Epílogo

Una perspectiva de pájaros

en el invierno que concluye,

primeras fábulas de profetas

y rosas y espadas,

Margaret creyó en todos nosotros,

creyó en nuestras historias:

una paciente astrónoma

atraída por un agujero en el cielo

que sabe desde el cálculo de mil años

que la próxima estrella se aproxima

que todo lo que queda

es la espera y los rezos

y los largos y aburridos trabajos

de libro de notas y telescopio,

hasta que el resplandor

consuma la oscuridad,

un resplandor concebido

y acunado durante centurias,

y puede decir esto es algo

que siempre había esperado,

ésta es la cosecha de años.

Y entonces cuando habla

el cielo recuerda

que fue ella la que

llevando dinero y flores

y viajando a la ciudad,

la incandescencia de fuegos artificiales

cuando nos reuníamos a docenas

en las noches de verano

junto al evanescente lago,

y casi todas nuestras palabras

nos las traía

desplegadas como galaxias

que daban forma a la fe.

En casa junto al lago

empezó la historia,

construyendo palabra tras difícil palabra

hasta que en el relato aparecía el mundo,

hasta que las estrellas caían en las aguas,

y todos los planetas

que abarca el cielo…

Chislev y Zivilyn,

Raistlin y Caramon,

Palin y Tanin,

Raouly el pequeño,

las lunas en formación

que anuncian las mareas de su magia,

todos en coro de su memoria,

donde la voz del amor

se mueve en el agua

y canta a la espera

mientras la historia crece

del lago y de la medianoche,

el aceite fragante de rosas

en la lejana orilla opuesta,

y el invierno convertido

en increíble primavera

como se convierte siempre,

y la nieve y los espíritus

marcharon donde querían

a las tierras de fe

cuando la historia comienza de nuevo.

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