Mi más sincero agradecimiento a los doctores Andrew Edward Dizon, John Graves, Richard Dutton y Monte Wetzel, así como al doctor Percy Russell por facilitar el acceso a sus laboratorios y por su valioso tiempo y ayuda prestados.
Agradezco también la colaboración, en cuestiones específicas, de Marian McLean, del World Trade Center, y Herbert Quelle, del Consulado alemán en Los Angeles, al igual que a Ellen Datlow, Melissa Ann Singer y Andy Porter.
John F. Carr y David Brin me sugirieron hace algunos años que el cuento original se convirtiera en novela. Stanley Schmidt, en calidad de editor de Analog, me propuso que trabajara la idea original con mayor detalle, para comprobar si consistía en algo más que una simple fantasía. Beth Meacham expresó su entusiasmo editorial ante la novela propuesta y me proporcionó un apoyo y aliento cruciales.