Tardamos más de quince minutos. Las Pirámides están más lejos de lo que parece y la arena es profunda y se hace difícil caminar. Tenemos que parar cada pocos metros para que Lissa pueda vaciar las sandalias, apoyándose en Neil.
—Tendríamos que haber tomado un taxi —dice el marido de Zoe, pero no hay carreteras, ni señales de los puestos de gaseosas ni de los vendedores ambulantes de souvenirs de los que se quejaba la guía, sino sólo una ininterrumpida extensión de arena profunda y blanca, de cielo uniforme… y, a la distancia, en fila, las tres pirámides amarillas.
—“La más alta de las tres es la Pirámide de Kheops, construida en el año 2690 antes de Cristo” —dice Zoe, leyendo mientras camina—. “Tardaron treinta años en terminarla”.
—Para llegar a las Pirámides hay que tomar un taxi —digo—. Hay mucho tránsito.
—“Fue construida en la margen occidental del Nilo, que, según creían los antiguos egipcios, era el país de los muertos”.
Detecto un fugaz movimiento entre las pirámides; esperando que sea un vendedor ambulante de souvenirs, me detengo y me protejo los ojos contra el reflejo para mirar bien, pero no veo nada.
Comenzamos a caminar de nuevo.
Vuelvo a percibir un movimiento y esta vez logro verlo apenas: corre, agachado, con las manos casi tocando el suelo. Desaparece detrás de la pirámide del medio.
—Vi algo —digo, alcanzando a Zoe—. Una especie de animal. Parecía un mandril.
Zoe hojea la guía y luego dice:
—Monos. En Giza se los ve con frecuencia. Les piden comida a los turistas.
—No hay ningún turista —digo.
—Ya lo sé —dice Zoe, feliz—. Te dije que íbamos a evitarnos las multitudes.
—Por más que estemos en Egipto, hay que pasar por la Aduana —le digo—. No se puede salir de un aeropuerto así como así.
—“La pirámide de la izquierda es la de Khefren” —dice Zoe—, “construida en el año 2650 antes de Cristo”.
—Los de la película no creían que estaban muertos ni siquiera cuando les decían que era cierto —digo—. Giza está a quince kilómetros de El Cairo.
—¿De qué estás hablando? —dice Neil. Lissa se detiene otra vez y, apoyándose en él, se queda parada en un solo pie y sacude la sandalia—. ¿De esa novela de misterio de Lissa, “Muerte en el Nilo”?
—Era una película —le digo—. Estaban en un barco y estaban todos muertos.
—Nosotros la vimos, ¿verdad, Zoe? —dice el marido de Zoe—. Actuaba Mia Farrow… y Bette Davis. Y el tipo que era detective… ¿Cómo se llamaba…?
—Hércules Poirot —dice Zoe—. Interpretado por Peter Ustinov. “Las Pirámides están abiertas al público todos los días, de 8 de la mañana a 5 de la tarde. Por la noche hay un espectáculo de Luz y Sonido, con reflectores de colores y narración en inglés y japonés”.
—Había indicios de todo tipo —digo—, pero ellos no les prestaban atención.
—No me gusta Agatha Christie —dice Lissa—. Asesinatos, y después tratar de averiguar quién mató a quién. Nunca logro deducir qué es lo que pasa. Toda esa gente junta, en un tren…
—Estás hablando de “Asesinato en el Orient Express” —dice Neil—. Esa la vi.
—¿Esa es la película donde los van matando uno por uno? —dice el marido de Lissa.
—Esa la vi —dice el marido de Zoe—. En mi opinión, les pasó lo que se merecían, por andar solos cuando sabían muy bien que no tenían que separarse.
—Giza está a quince kilómetros de El Cairo —digo—. Para llegar hay que tomar un taxi.
Hay mucho tránsito.
—En esa también actuaba Peter Ustinov, ¿no? —dice Neil—. En la del tren.
—No —dice el marido de Zoe—. Era otro. ¿Cómo se llama?
—Albert Finney —dice Zoe.