5 CURSO PRINCIPAL

Dios está en el cielo…

Todo va bien en el mundo.

ROBERT BROWNING

BAILE OBSESIVO (1374)

Moda religiosa del norte de Europa. La gente bailaba sin control durante horas. Formaban círculos en las calles y saltaban, chillaban y rodaban por el suelo, gritando a menudo que estaban poseídos por los demonios y suplicando a dichos demonios que dejaran de atormentarlos. Causada por histeria nerviosa y/o calzar zapatos puntiagudos.


Quien primero propuso la idea de que el caos y los logros científicos significativos están conectados fue Henri Poincaré, que había sido incapaz de poner el pie en el escalón del autobús y lo vio todo claro. Su descubrimiento, dijo en la Société de Psychologie, fue una inesperada reflexión surgida de la frustración, la confusión y el caos mental.

Otros teóricos del caos han explicado la experiencia de Poincaré como el resultado de la conjunción de dos marcos de referencia distintos. Las circunstancias caóticas (la frustración de Poincaré con el problema, su insomnio, las distracciones de hacer las maletas para el viaje, el cambio de escenario) crearon una situación alejada del equilibrio donde ideas desconectadas entraron en nuevas y sorprendentes conjunciones y acontecimientos insignificantes tuvieron enormes consecuencias.

Hasta que el caos cristalizó en un orden superior de equilibrio por el simple hecho de subirse a un autobús. O toparse con un rebaño de ovejas.

No estaban en el pasillo. Estaban en la antesala y camino del santuario interior de Dirección y su alfombra blanca. La secretaria se aplastó contra la pared para dejarlas pasar, apretando el bloc de notas contra el pecho.

—¡Esperad! —dijo Dirección, alzando las manos como si hiciera un ejercicio de sensibilidad—. ¡No podéis entrar aquí!

Ben se lanzó de cabeza contra la primera oveja, que puede que no fuera la mansa, porque aunque la paró en la puerta y la retuvo allí, empujándola con los hombros como en un saque de fútbol, las otras ovejas simplemente la esquivaron y entraron en el despacho. Tal vez yo las había juzgado mal y en efecto tenían cerebro. Se habían dirigido de cabeza a la parte del edificio donde podían causar más daños.

Lo hicieron. Parecía mentira que pudieran llevar tanta suciedad en sus pequeñas pezuñas, y además dejaron a su paso una mancha alargada de lana sucia en las paredes blancas y en el vestido de la secretaria de Dirección.

Ben seguía luchando con la oveja, que estaba ansiosa por unirse al rebaño, que ahora se dirigía recto a la pulida mesa de teca de Dirección.

—¡Han puesto en peligro el bienestar de unos animales vivos! —dijo Dirección, subiéndose a la mesa—. Además, la supervisión del proyecto es inadecuada.

Las ovejas daban vueltas a la mesa como los indios de las películas alrededor de una caravana.

—¡No han establecido las medidas de seguridad apropiadas! —dijo Dirección.

—Facilitamos el potencial —murmuré, tratando de hacer que se movieran en otra dirección, en cualquier dirección.

—¡Estos animales no deberían estar aquí! —gritó Dirección desde lo alto de la mesa.

Al parecer a las ovejas se les había ocurrido la misma idea. Entonaron un apesadumbrado balido, todas a la vez, abriendo la boca con un continuo y ensordecedor bee.

Miré con atención a las ovejas, tratando de localizar dónde se había originado el balido, pero parecía haber surgido de todas partes al mismo tiempo. Como el pelo corto.

—¿Has oído dónde ha empezado el balido? —le grité a Ben.

El soltó la oveja y todas se movieron de repente, deambulando al azar por el despacho y dirigiéndose a la puerta.

—¿Adonde van? —dijo Ben.

Dirección se había bajado de la mesa y gritaba de nuevo advertencias, un poquito más agitado que antes.

—¡HiTek no tolerará sabotajes por parte de los empleados! Si alguno de ustedes o esa fumadora soltó esas ovejas a propósito…

—No lo hicimos —dijo Ben, tratando de llegar a la puerta—. Deben de haber salido solas.

Y tuve una súbita visión de Flip apoyada contra la puerta del corral, jugando con el pestillo, arriba y abajo, arriba y abajo.

Ben llegó a la puerta justo cuando las dos últimas ovejas la atravesaban, balando frenéticamente ante la perspectiva de quedarse rezagadas.

Pero una vez en el pasillo empezaron a dar vueltas sin rumbo. Parecían perdidas, pero inamovibles.

—Tenemos que encontrar a la mansa —dije. Empecé a abrirme paso entre ellas, buscando el lazo rosa.

Hubo un grito al fondo del pasillo, seguido de un:

—¡Maldita seas, bicho sin cerebro!

Era Shirl, con los brazos llenos de papeles.

—¡Apártate de mi camino, estúpido animal! —gritó—. ¿Cómo has…? —Se detuvo en seco al ver el rebaño entero—. ¿Quién las ha dejado salir?

—Flip —contesté, palpando el cuello de una oveja en busca del lazo.

—No puede ser —dijo Shirl, avanzando hacia mí por entre las ovejas—. No está aquí.

—¿Cómo que no está aquí? —dije. Dos ovejas me pasaron una por cada lado y estuvieron a punto de tirarme al suelo.

—Dimitió —contestó Shirl, manteniendo a raya a la de la izquierda con sus papeles—. Hace tres días.

—No me importa —dije, empujando a la otra—. De algún modo, Flip está detrás de esto. Está detrás de todo.

Las ovejas de pronto corrieron pasillo abajo, hacia Personal.

—¿Adonde van ahora? —dijo Ben.

—No tienen ni idea —respondí—. Contempla al público americano.

Dirección salió de su oficina con la corbata torcida.

—¡Este tipo de conducta es obviamente un efecto secundario de la nicotina!

—Tenemos que encontrar a la mansa. Es la clave.

Ben se detuvo. Me miró.

—La clave —dijo.

—Cuando averigüe quién está causando este… este caos —gritó Dirección.

—Caos —dijo Ben lentamente, casi para sí—. La clave es la mansa.

—Sí —contesté—. Es la única forma de hacerlas volver a Biología. Empieza tú por este extremo, y yo por el otro. ¿De acuerdo?

Él no me contestó. Se quedó de pie, transfigurado, mientras las ovejas daban vueltas a su alrededor, con la boca medio abierta y los ojos encogidos tras sus gafas de culo de botella.

—Una mansa —dijo en voz baja.

—Sí, la mansa —repuse, y pasó un buen rato antes de que sus ojos se posaran en mí—. Encuentra a la mansa. Piensa en rosa.

Me encaminé hacia el fondo del pasillo.

—Shirl, corra al laboratorio y traiga un ronzal. —De pronto recordé algo—. ¿Dijo que Flip ha dimitido? Shirl asintió.

—Ese dentista que conoció por los anuncios de contactos se mudó de casa y lo ha seguido. Para que pudieran ser geográficamente compatibles —corrió pasillo abajo en dirección al laboratorio.

Las ovejas estaban en las escaleras, moviéndose asustadas en el borde del último escalón; lástima que no fuera un acantilado. Tal vez podrían caerse y romperse el cuello, pero no hubo tanta suerte. Bajaron un tramo y luego recorrieron el pasillo hasta Estadística. Yo corrí hacia arriba. —¡Van hacia Estadística! —le grité a Ben. No estaba allí. Bajé corriendo las escaleras y me detuve a medio camino.

En un rincón del suelo, aplastado y muy sucio, estaba el lazo rosa. «Maravilloso», pensé, y alcé la mirada y vi a Alicia Turnbull, que me miraba a su vez.

—Doctora Foster —dijo con desaprobación.

—No me digas. Ninguno de los ganadores de la beca Niebnitz estuvo jamás relacionado con las estampidas.

—¿Dónde está el doctor O'Reilly? —me preguntó.

—No lo sé —recogí el lazo estropeado—. Y tampoco sé dónde está la mansa. O qué tipo de proyecto ganará la beca Niebnitz. Pero sí tengo una idea aproximada de lo que van a hacer las ovejas en Estadística ahora mismo, así que, si me disculpas… —dije, y la dejé atrás y corrí por el pasillo.

«Al menos no pueden hacer ningún daño en mi laboratorio», pensé, esperando que las demás puertas estuvieran cerradas.

El rebaño seguía todavía en el pasillo, así que debían estarlo. Gina se encontraba en el otro extremo, saliendo del laboratorio de Estadística.

—Hora de la pausa para el baño —dijo en cuanto las vio, y se escabulló tras una puerta.

Atravesé el rebaño de ovejas, agachándome para cogerlas por la barbilla y mirar aquellos rostros vacíos en busca de una mirada ligeramente bizca o medio inteligente.

La puerta volvió a abrirse.

—¡Hay una en el cuarto de baño! —dijo Gina. Se abrió paso hacia donde yo estaba mirando a los ojos de las ovejas.

Todas parecían bizcas. Escudriñé ansiosamente sus caras, sus ojos vacuos hechos para tener una i marcada entre ellos.

—Será mejor que no haya una en mi oficina —dijo Gina, y abrió la puerta.

—¡Ciérrala! —grité, pero demasiado tarde. Una oveja gorda la había atravesado ya—. Ciérrala —repetí, y lo hizo.

El resto de las ovejas se congregó ante la puerta, dando vueltas y balando, buscando desesperadamente alguna que les dijera qué hacer, adonde ir. Lo que debía significar que la oveja que estaba dentro de la oficina de Gina era la mansa.

—¡Quédate ahí! —grité a través de la puerta. El lazo no era lo bastante fuerte para servir de correa, pero tenía una cuerda de Davy Crockett que podría servir. Me dirigí a mi laboratorio, preguntándome qué le habría pasado a Ben. Probablemente Alicia lo había encontrado y le estaba hablando de su beca Niebnitz.

Hubo un grito dentro de la oficina de Gina, y la puerta se abrió.

—¡No…! —grité. La oveja atravesó la puerta y se mezcló con el resto del rebaño como una carta que desaparece dentro de una baraja—. ¿Has visto adonde iba, Gina?

—No —dijo ella tristemente—. No.

Agarraba una ajada caja rosa. Un trozo de gasa blanca colgaba de una esquina.

—¡Mira lo que esa oveja le ha hecho a la Barbie Novia Romántica! —dijo, alzando un rizo de pelo castaño—. Era la última de todo Boulder.

—De toda la zona de Denver —contesté yo, y entré en el laboratorio de Estadística.

«Lo único que me falta ahora es Flip», pensé, y me sorprendió que no estuviera en el laboratorio, con dimisión o sin ella. Lo que sí había era una oveja, que mordisqueaba pensativa un disquete. Se lo quité de la boca, o lo que quedaba, le separé los grandes dientes cuadrados, pesqué la pieza restante, y la miré de lleno a sus ojos levemente bizcos.

—Escúchame —dije, sujetándola por la mandíbula—. Ya he tenido suficiente por hoy. He perdido mi trabajo, he perdido a la única persona que conozco que no actúa como una oveja, no sé de dónde vienen las modas y nunca voy a averiguarlo, y ya estoy harta. Quiero que me sigas, quiero que me sigas ahora mismo.

Tiré al suelo los pedazos del disquete y me di la vuelta y salí del laboratorio.

Y la oveja debía ser la mansa, porque trotó detrás de mí todo el camino hasta Biología, y cruzó el laboratorio hasta el corral, igual que Mary y su corderito de blanco vellón. Y el resto del rebaño la siguió, sacudiendo el rabo.

PLUMAS DE AVESTRUZ (1890–1913)

Moda de vestir eduardiana inspirada por Charles Darwin y el interés público por la historia natural. Las plumas se teñían de todos los colores y se ponían en el pelo, en los sombreros, abanicos, e incluso en los plumeros para el polvo. Modas similares incluían los sombreros de ala ancha y vestidos con lagartos, arañas, sapos y ciempiés. Como resultado de la moda, los avestruces fueron cazados hasta la extinción en Egipto, norte de África y Oriente Medio. Resucitada en la década de 1960 con los minivestidos, las pelucas y las capas de plumas de avestruz teñidas de naranja neón y rosa fuerte.


Llamé a Billy Ray para que viniera a recoger las ovejas.

—Enviaré a Miguel con el camión ahora mismo —dijo—. Iría yo en persona, pero tengo que ir a Nuevo México para hablar con un granjero sobre los avestruces.

—Avestruces —repetí yo.

—Son lo último. Reba está criando cincuenta en una granja cerca de Gallup, y los filetes de avestruz se venden como rosquillas. Son más bajos en colesterol que los de pollo y saben mejor.

Una de las ovejas se había atascado otra vez en la esquina de la cerca. Se quedó allí, mirando estúpidamente la valla como si no tuviera ni idea de cómo había llegado a ese sitio.

—Además se pueden vender las plumas y la piel curtida se usa para fabricar bolsos y botas —dijo Billy Ray—. Reba dice que van a ser el ganado de los noventa.

La oveja golpeó el poste un par de veces con la cabeza y luego se rindió y se quedó allí, balando, aprendida la lección.

—Lamento que lo de las ovejas no saliera bien.

«Yo también», pensé.

—Te estás quedando sin cobertura —dije—. No puedo oírte.

Y colgué.

Se puede aprender mucho de las ovejas. Me acerqué al rincón y la cogí por debajo del morro y por detrás.

—Tienes que darte la vuelta. Tienes que ir en otra dirección.

La arrastré desde la cerca, dándole la vuelta. Inmediatamente, se puso a pastar.

—Tienes que admitir que no sirve de nada y probar con otra cosa —dije, y volví a entrar en el laboratorio. Shirl estaba allí—. ¿Dónde está el doctor O'Reilly?

—Hace un minuto hablaba con la doctora Turnbull.

—Bien —dije yo, y regresé a mi laboratorio de Estadística para redactar mi informe para Dirección.

«Sandra Foster: Informe de Proyecto», escribí en un disco que la oveja no se había comido.


Objetivos del proyecto:

1. Encontrar qué produce las modas.

2. Encontrar el nacimiento del Nilo.

Resultados del proyecto:

1. No encontrado. El flautista de Hamelín podría tener algo que ver, por lo que yo sé. O Italia.

2. Encontrado. Lago Victoria.

Sugerencias para nuevas investigaciones:

1. Eliminar los acrónimos.

2. Eliminar las reuniones.

3. Estudiar los efectos de la moda antitabaco sobre la capacidad para pensar con claridad.

4. Leer a Browning. Y a Dickens. Y al resto de los clásicos.


Imprimí el documento; luego recogí la chaqueta y el bolso con correa y subí a ver a Dirección.

Shirl estaba allí, manejando una aspiradora para limpiar la alfombra.

Dirección limpiaba su mesa, que había sido retirada a un rincón.

—No pise la alfombra —dijo cuando entré—. Está mojada.

Chapoteé hasta la mesa.

—Las ovejas están todas en el corral —dije por encima del sonido atronador de la aspiradora—. Lo he dispuesto todo para que se las lleven.

Le tendí mi informe.

—¿Qué es esto?

—Dijo usted que quería reevaluar los objetivos de mi proyecto —contesté—. Y yo también.

—¿Qué es esto? —dijo, con el ceño fruncido—. ¿El flautista de Hamelín?

—De Robert Browning. Ya conoce la historia. Contratan al flautista para que limpie de ratas Hamelín; lo hace, pero la ciudad se niega a pagarle. «Y en cuanto a nuestro Consistorio… sorprendente.»

Dirección se colocó detrás de la mesa.

—¿Me está amenazando, doctora Foster?

—No —dije yo, sorprendida—. «¿Insultado por un perezoso indigente? —cité—. ¿Nos amenazas, amigo? Haz lo que quieras/sopla tu flauta hasta que mueras.» Tendría que leer usted más poesía. Se aprende mucho. ¿Tiene carnet de biblioteca?

—¿Carnet de…? —dijo Dirección, como si fuera a darle una apoplegía.

—No le estoy amenazando. ¿Por qué habría de hacerlo? No me he deshecho de ninguna rata ni he encontrado la causa del pelo corto. Ni siquiera he conseguido localizar a un flautista.

Me detuve, pensé en ello, y al igual que la noche anterior, cuando estaba en la cola del Target con la Barbie Novia Romántica, sentí que estaba al borde de algo importante.

—¿Está comparando HiTek con las ratas? —dijo Dirección, y yo le hice un gesto impaciente con la mano, tratando de atrapar mi escurridiza idea.

Un flautista.

—¿Está diciendo…? —gritó Dirección, y la idea se esfumó.

—Estoy diciendo que me contrataron para un fin equivocado. En vez de buscar el secreto para hacer que la gente siga las modas, deberían buscar el modo de que piense por sí misma. Porque en eso consiste la ciencia. Y porque la próxima moda podría ser peligrosa, y lo averiguará con el resto del rebaño cuando caiga por el acantilado. Y no, no necesito un guardia de seguridad que me escolte hasta mi laboratorio —dije, abriendo el bolso para que pudiera ver el interior—. Me marcho. «Más allá de la colina, a través de la mañana.»

Volví a chapotear sobre la alfombra.

—Adiós, Shirl —le dije—. Puede venir a fumar a mi casa cuando quiera.

Y fui a buscar el coche y me marché a la biblioteca.

CUBO DE RUBIK (1980–1981)

Famoso juego de moda consistente en un cubo compuesto de cubos más pequeños de distintos colores que podían rotar para formar diferentes combinaciones. El objeto del juego (que más de cien millones de personas trataron de resolver) era girar los lados del cubo hasta que cada cara fuera de un solo color. El grado de habilidad que exigía era demasiado elevado (como atestiguan las docenas de libros de ayuda publicados), y cuando pasó de moda mucha gente ni siquiera lo había resuelto una sola vez.


Lorraine había vuelto.

—¿Quieres Su Ángel de la Guarda puede cambiarle la vida? —me preguntó. Llevaba una camiseta con un hada madrina y pendientes con chispeantes varitas mágicas—. Ya ha llegado, y también su libro sobre el pelo corto.

—No lo quiero —dije—. No sé qué originó esa moda ni me importa.

—Encontramos ese libro de Browning. Lo habías devuelto después de todo. Nuestra ayudante de organización lo colocó con los libros de cocina.

«Ya ves —me dije, mientras entraba en el Kepler's Quark y le daba mi nombre a una camarera con el pelo rapado y un uniforme de camarera que probablemente no era tal cosa—, las cosas empiezan a mejorar. Encontraron el Browning, nunca tendrás que volver a leer los anuncios de contactos, y Flip no puede entrar aquí para estropearte el día y cargarte la cuenta.»

La camarera me sentó en una mesa junto a la ventana. «Ya ves —volví a decirme—, no te ha colocado en la mesa comunal. No lleva cinta adhesiva. Decididamente, las cosas mejoran.»

Pero no sentía que fuera así. Sentía que me había quedado sin trabajo. Sentía que estaba enamorada de alguien que no me correspondía.

«Es totalmente ajeno a las modas —me dije—. Míralo por el lado bueno. Ya no tienes que preocuparte por lo que causó el pelo corto.» Lo que era una buena cosa, porque me estaba quedando sin ideas.

—Hola —dijo Ben, sentándose frente a mí.

—¿Qué haces aquí? —dije, en cuanto pude hablar—. ¿No deberías estar trabajando?

—He dimitido.

—¿Dimitido? ¿Por qué? Creía que ibas a trabajar en el proyecto de la doctora Turnbull.

—¿Te refieres al proyecto de Alicia, estadísticamente concienzudo, ciencia a la carta, que sin duda ninguna iba a ganar la beca Niebnitz? Demasiado tarde. La beca Niebnitz ya ha sido concedida.

No parecía que eso le molestara. No tenía el aspecto de alguien que acaba de renunciar a su trabajo. Parecía contenidamente excitado, los ojos jubilosos tras los cristales de culo de botella. «Va a decirme que se ha prometido a Alicia», pensé.

—¿Quién la ganó? —dije, para detenerlo—. La beca Niebnitz. ¿Un diseñador experimentado de treinta y ocho años que vive al oeste del Misisipí?

Ben llamó a la camarera.

—¿Qué tienen para beber que no sea café?

La camarera puso los ojos en blanco.

—Nuestra nueva bebida. El chinatasse. Es lo último.

—Dos chinatasses —dijo él, y yo esperé a que la camarera lo interrogara sobre si los quería enteros o desnatados, con azúcar blanco o integral, Beijing o Guangzhou; pero al parecer pedir chinatasses requería menos habilidad que pedir café con leche.

La camarera se marchó, y Ben dijo:

—Ha llegado esto para ti.

Y me entregó una carta.

—¿Cómo sabías dónde encontrarme? —pregunté, mirando el sobre. Sólo ponía mi nombre.

—Me lo dijo Flip.

—Creía que se había marchado.

—Me lo dijo hace tiempo. Dijo que venías mucho por aquí. He venido tres o cuatro veces, esperando encontrarme contigo, pero no hubo suerte. Dijo que venías a buscar hombres en los anuncios de contactos.

—Flip —dije, sacudiendo la cabeza—. Los leía para mi investigación sobre las modas. No intentaba… ¿venías?

Él asintió. Había desaparecido el júbilo de su mirada. Sus ojos grises asomaban serios tras las gafas de culo de botella.

—Dejé de venir hace un par de semanas porque Flip me dijo que estabas prometida al tipo de las ovejas.

—Avestruces —dije—. Flip me dijo que estabas loco por Alicia, y que por eso querías trabajar con ella.

—Bueno, al menos ahora sabemos lo que significaba la i de su frente. Interferencia. No quiero trabajar con Alicia. Quiero trabajar contigo.

—No estoy prometida al tipo de las ovejas —dije. Pensé en una cosa—. ¿Por qué compraste esa corbata azul Cerenkhov?

—Para impresionarte. Flip me dijo que nunca saldrías conmigo a menos que me comprara ropa nueva, y este horrible azul fue lo único que encontré en las tiendas. —Pareció tímido—. También puse un anuncio en la sección de contactos.

—¿Lo hiciste? ¿Qué decía?

—«Inseguro y mal vestido teórico del caos desea investigadora de modas inteligente, reflexiva, incandescente. Debe ser CC.»

—¿CC?

—Científicamente compatible —sonrió—. La gente hace locuras cuando está enamorada.

—¿Como pedir prestado un rebaño de ovejas para evitar que alguien pierda su subvención?

La camarera plantó dos vasos delante de nosotros, esparciendo chinatasse por todas partes.

—Son para llevar —dijo Ben.

La camarera suspiró y se marchó con los vasos.

—Si vamos a trabajar juntos —me dijo Ben—, será mejor que empecemos cuanto antes.

—Espera un momento. Los dos hemos dimitido.

—Bueno, el caso es que HiTek nos quiere de vuelta.

—¿Cómo?

—Todo está perdonado —asintió—. Dicen que podemos disponer de todo lo que necesitemos: espacio de laboratorio, ayudantes, ordenadores.

—¿Pero qué hay de las ovejas y el humo de segunda mano?

—Abre la carta.

La abrí.

—Léela.

La leí.

—No comprendo —dije.

Le di la vuelta a la carta. No había nada en el dorso. Miré de nuevo el sobre. Sólo ponía mi nombre. Miré a Ben, que parecía feliz.

—No comprendo —repetí.

—Yo tampoco. Alicia estaba presente cuando abrí la mía. Tuvo que recalcular todos los porcentajes.

Leí de nuevo la carta.

—¿Ganamos la beca Niebnitz?

—Ganamos la beca Niebnitz.

—Pero… nosotros no somos… no…

—Bueno, así está la cosa —dijo él, inclinándose sobre la mesa y tomando por fin mi mano—. He tenido una idea. ¿Recuerdas que te dije que se podían predecir los sistemas caóticos midiendo todas las variables y calculando la iteración? Bueno, pues pienso que Verhoest tenía razón después de todo. Hay otro factor en funcionamiento. Pero no es externo. Es algo que ya está en el sistema. ¿Recuerdas que Shirl dijo que la oveja mansa era igual que cualquier otra oveja, sólo que un poco más ansiosa, un poco más rápida, un poco adelantada? ¿Y si…?

—¿… en vez de mariposas hay una mansa en los sistemas caóticos?

—Exactamente. —Ahora me sostenía ambas manos—. Y no parece diferente de ninguna de las otras variables del sistema, pero es lo que dispara la iteración, es el catalizador, es…

—Pippa —dije, agarrando sus manos—. Hay un poema, Pippa Pasa, de…

—Browning. Canta bajo las ventanas de la gente…

—Y cambia sus vidas, y ellos nunca llegan a verla. Si hicieras un modelo informático del pueblo de Asoló, ni siquiera la incluirías en él, pero es…

—… la variable que pone en movimiento las alas de la mariposa, la fuerza que hay detrás de la iteración, el gatillo que activa el disparador, el factor que causa…

—… que las mujeres se corten el pelo en Hong Kong.

—Exactamente. La fuerza que causa tus modas. La…

—… fuente del Nilo.

La camarera volvió con los mismos vasos.

—No tengo vasos de plástico para llevar. Contaminan el entorno. —Dejó las bebidas y se marchó.

—Como Flip —dijo Ben, pensando en el tema—. Entregó mal el paquete, y así es como te conocí.

—Entre otras cosas —dije yo, y sentí de nuevo que estaba al borde de algo, que el cubo de Rubik empezaba a girar.

—Vamos —dijo Ben—. Quiero ver qué pasa cuando añada la mansa a mis datos sobre teoría del caos.

—Espera… quiero tomarme el chinatasse, por si es la próxima moda. Y hay algo más… No habrás comunicado todavía a HiTek nuestra decisión de quedarnos o no, ¿verdad?

Él sacudió la cabeza.

—Supuse que querrías estar presente.

—Bien. No les digas que no todavía. Hay algo que quiero comprobar.

—Muy bien. Me reuniré contigo en HiTek dentro de unos minutos. ¿De acuerdo? —y se marchó.

—Umm —dije yo, tratando de capturar el pensamiento que acababa de tener. Algo sobre trenes, ¿o eran autobuses? Y algo que había dicho la camarera.

Tomé un sorbo de chinatasse meditando… y si necesitaba un signo de que el caos estaba recuperando el equilibro a un nivel nuevo y superior, ahí lo tenía: era el maravilloso té helado del Madre Tierra.

Lo que debería haberme inspirado, si es que algo podía hacerlo. Pero no conseguí capturar el pensamiento. La idea de que había recuperado a Ben me lo impedía, y también el pensar que, a excepción de aquel ejercicio de sensibilidad, y algún apretón de manos ocasional, él nunca me había tocado.

Y al parecer había algún tipo de bucle de realimentación en nuestro sistema, porque él regresó y apartó a la camarera, que intentaba anotar su nombre, y pasó entre las mesas y me puso en pie. Y me besó.

—Muy bien —dijo, y nos separamos.

—Muy bien —dije yo, sin aliento.

—¡Guau! —exclamó la camarera—. ¿Lo conoció en los anuncios de contactos?

—No —contesté, deseando que se callara y Ben volviera a besarme—. A través de Flip.

—Nos presentó una oveja mansa —dijo Ben, rodeándome de nuevo con sus brazos.

¡Guau!—volvió a exclamar la camarera.

EL HIPNOTISMO DE COUÉ (1923)

Moda psicológica iniciada por el doctor Emile Coué, un psicólogo francés y autor de Autodominio por medio de la autosugestión. El método de Coué de automejora consistía en anudar un trozo de cuerda y repetir una y otra vez: «Todos los días, mejoro en todos los sentidos más y más». Pasó cuando quedó claro que nadie lo lograba.


Los acontecimientos más nimios han impulsado logros científicos: ver desbordarse el agua del baño, el movimiento producido por una brisa, la presión de un pie sobre un escalón. Pero nunca había oído de ninguno provocado por un beso.

Pero fue un beso que llevaba detrás todo el peso de cinco semanas de caótica turbulencia, de cambiar pautas de pensamiento de sus posiciones acostumbradas, de sacudir variables, separándolas y mezclándolas de nuevo en nuevas conjunciones, nuevas posibilidades. Y cuando Ben me rodeó con sus brazos, fue como el descubrimiento de la penicilina y el anillo del benceno y el Big Bang todo en uno. Un eureka elevado a la décima potencia. Como llegar a la fuente del Nilo.

—Ese FLIP donde lo conoció —me decía la camarera—, ¿es como un grupo de recuperación?

—De descubrimiento —contesté, mirando transfigurada a Ben, preguntándome cómo podía haber sido tan ciega. Todo estaba tan claro: lo que impulsaba las modas y cómo se obtienen logros científicos y por qué habíamos ganado la beca Niebnitz.

—¿Puede unirse alguien a ese FLIP? —preguntó la camarera—. Ya estoy en un grupo de recuperación del café con leche, pero no hay tipos guapos en él.

—Necesito la cuenta —dije, pescando un billete de veinte de mi bolso y tendiéndoselo para poder regresar a HiTek y meter todo aquello en el ordenador.

—Él ya ha pagado —contestó, tratando de devolvérmelo.

—Quédeselo —dije, y le sonreí cuando recordé otra cosa—. Somos ricos. ¡Hemos ganado la beca Niebnitz!

Corrí de regreso a HiTek y subí al laboratorio de Estadística, y recuperé mi modelo del pelo corto.

Supongamos que las modas fueran una forma de punto crítico auto-organizado que surge del sistema caótico de la cultura popular. Y supongamos que, como otros sistemas caóticos, estuvieran bajo la influencia de una mansa. La independencia de las mujeres, Irene Castle, los deportes al aire libre, la rebelión contra la guerra, todo eso serían simplemente variables del sistema. Requerirían un catalizador, una mariposa que las pusiera en marcha.

Me concentré en el grupo de Marydale, Ohio. Supongamos que no se tratara de una anomalía estadística. Supongamos que hubiera una chica en Marydale, Ohio, una chica como cualquier otra, con faldas ondulantes y rodillas con carmín, indiferenciable del resto del rebaño, sólo que un poco más ansiosa, un poco más rápida, un poco más hambrienta. Un poco avanzada al rebaño. Una chica que estuviera enamorada de un dentista del otro lado de la ciudad y que hubiera entrado en la peluquería y, sin tener ni idea de que estaba iniciando una moda, de que estaba cristalizando el caos en el punto crítico, le hubiese dicho al peluquero que le cortara el pelo.

Recuperé el resto de los datos de los años veinte y pedí esbozos geográficos, y allí estaba de nuevo la anomalía para los calcetines bajos y los crucigramas, justo en Marydale. Y para el shimmy, aunque el baile se había originado en Nueva York. Pero no se había puesto de moda hasta que una chica de pelo corto de Marydale, Ohio, lo bailó. Una chica como Flip. Una mariposa. Una oveja mansa. La fuente del Nilo.

Cargué el programa cromático y seguí el curso de acontecimientos en HiTek, desde el momento en que Flip se equivocó al entregar el paquete de la doctora Turnbull hasta sus juegos con el pestillo de la cerca, pero esta vez también incluí Llevada por el destino y el pudín de pan, los ejercicios de sensibilidad de Dirección, la cinta adhesiva, los ejercicios de Elaine, el tabaco de Shirl, el novio de Sara, la Barbie Novia Romántica y los diversos niveles de dificultad del café con leche.

Todas las variables que se me ocurrieron y cada una de las acciones de Flip, irrelevantes o no, todas ellas volvían a alimentar el sistema, añadiendo turbulencias, y llevando no al desastre, como había pensado después del ejercicio de sensibilidad, sino a la beca Niebnitz, al amor y la compatibilidad geográfica y el origen del pelo corto. A un nuevo y superior estado de equilibrio.

Flip se había sentido inquieta y, como resultado, yo le había dicho a Billy Ray que saldría con él, y Billy Ray también había dicho que se sentía inquieto, y me habló de las ovejas, en las que pensé cuando Flip perdió el impreso de solicitud de fondos de Ben.

Flip. Sus pisadas, como los afilados tacones de la Barbie, como los ecos de la voz de Pippa, estaban por toda la escena del crimen. Le había dicho a Ben que yo era la prometida de Billy Ray, no había fotocopiado las páginas entre la 29 y la 41, le había enseñado a la oveja mansa a abrir la cerca, le había dicho a Dirección que Shirl fumaba, aumentando cada vez más el nivel de caos, mezclando y separando las variables.

La pantalla se llenó de líneas. Las conecté y añadí las ecuaciones de iteración, y las líneas se convirtieron en una maraña, y ésta en un nudo. La grapadora perdida, El flautista de Hamelín de Browning, el teléfono móvil de Billy Ray, el color rosa pomo. Flip había repartido una petición para prohibir fumar y Shirl había acabado en el aparcamiento en medio de una nevada y yo la llevé al laboratorio de Ben y ella nos vio a Ben y a mí pelear con la oveja y dijo: «Necesitan una mansa».

La pantalla se oscureció, capa tras capa de acontecimientos alimentándose unos a otros, y entonces brotó de repente un nuevo diseño. Una hermosa y elaborada estructura, vivida rojo radical y azul cerúleo.

Punto crítico auto-organizado. Logro científico.

Me quedé mirándola durante un rato, maravillándome de su sencillez y pensando en Flip. Estaba equivocada. La i de su frente no significaba «incompetencia» ni «ineptitud». Ni siquiera «influencia». Significaba inspiración. Era como Pippa después de todo, sólo que en vez de cantar agitaba las variables, aumentando el nivel de caos con cada petición y cada paquete mal entregado hasta que el sistema se volvía crítico.

También pensé en la penicilina y en Alexander Fleming, con su abarrotado y diminuto laboratorio, lleno de montones de placas de Petri cubiertas de moho. El instituto en el que trabajaba estaba en el centro del caos, a media manzana de la estación de Paddington, en una calle ruidosa. Añadamos las vacaciones y el calor de agosto y el nuevo ayudante de investigación al que tuvo que hacer sitio, y todos esos detalles-afluente como su padre y el equipo de tiro con rifle. Y el waterpolo. En la escuela estaba en el equipo que jugó un partido de waterpolo contra el hospital St. Mary's. Tres años después, cuando se preparaba para ir a la facultad de medicina, escogió St. Mary's porque recordaba el nombre.

Añadamos eso, y el hollín y la ventana abierta del laboratorio, y tenemos un verdadero lío. ¿O no?

David Wilson había definido el descubrimiento de la penicilina como «uno de los accidentes más afortunados que jamás ocurrieron en la naturaleza». ¿Pero fue así? ¿O fue un descubrimiento científico que esperaba para poder suceder, un sistema tan caótico que lo único que hacía falta para empujarlo por el borde de un punto crítico auto-organizado era una espora que entrara por una ventana abierta como la canción de Pippa?

Poincaré creía que el pensamiento creativo era un proceso de inducir el caos interno para conseguir un nivel superior de equilibrio. ¿Pero tenía que ser interno?

Lo grabé todo en un disco, me lo guardé en el bolsillo y bajé a Biología.

—Necesito saber una cosa —le dije a Ben—. Tu teoría del caos de la mansa. ¿La ideaste poco a poco o se te ocurrió de sopetón?

Él frunció el ceño.

—Las dos cosas. Estaba pensando en Verhoest y su factor X, y en que tal vez tuviera razón, y empecé a pensar qué forma podía tomar otro factor.

—¿Y fue entonces cuando la manzana te golpeó en la cabeza?

Él lo negó.

—Alicia entró para decirme que su investigación demostraba que el siguiente receptor de la beca Niebnitz sería un radioastrónomo, y entonces Dirección convocó otra reunión y nos dimos el abrazo del ejercicio de sensibilidad y durante un par de días sólo pude pensar en ti y en que estabas prometida a ese vaquero.

—Criador de avestruces —corregí—. Durante un par de semanas, por lo menos. Así que las ideas se estaban filtrando, ¿pero recuerdas qué fue lo que lo unió todo?

—Fuiste tú. Las ovejas estaban dando vueltas por el salón ante Dirección, y tu dijiste: «Flip hizo esto, lo sé», y Shirl dijo que no estaba allí, y tú añadiste: «No me importa. De algún modo está detrás de todo esto.» Y yo pensé, no, no lo está. La oveja mansa sí. Y recordé a Flip apoyada en la verja del corral, jugueteando con el pestillo arriba y abajo, y pensé que la mansa debía de haber aprendido a abrirla gracias a ella, y conducido el resto del rebaño a aquel caos.

»Y se me ocurrió, así sin más. Las mansas causan caos. Son el factor invisible.

—Lo sabía —dije yo—. Tengo que averiguar una cosa. Justo lo que pensaba. Eres maravilloso. Ahora vuelvo.

Le besé para inspirarme, y fui a buscar a Flip.

Había olvidado su dimisión.

—Hace tres días —me dijo Elaine, de Personal. Llevaba un par de patines azul Cerenkhov—. Patinaje en línea —dijo, alzando la pierna para mostrármelo—. Con esto consigues una silueta mucho mejor que escalando paredes, y te ayuda a ir más rápido por la oficina. ¿Te enteraste de lo de Sara y su amigo?

—¿Han roto?

—No. ¡Se han casado!

Reflexioné sobre las implicaciones de aquello.

—¿Dejó Flip alguna dirección? ¿Dijo adonde iba?

Ella sacudió la cabeza.

—Dijo que le entregaran su cheque a Desiderata, de Suministros, y que ella se lo enviaría.

—¿Puedo ver su expediente?

—Los expedientes de Personal son confidenciales —dijo ella, súbitamente oficial.

—Llama a Dirección y pídeselo. Di que es para mí.

Lo hizo.

—Dirección ha dicho que te diera todo lo que quisieras —dijo ella asombrada, mientras colgaba—. ¿Quieres todo su expediente?

—Sólo lo referente a sus trabajos anteriores.

Patinó hasta el archivador, lo encontró, patinó de vuelta hasta mí y frenó limpiamente.

Era lo que esperaba. Flip había trabajado en una cafetería en Seattle, y antes que eso en un Burger King de Los Ángeles.

—Gracias —dije, tendiéndole el expediente, y entonces se me ocurrió otra cosa más—. Déjamelo un momento.

Lo abrí y miré a la línea superior, donde ponía «apellido, nombre de pila, inicial».

«Orliotti, Philippa J.», decía.

TATUAJES (1691)

Moda de automutilación que se hizo por primera vez popular en la Europa del siglo XVII cuando los exploradores importaron la práctica de los mares del sur. La moda se convirtió en una locura típica de las clases pudientes en la época eduardiana. Jennie Jerome, la madre de Winston Churchill, llevaba una serpiente tatuada en la muñeca. Los tatuajes volvieron a ponerse de moda durante la Segunda Guerra Mundial, esta vez entre los soldados y, especialmente, los marineros, y de nuevo en los sesenta con el movimiento hippie, y otra vez a finales de los ochenta. Los tatuajes tienen la desventaja de ser una moda pasajera con resultados permanentes.


Copié el apellido de Flip y me propuse buscar el nombre de soltera de su abuela y comprobar si vivía cerca de Marydale, Ohio, en 1921. Luego bajé a Suministros.

Desiderata no pudo encontrar la dirección de Flip.

—Dijo que se iba a algún lugar de Arizona—dijo Desiderata, buscando entre las gomas de borrar—. Albuquerque, creo.

—Albuquerque está en Nuevo México.

—Oh —dijo ella, frunciendo el ceño—. Entonces tal vez fuera Forth Worth. Donde él fuera.

—¿Quién?

Puso los ojos en blanco.

—El dentista.

Por supuesto. Había especificado que hubiera compatibilidad geográfica.

—Tal vez se lo dijo a Shirl —comentó Desiderata, rebuscando entre los lápices.

—Creía que habían despedido a Shirl por fumar en el corral.

—No. Dimitió. Dijo que sólo iba a quedarse hasta que contrataran una nueva directora de facilitación de mensajes de trabajo, y lo han hecho esta mañana, así que tal vez se haya ido ya.

No se había ido. Estaba en la sala de fotocopias, arreglando la máquina antes de marcharse; pero Flip tampoco le había dicho adonde se iba.

—Mencionó algo de que el tal Darrell trasladaba su consulta a Prescott —dijo Shirl, inclinada sobre la alimentadora de papel—. Me he enterado de que el doctor O'Reilly y usted han obtenido la beca Niebnitz. Eso es maravilloso.

—Lo es —dije mientras la miraba arrancar un papel atascado con los dedos. No había en ellos mancha alguna de nicotina—. Es una lástima que no sepa quién concede la beca. Había algo que quería decirles.

Shirl colocó el alimentador en posición y cerró la tapa.

—Seguro que el comité quiere permanecer en el anonimato.

—Si es un comité —dije—. Los comités son terribles a la hora de guardar secretos, y ni siquiera la doctora Turnbull pudo averiguar nada. Creo que es una sola persona.

—Una persona muy rica —dijo ella. Su voz había dejado de ser ronca.

—Cierto. Una persona «circunstancialmente predispuesta» a la riqueza, que piensa por sí misma y quiere que otras personas lo hagan también. ¿Cuándo dejó de fumar?

—Flip me convirtió. Es un mal hábito. Peligroso para la salud.

—Umm —dije—. Una persona extremadamente competente…

—Por cierto, ¿ha visto ya a la sustituía de Flip? Me alegro de no trabajar ya aquí. No creía que fuera posible contratar a alguien peor que Flip, pero Dirección lo ha conseguido.

—Una persona extremadamente competente —repetí, mirándola con firmeza—, que viaja por todo el país como Diógenes, buscando científicos «circunstancialmente predispuestos» a los descubrimientos. Una persona de la que nadie sospecharía.

—Interesante teoría —dijo Shirl, sin hacerme caso, centrando el papel en la placa de cristal—. ¿Qué es lo que quería decirle a esa persona? Si viaja de incógnito, probablemente no querrá que le den las gracias.

Pulsó un botón y empezó a bajar la tapa.

—Oh, no iba a darle las gracias —dije—. Iba a decirle que está haciendo las cosas mal.

La luz de la fotocopiadora destelló, cegadora. Shirl parpadeó.

—¿Está diciendo que la gente de la Niebnitz eligió a los ganadores equivocados?

—No se trata de a quién eligen. Es la beca en sí. Un millón de dólares significa que el científico agraciado puede dejar su trabajo, comprarse un laboratorio propio, continuar su obra en completa paz y tranquilidad.

—¿Y eso es malo?

—Tal vez. Mire a Einstein. Descubrió la relatividad mientras trabajaba en una apestosa oficina de patentes, llena de papeles e inventos. Cuando trataba de trabajar en casa, era aún peor. Ropa lavada colgando de todas partes, un bebé llorando sobre una rodilla, su primera esposa gritándole.

—¿Y ésas le parecen condiciones ideales de trabajo?

—Tal vez. ¿Y si en vez de ser molestias, el ruido y la ropa limpia y el apartamento abarrotado se combinaran para crear una situación en la que pudieran formarse nuevas ideas? —Alcé dos dedos—. Sólo dos de los ganadores de la beca Niebnitz han continuado haciendo descubrimientos significativos.¿Por qué?

—Los descubrimientos científicos no se sirven a la carta. Requieren muchos años de trabajo concienzudo…

—Y suerte. Y casualidad. Una brisa que sopla y empuja las patas de las ranas de Galvani contra una varilla y cierra un circuito, una mano que intercepta los rayos catódicos, una manzana que cae. Fleming. Penzias y Wilson. Kekulé. Los logros científicos implican asociar ideas que nadie ha asociado antes, ver conexiones que nadie antes ha visto. Los sistemas caóticos crean bucles de realimentación que tienden a organizar aleatoriamente los elementos del sistema, a desplazarlos y repartirlos de forma que quedan junto a elementos con los que nunca antes habían estado en contacto. Los sistemas caóticos tienden a aumentar en caos, pero no siempre. A veces se reestabilizan en un nuevo nivel de orden.

—Arquímedes —dijo Shirl.

—Y Poincaré. Y Roentgen. Todas sus ideas provinieron de situaciones caóticas, no de la paz y la tranquilidad. Y si una situación caótica pudiera ser inducida en vez de tener que esperar a que se presente… Es sólo una idea, pero explica por qué docenas de científicos pudieron experimentar con gases eléctricamente descargados sin descubrir los rayos X. Explica por qué tantos científicos realizan descubrimientos ajenos a su propio campo. Por eso especificó usted «circunstancialmente predispuesto», por eso eligió gente que trabajaba fuera de su terreno, porque intuía cómo funcionaba, aunque no lo supiera. Naturalmente, todavía no es más que una idea. Pero encaja con la teoría de Bennett del efecto oveja mansa. Necesito muchos más datos, y…

Shirl me sonreía más que complacida.

—¿Y sigue creyendo que lo estoy haciendo todo mal? —dijo. Se agachó para recoger la copia de la máquina—.

Interesante teoría —cogió un fajo de papeles—. Si alguna vez me encuentro a quienquiera que concede la beca Niebnitz, me aseguraré de comunicárselo.

Se encaminó hacia la puerta.

—Adiós —dije, y la besé en la chupada mejilla.

—¿Y eso por qué? —gruñó ella, frotándosela con la mano.

—Por arreglar la fotocopiadora —dije—. Oh, por cierto, ¿en honor de quién se llama Niebnitz la beca?

—De Alfred Taylor Niebnitz —contestó ella, sin volver la cabeza—. Mi profesor de física del instituto.

TABLERO OUIJA (1917–1918)

Juego psíquico con el que se pretende predecir el futuro. Los jugadores empujan por un tablero decorado con letras y números un vaso que deletrea las respuestas a sus preguntas. Originado o bien en Maryland, en la década de 1880, por C.W. Kennard o por William e Isaac Fiuld, o en Europa, en la de 1850; pero no se puso de moda hasta que América entró en la Primera Guerra Mundial. Reaparece cada vez que hay una guerra. Fue muy popular durante la Segunda Guerra Mundial y el conflicto de Corea. Cuando más se vendió fue entre 1966 y 1977, durante la guerra de Vietnam.


Una teoría es tanto mejor cuanto mayor es su capacidad de predicción. Mendeléiev predijo que los huecos en su tabla periódica serían rellenados con elementos de ciertos pesos atómicos y ciertas propiedades y un peso atómico concreto. El posterior descubrimiento del galio, el escandio y germanio cumplieron sus predicciones. La teoría especial de la relatividad de Einstein predijo correctamente la desviación de la luz por el sol, probada por el eclipse de 1919. La teoría de la deriva continental de Wegener fue corroborada por los fósiles y las fotografías tomadas desde los satélites. Y la penicilina de Fleming salvó la vida de Winston Churchill durante la Segunda Guerra Mundial.

La teoría de la mansa de los sistemas caóticos es sólo eso, y Ben y yo estamos todavía en las primeras fases de nuestra investigación. Pero estoy dispuesta a aventurar algunas predicciones:

HiTek cambiará de acrónimos al menos dos veces durante el próximo año, impondrá un código de vestir, y hará que el personal se estreche la mano y potencie al niño que todos llevamos dentro.

La doctora Turnbull se pasará todo el año que viene intentando poner trabas a la beca Niebnitz, sin conseguirlo. La ciencia no funciona así.

Predigo varias modas nuevas en Prescott, Arizona o Albuquerque o Fort Worth. Boulder, Seattle y Los Ángeles perderán peso como centros creadores de modas. Las marcas en la frente serán lo máximo, y el hilo dental, y el pelo corto volverá, sobre todo las ondas de agua.

En el terreno espiritual, los ángeles se acabarán y las hadas estarán a la última, sobre todo las hadas madrinas, que después de todo existen. Los comerciantes se pondrán las botas con ella y luego perderán la camisa tratando de adelantarse a la próxima moda.

Predigo un brusco declive de la cría de ovejas, un aumento de las bodas y ningún cambio en los anuncios de contactos. El postre en alza de este otoño será el pastel con fondo de pina.

Y en alguna compañía o instituto de investigación o facultad contratarán a una ejemplar encargada del correo con exceso de peso o que viste prendas de piel o lleva una Biblia, y los científicos de esos lugares harían bien en recordar los cuentos de hadas de su infancia.

Habrá un brusco resurgir de logros científicos significativos y el caos, como de costumbre, reinará. Predigo grandes cosas.

Esta mañana he conocido a la sustituta de Flip. Había subido a Estadística a recoger mis datos sobre el pelo corto, y ella salía de la sala de la fotocopiadora, perdiendo por el camino los memorandos de alguien.

Llevaba el pelo lavanda, peinado como un surtidor, con varios hilos de alambre de espino alrededor. Iba con una camiseta para jugar a bolos, pantalones de ciclista, zapatos negros de baile, y los labios pintados de color naranja.

—¿Es usted la nueva encargada del correo?

Ella ha arrugado sus labios naranja en un gesto de desdén.

—Soy la directora de facilitación de mensajes de trabajo —me ha dicho, recalcando cada sílaba—. ¿Y cuál es su trabajo, por cierto?

—Bienvenida a HiTek —he dicho, y le habría estrechado la mano, pero llevaba un anillo de alambre de espino.

Grandes cosas.

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