Preludio

Qué extraño que un mundo tan pequeño e insignificante haya llegado a tener tanta importancia.

El tráfico rugía entre las torres de Capital City, tras la cúpula hermética de cristal del palanquín oficial. Pero no penetraba ningún ruido que molestase al burócrata de Costes y Prevención, que se concentraba sólo en la holo-imagen de un pequeño planeta, que giraba lentamente al alcance de su brazo emplumado. Ante los ojos del burócrata aparecieron mares azules y grupos de islas brillantes como joyas, que centelleaban reflejando el fulgor de una estrella fuera del campo de visión.

Si yo fuera uno de los dioses de los que se habla en las leyendas de los lobeznos…, imaginó el burócrata. Sus alas se doblaron. Tenía la sensación de que solamente debía extender la garra y asirlo…

Pero no. Esa idea absurda demostraba que el burócrata había pasado demasiado tiempo estudiando al enemigo. Su mente se estaba contagiando de estúpidos conceptos terrestres.

Dos ayudantes peludos revoloteaban en silencio a su alrededor, arreglándole las plumas y preparándolo para el encuentro que tenía previsto. Pero el burócrata los ignoraba. A su lado pasaban velozmente coches aéreos y lanchas flotantes, y los carriles reglamentarios de tráfico desaparecían ante los faros del vehículo oficial. Éste era un estatus normalmente acordado sólo para la realeza, pero en el interior del palanquín todo seguía pasando inadvertido mientras el grueso pico del burócrata se inclinaba hacia la holo-imagen.

Garth. Tantas veces la víctima.

Unos perfiles de continentes marrones y de mares azules poco profundos se extendían parcialmente bajo nubes de tormenta, tan engañosamente blancas y blandas a la vista como el plumaje de un gubru. A lo largo de una cadena de islas, y en un solo punto al extremo del continente más grande, brillaban las luces de unas pocas ciudades pequeñas. En todos los otros lugares, el mundo parecía intacto, perturbado sólo por los ocasionales fogonazos parpadeantes de relámpagos de tormenta.

Unas hileras de símbolos en código contaban una verdad más oscura. Garth era un sitio pobre, un riesgo difícil. ¿Por qué otra razón se les había concedido a los lobeznos humanos y a sus pupilos el arrendamiento de una colonia en ese lugar? Los Institutos Galácticos lo habían dado por perdido hacía mucho tiempo.

Y ahora, pequeño y desgraciado mundo, has sido elegido como escenario de una guerra.

El burócrata de Costes y Prevención tenía la costumbre de pensar en ánglico, el detestable y no aceptado lenguaje de las criaturas terráqueas. Muchos gubru consideraban el estudio de las materias alienígenas un insano pasatiempo, pero ahora la obsesión del burócrata parecía a punto de resolverse.

Al fin. Hoy.

El palanquín había sobrepasado las grandes torres de Capital City, y ante él parecía levantarse un edificio mastodóntico de piedra opalescente: el Coso del Cónclave, sede del gobierno de todas las razas y clanes gubru.

Nervioso; unos temblores de expectación recorrían el cuerpo del burócrata, desde la cresta de su cabeza hasta sus plumas vestigiales de vuelo, provocando gorjeos de queja en los dos ayudantes kwackoo. ¿Cómo iban a terminar de arreglar las hermosas y blancas plumas del burócrata, se preguntaban, si no se estaba quieto?

—Yo comprendo, entiendo y obedeceré —respondió de modo indulgente el burócrata en lenguaje galáctico estándar número Tres. Estos kwackoo eran criaturas leales y se les podían permitir algunas pequeñas impertinencias. Como distracción, el burócrata volvió a pensar en Garth, el pequeño planeta.

Es el destacamento terráqueo más indefenso… el más fácil de tomar como rehén. Es por ello que los militares han presionado tanto para que se realice esta operación, a pesar de la mala prensa que tenemos en todo el espacio. Va a ser un duro golpe para los lobeznos, y podemos obligarlos a que nos cedan lo que queremos.

Después de las fuerzas armadas, quien más había apoyado el plan fue el clero. Hacía poco, los Guardianes de la Idoneidad decretaron que podía llevarse a cabo una invasión sin pérdida alguna del honor.

Sólo quedaba el Servicio Civil, el tercer pie de la Percha de Mando. Y ahí el consenso se había roto. Los superiores del burócrata en el departamento de Costes y Prevención hicieron objeciones. El plan era demasiado arriesgado, declararon. Y demasiado caro.

Una Percha no puede sostenerse sólo con dos pies. Tiene que haber consenso. Tiene que haber compromiso.

Hay veces en las que un nido no puede evitar el afrontar riesgos.

El gigantesco Coso del Cónclave se convirtió en un acantilado de piedra labrada que ocultaba la mitad del cielo. Apareció una abertura cavernosa que se tragó al palanquín. Con un suave murmullo se cerraron los gravíticos de la pequeña nave y se levantó la capota. Una multitud de gubru con el habitual plumaje blanco de los adultos sin sexo estaba ya esperando al pie de la plataforma de aterrizaje.

Lo saben, pensó el burócrata, mirándolos con el ojo derecho. Saben que ya no soy uno de ellos.

Con su otro ojo el burócrata echó un último vistazo al globo azul envuelto en blanco. Garth.

Pronto, pensó en ánglico el burócrata. Pronto nos encontraremos.


El Coso del Cónclave era una orgía de colores. ¡Y qué colores! En todas partes brillaban plumas con los tonos reales: escarlata, ámbar y azul cobalto.

Dos sirvientes kwackoo de cuatro patas abrieron la puerta ceremonial al burócrata de Costes y Prevención, que se había detenido unos momentos silbando asombrado ante la grandeza del Coso. Cientos de perchas llenaban las gradas de las paredes, fabricadas con costosas maderas importadas de cien mundos y trabajadas con delicados adornos. Y, a su alrededor, estaban los Maestros de las Perchas de la raza gubru.

A pesar de lo bien que se había preparado para aquello, el burócrata no pudo evitar sentirse profundamente conmovido. ¡Nunca había visto tantas reinas y príncipes a la vez!

Para un extraño, había pocas cosas que distinguieran al burócrata de sus señores. Todos eran altos, delgados, descendientes de los pájaros no voladores. A simple vista sólo el increíblemente coloreado plumaje de los Maestros de la Percha era lo que los diferenciaba de la mayoría de la raza. Sin embargo, había otras diferencias más importantes subyacentes. Después de todo, ellos eran reinas y príncipes, tenían sexo y un demostrado derecho para el mando.

Los Maestros de la Percha volvieron de lado sus cabezas para contemplar con un ojo cómo el burócrata de Costes y Prevención se apresuraba a ejecutar una rápida y remilgada danza de acatamiento ritual, poniendo en ella toda la atención y prestancia de que era capaz.

¡Qué colores! El amor despertaba dentro del pecho peludo del burócrata una oleada hormonal desencadenada por aquellos tonos reales. Era una vieja e instintiva respuesta y ningún gubru se había propuesto nunca cambiarla. Ni siquiera después de aprender el arte de la alteración genética y convertirse en viajeros del espacio. Los que en aquella raza alcanzaban lo esencial, el color y el género, tenían que ser adorados por aquellos que todavía eran blancos y neutros.

Ése era el meollo exacto de lo que significaba ser gubru.

Y estaba bien. Era el sistema.

El burócrata se percató que otros dos gubru de plumas blancas habían entrado en el Coso por unas puertas laterales. Se reunieron con él en la plataforma central y se acomodaron los tres juntos en unas perchas más bajas frente a los Maestros de la Percha.

El de la derecha iba ataviado con ropajes plateados y alrededor de su fino y blanco cuello llevaba el distintivo a rayas del clero.

El candidato de la izquierda llevaba armas de cinto y la guarnición de acero como oficial militar. Las puntas de la cresta estaban teñidas en indicación de su rango de coronel.

Mostrándose muy fríos, los otros dos gubru de plumas blancas no se volvieron para saludar al burócrata, y éste tampoco dio ninguna muestra de reconocerlos. Pero se sintió intrigado. ¡Somos tres!

La Presidente del Cónclave, una reina anciana cuyo plumaje, muy vistoso tiempo atrás, se había vuelto de un rosa descolorido, encrespó las plumas y abrió el pico. La acústica del Coso amplió automáticamente su voz cuando ella gorjeó para pedir atención. Todos los otros príncipes y reinas callaron de inmediato.

La Presidente del Cónclave levantó un brazo delgado y cubierto de plumas. Entonces se puso a cantar, balanceándose. Uno a uno se añadieron todos los demás Maestros de la Percha, y muy pronto una multitud de formas azules, ámbar y escarlata se movía con ella. De la asamblea real surgió un gemido grave y átono.

Zoooon…

—Desde tiempo inmemorial —trinó la Presidente en galáctico formal Tres—, desde antes de nuestra gloria, desde antes de nuestro tutelaje, desde antes incluso de nuestra Elevación a sensitivos, ha sido nuestra forma de buscar equilibrio.

La asamblea cantó a contrarritmo.

Equilibrio en las vetas marrones del suelo,

Equilibrio en brutales corrientes de aire,

Equilibrio en nuestros esquemas mayores.

—Antes de que nuestros ancestros fueran todavía bestias presensitivas, antes de que nuestros tutores gooksyu nos encontraran y nos iniciaran en el conocimiento, antes de que incluso habláramos o conociéramos herramientas, aprendimos esta sabiduría, esta forma de tomar decisiones, esta forma de alcanzar el consenso, esta forma de hacer el amor.

—Zoooon…

—Como medio-animales, nuestros ancestros ya sabían que debíamos… debíamos escoger… debíamos escoger a tres.

¡Uno para cazar y aplastar con osadía,

por la gloria y el territorio!

¡Uno para buscar el comportamiento justo,

por la pureza y la idoneidad!

¡Uno para vigilar los peligros que surjan,

por la seguridad de nuestros huevos!

El burócrata de Costes y Prevención percibió que los otros dos candidatos que lo flanqueaban estaban tan eléctricamente conscientes como él, presas de una tensa expectación. No había honor más grande que pertenecer a la terna elegida.

Como era natural, a los jóvenes gubru se les enseñaba que ésta era la mejor manera. Pues, ¿qué otra especie combinaba de manera tan hermosa la política y la filosofía con el amor y la reproducción? El sistema había funcionado durante muchos años. Los había llevado a las cumbres del poder en la sociedad galáctica.

Y ahora puede que nos lleve al borde de la ruina.

Quizás hasta era sacrilego imaginarlo, pero el burócrata de Costes y Prevención no pudo evitar preguntarse si algún otro método de los que había estudiado no sería mejor, después de todo. Había leído sobre tantos estilos de gobierno que usaban otras razas y clanes, autarquías y aristocracias, tecnocracias y democracias, sindicatos y meritocracias. ¿No sería uno de ellos un sistema en realidad mejor para juzgar cuál era el camino adecuado en un universo peligroso?

La idea podía ser irreverente, pero esos pensamientos tan poco convencionales eran la razón de que ciertos Maestros de la Percha hubiesen elegido al burócrata para representar un papel de destino. Cuando pasaron los días y los meses, uno de los tres tendría que ser el incrédulo. Y siempre ése era el de Costes y Prevención.

—De este modo buscamos equilibrio. De este modo buscamos el consenso. De este modo resolvemos los conflictos.

¡Zoooon! —aprobaron las reinas y príncipes.

Se había necesitado una larga negociación para seleccionar a cada uno de los tres candidatos: uno del ejército, otro de las órdenes clericales y otro del Servicio Civil. Si todo salía bien, de ese conglomerado surgirían una nueva reina y dos nuevos príncipes. Y junto con una nueva línea vital de huevos para la raza se produciría una nueva política, que nacería de la fusión de sus criterios.

Así era como se suponía que debía terminar. El inicio, sin embargo, era otra cuestión. Predestinados a ser amantes, los tres serían también desde el principio competidores. Adversarios.

Puesto que sólo podía haber una reina.

—Enviamos a este trío a una misión vital. Una misión de conquista. Una misión de coerción.

»Los mandamos también en busca de unidad… en busca de acuerdo, en busca de consenso, para permanecer unidos en estos tiempos difíciles.

¡Zoooon!…

En el vehemente coro podía sentirse el deseo desesperado de resolución, de un final a los amargos desacuerdos. Los tres candidatos iban a dirigir una de las muchas fuerzas de combate del clan gooksyu-gubru. Pero los Maestros de la Percha habían puesto una esperanza especial en este triunvirato.

Los sirvientes kwackoo ofrecieron unas brillantes copas a los candidatos. El burócrata de Costes y Prevención alzó una de ellas y bebió ávidamente. El líquido pareció fuego de oro bajando por sus entrañas.

El primer sorbo del Licor Real…

Como era de esperar, tenía un sabor distinto de todo lo imaginable. Al instante, el blanco plumaje de los tres candidatos pareció relucir con la brillante promesa del color que iba a aparecer.

Debemos luchar juntos, y al final uno de nosotros se volverá ámbar. Otro se volverá azul.

Y otro, presumiblemente el más fuerte, el que adopte la mejor política, ganará el premio definitivo.

Un premio predestinado a ser mío. Porque fue dicho que todo ha de tenerse preparado con anticipación. La precaución tiene que vencer el futuro consenso. Un análisis meticuloso ha mostrado que las alternativas serían intolerables.

—Tenéis que avanzar, pues —cantó la Presidente del Cónclave—. Vosotros tres, los nuevos Suzeranos de nuestra raza y nuestro clan. Tenéis que avanzar y vencer. Tenéis que avanzar y someter a los herejes lobeznos.

¡Zoooon! —trinó la asamblea.

La presidente bajó el pico hacia su pecho como si de repente se sintiera exhausta. Entonces el nuevo Suzerano de Costes y Prevención oyó débilmente lo que agregaba:

—Debes avanzar y tratar por todos los medios de salvarnos…

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