Cada hora, una miríada de trillones de pequeños seres vivos —microbios, bacterias… los labradores de la naturaleza— nacen y mueren, sin contar para mucho excepto por su cuantía y por la acumulación de sus minúsculas vidas.
Apenas perciben, no sufren. Ni un centenar de trillones de ellos moribundos llegaría a poseer la importancia de una sola muerte humana.
Cualquiera que sea el nivel de magnitud de una criatura, pequeño como los microbios o grande como los humanos, el impulso vital es el mismo, así como, en un gran árbol, las ramas juntas igualan a los vástagos inferiores y todos los vástagos igualan al tronco.
Creemos en ello tan firmemente como los reyes de Francia creían en su jerarquía. ¿Cuál de nuestras generaciones llegará a disentir?