proyecto. La tecnología, para los niveles galácticos, es pura edad de piedra. ¡Y no puedes decirme que nadie se ha zambullido en una estrella antes! Ha habido sofontes desperdigados por toda la galaxia durante casi mil millones de años. ¡Todo lo que merece la pena hacerse ha sido hecho al menos un trillón de veces!

Había una vaga amargura en su voz. Le sorprendió la fuerza de sus propios sentimientos.

—Sin duda eso es bastante cierto, Amigo-Jacob. No pretendo que el proyecto Navegante Solar sea único. Sólo es único en mi experiencia. Las razas inteligentes con las que he contactado antes se han contentado con estudiar sus soles desde lejos y con comparar los resultados con los datos de la Biblioteca. Para mí, esto es una aventura en su forma más pura.

Un trozo rectangular de la Nave Solar empezó a deslizarse hacia abajo, para formar una rampa hasta el borde de la plataforma colgante.

Jacob frunció el ceño.

— ¡Pero antes han tenido que haber inmersiones tripuladas!

Es lógico intentarlo en un momento u otro si se demuestra que es posible. No puedo creer que nosotros seamos los primeros.

—No cabe duda, desde luego —dijo Fagin lentamente—. Si no lo ha hecho nadie más, sin duda lo hicieron los Progenitores, porque se dice que ellos lo hicieron todo antes de marcharse. Pero se han hecho tantas cosas, por tantos pueblos, que es difícil saberlo con certeza.

Jacob meditó sobre esto en silencio.

Mientras la sección de la Nave Solar se acercaba a la rampa, Kepler se aproximó sonriente a Jacob y Fagin.

—¡Ah! Están aquí. Excitante, ¿verdad? ¡Todo el mundo está aquí! Siempre pasa lo mismo cuando alguien vuelve del sol, aunque sea una corta inmersión de exploración como ésta.

—Sí —dijo Jacob—. Es muy excitante. Si tiene un momento, hay algo que me gustaría preguntarle, doctor Kepler. Me gustaría saber si ha pedido a la Sucursal de la Biblioteca en La Paz alguna referencia sobre sus Espectros Solares. Seguramente alguien más habrá encontrado un fenómeno similar, y estoy convencido de que sería de gran ayuda tener…

Su voz se apagó al ver cómo se desvanecía la sonrisa de Kepler.

—Ésa fue la razón por la que nos asignaron a Culla en primer lugar, señor Demwa. Esto iba a ser un proyecto prototipo para ver hasta qué punto podíamos mezclar la investigación independiente con la ayuda limitada de la Biblioteca. El plan funcionó bien durante la construcción de las naves. Tengo que confesar que la tecnología galáctica es sorprendente. Pero desde entonces la Biblioteca no nos ha servido de mucha ayuda. Es muy complicado. Esperaba tocar el tema mañana, después de darle información completa, pero verá…

Un fuerte aplauso sonó cuando la multitud se abalanzó hacia adelante. Kepler sonrió, resignado.

—¡Más tarde! —gritó.


En lo alto de la plataforma, tres hombres y dos mujeres saludaban a la multitud. Una de las mujeres, alta y esbelta, con el pelo rubio cortado al cepillo, sonrió al ver a Kepler. Empezó a bajar, seguida por el resto de la tripulación.

Al parecer era la comandante de la Base Kermes, de quien Jacob había oído hablar de vez en cuando durante los dos últimos días. Uno de los médicos de la fiesta del día anterior por la noche había dicho que era la mejor comandante que había tenido jamás la avanzadilla de la Confederación en Mercurio. Una mujer más joven interrumpió al veterano comentando que también era una zorra. Jacob supuso que la med-tec se refería a la habilidad mental de la comandante.

Sin embargo, mientras contemplaba cómo la mujer bajaba la rampa (no parecía más que una muchacha), advirtió que la observación podía tener además otro significado complementario.

La multitud le dejó paso y la mujer se acercó al jefe de Navegante Solar, con la mano extendida.

— ¡Allí están, en efecto! —dijo—. Bajamos a tau punto dos, en la primera región activa, y allí estaban. ¡Estuvimos a ochocientos metros de uno! Jeff no tendrá ningún problema. ¡Era el rebaño más grande de magnetóvoros que he visto en mi vida!

Jacob descubrió que su voz era grave y melodiosa. Confiada. Sin embargo, su acento resultaba difícil de identificar. Su pronunciación parecía extraña, anticuada.

—¡Maravilloso, maravilloso! —asintió Kepler—. Donde hay ovejas, tiene que haber pastores.

La cogió por el brazo y la hizo volverse para presentarle a Fagin y Jacob.

—Sofontes, ésta es Helene deSilva, comandante de la Confederación en Mercurio, y mi mano derecha. No podría hacer nada sin ella. Helene, te presento al señor Jacob Álvarez Demwa, el caballero del que te hablé por máser. Ya conociste al kantén Fagin hace unos meses en la Tierra. Tengo entendido que habéis intercambiado unos cuantos masergramas desde entonces.

Kepler tocó el brazo de la joven.

—Helene, ahora me urge ocuparme de unos mensajes de la Tierra. Ya los he retrasado demasiado para estar aquí para tu llegada, así que me voy a tener que marchar. ¿Estás segura de que todo ha salido bien y de que la tripulación está descansada?

—Seguro, doctor Kepler, todo ha ido bien. Dormimos en el viaje de regreso. Me reuniré aquí con usted cuando sea la hora de despedir a Jeff.

El jefe del proyecto se despidió de Jacob y Fagin y asintió cortante a LaRoque, que estaba lo bastante cerca para oír pero no lo suficiente para ser educado. Kepler se marchó en dirección a los ascensores.

Helene deSilva tenía una respetuosa forma de inclinarse ante Fagin que era más cálida de lo que mucha gente podía soportar. Rebosaba de alegría al ver de nuevo al E.T., y lo expresó en voz alta también.

—Y éste es el señor Demwa —dijo, mientras estrechaba la mano de Jacob—. Kant Fagin me ha hablado de usted. Es usted el intrépido joven que se zambulló en la Aguja de Ecuador para salvarla. Es una historia que me gustaría oír de labios del propio héroe.

Jacob se alarmaba siempre que mencionaban la Aguja. Ocultó el sobresalto con una risa.

—¡Créame, ese salto no fue hecho a propósito! ¡Preferiría subir a uno de sus cohetes solares antes que volver a hacerlo!

La mujer se echó a reír, pero al mismo tiempo le miró con extrañeza, con una expresión apreciativa que agradó a Jacob, aunque le confundía. Sintió que le faltaban las palabras.

—Bueno, de todas formas es un poco extraño que me llame "intrépido joven" alguien tan joven como usted. Debe ser muy competente para que le hayan ofrecido el puesto de comandante antes de que le salgan las arrugas típicas de la preocupación.

DeSilva volvió a reírse.

—¡Qué galante! Muy amable por su parte, señor, pero la verdad es que tengo el equivalente a sesenta y cinco años de arrugas de preocupación invisibles. Fui oficial auxiliar a bordo de la Calypso. Tal vez recuerde que volvimos al sistema hace un par de años. ¡Tengo más de noventa años!

—¡Oh!

Los astronautas eran una raza muy especial. No importaba cuál fuera su edad subjetiva, podían continuar con su trabajo cuando volvían a casa… si elegían seguir trabajando, claro.

—Bueno, en ese caso debo tratarla con el respeto que se merece, abuelita.

DeSilva dio un paso atrás y ladeó la cabeza. Le miró con los ojos entornados.

—¡No se pase! He trabajado duro para convertirme en una mujer — además de oficial y caballero— como para querer pasar de ser un yogurcito directamente al asilo de ancianos. Si el primer varón atractivo que llega en meses y no está bajo mis órdenes empieza a considerarme inabordable, puede que me decida a cargarlo de cadenas.

La mitad de las referencias de la mujer eran indescifrablemente arcaicas (¿qué demonios quería decir con aquello de «yogurcito»?), pero de algún modo el significado estaba claro. Jacob sonrió y alzó las manos con gesto de rendición. Helene deSilva le recordaba a Tania. La comparación era vaga. Sintió un temblor por respuesta, también vago y difícil de identificar. Pero merecía la pena seguirlo.

Jacob descartó la imagen. Basura filosófico-emocional. En eso era muy bueno cuando se lo permitía. La verdad pura y simple era que la comandante de la base era una mujer enormemente atractiva.

—Muy bien —dijo—. Y maldito el primero que diga «¡Basta!».

DeSilva se echó a reír. Lo cogió suavemente por el brazo y se volvió hacia Fagin.

—Vengan, quiero que los dos conozcan a la tripulación. Luego estaremos ocupados preparando la partida de Jeffrey. Es terrible con las despedidas. Incluso en una inmersión corta como ésta siempre lloriquea y abraza a todos los que se quedan, como si no fuera a volver a verlos.

Загрузка...