Séptima Parte LOBEZNOS

Ni un ápice, desafiamos a los augurios; hay una providencia especial hasta en la caída de un gorrión. Si es ahora, no ha de venir; si no es ahora, aún vendrá. Sólo hay que tener buena disposición de ánimo.

Hamlet, Acto V. escena II

111. FIBEN

—Goodall, ¡cómo odio las ceremonias!

El comentario le valió un codazo en las costillas.

—Estáte quieto, Fiben. Todo el mundo nos mira.

Fiben suspiró e hizo un esfuerzo para mantenerse erguido. No pudo evitar acordarse de Simón Levi y de la última vez que habían formado juntos, no lejos de allí. Hay cosas que nunca cambian, pensó. Ahora era Gailet quien le regañaba para que se comportase dignamente.

¿Es que todo el mundo que lo amaba tenía inevitablemente que intentar corregir su postura?

—Si querían pupilos elegantes, podrían haber elevado…

Las palabras se interrumpieron con un brusco «¡uf!». Los codos de Gailet eran mucho más duros que los de Simón. Fiben murmuró irritado para sí mientras sus fosas nasales se ensanchaban, pero permaneció quieto. Ella, tan formal, con su uniforme nuevo y bien cortado, tal vez se sentía contenta de estar allí, pero a él nadie le había preguntado si quería una maldita medalla. A él nunca le preguntaban nada.

Por fin, el tres veces maldito almirante thenanio terminó su monótono y aburrido discurso sobre la virtud y la tradición y se oyeron unos aplausos dispersos. Hasta Gailet parecía aliviada cuando el enorme thenanio regresó a su asiento. Pero, maldita sea, había otros muchos que parecían querer hablar.

El alcalde de Puerto Helenia, que había regresado de su reclusión en las islas, ensalzó a los valientes rebeldes urbanos y rogó a su concejal chimp que se acercara más a menudo por el ayuntamiento. Eso le valió un sincero aplauso… y probablemente algunos votos más de los chimps cuando llegaran las próximas elecciones, pensó Fiben con cinismo.

Tos*Quinn’3, la Examinadora del Instituto de Elevación, resumió el acuerdo recientemente firmado por Kault en nombre de los thenanios, y por la legendaria almirante Álvarez, en nombre de los clanes de la Tierra, según el cual la especie de barbecho conocida anteriormente como gorilas se embarcaba en la larga aventura de la sapiencia. Los nuevos ciudadanos galácticos, conocidos ya en todas partes con el nombre de la «Raza Pupila Que Eligió», recibirían en inquilinato el territorio de las Montañas de Mulun durante cincuenta mil años. Ahora, eran verdaderos garthianos.

A cambio de la asistencia técnica por parte de la Tierra y de las reservas genéticas de los gorilas en barbecho, el poderoso clan de los thenanios se comprometía a defender la colonia terrestre de Garth y otros cinco mundos coloniales de la Tierra y de Tymbrimi. No interferirían directamente en los conflictos ya iniciados con los soro, los tandii y otros clanes fanáticos, pero, en esas líneas de combate, facilitarían la necesidad urgente de socorrer a los planetas de origen.

Y los thenanios ya no eran enemigos de la alianza de los bromistas y los lobeznos. Sólo ese hecho tenía tanto poder como una gran armada.

Hemos realizado lo que hemos podido y más, pensó Fiben. Hasta aquel momento se tenía la impresión de que la gran mayoría de galácticos «moderados» se sentarían a un lado y permitirían a los fanáticos actuar como quisieran. Ahora había alguna esperanza de que la «inevitable marea de la historia», de la cual se decía que condenaba a todos los clanes lobeznos, no se considerase como algo inevitable. Los acontecimientos de Garth habían motivado corrientes de simpatía hacia los más débiles.

Fiben no podía predecir si tendrían que poner en práctica más trucos mágicos cuando necesitaran conseguir otros aliados, pero estaba seguro de que el resultado final se decidiría a miles de parsecs de distancia de allí. Tal vez en la vieja Madre Tierra.

Cuando Megan Oneagle empezó a hablar, Fiben comprendió que finalmente había llegado la parte más desagradable de aquella mañana.

—… sería un desprestigio total si no aprendiéramos de los meses que acabamos de vivir. Después de todo, ¿cuál es la utilidad de los momentos difíciles si no nos vuelven más sabios? ¿Para qué nuestra honorable muerte respetó sus vidas?

La Coordinadora Planetaria tosió unos instantes y pasó las hojas de su anticuado cuaderno de notas.

—Tenemos que proponer una revisión en el sistema de libertad condicional que crea marginales y causa resentimientos capaces de explotar. Debemos esforzarnos para que las instalaciones de la nueva Biblioteca estén al alcance de todos. Y tenemos también que cuidar y mantener el equipamiento del Montículo Ceremonial para el día en que regrese la paz y pueda ser utilizado para sus fines adecuados: la celebración de estatus que la raza pan argonostes tanto merece.

»Y lo más importante de todo: tenemos que utilizar las indemnizaciones gubru para financiar la continuación de nuestra tarea más importante en Garth; la de revertir la declinación de la frágil ecosfera del planeta, utilizando nuestros conocimientos penosamente adquiridos para detener la espiral descendente y devolver este mundo, nuestro por adopción, a su auténtico cometido; el de criadero de una maravillosa diversidad de especies, el de manantial de toda sapiencia.

«Muchos de estos planes serán presentados para una discusión pública durante las próximas semanas. —Megan levantó la vista de sus notas y sonrió—. Pero hoy tenemos además otro quehacer, el placentero quehacer de honrar a todos aquellos que han logrado que nos sintamos tan orgullosos. Los que han hecho posible que estemos aquí hoy, en libertad. Es nuestra ocasión de demostrarles cuan agradecidos les estamos y cuánto los queremos.

¿Me quieres?, preguntó Fiben en silencio. Entonces deja que me vaya de aquí.

—Por supuesto —continuó la Coordinadora—, para algunos de nuestros ciudadanos chimps el reconocimiento de sus logros no terminará cuando lo hagan sus vidas ni incluso cuando ocupen un lugar en los libros de historia, sino que continuará con la veneración que depositaremos en sus descendientes, en el futuro de su raza.

A la izquierda de Fiben, Sylvie se inclinó hacia adelante lo suficiente para mirar a Gailet, que estaba a la derecha del chimp. Ambas compartieron una mirada y una sonrisa.

Fiben suspiró. Al menos había logrado convencer a Cordwainer Appelbe para que mantuviera en secreto su ascenso al maldito carnet blanco. De poco servía eso. Las chimas con carnets verdes y azules de todo Puerto Helenia ya estaban tras él. Y Gailet y Sylvie apenas representaban una ayuda. ¿Para qué demonios se había casado con ellas sino para protegerse? Fiben hizo una mueca de desdén ante tal pensamiento. ¡Protección, claro! Sospechaba que ambas estaban ya entrevistando y evaluando a posibles candidatas.

Aunque dos especies procedieran del mismo clan, e incluso del mismo planeta, siempre había diferencias básicas entre ellas. Había que considerar lo mucho que habían cambiado los humanos del preContacto por razones meramente culturales. Las costumbres amorosas y de reproducción entre los chimps se basaban, por supuesto, en su propia herencia sexual, muy anterior a la Elevación.

Sin embargo, había en Fiben el suficiente condicionamiento humano para que se sonrojase sólo de pensar lo que aquellas dos iban a hacer con él, ahora que eran íntimas amigas. ¿Cómo he podido caer en tal situación?

Sylvie le miró a los ojos y le sonrió. Gailet deslizó la mano entre las suyas.

¡Bueno, admitió, creo que no va a ser tan duro.

En aquellos momentos ya habían comenzado a llamar a la gente para entregarles sus medallas. Pero durante unos instantes Fiben sólo fue consciente de ellos tres, sentados allí juntos, como si el resto del mundo fuera una ilusión. En realidad, bajo su capa externa de cinismo, se encontraba muy bien.

Robert Oneagle se levantó y se acercó al estrado para recoger su medalla, y parecía sentirse mucho más cómodo en su uniforme que Fiben en el suyo. Fiben observó a su compañero humano. Tengo que preguntarle quién es su sastre.

Robert no se había afeitado la barba y conservaba el cuerpo fuerte ganado en la dura vida de la montaña. Ya no era un mozalbete. En realidad, parecía un héroe de historieta de pies a cabeza.

¡Qué absurdo! Fiben hizo una mueca de disgusto. Van a conseguir que se le suban los humos a la cabeza. Tendré que retarlo a una lucha cuerpo a cuerpo. Evitar que crea todo lo que se escribe en la prensa.

La madre de Robert parecía haber envejecido durante la guerra. En la última semana la había visto repetidas veces quedarse sorprendida ante su alto y bronceado hijo, que andaba con la gracia de un gato salvaje. Parecía orgullosa y asombrada al mismo tiempo, como si los duendes se hubieran llevado a su hijo y se lo hubiesen cambiado por otro.

Eso se llama crecer, Megan.

Robert saludó y regresó a su asiento. Al pasar junto a Fiben, su mano izquierda hizo un rápido signo, una sola palabra en el lenguaje de las manos.

¡Cerveza!

Fiben empezó a reírse pero se reprimió porque tanto Sylvie como Gailet se volvieron a mirarlo enojadas. No importaba. Era bueno saber que Robert se sentía como él. Era casi preferible enfrentarse con los soldados de Garra que con aquella absurda ceremonia.

Robert volvió a su asiento junto a la teniente Lydia McCue, cuya nueva condecoración brillaba en el pecho de su radiante túnica. La muchacha permanecía erguida y atenta a los diversos actos, pero Fiben pudo ver lo que era invisible para los dignatarios y el público: que la punta de la bota de la militar levantaba el doblez de la pernera del pantalón de Robert.

El pobre Robert luchaba por mantener la compostura. Al parecer, la paz tenía sus propios problemas. En algunos aspectos, la guerra era más sencilla.

Apartado de la multitud, Fiben distinguió un pequeño grupo de humanoides, unos delgados bípedos cuyo aspecto de zorro era negado por unos zarcillos que ondeaban ligeramente sobre sus orejas. Entre los tymbrimi reconoció fácilmente a Uthacalthing y a Athaclena. Ambos habían declinado cualquier honor, cualquier recompensa. Los habitantes de Garth tendrían que esperar a que ambos muriesen antes de erigirles monumentos. En cierto sentido, aquella limitación sería su mejor recompensa.

La hija del embajador había borrado muchas de las modificaciones faciales y corporales que la habían hecho parecer tan humana. Hablaba en voz baja con un joven tym, que podía considerarse atractivo, supuso Fiben, al menos desde un punto de vista ET.

Parecía que los dos jóvenes, Robert y su esposa alienígena, se habían readaptado completamente para volver con los suyos. Pero Fiben sospechaba que ahora ambos tenían más éxito con el sexo opuesto del que habían tenido antes de la guerra.

Y sin embargo…

Durante una de las interminables series de recepciones diplomáticas y conferencias, los había visto juntos unos breves instantes. Sus cabezas habían permanecido muy cercanas y, aunque no intercambiaron palabra, Fiben estaba seguro de haber visto o sentido algo que giraba en el espacio sobre los dos.

Por muchos cónyuges o amantes que tuvieran en el futuro, era evidente que había algo que Robert y Athaclena compartirían siempre, con independencia de la distancia que el universo pusiera entre ellos.

Sylvie regresó a su asiento después de recibir su condecoración. El vestido no podía disimular la forma redondeada que iba adquiriendo su cuerpo. Otro cambio al que Fiben tendría que acostumbrarse muy pronto. Pensó que los bomberos de Puerto Helenia tendrían que reclutar más personal cuando aquel crío empezase a estudiar química en la escuela.

Gailet abrazó a Sylvie y después fue ella la que se aproximó al pódium. Esa vez los vítores y aplausos fueron tan prolongados que Megan tuvo que pedir silencio.

Pero cuando Gailet habló, no fue el himno triunfal de victoria que todos esperaban. Al parecer, su mensaje era mucho más serio.

—La vida no es justa. —Los murmullos de la audiencia se apagaron cuando Gailet alzo los ojos y pareció mirarlos uno por uno—. Quien diga que lo es, o que tendría que serlo, es un estúpido o algo peor. La vida puede ser cruel. Los trucos de Ifni pueden ser caprichosos juegos de oportunidad y probabilidad. O una fría ecuación puede abatirte si cometes un error en el espacio. O incluso al bajar de la acera en un momento inadecuado puedes sucumbir.

«Éste no es el mejor de los mundos posibles. Porque si lo fuera, ¿existiría lo ilógico?, ¿la tiranía?, ¿la injusticia? Incluso la Evolución, manantial de toda diversidad y corazón de la naturaleza, es muy a menudo un proceso duro, que depende de la muerte para originar nueva vida.

»No, la vida no es justa. El universo no es justo.

»Y sin embargo —Gailet sacudió la cabeza—, y sin embargo, aunque no sea justo, al menos puede ser hermoso. Mirad a vuestro alrededor. Eso es más importante de que todo lo que yo pueda decir. Mirad este mundo encantador y triste que es vuestro hogar. ¡He aquí Garth!

La reunión se celebraba en lo alto de una colina un poco al sur de la nueva sección de la Biblioteca, en una pradera con amplia vista en todas direcciones, Al oeste se podía ver el mar de Climar, su superficie gris azulada estaba coloreada por líneas de plantas de vida flotante y punteada por trazos de espuma producida por las criaturas existentes bajo las aguas; sobre él, se hallaba el cielo azul, lavado por la última tormenta de invierno. Las islas brillaban a la luz del sol de la mañana, como lejanos reinos mágicos.

En la parte norte de la pradera se elevaba la amarronada torre de la sección de la Biblioteca con la radiante espiral de su signo grabada en rutilante piedra. Unos árboles recién plantados, procedentes de dos mundos distintos, se balanceaban suavemente en la brisa que flotaba sobre y alrededor del gran monolito, tan intemporal como los conocimientos que almacenaba.

Al este y al sur, más allá de las ocupadas aguas de la Bahía de Aspinal, se hallaba el Valle del Sind, en el que empezaban a brotar los primeros vastagos que llenaban el aire con los aromas de la primavera. Y en la distancia se extendían las montañas, como titanes dormidos a punto de despojarse de sus invernales cubiertas de nieve.

—Nuestras pequeñas vidas, nuestra especie, nuestro clan, nos parecen muy importantes, pero ¿qué son comparados con todo esto?, ¿este vivero de creación? Fue por esto por lo que mereció la pena luchar. Para protegerlo —señaló el mar, el cielo, el valle y las montañas—. Ahí está nuestro gran logro.

»Nosotros, los terrestres, sabemos mejor que muchos lo injusta que puede ser la vida. Tal vez desde la época de los Progenitores ningún clan lo ha comprendido tan bien. Nuestros queridos tutores humanos casi destruyeron a nuestra amada Tierra antes de alcanzar la sabiduría. Los chimps, los delfines y los gorilas son sólo un pequeño ejemplo de lo que se habría perdido si ellos no hubiesen madurado.

»Como se perdieron los verdaderos garthianos —su tono de voz disminuyó, se convirtió casi en susurro—, hace cincuenta mil años, antes de que tuvieran la oportunidad de contemplar asombrados el cielo nocturno y preguntarse por primera vez qué era esa luz que brillaba en sus mentes.

»No. —Gailet sacudió la cabeza—. La guerra para proteger el Potencial se está librando desde hace muchos eones. No termina aquí. De hecho, tal vez no termine nunca.

Cuando Gailet concluyó, se produjo un largo y asombrado silencio, seguido después por algunos aplausos dispersos e incómodos. Pero cuando Sylvie y Fiben la abrazaron, Gailet tenía una leve sonrisa en los labios.

—Así se habla —le dijo el chimp.

Entonces, inevitablemente, le tocó el turno a Fiben. Megan Oneagle leyó una lista de sus logros que, obviamente había sido redactada por algún departamento de publicidad a fin de ocultar lo sucio, maloliente y basado en la suerte que había sido todo. Leída en voz alta de ese modo, sonaba muy poco familiar. Fiben apenas recordaba haber hecho la mitad de las cosas que se le atribuían.

No se le había ocurrido preguntarse por qué lo habían dejado para el final. Supuso que había sido por ganas de fastidiar. Seguir la línea de Gailet sería una pura atrocidad, pensó.

Megan lo llamó para que se acercara Los zapatos que tanto odiaba casi lo hacían parecer elegante mientras se aproximaba al estrado. Saludó a la Coordinadora Planetaria e intentó mantenerse erguido mientras ésta le colocaba una llamativa medalla y una insignia que lo convertía en coronel de las Fuerzas de Defensa de Garth. Los vítores de la multitud, especialmente de los chimps, le hicieron sentir calor en las orejas y se encontró aún peor cuando, por consejo de Gailet, sonrió y saludó a las cámaras.

Bueno, tal vez puedo soportarlo, pero en pequeñas dosis.

Megan le ofreció el pódium y Fiben subió a él. Había preparado una especie de discurso, garabateado en unos papeles que llevaba en el bolsillo, pero después de escuchar a Gailet decidió que era mejor limitarse a dar las gracias a todo el mundo y sentarse de nuevo.

Esforzándose para poner el micrófono a su altura, empezó:

—Sólo quiero decir una cosa y es que ¡HUAUUUUU!

Una repentina descarga de electricidad en el pie izquierdo lo hizo saltar. Se agachó, agarrándose el miembro herido, y entonces otra descarga le atacó el pie derecho. No pudo menos de gritar. Miró hacia abajo justo a tiempo de ver un pequeño resplandor azul que emergía bajo el podio y se extendía hacia ambos tobillos. Saltó dos metros en el aire, mientras gritaba con fuerza, y fue a aterrizar sobre el atril de madera.

Jadeaba. Tardó unos instantes en conseguir separar el aterrorizante zumbido de sus orejas de los vítores histéricos del público. Parpadeó, se frotó los ojos y miró a su alrededor asombrado.

Los chimps se habían subido a las sillas plegables y agitaban los brazos. No paraban de saltar y aullar. En las filas de la guardia de honor del ejército reinaba la confusión: hasta los humanos reían y aplaudían bulliciosamente.

Fiben miró perplejo a Gailet y Sylvie y el orgullo que había en sus ojos le hizo comprender el significado de todo aquello.

¡Han creído que ése era el discurso que he preparado! advirtió.

Visto retrospectivamente, había resultado perfecto. Había roto la tensión y parecía la descripción exacta de lo que uno sentía por el regreso de la paz.

¡Sólo que no lo escribí yo, maldita sea!

Observó una expresión preocupada en el rostro del alcalde de Puerto Helenia. ¡No! ¡Lo próximo que querrán es que me presente a las elecciones!

¿Quién me ha hedió esto?

Fiben escudriñó la multitud y de inmediato notó que alguien había reaccionado de modo distinto, sin sorprenderse en absoluto. Contrastaba con el resto de la multitud por sus ojos muy separados y sus ondulantes zarcillos, pero también por esa expresión tan humana de hilaridad apenas contenida.

Y había algo más, alguna no-cosa que Fiben de alguna manera sintió que flotaba sobre la corona fluctuante del risueño tymbrimi.

Fiben suspiró. Si las miradas matasen, los mejores aliados y amigos de la Tierra tendrían que mandar de inmediato un nuevo embajador a Garth.

Cuando Athaclena le guiñó un ojo, aquello acabó de confirmar sus sospechas.

—Muy divertido —murmuró cáusticamente entre dientes, mientras se esforzaba en sonreír y saludaba de nuevo a la alborotada multitud—. Terriblemente divertido, Uthacalthing.

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