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En el patio resonaban los crujidos de las espadas de madera mientras Sorak y Tamura avanzaban y retrocedían en la compleja coreografía del combate. El joven tenía menos de la mitad de la edad de Tamura y, a pesar de acabar de realizar un intenso entrenamiento, seguía poseído por la energía de la juventud. De todas formas, Tamura no estaba en absoluto en desventaja; si era la instructora jefe en el manejo de las armas del convento era por un único motivo: era la mejor.

A los cuarenta y tres años, el estado físico de la mujer era superior al de la mayoría de las mujeres que tenían la mitad de su edad, y sus reacciones tan veloces como siempre. Luchaba cubierta con una túnica fina para proteger la blanca piel del sol, los rubios cabellos sujetos en una cola floja tras el cuello. Sorak, que ya se había empapado de sudor durante la sesión de entrenamiento, luchaba con el pecho desnudo, su piel más oscura mucho menos vulnerable a los rayos solares. La negra melena le caía más abajo de los hombros y los finos músculos destacaban con claridad, resaltados por el reluciente sudor. Ryana se sentía excitada mientras lo observaba.

Durante años, lo había considerado un hermano, aunque no estaban emparentados y ni siquiera pertenecían a la misma raza. Pero, últimamente, Ryana había observado un cambio espectacular en sus sentimientos hacia Sorak, aunque, como éste había ocurrido gradualmente, jamás llegó un momento en el que se sintiera con – mocionada por el repentino descubrimiento de que lo amaba. Había tenido tiempo para analizar estos sentimientos y acostumbrarse a ellos, si bien era algo que ella y el joven nunca habían discutido. Aun así, sabía que él debía estar al tanto de sus sentimientos, porque estaban demasiado unidos para que no se diera cuenta. Sin embargo, el muchacho no había dicho o hecho nunca nada que le indicara que sentía lo mismo por ella.

Todas las demás lo sabían, Ryana estaba segura. Todo el mundo estaba enterado. Era algo que sencillamente no podía ocultar, ni deseaba hacerlo, pues se decía a sí misma que no había nada malo en sus sentimientos. Con sólo algunas excepciones, las sacerdotisas villichis permanecían célibes, pero ello no se debía a ninguna regla; era simplemente su elección. Estaba segura de que su amor por Sorak no violaba ningún tabú del convento, aunque algunas de entre las hermanas intentaban que no se dieran tales casos.

– Pisas terreno peligroso, Ryana -le había dicho Saleen mientras trabajaban en sus telares. Saleen era mayor que ella, casi veintidós, y vio cómo Ryana seguía con la mirada a Sorak cuando éste pasó junto a su ventana. El joven se encaminaba a ver a la gran señora con Tigra trotando junto a él.

– ¿A qué te refieres? -repuso la muchacha.

– Sorak -respondió Saleen con una sonrisa-. He visto cómo lo miras. Todas lo han visto.

– ¿Y qué sucede? -inquirió la joven, en tono desafiante-. ¿Me estás diciendo que está mal?

– No -había respondido la otra con suavidad-, no soy quién para decirlo, pero lo considero poco aconsejable..

– ¿Por qué? ¿Por qué es un elfling y una tribu de uno? Eso a mí no me importa.

– Sí, pero tal vez le importe a él -repuso Saleen-. Estás más unida a Sorak que ninguna de nosotras, pero esta misma intimidad a lo mejor te impide ver lo que el resto de nosotras ha visto con toda claridad.

– ¿Y qué es ello? -preguntó ella, poniéndose a la defensiva.

– Tú miras a Sorak como una mujer mira al hombre al que ama, mientras que Sorak te mira como un hermano a su hermana.

– Pero no es mi hermano -protestó Ryana.

– Eso no importa demasiado si simplemente te considera como una hermana -dijo Saleen-. Además, sabes que amar a Sorak no podría ser nunca lo mismo que amar a cualquier otro varón. No pretendo ser una experta en las cosas mundanas, Ryana; pero, a juzgar por todo lo que he oído, a menudo a tan sólo dos personas ya les resulta difícil encontrar juntas el amor. Con Sorak, hay más de dos personas involucradas.

– Me doy perfecta cuenta -respondió la muchacha en tono seco-. No soy una estúpida.

– No; nadie lo dice. Ni estoy sugiriendo que no sabes lo que implica. Sus otros aspectos os hablan a través de él sólo a ti y a la gran señora. Las demás jamás hemos tenido ese privilegio. Pero eso no es señal de que todos los aspectos internos de Sorak puedan sentir amor por ti. No es suficiente que tú ames a todo lo que es Sorak; todo lo que es él tiene que amarte a ti. Y, aunque pudieran, ¿adónde conduciría? ¿Adónde podría conducir? Las villichis no se casan. No tomamos compañero.

– No conozco ninguna regla que lo prohíba.

– ¿Has olvidado tus votos? «… dedicar mi corazón y mi espíritu completamente a la hermandad; dedicar mis energías a la enseñanza de las disciplinas que todas consideramos verdaderas; buscar a otras como yo y ofrecerles ayuda y refugio; ser fiel unas a las otras por encima de todo deseo personal y bienestar material.» Ésos son los votos que hiciste Ryana.

– Pero ahí no hay nada que prohíba el matrimonio o tomar un compañero -protestó ella.

– Ésa es tu interpretación -concluyó Saleen-, pero dudo que la gran señora esté de acuerdo con ella. Recuerda, también, que a Sorak jamás se le pidió que hiciera esos votos, porque él no es villichi. Y ya no es una criatura: es casi un hombre adulto. Nuestra vida está aquí, en el convento, con nuestras hermanas. Sorak es un varón… parte elfo y parte halfling. Los elfos son auténticos nómadas y los halflings, algo parecido; lo llevan en la sangre, él lo lleva en su sangre. ¿Realmente crees que Sorak sería feliz quedándose aquí el resto de su vida? Si decide marcharse, Ryana, no hay nada que se lo impida. Pero tú has hecho tus votos.

Ryana sintió una sensación de vacío en la boca del estómago.

– Nunca ha hablado de dejar el convento. Jamás ha mostrado siquiera el menor deseo de marcharse.

– A lo mejor porque el momento aún no había llegado. O puede que, sabiendo lo que sientes, sea un tema que ha rehuido adrede. Vino a nosotras medio muerto, débil en cuerpo y espíritu. Ahora es fuerte en ambas cosas y está lleno de vitalidad, y ya no necesita el convento, Ryana. Ya no nos necesita, y tú eres la única que no puede o no quiere darse cuenta. Tarde o temprano se irá en busca de su camino en esta vida, y ¿qué harás tú entonces?

Ryana no tenía la menor idea. La posibilidad de que Sorak abandonara el convento era algo que ni siquiera había considerado; quizá, como Saleen sugería, porque había tenido miedo de considerarlo siquiera. Había dado por supuesto que ella y Sorak estarían siempre juntos. Pero ¿y si Saleen estaba en lo cierto? La idea de perderlo era más de lo que podía soportar. Desde aquella conversación con Saleen, la incertidumbre la había estado corroyendo. Tampoco había sido la joven sacerdotisa la única en prevenirla en ese sentido.

Al principio intentó decirse que las otras estaban simplemente celosas, o que de algún modo se sentían amenazadas por la perspectiva de que ella y Sorak pudieran convertirse en amantes, pero no pudo engañarse a sí misma. Sabía que sus hermanas la querían, igual que querían a Sorak, y que únicamente pensaban en lo mejor para ella. Pero ¿qué sentía él?

Exteriormente, nada en su relación había cambiado. Ella le había proporcionado todas las oportunidades posibles para que revelara si sus sentimientos eran los mismos, y sin embargo parecía no darse cuenta de sus intentos por desviar su relación hacia unos nuevos derroteros, más íntimos. A lo mejor, se dijo Ryana, había sido demasiado sutil. Los varones, según le habían dicho, no eran demasiado perspicaces; aunque eso no parecía aplicarse a Sorak, que era extraordinariamente perceptivo y poseía una fuerte intuición. «Tal vez -pensó- simplemente espera que yo haga el primer movimiento, que me declare abiertamente.» Pero, por otra parte, ¿y si él no compartía sus sentimientos? Fuera como fuese, ya no podía soportar la incertidumbre por más tiempo. De un modo u otro, tenía que saberlo.

– ¡Es suficiente! -gritó Tamura, alzando la mano y bajando la espada de madera. Tanto ella como Sorak respiraban con dificultad a causa del esfuerzo, y ninguno había conseguido apuntarse un golpe contundente. Tamura sonrió de oreja a oreja-. Sabía que llegaría este día. Estamos a la par. Ya no puedo enseñarte nada más.

– Me resulta difícil de creer, hermana -respondió él-. Siempre me habías derrotado. Lo que sucede es que hoy he tenido suerte.

– No, Sorak -Tamura negó con la cabeza-, las últimas veces que hemos competido, he sido yo la afortunada. No he ocultado nada, y tú has cogido lo mejor que podía dar. El alumno se ha convertido en maestro y me haces sentir muy orgullosa.

Sorak inclinó la cabeza.

– Eso es una gran alabanza, viniendo de ti, hermana Tamura. No soy digno.

– Sí que lo eres -replicó Tamura, dándole una palmada en la espalda-. No existe mayor satisfacción para un maestro que ver cómo un alumno lo supera.

– Pero no te he sobrepasado, hermana. El combate, como mucho, ha terminado en un empate.

– Sólo porque lo interrumpí cuando lo hice -repuso ella con una sonrisa-. ¡Recuerdo todos los golpes que te asesté cuando todavía estabas aprendiendo, y no quise que se me pagara en especie!

Todas las presentes se echaron a reír. Todas habían sentido en su carne el seco chasquido de la espada de madera de Tamura en más de una ocasión, y la idea de que ella recibiera una dosis de su propia medicina resultaba muy seductora.

– Por hoy ha terminado la clase -anunció Tamura-. Podéis ir todos a bañaros.

Las otras alumnas lanzaron un grito de alegría y se alejaron corriendo a guardar sus armas de entrenamiento antes de arrojarse al sombreado estanque. Sólo Ryana se quedó atrás, a esperar a Sorak.

– Vosotros dos sois los mejores alumnos que jamás he tenido -les dijo Tamura-. Cualquiera de vosotros podría hacerse cargo ahora del entrenamiento de las demás.

– Eres demasiado amable, hermana -respondió Ryana-. Y de todos modos Sorak es el mejor luchador.

– Sí, pero no por mucho -asintió Tamura-. Posee un don especial. La espada se convierte en parte de él; nació para utilizar la espada.

– No parecías pensar eso cuando empecé a estudiar contigo -interpuso Sorak con una mueca divertida.

– No, ya me di cuenta entonces -replicó ella-. Por ese motivo fui mucho más dura contigo que con las otras. Tú pensabas que era porque eras un hombre, pero fue porque deseaba sacar fuera todo tu potencial. En cuanto a ti, hermana pequeña -añadió, volviéndose hacia Ryana con una sonrisa-, siempre he sabido que me guardabas rencor porque pensabas que no era justa con Sorak, y es por eso por lo que, durante todos estos años, has trabajado el doble de duro que las otras. Sé que querías desquitarte conmigo por todos los cardenales de Sorak, y también por los tuyos.

– Es cierto, debo confesarlo -admitió Ryana, enrojeciendo-. Hubo momentos en los que casi te odié. Pero ya no pienso así -añadió a toda prisa.

– Y esto está muy bien, además -dijo Tamura, extendiendo la mano para alborotarle los cabellos cariñosamente-, porque has alcanzado un punto en el que podrías hacer daño. Creo que ha llegado el momento de que os encarguéis de la preparación de las novicias. Estoy segura de que descubriréis, como lo hice yo, que la enseñanza tiene sus propias recompensas. Marchaos ahora y reuníos con las otras o tendremos que manteneros a distancia en la mesa a la hora de cenar para no oleros.

Ryana y Sorak fueron a guardar sus armas y luego descendieron juntos hasta las puertas, en dirección al estanque. No muy lejos de la entrada al convento, un fino arroyo se alzaba de debajo de las montañas para caer en una cascada que formaba un estanque alrededor de su base. A medida que se acercaban, Ryana y Sorak pudieron oír los gritos satisfechos de sus compañeras al entrar en contacto con las vigorizantes aguas heladas de la pequeña laguna.

– Vayamos por aquí -sugirió Ryana, indicando a Sorak que descendiera por un sendero que se desviaba del estanque, en dirección a un punto situado más abajo, donde el agua fluía en forma de riachuelo sobre algunos peñascos-. No tengo ganas de chapotear y pelear con las otras. Sólo deseo tumbarme de espaldas y dejar que las aguas me envuelvan.

– Buena idea -asintió él-. Tampoco yo tengo fuerzas para juguetear. Me duele todo el cuerpo; Tamura me ha dejado agotado.

– No más de lo que la has agotado tú a ella -repuso Ryana con una sonrisa-. Me sentí tan orgullosa de ti cuando dijo que eras el mejor alumno que jamás había tenido a…

– Dijo que los dos éramos los mejores alumnos que jamás había tenido -la corrigió Sorak-. ¿Realmente querías devolverle todos mis morados?

– Y también los míos -dijo Ryana con una sonrisa-. Pero realmente pensaba que te había elegido para maltratarte porque eras hombre. Siempre creí que no le gustaba tu presencia entre nosotras; ahora sé que estaba equivocada, claro.

– Sin embargo, sí que había algunas que no deseaban mi presencia aquí, al menos al principio -comentó Sorak.

– Lo sé, lo recuerdo; pero demostraste que se equivocaban y te ganaste su afecto.

– Jamás habría podido hacerlo sin ti -repuso él.

– Hacemos un buen equipo -apuntó ella.

Sorak no respondió, y Ryana volvió a sentirse de repente inundada por la incerteza incertidumbre. Anduvieron un rato en silencio, hasta llegar a la orilla. Sorak se introdujo directamente en el agua, sin molestarse en sacarse los mocasines ni los calzones de cuero. Se tumbó de espaldas sobre una gran roca plana y colocó la cabeza en el agua para empapar sus cabellos.

– ¡Ahhh, esto es estupendo! -exclamó.

Ryana lo observó unos instantes; luego se quitó la túnica, desató sus mocasines y soltó la cinta de cuero que sujetaba hacia atrás su larga melena blanca. Ella y Sorak se habían visto desnudos el uno al otro infinidad de veces, pero de repente sintió timidez. Vadeó fuera del agua y se acomodó junto a él sobre la roca. El joven se apartó un poco para dejarle sitio. Ahora era el momento, se dijo ella. Si no se lo preguntaba ahora, no sabía cuándo volvería a reunir el valor para hacerlo.

– Sorak…, hay algo que hace tiempo quiero preguntarte -empezó vacilante pues no estaba muy segura de cómo expresarlo en palabras. Era la primera vez en su vida que se sentía violenta expresando sus sentimientos.

– Sé lo que vas a preguntar -dijo él antes de que ella pudiera continuar. Se sentó y la miró-. Hace ya tiempo que lo sé.

– Y sin embargo no has dicho nada -repuso ella. De repente sintió la boca seca, y notó una especie de opresión en el pecho-. ¿Por qué?

Sorak desvió la mirada.

– Porque he estado luchando conmigo mismo -respondió-. Sabía que llegaría este momento y lo temía.

Ryana sintió como si se balancease al borde un abismo. Aquellas últimas palabras lo habían dicho todo.

– No tienes que seguir -dijo categórica. Volvió la cabeza y se mordió el labio inferior en un intento de impedir que temblara-. Era sólo que… yo había esperado…

– Ryana, te aprecio -replicó Sorak-, pero no podemos ser el uno para el otro nada más que lo que somos ahora. -Suspiro-. Yo podría aceptarte como mi amante y compañera, pero no el Guardián.

– Pero… ¿por qué? En todas las veces que he hablado con el Guardián, él jamás ha indicado que yo no le gustara. ¿Qué objeciones tiene?

– Ryana… -dijo el joven con dulzura-, el Guardián es una entidad femenina..

La muchacha lo miró boquiabierta, atónita ante la repentina revelación.

– ¿Qué? Pero él nunca… quiero decir, tú nunca dijiste… -Su voz se apagó y sacudió la cabeza, aturdida-. ¿El Guardián es mujer?}

– – Sí.

– Pero… ¿cómo es posible?

– Ryana, no lo sé -respondió Sorak impotente-. Incluso después de todos estos años, hay muchas cosas sobre lo que soy que aún no comprendo del todo. No recuerdo mi niñez, es decir, mi infancia, antes de ser arrojado al desierto. La gran señora cree que el Guardián es hembra porque mi madre fue mi primera protectora. Quizá, después de ser abandonado por mi tribu, mi joven mente creó de alguna forma una entidad maternal para ocupar esa función, pero no hay forma de estar seguro de cómo o por qué sucedió. El Guardián es mujer, y no es la única. Al menos dos de mis otros aspectos son hembras también. Por lo que yo sé, pueden existir otros que ni siquiera conozco aún. A lo mejor la forma en que crecí aquí en el convento ha tenido algo que ver. ¿Quién sabe? Después de todo, he estado rodeado de mujeres toda la vida; no he conocido ni visto nunca a ningún otro varón.

– Pero… -Ryana se sentía totalmente confusa-…, ¡… ¡eres un varón! ¿Cómo puede ser mujer una parte de ti? ¡No tiene sentido!

– La señora dice que todos poseemos aspectos femeninos y masculinos -respondió él-. En mi caso, esos aspectos se han convertido en entes individuales, en personas diferentes. El cuerpo que compartimos es masculino, yo, Sorak, pertenezco al sexo masculino, pero el Guardián nació hembra. Igual que Kivara y la Centinela.

Ryana abrió los ojos de par en par, completamente desconcertada.

– ¿Kivara, la Centinela? ¿Quiénes son? ¡No las conozco! ¡En todos estos años no las has mencionado jamás!

– Y no las habría mencionado ahora, de no ser porque ellas decidieron que era importante en las actuales circunstancias -repuso Sorak.

La muchacha se sintió furiosa de repente.

– Después de tantos años que hace que nos conocemos, después de lo que significamos el uno para el otro… ¿cómo pudiste ocultarme esto?

– Yo no habría podido ocultártelo -contestó Sorak-, pero ellas podían y lo hicieron. -Se llevó las manos a la cabeza y apretó las puntas de los dedos contra las sienes. Ryana sabía que era una señal de que una de sus otras personalidades intentaba salir al exterior, pero que él luchaba por mantener el control. Le provocaba terribles dolores de cabeza, y ella no había visto tal conflicto interior desde hacía mucho tiempo.

– ¿Cómo puedo explicártelo? -dijo el muchacho con voz torturada. Nos conocemos desde hace diez años, Ryana, y aún no comprendes por completo lo que significa ser una tribu de uno. Simplemente no lo comprendes; tal vez nunca lo hagas.

– ¿Cómo puedes decir eso? -replicó ella, sintiéndose herida y enojada-. ¡Fui la primera en hablar en tu favor! Fui la primera en tenderte mi mano como amiga, y durante diez años hemos estado tan unidos como puedan estarlo dos personas. Esperaba que pudiéramos ser más íntimos, pero ahora… ¡por el gran dragón! ¡Ahora ya no sé qué pensar!

– Ryana. -Le tomó las manos y, aunque ella intentó soltarse, la retuvo con fuerza-. No, Ryana, escúchame. Por favor. No puedo evitar ser como soy. Yo, Sorak, sólo puedo controlar mis propios actos y pensamientos. Los otros con los que comparto este cuerpo piensan todos a su manera y actúan a su gusto. Yo te miro y veo a una joven hermosa, afectuosa, compasiva e inteligente por la que puedo sentir deseo, pero el Guardián, o mejor dicho la Guardiana, Kivara y la Centinela no pueden sentir deseo ó por una mujer. He de admitir que Kivara siente una cierta curiosidad, pero a la Centinela y a la Guardiana les repele la idea de que nos convirtamos en amantes. No lo permitirían. -Volvió a sujetarse la cabeza con fuerza e hizo una mueca de dolor-. ¡No! ¡Deja que termine!

Entonces, súbitamente, bajó las manos y una expresión tranquila e impasible se extendió por sus facciones. Ya no era Sorak.

– No deberíamos seguir con esta discusión -anunció la Guardiana con rotundidad-, ya que hace sufrir enormemente a Sorak.

– Maldita seas -protestó Ryana-. ¿Cómo puedes hacernos esto? Jamás me dijiste que fueras una entidad femenina!

– Nunca preguntaste.

– ¿Cómo iba a hacerlo? ¡Siempre que me hablabas, lo hacías con voz de hombre, tal y como haces ahora!

– No es culpa mía que resida dentro de un cuerpo masculino -respondió la Guardiana-. De haber podido escoger, no es lo que habría elegido, y me habría ahorrado tener que vivir hasta ahora con un nombre masculino. De todos modos, es algo que he aprendido a aceptar, igual que tú tienes que aprender a aceptarlo.

– ¡Es ridículo! -exclamó Ryana-. ¡Sorak es un hombre!

– No, simplemente tiene el aspecto de uno -contestó la Guardiana con voz sosegada-. En realidad, es un elfling. No puede ser un hombre porque no es humano. ¿Acaso lo has olvidado, como pareces haber olvidado sus necesidades y sentimientos frente a tu propio deseo egoísta?

Con una reacción instintiva, Ryana abofeteó a la Guardiana; pero, al hacerlo, abofeteó también a Sorak, y de repente se dio cuenta de lo que había hecho. Se llevó la mano a la boca y mordió con fuerza los nudillos mientras abría los ojos de par en par, sobresaltada.

– ¿Qué he hecho? Sorak…

– Sorak lo comprende y te perdona -dijo la entidad-. Y, por él, intentaré hacer lo mismo. Pero te comportas como una chiquilla estúpida y desconsiderada que se enfada simplemente porque no puede conseguir lo que desea. Y todo lo que consigues es herir a Sorak. ¿Es eso realmente lo que quieres?

Los ojos de Ryana se llenaron de lágrimas.

– No -respondió con voz débil, al tiempo que sacudía la cabeza-. No, ésa es la última cosa que desearía. -Ahogó un sollozo; luego se incorporó a toda, prisa y chapoteó de vuelta a la orilla, donde había dejado la túnica y los mocasines. Se sentía enojada, herida, humillada y más desgraciada de lo que se había sentido jamás en toda su vida. Un torrente de emociones encontradas rugía en su interior. Corrió, como si intentara huir de ellas, y, cuando se encontraba a mitad de camino del convento, cayó de rodillas sobre el sendero y golpeó el suelo con los puños en un arrebato de impotencia, sollozando de dolor y de rabia.

«Imbécil, imbécil -pensó-. ¿Por qué, oh, por qué no escuché a las demás? Sólo intentaban advertirme, protegerme…» Y de improviso comprendió: también la Guar – diana protegía a Sorak. Pero ¿de qué? ¿Era del amor de Ryana o protegía acaso al muchacho de sus propios sentimientos? ¿No sería la Guardiana quien se mostraba cruel y egoísta? Diez años, se dijo con amargura. Hace diez años que nos conocemos y nunca me lo dijo. Ellos nunca me lo dijeron; los otros no lo dejaron. Y entonces, bruscamente, sus sentimientos de conmiseración y desespero se trasladaron de ella a Sorak.

Le había dicho que sentía afecto por ella, que había luchado con el problema, pero que no podía ir en contra de su naturaleza, y ella se preguntó angustiada cómo debía sentirse él. Había dicho que ella no lo comprendía. Pues bien, tenía razón. ¿Cómo podía ella comprender? ¿Cómo podía saber lo que era compartir el cuerpo con otras entidades que poseían pensamientos y sentimientos propios? Él no tenía la culpa. No era algo que él hubiera elegido, sino una maldición con la que estaba condenado a vivir, posiblemente durante el resto de su vida. Y, al declararle sus sentimientos, ella no había hecho más que ponerle las cosas aún más difíciles.

«¡Oh, Sorak -pensó-, ¿qué te he hecho?» Mientras permanecía arrodillada en el suelo llorando, le llegaron los gritos de las otras sacerdotisas que jugueteaban en el cercano estanque. Reían como si no tuvieran ninguna preocupación en el mundo, y se preguntó por qué no podía ser como ellas. Ellas no padecían por la falta de hombres en sus vidas; se contentaban con considerar a Sorak como un hermano. ¿Por qué no podía ser eso suficiente para ella? A lo mejor ellas no conocían el amor; pero, si esto era amor, entonces deseaba con todo su corazón que siguieran en la ignorancia.

Hizo un esfuerzo por serenarse. No quería que las otras la vieran así. Lo que acababa de suceder entre ella y Sorak no les concernía. Se incorporó, se puso la túnica y los mocasines, y se secó las lágrimas de los ojos. La Guardiana tenía razón, se dijo. Tendría que aprender a aceptarlo. Ahora mismo, no sabía cómo podría hacerlo, pero sencillamente tenía que conseguirlo de algún modo o de lo contrario su presencia cerca de Sorak no haría más que provocar dolor en ambos. Aspiró con fuerza, intentando recuperar el dominio de sí misma, y se encaminó decidida de vuelta a las puertas del convento. Sólo había una cosa en la que podía pensar ahora: sería mejor que Sorak no la viera durante un tiempo; además, también ella necesitaba aclarar las cosas, estar separada de él.

Quizá, reflexionó, jamás podrían volver a ser como antes, y esa idea resultaba aú u n más insoportable que la idea de no poder amar a Sorak. En realidad, se dijo, podía amarlo, aunque nunca podría poseerlo ni ser poseída por él de la misma forma que la gente normal. Aunque, de todos modos, se recordó a sí misma, ellos no eran gente normal.

Si sus personalidades femeninas le impedían hacerle el amor, entonces también le impedirían hacer el amor con cualquier otra mujer. En cuanto a eso, al menos, Sorak sería como la mayoría de las villichis: permanecería célibe. No por elección, quizá, pero sí por necesidad. Así que ella haría lo mismo y, de este modo, tal vez su amor resultara más puro. Sabía que no resultaría fácil. Se necesitaría tiempo para disciplinar la mente a esta nueva resolución, igual que se había necesitado tiempo para que sus sentimientos hacia el muchacho hicieran crecer sus esperanzas. A lo mejor ella no tenía derecho a ninguna esperanza, ni a pensar en sus propios deseos. Ahora comprendía que era eso a lo que Saleen se había referido al hablar sobre los votos que todas tomaban.

«… por encima de todo deseo personal y bienestar material», se repitió con amarga ironía. Era una criatura cuando había hecho aquellos votos. ¿Qué sabía entonces de su auténtico significado? ¡Era todo tan horriblemente injusto! La cuestión era: ¿qué sucedería ahora? Ni ella ni Sorak olvidarían lo que acababa de pasar entre ambos. «Las villichis no se casan», había dicho Saleen. «Nosotras no tomamos compañero.» Ryana se había permitido pensar que ella podía ser diferente. Y ser diferente era una maldición. Ya había aprendido aquella lección antes, en su niñez, y ahora, por haberla olvidado, había vuelto a experimentar el dolor de aprenderla de nuevo.

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