PRIMERA CRÓNICA — VECTOR DE MUERTE

Cuando Yifter llegó a bordo, en el Nivel de Control todos tenían alguna razón para estar trabajando en la popa. Había una seguridad extrema, desde luego. En realidad, nadie podía ni acercarse sin tener un buen motivo. No obstante, tratábamos de curiosear todo lo posible: uno no suele tener ocasión de ver a un hombre que ha matado a mil millones de personas.

Al lado de Yifter venía Bryson, de la Coordinadora Planetaria. No estaban esposados, ni nada melodramático por el estilo. Superado cierto nivel de notoriedad, los criminales son tratados con cierta deferencia e incluso con respeto. Bryson y Yifter hablaban de modo amistoso, aunque estaban en medio de un grupo de altos oficiales de seguridad, todos con actitud vigilante y armados hasta los dientes.

Llevaban la seguridad al extremo. Cuando me acerqué para saludar a Bryson y su prisionero, dos guardias me detuvieron antes de que pudiera aproximarme a distancia mortal, y se mantuvieron a mi lado mientras nos presentaban. Hace tiempo que no vivo en la Tierra, y seguramente sabían que no tengo parientes cercanos en ella, pero no querían correr riesgos. Yifter era un potencial blanco de venganzas personales: mil millones de personas dejan muchos amigos y parientes.

A una distancia de un metro, el aspecto de Yifter no hacía honor a su reputación. Era de altura mediana, y de tipo menudo. Tenía cabello crespo, prematuramente cano, y ojos suaves y tristes. Me sonrió con aire cansado y tolerante mientras Bryson nos presentaba.

—Lo siento, Jeanie Roker —dijo—. Su nave estará invadida de extraños durante este viaje. Haré lo que pueda para no interferir en su trabajo.

Esperé que cumpliera con su palabra. Desde que me hice cargo de los viajes a Titán, tuve que transportar todo tipo de cosas en las esferas de carga que componen el Ensamble. Además de los kernels —llevamos algunos en el trayecto de ida de cada viaje— hemos tenido que transportar ganado, megacristales, un simulador de gravedad y el circo. Sí, el circo. Lo único que puedo decir es que han debido tener un representante atroz. Los llevé en ambos sentidos a Titán, y de regreso a L-5. Pero a pesar de todo esto, Yifter era una novedad. Cuando lo capturaron y el resto de los Lucies desapareció, nadie supo qué hacer con él. Era la posesión más infernal de la Tierra, el blanco natural de millones de cuchillos y pistolas. Hasta que decidieran cómo y cuándo juzgarlo, querían que estuviera lo más lejos posible de la Tierra. Mi trabajo era entregarlo en la colonia penal de Titán, y traerlo de regreso cuando hubieran tomado una decisión en la Tierra.

—Me ocuparé de que usted y sus guardias viajen en una parte separada del Ensamble —dije—. Supongo que preferirán estar aislados…

Yifter asintió, pero Bryson no estuvo de acuerdo.

—Capitana Roker —dijo—. Permítame recordarle que el señor Yifter no ha sido hallado culpable de ningún cargo. Durante este viaje, y hasta que sea juzgado, será tratado con la debida cortesía. Espero que nos aloje a ambos aquí, en el Nivel de Control, y que nos invite a participar de las comidas junto a usted.

En principio, podía haberle dicho que se fuera a paseo. Como capitana, yo determino quién ha de viajar en el Nivel de Control, y quién puede comer conmigo. Y no es habitual que envíen personas inocentes a la colonia penal de Titán, aun antes de ser juzgadas. Por otra parte, Bryson era de la Coordinadora Planetaria, y eso tenía su importancia, incluso fuera de la Tierra.

Contuve mi primera reacción y dije lentamente:

—¿Qué hay de los guardias?

—Pueden viajar en la Segunda Sección, detrás del Nivel de Control —replicó Bryson.

Me encogí de hombros. Si quería pasar por alto todas las medidas de seguridad de la Tierra, era su problema. Durante mis recorridos de dos meses desde la Tierra a Titán, jamás había sucedido ningún incidente, y probablemente Bryson tuviera razón; esta vez tampoco sucedería nada. Por otra parte, parecía una increíble tontería embarcar a veinticinco guardias para vigilar a Yifter, si luego se los iba a alojar en un segmento separado del Ensamble.

Yifter interpretó mi gesto con extraña empatia.

—No se preocupe por la seguridad, Jeanie Roker —dijo. Volvió a sonreír. Era una sonrisa cansada y serena que brotaba de sus ojos tristes y marrones—. Seré un prisionero modelo, le doy mi palabra.

Él y Bryson siguieron caminando hacia el recinto principal. ¿Sería ése realmente el célebre Yifter, el demonio, el líder de la Liga de la Libertad Alucinógena? Parecía difícil de creer. Tres meses atrás, los Lucies —bajo la mesiánica dirección de Yifter— habían arrojado drogas alucinógenas a las redes de suministro de agua de las principales ciudades de la Tierra. Como consecuencia del caos ocurrido, había perecido la octava parte de la población mundial. El hambre, las epidemias, la indefensión y la lucha irracional habían vuelto a aparecer en la Tierra para exigir su antiguo tributo. El monstruo que había concebido, planeado y dirigido semejante horror era difícil de asociar con Yifter, hombre aparentemente amable y suave.

Mi pensamiento se desvió rápidamente a asuntos prácticos más inmediatos. Teníamos la masa global del cargamento, y era el momento de equilibrar todo el Ensamble. Cabría suponer que eso sólo significa equilibrar correctamente los kernels, ya que su masa era un millón de veces superior a todo el resto. Pero cada Sección dotada de un kernel posee una unidad de impulsión independiente, cuya energía es provista por el mismo kernel. Una vez que los dejamos en Titán, el viaje de regreso es liviano, pero durante la ida el equilibrio dinámico resulta muy difícil.

Revisé la configuración final y busqué a McAndrew. Quería que examinara los cálculos de equilibrado. Es mi responsabilidad, pero el experto en kernels es él. Advertí que no había estado presente cuando Yifter subió a bordo. Posiblemente estaría en otra de las secciones, rumiando ante sus queridas fuentes de energía.

Lo hallé en la Sección Siete. El Ensamble se compone de un número variable de secciones. En este viaje eran doce, más el Nivel de Control. Hasta el momento de acelerar para alejarnos de la estación Colonia de Liberación, todas las acciones están físicamente conectadas con cables reales entre sí, y con el Nivel de Control. Durante el vuelo, el Ensamble se efectúa por medios electromecánicos, y todas las impulsiones de los segmentos energetizados están controladas por un ordenador situado en el Nivel de Control. El Ensamble parece un racimo de uvas, pero los cables no cumplen ninguna función: no hay cables en el Sistema que puedan soportar las fuerzas de inercia, incluso durante las aceleraciones mínimas. No es fácil moverse entre las secciones esféricas durante el vuelo. Ello significa tener que interrumpir la impulsión y desconectar el acoplamiento entre secciones. Por eso me pareció tan burda la idea de alojar a los guardias de Yifter en una sección separada: desde ella, nunca podrían acceder al Nivel de Control mientras la propulsión estuviera funcionando.

Quería que McAndrew revisara la configuración que mantendríamos durante el vuelo, para ver si estaba de acuerdo con el equilibrado de las tensiones entre las diferentes secciones. Jamás nos acercábamos al límite en ninguna de ellas, pero había cierto orgullo profesional en hacer que todas se aproximaran entre sí, y que las tensiones fuesen lo más bajas posible.

Estaba de pie sobre el escudo de diez metros que rodeaba el kernel de la Sección Siete, escudriñando por una larga mirilla hacia el centro. Advirtió mi presencia, pero no se movió ni abrió la boca hasta que hubo terminado su observación. Finalmente, asintió satisfecho, cerró la cubierta de la mirilla y se volvió hacia mí.

—Estaba controlando los escalares ópticos —explicó—. Éste rota maravillosamente. ¿Qué deseas, Jeanie?

Lo conduje lejos del segundo escudo antes de extenderle los cálculos. Sé que jamás ha fallado el escudo de un kernel, pero nunca me siento tranquila cuando estoy muy cerca de alguno. Una vez pregunté a McAndrew cómo se sentía trabajando a diez metros del infierno, donde incluso se podía sentir el gradiente de gravedad y el arrastre inercial. Me miró con una breve sonrisa y se aclaró la garganta, el único vestigio de sus ancestros que podía hallar en él.

—Ejem —dijo—. Los escudos están triplemente protegidos. No fallarán.

Eso tendría que haberme tranquilizado, pero luego se frotó la alta frente calva y agregó:

—Y si fallaran, daría lo mismo estar a diez metros que a quinientos. Ese kernel irradiaría unos dos gigawatts, en su mayoría gammas de alta energía…

El problema era que jamás se equivocaba con los datos. La primera vez que vi a McAndrew, muchos años atrás, iniciábamos el primer cargamento de kernel a Titán. Apareció con ellos, y supuse que sería otro ingeniero, quizá mejor que los demás. Al cabo de cinco minutos de conversación me di cuenta de que él probablemente había olvidado más sobre los agujeros negros de Kerr-Newman —los kernels para nosotros— de lo que yo pudiese llegar a aprender. He cursado estudios de Ingeniería Eléctrica y Gravitacional porque lo exige mi trabajo, pero en realidad no soy especialista en gravedad. Después de nuestra primera conversación me sentí una idiota. Hice mis averiguaciones y descubrí que McAndrew era profesor titular del Instituto Penrose, y que probablemente era el más eminente experto de todo el Sistema sobre la estructura del espacio-tiempo.

Cuando nos conocimos más, le pregunté por qué abandonaba su trabajo durante cuatro meses al año para llevar ganado sobre un racimo de kernels, embarcado alrededor del Sistema Solar. Era una misión de lo más aburrida, con tiempo de sobra y poco que hacer. Cualquiera se habría pasado el viaje bostezando.

—Lo necesito —dijo sencillamente—. Es agradable trabajar con colegas, pero en mi actividad, la verdadera labor se hace sola. Y aquí puedo hacer experimentos que allá no me permitirían.

Después de esto acepté su forma de trabajar; sentía orgullo ajeno cuando veía la serie de artículos que McAndrew publicaba, al volver de cada viaje a Titán. Durante los trayectos no causaba problemas. Pasaba casi todo el tiempo en las secciones que transportaban los kernels, y sólo aparecía en el Nivel de Control para comer —cuando no olvidaba hacerlo—. Era un teórico, pero a la vez le gustaba inventar cosas. Su ídolo era Isaac Newton. Su trabajo había redundado en mejores instalaciones de seguridad, mejores métodos para la extracción de energía y una manipulación más racional de los kernels cargados. En cada viaje aprendíamos algo nuevo.

Le dejé la hoja con los cálculos, y me prometió comentarlos conmigo dentro de una o dos horas. Yo debía proseguir mi recorrido para verificar el resto del cargamento.

—A propósito —dije como sin darle importancia—, durante este viaje tendremos compañía a la hora de la comida. Bryson insiste en que Yifter cene con nosotros.

Permaneció en silencio un momento, con la cabeza ligeramente inclinada. Luego asintió, y se acarició el escaso cabello rubio con la mano.

—Típico de Bryson —dijo—. Bueno, dudo que Yifter se coma a alguno de nosotros. No creo que sea peor que cualquiera de vosotros. Allí estaré, Jeanie.

Suspiré aliviada, y me alejé. McAndrew, como sabía por experiencia, era el Perfecto Pacifista. Había querido cerciorarme de que iba a aceptar la idea de comer con Yifter.

Cuatro horas más tarde habíamos terminado los controles. Encendí los campos. El exterior opaco y gris de cada sección se volvió plateado, reflejó la luz del sol y convirtió el Ensamble en un cúmulo de brillantes. Los cables que conectaban las secciones seguían en posición, pero ahora flojos. Todas las fuerzas habían sido recogidas por los campos de equilibración. En el Nivel de Control, encendí gradualmente las unidades de propulsión de cada sección energetizada. A través de la ergosfera de cada kernel se introdujo plasma para que recogiera la energía y fluyera hacia la popa. Las posiciones relativas de las secciones se mantenían firmes, controladas según parámetros de Móssbauer a la fracción de un micrómetro. Aceleramos lentamente lejos de L-5, e iniciamos la prolongada espiral de una órbita de impulso continuo que nos llevaría a Titán.

Mi trabajo había concluido hasta la hora del entrecruzamiento. Los ordenadores controlaban la alimentación de la propulsión, las aceleraciones y el equilibrio de las secciones. En ese viaje había tres unidades que no llevaban centrales de propulsión en funcionamiento: la Sección Dos, donde se alejaban los guardias de Yifter, detrás del Nivel de Control; la Sección Siete, donde McAndrew había retirado de servicio el kernel para realizar su interminable serie de experimentos misteriosos; y, desde luego, el Nivel de Control en sí. Había cometido el error de preguntar a McAndrew qué experimentos planeaba realizar durante esta travesía. Me miró con sus inocentes ojos azules y farfulló una respuesta llena de diagramas de torsión y tensores, sabiendo de sobra que no podría seguir su explicación. No le gustaba hablar de su trabajo «a medio cocinar», como solía decir.


Esa primera noche a bordo, durante la cena, había estado más preocupada de lo que quería admitir. Sabía que todos nos moriríamos de ganas por preguntar a Yifter sobre los Lucies, pero no había modo de sacar el tema a colación. ¿Cómo hacerlo? «A propósito, me he enterado que hace unos meses mató a mil millones de personas. ¿Quisiera contarnos algo al respecto? Será una amena charla de sobremesa…» Preveía que nuestra conversación sería bastante tensa.

Pero en realidad mis prevenciones fueron innecesarias. La primera impresión que Yifter me había causado, de ser un hombre amable y suave, se fortaleció cuando volví a estar ante él. Quien provocó el primer momento de malestar fue Bryson, durante la cena.

—La mayoría de los problemas de la Tierra son causados por la influencia de la Federación Unida del Espacio —dijo mientras el robot-camarero servía los platos, siempre en su mejor forma al comienzo del viaje—. De no ser por la FUE, no habría tanto descontento y tumulto en la Tierra. El espacio vital y los parámetros vitales son cosas relativas, y la FUE da mal ejemplo. No podemos competir.

Según Bryson, tres millones de personas eran responsables de los problemas de diez mil millones —once, antes de la intervención de Yifter—. Era un puro disparate, y como ciudadana de la FUE me correspondía disentir, pero fue McAndrew quien dejó escapar un gruñido de desagrado. Y fue Yifter, precisamente, quien percibió la tensión antes que nadie y quien condujo la conversación hacia otros derroteros.

—Creo que los peores problemas de la Tierra son causados por la falta de energía — aventuró—. Eso afecta a todo lo demás. ¿Por qué no se emplean kernels en la Tierra para obtener energía, como hace la FUE?

—Se tiene mucho miedo a que se produzca un accidente —replicó McAndrew. Su irritación desapareció inmediatamente en cuanto apareció un tema de su especialidad—. Si los escudos fallaran alguna vez, uno tendría un agujero de Kerr-Newman sentado sobre el planeta, expulsando mil megawatts, en su mayoría radiación de alta energía y partículas rápidas. Peor que eso, atraería cargas libres y pasaría a ser eléctricamente neutro. Y en cuanto sucediera, no habría forma de controlarlo por medios electromagnéticos. Se hundiría y orbitaria dentro de la Tierra. No podemos exponernos a semejante riesgo…

—¿Pero no podríamos utilizar kernels más pequeños sobre la Tierra? —preguntó Yifter—. Serían menos peligrosos…

McAndrew disintió con un gesto de cabeza.

—No funciona de ese modo. Cuanto más pequeño es el agujero negro, más alta es la temperatura efectiva y emite radiación más deprisa. Estaríais más a salvo con un agujero negro de mayor masa. Pero entonces tendríais el problema de sostenerlo contra la gravedad de la Tierra. Aun con el mejor control electromagnético, cualquier masa tan grande se hundiría dentro de la Tierra.

—Supongo que no serviría utilizar un agujero negro desprovisto de carga y rotación — comentó Yifter—. Pero sería más fácil de manejar.

—¿Un agujero de Schwarzschild? —McAndrew lo miró con disgusto—. Señor Yifter, usted bien sabe que no. —Se volvió elocuente—. Un agujero de Schwarzschild no permite ningún control. No se le puede manipular por medios electromagnéticos. Sólo está allí, escupiendo energía por todo el espectro, y no hay nada que uno pueda hacer para cambiarlo, a menos que se lo cargue y haga rotar, en cuyo caso se convertiría en un kernel. Éstos sí pueden controlarse.

Traté de interrumpir la conversación, pero McAndrew estaba lanzado.

—Un agujero de Schwarzschild es como una llama desnuda —prosiguió—. Como el invento de un cavernícola. Un kernel es un dispositivo refinado, controlable. Uno puede acelerar su rotación y acumular energía, o utilizar la ergosfera para emitir energía y desacelerar su rotación. Puede emplearse la carga para moverlo a voluntad. Es un instrumento verdaderamente funcional, y no un burdo fragmento de la Época de las Penumbras.

Sacudí la cabeza y suspiré con disimulada desesperación.

—McAndrew, lo que tú tienes con esos malditos kernels es un romance sin consumar. —Me volví a Yifter y Bryson, quienes presenciaron el estallido de McAndrew con cierta sorpresa—. Se pasa el día acelerando y desacelerando la rotación de esas cosas. El último viaje, se dedicó a experimentar con los kernels para focalizar la gravedad. Se vale del hecho de que los campos gravitacionales emiten rayos de luz. Insiste en que algún día ya no utilizaremos lentes en óptica, sino luz enfocada mediante matrices de kernels.

»Durante el último viaje apenas le vimos. Estábamos convencidos de que un día se descuidaría con los escudos, caería dentro de uno de los kernels y se convertiría en un iluminado…

No captaron la broma. Yifter y Bryson me observaron inexpresivamente, mientras McAndrew, que ya había escuchado la chanza unas diez veces, reía entre dientes. Conocía su sencillo sentido del humor: un chiste malo siempre es divertido, aunque uno lo haya escuchado cien veces.

Fue curioso, pero a la media hora había dejado de pensar que Yifter era nuestro prisionero. Ahora entendía por qué Bryson se había opuesto a la idea de rodear a Yifter de soldados armados. Yo misma habría puesto objeciones. Parecía el hombre más civilizado del grupo, dotado de una cálida personalidad y un fino sentido del humor.

Cuando Bryson se retiró de la mesa, arguyendo un intenso día de trabajo y falta de familiaridad con el medio espacial, Yifter, McAndrew y yo nos quedamos a conversar sobre los anteriores viajes a Titán. Mencioné la ocasión en que había transportado el circo.

—Nunca hasta entonces había visto a la mayoría de esos animales. Eran especies en extinción. No creo que ahora se puedan encontrar en la Tierra, salvo en un circo o en un zoológico…

Se hizo un momento de silencio. Entonces, intervino Yifter. Su mirada era dulce y sonriente; y la voz, distante y soñadora.

—Especies en extinción —repitió—. Ahí está la raíz de todo. En la Tierra no hay lugar para el fracaso. Las especies más débiles, como los especímenes más débiles de una especie, deben ser eliminados. Sólo pueden sobrevivir los más fuertes, los más poderosos mentalmente. Los débiles deben ser desechados, en bien de todos, aunque ello signifique una, cinco o nueve décimas partes del total.

Se hizo una pausa escalofriante. Miré a Yifter, cuya expresión no había cambiado, y luego a McAndrew, que reflejaba en el rostro mi mismo horror. Pese a todo, sentí el poder singular de aquel hombre. Mi mente lo rechazaba, pero en la boca del estómago producía un cierto bienestar la calidez que irradiaba al hablar.

—Hemos comenzado —prosiguió Yifter serenamente—. Ha sido sólo el comienzo. La última vez tuvimos menos éxito del que cabía esperar. Hubo un fallo en el sistema de distribución de las drogas. Conseguí eliminar a los responsables, pero ya era demasiado tarde para corregir el problema. La próxima vez, si Dios quiere, será diferente.

Se puso de pie, con el cabello refulgente como la plata, y el rostro beatífico.

—Buenas noches, capitana. Buenas noches, profesor McAndrew. Que duerman bien.

Cuando se hubo marchado, McAndrew y yo nos quedamos mirándonos un buen rato. Finalmente, él quebró el hechizo.

—Ahora lo sabemos, Jeanie. Debimos imaginarlo desde el principio. Está loco como una cabra. Es un lunático, un psicópata total.

Así era. McAndrew había utilizado las palabras correctas. Asentí.

—¿Pero sentiste la fuerza que había en él? —prosiguió—. Era como un inmenso imán.

Me alegró que la colonia penal quedara tan lejos de la Tierra y que las rutas de comunicación estuvieran tan bien protegidas. «La próxima vez… será diferente.» De pronto pareció como si nuestro viaje de dos meses pudiera durar el doble.


Después de ese único momento escalofriante, no hubo más sorpresas durante cierto tiempo. Prosiguieron nuestras habituales conversaciones a la hora de la cena, y en diversas ocasiones McAndrew expresó sus opiniones sobre el pacifismo y la protección de la vida humana. En cada ocasión esperé la respuesta de Yifter, temiendo lo peor. Nunca se mostró de acuerdo con Mac, pero no profirió nada que se asemejara a sus comentarios de la primera noche a bordo.

No tardamos en incorporarnos a la rutina de la nave. McAndrew pasaba cada vez menos tiempo en el Nivel de Control y más en la Sección Siete. En este viaje, había traído una serie de instrumentos nuevos para sus experiencias, y sentía gran curiosidad por saber en qué andaba. Pero no parecía dispuesto a decírmelo. Sólo tenía una pista: la Sección Siete estaba capturando enorme cantidad de energía de los otros kernels del resto del Ensamble. Esa energía sólo podía ir a parar a un sitio: el kernel de la Sección Siete. Sospeché que McAndrew debía estar acelerando su rotación, para acercarla a lo que se llamaba «kernel extremo», es decir, un agujero negro de Kerr-Newman donde la energía de rotación equipara la energía de la masa. Sabía que la historia no podía terminar allí. McAndrew ya había hecho rotar kernels con anterioridad, y me había confiado que no había modo directo de obtener un kernel realmente extremo: exigiría cantidades infinitas de energía. Esta vez estaba haciendo algo distinto. Insistía en que nadie accediera a la Sección Siete.

No podía conseguir que me hablara de ello. Permanecía en silencio unos segundos, y luego se quedaba de pie, haciendo castañetear las articulaciones de los dedos como si me lanzara un mensaje en clave. Cuando quería, Mac sabía ser una auténtica esfinge.

A dos semanas de la Tierra, nos acercábamos al Cinturón de Asteroides. Acababa de llegar a la conclusión de que mi inquietud con respecto al viaje era injustificada, cuando el radar anunció la presencia de otra nave que se acercaba lentamente a nosotros desde la popa. Su identificación en el espectro determinaba que se trataba del Lesotho, una nave de crucero que solía cubrir trayectos dentro del Sistema Interior. Enviaba una señal de socorro, y flotaba libre, con fuerza de propulsión cero.

Reflexioné un instante, y luego llamé a las Estaciones de Emergencia de todo el Ensamble. La trayectoria computada indicaba que equipararíamos velocidades a una distancia de tres kilómetros. Era increíblemente próxima, demasiado próxima para ser accidental. Después del máximo acercamiento, nos alejaríamos nuevamente. Seguíamos bajo los efectos de la aceleración, y dejaríamos atrás al Lesotho.

Cuando estaba observando las pantallas, tratando de decidir si debía desconectar la impulsión, apareció Bryson, seguido de Yifter.

—Capitana Roker —dijo con sus imperiosos modales de siempre—. Ahí afuera hay una nave terrestre, emitiendo una señal de socorro. ¿Cómo es que no hace nada?

—Si esperamos unos minutos más —repuse—, estaremos a poca distancia de ella. No veo necesidad de apresurarnos hasta que no la hayamos examinado bien. No comprendo qué puede estar haciendo una nave del Sistema Interior aquí, en el Cinturón, en caída libre…

Pero eso no lo convenció.

—¿Acaso no reconoce una emergencia cuando la tiene delante? Si no hace algo positivo con su gente, yo lo haré con la mía.

Me pregunté qué querría que hiciese, pero se alejó sin decir más y descendió las escaleras que conducían al área posterior de comunicación del Nivel de Control. Volví a las pantallas. El Lesotho se acercaba a nosotros. Entonces vi que llevaba abiertas las compuertas. Desconecté los impulsores. La nave se mecía lentamente, desprovista de impulsión y con las barquillas de popa dañadas. Incluso desde lejos me di cuenta de que habría que repararla a fondo antes de que pudiera volver a funcionar.

Comenzaba a pensar que había pecado de cautelosa cuando ocurrieron dos cosas. Los guardias de Yifter, que habían estado alojados detrás del Nivel de Control, en la Sección Dos, aparecieron flotando en la pantalla que señalaba hacia el Lesotho. Llevaban trajes espaciales y gran cantidad de armas. Al mismo tiempo surgieron dos figuras en la compuerta abierta de la otra nave. Sintonicé las frecuencias en el tablero principal.

—…falla en los escudos —decía el receptor—. Veintisiete supervivientes, y heridos graves. Necesitamos calmantes, ayuda médica, agua, comida, oxígeno y energía.

Un grupo de nuestros guardias comenzó a avanzar hacia las dos figuras de traje espacial que había en las compuertas del Lesotho, mientras el resto permanecía cerca del Ensamble, mirando hacia la otra nave. Inconscientemente, tomé nota del número de guardias que había en cada grupo. El recuento acaparó toda mi atención. Volví a contar. Veinticinco: todos nuestros guardias. Lancé una imprecación y cogí el transmisor.

—Sargento, que la mitad de esos hombres regrese a los escudos del Ensamble. Habla la capitana Roker. Debe acatar esta orden por encima de cualquier otra indicación que haya recibido. Coja el grupo más cercano y…

Fui interrumpida. La pantalla centelleó con tonos de azul y blanco, saturada. Todo el Nivel de Control resonó como una inmensa campana, mientras algo golpeaba con fuerza el escudo exterior. Sabía de qué se trataba: el enorme pulso de una poderosa radiación y partículas de alta energía, que se estrelló contra nosotros en una fracción de microsegundo.

Yifter había estado flotando a unos metros de mí, observando las pantallas. Posó la mano sobre la pared para orientarse mientras el Nivel de Control vibraba violentamente.

—¿Qué ha sido eso?

—Una explosión termonuclear —dije secamente—. De más de cien megatones. En el Lesotho.

Todas las pantallas de ese lado estaban inertes. Activé el sistema de reserva. El Lesotho había desaparecido. Los guardias también se habían volatizado al instante. No quedaba nada de los cables que conectaban las partes del Ensamble, ni de los detectores y sensores que se emplazaban por fuera de los escudos. Las secciones estaban intactas, pero había que calibrar de nuevo por completo los campos de acoplamiento. No llegaríamos a Titán en la fecha prevista.

Volví a mirar a Yifter. Su rostro se veía sereno y pensativo. Parecía estar aguardando, escuchando con ansiedad. ¿Escuchando qué? Si el Lesotho había venido en misión suicida, tripulado por voluntarios que buscaban vengarse de Yifter, no había tenido éxito. No pudieron destruir el Ensamble, ni capturar a Yifter. Pero si el propósito no era vengarse, entonces ¿cuál era?

Repasé mentalmente los acontecimientos. Ahora que la impulsión estaba conectada en el Ensamble, en la popa muerta teníamos un punto ciego y vulnerable. Habíamos puesto toda la atención en el Lesotho. Pero los guardias habían muerto, y el Nivel de Control estaba desprotegido.

Llevaría menos tiempo ir a la popa a echar un vistazo que llamar a Bryson o McAndrew y preguntarles qué podían ver desde las pantallas traseras del Nivel de Control. Dejé solo a Yifter y me lancé de cabeza a las escaleras, maniobra arriesgada si la impulsión volvía a ponerse en marcha, pero estaba segura de que no sucedería.

Me llevó treinta segundos recorrer todo el Nivel de Control. Cuando estaba a mitad de camino, me di cuenta de que había pensado con demasiada lentitud. Escuché el ruido metálico de una compuerta, un grito, y el crujido de un láser de mano contra el metal sólido. Bryson, pálido y con la boca abierta, flotaba contra una pared. Parecía ileso. McAndrew había corrido peor suerte. Estaba a diez metros, acurrucado en posición fetal. Cerca de él vi una familia de cuatro gusanos regordetes y rosados, de cabezas marrón-rojizo, que se revolvían con espasmos musculares. También vi la profunda quemadura en su flanco, en el pecho y en la mano derecha, de la que el láser había seccionado limpiamente los dedos y cauterizado la herida instantáneamente. Al otro lado de la sala, reclinadas contra la pared, había cinco figuras con traje espacial y armas poderosas.

El heroísmo no tenía sentido. Extendí los brazos a los lados para mostrar que no llevaba armas, y uno de los recién llegados se apartó de la pared y flotó a mi lado, en dirección al frente del Nivel de Control. Fui hasta McAndrew y examiné sus heridas. Parecían graves, pero no fatales. Afortunadamente, las heridas de láser suelen ser muy limpias. Supe que tendríamos problemas con el pulmón si no lo tratábamos rápidamente. El impacto había penetrado en un lóbulo, y cada movimiento respiratorio partía lentamente la membrana de tejido arrugado que había formado el láser. La sangre comenzaba a manar de la herida y a mancharle las ropas.

McAndrew tenía la frente perlada de sudor. A medida que la conmoción de la herida se iba desvaneciendo, el dolor comenzaba a punzarlo. Señalé el cinturón médico de uno de los invasores, quien asintió y me arrojó una ampolla. Apliqué una inyección intravenosa a McAndrew en la vena del codo derecho.

La figura que había pasado a mi lado regresó, seguida de Yifter. El visor del traje espacial, abierto, dejaba ver la cara de una mujer de cabello oscuro y de unos treinta años. Miró la escena con indiferencia, asintió por fin, y se volvió a Yifter.

—Todo bajo control. Pero tendremos que llevarnos una sección del Ensamble. La nave en que veníamos detrás recibió la ola expansiva del Lesotho y no podrá utilizarse para viajar a grandes velocidades.

Yifter movió la cabeza con reprobación.

—Impaciente como de costumbre, Akhtar. Seguro que estabas ansiosa por llegar aquí. Debes aprender a ser paciente si quieres prestarnos el máximo servicio, querida. ¿Dónde ha quedado el grupo principal?

—A unas pocas horas de impulsión de aquí, hacia adentro. Hemos esperado a rescatarte antes de hacer planes para la fase siguiente.

Yifter, tranquilo como siempre, asintió.

—La decisión correcta. Podremos llevarnos una sección sin dificultad. Casi todas contienen sus propias unidades de impulsión, pero algunas son menos eficaces que otras.

Se volvió hacia mí, sonriendo con dulzura.

—Jeanie Roker, ¿cuál es la sección mejor equipada para llevarnos lejos del Ensamble? Como verá, ha llegado el momento de que los abandonemos y nos unamos a nuestros colegas.

Su tranquilidad era peor que mil amenazas. Floté hacia McAndrew, tratando de pensar en alguna forma de retrasar o impedir la fuga de los Lucies. Una patrulla de rescate podría tardar días en llegar. Entretanto, Yifter y sus seguidores podían estar en cualquier sitio.

Vacilé. Yifter esperaba.

—Vamos —dijo por fin—. Estoy seguro de que usted estará tan ansiosa como yo por evitar cualquier otro motivo de irritación contra sus amigos. —Movió la mano ligeramente para señalar a Bryson y McAndrew.

Me encogí de hombros. Todas las secciones contenían sistemas de emergencia vital más que suficientes para un viaje de unas horas. La Sección Dos, donde se habían alojado los guardias, carecía de una unidad de impulsión completa e independiente, pero podía servir para propulsarlos. Pensé que podía retrasar la fuga lo suficiente para que pudiésemos seguirles el rastro.

—La Sección Dos será la más adecuada —dije—. Ha hospedado a los guardias con comodidad. Esos pobres diablos ya no la van a necesitar.

Me detuve. A mi lado, McAndrew se incorporaba penosamente de la posición fetal en que se encontraba. Las drogas comenzaban a actuar. Tosió, y por la sala empezaron a flotar glóbulos rojos. El pulmón necesitaba atención.

—No —dijo débilmente—. La Dos, no, Yifter. La Siete. La Sección Siete…

Se detuvo y volvió a toser, mientras yo lo miraba sorprendida.

—La Siete —dijo por fin. Me miró—. Sin muerte, Jeanie… Sin vector de muerte.

La mujer escuchaba atentamente. Nos contempló con suspicacia.

—¿Qué significa eso?

Yo me quedé con la boca abierta, como Bryson. Intuía lo que McAndrew intentaba decirme, pero no quería revelarlo. Afortunadamente, el mismo Yifter acudió en mi ayuda.

—Sin muerte —dijo—. Querida, debes comprender que el profesor McAndrew es un devoto pacífico, que vive según sus principios, admirablemente. No quiere que haya más muertes. Estoy de acuerdo con él… por ahora.

Me miró y sacudió la cabeza.

—No averiguaré qué peligros y desventajas tiene la Sección Dos, capitana, aunque creo recordar que carece de una adecuada unidad de impulsión. Seguiremos el consejo del profesor McAndrew y cogeremos la Sección Siete. Akhtar es una ingeniera sumamente competente y estoy seguro de que no tendrá dificultad en acoplar la impulsión al kernel.

Nos miró con expresión extraña. De no resultar tan peculiar, la habría descrito como nostálgica.

—Echaré de menos nuestras conversaciones —dijo—, pero ha llegado el momento de despedirme. Espero que el profesor McAndrew se recupere. Es de los fuertes, a menos que decida morir por sus infortunadas ideas pacifistas. Tal vez no volvamos a encontrarnos, pero estoy seguro de que oirán hablar de nosotros en los próximos meses.

Se marcharon. McAndrew, Bryson y yo observamos las pantallas en silencio mientras los Lucies se abrían camino hasta la Sección Siete y entraban en ella. Cuando estuvieron dentro, fui hasta McAndrew y le cogí del brazo.

—Ven —le dije—. Debo cuidarte ese pulmón.

Sacudió la cabeza débilmente.

—Todavía no. Puedo esperar unos minutos más. Después de eso, quizá no sea necesario…

De nuevo tenía la frente perlada de sudor. Y esta vez, no de dolor. Sentí que me crecía la tensión por dentro. Nos quedamos cerca de la pantalla, y a medida que fueron transcurriendo los segundos, mi frente se cubrió también de sudor. Permanecimos en silencio. Tenía una pregunta que hacer, pero me aterrorizaba la respuesta que podía darme. Creo que Bryson nos dirigió la palabra varias veces. No recuerdo lo que dijo.

Finalmente, surgió un pálido nimbo detrás de la unidad de impulsión de la Sección Siete.

—Ahora va a conectar el kernel —dijo McAndrew.

Contuve la respiración. Se hizo una pausa de varios segundos que se prolongó hasta el infinito, y luego la imagen de la pantalla onduló levemente. De pronto, vimos brillar las estrellas en la superficie. La Sección Siete había desaparecido sin dejar rastro alguno de que alguna vez hubiera existido.

McAndrew respiró penosa y profundamente, con el rostro contraído de dolor por la herida del pulmón, que cada vez se abría más. Logró esbozar una leve sonrisa.

—Bueno… —dijo—. Eso responde a cierta pregunta teórica que me venía acosando desde hace un tiempo.

También yo volví a respirar.

—No sabía qué iba a suceder. Temía que toda la energía saliera del kernel de buenas a primeras.

McAndrew asintió.

—Para ser honesto, también yo lo pensé. A este nivel, los escudos habrían sido inútiles. Habríamos desaparecido como amor de primavera.

Bryson nos miraba con la confusión más absoluta pintada en el rostro. Lo habíamos ignorado por completo. Por fin, lívido y molesto, volvió a hablarnos.

—¿De qué habláis? ¿Qué ha ocurrido con la sección en que iba Yifter? Lo observé en la pantalla: pareció que desaparecía.

—McAndrew intentó decírnoslo —repuse—. Pero no quería que los Lucies supieran lo que tramaba. McAndrew venía manipulando el kernel de esa sección desde hace algún tiempo. Ya oyó lo que dijo: «Sin vector de muerte.» No sé lo que realmente habrá hecho, pero lo alteró de tal forma que el kernel de la Sección Siete quedó desprovisto de vector de muerte.

—No me cabe la menor duda —dijo Bryson con acritud—. Ahora tal vez queráis explicarme qué es un vector de muerte.

—Bueno, Mac podría explicárselo mucho mejor que yo, pero un vector de muerte es una especie de parámetro que se emplea en relatividad. Supongo que jamás habrá recibido información sobre eso… Un vector de muerte se obtiene cuando cierta región del espacio-tiempo muestra simetría, digamos, con respecto a un eje de rotación. Y todas las clases de agujero negro y de kernels que hemos conocido hasta el momento tenían al menos una simetría de este tipo. Es decir, que si McAndrew transformó el kernel y lo dejó desprovisto de vector de muerte, consiguió algo que jamás habíamos visto con anterioridad, ¿verdad, Mac?

Parecía soñoliento. Las drogas lo estaban adormeciendo.

—Lo llevé más allá de la forma extrema de Kerr-Newman —explicó—. Le di una forma distinta, de equilibrio metaestable. El horizonte de acontecimientos había desaparecido, igual que todos los vectores de muerte.

—¡Dios mío! —No había nada parecido—. ¿No tenía horizonte de acontecimientos? ¿Pero eso no significa que conseguiste…?

McAndrew seguía asintiendo, con las pupilas dilatadas.

—…una singularidad desnuda. Así es, Jeanie. Conseguí una singularidad desnuda, en equilibrio, en la Sección Siete. No se produce acelerando la rotación. Hay que valerse de otro método… —La voz se le confundía, como si tuviera la lengua hinchada—. No sabía qué podría suceder si alguien trataba de conectarlo, de utilizarlo para la impulsión. O bien cambiaba la configuración del espacio-tiempo, de un solo tiempo y un espacio tridimensional a dos espacios y dos tiempos, o bien podíamos experimentar la explosión más grande del Sistema. Toda la masa saldría como radiación, en un solo estallido.

Bryson comenzaba a comprender lo que decíamos.

—¿Pero dónde está Yifter ahora? —preguntó.

—Muy lejos de aquí… —repuse—. Fuera de este universo.

—¿Y no se le puede hacer volver? —preguntó Bryson.

—Espero que no. —Ya había tenido Yifter de sobra.

—Pero yo debía entregarlo a salvo en Titán —dijo Bryson—. Soy responsable de su seguridad durante el viaje. ¿Qué voy a decir a la Coordinadora Planetaria?

No me caía demasiado bien. Estaba bastante ocupada examinando las heridas de McAndrew. Los dedos podían ser regenerados empleando el equipo de retroalimentación biológica que había en Titán, pero el pulmón exigía vigilancia. Seguía sangrando un poco.

—Dígales que ha vivido una experiencia muy singular —dije. McAndrew gruñó mientras yo le escarbaba el orificio que tenía a un lado del cuerpo.

—Lo siento, Mac. Tengo que hacerlo. ¿Sabes una cosa? Para mí has perdido toda tu reputación. Pensaba que eras un pacifista. Nos has sermoneado durante todo el viaje y luego has mandado a Yifter y a sus secuaces al mismísimo infierno. Enhorabuena.

McAndrew comenzaba a perder la conciencia bajo los efectos de los analgésicos. Me hizo un guiño y se aclaró la garganta con su característico carraspeo.

—¡Ejem! De acuerdo, soy un pacifista. Los pacifistas debemos cuidar unos de otros. ¿Cómo podemos tener esperanzas de lograr la paz con gente suelta como Yifter, dispuesta a sembrar problemas? Hay muchos más como él, a pocas horas de nosotros. Cúrame deprisa. Tendría que estar fisgoneando en los demás kernels. En caso de que el resto de los Lucies decidiera visitarnos luego…

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