1

Varanna permanecía inmóvil en el balcón de sus aposentos privados del templo, contemplando cómo Sorak practicaba con espadas en el patio de abajo. Aunque a las villichis se las instruía en la disciplina paranormal, también se las entrenaba en el uso de las armas. En el convento, se insistía en el adiestramiento con las armas no sólo como arte marcial y un modo de mantenerse en forma, sino también como una disciplina para ayudar a aguzar la mente y educar el instinto. Años de preparación intensa en las artes del combate, asociados a poderes paranormales desarrollados hasta la perfección, convertían a las villichis en luchadoras formidables. Incluso un gladiador mul lo pensaría dos veces antes de intentar competir con una villichi.

Mientras observaba los movimientos veloces, seguros y elegantes de Sorak, la gran señora recordó al demacrado chiquillo que la venerable Al´ ' Kali le había llevado al templo. Habían transcurrido diez años desde entonces, con lo que el muchacho tendría ahora quince, dieciséis o diecisiete años; ni el mismo Sorak sabí i a qué edad tenía, y las artes paranormales no podían determinar con precisión su edad. El adolescente poseía unas defensas místicas tan formidables que ni siquiera Varanna podía atravesarlas, y ésa era tan sólo una de las dificultades a las que se había enfrentado con el joven elfling.

Para empezar, hasta entonces jamás se había dejado entrar en el convento a un miembro del sexo masculino. Eran aproximadamente quinientas las villichis que vivían en el aislado santuario de las Montañas Resonantes; las sacerdotisas mayores y la gran señora residían en el mismo templo, mientras que las demás compartían los alojamientos comunitarios de las dependencias situadas en los terrenos del convento. Siempre había entre setenta y cinco y un centenar de sacerdotisas ausentes realizando peregrinajes, lo que dejaba al menos cuatrocientas mujeres fijas en el convento, con edades que iban desde los seis a los sesenta años, sin incluir las sacerdotisas mayores. La más joven de éstas tenía ochenta y cinco años y la más anciana, Varanna, más de doscientos. Todas estas inquilinas… y un joven elfling.

Era una situación sin precedentes. Desde tiempo inmemorial, en Athas no había nacido ningún varón villichi; las villichis eran siempre hembras humanas, y nacían con el don -había quien lo llamaba maldición- de un gran poder paranormal. A causa de la peligrosa fuerza bruta de sus poderes paranormales, a las villichis casi siempre se las rehuía. A veces se las arrojaba incluso de sus hogares, aunque hacerlo se consideraba de mal agüero.

No era cruel, pensaba Varanna como ironía, simplemente desafortunado.

Cualquiera podía desarrollar poderes paranormales hasta cierto punto, siempre y cuando la persona poseyera la inteligencia, paciencia y dedicación necesarias para perseverar en el estudio de ese arte. La mayoría de las personas nacían con capacidad latente para al menos una habilidad paranormal, pero esa habilidad estaba generalmente «sin pulir», lo que significaba que no se podía explotar a voluntad. Mucha gente ni sabía que la tenía. Hacían falta años de intensa preparación con un maestro para que una habilidad menor pudiera salir a la luz totalmente. Aun entonces, pocos podían desarrollar sus habilidades paranormales tanto como las villichis, que nacían con el poder ya desarrollado.

Eran también diferentes en otras cosas. Las mujeres que nacían villichis vivían más años de lo que era habitual para un humano; eran más altas de lo normal, más esbeltas y con extremidades más largas, como los elfos, aunque en los elfos tales rasgos físicos eran aún más acentuados. Tenían una piel extremadamente pálida; no exactamente como la de un albino, pero sí muy blanca, por lo que el sol las quemaba en lugar de broncearlas. Para protegerse, llevaban los cabellos muy largos, y se cubrían con capas finas siempre que salían a la luz del día.

Nadie parecía saber qué provocaba que una niña naciera villichi, ya que por lo general una criatura villichi nacía de padres humanos totalmente normales, y tales padres a menudo consideraban a su hija como una maldición. No tan sólo tenía un aspecto distinto, anormal según el criterio de la mayoría, sino que poseía poderes paranormales totalmente desarrollados. Era capaz de leer los pensamientos de sus padres, y los de todos los amigos y vecinos que acudían de visita, y, como resultado, maduraba intelectualmente mucho más deprisa y mucho antes que los niños humanos corrientes. Sin embargo, de la misma forma en que una criatura humana corriente debe dominar los movimientos físicos elementales, como el gateo, antes de empezar a andar, también las criaturas villichis tenían que aprender a dominar sus habilidades innatas antes de poder controlarlas por completo. Con frecuencia, las niñas villichis hacían volar objetos involuntariamente por toda la casa, lo que provocaba estragos y consternación, o lanzaban ráfagas de energía mística contra sus padres o cualquiera que tuviera la mala suerte de encontrarse cerca. Un bebé villichi hambriento a menudo hacía mucho más que limitarse a gritar reclamando leche.

A causa de todo esto, los padres de criaturas villichis eran en general incapaces de ocuparse de ellas, y tanto padres como criaturas se veían abocados a una existencia miserable. El fenómeno de un nacimiento villichi era poco corriente, y no existía nadie a quien los progenitores de tal criatura pudieran dirigirse en busca de ayuda. Si en la vecindad habitaba algún maestro en las artes paranormales, tal vez recurrieran a él en busca de consejo, pero éste solía tener sus propios alumnos, quienes en algunos casos canjeaban sus enseñanzas por un contrato de servidumbre o bien pagaban por ellas, de modo que una niña villichi resultaría una carga innecesaria, además de que por lo general poseería poderes paranormales que rivalizarían con los suyos. A veces había maestros de buen corazón que se hacían cargo de las criaturas villichis, al menos hasta que se encontrara una sacerdotisa villichi que pudiera relevarlos de tal responsabilidad; pero la mayoría de los maestros sencillamente rehusaban ocuparse de ellas.

De una forma u otra, las niñas nacidas villichis muchas veces se convertían en seres rechazados por la sociedad. Si una sacerdotisa no las localizaba durante un peregrinaje, ellas con el tiempo acababan viajando hasta las Montañas Resonantes por su cuenta. Allí, en un elevado valle aislado, encontrarían un lugar donde su talento sería educado, guiado y desarrollado; encontrarían su propia sociedad, una que estaba dedicada al estudio, la disciplina y la contemplación. Jamás se casarían o tendrían hijos, pues las villichis nacían estériles, y la mayoría permanecía célibe.

Cuando le llegara el turno, cada una de las sacerdotisas saldría en peregrinaje para averiguar cómo iban las cosas en el mundo exterior y buscar a otras villichis. En tales ocasiones, podían aparecer a veces oportunidades para entregarse a los placeres de la carne. Varanna ni prohibía ni animaba tales actividades; en su opinión, cada sacerdotisa necesitaba la libertad de hacer su propia elección y, aunque algunas sucumbían a la curiosidad, la mayoría solía evitar la compañía masculina. Sus pensamientos no les resultaban atractivos.

Sorak era diferente. Sus pensamientos resultaban totalmente inaccesibles, incluso para Varanna, que había dedicado más de dos siglos al perfeccionamiento de las artes paranormales. Cuando las otras mujeres se enteraron de que se había aceptado a un varón dentro el convento, sus reacciones fueron casi todas negativas. La resistencia más fuerte provino de las sacerdotisas más jóvenes, a las que horrorizaba la idea de tener a un varón entre ellas, en especial a uno que era medio elfo y medio halfling.

Los varones humanos ya eran bastante malos, afirmaron, pero en los elfos no se podía confiar nunca y los halflings eran criaturas salvajes y sanguinarias que no sólo comían carne de animales sino también de humanos. Las reacciones de las sacerdotisas oscilaron desde la sorpresa y el desaliento hasta el enojo e incluso el temor. Ninguna comprendía realmente lo que significaba ser una «tribu de uno» y, al no comprenderlo, sentían miedo. Algunas llegaron a formar una delegación para elevar una protesta formal ante Varanna, una acción sin precedentes, ya que la palabra de la gran señora había sido siempre aceptada sin discusión. No obstante, Varanna se mantuvo firme. Sorak era un varón, y no era humano; pero, en cualquier otro aspecto, podría muy bien haber nacido villichi.

– Posee enormes habilidades paranormales -les explicó la gran señora-; Jamás había visto poderes tan fuertes. Tales poderes deben ser educados y desarrollados de forma adecuada. También es un proscrito, y todas sabéis lo que eso significa. Cada una de vosotras sabe lo que se siente al ser rehuida y rechazada, al ser contemplada con desconfianza e incluso temor; cada una de vosotras ha conocido el dolor de que no la quieran, de sentirse incomprendida. La primera vez que llegasteis aquí, a todas se os aceptó y se os ofreció refugio. ¿Vamos a negarle eso mismo a Sorak simplemente porque es un varón, y un elfling?

– Pero los varones sólo desean dominar a las mujeres -replicó una de las sacerdotisas jóvenes.

– Y los elfos son famosos por su doblez -dijo otra de ellas.

– Y los halflings comen carne -añadió otra más con repugnancia.

– Igual que hacen los humanos -respondió Varanna con calma-. Nosotras, las villichis, no comemos carne por elección propia, en señal de respeto y veneración hacia otros seres vivos. Sorak es sólo «un niño, y se le puede enseñar ese mismo respeto. Los elfos mienten, estafan y roban porque así es como funciona su sociedad, donde la destreza en tales cosas demuestra el talento de cada uno. Nosotras no somos así, y no es esto lo que se le enseñará a Sorak. En cuanto a las actitudes de los hombres con respecto a las mujeres, éstas no son más que el resultado de la sociedad en que crecen. Si tratáis al niño con respeto y lo aceptáis como un igual, él responderá de la misma forma.

– Pero de todos modos, señora -interpuso Kyana, la sacerdotisa elegida para presentar sus argumentos-, la simple presencia de un varón en el convento lo alterará todo. No es uno de nosotras, y jamás podrá serlo, ya que no nació villichi.

– No, eso es cierto -asintió Varanna-. En algunos aspectos, es tan diferente de nosotras como nosotras lo somos de otros humanos. Y, debido a que nacimos diferentes, la gente nos evitaba. ¿Debemos nosotras ahora tratar a Sorak de la misma forma en que nos trataron?

– La cuestión no es cómo debemos tratarlo, señora, sino cómo nos tratará él -había respondido Kyana-. Es una tribu de uno. ¿Qué se sabe sobre esta rara enfermedad? Vos misma, señora, habéis dicho que únicamente habéis conocido dos casos con anterioridad, y eso cuando erais muy joven. Ninguna de nosotras sabe de lo que puede ser capaz este elfling, puesto que no posee una mente normal. ¿Cómo sabemos que no hemos aceptado a una serpiente entre nosotras?

– ¿No posee una mente normal? -dijo Varanna, repitiendo las palabras de Kyana-. ¿Es eso lo que realmente has dicho? ¿Es que alguna de nosotras es normal? Cada una de nosotras está aquí porque otros han dicho eso mismo de nosotras. No juzgamos a la gente por su aspecto, su sexo o sus aptitudes, sino por lo que habita en sus corazones. No condenamos a nadie simplemente porque sea diferente. ¿O es que las cosas en las que creemos y predicamos sólo nos importan cuando resultan convenientes? Si rehuimos estas creencias cuando son puestas a prueba, entonces no hacemos más que burlarnos de ellas. No pienso discutir más este asunto. Vuestra es la elección; pero, si decidís expulsar a Sorak del convento, entonces tendréis que escoger también a una nueva gran señora. Prometí a la venerable pyreen dar cobijo al elfling y cuidar de él, y no pienso romper mi palabra. Si Sorak se va, yo también.

Aquello había resuelto la cuestión de la permanencia de Sorak en el convento, pero habían quedado otros problemas por resolver. Durante mucho tiempo, Sorak no habló, y Varanna no estaba segura de si el silencio se debía a que no conocía la lengua humana o al trauma sufrido. La gran señora no sabía si lo habían expulsado de una tribu elfa o halfling, y por lo tanto no estaba segura de con qué lengua había estado en contacto; pero, de improviso, Sorak empezó a tener pesadillas durante las cuales gritaba en sueños. Gritaba en lengua halfling casi siempre, lo que sugería que había pasado sus primeros años con una tribu halfling, pero de vez en cuando sus palabras eran elfas.

Cuando estaba despierto, jamás hablaba.

La venerable Al´ ' Kali había hecho mucho para que se recuperara de la lastimosa condición en que lo había encontrado, pero seguía estando débil, y sus fuerzas regresaron poco a poco. Durante las primeras semanas de estancia en el convento, Sorak permaneció con Varanna en sus aposentos privados del templo, y los repetidos intentos de la mujer por sondear su mente fracasaron siempre. O bien era «expulsada» sin cumplidos o era como si hubiera tropezado con un muro. A pesar de ello, siguió probando.

Cuando Sorak empezó a recuperar las energías, la gran señora decidió que lo mejor para él sería alojarse con las sacerdotisas; esto lo ayudaría a integrarse en la vida del convento, y acabaría con las protestas de favoritismo. No obstante, una vez más, cuando Varanna condujo a Sorak a una de las residencias, se produjeron reacciones de alarma. Las sacerdotisas no poseían habitaciones individuales o cubículos; dormían en los pisos superiores de los edificios, con los lechos alineados contra las paredes. Los pisos inferiores eran utilizados como enormes sales comunes, donde podían trabajar en sus telares o en otras manualidades, o simplemente charlar. Cuando Varanna hizo colocar un lecho en el piso superior para Sorak, las otras mujeres, en especial las más jóvenes, se alteraron bastante.

– ¡Pero… él no puede dormir aquí! -había protestado una de ellas, una muchacha de quince años cuya cama hubiera quedado junto a la de él.

– ¿Y por qué no? -inquirió Varanna.

– Pero, señora… ¿cómo nos desvestiremos?

– Sacándoos las túnicas por encima de las cabezas, como siempre habéis hecho -respondió ésta-. A menos que exista otro método para desvestirse que yo no conozco.

– Pero, señora… ¡el chico nos verá! -se quejó la joven sacerdotisa.

– ¿Y? -preguntó Varanna, malhumorada-. ¿Os avergüenza vuestro cuerpo? ¿O es que vuestra desnudez os hace sentiros vulnerables ante un varón, incluso uno que no es más que un chiquillo? Si es ése el caso, entonces siempre os sentiréis vulnerables, ya que la ropa es la más endeble de las armaduras.

– No…, no es decente -tartamudeó vacilante otra joven sacerdotisa.

– ¿Estás sugiriendo que mis acciones son indecorosas? -Varanna enarcó las cejas.

– Nnno, señora, pero… pero… es un varón, después de todo, y si nos ve desnudas, eso le dará ideas lascivas.

– ¿De verdad? ¿Qué clase de ideas lascivas?

– Ya…, ya sabéis. -La sacerdotisa enrojeció.

– No; dime.

La muchacha aspiró con fuerza mientras las otras se agrupaban a su alrededor, expectantes por oír su respuesta.

– Los hombres sólo piensan en una cosa cuando se trata de mujeres -dijo ella.

– Ah, ya veo -repuso Varanna-. ¿Y estáis todas tan asustadas e indefensas que le tenéis miedo a un simple niño?

– No, señora, claro que no, pero… -aspiró con fuerza y lo soltó-: Creara tensión y hostilidad.

– Sólo si vosotras lo permitís -respondió Varanna-. Sorak no es más que un niño; sus pensamientos y actitudes hacia tales cosas todavía no se han formado. Si lo aceptáis y tratáis como a un hermano, él os querrá y aceptará como a hermanas. Si le enseñáis a respetar a las mujeres, eso es lo que aprenderá; pero si le ocultáis vuestros cuerpos, como si fueran anormales, él sentirá curiosidad y acabará considerando el cuerpo desnudo de una mujer como fruta prohibida. Y si lo tratáis de modo diferente sólo porque es un hombre, él llegará a tratar a las mujeres de modo diferente sólo porque son hembras. Si existen cosas en la forma en que los hombres actúan y piensan que consideréis censurable, aquí está vuestra oportunidad de formar el carácter de un varón que no actúa ni piensa así. Y, si todos vuestros esfuerzos fracasan en este empeño, a lo mejor es porque hay algún defecto en la forma en que vosotras actuáis y pensáis.

– Puede colocar su lecho junto al mío, señora -anunció una voz joven y firme-. No tengo miedo.

Varanna se volvió hacia Ryana con una sonrisa. Con seis años, era la sacerdotisa más joven del convento y, en muchos aspectos, diferente de las otras. A diferencia de la mayoría de las villichis, que nacían con cabellos rubios y ojos azules o gris claro, los cabellos de Ryana eran totalmente blancos y sus ojos, de un llamativo tono verde; también poseía un cuerpo normalmente proporcionado, alta para ser una chica y esbelta, pero sin las alargadas extremidades y cuello habituales de las villichis. Si se tenía en cuenta únicamente su aspecto externo, habría sido difícil descubrir que era villichi, y sin embargo había nacido con grandes poderes paranormales y un espíritu muy independiente, por lo que resultaba más inteligente de lo normal para su edad. Llevaba ya casi un año en el convento. Sus frustrados y acosados padres eran humildes ciudadanos de Tyr con otros cuatro hijos, todos ellos normales, y no habían tenido el menor inconveniente en ceder la responsabilidad del cuidado de Ryana, quien había resultado más de lo que podían controlar.

– ¿Veis? -dijo Varanna-. La más joven y más pequeña de vosotras posee un corazón que es más firme y valeroso. Todas deberíais ver en Ryana un ejemplo de lo que realmente significa ser villichi.

Las palabras de Ryana habían avergonzado a las otras, que aceptaron a regañadientes a Sorak en su alojamiento. Colocaron su cama junto a la de Ryana y, a partir de ese día, ésta se hizo responsable del chiquillo como una protectora hermana mayor, a pesar de que eran casi de la misma edad. Era Ryana quien informaba diariamente a Varanna de los progresos del niño, y la primera vez que éste habló fue para pronunciar el nombre de Ryana. Ambos se convirtieron en inseparables.

Los temores de las otras sacerdotisas jóvenes sobre tener un elfling varón entre ellas resultaron injustificados, y muy pronto empezaron a llamarlo «hermanito». Adoptaron también al cachorro de tigone como mascota, pero éste, aun cuando toleraba sus caricias, era a todas luces el animal de Sorak, y éste lo llamó Tigra. Por las noches, dejaban salir a Tigra a cazar, y, poco antes del amanecer, la encargada de la puerta oía siempre sus arañazos en las gruesas puertas de madera pidiendo entrar. Cuando no estaba fuera cazando, la criatura dormía a los pies de la cama de Sorak o lo seguía como una sombra, que, con el paso del tiempo, fue creciendo hasta convertirse en una sombra enorme.

Sorak también creció. Mientras Varanna contemplaba cómo se entrenaba en el patio, los musculosos brazos y pecho brillando de sudor, recordaba lo escuálido y demacrado que estaba cuando la venerable Al´Kali lo había llevado por vez primera al templo. Se había convertido en un muchacho magnífico, fuerte y muy apuesto. No, se dijo, corrigiéndose mentalmente, no un muchacho, ya que no era humano en realidad; pero, de todos modos, la mezcla de elfo y halfling en sus progenitores le había dado un aspecto totalmente humano, a excepción de las puntiagudas orejas, que la espesa melena negra que le caía hasta los hombros a menudo ocultaba. Era alto, casi metro ochenta, y sus facciones, tal delicadas y é á lficas cuando era un niño, se habían tornado angulosas y bastante llamativas, aunque no poseía ninguno de los rasgos exagerados de un elfo; exagerados, al menos, desde el punto de vista de un humano. Tenía las orejas del mismo tamaño y aspecto que las humanas, a excepción de las puntas afiladas, y los ojos hundidos y muy oscuros. Las cejas ya no eran delicadamente arqueadas como cuando era niño, sino altas y estrechas; la nariz era afilada, casi ganchuda, pero no falta de atractivo; los pómulos, sobresalientes y el rostro, afilado.

En conjunto, Sorak poseía una apariencia más bien salvaje y atormentada. La clase de rostro en el que la gente se fijaría inmediatamente y recordaría, de la misma forma que recordaría su mirada directa e inquietante; la clase de mirada que obligaba a la gente a desviar los ojos. Había algo en aquella mirada que siempre señalaría a Sorak como alguien diferente. Varanna no podía explicar qué era con exactitud, pero sabía que todo el mundo lo vería. Había una turbulencia en sus ojos que insinuaba la tempestad que acechaba tras ellos.

Durante toda su vida, Varanna sólo se había tropezado dos veces con el fenómeno que las villichi llamaban «una tribu de uno». Las dos personas afectadas eran mujeres; ambas habían nacido villichis y ambas habían padecido terribles ultrajes de pequeñas. Las dos mujeres eran sacerdotisas mayores en el templo cuando ella era una simple chiquilla, y hacía años que habían muerto. Varanna no había vuelto a conocer ningún otro caso. Era una afección tan poco común que, por lo que sabía Varanna, nadie en Athas la conocía excepto las villichis. Sin embargo, hacía tiempo que sospechaba que ser una tribu de uno no tenía nada que ver con nacer villichi, sino con alguna experiencia dolorosa e insoportable en las primeras etapas de la vida a la que la joven mente simplemente era incapaz de enfrentarse, por lo que se fragmentaba en entidades incorpóreas.

No estaba segura de si estaba relacionado con los poderes paranormales, pero parecía existir una relación entre ambas cosas. Era como si la fragmentación de la mente produjera una compensación de las aptitudes.

En opinión de Varanna, tal desintegración podía su – cederle a cualquiera, y muy bien pudiera haber otros casos similares entre los humanos o entre las otras especies humanoides de Athas, si bien jamás había oído hablar de ninguno. Claro está que, si nadie comprendía lo que era ni sabía de su existencia, podía muy bien pasar por demencia.

La mayoría de las personas, se dijo, sin duda lo considerarían locura, aunque no parecía conducir a alucinaciones o comportamiento irracional. No obstante, Sorak mostraba una inconsecuencia de comportamiento que podía parecer irracional porque no era la conducta del mismo individuo, sino la de diferentes individuos que compartían el mismo cuerpo, cada uno con voz y personalidad propias. Y, como Varanna no tardó en descubrir, con habilidades bien definidas.

La gran señora no estaba segura de cuántas personalidades había. Al principio, Sorak no había exhibido de forma manifiesta ninguna de sus otras personalidades, pero sí experimentó algún que otro lapso, períodos de tiempo que más tarde no podía justificar ni recordar. Era como si hubiera estado dormido, pero su comportamiento no parecía cambiar drásticamente durante esas fases. De todos modos, Varanna sabía que, durante aquellos lapsos, una de sus otras personalidades tomaba el control, y aprendió a estar atenta a los cambios de comportamiento que indicaban tales fases.

Las transformaciones eran a menudo sutiles, pero aun así perceptibles para cualquiera que conociera bien al joven. Era como si las otras entidades que habitaban en su mente intentaran prudentemente ocultar su aparición. Varanna se dedicó a observar los diferentes aspectos de Sorak, y no tardó en aprender a diferenciarlos.

El primero que conoció se hacía llamar «el Guardián», y, la primera vez que habló a sabiendas con él, Sorak tenía unos diez u once años.

En la educación del niño había aparecido una curiosa pauta, una pauta que exasperaba a sus instructoras. Sabían que el muchacho poseía aptitudes extraordinariamente poderosas, pero no parecía responder bien al adiestramiento paranormal. Se sentía frustrado con sus repetidos fracasos, pero a pesar de ello seguía intentándolo con tozudez. Sin embargo, y a pesar de sus esfuerzos, no conseguía realizar el más elemental de los ejercicios paranormales; se concentraba hasta que su rostro se tornaba rojo y el sudor le perlaba la frente, sin obtener el menor resultado. Luego, cuando estaba totalmente agotado y aparentemente sin energía para continuar, conseguía de improviso realizar el ejercicio, sin siquiera ser consciente de haberlo hecho. Sus instructoras no sabían cómo justificar esta peculiaridad, y Varanna decidió ocuparse de ello personalmente. Hizo llamar a Sorak y le pidió que realizara un simple ejercicio de telequinesia.

Colocó tres pelotas pequeñas sobre una mesa delante de él y le indicó que levantara todas las que pudiera con el poder de su mente. El muchacho se concentró con ardor, pero sin resultado. No pudo mover ni una sola. Finalmente, se dio por vencido y se cubrió el rostro con las manos.

– No sirve de nada -gimió desesperado-. No puedo hacerlo.

Las tres pelotas se alzaron de repente por los aires y empezaron a describir elegantes y complicados arabescos, como manipuladas por un malabarista invisible.

– Sí, Sorak, puedes hacerlo -dijo Varanna-. Mira.

Y, cuando él alzó los ojos, las tres bolas cayeron al suelo.

– ¿Lo ves? Lo hiciste -le confirmó la gran señora.

– Ha vuelto a pasar. -Sorak suspiró con frustración y añadió-: Cuando lo intento, no puedo hacerlo. Cuando dejo de intentarlo, lo consigo, ¡pero no sé cómo!

– A lo mejor es que lo intentas con demasiada intensidad -sugirió ella.

– Pero incluso cuando lo intento sólo un poco, sigo sin conseguirlo -repuso él exasperado-. Parece como si pasara porque sí.

– Sea como sea, eres quien lo consigue -replicó Varanna-. A lo mejor, en tu ansiedad, provocas un bloqueo de tus habilidades, y, cuando te das por vencido, el bloqueo desaparece y te permite realizar la tarea, aunque sólo sea por un instante. Si me dejaras sondear tus pensamientos, a lo mejor podría descubrir dónde está el problema.

– No tengo ningún inconveniente, señora -aseguró él-, pero una parte de mí parece reacia a permitirlo. No sé por qué.

Varanna sabía por qué; pero, hasta aquel momento, Sorak parecía ignorar su auténtica naturaleza, y ella no deseaba estimularlo hacia derroteros que aún no estaba preparado para explorar.

– Sabes que nada tienes que temer de mí, Sorak.

– Lo -respondió, frustrado-; no puedo comprender qué es. Cada vez que lo intentamos, estoy totalmente dispuesto a ello, y sin embargo alguna parte de mí parece ansiosa por impedirlo. Hago todo lo que puedo para ser receptivo, pero… -Su voz se apagó, y se limitó a encogerse de hombros impotente.

Varanna tuvo una intuición repentina.

– Probemos de la misma forma que con las pelotas. No intentes ser receptivo; limítate a dejarte llevar y relájate. Vacía tu mente.

– Muy bien.

Sorak se recostó ligeramente en el banco y, bajando la cabeza, vació los pulmones con un profundo suspiro. Pero, antes de que Varanna intentara siquiera iniciar su sondeo, el muchacho levantó bruscamente la cabeza y la miró desafiante.

– ¿Por qué os empeñáis en intentar invadir nuestros pensamientos? ¿Qué queréis de nosotros?

Varanna comprendió de improviso que no era Sorak quien hablaba. Al menos no el Sorak que había conocido hasta entonces. La voz era la misma, y sin embargo el tono era completamente distinto, más exigente, más maduro, más seguro de sí mismo. Incluso su porte había sufrido un sutil cambio; el lenguaje de su cuerpo, un lenguaje que a menudo hablaba con más elocuencia que las palabras, se había vuelto repentinamente defensivo.

– ¿Quién eres? -inquirió ella en voz baja, inclinándose ligeramente hacia adelante.

– Podéis llamarme el Guardián. Sé quién sois; sois la señora.

– Si sabes quién soy, entonces también sabrás que no tengo otra intención que ayudaros -respondió Varanna-. A todos vosotros -añadió.

– ¿Con esto? -dijo el Guardián mientras Sorak señalaba las pelotas del suelo extendiendo una mano. Éstas se elevaron súbitamente por los aires y se quedaron flotando allí.

– Con eso, y con otras cosas, también -replicó Varanna.

– El chico está hecho un lío -declaró el ente-. Por vuestra culpa se siente angustiado. Hacéis que crea que puede hacer eso, pero no puede; no tiene esa habilidad.

– Pero tú sí -asintió Varanna, comprendiendo de pronto-. Ahora me doy cuenta.

Las pelotas saltaron unas por encima de las otras en el aire durante un instante, luego rebotaron en el suelo.

– No acabo de comprender el porqué de todo esto. Carece de sentido y no sirve de nada.

No carece de sentido, y que sirve para algo -replicó ella con firmeza-. Es un ejercicio destinado a agudizar las aptitudes telequinéticas.

– No me hacen falta esos ejercicios -repuso el Guardián con sequedad-. Sólo he cooperado para mitigar la frustración del niño, que vos y las otras provocáis.

Ninguna de las otras sacerdotisas habría osado hablar así a la gran señora, y Sorak desde luego jamás se habría dirigido a ella en un tono tan desafiante. Claro que, se dijo Varanna, éste no era Sorak. Pero, a pesar de que tenía un cierto conocimiento de lo que significaba ser una tribu de uno, no podía evitar tener que repetírselo continuamente. Este ser parecía mucho más maduro, pensó, más seguro de sí mismo, y desde luego mucho más combativo. De repente algo pareció iluminarse en su interior y comprendió que éste era precisamente su papel. El nombre por sí mismo ya debiera haberla alertado, y se castigó mentalmente por no haberlo comprendido enseguida, pero el sobresalto provocado por la aparición del Guardián la había desconcertado.

– Tú buscas proteger al muchacho -dijo-. Yo sólo busco educarlo.

– No puede aprender lo que queréis enseñarle. Y el resto de nosotros no necesita esas enseñanzas.

– ¿Hay otros en la tribu, además de ti, que posean aptitudes paranormales? -preguntó Varanna, inclinándose al frente llena de interés. Aquí, por fin, estaba la explicación de la imposibilidad de Sorak para desplegar sus poderes, y era que no los poseía, en cierto sentido. Eran los otros miembros de la tribu quienes los tenían.

– ¿Tribu? -inquirió el Guardián-. ¿Por qué nos llamas eso?

– Sois muchos que formáis una tribu dentro de un solo cuerpo -explicó Varanna-, una «tribu de uno». Es raro, pero no sin precedentes. Yo misma he conocido otros dos casos, aunque eso fue hace muchos años. Y no le hacéis ningún bien a Sorak manteniéndolo ignorante de su propia naturaleza. Sabe que es diferente de los demás, y no tan sólo por ser un elfling; sabe que posee poderes que no puede sacar a la luz, pero no sabe el motivo. Es esto lo que lo confunde y angustia. No podéis proteger a Sorak de la verdad sobre sí mismo. Si insistís en vuestros esfuerzos para protegerlo, no haréis más que causarle dolor y pena.

– El niño sufrió cuando lo abandonaron en el desierto -dijo el Guardián-. Nosotros lo protegimos de su sufrimiento. Él estaba dispuesto a dejarse morir y nosotros le dimos las fuerzas para seguir adelante.

– Pero existe un límite a las fuerzas, que podéis darle -replicó Varanna-. A pesar de vuestros esfuerzos, habría muerto de no haberlo encontrado la pyreen. Ella lo trajo aquí para que le diéramos cobijo y los conocimientos necesarios para comprender lo que es. Este conocimiento de sí mismo lo hará más fuerte, y, con la preparación adecuada, aprenderá a vivir más fácilmente con aquello en lo que se ha convertido y a utilizar sus aptitudes con más eficacia. Existe poder en una tribu que está unida; pero, mientras mantengáis a Sorak apartado de la verdad sobre sí mismo, será siempre débil.

El ente permaneció en silencio un rato, meditando sobre sus palabras; cuando volvió a hablar, lo hizo en un tono más relajado, aunque cauto todavía.

– Hay sabiduría en vuestras palabras. Sin embargo, si sabíais la verdad sobre nosotros, podríais haberle contado todo esto a Sorak vos misma. ¿Por qué os habéis abstenido?

– Porque también a mí me preocupa el bienestar del chico. Y no es suficiente decirle simplemente a alguien la verdad. Ha de estar preparado para oírla.

– Entonces, puede que haya llegado el momento -respondió el Guardián-. El muchacho siente un gran aprecio y respeto por vos. Preparadlo para experimentar esta verdad. Luego, a nuestro modo, nosotros se la revelaremos.

Y, sin que tuviera tiempo para reaccionar, Sorak volvió a mirarla, con una expresión de perplejidad en el rostro.

– Perdonadme, señora -se disculpó-, debo de haberme dormido. He tenido un sueño muy curioso.

Ése había sido el principio del auténtico despertar de Sorak. Poco a poco, y con mucho cuidado, Varanna le había contado la verdad sobre sí mismo, una verdad que, hasta aquel instante, ni siquiera sospechaba. Y, mientras ella hablaba, el Guardián mitigaba con dulzura la ansiedad y aprensión del muchacho. Durante las semanas que siguieron, el Guardián dejó que Sorak descubriera poco a poco más cosas sobre su multiplicidad. Al principio, el extraño proceso de aprendizaje tuvo lugar, en su mayor parte, mientras Sorak dormía y soñaba. Luego, cuando el contexto de su situación empezó a resultarle familiar, el niño experimentó la aparición gradual de sus otras personalidades, sin sufrir lapsos, pero permaneciendo inconsciente a cierto nivel mientras ellas dominaban en su cuerpo. De todas formas fue un proceso lento, que todavía seguía desarrollándose.

Desde el inicio del viaje interior de autodescubrimiento de Sorak, el Guardián había sido su guía y Varanna su mentora. La mujer estudió los diarios de las dos sacerdotisas que habían padecido la misma situación, pasando varias horas cada día en la biblioteca del templo para intentar relacionar sus experiencias con las del joven. En ciertos aspectos, a Sorak le resultó más fácil porque las diferentes personas de su interior tenían propensión a cooperar, y no parecía existir ninguna competencia entre ellas. Varanna creía que todo esto era el resultado de lo que Sorak había padecido en el desierto; para sobrevivir en el desolado desierto athasiano, sus diferentes aspectos habían tenido que trabajar todos unidos.

Cada atardecer, Sorak iba a las habitaciones de Varanna, y ambos comentaban las progresivas revelaciones del Guardián, y, con el tiempo, el muchacho llegó a aceptar y comprender su condición. A medida que pasaban los años, aprendió a comunicarse con su tribu interior y a funcionar con ellos, así como a ceder y dejar que actuaran a través de él. Era, no obstante, un viaje que no estaba ni mucho menos acabado. Tanto la intuición como la información recogida de los diarios de las otras dos mujeres le decían a Varanna que aún le esperaban nuevos descubrimientos. Y, recientemente, había llegado a la conclusión de que todavía le quedaba a Sorak otro viaje que realizar, un viaje físico, y que no tardaría en embarcarse en él.

Devolvió su atención a la sesión de entrenamiento con armas que tenía lugar en el patio, donde Sorak y su instructora se enfrentaban en un simulacro de combate con espadas de madera. Tamura era la instructora jefe en el manejo de las armas del convento, y a los cuarenta y tres años de edad era aún joven según las pautas villichis. Su condición física era excelente y ninguna de las otras sacerdotisas se acercaba siquiera a su habilidad con las armas; sin embargo, a pesar de estar aún en la adolescencia, Sorak era ya un digno contrincante. Ése, se dijo Varanna, era su don particular. Cada una de sus personalidades poseía una habilidad propia, y la de Sorak era la del dominio de las armas. Manejaba la espada y la daga tan bien como cualquier campeón de gladiadores, y Tamura se enorgullecía de su fabuloso alumno. Le lanzaba gritos de ánimo a cada golpe bien dado y, de las demás alumnas que contemplaban el combate, nadie mostraba más admiración que Ryana, cuya maestría con las armas igualaba casi la de Sorak.

Ambos habían estado siempre muy unidos, pensó Varanna; pero, a medida que maduraban, los sentimientos de Ryana hacia Sorak se habían tornado inconfundiblemente más fuertes. Y no eran los sentimientos de una hermana hacia su hermano. En apariencia, no había nada malo en ello, se decía Varanna. No tenían vínculos de sangre. Sin embargo, con Sorak, existían muchas cosas bajo la superficie, y a la sacerdotisa le preocupaba esta nueva evolución.

Ryana era villichi, pero también humana, y Sorak era un elfling, tal vez el único de su especie. En el caso de que pasaran el resto de sus días en el convento, una relación entre ambos no tendría por qué resultar problemática, pero en el mundo exterior no sería aceptada fácilmente. Además, Varanna no sabía si Sorak podía engendrar hijos; los mestizos solían ser estériles, pero no siempre. Como villichi, Ryana jamás tendría hijos propios, tanto si Sorak los quería como si no. Estos dilemas potenciales eran, posiblemente, insignificantes, pero existían otros que no lo eran.

– Lucha como un demonio -observó Neela, acercándose por detrás de la gran señora. Se detuvo junto a ella, observando el combate del patio-. Aún es joven, y ya ha aventajado a Tamura. Quizá sea hora de buscar otro instructor.

– En efecto -asintió Varanna-, es magistral, pero todavía le queda mucho que é aprender. A lo mejor no sobre las espadas, pero sí sobre sí mismo, el mundo y su lugar en é e l. No creo que se quede mucho más tiempo con nosotras.

– ¿Ha hablado de abandonar el convento? -Neela frunció el entrecejo.

– No. -La gran señora sacudió la cabeza-. Aún no. Pero será pronto, Neela. Lo percibo. -Suspiró-. Éste ha sido un buen lugar para que creciera, para que plantara los dos pies firmemente en el suelo, pero ahora debe poner esos pies sobre el sendero que recorrerá en la vida, y ese sendero nos lo arrebatará.

– Puede que tenga una razón irresistible para quedarse -repuso Neela.

– ¿Ryana? -La otra negó con la cabeza-. No, ella no será motivo suficiente.

– Ambos se aman. Eso lo puede ver cualquiera.

Varanna volvió a negar con la cabeza.

– Que Ryana lo ama a él, no lo discutiré. Pero en cuanto a Sorak… -Volvió a suspirar-. El amor ya resulta bastante complicado para la gente corriente; para Sorak plantea problemas que muy bien podrían resultar insuperables.

Neela asintió y dijo:

– Entonces nos abandonará, y eso resolverá el problema. A Ryana se le partirá el corazón, pero los corazones rotos pueden sanar.

– Dime, Neela -repuso Varanna con una triste sonrisa-, ¿has estado enamorada alguna vez?

Neela la miró sorprendida.

– No, señora, claro que no.

– Ya imaginaba yo que no -dijo Varanna.

Загрузка...