Algo termina, algo comienza

La idea de «Algo termina, algo comienza» me la inspiró, como se entiende por la dedicatoria del cuento, la noticia de la boda de cierta pareja conocida y querida por el fandom. Ja, hoy no tengo que hacer secreto alguno de que se trataba de Paulina Braiter y Pawel Ziemkiewicz1.

Por su parte, quien me animó a escribir el cuento, gloria le sea dada en este punto, fue Krzysztof Papierkowski, presidente del Club de Fantasía de Gdansk (GKF). El GKF publicaba por entonces un fanzine, El enano rojo, y Krzysztof a menudo hacía esfuerzos para conseguir textos no publicados de conocidos escritores polacos de fantasía con destino a ese fanzine. Un día me lo propuso a mí y yo, cuando acepté, decidí no sólo enlazar con la mencionada boda de fandom sino darle en general al cuento la forma de una broma, de un chiste cercano a la atmósfera de las convenciones de ciencia-ficción. De modo que hoy día sigo viéndolo como broma de convención más que como relato propiamente dicho.

Pese a las apariencias, las situaciones y los protagonistas del relato «Algo termina, algo comienza» no están relacionados en absoluto con la llamada Saga de Geralt de Rivia. No se trata de ningún final alternativo de la serie, no es tampoco, pese a ciertos rumores, un final que fuera rechazado a lo largo del proceso creativo, sustituido por otro menos alegre. No todos lo entendieron ni lo entienden. Tadeusz A. Olszanski, quien goza de gran estima entre el fandom polaco, me dijo una vez que solamente yo podía ser lo suficientemente sinvergüenza como para publicar el epílogo de una saga ¡antes incluso de haber escrito la propia saga! Incluso la persona que, podría parecer, está más enterada de todo, mi editor polaco Miroslaw Kowalski, no muy alegre a causa de la lentísima marcha de la escritura del último tomo, mostró su asombro de que todo fuera tan despacio. «Pues si ya tienes el último capítulo», dijo un día. Y el nombre de las personas a las que la tarta de boda en el epílogo de la saga dejó completamente sorprendidas es legión.

Sin embargo, el lector atento observará en «Algo termina, algo comienza» ciertos fragmentos de textos que vinculan de algún modo el cuento con la saga. Se trata de una prueba decisiva de que la Saga de Geralt de Rivia fue escrita siguiendo un plan preciso y que, pese a las habladurías, no fue escrita caóticamente como si se tratara del desarrollo de un juego de rol que se termina cuando el autor empieza a aburrirse. Basta con comparar las fechas: «Algo termina, algo comienza» fue escrita al final de 1992, y apareció en El enano rojo en 1993. El primer tomo de la saga propiamente dicha, La sangre de los elfos, se publicó en 1994. Sin embargo, el último tomo, en el que se habla de la masacre en las escaleras durante la que los cabellos de Ciri se vuelven blancos, fue escrito y publicado en 1999.


Andrzej Sapkowski


A todos los recién casados y especialmente a dos de ellos

I

El sol se colaba con sus tentáculos de fuego por las rendijas de las contraventanas, atravesaba la habitación con oblicuos rayos de luz que palpitaban a causa del polvo que flotaba en el espacio y derramaba manchas claras sobre el suelo y las pieles de oso que lo cubrían. Uno de sus destellos se reflejó cegador en la hebilla del cinturón de Yennefer.

El cinturón de Yennefer yacía sobre un zapato de tacón. El zapato de tacón yacía sobre una camisa blanca con volantes y la camisa blanca yacía sobre una falda negra. Una media negra colgaba del brazo de un sillón, labrado en forma de cabeza de quimera. La otra media y el otro zapato no se veían por ningún lado. Geralt suspiró. A Yennefer le gustaba desnudarse deprisa y con pasión. Tenía que empezar a acostumbrarse a ello. No le quedaba otra salida.

Se levantó, abrió las contraventanas, echó un vistazo. Una neblina surgía de un lago sereno como la superficie de un espejo, las hojas de los abedules y los alisos ribereños brillaban cubiertas de rocío, los prados más lejanos estaban ocultos por una niebla densa y baja que colgaba como una tela de araña justo por encima de la punta de la hierba.

Yennefer se removió bajo la manta, murmuró algo ininteligible.

Geralt suspiró.

– Hermoso día, Yen.

– ¿Eh? ¿Qué?

– Hermoso día. Un día extraordinariamente hermoso.

Ello lo sorprendió. En vez de maldecir y cubrir su cabeza con la almohada, la hechicera se sentó, se colocó los cabellos con los dedos y comenzó a buscar entre las sábanas su camisón. Geralt sabía que el camisón estaba al otro lado de la cabecera de la cama, donde Yennefer lo había arrojado la noche anterior. Pero no dijo nada. Yennefer no aguantaba tales consejos.

La hechicera maldijo por lo bajini, dio una patada a la manta, alzó la mano y extendió los dedos. El camisón flotó desde detrás de la cabecera directamente hasta la mano expectante, agitando sus volantes como si fuera un fantasma penitente. Geralt suspiró.

Yennefer se levantó, se acercó a él, lo abrazó y le mordió en un hombro. Geralt suspiró. La lista de cosas a las que iba tener que acostumbrarse parecía no tener final.

– ¿Querías decir algo? -le preguntó la hechicera, con los ojos

entrecerrados.

– No.

– Bien. ¿Sabes qué? Es verdad que el día es hermoso. Buen trabajo.

– ¿Trabajo? ¿Qué quieres decir?

Antes de que Yennefer tuviera tiempo de responder escucharon un agudo grito y un penetrante silbido que llegaban desde abajo. Por la orilla del lago, haciendo salpicar el agua, galopaba Ciri sobre una yegua mora. La yegua era de buena raza y extraordinariamente hermosa. Geralt sabía que había pertenecido a cierto medioelfo que había juzgado a la brujilla de cabellos grises por las apariencias y se había equivocado de medio a medio. Ciri le dio a la conquistada yegua el nombre de Kelpa, que en la lengua de los isleños de las Skellige era un malvado y peligroso espíritu marino que a veces tomaba la forma de un caballo. El nombre era ideal para la yegua. No hacía mucho tiempo que cierto mediano que había querido robar a la yegua se había convencido de ello de forma muy dolorosa. El mediano se llamaba Sandy Frogmorton, pero desde entonces todos le llamaban Coliflor.

– Se va a partir el cuello -murmuró Yennefer, mirando cómo Ciri galopaba entre las salpicaduras del agua, inclinada, de pie sobre los estribos-. Algún día esa loca de tu hija se va a partir el cuello.

Geralt volvió la cabeza, sin decir ni palabra miró directamente a los ojos violetas de la hechicera.

– Bueno, vale -sonrió Yennefer sin bajar la vista-. Lo siento. Nuestra hija.

Ella volvió a abrazarlo, apretándose fuertemente contra él, lo besó repetidas veces y le mordió de nuevo. Geralt rozó sus cabellos con los labios y retiró con cuidado el camisón de los hombros de la hechicera.

Y al punto se encontraron otra vez en la cama, sobre las retorcidas sábanas, todavía calientes y oliendo a sueño. Y comenzaron a buscarse de nuevo mutuamente, y se buscaron largo tiempo y con mucha paciencia, y la seguridad de que se encontrarían los embargaba de felicidad y alegría, y la felicidad y la alegría atravesaban todo lo que hacían. Y aunque los dos eran tan diferentes, comprendieron, como siempre, que no eran diferencias de las que separan sino de las que unen y enlazan tan fuertemente como la entalladura labrada con el hacha donde se juntan las vigas de las cuales va naciendo una casa. Y fue como la primera vez, cuando ella lo embriagó con su deslumbrante desnudez y su violento deseo y a ella la embriagó la delicadeza y sensibilidad de él. Y como la primera vez ella quiso decírselo, pero él la detuvo y con un beso y unas caricias privó a sus palabras de todo sentido. Y luego, cuando él quiso decírselo a ella, no pudo alzar la voz y luego la felicidad y el placer cayeron sobre ellos con una fuerza capaz de destruir montañas y hubo algo que fue un grito sin sonido y el mundo dejó de existir, algo terminó y algo comenzó, y algo perduró y hubo silencio, silencio y paz.

Y embriaguez.

Poco a poco el mundo volvió en sí y de nuevo hubo unas sábanas oliendo a sueño y una habitación bañada por el sol y un día. Un día…

– ¿Yen?

– ¿Mhn?

– Cuando dijiste que el día era hermoso añadiste «Buen trabajo». ¿Significa que…?

– Lo significa -confirmó y se estiró, desplegando los brazos y cogiendo la almohada por los bordes, y sus pechos tomaron entonces una forma que hizo que al brujo le recorriera un escalofrío por la parte inferior de la espalda-. Sabes, Geralt, nosotros preparamos este tiempo. Ayer por la tarde. Yo, Nenneke, Triss y Dorregaray. Al fin y al cabo no podía arriesgarme, este día tenía que ser hermoso…

Se detuvo, le dio con la rodilla en el muslo.

– Pues al fin y al cabo éste es el día más importante de tu vida, idiota.

II

Elevado sobre un promontorio en mitad del lago, el castillo de Rozrog estaba pidiendo a gritos unos buenos arreglos, por fuera y por dentro, y ello desde hacía ya mucho tiempo. Hablando sin tapujos, Rozrog era una ruina, un conglomerado de piedras sin forma, cubierto densamente de hiedra, enredaderas y amor de hombre, una ruina que se elevaba entre lagos, barro y pantanos llenos de ranas, tortugas y culebras de agua. Había sido una ruina ya entonces cuando se lo regalaron al rey Herwig. El castillo de Rozrog y los terrenos que lo rodeaban eran por entonces algo así como una concesión de por vida, un regalo de despedida para Herwig, que doce años atrás había abdicado en favor de su sobrino Brennan, desde hacía algún tiempo llamado El Bueno.

Geralt había conocido al antiguo rey a través de Jaskier. El trovador había estado en Rozrog a menudo porque Herwig era un anfitrión amable y agradable para sus invitados. Precisamente había sido Jaskier quien se había acordado de Herwig y su castillejo cuando Yennefer rechazó por imposibles todos los lugares de la lista que el brujo había preparado. Extrañamente, la hechicera aceptó la propuesta de Rozrog de inmediato y sin fruncir la nariz.

Así que la boda de Geralt y Yennefer había de celebrarse en el castillo de Rozrog.

III

En principio, la boda tenía que ser tranquila y sin formalidades, pero con el paso del tiempo resultó que, por razones diversas, esto era imposible.

Así que era necesario alguien con talento para organizar.

Yennefer, por supuesto, se negó, no estaba bien encargarse de organizar la propia boda. Geralt y Ciri, por no mencionar a Jaskier, carecían de talento alguno para ello. Así que le confiaron el asunto a Nenneke, la sacerdotisa de la diosa Melitele de Ellander. Nenneke llegó de inmediato y, junto con ella, dos sacerdotisas más jóvenes, Iola y Eurneid. Y comenzaron los problemas.

IV

– No, Geralt. -Nenneke estaba enfadada y daba golpecitos con un pie-. No acepto ninguna responsabilidad ni por la ceremonia ni por el banquete. Este desastre al que a algún idiota se le ocurrió llamar castillo no sirve para nada. La cocina está destrozada, la sala de baile no sirve más que para establo y la capilla… no es capilla alguna. ¿Puedes decirme a qué dios adora ese cojo de Herwig?

– Por lo que sé, a ninguno. Afirma que la religión es la mandrágora del pueblo.

– Estaba segura -dijo la sacerdotisa, sin ocultar su desprecio-. En la capilla no hay ni una estatua, no hay nada de nada, si no contamos a los ratones de campo. ¡Y encima este maldito páramo! Geralt, ¿por qué no queréis casaros en Vengerberg, en una tierra civilizada?

– Sabes de sobra que Yennefer es una cuarterona y en esas tus civilizadas tierras no se permiten matrimonios mixtos.

– ¡Por la gran Melitele! ¿Qué significa una cuarta de sangre élfica? ¡Pero si casi todo el mundo tiene algo de mezcla de sangre del Antiguo Pueblo! ¡Eso no es más que un prejuicio idiota!

– No he sido yo quien lo ha inventado.

V

La lista de invitados -no excesivamente larga- la confeccionaron los futuros esposos conjuntamente y de invitar a la gente tenía que encargarse Jaskier. Al poco resultó que el trovador perdió la lista, y eso aun antes de que tuviera tiempo todavía de leerla.

Avergonzado, no dijo nada y tiró por el camino de en medio: invitó a quien pudo. Por supuesto, Jaskier conocía a Geralt y a Yennefer lo suficiente como para no olvidar a nadie importante, mas no habría sido él mismo si no hubiera enriquecido la lista de invitados con una asombrosa cantidad de personas completamente casuales. Así que aparecieron el viejo Vesemir de Kaer Morhen, el maestro de Geralt, y junto con él, el brujo Eskel, amigo de Geralt desde la más tierna infancia.

Vino el druida Myszowor en compañía de una apasionada rubia llamada Freya que era una cabeza más alta que él y unos cien años más joven. Junto con ellos apareció el yarl Crach an Craite de Skellige en compañía de sus hijos Ragnar y Loki. A Ragnar, montado a caballo, los pies casi le llegaban al suelo, mientras que Loki recordaba a un afiligranado elfo. No era esto de extrañar puesto que eran hermanos naturales, hijos de distintas amantes del yarl.

Apareció el alcalde Caldemeyn de Blaviken con su hija Anica, una muchacha muy atractiva, aunque terriblemente vergonzosa.

Acudió el enano Yarpen Zigrin, y lo más curioso, solo, sin los barbados bandoleros a los que llamaba «muchachos» y que solían acompañarlo. A Yarpen se le unió por el camino el elfo Chireadan, personaje más bien oscuro, pero indudablemente de alta posición entre el Antiguo Pueblo, escoltado por algunos de sus congéneres, desconocidos para todos y de pocas palabras.

También vino una tumultuosa pandilla de medianos, de los que Geralt sólo conocía a Dainty Biberveldt, granjero de Centinodia del Prado y -de oídas- a su gruñona esposa, Gardenia. En la pandilla había también un mediano que no era un mediano, el famoso empresario y mercader Tellico Lunngrevink Letorte de Novigrado, doppler capaz de cambiar de forma, que vivía bajo la forma de mediano y con el pseudónimo de Dudu.

Apareció el barón Zywiecki de Brokilón con su mujer, la encantadora dríada Bráenn y sus cinco hijas, llamadas Morenn, Cirilla, Mona, Eithne y Lola. Morenn tenía el aspecto de tener quince años y Lola cinco. Todas eran pelirrojas como el fuego, aunque Zywiecki tenía el cabello negro y Braenn rubio miel. Braenn estaba en un estado de preñez avanzado. Zywiecki afirmaba serio que esta vez iba a ser un niño, ante lo que la bandada de sus pelirrojas dríadas se miraban las unas a las otras y se reían, mientras que Braenn, sonriendo levemente, añadía que el «niño» iba a llevar el nombre de Melissa.

Llegó también Jarre el Manco, el joven sacerdote y cronista de Ellander, discípulo de Nenneke. Jarre vino sobre todo a causa de Ciri, de quien se había enamorado. Ciri, para desesperación de Nenneke, menospreciaba por completo al joven manco y sus torpes intentos.

La lista de invitados inesperados la abrió el príncipe Agloval de Bremervoord, cuya llegada era un verdadero milagro, puesto que el príncipe y Geralt no se aguantaban el uno al otro. Todavía más extraño era el hecho de que Agloval apareció en compañía de su esposa, la sirena Sh'eenaz. Sh'eenaz había cambiado hacia tiempo su cola de pez por un par de increíblemente hermosas piernas en honor de su príncipe, pero era sabido que nunca se alejaba de la orilla del mar porque el continente le producía miedo.

Pocos eran los que esperaban la llegada de otras testas coronadas, porque también es cierto que nadie las había invitado. Pese a ello, los monarcas habían enviado cartas, regalos, legados, o todo a la vez.

Debían de haberse puesto de acuerdo, porque los legados viajaban en un grupo que ya por el camino había tenido tiempo de trabar amistad.

El caballero Yves representaba al rey Ethain, el comes Sulivoy al rey Venzlav, sir Matholm al rey Segismundo y sir Devereux a la reina Adda, antigua estrige. El viaje debía de haber sido divertido porque Yves tenía un labio partido, Sulivoy un brazo en cabestrillo, Matholm cojeaba y Devereux tenía una resaca que apenas se tenía en la silla.

Nadie había invitado al dragón dorado Villentretenmerth porque nadie sabía cómo invitarlo ni dónde buscarlo. Para asombro general el dragón se presentó, por supuesto de incógnito, bajo la figura del caballero Borch Tres Grajos. Sin embargo, allá donde estuviera Jaskier no era posible mantener incógnito alguno, por supuesto, aunque pocos eran los que creían al poeta cuando éste señalaba a un fornido caballero y afirmaba que era un dragón.

Tampoco nadie había invitado ni estaba esperando a la pintoresca chusma que se definía a sí misma como «amigos y conocidos» de Jaskier. Eran principalmente poetas, músicos y trovadores, y por añadidura un acróbata, un jugador de dados profesional, una domadora de cocodrilos y cuatro multicolores señoritas de las que tres tenían aspecto de ser pelanduscas y la cuarta, que no lo parecía, lo era por encima de toda duda. El grupo lo completaban dos profetas, de los que uno era falso, un escultor de mármol, una médium rubia de género femenino que siempre estaba borracha y un gnomo de rostro lleno de cicatrices de viruela que afirmaba llamarse Schuttenbach. Los hechiceros llegaron en una nave anfibia y mágica que tenía el aspecto de ser un cruce entre un cisne y una almohada gigante. Eran cuatro veces menos de los que habían invitado y tres veces más de los que se esperaban, porque los confráteres de Yennefer, por lo que decía el rumor, condenaban su enlace con un hombre «de fuera» y para colmo brujo. Algunos de ellos habían ignorado la invitación sin más, otros se habían disculpado alegando falta de tiempo y la obligación de acudir a la convención mundial anual de hechiceros. Así que en la cubierta del, como lo definiera Jaskier, almohadomóvil sólo estaban Dorregaray de Volé y Radcliffe de Oxenfurt.

Y Triss Merigold, de cabellos como los castaños de noviembre.

VI

– ¿Has sido tú quien ha invitado a Triss Merigold?

– No. -El brujo meneó la cabeza, contento del hecho de que la mutación de sus capilares le imposibilitaba ruborizarse-. Yo no. Sospecho que fue Jaskier, aunque todos ellos afirman que se enteraron de la boda por los cristales mágicos.

– ¡No quiero que Triss esté en mi boda!

– ¿Por qué? Pero si es tu amiga.

– ¡No me tomes por tonta, brujo! ¡Todo el mundo sabe que te has acostado con ella!

– ¡Mentira!

Los ojos violetas de Yennefer se encogieron peligrosamente.

– ¡Verdad!

– ¡Mentira!

– ¡Verdad!

– Está bien. -Él se dio la vuelta con rabia-. Es verdad. ¿Y cuál es el problema?

La hechicera guardó silencio por un instante, jugueteando con la estrella de obsidiana que llevaba sujeta en negro terciopelo.

– Nada -dijo por fin-. Pero quería que lo reconocieras. No intentes nunca mentirme, Geralt, nunca.

VII

El muro olía a piedra mojada y a acidas hierbas, el sol iluminaba la parduzca agua del foso, extraía con su calor el verde del emboscado fondo del pantano y el deslumbrante amarillo de los nenúfares que flotaban en la superficie.

El castillo volvía a la vida poco a poco. En el ala occidental alguien abrió las contraventanas con un estruendo y se rió. Otro, con voz débil, pedía zumo y col fermentada. Uno de los amigotes de Jaskier cantaba invisible mientras se afeitaba:

Allá va la despedidaaaa, la que le echó el junco aljuncoooo. Me han dicho que andas calienteeee, la ostia si lo barruntoooo.

Chirriaron las puertas, Jaskier salió al patio, estirándose y tocándose el rostro.

– ¿Cómo estás, novio? -dijo con la voz cansada-. Si tienes intenciones de escapar, ésta es tu última ocasión.

– Qué madrugador estás, Jaskier.

– Ni siquiera me he acostado -murmuró el poeta, sentándose junto al brujo en un poyete de piedra y apoyando las espaldas en el muro cubierto de amor de hombre-. Por los dioses que ha sido una noche muy dura. Pero en fin, no se casa un amigo todos los días, hay que celebrarlo de alguna manera.

– El banquete de boda es hoy -le recordó Geralt-. ¿Aguantas?

– No me insultes.

El sol calentaba con fuerza, los pájaros alborotaban entre los arbustos. Desde el lago les llegaban unos chufidos y chapoteos. Morenn, Cirilla, Mona, Eithne y Lola, las dríadas taheñas, hijas de Zywiecki, se bañaban, desnudas como era su costumbre, en compañía de Triss Merigold y Freya, la amiga de Myszowor. Arriba, en las arruinadas almenas del castillo, los legados reales, caballeros Yves, Sulivoy, Matholm y Devereux, se quitaban los unos a los otros el catalejo.

– ¿Lo pasasteis bien, Jaskier?

– No preguntes.

– ¿Algún alboroto especialmente grande?

– Algunos.

El primer alboroto, contó el poeta, tuvo un origen racial. Tellico Lunngrevink Letorte afirmó de pronto en mitad de la fiesta que estaba harto de aparecer como un mediano. Señalando con un dedo a dríadas, elfos, medianos, sirena, enano y hasta al gnomo que afirmaba llamarse Schuttenbach, todos ellos presentes en la sala, el doppler declaró que era una discriminación el hecho de que todos podían ser ellos mismo y solamente él, Tellico, tenía que vestirse con ajeno pelaje. Dicho lo cual adoptó -por un instante- su forma natural. Ante aquella vista, Gardenia Biberveldt se desmayó, el príncipe Agloval se atragantó peligrosamente con una lucioperca y a Anica, la hija del alcalde Caldemeyn, le dio un ataque de histeria. La situación la selló el dragón Villentretenmerth, todavía bajo la forma del caballero Borch Tres Grajos, aclarándole al doppler con serenidad que la capacidad de metamorfosearse era un privilegio que obliga, entre otras cosas, a tomar formas que por lo general se consideren decentes y aceptadas en sociedad, y que esto no era otra cosa que simple cortesía para el anfitrión.

El doppler acusó a Villentretenmerth de racismo, chauvinismo y de no tener ni pajolera idea del objeto de la discusión.

Villentretenmerth, enfadado, tomó también por un instante la forma de dragón, destrozando unos pocos muebles y haciendo reinar el pánico general. Cuando se serenó la cosa, comenzó una fuerte discusión en la que humanos y no humanos se lanzaron los unos a los otros ejemplos de falta de tolerancia y de prejuicios raciales. Un acento bastante inesperado en la discusión lo aportó la voz de la pecosa Merle, la puta que no tenía aspecto de puta. Merle afirmó que toda aquella trifulca era tonta y sin sentido y que no tenía nada que ver con los verdaderos profesionales, quienes no saben lo que son los prejuicios, que ella estaba dispuesta a probarlo en aquel mismo instante y por su correspondiente pago incluso aunque fuera con el dragón Villentretenmerth en forma natural. En el silencio que cayó se escuchó a la médium de género femenino declarando que ella estaba dispuesta a hacer lo mismo pero de gratis. Villentretenmerth cambió de tema rápidamente y comenzaron a discutir de temas más seguros como economía, política, pesca, caza y juegos de azar.

Los otros escándalos tuvieron unas dimensiones más bien sociales. Myszowor, Radcliffe y Dorregaray apostaron a ver quién de ellos era capaz con su sola fuerza de voluntad de hacer levitar más objetos a la vez. Ganó Dorregaray, que fue capaz de mantener en el aire dos sillas, una fuente con frutas, una olla con sopa, un globo terráqueo, un gato, dos perros y a Lola, la hija más pequeña de Zywiecki y Braenn.

Luego Cirilla y Mona, las hijas medianas de Zywiecki, se pelearon y hubo que llevárselas. Poco después se pelearon Ragnar y el caballero Matholm y la causa de la pelea era Morenn, la hija mayor de Zywiecki. Zywiecki, nervioso, mandó a Braenn encerrar en sus habitaciones a todas sus taheñas mozas, mientras que él se unió al concurso de bebida que había organizado Freya, la amiga de Myszowor. Pronto resultó que Freya tenía una resistencia al alcohol inimaginable, rayana con la inmunidad total. La mayoría de los poetas y bardos amigos de Jaskier aterrizaron bajo la mesa. Zywiecki, Crach an Craite y el alcalde Caldemeyn se batieron bravamente, pero tuvieron que ceder. El hechicero Radcliffe se mantuvo hasta que se demostró que estaba haciendo trampas: llevaba consigo un cuerno de unicornio. Cuando se lo quitaron, no tenía ni una posibilidad contra Freya. Al poco, el lado de la mesa que ocupaba la isleña se quedó casi vacío. Durante un tiempo estuvo bebiendo con ella un hombre muy pálido vestido con un jubón pasado de moda y al que nadie conocía.

Al cabo, el hombre se levantó, se dio la vuelta, hizo una cortés reverencia y atravesó la pared como si fuera niebla. La inspección de los antiguos retratos que adornaban la sala permitió confirmar que era Willem, llamado el Diablo, señor de Rozrog, asesinado con un estilete durante un banquete algunos cientos de años atrás.

El antiguo castillo ocultaba numerosos secretos y en el pasado se había cubierto de una fama bastante siniestra, así que no dejó de haber más percances de carácter sobrenatural. Hacia la medianoche un vampiro entró volando por una ventana abierta, pero el enano Yarpen Zigrin expulsó al chupasangre arrojándole un ajo. Durante todo el tiempo algo estuvo aullando, suspirando y agitando unas cadenas, pero nadie le prestó atención, todos pensaban que eran Jaskier y sus escasos amigos aún sobrios. Eran aquéllos sin embargo espectros, porque se confirmó que en las escaleras había buenas cantidades de ectoplasma: algunas personas se resbalaron y se dieron dolorosos golpes.

Hubo un desgreñado espectro de ojos ardientes que sobrepasó las fronteras de la decencia, pellizcando el trasero de la sirena Sh'eenaz desde un escondite. Por poco no se llegó a un tumulto de consideración, porque Sh'eenaz pensó que el culpable había sido Jaskier. El espectro, aprovechando el jaleo, deambuló por la sala pellizcando, pero Nenneke lo descubrió y lo expulsó con ayuda de unos exorcismos.

A algunas personas se les apareció la Dama Blanca, a la cual, si se ha de creer la leyenda, la emparedaron viva hacía muchos años en las mazmorras de Rozrog. Sin embargo, hubo algunos escépticos que afirmaron que no se trataba de la Dama Blanca sino de la médium de género femenino que deambulaba por los sótanos buscando algo de beber.

Luego comenzó una desbandada general. Primero desaparecieron el caballero Yves y la domadora de cocodrilos. Poco después desapareció toda huella de Ragnar y Eurneid, la sacerdotisa de Melitele. Luego desapareció Gardenia Biberveldt, pero resultó que se había ido a dormir. De pronto resultó que faltaban Jarre el Manco y Iola, la otra sacerdotisa de Melitele. Ciri, aunque había dicho que Jarre le era indiferente, mostró cierto desasosiego, mas se aclaró que Jarre había salido a hacer sus necesidades y se había caído en un foso llano, donde se había quedado dormido mientras que a Iola se la encontraron debajo de las escaleras. Con el elfo Chireadan.

También se vio cómo Triss Merigold y el brujo Eskel de Kaer Morhen entraban en el cenador del parque, aunque por la mañana alguien dijo que del cenador aquél había salido el doppler Tellico. La gente se rompió la cabeza dándole vueltas a qué forma era la que había tomado el doppler, Triss o Eskel. Hasta hubo quien arriesgó la teoría de que podía haber en el castillo hasta dos dopplers. Se quiso preguntar su opinión al dragón Villentretenmerth en su calidad de especialista en metamorfosis, mas resultó que el dragón había desaparecido, y junto con él Merle, la puta.

También desapareció otra puta y uno de los profetas. El profeta que no había desaparecido afirmó que él era el verdadero, pero no supo probarlo.

Desapareció también el gnomo que se hacía pasar por Schuttenbach y todavía no lo han encontrado.

– Laméntalo -concluyó el bardo, con un amplio bostezo-. Lamenta que no estuvieras, Geralt. Fue una fiesta de la leche.

– Lo lamento -murmuró el brujo-. Pero sabes… No podía, porque Yennefer… Lo entiendes…

– Claro que lo entiendo -dijo Jaskier-. Por eso no me caso.

VIII

De la cocina del castillo surgían un tintineo de los calderos, unos cantecillos y unas risitas alegres. La manutención de toda la pandilla de invitados suponía un problema y no pequeño, porque el rey Herwig prácticamente no tenía criados. La presencia de los hechiceros tampoco resolvió el problema, porque por consenso general se había decidido comer de forma natural y renunciar a hechizos gastronómicos. Así que la cosa terminó en que Nenneke asignó el trabajo a todo el que pudo. Al principio no fue fácil. Aquéllos a los que la sacerdotisa fue capaz de cazar no tenían ni idea de cocina, y los que sí la tenían habían huido. Sin embargo, Nenneke encontró inesperado socorro en la persona de Gardenia Biberveldt y las medianas de su séquito. Excelentes y simpatiquísimas en su colaboración con las cocineras resultaron también, extrañamente, las cuatro pelanduscas del grupo de Jaskier.

En lo que respecta al aprovisionamiento, había menos problemas. Zywiecki y el príncipe Agloval organizaron cacerías y proveyeron de la caza mayor. A Braenn y a sus hijas les bastó con dos horas para llenar la despensa de aves de caza, porque hasta la menor de las dríadas, Lola, sabía usar del arco con una asombrosa maestría. El rey Herwig, que amaba la pesca, navegaba al rayar el alba por el lago y trajo lucios, luciopercas y enormes percas. Por lo general le acompañaba Loki, el hijo menor de Crach an Craite. Loki tenía experiencia en pesca y barcas, y aparte de ello estaba disponible al alba, puesto que, del mismo modo que Herwig, no bebía.

Dainty Biberveldt y sus parientes, ayudados por el doppler Tellico, se ocuparon en decorar la sala y las habitaciones. A limpiar y lavar se obligó a los dos profetas, a la domadora de cocodrilos, al escultor de mármol y a la eternamente borracha médium de género femenino.

Al principio se puso al cuidado del bebercio a Jaskier y a sus amigos, pero esto resultó un error terrible. Así que se expulsó a los bardos y le dieron la llave a Freya, la amiga de Myszowor. Jaskier y los poetas se pasaban sentados días enteros junto a las puertas de la bodega e intentaban conmover a Freya con baladas amorosas a las que, sin embargo, la isleña mostraba la misma resistencia que al alcohol.

Geralt alzó la cabeza, arrancado de su duermevela por el sonido de unos cascos sobre las piedras del patio. Una Kelpa brillante de agua con Ciri sobre sus lomos apareció de entre unos arbustos pegados a la pared. Ciri llevaba su traje negro y a la espalda colgaba su espada, la famosa Gveir, conseguida en las catacumbas del desierto de Korath.

Durante un instante se miraron el uno al otro en silencio, al cabo de lo cual la muchacha espoleó a la yegua y se acercó. Kelpa bajó la testa, intentó alcanzar al brujo con sus dientes, pero Ciri la detuvo con un seco tirón de las riendas.

– Así que hoy -habló la brujilla, sin desmontar-. Hoy, Geralt.

– Hoy -confirmó él al tiempo que se apoyaba en la pared.

– Me alegro -dijo ella insegura-. Pienso… No, estoy segura de que vais a ser felices y me alegro de que…

– Desmonta, Ciri. Vamos a hablar.

La muchacha agitó la cabeza, echándose los cabellos para atrás, detrás de la oreja. Geralt vio durante un momento la larga y fea cicatriz en su mejilla, recuerdo de aquellos días terribles. Ciri había dejado que sus cabellos le crecieran hasta los hombros y los peinaba de tal modo que escondían la herida, pero se olvidaba a menudo de ello.

– Me voy, Geralt -dijo-. En cuanto termine la ceremonia.

– Desmonta, Ciri.

La brujilla saltó de la silla, se sentó al lado. Geralt la abrazó. Ciri apoyó la cabeza contra su hombro.

– Me voy -repitió ella. Él guardó silencio. Las palabras le venían a los labios, pero no había entre aquellas palabras ninguna que pudiera considerar adecuada. Necesaria. Siguió callado.

– Sé lo que piensas -dijo ella despacio-. Piensas que estoy huyendo. Tienes razón.

Él guardaba silencio. Lo sabía.

– Por fin, después de tantos años, os tenéis el uno al otro. Yen y tú. Os merecéis la felicidad, el reposo. Una casa. Pero a mí todo esto me da miedo. Por eso… huyo.

Él guardó silencio. Pensó en sus propias huidas.

– Me voy en cuanto acabe la fiesta -repitió Ciri-. Quiero ver de nuevo las estrellas sobre el camino, quiero silbar por la noche las baladas de Jaskier. Y deseo la lucha, el baile con la espada, deseo el riesgo, deseo el placer que produce la victoria. Y deseo la soledad. ¿Me comprendes?

– Por supuesto que te entiendo, Ciri. Eres mi hija, eres una bruja. Haces lo que tienes que hacer. Pero algo tengo que decirte. Una sola cosa. No escaparás aunque te vayas.

– Lo sé. -Se apretó más fuerte contra él-. Todo el tiempo albergo todavía la esperanza de que algún día… Si espero, si tengo paciencia, también para mí amanecerá un día tan hermoso… Un día tan hermoso… Aunque…

– ¿Qué, Ciri?

– Nunca fui guapa. Y con esta cicatriz…

– Ciri -le interrumpió-. Eres la muchacha más hermosa del mundo. Después de Yen, ha de entenderse.

– Oh, Geralt…

– Si no me crees, pregunta a Jaskier.

– Oh, Geralt.

– ¿Adonde…?

– Al sur -le interrumpió de inmediato, volviendo el rostro-. El país todavía está humeante después de la guerra, hace falta reconstruir, la gente lucha por resistir. Necesitan cuidado y defensa. Serviré para algo. Y aún queda el desierto de Korath… Y Nilfgaard. Tengo allí mis cuentas. Tenemos allí nuestras cuentas que saldar, Gveir y yo…

Se quedó callada, su rostro se petrificó, sus ojos verdes se entrecerraron, los labios se fruncieron en una fea mueca. Lo recuerdo, pensó Geralt, lo recuerdo. Sí, allí, en las escaleras resbaladizas por la sangre del castillo de Rhys-Run, donde lucharon hombro con hombro, él y ella, el Lobo y la Gata, dos máquinas de dar muerte, inhumanas en su rapidez y crueldad porque los habían arrastrado hasta el final, enloquecidos, apoyados contra la pared. Sí, entonces los nilfgaardianos retrocedieron, llenos de miedo, ante el brillo y el silbido de sus hojas, y ellos fueron bajando despacio, hacia abajo por las escaleras del castillo de Rhys-Run, húmedas de sangre. Bajaron apoyados el uno en el otro, unidos, y delante de ellos caminaba la muerte, la muerte en forma de dos blancas hojas de espada. El frío y tranquilo Lobo y la loca Gata. El brillo de las hojas, el grito, la sangre, la muerte… Sí, entonces… Entonces…

Ciri volvió a echarse los cabellos hacia atrás y entre sus mechones cenicientos brilló la nívea blancura de la ancha banda de su sien.

Entonces se le volvieron blancos los cabellos a la muchacha.

– Tengo allí mis cuentas que saldar -siseó Ciri-. Por Mistle. Por mi Mistle. La vengué, pero no basta con una sola muerte para pagar por Mistle.

Bonhart, pensó él. Ella lo mató, llena de odio. Oh, Ciri, Ciri. Estás al borde del abismo, hijita mía. Por tu Mistle no bastan mil muertes. Guárdate del odio, Ciri, el odio te devora como un cáncer.

– Cuida de ti -susurró él.

– Prefiero cuidar de otros -sonrió maligna-. Es mejor a la larga.

Ya no la veré nunca más, pensó Geralt. Si se va, ya no la veré nunca más.

– Me verás -dijo y sonrió, y fue aquella una sonrisa de hechicera, no de bruja-. Me verás, Geralt.

Se alzó de pronto, alta y delgada como un muchacho, ágil como una bailarina. Se subió de un salto a la silla.

– ¡Yaaa, Kelpa!

De bajo los cascos de la yegua saltaron chispas que lanzaban las herraduras.

Jaskier salió de detrás de la pared, con el laúd al hombro, sujetando en las manos dos enormes jarras de cerveza.

– Aquí tienes, bebe -dijo, sentándose al lado-. Te hará bien.

– ¿De verdad? Yennefer me prometió que si llega a notar que…

– Pues masticas un poco de perejil. Bebe, calzonazos.

Durante un largo rato estuvieron sentados en silencio, tomando lentos tragos de las jarras. Por fin, Jaskier suspiró.

– Ciri se va, ¿no es cierto?

– Sí.

– Lo sabía. Escucha, Geralt…

– No digas nada, Jaskier.

– Vale.

Callaron de nuevo. Un agradable aroma a carne asada sazonada

con mucho enebro les llegaba desde la cocina.

– Algo termina -dijo Geralt con esfuerzo-. Algo termina, Jaskier.

– No -negó el poeta con seriedad-. Algo comienza.

IX

La tarde fluyó bajo el signo de un llanto general. Comenzó a causa del elixir de belleza. El elixir, y más concretamente la crema, llamada feenglanc, y en la Antigua Lengua glamarye, usada con propiedad era capaz de acrecentar la belleza de forma asombrosa. Las señoras hospedadas en el castillo apremiaron a Triss Merigold y ésta preparó una gran cantidad de glamarye, después de lo cual las señoras se aprestaron al uso de los cosméticos. De las puertas cerradas de una habitación salían los sollozos de Cirilla, Mona, Eithne y Lola, a las que se había prohibido usar el glamarye; el honor de usarlo recaería solamente en la dríada mayor, Morenn. La que más gritaba era Lola.

Un piso más abajo gritaba Lily, la hija de Dainty Biberveldt, porque resultaba que el glamarye, como la mayor parte de los hechizos, no hacía efecto sobre los medianos. En el jardín, entre las endrinas, lloriqueaba la médium de género femenino, que no había sabido que el glamarye produce una sobriedad repentina y los fenómenos que la acompañan; entre otros, una profunda melancolía.

En el ala occidental del castillo gritaba Anica, la hija del alcalde Caldemeyn, que no había sabido que el glamarye hay que ponérselo bajo los ojos, comió su parte y le entró cagalera. Ciri aceptó su porción de glamarye y frotó con ella a Kelpa.

Lloraron también las sacerdotisas Iola y Eurneid, puesto que Yennefer decididamente rechazó ponerse el vestido de boda blanco que habían cosido. No ayudó la intervención de Nenneke. Yennefer maldijo, lanzó aparatos y hechizos, repitiendo que de blanco tenía el aspecto de una puta virgen. Nenneke, nerviosa, comenzó también a gritar, acusando a la hechicera de comportarse peor que tres putas vírgenes a la vez. En respuesta, Yennefer hizo aparecer un rayo globular y destrozó el tejado de la torre de la esquina, lo que al fin y al cabo tuvo su lado bueno: el estruendo fue tan terrible que a la hija de Caldemeyn le dio un shock y se le pasó la cagalera.

De nuevo se vio a Triss Merigold y al brujo Eskel de Kaer Morhen, tiernamente abrazados, perderse a hurtadillas en el cenador del parque. Esta vez no hubo dudas de que eran ellos en persona, puesto que el doppler Tellico bebía cerveza en compañía de Jaskier, Dainty Biberveldt y el dragón Villentretenmerth.

Pese a los denodados esfuerzos realizados, no se encontró al gnomo que decía llamarse Schuttenbach.

X

– Yen…

Tenía un aspecto encantador. Los rizos negros, ondulantes, sujetos con una pequeña diadema de oro, caían como una brillante cascada sobre los hombros y el alto cuello de un largo vestido de blanco brocado con mangas abombadas negras y encajes mantenidos en su sitio por una incontable cantidad de tiras de lilas y colgaduras.

– Las flores, no olvidéis las flores -dijo Triss Merigold, vestida toda de profundo azul celeste al tiempo que le daba a la novia un ramo de rosas blancas-. Oh, Yen, me alegro tanto…

– Triss, querida -sollozó inesperadamente Yennefer, después de lo cual ambas hechiceras se abrazaron con cuidado y besaron el aire junto a las orejas y los pendientes de brillantes.

– Basta de tanta terneza -dijo Nenneke, mientras se alisaba la falda de su traje de sacerdotisa blanco como la nieve-. Vamos a la capilla. Iola, Eurneid, sujetadle el traje porque se va a rozar con las escaleras.

Yennefer se acercó a Geralt, con una mano dentro de un guante de encaje le arregló el cuello de un jubón negro galonado de plata. El brujo le tendió la mano.

– Geralt -le susurró junto a la oreja-, todavía no puedo creérmelo…

– Yen -le contestó él-, te quiero.

– Lo sé.

XI

– ¿Dónde, maldita sea, está Herwig?

– No tengo ni idea -dijo Jaskier, limpiándose la hebilla con la manga de su jubón a la moda de color brezo-. ¿Y dónde está Ciri?

– No lo sé. -Yennefer frunció el ceño y arrugó la nariz-. Anda que no apestas a perejil, Jaskier. ¿Te has hecho vegetariano?

Los invitados se iban reuniendo, llenaban poco a poco la enorme capilla. Agloval, vestido de negro ceremonial, llevaba del brazo a Sh'eenaz, que iba de blanco seledina. Junto a ella daban grandes pasos una bandada de medianos vestidos de bronce, beis y ocres, Yarpen Zigrin y el dragón Villentretenmerth, ambos de centelleante color dorado, Zywiecki y Dorregaray en tonos violetas, los legados reales de colores heráldicos, los elfos y las dríadas de verde y los amigos de Jaskier de todos los colores del arco iris.

– ¿Ha visto alguien a Loki? -preguntó Myszowor.

– ¿Loki? -Eskel, acercándose, les miró desde detrás de las plumas de pavo que decoraban su boina-. Loki se fue con Herwig a pescar. Los vi en la barca, en el lago. Ciri fue allí a decirles que estaba empezando.

– ¿Hace mucho?

– Hace mucho.

– El diablo se los lleve, malditos pescadores -blasfemó Crach an Craite-. Cuando se ponen con los peces, se olvidan del mundo entero. Ragnar, corre a por ellos.

– Espera -dijo Braenn, sacudiendo un diente de león que se había posado sobre su enorme escote-. Aquí hace falta alguien que corra deprisa. ¡Mona, Lola! ¡Raenn'ess aen laeke, va!

– Ya os dije -bufó Nenneke- que no se podía contar con Herwig. Un idiota irresponsable, como todos los ateos. ¿A quién se le ocurrió concederle precisamente a él el papel de maestro de ceremonias?

– Es un rey -dijo Geralt inseguro-. Abdicado, pero rey…

– ¡Vivan los novios! -gritó inesperadamente uno de los profetas, pero la domadora de cocodrilos le hizo callar de un pescozón. En el grupo de los medianos hubo un pequeño tumulto, alguien maldijo y a otro le dieron un codazo. Gardenia Biberveldt aulló porque el doppler Tellico le había pisado la falda. La médium de género femenino comenzó a sollozar sin motivo alguno.

– Un poco más -siseó Yennefer desde detrás de sus labios, que portaban una amable sonrisa, mientras agitaba el ramo-. Un poco más y me da algo. Que empiece por fin esto. Y que se termine por fin.

– ¡No te remuevas, Yen -gruñó Triss-, porque se te rompe la cola!

– ¿Dónde está el gnomo Schuttenbach? -gritó uno de los poetas.

– ¡Ni pajolera idea! -le contestaron a coro las tres putas.

– ¡Pues que lo busque alguien, joder! -gritó Jaskier-. ¡Prometió que iba a cortar flores! ¿Y ahora qué? ¡Ni Schuttenbach, ni flores! ¿Y qué pinta tenemos nosotros?

A la salida de la capilla hubo un revuelo y entraron corriendo las dos dríadas que habían mandado al lago, lanzando grititos agudos, y detrás de ellas apareció Loki, chorreando agua y fango, sangrando por una herida en la frente.

– ¡Loki! -gritó Crach an Craite-. ¿Qué ha pasado?

– ¡Maaamaaa! -lloró Lola.

– ¿Que'ss aen? -Braenn alcanzó a sus hijas, completamente nerviosa, pasó de la misma excitación a hablar el dialecto de las dríadas de Brokilón-. ¿Que'ss aen? ¿Que suecc'ss feal, caer me?

– Nos ha destrozado la barca… -jadeó Loki-. Junto a la misma orilla… ¡Un monstruo horrible! ¡Le di con el remo pero se lo comió, se comió el remo!

– ¿Quién? ¿Qué?

– ¡Geralt! -gritó Braenn-. Geralt, ¡Mona dice que es una cirenea!

– ¡Un girador! -bramó el brujo-. ¡Eskel, corre a por mi espada!

– ¡Mi varita! -gritó Dorregaray-. ¡Radcliffe! ¿Dónde está mi varita?

– ¡Ciri! -exclamó Loki al tiempo que se limpiaba la sangre de la frente-. ¡Ciri está peleando con él! ¡Con ese monstruo!

– ¡Voto a bríos! ¡Ciri no tiene ni una posibilidad contra un girador! ¡Eskel! ¡El caballo!

– ¡Esperad! -Yennefer se quitó la diadema y la estrelló contra el suelo-. ¡Os teleportaremos! ¡Será más rápido! ¡Dorregaray, Triss, Radcliffe! Dadme la mano…

Todos se quedaron callados y luego gritaron. En la puerta de la capilla estaba de pie el rey Herwig, mojado pero entero. Junto a él había un muchacho jovencito con la cabeza pelada, con una armadura brillante de extraño modelo. Y detrás de ellos entró Ciri, chorreando agua, manchada de barro, desgreñada, con Gveir en la mano. En la parte delantera de su mejilla, desde la sien hasta la barbilla, le corría un corte hondo y horrible que sangraba con fuerza a través de un pedazo de manga que se había apoyado en ella.

– ¡Ciri!

– Lo he matado -dijo de forma casi ininteligible la brujilla-. Le he destrozado la cabeza.

Desfalleció. Geralt, Eskel y Jaskier la sujetaron, la alzaron. Ciri no soltó la espada.

– Otra vez… -balbuceó el poeta-. Otra vez le han dado en la cara… Qué puta mala suerte tiene esta muchacha…

Yennefer gimió con fuerza, se acercó a Ciri, desplazó a Jarre, quien con su única mano sólo entorpecía. Sin importarle que la sangre mezclada con fango y agua podía manchar y destruir su vestido, la hechicera apoyó un dedo en el rostro de la brujilla y gritó un hechizo.

A Geralt le dio la impresión de que todo el castillo temblaba y de que el sol se había apagado por un segundo.

Yennefer retiró la mano del rostro de Ciri y todos lanzaron una exclamación de asombro. La terrible herida se había reducido hasta convertirse en una fina línea roja marcada por algunas pequeñas gotas de sangre. Ciri quedó colgada en los brazos que la sujetaban.

– Bravo -dijo Dorregaray-. Mano de maestro.

– Mis reconocimientos, Yen -dijo Triss con la voz sorda mientras Nenneke lloraba.

Yennefer sonrió, puso los ojos en blanco y se desmayó. Geralt consiguió agarrarla antes de que cayera a tierra, blanda como una cinta de terciopelo.

XII

– Tranquilo, Geralt -dijo Nenneke-. Sin nervios. Ahora se le pasará. Se ha quedado sin fuerzas y eso es todo, y para colmo la emoción… Ella quiere mucho a Ciri, ya sabes.

– Lo sé. -Geralt alzó la cabeza, miró al mozalbete de la armadura brillante que estaba de pie junto a la puerta de la habitación-. Escucha, hijo, vuelve a la capilla. Aquí no hay nada para ti. Y así, entre nosotros, ¿quién cono eres?

– Soy… Soy Galahad -murmuró el caballerete-. ¿Puedo…? ¿Estaría mal que preguntara cómo está esa hermosa y valiente doncella?

– ¿Cuál? -El brujo sonrió-. Hay dos, las dos hermosas, las dos valientes y las dos doncellas, aunque una lo es todavía por casualidad. ¿A cuál te refieres?

El mozalbete se ruborizó visiblemente.

– A la… más joven… -dijo-. A aquélla que se lanzó sin dudarlo a salvar al Rey Pescador.

– ¿A quién?

– Se refiere a Herwig -dijo Nenneke-. El girador atacó la barca en la que Herwig y Loki estaban pescando. Ciri se lanzó sobre el girador y este jovencito, que se encontraba por casualidad en los alrededores, se apresuró a ayudarla.

– Ayudaste a Ciri. -El brujo miró al caballerete con mayor atención y acentuada simpatía-. ¿Cómo te llamas? Lo he olvidado.

– Galahad. ¿Es esto Avalon, el castillo del Rey Pescador?

La puerta se abrió, salió Yennefer por ella, algo pálida, apoyada en Triss Merigold.

– ¡Yen!

– Vamos a la capilla -anunció la hechicera con voz débil-. Los invitados están esperando.

– Yen… Podemos retrasar…

– ¡Voy a ser tu mujer aunque se me lleven todos los diablos! ¡Y lo voy a ser ahora!

– ¿Y Ciri?

– ¿Qué pasa con Ciri? -La brujilla salió de detrás de Yennefer, embadurnándose de glamarye la mejilla sana-. Todo está bien, Geralt. Ni siquiera sentí este arañazo estúpido.

Galahad, con la armadura tintineando y chirriando, se arrodilló o, mejor dicho, se echó sobre una rodilla.

– Hermosa señora…

Los grandes ojos de Ciri se hicieron incluso mayores.

– Ciri, permíteme -dijo el brujo-. Éste es el caballero… humm… Galahad. Ya os conocéis. Te ayudó cuando luchabas con el girador.

Ciri se cubrió de rubor. El glamarye comenzaba a actuar, así que el rubor aquél era verdaderamente encantador y la herida casi no se veía.

– Señora -balbuceó Galahad-, concededme una merced.Permitid, oh hermosa, que a los pies vuestros…

– Me apuesto el cuello a que ahora va a querer ser tu caballero, Ciri -dijo Triss Merigold.

La brújiila se puso las manos a la espalda y bufó ruidosamente, sin decir nada.

– Los invitados están esperando -interrumpió Yennefer-. Galahad, veo que no sólo eres valiente sino también atento. Has luchado hombro con hombro junto a mi hija, así que le prestarás tu brazo durante la ceremonia. Ciri, deprisa, ponte el vestido. Geralt, peínate y métete la camisa dentro de los pantalones, que se te ha salido. ¡Quiero veros a todos en la capilla dentro de diez minutos!

XIII

La boda fue todo un éxito. Las señoras y señoritas lloraron gremialmente. La ceremonia la dirigió Herwig, quien aunque abdicado, era un rey. Vesemir de Kaer Morhen y Nenneke interpretaron el papel de padres de los novios y Triss Merigold y Eskel hicieron de testigos. Galahad llevó del brazo a Ciri y Ciri se ruborizó como un clavel.

Los que portaban espada hicieron un arco con ellas. Los amigos de Jaskier rasguearon los laúdes y las zanfonas y cantaron una canción especialmente compuesta para aquella ocasión y en el estribillo les ayudaron la pelirroja hija de Zywiecki y la sirena Sh'eenaz, muy famosa por su bonita voz.

Jaskier pronunció un discurso, deseó felicidad a los recién casados, suerte y sobre todo una noche de bodas con éxito, por lo que recibió un puntapié de Yennefer en las espinillas.

Luego todos se agolparon en la sala del trono y rodearon las mesas, Geralt y Yennefer, con la mano aún enlazada con un trozo de terciopelo, se sentaron en la cabecera, desde donde repartieron sonrisas y brindis.

Los invitados, que en su mayor parte habían alborotado y jaraneado la noche anterior, banquetearon con aire estático y distinguido y durante un tiempo asombrosamente largo nadie se pilló una cogorza. La excepción inesperada fue Jarre el Manco, al que le colmó el vaso de lo que podía aguantar ver a Ciri ardiendo de rubor bajo la mirada mantecosa de Galahad.

Tampoco nadie desapareció, si descontamos a Lola, a la que sin embargo se encontró al poco debajo de la mesa, durmiendo como un perrillo.

A los fantasmas del castillo de Rozrog la noche anterior también les debió de haber dejado su huella, porque no dieron señales de vida.

La única excepción la constituyó un esqueleto que llevaba colgando restos de un sudario. El esqueleto surgió de improviso del suelo a espaldas de Agloval, Zywiecki y Myszowor. Sin embargo, el príncipe, el barón y el druida estaban sumidos en una discusión sobre política y no hicieron caso de la aparición. El esqueleto se enfadó por la falta de atención, continuó a lo largo de la mesa y se puso a chasquear los dientes junto a la oreja de Triss Merigold. La hechicera, que estaba tiernamente apretada contra el hombro de Eskel de Kaer Morhen, alzó graciosamente la blanca manita y estiró los dedos. Los perros se encargaron de los huesos.

– Que la gran Melitele os ayude, queridos míos. -Nenneke besó a Yennefer y chocó su jarra con la copa de Geralt-. Os ha costado un porrón de tiempo, pero al fin estáis juntos. Me alegro muchísimo, pero espero que Ciri no tome ejemplo de vosotros y que si encuentra a alguien no vacile durante tanto tiempo.

– Parece -Geralt señaló con un movimiento de cabeza a Galahad, que tenía la vista fija en la brujilla- que ya ha encontrado a alguien.

– ¿Te refieres a ese bicho raro? -se burló la sacerdotisa-. Oh, no. No habrá pan de estos trigos. ¿Lo has visto bien? ¿No? Pues

entonces mira lo que hace. Ni que estuviera clavado con Ciri y sin descanso sólo mira y manosea todas las jarras y vasos que hay en la mesa. Tú mismo habrás de reconocer que no es un comportamiento especialmente normal. Le extraña tanto la muchacha que la mira como si fuera un cuadro. Jarre es otra cosa. Un muchacho razonable, sólido…

– Tu sólido y razonable Jarre justamente acaba de caer bajo la mesa -le interrumpió Yennefer con desapego-. Basta ya, Nenneke. Ciri se acerca.

La brujilla de cabellos cenicientos se sentó en el lugar que Herwig había dejado libre y se apretó con fuerza a la hechicera.

– Me voy -dijo en voz baja.

– Lo sé, hija.

– Galahad… Galahad… se va conmigo. No sé por qué. Pero tampoco se lo puedo prohibir, ¿no es verdad?

– Verdad. ¡Geralt! -Yennefer alzó los ojos que ardían de cálido violeta hacia su marido-. Date una vuelta por la mesa, habla con los invitados. Te permito que bebas. Una jarra. Pequeña. A mí me gustaría hablar aquí con mi hija de mujer a mujer.

El brujo dio un suspiro.

Se iba haciendo cada vez más alegre en la mesa. La compaña de Jaskier cantaba canciones y para colmo del tipo que hacían que a Anica, la hija del alcalde Caldemeyn, se le pusieran rojas las mejillas.

El dragón Villentretenmerth, bastante achispado, abrazaba al todavía más achispado doppler Tellico y lo convencía de que transformarse en el príncipe Agloval con objeto de sustituirlo en la cama de la sirena Sh'eenaz sería una falta de tacto.

Las taheñas hijas de Zywiecki daban todo de sí para gustarles a los legados reales, y los legados reales intentaban de los modos más diversos imponer a las dríadas, lo que al final provocó un verdadero pandemónium. Yarpen Zigrin, sorbiendo por su roma nariz, le explicaba a Chireadan que cuando era niño soñaba con ser elfo.

Myszowor gritaba que el gobierno no iba a seguir y Agloval que al contrario. Nadie sabía de qué gobierno se trataba. Herwig le contaba a Gardenia Biberveldt acerca de una carpa enorme que había sacado con una caña que tenía un sedal hecho con un solo pelo de caballo. La mediana asentía soñolienta, de vez en cuando gritaba a su marido que dejara de trasegar.

Por las galerías corrían los profetas y la domadora de cocodrilos, intentando en vano encontrar al gnomo Schuttenbach. Freya, visiblemente harta de los debiluchos hombres, bebía sin pausa con la médium de género femenino, tarea que la cual ambas abordaban una absoluta seriedad y un digno silencio.

Geralt dio la vuelta a la mesa, tropezando, poniendo la espalda para golpes gratulatorios y la mejilla para los besos gratulatorios. Por fin se acercó al lugar donde junto al abandonado por Ciri Galahad se había sentado Jaskier. Galahad, mirando la copa del poeta, hablaba, y el poeta entrecerraba los ojos y fingía interés. Geralt se puso de pie detrás de ellos.

– Así que me subí a aquella barca -decía Galahad- y navegué hacia la niebla, aunque he de reconoceros, don Jaskier, que el corazón se me había congelado de miedo… Y os reconozco que entonces dudaba. Pensé: hé aquí mi final, moriré ciertamente en esta impenetrable niebla… Y entonces salió el sol, las aguas brillaron como… como oro… Y he aquí que ante mis ojos veo… Avalon. Porque esto es Avalón, ¿no es cierto?

– No -le corrigió Jaskier, al tiempo que llenaba la jarra-. Esto es Schwemmland, lo que se puede traducir como El Pantano. Bebe, Galahad.

– Y este castillo… ¿Acaso sea el castillo de Montsalvat?

– En absoluto. Esto es Rozrog. Jamás he oído hablar, hijo, del castillo de Montsalvat. Y si yo no he oído hablar de él eso quiere decir que no existe. ¡A la salud de los novios, hijo!

– Salud, don Jaskier. Mas el rey… ¿No es él el Rey Pescador?

– ¿Herwig? Cierto, le gusta pescar. Antes le gustaba cazar, pero desde que le dejaron cojo en la batalla de Orth no puede montar a caballo. Pero no le llames Rey Pescador, Galahad, lo primero porque es una tontería y lo segundo porque puede poner triste a Herwig.

Galahad guardó silencio durante un buen rato, jugueteando con una copa medio vacía. Por fin dio un hondo suspiro, miró a su alrededor.

– Tenéis razón -susurró-. No es más que una leyenda. Un

cuento. Una fantasía. Hablando en plata: una mentira. En vez de Avalón, un simple Pantano. Y en ningún lugar la esperanza…

– Eh -el poeta le dio un codazo-, no te amorriñes, hijo. ¿Porqué esa jodida melancolía? Estás en un bodorrio, diviértete, bebe, canta. Eres joven, tienes toda la vida por delante.

– La vida -repitió el caballero pensativo-. ¿Cómo es eso, don Jaskier? ¿Algo comienza, algo termina?

Jaskier le lanzó una mirada rápida y atenta.

– No lo sé -dijo-. Pero si yo no lo sé, entonces nadie lo sabe. En conclusión: nada se termina y nada comienza.

– No entiendo.

– No necesitas entender.

Galahad reflexionó de nuevo, la frente se le arrugó.

– ¿Y el Grial? -preguntó por fin-. ¿Qué pasa con el Grial?

– ¿Qué es el Grial?

– Algo que se busca. -Galahad posó sobre el poeta sus ojos soñadores-. Algo que es lo más importante. Algo sin lo que la vida pierde sentido. Algo sin lo que se es incompleto, inconcluso, imperfecto…

El poeta abrió los labios y miró al caballero con su famosa mirada, una mirada en la que la arrogancia se mezclaba con una alegre simpatía.

– Toda la tarde -dijo- has estado sentado junto a tu Grial, cordero.

XIV

Hacia la medianoche, cuando los invitados comenzaron a bastarse por sí solos, y Geralt y Yennefer, libres del ceremonial, pudieron mirarse tranquilamente a los ojos, las puertas se abrieron con un estampido y entró en la sala el bandolero Vissing, conocido comúnmente por el pseudónimo de Paf-Paf. Paf-Paf medía unos dos metros, tenía una barba hasta la cintura y la nariz de la forma y el color de un boniato. El bandolero llevaba a un hombro su famosa maza Pajita y al otro un enorme saco.

Geralt y Yennefer conocían a Paf-Paf desde hacía mucho tiempo.

Sin embargo, ninguno de ellos había pensado en invitarlo. Se trataba evidentemente de obra de Jaskier.

– Bienvenido, Vissing -dijo la hechicera con una sonrisa-. Muchas gracias por acordarte de nosotros. Toma asiento.

El bandolero hizo una distinguida reverencia, apoyándose en Pajita.

– Muchos años de felicidad y un montón de crios -anunció con fuerte voz-. Eso es lo que sus deseo, amigos. ¡Cien años de felicidad, qué coño digo, doscientos, joder, doscientos! Ah, cuan contento estoy, Geralt y vos, doña Yennefer. Me daba a mí siempre que sus ibais a acabar casando, y eso aun cuando andabais to el día de gresca y sus ladrabais lo mismito, lo mismito que, mejorando lo presente, los perros. La puta, pero qué digo yo…

– Bienvenido, bienvenido, Vissing -dijo el brujo mientras servía vino en la jarra más grande que había por los alrededores-. Bebe a nuestra salud. ¿De dónde vienes? Corría el rumor que estabas en la trena.

– Y he salido. -Paf-Paf bebió con gusto, dio un hondo suspiro-. He salido por, joder, cómo cono lo llaman, ah, sí, caución. Y aquí, amigos, hay un regalillo para vusotros. Tomar.

– ¿Qué es? -murmuró Geralt, mirando el gran saco en el que algo se movía.

– Lo agarré por el camino -dijo Paf-Paf-. Lo pesqué en el güerto ése, ande está la moza ésa en pelotas, toa de piedra labra. Sabéis, ésa que está toa caga de palomas…

– ¿Qué hay en ese saco?

– Un diablo, por así decirlo. Lo agarré pa vosotros, como regalo. ¿Tenéis aquí una casa de fieras, no? Pues lo disecáis y lo llenáis de paja, y así se asombrarán vuestros güéspedes. Vaya un ganao listo, el tal diablo, ya sus digo. Va y dice que se llama Schuttenbach.

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