Con el primer barro de la tierra amasaron al último hombre.
De la última cosecha sembraron la semilla.
Y lo que escribió la primera mañana de la creación
lo leerá el último amanecer del juicio.
El golem con la espiral oscura cantó algunos recuerdos personales para demostrar que era Beta… cosas que sólo él y Albert Morris deberían saber de encuentros pasados entre dos adversarios. Acciones, engaños, insultos y detalles secretos de momentos en que escapé por poca de sus garras… o él de las mías.
Parece que han estado ustedes enzarzados en un juego de barro continuo —observó Lum.
Un juego infantil —comentó Gadarene, el conservador.
—Tal vez —respondió el ídem de Beta—. Pero un juego con mucho dinero de por inedia. Uno de mis motivos para ampliar el negocio fue reunir dinero suficiente para pagar las multas acumuladas. Por si Albert finalmente me capturaba.
—No le eches la culpa a Albert por tu carrera como ladrón y sidcuestrador —gruñí yo—. Además, apostaría todo lo que poseo a que ahora tienes problemas más grandes. Mucho peores que querellas civiles por violación de copyright. Te has forjado nuevos enemigos, ¿verdad? Más peligrosos que ningún detective privado local.
Beta me dio la razón asintiendo con la cabeza.
—Durante meses, he sentido un aliento caliente en mi nuca. Una a una, mis operaciones han sido meticulosamente localizadas por alguien que irrumpía de repente, usando bombas priónicas para matar mis copias (y los moldes que había robado), o se hacía dueño de la operación durante unos días, antes de quemarlo todo para eliminar las pruebas.
—Mm. Eso explica algo que sucedió en el edificio Teller —comenté—. El lunes, capturaste temporalmente a mi explorador verde. Al menos creía que eras tú. Pero mis captures parecían más sañudos, incluso frenéticos. De hecho intentaron torturarme…
—Entonces no era yo —aseguró Beta sombríamente.
—Mm, bueno, escapé, por los pelos. Y el martes por la mañana regresé con el inspector Blane y algunos reforzadores de la AST para hacer una redada en el lugar. Eso salió bien. Lo malo vino más tarde, en la parte trasera del edificio. Me encontré con un amarillo deteriorado que decía ser tú, y murmuraba algo sobre cómo un competidor se estaba quedando con su negocio. ¿Tienes idea de quién ha estado haciendo todo esto?
—Al principio sospeché de ti, Morris. Luego me di cuenta de que tenía que ser alguien realmente competente —Beta me miró, pero yo no mordí el anzuelo y mantuve mi cara de póquer. El sardónico ídem continuó—: Alguien capaz de localizar mis centros de copias clandestinas, uno a uno, a pesar de todas las precauciones. Como medida desesperada, usé mis mejores métodos evasivos para introducir medidas de emergencia en los hornos portátiles secretos, programados para descongelarse después de cierto retraso.
— ¿Es usted una de esas copias preimprintadas ? —preguntó Lum—. ¿Qué tiempo tienen sus recuerdos? ¿Cuándo fue fabricado? El ídem de Beta sonrió.
— ¡Hace más de dos semanas! Podría haber continuado dormido en ese hueco diminuto para siempre, si la noticia de Albert no hubiera llegado, disparando la reanimación. En ese punto, contacté con el señor Montmorillin aquí presente, quien amablemente me invitó a esta reunión —el golem de la espiral señaló a Pal.
Yo me enderecé.
—Has dicho «la noticia de Alberto…
La otra personarreal presente, James Gadarene, dio una paradita en el suelo.
—¡Buf! Primero establezcamos algo, esta persona Beta, una notable figura del submundo, estaba realmente confabulada en un plan con la «Reina» Irene y Gineen Wammaker…
—Todavía no hemos determinado si la maestra…
Gadarene me fulminó con la mirada. Recordando mi lugar, gruñí una disculpa y me callé.
—Bien —continuó—. Se espera que creamos que Beta e Irene y Wammaker realmente estaban planeando invadir HU en un esfuerzo a medias inocente por descubrir tecnologías ocultas. Aunque eso sea cierto, dudo que tuvieran en mente el beneficio público. ¡Más bien un negocio de extorsión) Un plan para chantajear a Eneas Kaolin para que comprara su silencio.
Beta lo admitió, encogiéndose de hombros.
—El dinero está bien. También queríamos la nueva técnica de extensión de ídems. Irene se estaba quedando sin memoria orgánica y necesitaba refrenar sus cargas. Wammaker y yo vimos beneficios comerciales para extender la duración de nuestras copias… las suyas legales y las mías pirateadas —Beta se echó a reír—. Nuestra alianza era de conveniencia temporal.
—Olvidemos eso —Gadarene se inclinó hacia delante—. Para llevar a cabo su misión de espionaje, planeó contratar a su némesis particular, el detective Albert Morris. ¿No fue un poco arriesgado? Beta asintió.
—Por eso fingí ser ese personaje, Vic Collins. Además, ¿por qué no contratar a Albert? El trabajo encajaba con sus habilidades.
—Sólo que algún enemigo lo cazó primero. Lo sustituyó, y luego cambió el objetivo de la misión. ¿Es eso lo que se supone que tenemos que creer?
Una versión aguda de la voz de Pal llamó desde una mesa cercana. El pequeño golem-hurón, idPal, manipulaba un holovisor.
—Tengo ese rollo que encontramos en el garito de Irene. ¿Preparado para mostrarles lo que has descubierto, Gumby?
Asentf. Las imágenes surgieron del visor, mostrando una serie de reuniones clandestinas en limusinas entre Irene y sus cómplices. Les conté a los demás mi análisis sobre las pautas de teñido que llevaba «Vic Collins”.
Beta sonrió por el cumplido cuando dije:
—Fue un buen truco eso de usar diminutos emisores de píxeles para cambiar en un instante los motivos de tu piel. Explica cómo escapaste de mí tantas veces. Al parecer, tu enemigo desconocía la técnica. O no le importó. Porque cuando entró en escena, sólo copió tu último teñido y entró en acción. Irene no se dio cuenta nunca.
»Fue pan comido, entonces, para tu enemigo alterar tu plan. Sustituir el equipo de espionaje que los tres intentabais plantar en el gris de Albert, insertar en su lugar una bomba, convertir el espionaje industrial en sabotaje. ¿No es así?
El golem de Beta se encogió de hombros.
—Mis recuerdos tienen dos semanas de edad, así que no puedo hablar de acontecimientos recientes… excepto para decir que concuerdan con lo queme temía. Mi némesis debe de haber completado su toma de toda mi operación —dio una palmada, furioso—. ¡Si al menos tuviera una pista de quién es!
¿Estaría mal confesar que me sentí recompensado viendo sufrir a Beta, de la misma manera que Albert había sufrido, durante años, preguntándose y preocupándose por la identidad de su archienemigo?
—Bueno, no puedo decir que sea competente, Beta. Pero si es una pista lo que quieres…
A. una señal, idPal pasó ala última imagen, que mostraba a un «Vic Collins» posterior, con su piel inamovible estilo tartán. Sólo cuando la imagen se acercó más, mucho más, vimos el micropelado donde la superficie del disfraz revelaba una coloración diferente debajo. Un destello metálico sólo que mucho más brillante que el acero. El golem verde de Lum se acercó, frotándose la barbilla como si tuviera una barba que rascar.
—Vaya, eso parece…
Su opuesto ideológico, Gadarene, terminó por él.
—Parece oro blanco o platino. Eh, no estará intentando decirnos que Eneas Kaolin… —el hombre se quedó boquiabierto—. Pero, ¿por qué querría un magnate mancharse las manos mezclándose con escoria corno ésta?
Gadarene señaló despectivamente a Beta, quien se irguió en su asiento, ofendido.
—Más concretamente —añadió Pal, rascando su muy real barba de dos días—. ¿Qué ganaría saboteando su propia fábrica?
— ¿Un timo a la compañía de seguros?—supuso Luna—. ¿Una forma de eliminar existencias obsoletas?
—No —dijo Gadarene, apretando los dientes—. Fue un plan para eliminar a todos sus enemigos a la vez.
Yo asentí.
—Consideren las múltiples culpas que tenemos aquí. Primero, al completar sus alocados túneles hasta el complejo HU, los grupos de ambos —indiqué a Laura y Gadarene— se metieron en una trampa. Los chivos expiatorios perfectos. Sobre todo después de que alguien enviara a esos ídems, disfrazados para parecerse al supuesto terrorista, a reunirse con ustedes la noche anterior. Aunque consiguieran evitar la cárcel o las multas, han sufrido una humillación importante. Desacreditados, parecen idiotas.
—Huh, gracias —gruñó Lum. Gadarene permaneció en silencio.
—Luego Kaolin tuvo que deshacerse de Albert también —dijo Pal—. ¿Por eso te hicieron volar, viejo amigo? ¿Para impedir que negaras tu implicación? ¡Qué basto! Para empezar, la policía se toma el asesinato mucho más en serio que acabar con un puñado de ídems.
Yo estuve de acuerdo.
—Esa parte sigue sin tener mucho sentido. ¿Qué le hizo el pobre Albert? Pero lo siguiente encaja con todo lo que hemos oído esta tarde. La Reina frene advirtió, en cuanto se enteró del sabotaje, que todo había salido tremendamente mal. Preparó una salida en sus propios términos, dejando a sus socios, Vic Collins y Gineen Wammaker, como cabezas de turco.
—E Irene dejó pruebas que indicaban que Collins era Beta —añidió idPal.
—Sí. Y ahí es donde tendría que haberse terminado la pista. Con un infame sidcuestrador y un reputado «pervertido» implicados en último término, pillados en una alianza tenebrosa que salió horriblemente mal. Un bonito paquete, que implica o deja en evidencia a gente que Kaolin odiaba… o simplemente consideraba irritante.
El golem espiral de Beta asintió.
—Y el plan podría haber funcionado, si no hubiera sido por esas imágenes que tomó Irene, y un astuto trabajo de didtective por tu parte. Sorprendentemente listo, Morris.
Yo sólo pude sacudir la cabeza.
—Encantador, hasta el final.
Pal rodó hacia delante, inspeccionando la holoimagen.
—No hay muchas más pruebas para continuar. Sobre todo cuando estás acusando a un multibillonario.
—No necesitamos pruebas convincentes —le replicó idPal a su original—. Sólo una causa probable para abrir una investigación en toda regla. Con esto, podemos solicitar por ley la red de cámaras internas de HU. Ofrecer un Premio Secuaz. Poner a la policía en marcha. Exigir ver a Kaolin en persona…
Fue entonces cuando sucedió.
Algo pasó a través de mí (pareció un cálido soplo de viento), que me impulsó a volvermey escuchar.
Lo hice, e inmediatamente capté un sonido extraño… un suave roce en la puerta.
Entonces la puerta explotó.
Como la vi venir, logré esquivar a duras penas una gran astilla de madera que atravesaba el espacio dirigiéndose al lugar donde estaba mi cabeza. Luego el primer invasor armado cargó a través del humo, disparando.
Pasando a velocidad de emergencia, me arrojé contra el espantado James Gadarene, quien soltó un grito mientras lo cubría con mi cuerpo, derribándolo al suelo. Puede haber accidentes durante una melé, y quien estaba detrás de aquello tal vez no esperara encontrar a ninguna persona real en el idemburgo, donde la norma es a menudo «dispara a todo lo que se mueva». Gadarene pataleó con fuerza debido al pánico, como si yo fuera el atacante. Así que tardé al menos cuatro segundos en enterrar al idiota bajo un sofá. Para entonces, la batalla estaba al rojo vivo.
Los invasores llevaban franjas cruzadas: colores de bandas. Guerreros de Cera, si no recordaba mal. Y podrían haber sido unos cuantos chavales, que se pasaban para divertirse un rato, a no ser por la coincidencia.
Al levantarme, vi que varios asaltantes ya habían caído en la puerta, detenidos por los sorprendentemente rápidos reflejos de Pal… y la efectiva dispersadora que ahora empuñaba y que lanzaba amplios chorros de balas de alta velocidad contra la destrozada entrada.
No estaba solo.
El pequeño duplicadohurón de Pal se alzaba en su hombro derecho, disparando una minipistola, sus diferencias interpersonales aparentemente olvidadas. Y Beta estaba ocupado también. El ídem del dibujo en espiral había sacado una fina cerbaarma con munición de cuarenta rondas. Con cada soplido, lanzaba un dardo inteligente auto-guiado contra los ojos de cerámica de un enemigo, cargado con pequeñas cargas de enzimas paralizantes.
Los cuerpos se amontonaban cerca de la puerta destrozada, pero seguían llegando más asaltantes que trepaban o saltaban sobre sus camaradas caídos, disparando mientras atacaban. Las lámparas y los adornos se rompían por todas partes.
— ¡Gumby, tómala!
Pal me lanzó la dispersadora, y empeñó otra que asomó de un hueco de la silla móvil mientras yo me unía a la lucha. Disparamos juntos, justo a tiempo de detener otra oleada.
Un nuevo temblor me hizo volverme, y vi movimiento ante la puerta del apartamento.
Más invasores se apostaban en la endeble escalera de incendios, preparados para entrar.
— ¡Lum! —le grité al verde barato enviado a la reunión por el fetichista de la emancipación—. ¡Proteja la ventana!
Lum extendió las manos.
—.Voy desarmado!
—¡Vamos! —chillé, corriendo hacia la puerta principal y disparando otra ronda mientras pasaba junto a varios cuerpos humeantes. Tras arrancar un arma de una mano que todavía se retorcía, la lancé por los aires hacia el manci verde, esperando que Lum la atrapara al vuelo y supiera qué hacer—. ¡Beta, ayuda a Lum! —grité, lanzándome de nuevo hacia delante.
Apretujándome contra la pared, justo al lado del marco destrozado de la puerta, me vi de pronto en posición de disparar al pasillo en una dirección y llevarme por delante a una fila entera de asaltantes que esperaban su turno para entrar. La dispersadora los barrió como si fueran muñecos de barro que se desploman ante una manguera. Naturalmente eso permitió que la otra mitad de los atacantes supiera exactamente dónde estaba yo.
Un golpe me dijo que alguien había hecho chocar un objeto contra el otro lado de la pared en la queme apoyaba. Me aparté rápidamente, dos segundos antes de que una explosión rociara el interior de escombros, creando una nueva abertura de cuatro metros de ancho.
La ventana voló en el mismo instante.
Llovió cristal por todas partes. Oí disparos en esa zona y esperé que Lum se vendiera caro.
Mi nueva posición me permitió emboscar a la mitad de la nueva oleada que entraba desde el pasillo. Un buen promedio, si les importaban las pérdidas. Pero no les importaban, y seguían su carga ajenos a las bajas. Ideal vació su miniarma y, sin tiempo para hacerse con otra, saltó a la garganta de un enemigo que reaccionó con sorpresa y chocó de espaldas contra varios tipos. El ataque kamikaze los mantuvo ocupados unos segundos preciosos mientras yo me cargaba a los de detrás. Pero el gesto terminó como era de esperar, con el pobre idPal hecho pedazos.
Eso me fastidió, pero no tanto como a Pal.
—¡Maldición, quería esos recuerdos! —gritó, arrojando su dispersadora y sacando otra arma de algún hueco de su silla. Una mirada me hizo temblar. Era un evaporador.
Incluso los endurecidos miembros de la banda reaccionaron con temor y buscaron protección. Uno lo hizo demasiado tarde y un bloque de cristal inestable entró en la recámara para enviar una andanada coherente de microondas sintonizadas que lo atravesó… junto con la pared que tenía detrás.
Otros dos llegaron como refuerzos, miraron a Pal, se volvieron para huir… sólo para unirse a una segunda sección de la pared evaporándose en el olvido.
—¡Detrás de ti! grité, levantándome para disparar mi arma contra la ventana, donde el indefenso verde de Lum era vencido por los invasores. No había ni rastro de Beta. Eso no era ninguna sorpresa.
Haciendo girar su silla, Pal volvió a cargar y luego disparó otra andanada de microondas desintegradoras a los recién llegados que desintegró a uno de ellos y ala mitad de otro… junto con el marco de la ventana y parte de la escalera de incendios del otro lado.
Para mi alivio, nadie le disparó, aunque estaba al descubierto.
Saben que es real y no quieren que intervengan los polis. Lo máximo que podrían hacerle a Pal es quitarle su arma y echarle un saco por encima. Y tal vez meterle un olvidador por la nariz, para borrar esta última hora.
Naturalmente, eso implicaba que todos se volvieran contra mí. Me llovieron balas de todas partes, cada vez más cerca, hasta que Pal terminó de meter otro cristal en la recámara y agitó el tubo de rayos, preparándose para disparar de nuevo. Los atacantes se dispersaron, buscando protección, lo queme dio un respiro.
Los ojos de Pal se encontraron con los míos, librándome de mi deber de golem de proteger a cualquier personarreal. Aquellos hampones estaban jugando según las reglas.
—Estoy a salvo —gruñó, sacando el rollo de película de la cercana hololectora y arrojándomelo—. ¡Vete!
Tras asentir rápidamente a mi amigo, rodé a un lado, me incorporé y luego crucé corriendo la habitación, escudándome tras la encimara de la cocina justo a tiempo, mientras las balas destrozaban los paneles de madera falsa, rebotando entre ollas y sartenes. Gracias al cielo que el lugar venía ya amueblado.
—i Vamos, hijos de puta! —gritó Pal mientras cargaba una vez más el arma semiilegal—. Patéticos, basura. ¡Disparadme!
Había un sollozo en su voz, un dolor que ni siquiera su mejor amigo oía a menudo. Y, sí, una parte de mí lo compadeció y deseó que Pal finalmente obtuviera el tipo de muerte que quería. Entre disparos, no entre gemidos.
Se estaban acercando. Sin duda tenía que estar quedándose sin munición para su arma. La mía tenía ya pocas halas. Oía los asaltantes acercarse por tres lados. La cosa pintaba mal.
Entonces la pared detrás de mí se evaporó en una nube repentina de calientes gases en expansión.
—¡Gumby, corre! —gritó Pal.
Yo ya había atravesado la pared, dejando atrás a los sorprendidos inquilinos del apartamento de al lado, una familia simulacro que me miraba con los ojos muy abiertos, escondida tras el sofá mientras en una tele barata de un rincón tronaba la música de El Show de Cassus y Henry.
Por fortuna, todos eran ídems, representando la vida en una época más aventurera. Así que pasé de largo libre de culpa. Cualquier multa que provocan esta irrupción sería sencilla. Sólo por daños. No punitiva. Y además, ¿a quién iban a cobrársela?
Hay algo extrañamente dulce y anticuado en el mundo electrónico de la «inteligencia artificial» y las imágenes generadas por ordenador.
Vale, mi generación tiende a menospreciar a los antiguos hackers y cibergenios, muchos de los cuales todavía se aferran a su vana fe en la trascendencia digital, un sueño equívoco de máquinas super-inteligentes, personalidades descargadas y mundos virtuales más reales que la realidad. Se ha convertido en un chiste.
Peor; se ha convertido en otro hobby.
Sí, confieso que me encantan estas cosas. Recorrer la Vieja Red en busca de información oculta. Pasar de una cámara a la siguiente. Emplazar pequeños microavatares que vayan zambulléndose en bases de datos tan cargadas de sedimentos de más de un siglo de capas de gigabytes que tus emisarios de software vienen equipados con picos y palas. Casi siempre tienes que especificar exactamente lo que estás buscando para que extraigan algo útil.
A pesar de todo, con paciencia y persistencia se encuentran joyas. Como el hecho de que Yosil Maharal trabajara como asesor muy bien pagado del Dodecaedro.
Encaja: Maharal era un experto en almística de fama mundial, conocido por su original pensamiento. Naturalmente, los dodecs (y quizás incluso el equipo del presidente en la Casa de Cristal) habrían consultado con Maharal, para sondear la siguiente etapa. Para ver qué está por venir. Dilucidar qué nuevas tecnologías pueden estar ya en manos de enemigos potenciales. Maharal también era un consejero importante y un diseñador de primera cuando plantaron este gigantesco ejército de golems de batalla de reserva en las profundidades del Campo Jesse Helms.
Descubrí todo esto mientras usaba el datapuerto seguro al que nos nevaba el ídem de Chen, antes de que Ritu desapareciera. Antes de que yn tuviera que hacer desaparecer al pequeño recolector de impuestos simiesco. Las cosas estaban feas ahora, sin compañía, aunque la soledad me permitía concentrarme sin interrupciones.
Parece que le dieron a Maharal carta blanca, advertí, agitando los dedos y las manos bajo el ultraseguro chador gubernamental. Varios globovisores crecieron y se encogieron, respondiendo al movimiento de mis ojos. Uno mostró un mapa de superficie de la región que recogía la base del Ejército con sus instalaciones de entrenamiento, relajación, curtido e imprintación, además de los cercanos hoteles de cuatro estrellas que sirven a los ansiosos fans. Un poco al suroeste, más allá de una montaña, se encuentra el campo de batalla en sí mismo, donde los equipos nacionales combaten por la gloriay por zanjar disputas sin derramamiento de sangre. En una región con tantos cráteres como la Luna, se ha sacrificado un trozo del desierto por el deporte y por librar de la guerra al resto del planeta.
Eso es lo que sabía el público.
Sólo que ahora yo podía seguir el laberinto de túneles y cavernas situados bajo la base, encaminándome en dirección contraria. Una fortaleza secreta creada para un vasto ejército de guerreros listos-para-servir. Algunas secciones estaban claramente indicadas. Otras zonas eran meramente vagos contornos en el mapa, oscurecidos para indicar capas más secretas, y exigían claves de acceso y verificadores de identidad de los que yo carecía. No es que me importara. Las cuestiones de seguridad nacional no me interesaban. Lo que llamó mi atención fue el hecho de que aquella red de cuevas creadas por el hombre se extendiera hacia el este, más allá de la zona militar formal, por debajo de tierras privadas y del Estado.
En dirección a meseta Urraca, vi el destino al que Rita y yo nos dirigíamos cuando salimos el martes por la noche.
¿Coincidencia? Yo ya había empezado a sospechar que Yosil Maharal escogió el lugar de su cabaña de vacaciones con gran cuidado, hace muchos años.
Retortijones corporales me obligaron a quitarme el chador y pasar a las anticuadas vistapantallas, para poder beber y comer mientras trabajaba. Por fortuna, esa parte de la caverna era también un Enclave Nacional de Liderazgo, un hábitat preparado para altos cargos del Gobierno, por sise producía alguna emergencia. A primera vista, las latas y paquetes parecían intactos, pero faltaban unos cuantos al fondo, como si alguien hubiera estado saqueando la despensa y colocando con cuidado los artículos intactos delante para ocultar el pillaje. Me serví mi primera comida plenamente satisfactoria en dos días (mis impuestos bien invertidos, supuse) más una doble jarra de burbujeante Sueño Líquido. Eso ayudó un montón. Con todo, deseé ser negro en vez de marrón orgánico. Me concentro mucho mejor cuando soy ébano.
—Superpón el emplazamiento de la cabaña que posee Yosil Maharal —ordené.
El lugar destelló inmediatamente en pantalla: una mota ámbar al final de una carretera serpenteante. Si le pedía que se acercara más, el ordenador mostraría recientes tomas aéreas de la casa y el camino, o incluso catalogaría la vegetación cercana por especies y perfiles de reflectividad clorofílica. La cabaña se encontraba situada unos pocos kilómetros al este, más allá de los límites de la base golem subterránea, separada de mi actual situación por una altiplanicie oblonga. Ya no creí más en las coincidencias.
—¿ Qué te parece, Al? —murmuré para mí—. ¿Venía Maharal dando un paseo desde esa meseta, para llamar ala puerta principal? No, ése no era el estilo del profesor. ¡Iba y venía sin dejar rastro, así era el doctor Yosil! Incluso una puerta trasera habría permitido detectarlo y observarlo cada vez que bajaba aquí a saquear el depósito del Gobierno o hacerse con otros artículos para sus planes… sean cuales sean. Demonios, cualquier fan de la guerra con un zángano voyeur podría haberlo localizado, de salir a la superficie.
No, continué en silencio. Si el profesor Maharal hubiera estado entrando en la base, lo habría hecho siempre por medios ocultos.
Golpeando repetidas veces con el dedo en el mapa-globo, ordené:
—Avatar, encuentra datos microsísmicos de la subregión indicada. Usa una correlación tomográfica Sclulman-Watanahe para localizar pasadizos subterráneos no localizados que conecten este emplazamiento con ése.
El programa de inteligencia militar que yo había hackeado era bastante bueno. Sin embargo, respondió, sin capacidad o sin ganas de obedecer:
—La zona en cuestión fue sometida por última vez a un estudio sísmico detallado hace ocho años. En esa época, no existía ningún pasadizo subterráneo en la zona indicada. Desde entonces, la sismometría sistemática en la región especificada se ha limitado a observar los intentos de penetración en la zona por parte de intrusos no autorizados. No se ha detectado ningún túnel de acceso.
Bien. No había ningún pasadizo oculto a través de la meseta cuando se estableció la base secreta, ni rastros de extraños que intentaran entrar desde entonces. ¿Estaba sacudiendo el árbol equivocado? —Espera un minuto.¿Qué hay de actividad de excavación desde dentro de la base hacia fuera?
Tuve que reformular la pregunta varias veces, obligando al avatar a reexaminar el archivo del sistema de seguridad en busca de temblores y vibraciones sónicas en las capas de roca adyacentes.
—¿Qué hay de las zonas en el perímetro de la base con niveles de actividad sísmica superiores a lo normal?
—No ha habido ningún nivel de actividad inexplicada superior al quince por ciento de lo normal.
Mierda. Se acabó esa idea. Lástima. Parecía buena.
Estaba a punto de renunciar… y entonces decidí insistir un poco más. —Muéstrame la actividad de lugares de nivel superior con explicaciones aceptadas.
El mapa de las instalaciones subterráneas y sus inmediaciones floreció ahora con bandas superpuestas de color, mostrando picos de ruido sónico y sísmico durante los últimos años.
—Ahí —señalé. Una zona en el perímetro se amplió, rodeada de ondulaciones rojas y anaranjadas. Había una notificación adjunta, sellada y estampada con la fecha, explicando que se había ordenado un programa de taladración, para probar la calidad de las aguas subterráneas.
¡Pero una comprobación en la oficina de protección medio-ambiental de la base no aportó ningún dato de esas muestras! Aún más, la zona en cuestión estaba en el punto exacto más cercano a meseta Urraca.
Bingo.
—Bien, Ritu. Tu padre hackeó el sistema de seguridad militar y falsificó los permisos de variación sísmica. La tapadera necesaria para abrirse camino hasta el corazón de este sitio. ¡Impresionante!
»Naturalmente, todavía tuvo que cavar hacia afuera desde el interior, en vez de acercarse desde el exterior. ¿ Qué hizo Maharal, meter de tapadillo un equipo zapador?
No, había una explicación mejor. Una forma más fácil de hacer el trabajo.
Pensé en comprobar el inventario principal de la base, para ver si alguien había estado saqueando los almacenes de golems, llevándose algunos de los repuestos de soldados para usarlos en trabajos de mninería. Pero esos auditores que Chen había localizado en la armería… estarían accediendo también al sistema de inventario ahora mismo podrían darse cuenta de que yo estaba fisgoneando al mismo tiempo, con portal seguro o sin él.
Era mejor ir en persona, entonces. Para ver adónde me llevaba aquel camino.
Iba a desconectar; pero vacilé. Mis ojos corrieron entre los hermosos glohovisores que flotaban sobre la mesa, cada uno de ellos respondiendo a mi atención hinchándose y haciéndose más grandes, ansiosa, voluptuosamente. Enlazado de nuevo al ancho mundo, sentí que me atraía, me llamaba, me tentaba con oportunidades…
Contactar con Clara y hacerle saber que estaba vivo.
Acceder al depósito de emergencia de NeIl.
Comunicar con el inspector Blanc y averiguar qué había de nuevo en el caso de Beta.
Comprobar los informes policiales y de las compañías de seguros sobre el intento de sabotaje en Hornos Universales, y averiguar si yo seguía siendo el «principal sospechoso».
Ponerme en contacto con Pal y hacer que enviara un ejército entero de sus maravillosos ídems de asalto-y-huida, para ayudarme cuando me internara (vulnerablemente real) en territorio peligroso.
Pretendía hacer todo esto y más cuando le pedí al pequeño idsimio de Chen que me buscara un puerto de acceso seguro. Pero ahora me contuve.
Contactar con Clara podría servir solamente para implicarla en mis acciones, arruinando quizá su carrera.
¿El depósito de Nell? ¿Qué podría contener que no supiera ya? Todos mis ídems habían desaparecido hacía días. El último (un sarcástico ébano) fue convertido en fragmentos supersónicos de cerámica el martes a eso de medianoche. Como nadie más sabía cómo acceder al depósito, comprobarlo sería una pérdida de tiempo. Peor aún, podría alertar a mis enemigos.
En cuanto al ataque a HU, la culpa parecía estar desviándose ya. Noticiarios abiertos mostraban ahora una redada (dirigida por Mane de la AST, nada menos) que echaba abajo las puertas de un bar cerrado recientemente en el idemburgo, el Salón Arco Iris. Una fea historia de conspiraciones, doble juego y suicidio ritual se desgranaba rápidamente. Una imagen perturbadora mostraba a una mujer carbonizada, rodeadapor sus propias ídems calcinadas, como en la pira de algún potentado vikingo partiendo al Valhalla con una escolta de esclavos sacrificados.
Otra imagen mostró a la maestra del Estudio Neo, Gincen Wammaker, que espantaba las cámaras voyeur que zumbaban alrededor de su elegante cabeza mientras negaba haber tenido ninguna relación con la conspiración, y gritaba: «¡Me han implicado!»
Eso me hizo reír… Hasta que recordé lo que significaba. Yo no era el único pardillo, ni el único hombre de paja. Por toda la ciudad se iban desacreditando desde los chalados religiosos, pasando por el movimiento de emancipación ídem hasta los suministradores de perversiones como la maestra. Sin embargo nadie mencionaba los tres nombres que más me preocupaban. Beta. Kaolin. Maharal.
Grabado a fuego en la’ memoria, todavía podía ver aquel golem platino que apareció de pronto en la carretera desierta para eliminarme. ¿Por algo que yo sabía? O quizá por algo que estaba a punto de averiguar, probablemente relacionado con el exsocio y examigo de Kaolin, con quien ahora estaba en guerra. De algún modo, me había visto pillado en una lucha desesperada entre genios locos. ¡Y ni siquiera importaba que Yosil Maharal estuviera muerto! Hoy en día la simple muerte no constituye ninguna garantía. De hecho, podía sentir el alcance de Maharal, extendiéndose más allá de la tumba, manteniendo la guerra en alza. Empujando al magnate a tornar medidas desesperadas.
Más concretamente, Maharal había ayudado a diseñar esta misma instalación en la que yo estaba sentado. Dada su aptitud para las artimañas, el padre de Rito podía haber preparado un montón de trampas para los incautos. Sobre todo si te detenías demasiado tiempo en un sitio. Era mejor ser un blanco móvil. Por mucho que quisiera quedarme y estudiar las noticias, sondeando la Red en busca de detalles, en realidad ya era hora de que me pusiera en marcha.
Plegué el chador gubernamental bajo mi cinturón y me dirigí hacia el este siguiendo un pasillo que había visto en el mapa, un pasillo que supuestamente debería terminar a unos ciento cincuenta metros de allí, en un gran almacén, después del cual sólo habría sólida roca.
Sólo que no era únicamente un almacén.
Cierto, contenía estantes que se sucedían interminablemente cargados de componentes mecánicos y herramientas, y congeladores con cientos de repuestos ídem, todavía pastosos y sin imprimar, listos para ser utilizados por el presi y los dodecs si alguna vez venían a esconderse aquí.
A simple vista, todo parecía normal.
Pero mi vista no era simple en ese instante. El uniforme de explorador que llevaba tenía unos bonitos escáneres infrarrojos, detectores de pautas y Dopplers que mostraban remolinos y agitaciones en la forma que el aire ocupaba la sala. Yo no era ningún experto en el uso de ese material, pero tampoco estaba completamente en blanco. Aprendía sobre la marcha. De todas formas, era obvio a qué pared había que acercarse.
Las aromabas sísmicas emanaban de algún lugar cercano.
No esperaba encontrar ningún signo evidente de un túnel, pero el lugar estaba inmaculado. Filas de altos armarios cerrados cubrían la pared en cuestión, sin ningún signo de que hubiera nada detrás, aparte de piedra pelada.
« ¿Qué armario debería probar? —me pregunté—. Aunque elija correctamente, ¿cómo lo atravieso? ¿Y qué defensas puede haber al otro lado?»
Los indicadores de los instrumentos no mostraron mucha diferencia de un armario a otro. No había rastros de frío aire subterráneo filtrándose desde el otro lado. Ninguna firma calorífica delatora.
Maharal se habría asegurado de que las patrullas de seguridad no vieran nada que despertara sospechas. Incluso en su arrogancia, ¿imaginaba el profesor que podría engañar a la ZEP y a todos los Estados Unidos de América? El encubrimiento era el único aliado de Yosil. No era extraño que se esforzara tanto desarrollando esa habilidad.
Acaricié la pequeña arma que llevaba el uniforme, un láser ajustable para ser utilizado como herramienta por un obrero o como arma por un francotirador. Cortar los cerrojos no sería ningún problema, ni los fondos de cada armario hasta encontrar un pasadizo oculto… o descubrir el fallo en mi razonamiento. ¿Y los sensores o las bombas trampa? ¿Encontraría el modo de atravesar la entrada sin alertar a quien-quiera que acechara al otro lado de meseta Urraca?
« ¡Sigues pensando y actuando como si Maharal continuara vivo!» Si había un túnel estaría polvoriento y en desuso, sobre todo desde que el profesor se estrellara y se muriera el lunes. Sus golems residuales se habrían deteriorado, dejando un santuario silencioso sin nadie para defender sus secretos.
«Parece lógico. ¿Estás lo bastante seguro para arriesgar tu vida?» Aunque Maharal estuviera muerto, Kaolin había demostrado estar en activo, ser hostil y estar dispuesto a hacer casi cualquier cosa. ¿Y si el multibillonario ya estaba allí, esperando al otro lado?
Se me ocurrió otra idea mientras reflexionaba sobre mi próximo movimiento, un consejo queme ofreció Clara una vez: «En caso de duda, trata de no pensar como el héroe atontado de alguna pelid idiota.»
Correr hacia el peligro era uno de esos tópicos cinematográficos sobreexplotados, religiosamente suscrito por ocho generaciones de productores y directores con encefalograma plano. Otro era: « El héroe siempre debe entender que las autoridades son malvadas, o inútiles o que no entienden nada. El hecho de que a tu protagonista nunca se le ocurra pedir ayuda contribuye a sostener el argumento.»
Yo había estado actuando según ese credo desde hacía dos días. Y, bueno, ¡después de todo, los polis me perseguían! Oficialmente como «testigo material», pero estaba claro que habían preparado que me echaran la culpa del intento de sabotaje en Hornos Universales. Por no mencionar el hecho de que alguien había intentado hacerme volar por los aires.
¡Dos veces!
A pesar de todo, las cosas estaban cambiando. La policía y el Ejército estaban indudablemente inquietos por el ataque con el misil. Sin duda algunos de ellos eran lo suficientemente honrados y competentes para darse cuenta de que había más de lo que parecía en aquel asunto, a pesar de las apariencias. ¿Y si les mostraba cómo Maharal había hackeado el sistema, allí, en la base, abusado de su confianza y creado una entrada trasera para su uso personal? Eso contribuiría a limpiar mi nombre. ¡Incluso podían darme una recompensa por chivato!
¿Y si me diera por telefonear a mi abogada? Que ella convocara una reunión. El comandante ele la base, un comisionado de la Unidad de Protección Humana y un Testigo Justo licenciado para que nada quedara oculto… Sería un profundo alivio contarlo todo. Toda la historia, tal como yola conocía. Sólo soltarlo. Y que los batallones de profesionales se encargaran de todo a partir de entonces.
Y sin embargo, la idea me daba retortijones. ¡No estaría bien!
Yo todavía funcionaba gracias a una mezcla de hormonas de furia y de combare: nada más podría haberme mantenido estos últimos días. La indignación es una droga que arde con fuerza durante mucho tiempo. Y que sólo se puede experimentar adecuadamente en tu cuerpo real.
Yo contra Beta. Yo contra Kaolin. Yo contra Maharal. Tipos malos, todos ellos, cada uno a su modo brillantemente maligno. ¿No me convertía su odio en el héroe? ¿En su igual?
Esa observación sardónica me hizo dar un paso atrás.
Me ayudó a decidirlo que tenía que hacer.
«Un héroe es alguien que hace el trabajo, Albert —me había dicho Clara tuna vez—. Con valentía cuando es necesario. El valor es un último recurso admirable, cuando la inteligencia falla.»
«Vale, vale», pensé, sintiendo que la humildad me llenaba de una sensación de alivio.
Un hombre debe conocer sus limitaciones y yo había rebasado las mías.
«¡Demonios, ni siquiera soy rival para Beta! Kaolin y Mallará están claramente en otra liga.
»Muy bien. Es hora de ser un buen ciudadano. Hagámoslo»
Preparándome ya para el largo interrogatorio que me esperaba, extendí la mano hacia mi chador-teléfono prestado. Empecé a volverme… pero retrocedí sorprendido.
¡Una alta figura avanzó hacia mí surgiendo de las sombras!
La enorme forma humanoide salió del otro lado de un autohorno cercano avanzando hacia mí con ambos brazos extendidos.
El visor del uniforme de explorador destelló con diagramas de amenaza, cubriendo la silueta del golem con auras ardientes y símbolos entremezclados que tal vez habrían significado algo para un soldado entrenado. Pero la llamativa corriente de datos sólo me llenó de confusión. Me aparté el visor de la cara…
E inmediatamente fui golpeado por oleadas de olor. Barro recién horneado, bastante agrio. El fuerte olor podría haberme advertido si no hubiera estado confiando en el equipo militar, en vez de en mis sentidos.
— ¡Alto! —advertí, soltando el chador, que se enredó en la funda de mi arma. Tras soltar por fin el láser, traté frenéticamente de encontrar el seguro. Mi pulgar herido, resbaladizo de sudor, mc patinaba y los guantes no mejoraban la situación.
— ¡No te acerques más! ¡Dispararé! —
El golem siguió avanzando, emitiendo un gruñido bajo. Tenía algún defecto… quizás una imprimación defectuosa o una cocción demasiado rápida. ¡Fuera cual fuese la causa, no frenaba su avance ni se detenía para hablar racionalmente!
Tenía que tomar una decisión.
«Intenta esquivarlo. O dispara. No puedes hacer ambas cosas.»
El seguro chasqueó. La pistola súbitamente latió llena de tranquilizadora energía. Decidí.
Un rayo caliente brotó hacia el golem, le cortó un brazo, le hirió el torso.
Reacciono con un rugido y atacó. La pesada figura choco contra mientras yo alzaba un brazo Mala elección.
—¿Sabías, Albert, que las primeras formas de vida puede que estuvieran hechas de barro?
El maldito fantasma de Yosil no deja de hablar. Sigue farfullando mientras el tormento infligido por su aparato estirador de alma empeora por momentos.
Ansío desesperadamente ahogar a su espectro gris. Exorcizar su antinatural acoso. Enviarlo a reunirse con el hacedor al que traicionó y destruyó, hace días.
Naturalmente, eso es lo que quiere: ¡mi furia! Para darme algo en lo que concentrarme. El dolor será un centro en torno al que giraré, mientras todo lo demás se derrumba.
—La idea se le ocurrió a un escocés, Albert, hace casi un siglo, y realmente fue algo muy inteligente.
»En aquella época, los biólogos habían acordado que un rico caldo de componentes orgánicos debía de haberse formado en la Tierra, casi en cuanto el planeta se enfrió lo suficiente para que hubiera océanos líquidos. Pero ¿qué pasó luego? ¿Cómo se organizaron todos aquellos inquietos aminoácidos en células ordenadas y autorreplicantes? ¡Las células que contienen el ADN y el sistema para la reproducción no aparecieron sin más! ¡Algo las empujó para que empezaran!
»Ese algo pueden haber sido enormes lechos de barro semiporoso que cubrían los fondos marinos, ofreciendo una enorme gama de superficies pautadas para proteger los crecientes racimos moleculares.
Proporcionando moldes para los primeros organismos. Enviando a unos cuantos al camino de la grandeza.
El fantasma gris de Maharal se pavonea, golpeándose el pecho.
—¡Sólo que ahora el camino ha trazado un círculo completo, pues regresamos a nuestra forma original! ¡Ya no somos orgánicos, sino criaturas esculpidas con la propia carne mineral de la Madre Tierra! ¿No te parece interesante?
Lo queme interesa es salir de aquí, sobre todo cada vez que la maquinaria envía otra oleada de compulsión por mi espalda, lanzándome contra las ataduras, haciendo que desee rodear con estas manos el cuello de idYosil. ¡Retorceré tanto sus huesos nomuertos que ninguno de sus átomos volverá a encontrarse de nuevo!
De algún lugar cercano… más cerca que cercano… llega una vibrante respuesta.
«Amén, hermano.»
La voz no es imaginaria. Sé que es del pequeño golea anaranjado, el que Maharal imprintó a partir de mí hace unas horas. Ahora sus pensamientos acuden en tropel, hinchándose y desvaneciéndose, mezclándose con los míos. Debe de ser parte del complicado experimento de idYosil, que parece muy complacido. Ahora que se ha establecido un vínculo, la siguiente fase es un test de memoria. ¿Hasta qué punto puedo recordar cosas que «yon nunca he aprendido?
Con un gesto, envía un centenar de burbujas de imágenes que flotan ante mis ojos, mostrando desde paisajes lunares al último partido de robohockey. Mi mirada no puede dejar de fluctuar entre las imágenes, concentrándose involuntariamente en unas cuantas que me resultan familiares. Algunas burbujas destellan mientras reconozco sus contenidos…
Una vasija griega que contuvo vino de la era de Pericles… Una rolliza figura de Venus del Paleolítico…
Una estatua de terracota de tamaño natural de un antiguo soldado chino, obsequio del Hijo del Cielo a Yosil por su trabajo en las excavaciones en Xi’an…
No sólo reconozco las imágenes, recuerdo que me mostraron los originales en el museo privado de Maharal. ¡De algún modo, el Pequeño Rojo me está suministrando recuerdos sin utilizar un cribador cerebral ni gruesos criocables! Cargamos de uno al otro, a pesar de estar separados por veinte metros y una gruesa pared de cristal.
Así que no trata sólo de querer hacer copias id-a-id. Ni es otro proceso industrial para Hornos Universales. Manual está ¡mentando conseguir otro logro. ¡Algo más grande!
El fantasma gris parlotea entusiasmado por los resultados del test de memoria. Durante un rato le complace más que darme un sermón sobre la barroevolución. Cierro los ojos y trato de anular el sonido de su voz penetrante. ¡Domino la irritación y la furia! Obviamente él quiere que me distraiga el odio, un estado emocional fácil de modelar y controlar. Tan puro que puede romper la contención de un solo receptáculo. Un solo cuerpo.
Debo resistir. Sólo que es muy difícil no odiar. Cada pocos minutos, su repulsiva máquina roza mi equipamiento pseudoneuronal, punzando agónicamente mi cuerpo sintético, provocando el reflejo salmón, esa ansia por ir a casa. Por regresan Con mi original. Un original que él destruyó con un misil el martes a medianoche.
Es lo que le dijo al Pequeño Rojo. Que me asesinó. Para hacer funcionar este experimento, eliminó el «ancla» con mi yo orgánico esperando forzar a dos copias mías una hacia la otra.
Lo entiendo. Su objetivo es hacer que una Onda Establecida reverbere en el espacio libre. Es un logro, sí. Como hacer que un electrón ocupe toda una habitación con un único, prodigioso estado cuántico. Pero ¿por qué? ¿Qué sentido tiene?
No persigue un Premio Nobel. No cuando tuvo que suicidarse y matar para llegar a este punto. ¿Está tan loco que espera poder mantener el secreto indefinidamente? Hoy en día los secretos son como los copos de nieve: escasos y difíciles de conservar.
Tiene que haber algo más en juego. Algo que planea llevar a término.
Siento el acuerdo del Pequeño Rojo… mi otra mitad. Cada vez que la gran máquina late, nos sentimos más cerca. Más como una sola persona, reunida. Y sin embargo…
Sin embargo hay algo más. Algo fuera de nosotros. Algo a la vez familiar y extraño al mismo tiempo. Sigo captando lo que parecen ser ecos… como reflejos brillantes, dispersos en charcos distantes. ¿Son parte del plan de idYosil?
Tal vez no.
Eso me hace sentir un poco de esperanza.
—Muy bien, Albert —arrulla el loco gris, escrutando varios indicadores—. ¡Tus perfiles de estado observador son excelentes, viejo amigo!
Se inclina sobre mí, tratando de mirarme a los ojos.
—He realizado este experimento incontables veces, Albea, tratando de crear un almarresonancia autocontenida entre dos Menas casi idénticos. Pero mis propias copias nunca funcionaron… el campo del ego es defectuoso, ¿sabes? Demasiada autodesconfianza. Una tendencia heredada, me temo. Una tendencia a menudo asociada con el genio. —Si tú lo dices —replico. Pero Yosil me ignora y continúa.
—No, mis propios golem-yoes nunca sirvieron. Lo primero que necesité fue a alguien que copiara limpiamente. Por eso empecé a secuestrar a tus ídems, hace años. Pero no fue fácil, sobre todo al principio. Estuve a punto de meter la pata varias veces y tuve que destruir a tus grises, para que no escaparan. Me obligaste a aprender una nueva gama de habilidades, Albert. Pero con el tiempo pudimos empezar a trabajar en serio.
»E hicimos bastantes progresos, ¿verdad?
Me da una palmadita en la mejilla y debo redoblar mis esfuerzos para contener la furia.
—Naturalmente, no lo recuerdas, Albert —continúa—. Pero en mis manos exploraste nuevo territorio espiritual. Parecíamos destinados a hacer historia juntos, nosotros dos.
» ¡Entonces tropezamos con una barrera! El Efecto Observador del que te hablé, ¿recuerdas? Tu original seguía influenciando desde lejos el alma-campo, anclándote a este plano de realidad, interfiriendo cada vez que trataba de elevar la resonancia de estados parejos a un nuevo nivel. Con el tiempo, me di cuenta de qué era lo que hacía falta para resolver el problema.
»¡Tenía que eliminar al Albert Morris orgánico! —IdYosil sacude tristemente la cabeza—. Pero descubrí que no podía hacerlo. No mientras mi propio cerebro orgánico estuviera lastrado con tantas cargas: consciencia, empatía, principios éticos… junto con la preocupación continua de ser capturado. Fue enormemente frustrante. ¡Me odié ami mismo por ello! ¡Ahí estaba yo, con tina posible solución y las herramientas para hacer el trabajo a mano, pero sin voluntad!
—Mi… más profunda compasión por tu problema.
—Gracias. No fue lo peor. Pronto, mi socio y amigo, Eneas Kaolin, empezó a presionar exigiendo resultados, profiriendo amenazas. Avivando mi tendencia natural a la paranoia y el pesimismo. iY que nadie te diga que reconocer y aceptar esos sentimientos hace que desaparezcan! Ilógicos o no, siguen reconcomiéndote.
»Empecé a tener sueños, Morris. Sueños sobre una posible solución a mi dilema. Sueños de muerte y resurrección. ¡A la vez me asustaban y me entusiasmaban! Me pregunté… qué estaba intentando decirme mi subconsciente.
»Entonces, el domingo pasado, me di cuenta de pronto de lo que significaban los sueños. Se me ocurrió mientras imprimaba una nueva copia… esta copia, Albert —IdYosil vuelve a golpearse el pecho—. En un instante lo vi todo, en toda su gloria, y supe lo que había que hacer.
Con los dientes apretados, consigo gruñir una respuesta.
—RealYosil también lo vio. Apuesto a que al mismo tiempo. El gris se ríe.
—Oh, es verdad, Albert. Y debe de haberse sentido aterrado, porque mantuvo la distancia después de eso, evitando a esta copia. Incluso cuando trabajábamos juntos aquí, en el laboratorio. Pronto, puso una excusa para ir a la cabaña. Pero yo sabía qué tenía en mente. ¿Como podía no saberlo?
»Intuí que mi hacedor se preparaba para huir.
Un tono de asombro recorre la Onda Establecida; vibrando dolorosamente entre el Pequeño Rojo y yo. Aunque yo/nosotros sospechábamos algo así… oírlo decir abiertamente es de lo más raro.
¡Pobre, condenado realYosil! Una cosa es verla muerte venir a manos de tu creación. Eso forma parte de la tradición épica humana, después de todo. Edipo y su padre. El barón Frankenstein y su monstruo. William Henry Gates y Windows ’09.
Pero darte cuenta de que tu asesino será tu propio yo… Un ser que comparte cada recuerdo, comprende cada motivo y está de acuerdo contigo en casi todo. Cada subvibración de la Onda Establecida… ¡idéntica!
Y sin embargo, algo fue desatado en el barro que nunca pudo emerger del todo en la carne. Algo implacable, aun nivel que yo no podía imaginar.
—Estás… estás verdaderamente loco…—jadeo—.Necesitas… ayuda.
Por respuesta, el fantasma gris simplemente asiente, casi amistosamente.
—Ajá. Me parece bien. Al menos según los haremos de la sociedad.
Sólo los resultados justificarán las medidas extremas que he tornado.
»Voy a decirte una cosa, Albert. Si mi experimento fracasa, me entregaré para someterme a terapia compulsiva. ¿Te parece justo? —Se echa a reír—. Pero por ahora, trabajemos sobre la suposición de que se lo que estoy haciendo, ¿eh?
Antes de que yo pueda contestar, un latido especialmente fuerte de la maquinaria estiraalmas me provoca un espasmo y mi espalda se arquea de dolor.
Mientras lo soporto todo, una parte de mí permanece tranquila, observando. Puedo ver a idYosil trabajando ahora para preparar la siguiente fase de su gran experimento. Primero quitando el tabique de cristal que dividía el laboratorio y sustituyéndolo por una especie de plataforma colgan[e, suspendida por cables del techo. Con cuidado centra la plataforma, a mitad de camino entre mi alter ego, cl Pequeño Rojo, y yo. La plataforma se mece de un lado a otro como un péndulo, dividiendo la sala.
Al cabo de unos segundos, los titilantes efectos secundarios de la última sacudida empiezan a desvanecerse, suficiente para que pueda expresar la pregunta que me acucia.
—¿Qu… qué… es lo que estás intentando conseguir?
Sólo cuando está plenamente satisfecho con la colocación de la plataforma oscilante el golem renegado se vuelve a mirarme, ahora con expresión pensativa, casi sincera. Contenida, incluso.
—¿Qué estoy intentando conseguir, Albert? Vaya, mi propósito es evidente. Culminar el trabajo de mi vida.
»Pretendo inventar la máquina copiadora perfecta.
El atardecer caía sobre la ciudad cuando salí al tejado del edificio, perseguido por una muchedumbre de pandilleros a rayas color caramelo, aullando y dispuestos a convertirme en fragmentos de cerámica. Me volví en la puerta de salida y disparé uno de mis últimos cargadores, vaciándolo en la escalera y llevándome por delante al perseguidor más cercano junto con varios escalones de madera, tres palmos de barandilla y un enorme trozo de antigua mampostería. Los demás retrocedieron a toda prisa.
Conteniendo la respiración, vi que era una posición defensiva bastante buena, por el momento.
Sin embargo, parecía que ellos tenían un montón de refuerzos, y de formas de derrotarme, con el tiempo.
Y ésa era una de las cosas de las que carecía, el tiempo, aparte de no tener aliados ni munición. Por no mencionar mi suministro de élan vital que se agotaba rápidamente y que se habría consumido en unas pocas horas, como mucho.
«Me estoy haciendo demasiado viejo para este tipo de cosas», reflexioné, sintiéndome rancio como una hogaza de pan que lleva varios días fuera del horno. Aquellos pandilleros-multicolores seguían allí abajo.
Podía oírlos moverse. Y sus susurros, debatiendo urgentemente cómo alcanzarme.
«¿Por qué a mí?»
Todo aquello estaba muy por encima del típico ataque de una banda. Tampoco conseguía imaginar ningún motivo para que se tomaran tantas molestias tratando de aniquilar al barato verde utilitario de un detective privado muerto.
«A menos que Kaolin esté cabreado conmigo por faltar a nuestra cita»
Recordé que parecía bastante extraño. Los atacantes aparecieron justo después de que idPal, pobrecillo, mencionara lo de demandar a Eneas por falta de transparencia, para obligar al reclusivo multibillonario a abrir sus libros y los archivos de sus cámaras, quizás incluso exigirle que se mostrara en persona. ¿Podría ser eso lo que impulsaba al eremita a tomar medidas desesperadas?
«Tal vez Kaolin no envió a esos matones por mí, sino a recuperar a fotos.»
En el bolsillo llevaba las fotos que sacó Reina Irme durante sus reuniones con «Vic Collins”, el conspirador que ella creía que era Beta pero que más tarde reveló atisbos de piel platino bajo todo aquel astuto maquillaje. Instintivamente, yo había agarrado el carrete cuando Pal me lo lanzó. Guardar las pruebas, un buen reflejo para un detective. ¡Pero tal vez los pandilleros no me estarían persiguiendo si hubiera dejado atrás las fotos!
¡IdPal tendría que haber sido quien agarrara la película antes de echar a correr! Nunca habrían capturado al pequeño idhurón. Sólo que la retiradano formaba parte de la naturaleza básica de mi amigo. Y ahora Pal nunca obtendría esos recuerdos.
Lástima. Puede que hubiéramos sido un par de desechables, pero tuvimos algunos buenos momentos, idPal y yo.
Frustrado, le di una patada a la puerta. «¡Tiene que haber una salida de este tejado!»
Todavía atento, me aparté un poco del borde, volviéndome para contemplar el crepúsculo en el idemburgo… quizá mi última visión del mundo. Al oeste y al norte, la genterreal estaría sentada en sus balcones y terrazas en aquel momento; bebiendo refrescos y viendo ponerse el sol mientras esperaban a sus otras mitades, los yoes que habían enviado a trabajar esa mañana con la promesa de una continuidad descargada como recompensa por un duro día de trabajo.
Eso está bien. Es justo. Pero ¿a qué casa podía ir yo?
Los gruñidos en la escalera se convirtieron en una fuerte discusión. Bien. Tal vez su estructura de mando había sido rota por la matanza que Pal y yo habíamos provocado, allá en cl apartamento. O podía ser una añagaza, mientras preparaban una maniobra para sorprenderme por el flanco.
Corriendo el riesgo, me acerqué a un parapeto y me asomé a la oxidada escalera de incendios. No había nadie allí. Al menos todavía.
En el extremo opuesto del tejado había un desvencijado cobenlyo hecho sobre todo con malla de alambre. Dentro, unas pequeñas formas grises se agitaban y arrullaban. Un palomar. Se podían distinguir dos figuras humanoides detrás: un adulto y un niño, trabajando juntos en la reparación de parte de la jaula. Ambos llevaban ropa deshilachada, adecuada para el ambiente del suburbio, pero su color de piel era de un ordinariamente realista tono pardo, casi marrón. Probablemente un efecto de la luz. A pesar de todo, inicié una rápida retirada por si acaso.
Al regresar a la escalera, llegué a tiempo de pillar a dos de los gladiadores a franjas rojas y rosadas tratando de sobrepasar los escalones destrozados por medio de cuerdas sujetas con garfios al techo. Abrieron fuego cuando aparecí, pero los cables oscilantes les hicieron fallar.
Así que los reduje a fragmentos que cayeron, dando tumbos, seis pisos hasta el vestíbulo de abajo.
«Sólo queda una bala», pensé, comprobando la dispersadora. También se me ocurrió que este artístico barrio artificial no era tan preciso como creían sus diseñadores. Incluso en el peor de los viejos días, había polis que podían asomar la nariz, tarde o temprano, si los disparos duraban demasiado tiempo. Pero aquí y ahora no vendría nadie.
«Bueno, tuviste tu oportunidad, Gumby. Podrías haber llamado al inspector Blane para que enviara a un puñado de agentes de la AST a recogerte. Pero te pareces demasiado a Pal. Él no puede resistirse a una pelea, mientras que tú tienes que intentar ser más listo que las fuerzas de la oscuridad. Tú solito, si es posible.
»Aunque no tengas ni una pista.»
¡Era cierto! Más de lo que había advertido. Mi estado de ánimo en ese momento lo revelaba. A pesar de todo, me sentía extrañamente… feliz.
Oh, no hay nada que coloque más que conseguir la atención de enemigos poderosos. No hay nada que te garantice mejor que vas a sentirte importante en el mundo, y por eso las teorías conspiradoras son tan populares entre la gente frustrada. En este caso, no era una ilusión. El poderoso Eneas Kaolin estaba al parecer dispuesto a invertir muchísimo sólo por cargarse mi verde cueto de porcelana.
¡Bien, pues que vinieran! Nada supera el drama de una última resistencia.
»Tal vez… —pensé, aunque me amargó admitirlo—. Tal vez soy Albea Morris, después de todo.»
De hecho, había una cosa que estaba estropeando la sombría intensidad del momento. No el hecho de que todo pudiera terminar pronto, en una llamarada de batalla. Podía aceptar eso.
No, era otro de esos breves y extraños dolores de cabeza que habían empezado a asaltarme en las últimas horas… Habían comenzado siendo casi demasiado suaves para advertirlos, pero últimamente ha vuelto con mayor intensidad. Llegaban como un viento caliente y duraban solamente un minuto o así, llenándome de una inexplicable sensación de claustrofobia e indefensión, y luego se desvanecían, sin dejar ningún rastro. Tal vez era un efecto secundario de la extensión de la idvida. Yo no tenía ni idea de qué cabía esperar cuando el rejuvenecimiento se agotara finalmente. Sólo sabía que el día extra había sido bastante más interesante que disolverse en un charco.
Gracias, Eneas.
Un leve ruido llamó mi atención hacia el este, y me apresuré a mirar por encima del parapeto. Allí, en la escalera de incendios, vi a una docena de pandilleros intentando subir en silencio. Sólo que el oxidado armazón de metal no paraba de crujir y chasquear, estropeando su sigilo. Parecía tan endeble que, con suerte, se vendría abajo enviándolos al callejón.
«¿Debería intentar ayudar a la suerte?», me pregunté. Un disparo certero de la dispersadora podría soltar varios tornillos de la pared, causando una reacción en cadena, tal vez incluso volcando toda la escalera.
O tal vez no. Decidí guardar mi última bala, al menos un minuto o dos. —
Una rápida ojeada al extremo sur mostró a otro puñado de idbulls subiendo. Éstos iban equipados con clavos en los dedos de las manos y los pies, y subían por la tremenda, mano sobre mano, clavando las agujas en la pared. Más que nunca, me sentí halagado por su atención.
Y ansioso por devolver el favor.
Un muro bajo rodeaba el tejado, con aspecto bastante decrépito y destartalado. Así que empujé… y tuve la satisfacción de notar cómo toda la masa cedía. Más de un metro de ladrillos se desplomó. Siguió un grito. Eché a correr, pataleando y empujando, enviando más secciones de la pared contra los escaladores, y luego me volví y corrí hacia el hueco de la escalera.
Media docena de figuras buscaron protegerse mientras yo empuñaba la dispersadora. Eso me concedió un minuto de ventaja, calculé. Tras darme la vuelta, corrí a comprobar de nuevo la escalera de incendios, al este.
Ese grupo estaba ahora mucho más cerca. Tan cerca que ya no tu_ ve ninguna opción. Mientras las balas salpicaban el borde de la pared, amartillé y elegí un blanco, disparando mi última bala donde haría más daño.
Dos guerreros-golem gritaron y el oxidado andamiaje gruñó cuando un tornillo saltó libre… y luego otro.
Pero la escalera de incendios no se desplomó. Los antiguos construían bien, maldición.
No quedaba tiempo. ¿Qué debería hacer ahora? ¿Tratar de esconder la película de Irene? Ellos registrarían cada centímetro cuadrado en cuanto me hubieran aplastado…
De repente pensé en el palomar. Tal vez podía atar el carrete a la pata de un pájaro y echarlo a volar, para que volviera cuando los matones se marcharan…
Las balas salpicaron bruscamente el tejado. Vi manos y brazos que asomaban por encima del parapeto. Agazapándome tras la escalera, esquivé esa amenaza sólo para ver más manos al otro lado.
Sólo me queda una cosa que hacer, entonces. ¡Correr hacia el borde mientras aún puedo! Algún transeúnte puede verme estrellarme. Con un poco de suerte, recogerá el carrete de película, y tal vez mi cabeza, esperando una recompensa por hallarme. El código de mi placa los llevará a Alberca. o a Clara…»
Era una esperanza débil, pero fue todo lo que se me ocurrió mientras las voces sonaban ya a menos de un metro de distancia. Ahora llegaban balas de todas direcciones, cercando mi estrecho refugio, salpicándome de agudas astillas.
Encogí las piernas, preparándome para saltar al precipicio… Entonces me detuve, cuando capté un nuevo sonido que se alzó de la nada al estrépito en segundos.
Un gemido de motores.
El id de batalla que me estaba disparando se volvió, miró, y luego perdió el equilibrio con un grito.
Una nueva formase alzó para ocupar su lugar. Compacta, esbelta, poderosa… un cupé azul y blanco con motores de impulsión en tres esquinas y un logotipo en letras chillonas que anunciaba HARLEY en el morro.
La esbelta aeromoto giró mientras su cabina se abría, revelando una figura que saludó despreocupadamente, su motivo en espiral beis parecido al de una hélice girando.
»Beta _pensé—. ¡Así que por eso desapareciste durante la pelea!»Sonriendo, mi némesis me ofreció un pequeño espacio tras el asiento del piloto.
—¿Bien, Monis? ¿Vienes?
Lo crean o no, vacilé una décima de segundo, preguntándome si la acera sería mejor.
Entonces, esquivando balas, corrí hasta el santuario que me ofrecía mi enemigo jurado.
Imaginen a la inimitable Fay Wray, agitándose vanamente en la presa inflexible de Ring Kong. Así es como debí de parecer yo mientras el gigantesco golem me sacaba de la zona de almacenaje subterránea bajo el único brazo que le quedaba. Dejé de rebullirme inútilmente y traté de recuperar la calma, de apaciguar mi corazón desbocado y enfriar las hormonas que surcaban mis venas. No fue fácil.
Un cavernícola, en peligro, nunca se preguntaba: ¿Soy lo suficientemente real para importar? Pero yo a menudo lo hago. Si la respuesta es, en realidad no, puedo saludar a la muerte con un aplomo que sólo los héroes conocían. ¡Pero si la respuesta es sí, el miedo se multiplica! En ese momento sentía el sabor de la bilis que brotaba de mi estómago. Tras haber visto arder mi casa y mi jardín, no quería que Clara llorara por mí dos veces.
—¿Adónde… me llevas? —pregunté, recuperando la respiración. El monstruo apenas respondió con un gruñido. Todo un charlatán. También apestaba, debido a algún tipo de fallo antes o durante la imprimación.
Tras apartarse de la pared, con su fila de armarios cerrados, me llevó por el enorme almacén dejando atrás estanterías llenas de equipo y herramientas… todas esas cosas que podrías necesitar, digamos, si unas pocas docenas de VIPs importantes quisieran refugiarse aquí para siempre sise producía alguna calamidad nucleo-bio-ciber-cerámica en la superficie. Casi habíamos llegado a la puerta cuando un tamborileo llegó desde el pasillo de fuera. Mi captor se detuvo en seco.
Prestó atención. Presté atención.
Parecían pasos de marcha.
Algo más que gruñidos obtusos se sacudieron en la cabeza del monstruo. Tomando una decisión, se hizo a un lado, refugiándose en las sombras antes de que llegara una procesión de soldados de barro.
Entraron en columna, uno tras otro, llevando colores de camuflae del Ejército y todavía brillantes por el autohorno. Golems, grandes, vestidos y equipados para la batalla. ¿Había activado alguien las unidades de reserva? ¿Para buscarme a mí tal vez? Me sentí tentado de gritar y agitar los brazos, por si incluían a Clara.
Sólo que no la vi entre ellos.
Uno aprende a buscar señales: cierto gesto o el porte o tal vez el movimiento de las caderas. He podido detectar a Clara, en la fluctuante pantalla de una deporcam del campo de batalla, entre un escuadrón de cuadrúpedos cubiertos de lodo con placas reflectoras de armadura de estegasauroide. Los disfraces no importan. Es algo en la forma en que se mueve, supongo.
No, ella no iba en este grupo. De hecho, todos se movían igual, bamboleándose de una manera tan marcial como la suya, sólo que más arrogante. Y tal vez un poco sañuda. Tenía una sensación de familiaridad, aunque no podía catalogarla.
No grité. Los treinta golems de combate pasaron de largo, internándose en la sala de almacenaje, hacia el lugar donde yo me encontraba antes de que el monstruo me secuestrara. Y por primera vez me pregunté, ¿estaba intentando ayudarme?
¡Pronto oí sonidos de metal al rasgarse! Mi captor salió de entre las sombras !y desde lejos pudimos ver la demolición de varios armarios de la pared! Los ídems de batalla los atacaban, arrancando las puertas y volcando los contenidos, buscando… buscando…
Hasta que uno de ellos emitió un grito. La parte trasera de un armario se abrió con un fuerte siseo, revelando el vacío donde legalmente se suponía que había una pared de piedra.
¡Lo sabía!»
Por supuesto, mi satisfacción fue agridulce. Esto demostraba que yo era todavía un detective privado bastante bueno. ¡También demostraba que era un idiota por no haber llamado a las autoridades antes! Ahora…
¿Ahora?
Dudé mientras el gran golem me cargaba bajo su brazo bueno y se encaminaba en dirección contraria, al pasillo.
¡ThHhHhHhHbH-mmrnmmph!
¡Detrás de nosotros, oí fuego de láser y masar de fase! Zumbidos graves y amenazadores seguidos por los rápidos chasquidos de la roca al romperse… y el golpeteo del barro húmedo y cálido golpeando alguna pared. Los ids de batalla debían de haberse encontrado algo dentro del túnel. Defensas. Fuertes.
«Y tú ibas a entrar sin más. Idiota», me reprendí.
¡Si al menos pudiera hacer esa llamada! Pero el chador había desaparecido. De todas formas, el gran monstruo me llevaba en dirección opuesta, por un largo pasillo, hacia el fresco olor de almas recién cocidas.
Entrarnos en una cámara que contenía congeladores y hornos de lujo, de los que usan las elites, equipados con cribadores de Onda Establecida de la más alta calidad. Más material para la flor y nata del Gobierno si alguna vez tenía que ocultarse aquí mientras los demás las pasaban cantas, ahí arriba. Varios congeladores estaban abiertos, con sus contenidos recientemente saqueados. Un horno de alta velocidad siseaba, la maquinaria enfriándose después de haber terminado de procesar una gran hornada, posiblemente el grupo de guerreros que acababa de ver. Los que se abrían paso por el túnel hacia meseta Urraca.
Pero ¿dónde estaba la fuente arquetipo, el archi? ¿El que hizo la imprintación? Evidentemente, aquello no era la policía militar trabajando. Traté de buscar la máquina copiadora. Doblamos una esquina.
Desde mi posición, atrapado bajo aquel brazo gigantesco, vi algo moverse. Una figura yacía tendida en la placa original de la copiadora, mientras una segunda se inclinaba, sosteniendo algún ominoso instrumento.
¡El gran golem que me transportaba soltó un grito y atacó!
La figura que estaba de pie se volvió, buscando un arma… pero los tres chocarnos antes de que lograra agarrar la pistola, y caímos amontonados.
«Mi» golem necesitaba el brazo para luchar con el idsoldado de gruesos miembros, así que me liberó y me aparté lo más rápido que pude, y luego me puse en pie mientras me frotaba la magullada caja torácica. ¡La batalla empezó mientras dos golems monstruosos se golpeaban, avanzando y retrocediendo entre horribles rugidos!
«Primero las personas reales», pensé, recordando las lecciones del colegio. Corrí hasta la figura que yacía tendida en la placa… y me quedé boquiabierto al ver a Ritu Maharal! Yacía allí, consciente (tienes que estarlo, para poder hacer copias decentes) pero sus ojos no me vieron al principio mientras tiraba de las crueles correas que la sujetaban.
—Al… —se atragantó— ¡Al-bert…!
_ ¿Qué hijo de puta te ha hecho esto? —maldije, odiando a quien-quiera que fuese. La copia involuntaria (el robo de almas) es una forma de violación especialmente desagradable. En cuanto solté las correas, la levanté de la mesa y la llevé a un rincón, lo más lejos posible de los titanes en lucha. Ella se abrazó a mí con fuerza, enterrando la cabeza en mi hombro, sollozando mientras su cálida piel se estremecía.
—Estoy aquí. Todo saldrá bien —prometí, aunque no estaba seguro de poder cumplir la promesa. Busqué posibles salidas de la sala mientras «mi» monstruo manco batallaba contra el otro gran golea. El que había estado apretando las ligaduras de Ritu, preparándose para…
Miré al suelo donde yacía el equipo que había caído de los dedos de aquel ídem. No era un aparato de tortura, sino un medspray, lleno de un líquido púrpura. Me pregunté… ¿podrían ser engañosas las apariencias? ¿Y si era sólo un médico, que intentaba ayudar a Ritu?
El láser caído revoloteaba por el suelo, lanzado de un lugar a otro mientras los gigantes rugían, golpeaban y se atacaban entre sí. ¿Debía yo intentar agarrar el arma? No era fácil, entre aquellos enormes miembros. Y supongamos que consiguiera recuperar el arma. ¿Debería dispararle al primer ídem, o al segundo?
Mientras Ritu temblaba en mis brazos, la cuestión quedó zanjada con un doble chasquido de final. Ambos golems en liza de repente se estremecieron y se quedaron quietos.
—Vaya, que me…
Tardé un instante en soltarme de la pobre y temblorosa Rito y apartarla. Di unos pasos hacia los dos cuerpos, que ya empezaban a derretirse en el suelo. Me acerqué con cautela, aunque ella trató de frenarme, hasta que los vi claramente en el suelo, más allá de las mesas de imprimación.
Mi captor, el rox manco, yacía encima del otro, aparentemente sin vida.
El de abajo, el que intentaba inyectarle a Rin’ medicina o veneno, yacía con el cuello torcido en un ángulo extraño. Pero una chispa permanecía. Los ojos brillaban, mirando directamente a los míos, llamándome.
Contra mis mejores instintos, y los frenéticos tirones de Ritu, me acerqué.
Uno de los ojos me hizo un guiño.
—Hola… Morris —dijo entrecortadamente—. Tienes… tienes que dejar… de seguirme…de esta forma.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
—¿Beta? ¡Por los clavos de Cristo! ¿Qué estás haciendo tú aquí? Una risa. Desdeñosa y superior. La conocía bien.
—Oh, Morris… puedes ser… tan obtuso —la efigie de mi enemigo tosió, escupiendo saliva, la mirada desencajada y mortal—. ¿Por que no le preguntas a ella qué estoy haciendo aquí?
Los ojos chispeantes se dirigieron hacia Ritu.
Miré a la hija de Ritu Maharal, quien gimió en respuesta. —¿Yo? ¿Por qué debería saber nada sobre este monstruo? idBeta volvió a toser. Esta vez las palabras se mezclaron con un ronquido de muerte.
—Por qué, en efecto… Betty…
Entonces toda la luz desapareció de sus ojos.
Supongo que, hace tiempo, uno sentía cierta gratificación al ver a tu enemigo morir delante de ti. Una sensación de culminación, al menos. Pero Beta y yo nos habíamos hecho esto mutuamente, murmurar nuestras últimas palabras crípticas el uno en brazos del otro, tantas veces, que ahora sólo podía considerarlo con total frustración.
—¡Maldición!
Le di una patada al golem manco. El golem mudo que al parecer había pretendido rescatarnos a Ritu y a mí, todo el tiempo.
—¿Por qué has tenido que matarlo? ¡Tenía preguntas que hacerle! Me volví hacia Ritu, que todavía temblaba por la reacción y claramente no estaba en condiciones de ser interrogada.
Justo entonces un autohorno cercano se activó, siseando y rugiendo. Nadie le había pedido que lo hiciera, por lo que yo sabía. No me gustó el sonido.
Ecos…los extraños de fuera… siguen haciéndose más fuertes, se repiten cada pocos minutos. Cada vez que la gran máquina dispara otro modo de ‹resonancia», yo/nosotros captamos atisbos de algo que parece a la vez distinto y familiar. A la vez curiosamente tranquilizador y extrañamente terrorífico.
Oh, tío… nosotros/yo acababa de empezar a acostumbrarme a estar combinado. Un estado confuso… una mente compartiendo dos cuerpos, el gris y el pequeño rojo, oscilando de ten lado a otro, continuamente imprintándose entre sí. Dos cerebros emulados, enlazados no sólo por un alma-molde común, sino por la misma Onda Establecida que recorre el espacio vacío entre nosotros.
Un espacio donde el fantasma gris de Yosil Maharal se está preparando para asentarse, en una plataforma oscilante que se mueve adelantey atrás, pasando entre Gris y Pequeño Rojo a intervalos regulares.
Existe algo familiar en el ritmo del péndulo… enlazado a la pauta de nuestros rítmicos estallidos-alma. No es ninguna coincidencia, apuesto.
«No apuestes», noto que coincide el Pequeño Rojo, desde fuera de mi cráneo gris, sintiendo que no hay ninguna diferencia con las muchas voces internas que una persona conjura a lo largo de un día. Extraño.
—Dijiste que estabas haciendo la copiadora perfecta —pincho a id-Maharal, tratando de hacerlo hablar. Incluso sus pesados discursos son mejores que el temor de la espera. O tal vez sólo estoy buscando ganar tiempo.
Él levanta la cabeza de sus preparativos y me mira. Está ocupado pero nunca lo suficiente como para no pontificar.
Lo llamo un xandzier» —dice, con evidente orgullo. —¿Un… qué?
—A-N-D-Z-I-E-R —deletrea—. Quiere decir Amplicador Nivel Dios por Zeitgeist de Identificación y Ego-refracción. ¿Te gusta el nombre?
—¿Gustarme? Me…
Cuando empiezo a responder, siento golpear la última onda amplificada, que dispara otro espasmo y me hace debatirme contra las ataduras que me retienen. Es doloroso, y está cargado de esos extraños ecos, pero por fortuna es rápido. De hecho, me estoy empezando a acostumbrar.
He empezado a advertir algo en ellos aparte de sólo agonía. Algo extrañamente parecido ala música.
Cuando la onda mengua, puedo continuar respondiendo a la pregunta de Maharal.
Me… parece espantoso. ¿Qué… te ha hecho escoger un nombre tan horrible?
El golem que asesinó a su propio hacedor (y al mío) reacciona a mi pulla riéndose con fuerza.
—Bueno, admito que fue un poco caprichoso por mi parte. Verás, quería que en el acróstico hubiera cierto paralelismo con… —Con láser. No soy estúpido, Maharal.
El da un respingo, con evidente sorpresa.
¿Y qué más has advertido, Morris?
Nosotros dos… los dos ídems de Morris… el gris y el rojo… somos como los espejos a ambos extremos de un láser, ¿no es eso? Y lo importante… lo que se supone que tiene que amplificar… pasa por el centro.
— ¡Muy bien! Así que fuiste al colegio.
—Cosa de niños —gruño—. Y no me trates con condescendencia.
Si voy a proporcionar el instrumento para convertirte en dios, muéstrame un poco de respeto.
Los ojos de idYosil se ensanchan un instante, luego asiente.
—Nunca lo había mirado de esa forma. Así sea, entonces. Déjame explicártelo sin ser condescendiente.
»Todo gira en torno ala Onda Establecida que Jefty Anonnas encontró titilando en esa región del espacio fase entre la neurona y la molécula, entre el cuerpo y la mente. La llamada esencia del alma que Bevvisov aprendió a trasladar al barro, demostrando que los antiguos sumerios tenían conocimiento de una verdad perdida. La esencia motivacional que Bevvisov y yo imprintamos luego en los maravillosos autómatas de barroanimación de Eneas Kaolin, con resultados que asombraron y transformaron el mundo.
—¿Y? ¿Qué tiene todo esto que ver con…?
—A eso voy. Sostenida por campos y átomos, como todo lo demás, la Onda Establecida es sin embargo mucho más que la suma de nuestras partes, nuestros recuerdos y reflejos, nuestros instintos e impulsos, igual que las ondas del mar sólo muestran las porciones superficiales de un tira y afloja enormemente complejo que tiene lugar debajo.
Estoy sintiendo acercarse otro pulso. Al ver la plataforma suspendida, me he dado cuenta de que oscila adelante y atrás exactamente veintitrés veces entre cada doloroso latido de la máquina.
—Todo eso suena muy bonito —le digo a idYosil—. ¿Pero qué hay de este experimento? Tienes mi Onda Establecida oscilando de un lado a otro, con dos yoes míos actuando como espejos. Porque soy tan buen copiador que…
¡El siguiente pulso golpea, fuerte! Gruño y me debato. A veces el efecto es peor, como arrancar armonías de una cuerda de tripa cuando está todavía dentro de la tripa. Luego, bruscamente, otro de esos ecos me recorre…
Y brevemente me encuentro contemplando un paisaje, iluminado por la luna, de oscuras llanuras y barrancos, cubierto de brillos y sombras opalinos, que se extiende ante mí como visto por una criatura del aire.
Entonces pasa.
Trato de aferrarme a mi cadena de pensamientos, usando la conservación como ancla… ya que mi ancla real, el Albert Morris orgánico, está muerto, según me han dicho.
—Así que usas mi Onda Establecida… porque soy muy buen copiador. Y tú eres malísimo. ¿Tengo razón, Yosil?
—Imprudente, pero correcto. Verás, es fundamentalmente una cuestión de contabilidad…
—¿De qué?
—De contabilidad, como hacen los físicos y los almistas. Añadir, ordenar o contar porciones de partículas idénticas. i0 de cualquier otra cosa, por cierto! Saca un puñado de canicas de una bolsa… ¿importa cuál es cuál, si todas son iguales? ¿De cuántas formas diferentes puedes clasificarlas, si todas son iguales? ¡Resulta que las estadísticas son totalmente diferentes si cada canica tiene algo único! Una muesca un arañacito, una etiqueta…
—¿De qué demonios estás hablando…?
—La diferencia es especialmente importante a nivel cuántico. Las partículas pueden ser contadas de dos formas: como fermiones y como bosones. Los protones y electrones se clasifican como fermiones, que son obligados a estar separados por un principio de exclusión más fundamental que la entropía.
»Aunque parezcan idénticos y procedan de la misma fuente, tienen que ser contados individualmente y ocupar estados que estén cuanto_ separados por una cierta cantidad mínima.
»Pero a los bosones les encanta mezclarse, solaparse, fundirse, combinarse, marchar al paso… por ejemplo, en las ondas de luz amplificadas y coherentes generadas por un láser. Los fotones son bocones, ¡y son cualquier cosa menos aislados! Felizmente idénticos, se unen, se superponen…
—Ve al grano, ¿quieres ? —grito—, o esto va a durar toda la noche. El fantasma de Yosil me mira con el ceño fruncido.
— ¿Al grano? Aunque una copia-golem pueda ser muy parecida a su original, algo siempre impide que d alma-duplicada sea idéntica… contando con las estadísticas de Bose. Eso significa que no puede ser multiplicada-coherente, como la luz láser. ¡Es decir, no podía serlo, hasta que encontré un modo! Empezando con un copiador excelente y un ego de la ductilidad adecuada…
—Entonces es como un láser y estás utilizando a dos yoes para que sirvan de espejo. ¿Cuál es tu papel en todo esto?
El sonríe.
—Tú proporcionarás la ondaforma transportadora pura, Morris, ya que eres tan bueno en ello. Pero la sustancia del alma que vamos a amplificar será mía.
Al oír esto y mirar su expresión facial… oh, tiene el Smersh-Foxleitne, desde luego. En fase cuatro, como mínimo. Amoral, paranoico y con un profundo autodesprecio. Los casos más agudos pueden ser diecisiete cosas diferentes antes de desayunar… ¡y a veces tejen brillantemente esas nociones incompatibles al mediodía!
—¿Qué hay de esa parte de nivel-dios de tu máquina de estúpido nombre? —pregunto, aunque no espero respuesta—. ¿No es eso poco científico? ¿Incluso místico?
—No seas burdo, Albert. Es una metáfora, naturalmente. En este momento no tenemos palabras para describir lo que estoy a punto de conseguir. Trasciende el lenguaje de hoy, igual que un monólogo de Hamlet no puede compararse aun chimpancé.
_Sí, sí. Ha habido rumores Neo Era sobre esa »trascendencia» desde que puedo recordar. Máquinas de proyección del alma y planes descabellados para cargar a gente directamente al cielo. Kaolin y tú sufristeis esas tonterías durante décadas. ¿Y ahora me estás diciendo que hay, en ellas un fondo de verdad?
—Sí, aunque usando ciencia verdadera en vez de meros deseos.
Cuando tu Onda Establecida se convierta en un concentrado Bose…
IdYosil hace una pausa, ladeando la cabeza, como si sintiera curiosidad por un sonido. Luego, sacudiendo la cabeza, se dispone a conti- nuar describiendo con entusiasmo su ambición de convertirse en algo nuevo, algo mucho más grande o mejor que los meros mortales. Abre la boca…
Mientras un ruido penetra la cámara subterránea, ahora claramente audible. Un rumor distante, más allá de la pared de piedra.
Un panel de instrumentos se enciende con luces de advertencia, algunas rojas, otras ámbar.
—Intrusos —anuncia una cibervoz—. Intrusos en el túnel…
Un globo de imagen aparece en el aire, haciéndose más grande mientras ambos le prestamos atención. Dentro, vemos figuras oscuras que recorren un sucio pasillo de piedra sin revestir. Súbitos destellos surgen de un saliente, cortando a una de las figuras por la mitad, pero el resto de la fuerza armada responde con sorprendente rapidez, alzando sus armas, disparando y abatiendo a los robocentinelas ocultos. Pronto el camino queda despejado y ellos reemprenden su firme marcha.
—Tiempo de llegada estimada a este lugar: cuarenta y ocho minutos…
El fantasma gris de Maharal sacude la cabeza.
—Esperaba contar con más tiempo, pero puede hacerse.
Se apresura, abandonando nuestra conversación, regresando a sus preparativos. Preparativos que me van a utilizar…
«¡Que nos van a utilizar!», insiste el Pequeño Rojo.
Que nos van a utilizar para elevar su alma, amplificándola a algún grandioso nivel de poder. ’Típico del puñetero Smersh-Foxleitner. La enfermedad del científico loco.
¿Podría funcionar de verdad?, me pregunto. ¿Podría el fantasma de un profesor muerto transformarse más allá de ninguna necesidad de cerebro orgánico, o de contacto físico con el mando? ¿Elevándose tal vez a una vida tan alta que un simple planeta se vuelva trivial y aburrido? Puedo imaginar a una entidad macroMaharal marchándose, buscando aventuras a escala cósmica entre las estrellas. Lo cual me parecería estupendo, supongo, siempre que se marchara y dejara este mundo en paz.
Pero tengo la inquietante sensación de que idYosil tiene en mente una especie de deificación mucho más local. Más provinciana y profundamente controladora.
A mucha de la gente que conozco no le gustará eso en lo que se quiere convertir.
Oh, y el proceso probablemente agorará los «espejos» de su… andzier. Sea cual sea el resultado, no creo que a yo/nosotros (gris/rojo) nos guste mucho servir como vehículo para que Yosil alcance su nirvana personal.
—¿Sabes…?—empiezo a decir, esperando distraerlo.
Sólo que entonces golpea otra sacudida.
El niño del martes está lleno de gracia…
El niño del miércoles está lleno de asombro…
El niño del jueves tiene que ir muy lejos, y…
«¿Y?» me pregunté. Después de mi azarosa y generosamente extendida estancia en la Tierra (más de dos días enteros), «¿a continuación, qué?»
No mucho, al ritmo que mi cuerpo empezaba a deteriorarse. Podía sentir los familiares síntomas de la senectud golem apoderándose de mí, y atisbas del reflejo salmón, esa urgencia por regresar a casa para hacer una descarga de memoria. Para escapar del olvido regresando al único cerebro real orgánico donde yo podría seguir viviendo.
¡Un cerebro que todavía podía existir! Justo cuando me había acostumbrado a la idea de que lo habían volado en pedacitos, me pregunté: «Supongamos que Albert Morris vive, y de algún modo pudiera alcanzarlo antes de disolverme. ¿Me aceptaría?»
Suponiendo que aún viviera.
¡Eso parecía una posibilidad cada vez mayor mientras Beta pilotaba su ágil Harley a través de la noche! Según los informes de la Red que vi mientras viajaba tras el asiento de Beta.
—Eso lo zanja todo —anunciaba la deducción de un aficionado—. ¡Nunca encontraron suficientes residuos protoplásmicos en esa casa quemada que sumen un cuerpo entero!
«Y vean cómo se está comportando la policía. ¡Los auditores de balística todavía están trabajando, pero la División de Protección Humana se ha marchado! Eso significa que aquí no ha muerto nadie.»
Debería haberme alegrado. Sin embargo, si Albert existía, probablemente ordenaría a un ejército entero de ítems suyos, usando grises y ébanos de alta calidad que localizaran al villano que destruyó mi., nuestro… su jardín. Vaya, en ese caso, ¿agradecería el regreso de un verde prófugo, que se negó a corear el césped?
Buena pregunta… ¡que no serviría para nada si no podía encontrarlo! ¿Dónde se encontraba Albert cuando cayó el misil? ¿Y dónde estaba ahora?
Beta me ofreció una teoría, volviendo la cabeza para hacerse oír por encima de los motores.
—Mira qué han descubierto algunos didtectives hobbistas en los datos de las cámaras callejeras del martes.
Su cabeza indicó un globo de imágenes que mostraba la casa de la avenida Sycamore, antes de que fuera destruida. Apoyando la barbilla en el asiento de piloto de Beta, vi la puerta del garaje abrirse ala pálida luz del crepúsculo. El Volvo salió.
—¡Se marchó! ¿Entonces por qué piensa todo el mundo que estaba allí todavía cuando…? Oh, ya comprendo.
Cuando el coche giró en Sycamore, una cámara obtuvo una bella imagen del conductor. Era un Albero Morris gris. Calvo y brillante, el golem perfecto. Por deducción, realAl debía de estar todavía en casa. Beta sabía que no.
—Las apariencias no significan nada. Tu archi es casi tan bueno con los disfraces como yo —una gran alabanza viniendo de un maestro del engaño—. Pero entonces, ¿dónde…? Pagué a una voyeur freelance mucho más cara. Siguió el coche de videocámara en videocámara por la autopista Skyway, hasta una carretera sin cámara. —IdBeta indicó el parabrisas y un fino carril desértico que teníamos ahora debajo. La luz lunar pintaba tonos pálidos y solitarios, un mundo diferente a la ciudad repleta de ídems, o de barrios donde genterreal cómodamente desempleada se distraía con un millón de hobbies. Debajo reinaba la naturaleza… sujeta al consejo y consentimiento del Departamento de Medio Ambiente.
—¿Qué podría pretender Albert, al venir aquí? —me pregunté en voz alta. Nuestros recuerdos eran iguales hasta el martes a mediodía. Algo debía de haber pasado desde entonces.
—¿No tienes ni idea?
—Bueno… después de que me fabricaran, Ritu Maharal llamó con la noticia de que su padre había muerto en un accidente de coche. Mi siguiente movimiento habría sido estudiar e1 lugar del siniestro.
—Vamos a ver.
Beta manejó los cables de un controlador. Las imágenes fluctuaron, centrándose en una desolación rocosa, bajo un viaducto en la autopista. La policía y otros vehículos de rescate rodeaban unos restos de metal retorcido.
—Tienes razón —anunció Beta—. No está lejos de aquí, y sin embargo… qué extraño. Albert pasó de largo; estamos a cincuenta kilómetros al sur.
—¿Qué puede haber al sur, excepto…?
Bruscamente, lo supe. El campo de batalla. Iba a ver a Clara.
—¿Has dicho algo? —preguntó Beta.
—Nada.
La vida amorosa de Albert no era de la incumbencia de este tipo.
Además, yo había visto a Clara ese mismo día, recorriendo las ruinas. Así que no debían de haberse encontrado, después de todo. Algo olía mal, desde luego. Después de volar en silencio un rato, le pedí a Beta un chador. El sacó un modelo compacto de la guantera y me lo pasó. Rebulléndome en el estrecho espacio, deslicé los pliegues hololuminiscentes sobre mi cabeza y pasé un rato rápidorrecitando un informe, resumiendo lo que había sucedido desde la última vez, sin preocuparme de si Beta lo escuchaba o no. Él ya sabía todo lo que había pasado después de que idPal y yo saliéramos del Templo de los Efímeros.
—¿A quién le vas a enviar el informe? —me preguntó como si nada cuando me quité el chador. Una tecla brillaba cerca, lista para cualquier dirección en la Red. El buzón del jefe de policía. La página de los delatores del Times. O la cola de correo fan/basura de uno de esos astronautas golem que estaban en Titán ahora mismo, explorando por turnos de un día o dos, y disolviéndose luego para ahorrar comida y combustible hasta que el siguiente reemplazo saliera del almacén.
Me hice a mí mismo esa pregunta. Si envío un mensaje codificado al depósito de Albert, no hay ninguna garantía de que Beta no le coloque un parásito-seguidor.
¿A Clara, entonces? ¿A Pal?
Suponiendo que los pandilleros no hubieran lastimado a mi amigo en medio de todo aquel jaleo, se hallaría en un estado terrible: o bien cabreado por la pérdida de los recuerdos de idPal o sumido en estupor si le habían forzado a tomar un olvidador. Fuera lo que fuese, Pal no sabía ser discreto.
Entonces pensé en alguien adecuado… con la virtud añadida de que molestaría a Beta.
—Al inspector Blane, de la Asociación de Subcontratas de Trabajo —le dije a la unidad transmisora, atento a la reacción de mi acompañante. Beta simplemente sonrió y se entretuvo con los controles mientras mi informe salía.
—Incluye una copia de la película —sugirió—. Esas fotos que tomó Irene.
—Te implican…
—En un espionaje industrial Clase D. Un asunto civil menor. ¡Pero el intento de sabotaje a HU fue algo serio! Podría haber corrido peligro genterreal. Esas fotos demuestran que Kaolin…
—No sabemos si fue él. ¿Por qué sabotear su propia fábrica?
—¿Por el seguro? ¿Una excusa para librarse de equipo de sobra? Se esforzó en implicar a todos sus enemigos: Gadarene, Wammalcer, Lum y yo.
Yo había estado pensando en Kaolin. ¿Qué había en la División de Investigación que pudiera querer destruir? ¿Un programa que no pudiera clausurar justificadamente… a menos que fuera destruido por un acto que escapara a su control?
¿O un programa que no quería compartir?
Yo conocía de primera mano un logro (el rejuvenecimiento golem) que me dio este día extra, lleno de acontecimientos. Supongamos que me mostrara leal a Aneas por eso, entregándole a él la película. ¿Sería mi recompensa otra extensión? Supongo que dice mucho de mí que nunca me sintiera tentado. La costumbre de toda una vida… considerarte sacrificable cuando eres de barro.
Con todo, ¿por qué contenerla nueva tecnología revitalizadora? ¿Para que la gente siguiera comprando montones de repuestos de ídems?
No necesariamente. Los hornos y los congeladores y las imprintadoras eran el gran negocio, y las ventas habían bajado. También se hablaba de «conservación»: podíamos agotarlos mejores lechos de barro en una generación o dos. ¿Qué podía ser más beneficioso para HU que actuar responsablemente, y ganar miles de millones, fabricando y vendiendo revitalizadores? Además, supongamos que se cargara a todos los ídems de la División de Investigación. La noticia del descubrimiento se filtraría de todas formas, en cuestión de meses.
Pero Kaolin debía de tener un motivo. Un motivo que yo todavía no había deducido.
—La película podría exculpamos, a mí… y a ti —insistió Beta—. Tengo un escáner aquí. Insértala y envíala —indicó una ranura en el panel de control.
—No —dije yo, cauteloso—. Todavía no.
—Pero en cuestión de segundos Blane podría tener una copia y…
—Más tarde.
Sentí otro de esos extraños dolores de cabeza acercándose, breve pero intensamente desorientador, acompañado por incómodas sensaciones de claustrofobia, como si yo no estuviera allí, sino en algún lugar estrecho, asfixiante. Probablemente un efecto secundario de mi existencia prolongada.
—¿Nos falta mucho?
—La última pista del Volvo fue por allí —Beta señaló una curva en la carretera desértica—. No hay más avistamientos. Nunca volvió a aparecer en la siguiente cámara que cubre la autopista. He estado trazando círculos, buscando señales, pero Albert desconectó el transmisor de su coche, chico malo. Y no llevaba ninguna placa en la frente si era real. Estoy perdido.
—A menos…
—¿Sí?
—A menos que se marchara con un repuesto en el maletero.
—¿Un repuesto?—Beta reflexionó—. Aunque no estuviera cocido todavía, la placa respondería si emitiéramos un código lo bastante cerca. Magnífico. Déjame que haga una lectura de tu placa para hacer una comparación…
Beta sacó un escáner portátil. El motivo: si Albert se llevó un repuesto, podría ser de la misma hornada de fábrica que yo. Códigos similares, a menos que lo manipulara. Y a menudo era demasiado perezoso para hacerlo.
—Buena idea —pero aparté el escáner—. Nada de jueguecitos. Ya leíste mi código. Lo sentí cuando subí a bordo.
Beta ofreció su sonrisa de costumbre.
—Muy bien. Un poco de paranoia te viene bien, Morris.
«Yo no soy Morris», pensé. Pero la protesta, que parecía orgullosa el martes, se me antojaba hueca ahora.
—Vamos a ver si podemos encontrar ese ídem de repuesto —murmuró el piloto, volviendo a sus instrumentos. La aeromoto saltó poderosamente bajo su mando.
Tiene que compensar ser un pirata de los copyrights. Incluso después de que el enemigo de Beta se cargara su imperio falsificador, todavía tiene suficientes trucos guardados para hacer una copia de emergencia que cabalgue con estilo.
—Lo tengo —dijo Beta minutos después—. La resonancia es…
¡maldición! El coche se dirigió al este, a las tierras malas. ¿Por qué iba Albert a circular a campo traviesa en un Volvo?
Me encogí de hombros, incapaz de imaginar nada mientras la señal se hacía más fuerte. Una localización a largo alcance como ésa sería imposible en la ciudad, con tantas placas identificadoras. Allí la teníamos delante sin duda alguna.
—Con cuidado, es zona peligrosa —le advertí. Los barrancos más bajos carecían incluso de luz lunar. Beta dejó que los instrumentos tomaran el mando haciendo lo que los ordenadores y el software hacen mejor, ejecutar procedimientos sencillos con total precisión. Un minuto más tarde, entre un rugido, un golpe estremecedor y luego un suspiro, aterrizamos en un estrecho cañón. Los faros de la Harley iluminaron los restos de un vehículo volcado. No estaba tan destrozado como el de Mallara!, pero sí igual de atrapado.
¿Cómo había sucedido esto? ¿Podría Albert estar muerto, después de todo?
Tuve que esperar a que Beta abriera la burbuja y saliera primero, manejando su escáner, y luego lo seguí para verificar que no había ningún cuerpo real. Así que Albert se marchó o se lo llevaron. Bien. No me apetecía enterrar a mi hacedor.
—Todos los componentes electrónicos del coche están estropeados. Un arma de pulsión podría hacer esto —comentó Beta—. Imagino que hace casi dos días.
—Y nadie ha localizado el coche en todo ese tiempo —alcé la cabeza para ver lo estrecho que era el barranco.
—Aquí está el id de repuesto.
El maletero del coche destrozado gimió al abrirse para revelar un pequeño horno portátil y una crisálida de CeramWrap abierta. El cuerpogolem no había sido activado. En vez de disolverse, se había secado como una figurita de barro, agrietándose con el calor del desierto. Una vida latente, un Albert potencial, que nunca tuvo oportunidad de caminar o comentar sarcásticamente las ironías de la existencia.
A la luz de la aeromoto, vi un profundo tajo en la base de la garganta del ídem. El pequeño grabador-recitador. Se lo pongo a todos los grises para que narren sus investigaciones en tiemporreal. Alguien lo arrancó. Sólo Albert podía saber que estaba allí.
Beta, usando una linterna para examinar cada centímetro del compartimento de pasajero, maldijo pintorescamente.
—¿Dónde puede haberse ido ella? ¿Los recogió alguien? ¿Intentaba alcanzar…?
—¿Ella? ¿Había una pasajera?
El desdén tiñó la voz de Beta, sustituyendo su reciente cordialidad.
—Siempre dos pasos por detrás, Morris. ¿Creías que me iba a tomar todas estas molestias sólo para encontrar a tu rig perdido?
Pensé rápidamente.
—La hija de Maharal. Ella contrató a Albert para que investigara el accidente de su padre… Albert debía de venir con ella para echarle un vistazo al sitio del siniestro. O bien…
—Continúa.
—O bien iban al lugar del que huía Maharal cuando murió. Un lugar que Ritu conocía.
Beta asintió.
—Lo que no puedo comprender es por qué Morris fue en persona. Y disfrazado. ¿Sabía que tenían controlada su casa?
Yo tenía una leve idea, por la manera en que Albert se sentía cuando me fabricó. Solitario, cansado y pensando en Clara, cuyo batallón hacía la guerra no muy lejos de allí.
— ¿Qué sabes tú de los asesinos?—pregunté, cambiando de tema.
—¿Yo? Pues nada.
«¡Sabes algo! —me dieron ganas de decir—. No toda la historia, tal vez. Pero tienes sospechas.»
Era hora de andar con cuidado.
El martes, después de ayudar a Blane en la redada de tu operación en el edificio Teller, me encontré con un amarillo en uno de los tubos de eliminación. Hablaba convincentemente igual que tú, y me dijo que un nuevo enemigo se estaba haciendo con todo. Luego me pidió que fuera a Betzalel… y que protegiera a alguien llamado Emmett… o tal vez el emes. ¿Puedes explicarme lo que querías decir?
—El amarillo estaba desesperado, Morris, si te pidió a ti un favor.
Ah, el familiar Beta y sus insultos. Pero yo estaba intentando ganar tiempo, comprobando mis inmediaciones por si las cosas de pronto se ponían feas.
—Yo estaba demasiado agotado para darle demasiada importancia. Con todo, las palabras me parecieron familiares. Luego recordé. Se refieren a la leyenda del Golem original, en el siglo XVI, cuando se dice que el rabino Lowe de Praga creó una poderosa criatura de barro para proteger de la persecución a los judíos de esa ciudad.
»El emes era una palabra sagrada, bien escrita en la frente de la criatura o colocada en su boca. En hebreo, significa “verdad”, pero puede representar la fuente o el manantial… todas las cosas que brotan de una raíz.
—Yo también fui al colegio, ¿sabes? —Beta reprimió un bostezo— Y Betzalel fue otro de esos rabinos creadores de golems. ¿Y qué?
—Dime por qué estás siguiendo la pista de la hija de Yosil Maha. rol tan ávidamente.
Él parpadeó.
—Tengo mis motivos.
—Sin duda. Primero pensé que querías usarla como molde para tu comercio de ídems pirata. Pero ella no es ninguna vampiresa fedomasoquista, como Wammaker, con una clientela fija. Ritu es bonita, pero los atributos físicos son triviales en golemtecnología. Es la personalidad, la Onda Establecida única, lo que hace que un molde sea especial comparado con otro. —Sacudí la cabeza—. No, estás siguiendo a Ritu para encontrar la fuente. Su padre. Para descubrir qué secreto asustó a Yosil Maharal y lo hizo estudiar las artes del engaño. Un secreto tan aterrador que huyó a través del desierto el lunes por la noche, escapando de algo que lo persiguió y finalmente lo mató. —Como Beta guardaba silencio, insistí—. ¿En qué juego estás involucrado? ¿Cómo encajas entre Maharal y Eneas Kaolin?
El goleen de Beta echó atrás la cabeza y soltó una carcajada. —Estás hablando por hablar. En realidad no tienes ni idea.
—¿No? ¡Entonces explícate otra vez, gran Moriarty! ¿Qué daño puede hacer decírmelo?
Él se me quedó mirando un instante.
—Hagamos un trato. Tú transmites esas fotos. Y luego yo te cuento una historia.
—¿Las fotos de Irene? ¿Las del Salón Arco Iris?
—Sabes a qué fotos me refiero. Envíaselas al inspector Blane. Él sabe cómo las conseguiste, por el informe que acabas de enviar. Transmite y verifica. Luego hablaremos.
Ahora me tocó a mí el turno de hacer una pausa. «Me rescató de ese tejado para que lo ayudara a localizar a realAlbert… y a Ritu Maliaral… y el escondite secreto de su padre.
»Ahora ya no tengo ninguna otra utilidad para él, excepto enviar las fotos.»
—Quieres que sea yo quien las transmita… por mor de la credibilidad.
—Tienes credibilidad, Morris… más de lo que crees. A pesar de todos los esfuerzos por implicarte, nadie en las altas esferas te consideró un saboteador. Las fotos que encontraste en el Arco Iris zanjarán el tema, ayudarán a exculparte…
¡Y a ti!
¿Y? Implican a Kaolin. Pero si yo las envío, bueno, ¿quién creerá a un infame sidcuestrador? Dirán que las falsifiqué. —Eso explicaba por qué Beta no me había quitado la película sin más. Pero su paciencia se agotaba—. Te conozco, Morris. Crees que esto te da ventaja. Pero no abuses. Tengo preocupaciones más importantes.
La resignación se apoderó de mí.
—Bueno, así que a cambio de conceder un poco de credibilidad a la teoría de que Kaolin saboteó su propia fábrica, me darás unos cuantos atisbos de información inútil que se desvanecerá cuando este cuerpo se disuelva dentro de poco. No es gran cosa.
—Es lo único que se te ofrece. Al menos tu famosa curiosidad quedará saciada.
¡Qué inconveniente es tener un enemigo que te conoce tan bien!
Nunca me perdió de vista, ni del alcance de sus brazos más jóvenes y más fuertes.
—No envíes ningún mensaje —me advirtió Beta, de pie junto a la cabina abierta de la Harley, descubriendo la ranura del lector-escáner para que yo insertara el carrete de película—. Sólo transmite, verifica y desconecta.
Pulsó el buzón de Blanc en la sede de la AST. Una pantalla cercana pidió: «Valide identidad emisor.» Entonces destelló un número: «6». Demasiado rápidamente para pensar, tecleé por impulso una respuesta: «4».
La unidad respondió con un 8… y yo marqué un 3.
Se repitió una y otra vez, en fuego rápido, dos docenas de veces más, y me pareció completamente aleatorio. No lo era, por supuesto, sino una especie de código que resulta difícil descifrar o falsificar, basada en una copia parcial de la Onda Establecida personal de Albert que Blane guarda en un ceramium endurecido, una especie de clave de codificación que puede ser utilizada muchas veces. Cualquier pauta concreta de toma y daca de números clave sería diferente, única, aunque mostraría una alta correlación con la personalidad del emisor…
¡Suponiendo que no importara que yo fuera un frankie! Ni mi tenso estado emocional, asustado y receloso como nadie. Me sorprendió que la pantalla destellara ACEPTADO sin tardar más tiempo que de costumbre. El ídem en espiral de Beta gruñó su aprobación.
—Bien, ahora apártate de la cabina.
Lo hice, viendo cómo una fina arma (uno de sus dedos, que se había quitado e invertido para convertirlo en un estrecho cañón), me indicaba que me retirase.
—Me encantaría quedarme a charlar, corno prometí —dijo el golem de nueve dedos—. Pero ya he desperdiciado demasiado tiempo contigo.
—¿Tienes en mente algún destino concreto?
Sin dejar de apuntarme con la miniarma, subió ala aeromoto.
—Encontré dos conjuntos de huellas, en dirección al sur. Tengo una idea bastante aproximada de hacia dónde iban. Tú sólo me retrasarías.
—Entonces, ¿no vas a explicarme lo de Maharal y Kaolin?
—Si te dijera más tendría que dispararte, por si alguien viniera y te rescatara. Tal corno están las cosas, andas tan despistado como de costumbre. Te dejaré para que te disuelvas en paz.
—Muy amable por tu parte. Te debo una.
La sonrisa de Beta indicó que sabía en qué sentido lo decía.
—Si te sirve de algo, no soy yo quien intentó matar a tu rig, Morris. Dudo que fuera Kaolin. De hecho, espero que tuyo real sobreviva a lo que va a suceder.
Lo que va a suceder. Lo dijo deliberadamente, para frustrarme. Pero guardé silencio, sin darle ninguna satisfacción. Sólo actuando podría conseguir algo ahora.
—Adiós, Morris —dijo idBeta, cerrando la burbuja de cristal y poniendo el motor en marcha.
Retrocedí, pensando frenéticamente.
‹¿Cuáles son mis opciones?»
Aún tenía la opción cautelosa: esperar un poco, quemar el combustible del Volvía y esperar llamar la atención de alguien antes de derretirme.
Pero no. Habría perdido su pista. Mi razón para vivir.
La aeromoto lanzó remolinos de polvo por los estrechos desfiladeros del cañón, idBeta me dedicó un saludo burlón y luego volvió su cabeza de sacacorchos para dedicarse ala tarea de despegar.
Fue mi señal. En esa décima de segundo, mientras la Harley giraba y empezaba a ascender apoyándose en tres columnas de impulso supercaliente, corrí hacia delante y salté.
Dolió, por supuesto. Sabía que iba a doler.
No tuve más remedio que seguir. De vuelta a la sala de almacenaje. De vuelta ala oscura abertura donde había visto aun pequeño ejército de soldados de barro internarse en un túnel de muerte.
Ritu estaba todavía temblando en mis brazos, recuperando la compostura tras la violación que mi enemigo le había infligido al obligarla a imprimar contra su voluntad.
Quería preguntarle a Ritu al respecto. Averiguar cómo y por qué Beta (si realmente había sido una copia del infame sidcuestrador) la atrapó en el profundo santuario subterráneo de una base militar supuestamente segura.
Antes de que pudiera empezar, una serie de ruidos reverberaron a nuestro alrededor, salidos de fila tras fila de hornos de cocción rápida, anunciando la salida de más ídems de batallas, rojos y brillantes por la chispeante catálisis enzimática: modelos especiales que habían sido almacenados aquí a expensas del contribuyente, en blanco pero dispuestos a ser imprintados con las almas de guerreros en la reserva como Clara, sólo que ahora habían sido secuestrados por un infame criminal por motivos que no podía imaginar.
Si hubieran sido uno o dos, podría haber controlado rápidamente la situación. Incluso un golem de guerra está indefenso en los primeros momentos después de salir del horno de activación. Pero una mirada al pasillo de altas máquinas me bastó para ver que había demasiados, docenas, y que empezaban ya a alzarse sobre piernas temblorosas, piernas como troncos de árboles, y a estirar unos brazos capaces de aplastar un coche pequeño. En unos instantes sus ojos se concentrarían en Ritu yen mí. Ojos cargados con un propósito del que yo no quería formar parte.
Y seguía sonando aquella especie de campana, de los altos hornos situados aún más lejos, resonando con sus anuncios de nacimientos hasta que se mezclaron con una llamada del destino. «No preguntes por quién doblan los hornos», comentó una vocecita burlona en mi interior.
Hora de largarse.
—Vamos —urgí a Ritu, y ella asintió, tan ansiosa como yo por salir de aquel sitio.
Juntos huimos en la única dirección posible, de vuelta al almacén donde aquel enorme y misterioso golem mudo me había agarrado hacía menos de media hora para salvarme la vida… aunque yo no conocía sus motivos en ese momento. Mientras partíamos, miré el cadáver de mi benefactor, que se disolvía ya, y me pregunté quién era y cómo sabía que yo necesitaba ayuda en ese momento concreto.
Corrimos dejando atrás oscuras figuras de aspecto terrible, moldeadas y aumentadas para la guerra. Formas de terracota que se volvieron a mirarnos, extendiendo torpemente los brazos, pero lentos por la irregular activación péptida. Gracias al cielo. Al huir de sus filas, conduje a Ritu de vuelta al pasillo de estantes, buscando un arma lo bastante grande para compensar su diferencia numérica. Me habría contentado con una simple llamada telefónica ala seguridad de la base.
Pero no había nada útil a la vista, sólo toneladas de comida liofilizada para gourmets, almacenada en previsión de un apocalipsis, para alimentar a la elite gubernamental, cuyo trabajo pagado con nuestros impuestos es impedir todas las variedades de apocalipsis.
No parecía haber tampoco ningún escondite. No mientras un pelotón de guerreros artificiales empezaba a entrar en la sala detrás de nosotros, gruñendo y rezongando. Imprintación rápida, diagnostiqué. Beta no necesita calidad, sino velocidad y superioridad numérica.
Una acuciante sensación de duda me asaltaba, gritándome que nada de todo aquello tenía sentido. El golem que me rescató. La súbita aparición de Beta. Las dos oleadas de ídems guerreros creados por algún motivo inexplicado. La captura y la imprimación forzada de Ritu. ¡Todo tenía que significar algo!
Pero no había tiempo para reflexionar, sólo para tomar una serie de rápidas decisiones. Como adónde huir. Inexorablemente, no nos quedaba más que una opción.
Ritu vaciló ante la entrada del túnel.
—¿Adónde conduce? —preguntó.
—Creo que se extiende bajo meseta Urraca, hasta la cabaña de tu padre.
Sus ojos se ensancharon y su expresión demostró que se negaba a avanzar. Miré por encima de su hombro y pude ver que aquellos temibles pseudosoldados se acercaban, aún a cincuenta metros de distancia, pero avanzando.
—Ritu… —a pesar de la ansiedad, me abstuve de tirarle del brazo.
Ella ya había sido sometida aquel día a más presión de la que nadie debería soportar.
Por fin sus ojos se despejaron y se enfocaron en los míos. Apretando sombría la mandíbula, asintió.
—Muy bien, Albert. Estoy lista.
Ritu tomó la mano que le ofrecía. Juntos nos internarnos en el frío y pétreo vientre del túnel.
Como una jarra espaciosa, siempre expandiéndose, esta alma contiene muchas.
Parece no tener fondo, capaz de absorber una reunión, una plenitud, un foro de ondas establecidas, unidas en un coro vibrante de frecuencias superpuestas, combinadas hacia una culminación de poder definitivo.
No somos sólo nosotros dos, el Albert Morris gris que fue secuestrado en la mansión Kaolin y el pequeño rojo, copia de una copia, que visitó el museo privado de Maharal para una prueba de memoria. Gris y rojo están enlazados, sirviendo como espejos en la máquina «andzier» maravillosamente aterradora de un científico loco. Y ahora hay más, mucho más.
Sin estar confinados ya en un único cráneo (ni siquiera en un par de ellos), nosotros/yo nos expandimos en el espacio vacío intermedio, llenando su estéril hueco de una melodía tremendamente complicada, una siempre creciente canción de yo.
Una canción que se dirige a su culminación.
Oh, está teniendo lugar algún tipo de amplificación, como predijo el fantasma demente de Yosil. Una multiplicación de ritmos-alma a una escala que nunca imaginé, aunque cultos y místicas han comentado esa posibilidad posiblemente desde que comenzó la Era Golem. Podría ser un sublime estado nirvana egomaníaco… El yo, aumentado de manera exponencial por incontables duplicados virtuales que se reflejan y resuenan en perfecta armonía, se prepara para pasar, en masa, a un espléndido nivel nuevo de unión espiritual.
Siempre descarté esa idea considerándola una tontería metafísica, otra versión más de la anticuada fantasía romántico-trascendentalista, como los círculos de piedra, las alucinaciones de los ovnis y los espejismos de «singularidad» lo fueron para otras generaciones que seguían anhelando un medio para elevarse por encima de este pobre agujero.
Una puerta a algún reino más allá.
Sólo que ahora parece que uno de los fundadores de esta era, el legendario profesor Maharal, encontró un modo… aunque algo en su método lo volvió loco de miedo.
¿Por eso necesita idYosil usar el alma de Albert Morris como materia prima? ¿Porque nada de la golemtecnología me asusta? La auto-duplicación siempre le pareció natural a Albert, como elegir ropa cómoda del armario. Demonios, ya ni siquiera me importa mucho todo el dolor infligido por esta maquinaria brutal, esta inteligente modificación del tetragamatrón estándar. Una maquinaria creativa que pronto lanzará un millón de copias superpuestas de mi Onda Establecida para que se reúnan en perfecto unísono, como hacen los rayos de luz en un láser, reuniéndose como bosones colusorios en vez de como antagónicos fermiones independientes…
Signifique eso lo que signifique. Ya noto el proceso. De hecho, siento una fuerte tentación de dejar de pensar y dejarme ir, navegar en la simpleza, en la gloriosa yoidad de todo ello. Memoria y razón parecen impedimentos que empañan la pureza de la Onda Establecida que se multiplica una y otra vez, llenando un receptáculo que se expande sin cesar.
Yo, ánforo…
Por fortuna, hay momentos en que las fieras energías impulsadas por la máquina no me/nos golpean y estiran según lo planeado, cuando el pensamiento persuasivo es posible… incluso ampliado con un peculiar tipo de enfoque. Por ejemplo, ahora mismo puedo percibir a idYosil trabajando cerca, siento su presencia de maneras que van más allá de la mera visión o el sonido. La intensidad de su deseo. Su creciente excitación y confianza mientras el objetivo de toda una vida se acerca.
Por encima de todo, siento la ardiente concentración de idYosil, aumentada por el genio que tan a menudo acompaña al síndrome de Smersh-Foxleitner… una concentración tan fija que puede ignorar la lluvia de polvo que cae del techo de la cueva cada vez que las paredes de piedra se estremecen por alguna lejana y vibrante explosión, mientras los golems de guerra se acercan cada vez más a este cubil oculto.
Siguen estando demasiado lejos para que yo descifre gran cosa de sus almarmonías. ¿Podrían incluso ser yo? Es tentador imaginar a real-Albert, acompañado por un ejército de sí mismos, y tal vez un puñado de los maravillosos/desagrables ídems especializados de Pal, abriéndose paso por ese túnel, viniendo al rescate.
Pero no. Lo olvidé, Estoy muerto. IdYosil dice que me mató El Albert Morris real y orgánico tuvo que morir, para que no «anclara» mi estado observador almacuántico al mundo material…lo que quiera que eso signifique.
Todavía trabajando y preparando, el fantasma de Mallara! afina un largo péndulo que oscila lentamente adelante y atrás entre mis cráneos-espejo rojo y gris, alzando oleadas de alma con cada pasada. Oleadas que vibran con el sonido más bajo que jamás se ha oído, como la voz que Moisés escuchó en el Sinaí…
Carezco del vocabulario técnico adecuado, pero es fácil imaginar qué sucederá cuando idYosil suba a esa plataforma oscilante. Esas oleadas se harán cargo. Planea usar mi presencia purificada-ampliada como onda portadora, para impulsar más alto su propia esencia. Yo voy a ser consumido, igual que un cohete sacrificable se lanza, se agota y se descarta para lanzar una cara sonda al negro abismo del espacio. Sólo que el cargamento que me han asignado llevar será la pauta-alma de Maharal, y la lanzaré a algo parecido a la divinidad.
Todo tiene sentido, de un modo perverso, excepto por una cosa que no comprendo.
¿No se supone que yo debería estar perdiendo ya mi sentido de la identidad? IdYosil predijo que mi ego quedaría abrumado por el puro éxtasis de la amplificación, eliminando todos los límites v deseos personales de Albert Morris, dejando sólo el talento de Albert para la duplicación, destilado, expandido, exponenciado. El más puro de todos los cohetes impulsores.
¿Está sucediendo eso? ¿Disminución de ego? No… no lo parece. Sí, siento que la máquina andzier intenta conseguir eso. Pero no pierdo asidero. ¡Los recuerdos de Albert siguen intactos!
Es más, ¿qué son todos esos ecos que yo/nosotros seguimos detectando? ¿Ecos musicalmente resonantes que parecen venir del exterior? Yosil nunca mencionó nada de eso… v no pienso comentarlo.
Para empezar, me ha considerado un cero a la izquierda, una bestia de carga, con talento para copiar pero indigno de respeto.
Pero hay otro motivo.
Yo… nosotros… estamos… estoy empezando a disfrutar de esto.
Dicen que cuando la golemtecnología llegó a Japón levantó mucho menos revuelo que en Occidente, casi como si la esperaran. Los japoneses no tuvieron ningún problema con la idea de duplicar almas, igual que los americanos abrazaron Internet, viéndolo como una expresión fundamental de su deseo nacional de hablar. Según la leyenda, lo único que tenías que hacer era darle ojos a algo: un barco, una casa, un robot, o incluso el regordete AnpanMan que vendía pasta en los anuncios de la tele.
Cuando se trató de darle alma a un objeto, los ojos importaron más que nada.
Pensé en eso mientras me aferraba a la parte inferior de la aeromoto de Beta, cubriéndome la cara del viento terrible que alternaba entre fuego y hielo. «Protégete los ojos —me dije, agarrándome desesperadamente a un par de endebles asideros mientras mis manos apretaban con fuerza contra los patines de aterrizaje—. Protégete los ojos y el cerebro. Y nunca lamentarás haber elegido esta forma de morir.»
Cuando volábamos en línea recta mi principal problema era el viento helado, que absorbía calor de todas las células catalizadores expuestas. Pero eso era una bicoca comparado con la agonía que sentía cada vez que la Harley daba un salto o viraba- Sin advertencia, una u otra de las bocas impulsoras giraba, rociándome con chorros de llamas. Todo lo que podía hacer entonces era girar la cabeza al otro lado del estrecho fuselaje y tratar de apartarme, recordándome una y otra vez que yo mismo me había puesto en esta situación… porque me pareció buena idea en su momento.
La alternativa, quedarme junto al Volvo destrozado y hacer algún tipo de señal, y luego esperar a que llegara ayuda, habría tenido sentido si yo fuera real, sin una fecha de expiración que podía tener lugar ea cualquier momento dentro de la siguiente hora o así. Pero mi lógica tenía que ser lógica de ídem. Cuando Beta despegó, sentí que un imperativo era más urgente que lo poco que me quedaba de vida.
«No pierdas la pista.»
Ahora advertía que Beta era la clave para comprender todo lo que había sucedido durante esa extraña semana, empezando por el momento en que me colé en el sótano del edificio Teller para descubrir sus instalaciones de copias piratas, con su molde robado de Wammaket Esa operación ya había sido abortada por algún enemigo, presumiblemente Eneas Kaolin. O eso decía Beta; Eneas contaba una historia diferente, y se retrataba así mismo como víctima de conspiraciones perversas. Luego estaban los oscuros y paranoicos comentarios que había hecho Yosil Maharal el martes por la mañana, después de que ya hubiera muerto.
¿Quién decía la verdad? Lo único que yo sabía con seguridad era que tres hombres brillantes y sin escrúpulos (todos ellos mucho más listos que el pobre Albert Morris) estaban enzarzados en una especie de lucha secreta, desesperada y a tres bandas. Y la parte secreta era lo que más me impresionaba.
Hoy en día hace falta poder, dinero y verdadera astucia para mantener algo fuera del ojo público, un ojo observador que se supone que ha desterrado todos esos horribles y sombríos tópicos del siglo XX, como los magnates conspiradores, los científicos locos y los maestros criminales de elite. Sin embargo ahí estaban esos tres arquetipos batallando entre sí mientras se esforzaban por mantener sus conflictos ocultos a los medios, el Gobierno y la opinión pública. ¡No era extraño que el pobre Albert estuviera fuera de su liga!
No era extraño que yo no tuviera más remedio que seguirla pista, no importaba a qué precio. Mientras la aeromoto de Beta atravesaba la noche, a cuarenta metros por encima del suelo del desierto, yo supe que un precio iba a ser este cuerpo mío, que seguía cociéndose cada vez que aquellos chorros de fuego giraban para ajustar el rumbo. Sobre todo la porción mía que más sobresalía, mi indefenso culo de barro. Podía sentirlos constituyentes coloidales/pseudoorgánicos reaccionar al calor con burbujeos y chasquidos, a veces tan fuertes que se podían oír por encima del tumulto del viento, y que gradualmente transformaban la soberbia vidabarro en la dura consistencia de un plato de porcelana.
¡Déjame añadir, como el barato verde utilitario con una Onda Establecida sin pulir que soy, que también dolía como el infierno! Cosa de las ventajas de la verosimilitud almística. Intenté distraerme imaginando nuestro destino… presumiblemente el lugar al que realA!hert y giro Maharal se dirigían cuando el Volvo fue emboscado. ¿Algún críptico escondite en el desierto, donde el padre de ella se refugió durante las semanas que estuvo desaparecido de Hornos Universales? Parecía que Beta sabía adónde ir… cosa que me intrigaba aún más.
«Está intentando seguir a Ritu. ¿Pero por qué, si no es para que le revele el escondite de Yosil? ¿Qué otro uso podría tener Beta para ella?»
Traté de concentrarme, pero es difícil hacerlo cuando tu culo sigue chamuscándose cada dos minutos por culpa de un calor atroz. Recordé una y otra vez la imagen del pobrecillo idPal, mi compañero idhurón, destruido ames de que el triste Pal pudiera recolectar los recuerdos de nuestro largo día juntos. Ésa era mi única oportunidad de ser recordado, pensé sombríamente. A este paso, todo lo que quedará de mí será un montón de porcelana fragmentada cuando Beta aterrice.
Para entretenerme, traté de recordar una imagen del rostro de Clara… pero eso sólo aumentó el dolor. «Su guerra debe de estar acercándose al clímaxya», pensé, imaginando lo cerca que estábamos del campo de combate Jesse Helas. Beta cambiaría de rumbo antes, por supuesto. De todas formas, me pregunté por la coincidencia… y esperé que Clara no se metiera en demasiados problemas por haberse ausentado sin permiso cuando la casa de Albert fue destruida. Nos habíamos asignado mutuamente beneficios de superviviente, así que tal vez el Ejército comprendería.
«Si Albert está vivo de verdad, puede que haya una oportunidad de que vuelvan a reunirse…»
Algo más sucedía mientras la Harley atravesaba una noche donde incluso las estrellas parecían desencajadas. Mi onda-alma seguía haciendo cosas inquietantes, sacudiéndose salvajemente… de arriba abajo, de dentro afuera… yen esas extrañas direcciones que nadie ha nombrado jamás adecuadamente: dimensiones autocontenidas de espíritu que Leow y otros sólo empezaron a advertir hace una generación, al explorar la última tema incognita o frontera final. Al principio, las turbulencias eran casi demasiado breves para advertirlas. Pero esos tumultos periódicos se fueron haciendo progresivamente más fuertes a medida que el horrible vuelo continuaba. Picos de egoísta autoimportancia alternaron con valles de completa abnegación cuando me sentí menos que polvo. Más tarde, el efecto fue de un breve pero intensamente concentrado asombro. Cuando pasó, me pregunté: a¿Y a continuación qué? ¿Desapego tipo zen? ¿Sensaciones de unidad con el universo? ¿O escucharé la vibrante voz de Dios?»
Cada cultura ha tenido lo que William James llamó «variedades de experiencia religiosa». Florecen cada vez que la Onda Establecida de una persona toca ciertos acordes en el nexo parietal, la zona de Broca, o la unión espiritual-parafrasística del lóbulo temporal derecho. Naturalmente, se pueden experimentar sensaciones similares en barro (un alma es un alma) pero las sensaciones casi nunca son tan fuertes como en carnerreal.
¿O a menos que te renueven y te den un día más de vida? ¿Podría ser por esto por lo que Eneas Kaolin saboteó su propia División de Investigación? ¿Porque cl nuevo truco de extender la vida de los ídems tenía efectos secundarios? ¿Podría convertir ala gentegolem hasta acabar por prender un revival sagrado entre miles de millones de hombres artificiales? ¿Y si los ídems dejaban de volver a casa para descargar cada noche, abandonando a sus archies para que buscaran su propio camino separado a la redención?
¡Qué idea tan extraña! Quizá la habían provocado mis visitas a los amables pero chalados Efímeros. ¡O bien la ardiente agonía de que te medio asen vivo! Tal vez. Con todo, no podía desprenderme de la creciente sensación de que algo o alguien me acompañaba durante aquel atormentado viaje a través de un cielo fracturado, siguiendo el paso cerca o dentro, entre el fiero infierno de la parte inferior de mi cuerpo y mi cara helada por el viento. De vez en cuando, un eco oído a medias parecía urgirme a que aguantara allí…
El ardiente ventarrón remitió un poco, dejándome ver un áspero territorio de altiplanicies y profundos barrancos recortados por la luz de la luna. La Harley empezó a perder altitud, sus débiles faros prestaron al paisaje roto una especie de belleza irregular. Los huecos se alzaron como bocas, ansiosas por devorarme entero.
Los jets de maniobras rugieron, poniéndose en vertical, rodeándome de una jaula de llamas latientes. Tuve que soltarme de una mano para cubrirme los ojos. Eso me dejó sólo con dos pies y una mano para agarrarme a los patines, entregando todo mi peso a aquellos dedos que se cocían gradualmente, endurecidos y crujientes.
En cuanto al ruido, pronto se hizo tolerable… supongo que porque no tenía nada con lo que oír ya. «Aguanta», dijo una voz interna, probablemente alguna parte tenaz de Albert Morris que nunca había aprendido a renunciar. Eso tengo que reconocérselo al viejo Albert. Tenaz hijo de puta.
«Aguanta un poco mientras…»
Las reverberaciones me sacudieron como a un muñeco de porcelana. ¡Algo remoto chasqueó! Mi tozuda presa falló por fin y caí… (¿Horade volver ya a la Tierra?)
Sólo que la caída fue mucho más breve de lo que esperaba. Como medio metro o así. Apenas sentí una sacudida mientras mi chamuscado trasero golpeaba el rocoso suelo del desierto.
Los motores se detuvieron. El calor y el alboroto se aplacaron. Tenuemente, supe… «Hemos aterrizado.»
Con todo, tuve que intentarlo varias veces antes de que pudiera ordenarle a un brazo que se moviera, descubriendo mis últimos órganos sensores no dañados, y al principio no vi más que nubes de polvo agitado y luego los tenues contornos de un patín de aterrizaje. Me costó mucho trabajo volver la cabeza y mirar hacia el otro lado. Parecía que tenía el cuello cubierto de una dura corteza, algo que se resistía al movimiento y crujía y cedía a regañadientes, tras un duro esfuerzo.
«Ah, ahí está…»
Vi un par de piernas que se volvían para alejarse de la aeromoto. El motivo de espiral que cubría todo el cuerpo del ídem era inconfundible. Al subir por un camino de tierra, bordeado de piedra clara, Beta caminaba con paso confiado.
«Yo una vez me moví así. Ayer, cuando era joven.»
Ahora, asado, chamuscado y a punto para la expiración, me sentí afortunado por poder contar con un brazo y medio del otro, agradecido de que la aeromoto tuviera espacio de sobra para posarse.
Apartado del caliente fuselaje, me esforcé por sentarme y calibrar los datos. Es decir, traté de sentarme. Unos pocos pseudomúsculos respondieron allí abajo, pero no consiguieron hacer que nada se doblara adecuadamente. Con mi mano buena palpé mi endurecida espalda y mi trasero. Crují.
«Bien, bien.» Siempre me había parecido un gesto quijotesco saltar a través de los jets chisporroteantes y agarrarme a la aeromoto en marcha. ¡Y sin embargo aquí estaba! No exactamente coleando, pero sí en movimiento. Todavía en el partido. Más o menos.
Beta se había perdido de vista, desaparecido entre los diversos tonos de negrura. Pero ahora al menos distinguía tenuemente su objetivo: un contorno bajo, cuadrado, en el flanco de una impresionante meseta del desierto. A la luz de las estrellas, parecía poco más que una modesta estructura de una sola planta. I l vez una cabaña de vacaciones, o un barracón abandonado hacía mucho tiempo.
Mientras descansaba junto a a Harley que se enfriaba lentamente sentí que me abrumaba otra de esas oleadas de otredad periódica. Sólo que ahora, en vez de instarme a perseverar, u ofrecerme atisbos de infinito, la extraña omnipresencia parecía más curiosa, intrigada, como si preguntara, sin palabras, qué pintaba yo allí.
«Ni idea —pensé, respondiendo ala vaga sensación—. Cuando lo descubra, tú serás el primero en saberlo.»
Rituy yo nos encontramos en una situación bastante azarosa, atrapados entre dos escuadrones de golems de batalla que marchaban en la misma dirección.
El primer contingente armado, justo delante, se abría paso contra una dura resistencia, mientras que una segunda oleada de refuerzos de idguerreros se acercaba por detrás, dispuesta para el relevo cuando la primera hornada fuera eliminada. Ritu y yo teníamos que seguir avanzando con cuidado para permanecer entre los dos grupos, a través de aquel horrible y apestoso túnel. Sólo unos cuantos tenues globoluces, colocados en las lisas paredes de piedra, impedían que tropezáramos en la oscuridad.
—Bueno, hay una cosa que podemos considerar positiva —dije, tratando de animar a mi compañera—. Al menos nuestro destino está claro.
A Ritu no pareció hacerle gracia la broma, ni alegrarle que por fin nos acercáramos al objetivo que nos habíamos propuesto visitar el martes por la noche: la casa en las montañas donde había pasado semanas de niña, de vacaciones con su padre. El viaje había durado mucho más de lo previsto, por una ruta mucho más difícil y traumática de lo que ninguno de los dos esperaba.
Yo seguía buscando un hueco o un nicho, cualquier refugio que impidiera que nos siguieran empujando hacia los duros ecos de la lucha, las detonaciones y los sonidos metálicos causados por el rebote de las municiones, mientras el primer escuadrón de golems de batalla avanzaba. Pero aunque el túnel de acceso secreto de Yosil Maharal se retorcía para aprovechar las capas más suaves de roca, nunca ofreció un escondite seguro.
A falta de eso, ¡lo que no habría dado yo por un simple teléfono! Seguía intentando usar mi implante, y llamaba a la seguridad de la ba, se. Pero no había ningún enlace público a la vista y el pequeño transmisor de mi cráneo no podía hacerse oír a través de la roca. Probablemente estábamos ya fuera de los límites del enclave militar, recorriendo las profundidades bajo meseta Urraca.
«Te está bien empleado —pensé—. Podrías haber pedido ayuda hace siglos. Pero no, tuviste que jugar al detective solitario. Tipo listo.»
Ritu no era de mucha ayuda a la llora de ofrecer alternativas. De todas maneras, traté de mantener la conversación, hablándole en voz baja mientras avanzábamos.
—Lo que me sorprende es cómo logró Beta penetrar la Zona de Defensa sin que alguien como Chen lo escoltara al interior. ¿Y cómo sabía que estábamos aquí?
Ritu parecía intranquila, a mitad de camino entre la falta de atención y las lágrimas después del implacable tratamiento al que había sido sometida recientemente. Vacilé antes de preguntar:
—¿Tienes alguna idea de para qué te quería Beta?
Vi el conflicto en sus ojos: el deseo de confiar en mí, luchando contra un terror habitual a algo que nunca debía ser comentado en voz alta. Cuando finalmente habló, las palabras sonaron entrecortadas y teñidas de amargura.
—¿Para qué me quiere Beta? ¿Esa es tu pregunta, Albert? ¿Para qué quiere en última instancia cualquier animal masculino a una hembra? Su pregunta me hizo parpadear. La respuesta podría haber parecido obvia hacía un siglo, pero el sexo ya no es la fuerza transfiguradota que era en tiempos del abuelo. ¿Cómo podría serlo? Esa necesidad ya no es más difícil de satisfacer hoy que cualquier otra ansia heredada de la Edad de Piedra, como la necesidad de sal o de comida rica en grasa. Así que, si no de sexo, ¿de qué más podía estar hablando?
—Ritu, no tenernos tiempo para acertijos.
Incluso en la oscuridad, vi síntomas de una fachada cuidadosamente construida desmoronándose. Las comisuras de su boca se movieron, a medio camino entre el temblor y una sonrisa sardónica. Rin quería explicarse, pero tenía que hacerlo en sus propios términos, preservando una pizca de orgullo. Una medida de distancia y… sí, esa antigua superioridad.
—Albert, ¿sabes qué sucede dentro de una crisálida?
—Una cris… ¿quieres decir un capullo? Como cuando una oruga…
—Se convierte en una mariposa. La gente cree que es una simple transformación: las patas de la oruga se convierten en las patas de la mariposa, por ejemplo. Parece lógico, ¿no? ¿Y que la cabeza y el cerebro de la oruga sirvan a la mariposa de la misma forma? Continuidad de memoria y ser. La metamorfosis se considera un cambio cosmético de herramientas externas y cobertura, mientras que la entidad de dentro…
—Ritu, ¿qué tiene todo esto que ver con Beta?
Sinceramente, no veía ninguna relación. El infame sidcuestrador hizo su fortuna ofreciendo copias baratas de personalidades ansiadas (y registradas) como Gineen Wammaker. Ritu Maharal tenía sus propios atractivos, tan únicos como los de la maestra. Pero ¿quién pagaría por copias pirata de una administradora de Hornos Universales? ¿Qué beneficios podía ver Beta en ello?
Ritu ignoró mi interrupción.
—¡La gente cree que la oruga cambia y se convierte en mariposa, pero no es así! ¡Después de tejer una crisálida a su alrededor, la oruga se disuelve! Toda la criatura se derrite en una sopa nutriente, sirviendo sólo para dar de comer a un embrión diminuto que se alimenta y crece para convenirse en otra cosa. ¡Algo completamente diferente!
Miré hacia atrás, nervioso, midiendo la distancia que nos separaba de los pasos de marcha.
—Ritu, no entiendo lo que…
—Oruga y mariposa comparten un linaje de cromosomas, Albert. Pero sus-genomas son separados, coexisten en paralelo. Se necesitan mutuamente de la misma forma que un hombre necesita a una mujer… para reproducirse. Aparte de eso…
Ritu dejó de andar porque yo me había parado, súbitamente, incapaz de moverme mientas miraba sin parpadear. Su revelación estalló en mi cerebro por fin, como una bomba.
No me interpretes mal. Normalmente me tomo con calma las ideas nuevas. De hecho, siempre he intentado ser escéptico, sobre todo cuando voy por allí en carnerreal. Soy un archipragmático, podríamos decir. Pero en ese momento sus palabras y lo que implicaban me dolieron tanto que quise apartarlas desesperadamente, y toda comprensión con ellas.
—Ritu, no puedes estar diciendo…
—Que son criaturas emparejadas. Oruga y mariposa se necesitan mutuamente, sin embargo no tienen en común ningún deseo ni valor.
Ni amor.
Escuché el segundo contingente de guerreros-golem llegar por detras, aún más intimidatorios ahora que comprendía algo de su naturaleza interna. Sin embargo, no podía moverme sin hacer una pregunta más. Miré a Ritu a los ojos. En la oscuridad, todo era gris.
¿Cuál eres tú? —pregunté.
Ella se echó a reír, un sonido amargo que rebotó bruscamente en las paredes del túnel.
—iOh, yo soy la mariposa, Albert! ¿No lo notas? Yo soy la que vuela a la luz, reproduciéndose en alegre y bendita ignorancia.
»Es decir, solía serlo. Hasta el mes pasado, cuando empecé a comprender lo que pasaba.
Sentí la boca seca mientras la seguía.
¿Y Beta?
La tensión se notó en su risa breve, como un ladrido. Ritu volvió la cabeza hacia el sonido de los pasos.
—¿Él? Oh, Beta trabaja duro, eso se lo reconozco. Es el que tiene ansias. Ambiciones. Apetitos voraces.
»Y una cosa más —añadió—. El recuerda.
Debería sentirme honrado. Esto es realmente material propio de genios.
Está claro en la Onda Establecida amplificada de la que ahora formo parte, llenando un espacio mucho más grande que las oleadas limitadas por el cuerpo que se contienen dentro de un golem típico. Pulsa y late con energía que nunca antes imaginé.
Yosil Maharal debe de haber sabido que estaba a punto de conseguir un logro histórico, a la vez hermoso y terrible. Y ese terror le pasó factura: la cobardía solipsista del síndrome Smersh-Foxleitner. La verdad desnuda se enfrentó a la asombrosa revelación de una oportunidad sin igual para cambiar el mundo, y ese conflicto acabó por hundirlo en la locura.
Una locura que su fantasma manifiesta a borbotones, farfullando mientras sube a la máquina estiradora de almas, preparándome a mi/ nosotros para mi/nuestro papel asignado como onda portadora, un vehículo afinado para transportar el alma-Yosil a la grandiosidad olímpica…
Mientras ecos de fuego lejano llegan desde algún pasadizo subterráneo, acercándose más a cada minuto que pasa.
—Sabes, Morris, es horrible el modo en que la gente no da ninguna importancia a los milagros. La gente del siglo XX se adaptó a una vida más acelerada gracias a los aviones y los coches. Nuestros abuelos podían conseguir cualquier libro por Internes. Nosotros nos acostumbramos a vivir en paralelo, a la conveniencia de estar en varios lugares a la vez. Durante dos generaciones apenas hemos arañado la golemtecnología, haciendo mejoras menores, sin impulsarnos más allá de la visión limitada por lo físico de los muñecos de barro de Eneas Kaolin.
» ¡Qué banalidad! La gente recibió un regalo espléndido y luego careció de voluntad o de visión para explotarlo plenamente.
Ah, sí, el desprecio por las masas, uno de los más encantadores síntomas del Smersh-Foxleitner. Pero es mejor no contestar. Él cree que ya estoy sumergido en la gigantesca y amplificada onda del rayo andzier, el campo espiritual aumentado que diseñó para utilizar el perfecto talento duplicador de Albert Morris, mientras borraba la conciencia del ego que hacía a Albert tan especial para sí mismo.
Algo ha salido mal en su plan. Debe de ser así, puesto que sigo aquí. Reducido, comprimido, rebanado y luego espejo multiplicado diez mil veces… De hecho, ¡parece que hay más yoes que nunca! Acariciado e impulsado por corrientes eléctricas. Vibrando en una docena de dimensiones y sensible a incontables cosas que nunca había advertido, cono una miríada de copos de mica cristalina flotando como brillantes diatomeas dentro de un océano de piedra.
Es un océano de magma que fluyó hace eones. Las montañas son olas. Siento que ésta aún se mueve, más despacio ahora, después de haberse enfriado y congelado. Pero en todas partes, todavía en movimiento.
Incluso puedo empezar a estirar mis percepciones más allá de esta montaña, extendiéndola hacia chispas poliespectrales que parecen titilar en la distancia, más allá de un claro reconocimiento, como tentáculos de delicado humo… o como luciérnagas que tiemblan con mi contacto…
Las metáforas me fallan. ¿Estoy sintiendo a otra gente? ¿Otras almas más allá de este laboratorio subterráneo?
Es una sensación austera y aterradora. Un recordatorio de algo que todos reprimimos casi siempre, porque duele demasiado.
La soledad absoluta de la individualidad.
La extrañeza esencial de los otros.
Y del universo mismo.
—El verdadero impulsor es el placer —continúa idYosil mientras manipula los instrumentos hacia la sincronización perfecta—. Fíjate en la industria del entretenimiento en los días de un solo cuerpo. La gente quería ver lo que quería, cuando quería. Exigió la existencia de la cinta de vídeo analógica, tres décadas antes de que la tecnología digital estuviera preparada para hacer bien el trabajo. Una solución improvisada y ridícula, cabezas magnéticas y burdas piezas giratorias, y sin embargo los aparatos de vídeo se vendieron por millones pata que la gente pudiera copiar y reproducir lo que se le antojaba.
»¿No se parece a la idemización de nuestro tiempo, Morris? Una industria torpe y retorcida que vende cientos de millones de rebuscados aparatos análogos de barro por todo el mundo, cada día. ¡La complejidad! !Los recursos y el flujo de dinero! Sin embargo la gente paga, alegremente, porque le permite estar donde quiere siempre que lo desea. »Una industria fabulosa y extravagante, y mi buen amigo Eneas Kaolin piensa que continuará eternamente.
»Pero acabará pronto, ¿verdad, Morris? Porque los logros cruciales están preparados por fin. Igual que lo digital acabó por superar la grabación analógica. Como los aviones superaron el caballo. Después de lo que hemos hecho esta noche, las cosas nunca serán iguales.
El péndulo oscila, atravesando rítmicamente mi/nuestra Onda Establecida amplificada, arrancando complejas armonías con cada movimiento. Pronto, idYosil subirá a bordo y su espectral personalidad empezará a tomar todo el poder acumulado, a domarlo, a prepararlo para cabalgar el rayo andzier hacia la divinidad.
Si eso fuera todo lo que está en juego, casi me alegraría de ayudar. Soy sacrificable: un golem lo sabe. Y por mucho queme disguste el fantasma de Maharal por su frío desdén, el asombro científico de este experimento podría hacer que mi sacrificio casi fuera razonable. En cierto modo sé que tiene razón. La humanidad ha estado perdiendo el tiempo, inmersa en una orgía de egoísmo, malgastando muchos recursos en tontas satisfacciones personales que nada valen.
Hay algo mucho más grande esperándonos. Lo sé, lo siento ahora con creciente certeza mientras la amplificación andzier aumenta. Maharal, no importa lo retorcida que sea su enfermedad, tuvo la visión de saberlo. Y la brillantez de buscar una puerta oculta.
Sí, cometió algún error. Mi ego no ha desaparecido como planeaba. En vez de dejar sólo un molde copiador perfecto detrás, un sano substrato raíz para que se agarre su alma enferma, mi sentido del yo parece crecer y expandirse a cada minuto que pasa, de maneras que ya no parecen dolorosas sino más parecidas a una voluptuosa bendición.
Y por primera vez se me ocurre… puede que esto no sea malo. De hecho…
De hecho, estoy empezando a preguntarme. ¿Quién está en mejor posición para explotar este magnífico andzie cuando finalmente consiga el poder pleno? ¿Su inventor? ¿El que comprende la teoría?
¿O el que habita dentro de la siempre creciente Onda Establecida? ¿El que la hace posible en virtud de su talento duplicador bruto? ¿El que, pudiéramos decir, nació para ello?
Eh, la comprensión teórica está sobrevalorada. De todas formas, mientras nosotros/yo nos amplificamos, crecemos y nos extendemos, empiezo a sentir el conocimiento de Maharal, corno la brisa de un tarjetero, todas las tarjetas a mano, lo bastante cerca para acceder…
¿Quién dice que él debería ser el jinete y yo la montura?
¿Por qué no al revés?
Es difícil moverse cuando la mitad de ti se ha caído en pedazos o está rota.
Aplastado y quemado, encogido y disminuido, sólo tenía funcionamiento parcial en una pierna para incorporarme agarrándome al fuselaje de la aeromoto. Me apoyé ala cabina y traté de manejar los botones que podía alcanzar. Estaba buscando la radio para transmitir una llamada de alerta general, pero tras unos pitiditos y destellos positivos, ¡disparé el piloto automático!
—Procedimiento de huida de emergencia activado— anunció una voz, lo suficientemente fuerte para que pudiera oírla a través de mis oídos quemados y arrasados. Mi torso se estremeció cuando el motor entró de nuevo en ignición—. Cerrando cabina. Prepárese para elevarse.
Yo estaba aún aturdido y magullado por el viaje de pesadilla que me había traído hasta allí, así que tardé un par de segundos en advertirlo… o en darme cuenta de que la burbuja de cristal caía. Conseguí apartar la cabeza a tiempo, pero no el brazo izquierdo, que quedó atrapado en ese momento de indecisión.
¡Maldición! Estaba acostumbrado al dolor a esas alturas, pero la sensación de aplastamiento fue horrible, pues el dosel transparente trató de cerrarse. Por algún motivo no advirtió que mi brazo estaba en medio. ¿Un fallo? ¿O programó Beta la unidad para no preocuparse por triviales miembros de barro cuando una escapada estaba en juego? Todo lo que pude hacer, mientras los chorros de ascenso lanzaban tierra al aire, fue enviar órdenes para que mi mano izquierda atrapada siguiera pulsando botones, con la esperanza de desconectar el aparato.
¡ En cambio, mis esfuerzos pusieron histérica a la Harley! Se agitó y encabritó, y con cada sacudida rasgaba dolorosamente mi brazo mientras la burbuja de cristal trataba de cerrarse. ¿Por qué no podía la máquina idiota detectar que no había nadie a bordo? Tal vez también servía a Beta como correo sin piloto, para transportar objetos pequeños, como cabezas cortadas.
La poca sensación que tenía en mi pierna izquierda advirtió la temblorosa partida del suelo. ¡Estaba volando otra vez!
Más botones e interruptores cayeron ante mi mano atrapada, que siguió agitándose mucho después de lo que habría hecho un brazo orgánico con los nervios y la circulación cortada. Todo lo que la versión de barro necesitaba era alguna conexión residual para que yo ordenara una demostración de todo su elan restante. El miembro se agitaba salvajemente, buscando cosas de las que tirar y que retorcer, hasta que la firme presión de la guillotina de la burbuja finalmente lo cortara.
El peso de mi cuerpo hizo el resto. Miré hacia abajo…
…a unos quince o veinte metros, casi justo encima del tejado de la cabaña de Maharal.
Retorciéndome frenéticamente durante la caída, conseguí golpear las tejas de uralita primero con mi inútil pierna derecha.
¿Has tenido alguna vez la sensación de ver la vida a través del extremo equivocado de un telescopio? Desde el momento del impacto todo pareció suceder en una Intima de sentidos aturdidos: el ruido y la fuerza trepidante eran cosas lejanas, que le sucedían a otro. Incluso el tiempo pareció suavizarse mientras otra de aquellas extrañas oleadas de otredad me abrumó. Habría jurado que la matéria de aquel tejado comido por las termitas se disolvió mientras yo lo atravesaba, flotando hacia el suelo entre nubes algodonosas de astillas, polvo, insectos y otros escombros.
Al aterrizar de espaldas, sentí un horrible golpe. Pero otros sentidos estuvieron en desacuerdo. Al tocarlo, fue como rozarla tensión superficial de una burbuja de jabón que apenas se estremecía. Una ilusión, naturalmente, pues noté que se habían desprendido más trozos de mí.
En el suelo por fin, vi un círculo irregular de cielo, rodeado de vigas aún mohosas. Pronto el polvillo se aclaró lo suficiente para que pudiera ver la pobre aeromoto de Beta casi directamente encima, más brillante pero más frenética que las estrellas. Entre llamaradas extravagantes, la máquina dañada luchaba por enderezarse, y luego giró trabajosamente para marcharse. Hacia el oeste, advertí al captar un atisbo de Sagitario, y por la orientación de las paredes de la cabaña. Una buena elección, si intentas conseguir ayuda…o ser destruida.
Hablando de destrucción, vi pocas opciones aparte del final de aquella rama concreta del árbol múltiple de la vida de Albert Morris. El cansancio ni siquiera empezaba a describir cómo me sentía. Lo poco de mí que podía sentir ya.
Ya no había ninguna «urgencia salmón». Sólo el canto de sirena de la consumición… la llamada del contenedor de reciclado, instándome a que me reuniera en el gran círculo de barro, en la confiada esperanza de que mi sustancia física encontrara un uso mejor, en un ídem más afortunado.
«Pero no uno que haya visto o hecho más con su vida», pensé, consolándome. Habían sido interesantes aquellos últimos días. Tenía unas cuantas cosas que lamentar.
«Excepto que Clara nunca oirá toda la historia.»
Sí. Era una lástima, reconocí.
«Y ahora los malos ganarán.»
¡Oh, tío! ¿Por qué esa acuciante voz interior tuvo que decir eso?
¿Qué regañina es ésa para sacudir mi complejo de culpa? ¡Si pudiera, la rompería! «Cállate y déjame morir», contesté.
«¿Vas a morirte ahí y dejar que se salgan con la suya?»
¡Mierda! No tenía por qué aguantar eso de algún obsesivo rincón del alma de un golem barato que se convirtió por error en frankie… se convirtió en fantasma… y en cualquier momento iba a graduarse y convertirse en un cadáver derretido.
«¿Quién es un cadáver? Lo dirás por ti.»
Ingenio sorprendente, esa triple ironía. Lo decía por mí, sí. Y aunque intenté con fuerza ignorar la vocecita, sucedió algo sorprendente. Mi mano y mi brazo derechos se movieron, alzándose lentamente hasta que cinco dedos temblorosos aparecieron ala vista de mi ojo bueno. Entonces mi pierna izquierda se sacudió. Sin una orden consciente, pero reaccionando a costumbres imprimadas hace un millón de años, mis miembros empezaron a cooperar unos con otros, intentando manejar mi peso, y luego empujándome para que me volviera.
Oh, bien. Podría servir de ayuda.
Como he dicho, Albert fue siempre cabezota, obstinado, persistente… y supongo que esa maravillosa tendencia se filtró el martes por la mañana cuando me hizo, cuando pasó su alma a este muñeco inerte y deseó que se moviera… con la misma esperanza apasionada que los antiguos escribas sumerios que sostenían hace muchísimo tiempo que cada impresión en barro manifestaba algo sagrado v mágico. Un breve pero potente empujón contra la oscuridad circundante.
Así que repté, usando un brazo y una pierna medio inutilizada para arrastrar lo que quedaba de mí más allá de los muebles rotos y las ajadas alfombras con motivos del Oeste, a través de una puerta abierta con un pestillo destrozado y luego por encima de las frescas pisadas que conducían aun largo y polvoriento pasillo… un pasillo que parecía internarse en la montaña. Siguiendo a Beta.
¿Qué otra cosa podía hacer, ya que parecía claro que era demasiado testarudo para morir?
Había habido pistas. Demasiado sutiles para un tipo como yo, pero alguien más listo podría haberlas captado hacía siglos.
Beta… el nombre significaba «número dos», o segunda versión. El segundo nombre de Ritu era Lizabetha. Y en mitología, Maharal (el nombre que su padre eligió adoptar antes de que ella naciera) era un título que se le daba al último de los grandes hacedores medievales de golems… mientras que otra reverente denominación para alguien con esa habilidad era Betalel o Betzalel.
Y así continuaban, una tras otra, esa clase de pistas infantiloides que te hacen gemir, tanto por tu propia estupidez como por la inmadurez propia de tebeo de todo ello.
¿Otro motivo por el que nunca lo advertí? Tal vez porque soy de corazón anticuado. La diferencia de sexo entre la encantadora y reservada Ritu y el prodigiosamente estentóreo Beta no tendría que haber engañado a un tipo mundano como yo, que ha visto multitud de ostentosos cambios de sexo en rox en su tiempo. El hecho de que me engañara demuestra el viejo conservador que soy en realidad, maldición. Dar las cosas por hechas y sin garantía son la muerte de cualquier detective privado.
Todavía me costaba asimilar todo aquello, mientras trataba desesperadamente de recordar qué había aprendido a lo largo de los años sobre el desorden de personalidad múltiple, o DPM.
No es exclusivo de algunos. La mayoría de la gente experimenta la fluida superposición de subyoes amorfos de vez en cuando; debate o compite internamente cuando hay que tomar decisiones embarazosas e imagina diálogos internos hasta que resuelve el conflicto. Ello no engendra una fractura duradera ni perturba la ilusión de una identidad unificada. En el extremo opuesto están los que tienen cismas mentales rígidos, inflexibles e incluso llenos de autorrechazo; poseen personalidades permanentes con valores, voz y nombre propios, que pugnan por hacerse con el control.
Rara vez se veían ejemplos claros en los días previos a los hornos aparte de unos cuantos casos famosos de estudio y algunas exageraciones cinematográficas, porque un cuerpo y un cerebro no ofrecen suficiente espacio. Confinado aun solo cráneo, un carácter-fachada dominante normalmente ejercía un mando férreo. Si otros acechaban (producidos por traumas, quizás, o debidos a daños neurales), se limitaban a librar guerras de guerrillas por rencor o a sabotearla vida desde abajo.
La idemización cambió todo eso.
Aunque el DPM sigue siendo raro, he visto que la imprimación libera lo inesperado de vez en cuando. Alguna peculiaridad que yacía dormida o reprimida en el original se reproduce en un duplicado, libre para manifestarse en forma de ídem.
¡Pero nunca nada tan extremo como esta oscilación Ritu/Beta! Una oscilación en que la persona original (una profesional aparentemente competente) era de algún modo inconsciente de la existencia de su alter ego, aunque éste secuestraba a casi todos los ídems que hacía.
Como mero criminalista, no soy ningún experto en la diagnosis psíquica. Me aventuré a deducir una posible relación con la enfermedad de Yang-Pitnintel. Posiblemente una variante del Smersh-Eoxleitner, o una rara y peligrosa variedad del síndrome de la ortogonalidad moral. ¡Daba miedo! Sobre todo porque algunos de esos desórdenes están significativamente relacionados con la peor clase de genio: el persuasivo que se autoengaña y encuentra justificaciones morales para cualquier crimen.
La historia demuestra que algunas de esas psicopatologías han sido hereditarias, y han pasado de una generación a la siguiente. Eso explicaría por qué me han superado desde el principio.
Todo esto corrió por mi mente unos pocos segundos después de que Ritu me revelara indirectamente la verdad mediante su metáfora de las crisálidas. Hubiese querido detenerme y mirar; parpadear aturdido, tartamudear preguntas incoherentes… En otras palabras, reaccionar como reacciona desde siempre la gente a la sorpresa extrema. Pero no había tiempo para eso, sólo para continuar nuestra apresurada marcha. ¿Qué elección teníamos, con un pelotón de Betas delante de nosotros, abriéndose paso a tiros por el túnel, y un contingente de refuerzos metiendo presión desde atrás?
Finalmente comprendí por qué los dos grupos de Betazánganos nos habían dejado en paz hasta el momento, permitiendo que la distancia entre nosotros continuara intacta. Tenían a Ritu (su archi y reproductora) a salvo donde querían, a mano por si había que hacer más ídems. No tenían motivos para seguir acosándola. De hecho, se dedicarían por entero a proteger su integridad física.
Traté frenéticamente de encontrarle sentido a todo aquello.
¡Ritu siempre tuvo el poder para destruir a Beta, permaneciendo alejada de las máquinas copiadoras! Si la mariposa se niega a poner más huevos, pronto no hay más orugas.
Para protegerse contra eso, el paranoico Beta habría almacenado copias congeladas por toda la ciudad. Me encontré con una de ellas tras el edificio Teller, después de la redada del martes, cuando habló de alguien que había «tomado mis operaciones». ¿Nos había seguido alguna de esas copias de seguridad para obligar a Ritu a usar una imprintadora?
¿Por qué, en todo el tiempo que había pasado desde nuestra partida, el martes por la noche, no me había advertido Ritu de nada de eso?
Muy bien, en un momento ella había mencionado que sus ídems no eran «dignos de confianza», y que la mayoría se perdían, sin explicación. Incluso la fracción que ejecutaba lealmente sus tareas sólo traía a casa recuerdos parciales, porque (lo sabía ahora) las experiencias perdidas eran capturadas v almacenadas por la personalidad proto-Beta, que las ocultaba en el cerebro de ella. Desde el punto de vista de Ritu, idemizar debía de haber sido un proceso horriblemente ineficaz e insatisfactorio, incluso antes de que descubriera la verdad acerca de Beta.
En ese caso, me pregunté, ¿por qué hacerlo?
Justificaciones. La gente es hábil a la hora de encontrar motivos para seguir haciendo estupideces. Tal vez le preocupaba la moderna intolerancia hacia aquellos que no pueden idemizar, la desagradable suposición de que esa gente es estéril, que carece de alma que copiar.
O podría haber seguido imprintando porque un directivo de Hornos Universales tiene que enviar duplicados, aunque hagan falta cuatro intentos para hacer uno que vaya adonde se le dice. Desde luego, ella podía permitirse el coste.
Tal vez necesitaba fingir desesperadamente que era igual que todo el mundo.
Deduje un motivo más. Una compulsión subyacente. Presión interna que sólo podía ser satisfecha tendiéndose entre las sondas de alma, sintiéndolas palpar y acariciar, pasando sensualmente su Onda Establecida al barro húmedo. Algo parecido a una adicción, junto con la ciega negativa de la adicción que siempre ha asolado a los adictos de todo tipo.
No era extraño que hubiera tardado años en admitir su problema en voz alta.
Yo me había estado preguntando cómo había conseguido Beta localizarnos en el desierto y luego seguirnos tras todas las pantallas de seguridad hasta aquel reducto de seguridad enterrado. I.a respuesta me golpeó. ¡No hizo nada de eso! Beta simplemente yacía dormido dentro de Ritu, acumulando presión en ella hasta que la tensión se hacía insoportable. Llegado ese punto ella había escapado del cabo Citen y de mí y corrido hacia uno de los gigantescos autohornos militares que habíamos visto. Odiándose así misma, como cualquier adicto que cede a su fea costumbre, se tendió, buscando alivio entre los flotantes tentáculos del tetragamatrón, rindiéndose a su insistente mitad, la más fuerte: un maestro ladrón de personalidad desesperada, el arrogante despreocupado que se atrevía con todo y desafiaba toda autoridad del ordenado mundo exterior.
¡No era extraño que yo nunca hubiera podido asociar a Beta con una persona real! Oh, las interminables horas que había pasado en forma de ébano, anotando y codificando laboriosamente fragmentos del habla de Beta y otras tendencias de personalidad, recorriendo la Red en busca de alguien que usara pautas similares de formulación de frases, de sintaxis, de tono… El arduo trabajo con el que un detective perseverante localiza incluso al más escurridizo archicriminal, con tiempo suficiente.
Sólo que todo aquel trabajo había sido un desperdicio en este caso. Porque el villano tenía un escondite perfecto, y Ritu hablaba de una forma que no tenía nada que ver con la de Beta.
Por fin, aquí estaba mi némesis, mi Moriarty, caminando junto a mí por el corredor oscuro, temblando a la vez con miedo y vergüenza en los ojos. ¿Cuánto tiempo duró esta alternancia secreta de personalidades hasta que Ritu sospechó por fin, y luego fue plenamente consciente de su otra mitad delictiva?
¿Por eso había decidido contratarme? ¿Para tener cerca al experto adversario de Beta? Encontrar a su padre desaparecido probablemente tuvo poco que ver, al principio. Hasta que encontraron muerto a Yosil Maharal en la carretera.
Y sin embargo, tenía que haber más conexiones que ésa.
Sacudí la cabeza: me resultaba difícil concentrarme debido ala pura emoción. ¡Porque a estas alturas yo estaba hirviendo de rabia!
Ritu sabía lo que pasaba (el potencial de extremo peligro) cuando salimos juntos el martes por la noche. ¿Entonces por qué no me advirtió? Todas esas horas y días en el desierto, y luego bajo tierra, y ni una sola vez mencionó la presión que debía de haber estado acumulándose en su interior. La nidada de huevos de demonio que llevaba, dispuestos a romper el cascarón en cuanto hubiera una oportunidad.
«Maldita sea su egoísta…»
Algo en mi actitud debió de cruzar el corto espacio que nos separaba. O tal vez la terrible realidad de nuestra situación desgarró las últimas ilusiones de Ritu. Fuera cual fuese el motivo, después de caminar en silencio unos minutos, mi acompañante habló por fin.
—Yo… lo siento mucho, Albea —susurró.
Al mirarle la cara pude ver cuánto valor le había hecho falta para expresar aquella sencilla disculpa. Sin embargo, yo no estaba de humor para dejarla en paz tan fácilmente. Porque los dos sabíamos lo que haría Beta (lo que tenía que hacer) para sobrevivir.
Si Ritu escapaba, podría finalmente reconocer la gravedad de su estado y pedir ayuda en un hospital mientras el suministro de ids congelados en secreto por Beta expiraba lentamente, mientras sus recuerdos se iban haciendo más inútiles y obsoletos.
Sometida a terapia experta, su personalidad secundaria sería sacada a la luz, desafiada, obligada a justificarse o a enfrentarse aun tratamiento drástico.
Incluso si la negativa volvía a hacer acto de presencia y Ritu evitaba recibir ayuda, yo sin duda informaría de la situación a su jefe y su médico personal. De todas formas, con o sin terapia, Beta sería eliminado como mente criminal. Porque la fama sometería a Ritu Lisabetha Maharal al escrutinio continuado del Ojo Mundial… de las cadenas libres de aficionados que nunca perderían a sus ídems de vista. No en los años sucesivos. Las figuras del submundo odian ese tipo de iluminación. La encuentran molesta, como descubrimos en los años que siguieron al Gran Golpe.
Para evitar eso, Beta no podía permitir que ninguno de los dos escapara. Tenía que encontrar un medio de mantener prisionera a Ritu, de esclavizarla para su extraño ciclo de reproducción… una especie de autoviolación queme habría dado escalofríos de no estar más preocupado por mí mismo.
Porque mi viejo enemigo Beta no tenía ningún motivo para mantenerme a mí con vida.
Tratando de encajar las piezas, pensé: Beta debe de ser quien trató de matarme con ese misil. ¿Se dio cuenta de que yo estaba en la pista de… ?»
¡Pero eso no tenía sentido! ¿No había una copia de Eneas Kaolin husmeando cerca de la casa de Maharal, el martes por la noche? Estaba acechando, buscando algo mientras evitaba ansiosamente ser pillado por el gris de Ritu.
Y fue Kaolin quien nos disparó a Ritu y a mí, mientras recorríamos el desierto.
Debe de haber descubierto la relación entre Ritu y Beta, tal vez incluso antes que ella misma.
¿Era el que se estaba «apoderando» de las operaciones de Beta?
Recordé mi primer encuentro con Ritu y su jefe en aquella fabulosa limusina Yago. Los dos parecían unidos y sinceros al querer mi ayuda para encontrar al desaparecido profesor Maharal. En el fondo, cada uno debía de estar pensando en utilizar mi experiencia para controlar la personalidad Beta… y tal vez explotarla…
Pero todo eso cambió el martes por la tarde. Algo asustó a Eneas.
¿Fue el ataque priónico a Hornos Universales? O tal vez otra cosa, relacionada con el padre de Ritu.
Eso podría explicar por qué envió a uno de sus platinos a atacarnos en la carretera. Ritu y yo íbamos disfrazados ambos de grises. Kaolin podría haber pensado que yo estaba aliándome con Beta, y que los dos íbamos a encontrarnos con…
Mi mente se agitaba, agarrando hilos procedentes de todas direcciones. Pero antes de que aquellos pensamientos dispersos pudieran fundirse en una nueva imagen, advertí bruscamente algo mucho más acuciante. Algo que me ofreció un rayo de esperanza y que cambiaba nuestra suerte.
A la izquierda apareció un nuevo pasillo. Una posible salida.
Aquel túnel, más pequeño, se desviaba bruscamente, pegado al que habíamos estado siguiendo hasta el momento. Mi impresión fue que llevaba a otra parte de la cercana base militar que acabábamos de dejar atrás. El profesor Maharal debía de haber tenido más de un objetivo cuando se coló allí en busca de tesoros escondidos, sirviéndose de las maravillas tecnológicas y secretas de la nación.
Ese nuevo agujero era aún más fétido y estrecho que el primero.
Pero constituía una pequeña oportunidad y lo seguí sin vacilación, agarrando a Ritu por el brazo y tirando de ella.
Ritu no se quejó, envuelta de nuevo en su manta de pasiva resignación. No es extraño que se dejara manipular por un producto de su imaginación, pensé… aunque admito que fue una observación fuera de lugar. Qué extraño que su parte más fuerte y agresiva esté reprimida, sólo para ser liberada a través de la idemización. Debe de haber tenido una infancia extraña.
Avanzar era difícil. El túnel era mucho más irregular y tan bajo que teníamos que encogernos gran parte del tiempo. Se habían esforzado menos en alisar el suelo, como si el constructor no hubiera previsto necesitar mucho este pasadizo. Las globoluces eran más escasas y la mayoría parecían haber sido alcanzadas por los disparos en la lucha reciente. Por todas partes yacían fragmentos de guardianes robóticos, mezclados con charcos de golems recientemente disueltos. Los subrogados de barro y silicio habían librado una breve y amarga batalla en aquel estrecho paso.
¿Había habido supervivientes? Más importante, ¿estaban aún programados para evitar dañar a seres hechos de carne? ¿O esas cuestiones legales ya no importaban?
Perdí el sentido del tiempo y el espacio (mi implante no funcionaba allí abajo, naturalmente). Con todo, una sensación de esperanza fue creciendo mientras Ritu y yo corríamos. Debíamos de estar acercándonos de nuevo a la base, a la parte que Yosil había pasado tantos añosgolem intentando alcanzar. Una vez dentro, no perdería tiempo y haría esa llamada telefónica…
De repente, tropecé con algo resbaladizo en las sombras. Un cuerpo gimió e intentó agarrarme con sus enormes brazos, pero conseguí apartarme. Y el golem de batalla tendido no podía perseguirme porque le habían volado tres cuartas partes del cuerpo.
Esa era la buena noticia.
La mala noticia: ahora Ritu y yo estábamos en extremos opuestos del guerrero-muñeco lisiado, que volvió lo que le quedaba de la humeante cabeza para mirarnos antes de preguntar:
—¿Haciendo un último intento, Morrissss?
La voz rasposa y gimoteante era bastante inteligible para ser de alguien a quien le quedaba media cara. La mayoría de los ídems se desintegrarían después de sufrir unas heridas semejantes, con su Onda Establecida deshaciéndose como algodón de caramelo en una tormenta. Pero los modelos gladiatoriales son fuertes.
—No querrás ir por ahí —la cabeza señaló en la dirección a la que yo me encaminaba.
—¿Por qué no? —pregunté—. ¿Eran demasiado fuertes las defen_ sas, Beta? ¿No pudiste abrirte paso?
La figura fracturada se encogió de hombros.
—No, lo conseguirnos. Pero Yossil ya lo había capturado. Lo tiene en su laboratorio. Me estremezco al pensar lo que piensa hacer con.
—¡Eh! ¿De qué estás hablando? ¡Maharal está muerto! Una risa seca.
—¿Eso crees?
Escupí para deshacerme de un sabor espantoso.
—El forense de la policía fue concienzudo. Yosil Maharal murió en accidente de coche. Y a estas alturas cualquier fantasma ya…
—Cualquier fantasma estaría todavía dando guerra, Morris. Pero Alfa nunca te contó eso, ¿verdad?
Alfa. El apodo de Beta para Ritu, naturalmente. A la tenue luz, la cara de ella tenía un aspecto demacrado, asqueado por la figura caída, por sus heridas y su actitud impertinente, pero sobre todo por el Efecto Espejo: el disgusto de ver un reflejo de ti mismo que desprecias. Ella lo encajaba mal.
—¿De qué está hablando? —exigí saber. Pero Ritu se limitó a retroceder dos pasos y negar con la cabeza.
El golem destrozado se echó a reír.
—¡Vamos, díselo! Háblale a Morris del Proyecto Zoroastro y su ataque múltiple al status quo. Como el nuevo método para recargar ídems, para que duren semanas o incluso meses… —Pero eso haría…
—O la investigación para hacer mejores imprintaciones de un ídem a otro. Esa es la parte en la que estoy interesado profesionalmente, desde luego, para hacer que la piratería compense de verdad. Necesitaba detalles que Ritu nunca aprendió en su trabajo diario, allá en la cúpula de dirección de HU, y por algún motivo oculto ella se negaba a bajar a Investigación y Desarrollo, no importa lo duro que yo pinchara.
Así que elaboré a cambio un bonito plan de espionaje… que te utilizaba a ti, Morris.
»Sólo que debió de volverse en mi contra, supongo. Parece que al final molesté a alguien poderoso. Alguien con los recursos para localizarme y…
—Poderoso. ¿Te refieres a Kaolin? Se encogió de hombros.
¿Quién si no? Ya estaba molesto cuando Yosil desapareció, llevándose todos sus archivos y prototipos. Tal vez Eneas decidió que era hora de limpiar la casa, de purgar el Proyecto Zoroastro… y deshacerse de todos sus enemigos a la vez.
»Pero tus suposiciones son tan buenas como las mías. ¡Ésta es la primera en semanas! n lo que se refiere a acontecimientos recientes, lo único que sé es lo que Ritu ha visto y oído. Si tuviera tiempo, emplazaría sentidotes. Verificar lo que creo que asustó a Eneas. Tal vez planear alguna venganza.
»Pero ahora…
Los temblores sacudieron al golem restante. La piel de barro que una vez pareció casi tan magnífica como la de verdad ahora se resquebrajó, imitando rápidamente el ocaso de la edad. Con esfuerzo, idBeta gruñó unas cuantas palabras más.
—Ahora… hay un… asunto… mucho más delicado… que solventar. Sacudí la cabeza.
—Quieres decir que el fantasma de Yosil está intentando hacer algo…
—¡Que hay que detener! —El soldado de barro usó su brazo bueno para intentar coger a Ritu—. Vamos… Dile a Morris… de qué se trata. Cuéntale lo que… papá intenta hacer.
» ¡Díselo!
Una expresión salvaje inundó los ojos de Rito. Dio dos pasos más hacia el camino por donde habíamos venido, de vuelta a meseta Urraca y el santuario oculto de Yosil Maharal. Sólo pude distinguir el blanco de sus ojos cuando la llamé.
—¡Espera! Beta está intentando asustarnos… para que vuelvas con los demás. ¡Pero éste es inofensivo, mira! —Golpeé con el pie y el brazo salió volando, rompiéndose al chocar contra el suelo—. Ven por aquí —urgí, extendiendo la mano para ayudarla a pasar por encima del agonizante muñeco bélico—. Podemos escapar…
—¡Escapar! —El putrefacto ídem de Beta había quedado reducido a la mitad de una cara corroída y parte de un torso, aunque tenía suficiente fuerza de voluntad para emitir una risa gutural—. ¡Ve al final de… essste túnel… Morrisssss… y verássss tu esscapada!
La risotada final del golem fue la gota que colmó el vaso para Ritu. Con un gemido de temor y autorrechazo, se dio media vuelta y corrió se por donde habíamos venido, hacia el túnel principal. Ninguno de mis gritos sirvió de nada.
No se puede razonar con el pánico ciego. No es que se lo reproche. Pronto, como era predecible, oí el grito de desesperación de Ritu cuando se topó de frente con nuestros perseguidores. Más Betas, no más agradables que la versión que tenía a mis pies. Sólo que éstos estarían intactos.
Ahora no podía ayudarla. Mi única posibilidad era darme media vuelta y huir mientras el Beta más cercano se licuaba por fin. Su risotada final me persiguió, empujándome a correr como había hecho con Ritu, después de que sus últimos ecos audibles se desvanecieran.
Observé que allí debía de haber tenido lugar una auténtica batalla. Las máquinas preparadas por Yosil Maharal lucharon denodadamente contra los automátas de barro que contenían un aspecto de la personalidad multifacetada de su hija. ¡El tesoro que perseguían debía de ser importante! Apresurándome, oí un lejano rumor de pasos persiguiéndome, acercándose desde atrás.
Por fin, el burdo túnel terminó bruscamente. Una pared metálica se extendía a izquierda y derecha ante mí, un blindaje que obviamente pretendía mantener a raya a los intrusos. La barrera debería haber funcionado. Podría haberlo hecho, si los guardianes de la base hubieran estado atentos ala presencia de topos acercándose. Eso pretendían hacer, lo sabía. Instalaron todos los instrumentos y programas de vigilancia necesarios. Sólo que alguien mucho más listo consiguió infiltrarse en el sistema de defensa, engañando a los guardianes mecánicos de aquel reducto secreto para que ignoraran los claros sonidos de excavación.
Una ancha placa de acero de alta tecnología había quedado al descubierto, luego una sección entrecortada había sido apartada, evitando con cuidado los detectores de continuidad. Más pruebas de un trabajo hecho desde dentro, planeado por alguien que estaba en el ajo. Naturalmente todo eso era provisional. No tardarían mucho en localizar al culpable, una vez que los servicios de seguridad de la base fueran alertados. El ladrón tenía poco tiempo para ejecutar su plan, fuera cual fuese.
Al acercarme a la fisura en la pared (de un centímetro de grosor, advertí), el implante de mi ojo izquierdo escaneó por si se producía alguna emboscada por parte de algún botbasilisco sobrante, aunque todo lo que vi fueron fragmentos. También me ocupé de hacer esa llamada telefónica a la seguridad de la base, pero no había ningún enlace ala vista todavía. Tendría que entrar y esperar…
Entonces vi el emblema:
Se suponía que la sala blindada sólo tenía una entrada. La vi frente a mí: una pesada compuerta con enormes cierres. Casi igual de impresionantes eran una docena de enormes refrigeradores, cada uno con triple cerrojo y cubierto con sellos que delataran cualquier intento de forzarlos.
Pero alguien los había forzado, sobrepasando con cuidado las alarmas de dos unidades de almacenamiento, y luego abriendo nuevas aberturas para evitar los cierres. De los huevos brotaba condensación en forma de escarcha, mientras las bombas se esforzaban por mantener el frío. Pero ese frío no era nada comparado con el escalofrío que me recorrió el corazón cuando vi los restos del robo esparcidos por el suelo: bandejas de metal abandonadas y tapas de plástico arrancadas que mostraban más de aquellos aterradores símbolos de peligro tóxico. Sin ninguna voluntad consciente por mi parte, el implante enfocó hasta que pude leer algunas etiquetas rotas, con nombres como Saringenia Aérea y Tumoformia Phiddipidesia: Cepa Avanzada.
Clara me habló una vez de la saringenia, una plaga orgánica verdaderamente desagradable que fue probada durante la Guerra de las Burbujas. En cuanto a la phiddipepsia, una versión suave de la que hubo una fuga hace diez años, causó el Saqueo Ecotóxico de los Acuíferos del Suroeste. Me estremecí al imaginar lo que podría hacer una cepa «avanzada».
Según un solemne tratado, se suponía que las cepas habían sido destruidas hacía mucho tiempo.
Naturalmente, los cínicos de la Red siempre cuentan historias espantosas sobre oscuras conspiraciones. Bóvedas como ésta tenían que existir, decían. No forma parte de la naturaleza humana rechazar ningún arma.
Me quedé allí, a medias en la abertura de la pared de metal, contemplando un paraíso para delatores, reflexionando sobre la cantidad del botín si informaba de aquello en las redes abiertas… y preguntándome cómo conseguían los dodecs mantenerlo en secreto hoy en día. Es decir, habría reflexionado acerca de esas cosas, estoy seguro, de no haber estado paralizado de terror. Sobre todo cuando advertí un reguero de brillantes añicos en el suelo… trocitos de cristal de frascos que habían caído durante el apresurado robo.
Ya era demasiado tarde para empezar a contener la respiración.
No sé cuánto tiempo estuve allí, mirando aturdido la brillante escarcha de la muerte. Lo que finalmente me sacó de mi atolondramiento fue un sonidos pisadas rítmicas que anunciaban la llegada de una amenaza más familiar v tangible. Una amenaza que la mente podía comprender.
—Bueno, M orris. Estás aquí —la voz de Beta me sacó de las garras del miedo—. Ahora ves qué está en juego. ¿Por qué no eres un buen chico y te apartas de ahí, eh?
De las sombras surgieron media docena de fornidos ídems bélicos que Beta había robado de la armería de reserva. Avanzaban encogidos por el estrecho túnel.
Mientras se acercaban, sentí que algo precioso empezaba a desvanecerse: mi poder para actuar. Para influir en los acontecimientos. No sé ustedes, pero para mí ese poder significa mucho más que una vida insignificante, incluso una vida real. En este caso, muchísimo más.
Crucé de un salto el espacio que me separaba de la sala de almacenamiento y empecé a correr hacia la puerta situada en el otro extremo.
—¡No! —gritó el Beta más cercano—. ¡Déjame encargarme de esto! No sabes lo que estás haciendo. El calor de tu cuerpo podría disparar…
Me esforcé por hacer girar la gran rueda que controlaba ocho grandes varas de hierro que sellaban la compuerta. No harían falta códigos ni cerrojos para girarla desde dentro, ¿no? Noté que empezaba a moverse…
Pero los golems de batalla son rápidos. Me alcanzaron antes de que la rueda giran treinta grados. Unas manos implacables intentaron hacerme soltar mi presa, lastimando aún más mi pulgar magullado, y luego un Beta de tamaño gigante me atrapó bajo un brazo… una sensación que estaba empezando a odiar, de verdad. Rebulléndome y pataleando, me agité frenético mientras me apartaba de la gran compuerta, hasta que dejarnos atrás la fría superficie de un refrigerador de almacenaje. Cuando mi mano rozó filamentos de lazo luminiscente, los agarré espasmódicamente, tirando y arrancando elementos de sujeción.
¡Eso dio resultado! Bruscamente, las luces ambientales cambiaron de blanco silencioso a rojo de alerta. Unas agudas sirenas empezaron a sonar.
—Se acabó —murmuró un Beta.
—Nos lo llevaremos de todas formas —contestó mi porteador, agachándose para volver a entrar en el túnel mientras me cargaba como si fuera un trozo de carne. Pronto estuvimos corriendo, impulsados por músculos de cerámica aumentados que notaba incómodamente calientes junto a mi piel, sobre todo después de haber dejado aquella sala refrigerada. Todo lo que pude hacer fue ver cómo las paredes depiedra pasaban en un destello, a centímetros de mi cara, v me sentí cada vez más desorientado, como si tuviera fiebre.
¿Estaba ya infectado con alguna plaga de acción rápida? Lo más probable era que fuese mareo intensificado por la desesperación y por una imaginación hiperactiva. Pero ¿quién podía asegurarlo?
Al volver al túnel principal, nos encontramos en medio de un enjambre de otros golems de batalla. El Beta que me transportaba giró a la izquierda, corriendo hacia la fortaleza oculta de Yosil Maharal… al menos eso supuse. También divisé a Ritu entre ellos, ahora más custodiada que antes, con los ojos vidriosos y aislada entre las criaturas que había imprintado: muñecos gigantes y aterradores impulsados por una parte de ella que odiaba.
El eco de los disparos sonaba más cerca que antes, pero parecía estar remitiendo. Al parecer habían llegado refuerzos para acabar con la última línea de defensa de Yosil.
Sin embargo, mucho antes de que alcanzáramos el frente, un segundo murmullo entrecortado llegó desde atrás: gritos distantes y contenidos seguidos por bruscas detonaciones. Vi que los Betas cercanos consultaban entre sí en voz baja y preocupada. Algunos se volvieron para enfrentarse a esta nueva amenaza, apostándose para disparar, mientras que el resto nos empujaban a Ritu y a mí hacia delante.
Al parecer nuestra pequeña fuerza de asalto estaba rodeada. Enemigos por detrás y por delante.
«Magnífico —pensé, sucumbiendo a la fiebre, o a la desesperación—. Será mejor no dejar que las redes de viajeros se enteren de la existencia de este maravilloso lugar. O todos los masoturistas del mundo querrán venir.»
¿Quién dice que Yosil debe ser el jinete?
Su fantasma loco sigue divagando con bravatas pomposas para convencerse así mismo de que todavía está al mando, pero yo he dejado de escuchar. El pobre idYosil no tiene todavía ni idea de que algo ha salido terriblemente mal en su plan.
El andzier me amplificó a partir del triste didtective que fue capturado en la mansión Kaolin. Incontables duplicados-bosones se combinan como gotas en una poderosa ola. Eso es todo lo que se suponía que iba a ser, una simple onda portadora con toda la «yoidad» eliminada.
¡Pero estoy aquí! Asomándome a nuevas dimensiones. Aprendiendo rápido.
Por ejemplo, he estado estudiando esos «ecos» que advertí antes. Son otra gente. Los veo moviéndose nerviosamente a una distancia indefinida. Aquí arde uno en un tono amargo que me recuerda la furia. Allá titila una llama temblorosa con el color ácido del pesar. Pero la tendencia común parece ser el doloroso aislamiento: cada uno es una avanzadilla solitaria, apartada, incomunicada, una chispa solitaria ardiendo en una llanura árida.
Incluso cuando contemplo una multitud de millones (¿una metrópoli cercana?) el principal rasgo de este reino es una dispersión melancólica. Los paisajes urbanos siempre me parecían abarrotados: todos aquellos cuerpos de carne y barro, con ropa y herramientas y fuertes voces. Pero aquí, al verlos reducidos a sus núcleos, te das cuenta de que unos cuantos millones de almas apenas cuentan nada, como hojas de hierba ampliamente repartidas que se llaman desesperadamente a sí mismas un prado.
No, son aún menos. Considéralos diminutas algas salpicando una orilla yerma, tocando sólo levemente el borde de un enorme continente vacío. Es una visión amarga de la condición humana. Sin embargo, el austero panorama me parece excitante. ¡Porque puedo tocarlos!
Un rinconcito de mí todavía se siente obligado a recitar y describir, aunque ahora sé que las metáforas de vista y sonido no son válidas. Yosil tenía razón: nuevas percepciones exigen nuevos vocabularios. El espacio y la proximidad tienen cualidades diferentes en este plano alternativo, donde la localización se basa en la afinidad. El amor o el odio o la obsesión pueden acercar dos aleteos de alma durante un tiempo. Junta, una pareja puede a veces prender un nuevo destello que arde bruscamente esperanzado. Matrimonio, supongo, para dar al fenómeno un nombre cómodamente familiar, e hijos.
No todas esas colaboraciones son duraderas o felices. A pesar de todo, los amables aromas de la alegría emanan de algunas.
Eso da un nuevo significado a la frase «almas gemelas». ¿Cuántos adolescentes deseosos han ansiado encontrar ese otro especial con todos los complementos adecuados para mezclarse en una unión perfecta? La romántica idea siempre pareció tonta porque no tenía en cuenta el trabajo y el compromiso que requiere el amor genuino. Pero mientras escruto este extraño paisaje, diviso pautas y texturas de carácter que parecen complementarse y que prometerían mezclas armónicas si se encontraran.
Qué oportunidad comercial, si algún empresario emprendedor usara alguna vez esta técnica para ofrecer un nuevo y mejorado servicio de citas… Pero Yosil Maharal tenía algo más profundo en mente cuando diseñó esta ventana a una capa más profunda de la realidad. Mira lo que pasa cuando un aleteo empieza a vacilar y luego a desvanecerse. En el llamado mundo real, tenemos una palabra para ello: Muerte.
Unas cuantas de esas ascuas temblorosas brillan con valor inconfundible, mientras que otras rezuman lo que sólo puedo llamar desesperación. Y, en el último momento, algunos hacen un fugaz, extático esfuerzo por ir a otra parte.
¡Ahí hay uno! Una mota moribunda se lanza a través de la solemne extensión como una semilla de diente de león que chispea breve, auspiciosamente…
Antes de caer al marchito llano, vaciándose, dejando detrás una huella polvorienta. Muchas marcas de quemaduras salpican el paisaje en todas direcciones. Más de las que podría contar jamás. La mayoría parecen viejas.
Sucede de nuevo, y otra vez. Los moribundos repiten este vano esfuerzo, uno tras otro. ¿Por qué se molestan, si nunca sirve para nada? ¿Sienten que es un objetivo por el que merece la pena esforzarse, no importa lo negras que sean las expectativas?
Hay algo…10 noto con mis nuevos sentidos. Debe de ser el mismo poder que preconizan algunas religiones: un potencial para una fase más allá del óvulo y el niño, más allá de la larva y el joven. Más allá del hombre o la mujer adultos. Esperanza de continuidad, proliferación, quizás una propagación interminable por un vasto dominio nuevo. ¡La potencialidad me resulta evidente ahora!
Entonces, ¿qué los retiene? ¿Falta de fe? ¿El juicio divino?
No. Esas antiguas excusas no son suficientes. Nunca lo fueron. Pues, ¿dónde está la lógica en basar la salvación en el caprichoso deseo de un creador o en su búsqueda de alabanzas? ¿O en oraciones-encantamientos que varían de una cultura a otra? Eso no es consistente ni científico. No es como funciona el resto de la naturaleza.
Piensa, Albert. Recuerda todas las tragedias que lastraron la vida humana, desde nuestros oscuros comienzos. La enfermedad te arrebató a tus seres queridos. El hambre diezmó tu tribu. Asolado por la ignorancia y la falta de habla, no podías compartir siquiera lo poco que conseguiste aprender. O mira la frustrante torpeza de tus manos y la lentitud de tus pies. ¡O la maldición de tener que estar en un solo lugar cada vez, cuando había que hacer innumerables cosas! Ninguno de esos problemas fueron resueltos con las recetas de los charranes y sacerdotes. Ni por los místicos fatuos ni los monjes condescendientes.
Tecnología. ¡Eso es lo que mejoró las cosas! A trompicones (y a menudo horriblemente mal utilizada por el camino), ahí es donde encontramos respuestas consistentes, seguras, no caprichosas. Respuestas que se aplicaban por igual al señor y al vasallo. Respuestas que mejoraron la vida en todas partes y nunca desaparecieron.
Entonces, ¿por qué no utilizar la tecnología para resolver este antiguo acertijo, la inmortalidad del alma?
Lo admito, estoy- empezando a comprender qué impulsó a Yosil Maharal. Que el cielo me ayude, puedo conseguir su sueño.
A cada momento que pasa, aprendo más.
Hechos explícitos y teorizaciones abstractas van filtrándose, surgidas de idYosil mientras trabaja cerca, sin sospechar, esforzándose por terminar antes de que irrumpan los atacantes. Su conocimiento (el trabajo de toda una vida) me llega deslavazado y sin comprensión. Puedo abarcar la belleza del andzier, por ejemplo, a un nivel estético, antes de que las ecuaciones subyacentes tengan ningún sentido. El ritmo irregular de comprensión es un motivo por el que me he abstenido de actuar. Hasta ahora.
Al examinar todos esos frágiles destellos de ahí fuera, creo que sé qué los mantiene separados: ¡el puro temor de perder la individualidad! De ser esparcidos. De perderse. La gente se acerca y luego se evita entre sí en una loca danza, temiendo a la vez demasiado aislamiento y demasiada intimidad.
Recuerdo ese baile, demasiado bien. Pero el temor ha desaparecido ahora, consumido por mi ordalía en la máquina de tormentos de Maharal. Al convertirme en muchos, ya no temo la perspectiva de compartir una Onda Establecida.
¿Soy como un bodhisattva, entonces, regresando del Nirvana con ayuda compasiva para los no iluminados? ¿Es compasión lo que siento, tan ansioso por intervenir?
Anhelo extenderme, abrazar todos esos débiles aleteos, despertarlos y animarlos y liberarlos. Avivar sus débiles fuegos y obligarlos a reconocer el vacío que los rodea.
No es la humilde versión de la compasión que nos han enseñado a admirar. ¡Al contrario,que un buda, reboso de ambición por mí mismo y toda mi ignorante especie!
Un sincero rincón de mí llama a esto «arrogancia».
¿Y qué?
¿No me cualifica sinceramente eso para el trabajo? Con toda seguridad, yo seré un dios mejor que idYosil.
Algas en una orilla yerma. Cada vez me parece más adecuada esa metáfora. Pues somos muy parecidos a las primeras criaturas que salieron torpemente del mar para colonizar la tierra desnuda, bajo un sol ardiente.
El almapaisaje casi vacío llama, como una nueva frontera. Una frontera llena de mucho más potencial que el estéril espacio exterior con sus simples planetas y gabelas. ¡La ciencia y la religión sólo entrevieron el inmenso potencial que hay aquí! Si podemos hacer que se cumpla.
¡Yo puedo hacerlo! Lo sospecho con creciente excitación. Pero hay unas cuantas cosas que decidir primero…
Espera. ¡Ahora lo veo! Una verdad que el profesor Maharal advirtió hace semanas Su fantasma intentó explicármelo, con analogías de mecánica cuántica. No las comprendí, pero ahora resulta tan claro…
El cuerpo es un ancla.
Ese parangón de la evolución orgánica, el maravilloso logro de la mente humana y el cerebro que hizo posibles la conciencia de uno mismo, la abstracción y la Onda Establecida… el cuerpo viene bien equipado para todas esas maravillas, pero también lastrado con instintos y necesidades animales, como la individualidad, ansiando el aislamiento de yo v tú como un pez necesita la caricia del agua que lo rodea.
¡Para terminar de llegar a tierra, dejando para siempre el mar, debemos abandonar el caparazón de la carne!
Esta comprensión debió de aterrorizar al profesor Maharal, disparando una división entre su rig y su rox, entre hombre y golem, copia y arquetipo, ídem y amo. RealYosil vio que el autoasesinato se acercaba cono una consecuencia natural de su propia investigación. Puede que incluso estuviera de acuerdo, en teoría. Pero el cuerpo se defendería, inundando. su cerebro real de hormonas de pánico, haciéndolo huir por el desierto en una ciega y fútil escapada.
Natural mente realAlbert tenía que seguirlo entonces en la muerte. Tanto el jinete como los espejos deben carecer de ancla. Otro pequeño precio de la divinidad. Ahora lo comprendo.
Sólo que de repente advierto algo más.
No será suficiente cortar sólo dos enlaces corporales.
Habrá que soltar más almas para alimentar el ansioso proceso del andzier.
Más asesinatos… a gran escala.
Las imágenes se vierten sobre mí… cosas que idYosil había empujado a un rincón de su ’neme. Veo un símbolo (un trébol de guadañas rojo sangre), acompañado de unas palabras: contagio aéreo. Luego otra rápida impresión de misiles… cohetes esbeltos y eficientes, robados y montados, preparados para disparar sobre blancos urbanos. En un momento que se acerca.
¡Necesito saber más!
Lo que idYosil ha planeado puede que sea justificable. La evolución no se produce sin dolor ni pérdidas. Un montón de peces murieron para que tinos pocos se pusieran en pie. El precio puede que merezca la pena…
!Pero sólo si pueden obtenerse los beneficios!
Yosil ya ha sido demasiado descuidado. El experimento se desvió de su curso establecido, o sino, ¿por qué sentiría yo esta creciente oleada de poder y ambición mientras el número de mis duplicados perfectos sigue multiplicándose, congregándose corno magma bajo un volcán? Yo soy el que se está preparando para cabalgar la Gran Ola._ algo que idYosil no previó nunca.
Si cometió un error, puede que haya cometido otros. Será mejor que lo compruebe, y rápido.
No se le debería permitir que masacrara a tantos inocentes.
Al menos, no basta que yo esté seguro de que hay una alta probabilidad de éxito.
Reptando penosamente tras una pista de pisadas en el polvo, impulsado en medio de una ardiente agonía por poco más que testarudez, arrastrando el peso muerto de este cuerpo moribundo con sólo un brazo bueno y una pierna que funcionaba a medias… no pude dejar de preguntarme por qué yo ídem me merecía esto.
Mi objetivo era perseguir a Beta, capturar al hidjo de puta antes de que este cuerpo mío se disolviera, frustrar su maligno plan… fuera cual fuese. ¿Y si eso resultaba demasiado pedir? Bueno, entonces tal vez podría molestarlo un poco. Mordiéndolo en los tobillos, si no otra cosa.
Muy bien, no era un gran plan. Pero mi otra motivación, la curiosidad, que me había mantenido en marcha durante dos días completos, no me servía ya. Ya no me importaba la pugna secreta entre tres genios (Beta, Kaolin y Maharal), sólo que los tres debían de pensar que se habían librado por fin de esta verde copia barata, ¡y-maldita sea si no iba a demostrarles lo contrario!
Así es como me sentía mientras salía arrastrándome del saloncito de la vieja cabaña y me internaba en la montaña, siguiendo las huellas de Beta por el suelo irregular de una cueva… una gruta natural de arcilla que debía de haber atraído a Maharal para construir aquí, en primer lugar erigiendo esta cabaña sobre la entrada y, luego, usando la caverna para instalar un refugio científico clandestino.
Las burboluces proyectaban largas sombras sobre las estalactitas y otras formas goteantes que titilaban a lo largo de sus húmedos flancos. Perlas de agua brillaban mientras caían. Si mis oídos funcionaran, sin duda habría oído un golpeteo rítmicamente agradable mientras las gotas golpeaban charcos ocultos. Pero un sonido me llegaba: una vibración grave que sentía en el vientre mientras me arrastraba por el suelo de piedra se intensificaba cuando perseguía a Beta pendiente abajo… algo que me resultaba más fácil que escalar, supongo.
Pronto pasé junto a una pared que había sido cortada y alisada por manos humanas. Mi ojo bueno atisbó figuras, grabadas en la cara rocosa a golpes, una cada vez. Petroglifos, marcados por algún pueblo nativo del pasado que consideró esta cueva un lugar sagrado de poder, donde se podía implorar a las fuerzas de la naturaleza y se invocaban milagros. Formas humanoides con brazos y piernas como palos blandían sus lanzas contra bestias burdamente dibujadas: sueños más sencillos, pero no menos ambiciosos ni menos sinceros que los actuales.
Dejadme vivir y prevalecer», suplicaba la magia en la pared.
«Amén», coincidí yo.
A lo largo de un centenar de metros no hubo ninguna otra distracción. Arrastrarme con un brazo y una pierna mala se volvió tan normal que me costó trabajo recordar otro modo distinto de existencia. Entonces, parpadeando confundido, me encontré ante una decisión: una desviación en el camino.
A la izquierda, una habitación pequeña contenía maquinaria zumbante. Mecanismos familiares: un congelador, una imprintadora, un horno. Automáticos y listos para usar.
Por delante, una rampa bien iluminada descendía hasta el vientre de la montaña. Las vibraciones procedían de allí. Era también la dirección que seguían las huellas de Beta. El foco de grandes acontecimientos. Probablemente el laboratorio secreto del doctor, en toda su gloria.
No me molesté en examinar el tercer camino, que llevaba a la derecha. Y hacia arriba, uf. Ya tenía bastantes problemas decidiendo entre sólo dos opciones. ¿Debía seguir a Beta, o intentar algo realmente osado?
El autohorno llamaba, sus luces brillando con el mismo color que yo tuve la primera vez que Albert me fabricó hace ya tanto tiempo. Sin duda estaba mucho más cerca que intentar capturar a Beta arrastrándome tras él. ¡Qué atractiva la idea de cambiar un cuerpo destrozado y moribundo por otro fresco!
Ay, no había ninguna garantía de que pudiera subir a la plataforma imprintadora con sólo un brazo y una pierna mala, y mucho menos manejar correctamente los controles poniendo en movimiento la golemereación.
Desventaja número dos: todo c1 mundo sabe que no hay garantía cuando una copia intenta hacer copias. Cierto, Albert era (o es) un copiador excelente. ¿Pero intentar un ídem-a-ídem usándome a mí como molde? Siendo en el mejor de los casos un frankie barato, ahora una ruina completa, ¿cómo podía hacer nada más que una cosa torpe y sin mente? Además, el esfuerzo de llegar a la plataforma del perceptrón sin duda acabaría con este cuerpo.
Por un lado, justo delante había un suave camino que bajaba hasta el centro de todos los secretos…
Ése no es el camino.
Di un respingo. Era la maldita voz exterior otra vez. La maldita regañina.
Puede que no quieras ir a la derecha.
Hacia arriba.
Podría ser importante.
Una furia obstinada se apoderó de mí. ¡No necesitaba que una pendencia me amargara los últimos momentos de mi penosa existencia!
Oh, pero tal vez sí.
Y para mi sorpresa, advertí que algo en esa declaración sonaba a verdad.
No pude (y todavía no puedo) explicar qué me hizo decidir aceptar ese consejo contra toda lógica, abandonando dos opciones conocidas para invertir todo lo que me quedaba en una temible escalada final. Quizá se reducía a… ¿por qué no?
Apartándome del tentador autohorno, y de las odiadas huellas de Beta, empecé a subir arrastrándome aquellas burdas escaleras.
Ritu y yo estábamos atrapados en aquel horrible túnel bajo meseta Urraca, con una banda de enemigos avanzando hacia nosotros desde atrás mientras otros bloqueaban el avance por delante. Sólo pudimos agazaparnos en el estrecho pasadizo mientras los ecos de los disparos resonaban en ambas direcciones.
Beta parecía estar quedándose sin guerreros. Sólo asignó a un zángano dañado para vigilarnos. Con todo, parecía bastante capaz de controlar a dos orgánicos asustados.
—Tendría que haber hecho más de mí cuando tuve la oportunidad —gruñó el gigantesco golem.
Ritu dio un respingo. Ya estaba agotada de imprintar a tantos ídems con la personalidad alternativa que llevaba dentro de su cabeza, obligada a hacerlo por una compulsión más fuerte que la adicción. La idea de copiar más sólo aumentaba su autorrechazo. Me preocupó que Rita de pronto diera un salto y tratara de poner fin a su miseria corriendo hacia la zona de combate, arrojando su cuerpo ala melé antes de que los guerreros de ambos bandos pudieran detener el fuego.
Como carecía de cualquier otro modo de ser útil (y necesitaba urgentemente que me distrajeran de mis propias preocupaciones), intenté hacerle unas preguntas.
—¿Cuándo descubriste lo de Beta?
Al principio ella pareció no escucharme: se mordió los labios, moviendo nerviosamente los ojos de un lado a otro. Repetí la pregunta. Por fin, Ritu contestó sin mirarme directamente.
—Incluso de niña sabía que me pasaba algo raro. Algún conflicto interno me hacía hacer o decir cosas que no pretendía o que lamentaba más tarde, saboteando relaciones y… —Ritu sacudió la cabeza—.
Supongo que un montón de adolescentes podrían describir d mismo problema. Pero empeoró muchísimo cuando empecé a imprimar. Los ídems se perdían, o regresaban sólo para descargar recuerdos fragmentados. ¿Puedes imaginar lo frustrante e injusto que resultaba? Yo nací en este negocio. ¡Sé más de idemización que la mayoría de los empleados de desarrollo de HU! Seguía diciéndome que debía de ser un fallo en la maquinaria. Y que se resolvería con el modelo del año próximo. —Se volvió a mirarme—. Eso debe de ser el proceso de negación, supongo.
«No jodas.»
Era como decir que el océano estaba húmedo.
—¿Buscaste ayuda?
Ella bajó los ojos, asustada.
—¿Crees que necesito ayuda?
Me costó mucho trabajo reprimir una risa horrorizada. La fuerza de la represión en su interior debía de ser increíble para preguntar una cosa así mientras estábamos retenidos en aquel horrible lugar.
—¿Cuándo empecé a comprender? —continuó Ritu al cabo de unos segundos—. Hace semanas, oía mi padre discutir acaloradamente con Eneas sobre si debían anunciar o no algunos logros, como el de extender el lapso de vida de los ídems. Eneas decía que el método no estaba listo y se quejaba de cuánto en la investigación de Yosil apuntaba a aspectos místicos como la imprintación nohomóloga…
Hice un esfuerzo por atender mientras Ritu desgranaba por fin su historia. Me interesaba, de verdad. Pero el túnel era tan sofocante y caluroso… No pude dejar de preguntarme si mis sudores eran el síntoma de alguna vil plaga contraída durante mi breve visita a la sala dedicada a la guerra biológica. ¿Estaban rasgando ya mi carne patógenos super-rápidos?
¡No quería pensar en ello! Como Ritu, busqué distraerme de la indefensión con el diálogo.
—Hum… ¿Podrían esas discusiones con Eneas explicar por qué se ocultó tu padre?
—Supongo que sí… Pero ellos siempre habían peleado como hermanos, desde que Eneas adquirió el proceso Bevvisov-Maharal para animar sus muñecos de cine-efexesp. Los dos solían recuperar la calma y resolvían las cosas.
—Pero no esta vez. Kaolin…
—¡Acusó a Yosil de robar archivos y equipo! Me di cuenta de que Eneas estaba furioso. Sin embargo mantuvo su ira controlada, como si mi padre tuviera algún poder sobre él. Algo que impedía interferir incluso al presidente de Hornos Universales, no importa lo enfadado que estuviera.
—¿Chantaje? —sugerí—. El ídem de Kaolin estaba husmeando en la casa de tu padre cuando me reuní contigo allí el martes por la noche. Tal vez buscaba pruebas que destruir, después de haber matado a Yosil…
—No —Ritu negó con la cabeza—. Antes de que se marchara por última vez, oía mi padre decirle a Eneas: «Soy tu única esperanza, así que no te interpongas en mi camino si no tienes agallas para ayudar.» Eso asusta un poco, lo admito, pero no suena a chantaje. De todas formas, sigo sin poder creer que lineas asesinara a nadie.
—Bueno, un ídem que se parecía a Kaolin nos disparó esa misma noche, en el desierto.
Como siguiendo una indicación, varios estampidos resonaron en el lugar donde la retaguardia de Beta combatía a sus enemigos sin nombre. El pánico volvió a encenderse en los ojos de Ritu… hasta que expulsó el temor una vez más. A su modo, estaba mostrando auténtico coraje.
—Yo… he pensado en eso. Eneas no estaba sólo preocupado por mi padre, ¿sabes? También tenía una obsesión creciente con… Beta —Ritu escupió la palabra con disgusto—. Eneas se gastó una fortuna en seguros y en seguridad, intentando cortar el acceso de Beta a las tecnologías y el material de HU. Supongo que en algún momento debió de descubrir la verdad sobre mi otra mitad. —Indicó con la cabeza el guardia-golem cercano—. A Eneas debió de amargarle que Beta supiera todo lo que yo sé sobre la compañía. Ni siquiera podía demandar-me o vengarse sin hacerme daño a mí… a la Ritu Maharal que siempre trató como a una hija. Ni podía hablar conmigo sobre el problema. Eso sólo habría alertado a Beta, así que no podía hacer nada.
—Aún peor —añadí yo—, a Kaolin le preocuparía la posibilidad de que Beta y Yosil Maharal hubieran forjado una alianza. Rito sacudió la cabeza.
—Esa sola idea volvería loco a Eneas.
—Entonces su golem nos disparó en la carretera porque pensaba que tú eras Beta —concluí—. Ibas disfrazada de ídem. ¡Y yo pensando todo este tiempo que iba por mí! Pero entonces, ¿quién disparó un misil contra mi casa y…?
Una rápida bala llegó zumbando, interrumpiéndonos cuando rebotó en el techo. Ritu dio un respingo. Por cuarta o quinta vez, trató de apretujarse contra mí. En medio de aquel caos, lo más natural habría sido que nos abrazáramos. Pero yo retrocedí, manteniendo la distancia, ya que podía estar transportando algún tipo de virus.
La alternativa era seguir hablando. Ladeé la cabeza para mirarla fijamente a los ojos.
—¿Qué hay de tu padre? —pregunté—. ¿Qué estaba haciendo aquí que asustara tanto a Kaolin? ¿Por qué robar galenas y armas al Ejército? ¡Y agentes biológicos, por el amor de Dios!
»Rito, ¿qué sigue pasando aquí, días después de su muerte?
Mi vehemencia la hizo retroceder. Ritu se llevó ambas manos a la cabeza. Su voz se quebró.
—¡No sé nada de eso!
Alguien más se unió en ese punto a la conversación.
—Déjala en paz, Morris. Estás acosando al yo equivocado.
Era el golem de batalla herido que nos vigilaba, tan firme hasta ahora que nos habíamos estado escudando tras él como si fuera una piedra. La cara de mentón cuadrado se volvió, observándome sin apenas expresión. Con todo, sentí el desdén familiar de mi viejo enemigo. Ni siquiera saber, por fin, que era producto de una sobrecompensación neurótica me sirvió de mucho. Seguía odiando a aquel tipo.
Beta habló con voz grave y rechinante, pero con el mismo tono despectivo.
—Como sospechas, teníamos un acuerdo, Yosil y yo. Me suministró una cantidad ilimitada de repuestos golem especializados, salidos directamente de Investigación, con todo tipo de grandes prestaciones como piel pixelada que puede cambiar de pautas de color a voluntad.
—Estás bromeando.
—No. Yosil ayudó a enviarlos directamente al frigorífico de suministros de Ritu mientras yo trabajaba desde dentro, para asegurarme de que ella nunca examinara sus repuestos con atención. Juntos, hicimos que pareciera que varios ídems suyos estuvieran haciendo exactamente lo que ella quería que hicieran, minimizando sus preocupaciones y recelos. Fue de gran ayuda en mis operaciones y funcionó bien… hasta hace poco tiempo.
—¿Y qué conseguía Maharal a cambio?
—¡Le enseñé el bello arte de la evasión! Cómo esquivar y evitar y marear al Ojo Mundial. Mis contactos en el submundo fueron de gran ayuda. Se convirtió en una especie de pasatiempo padre-e-hijo. —El ídem le guiñó un ojo a Ritu, que se estremeció y se dio la vuelta, así que Beta volvió la sonrisa de inteligencia hacia mí—. Sospecho que papá siempre quiso un niño —dijo.
La crueldad entre hermanos puede ser repugnante. Igual que el odio autodestructivo. Aquello se encontraba a medio camino entre ambas cosas.
—Tengo que admitir —continuó Beta—, que ella me presentó batalla estas últimas semanas. Desde que me descubrió, dejó de imprintar y mató a todos los Betas que se acercaban a ella para descargar. ¡Empecé a quedarme sin versiones de descarga diarias!
—Ese ídem en descomposición que encontré en un vertedero tras la casa…
—Bang. —Beta usó un dedo para remedar el disparo de una pistola—. Ritu lo eliminó. Luego se hizo con el equipo de maquillaje de papá y se disfrazó para parecer gris, esperando que la farsa le permitiera venir al sur contigo y… —Beta negó con la cabeza—. Bueno, tengo que admitir que su fuerza de voluntad me sorprendió. Sólo pude interferir un poquito, desde dentro. ¡Bien por ti, Alfa!
—Qué enternecedor —respondí por Ritu, que parecía demasiado enfurecida para hablar—. Así que papá te quería más. ¿Por eso estás intentando entrar en su santuario ahora mismo? —Antes de que Beta pudiera contestar, algo encajó en mis pensamientos—. El laboratorio no está dormido, protegido por centinelas robot. Hay alguien dentro, ahora mismo, planeando usar las armas biológicas robadas para ejecutar algún retorcido plan. ¿Es el asesino de Yosil? ¿Ettentas entrar para vengar a tu padre?
Beta hizo una pausa, luego asintió.
—En cierto modo, Morris. Pero ya que las verdades ocultas están saliendo a la luz, bien podrías saber —hizo un gesto hacia Ritu— que tenemos muchas más cosas en común con nuestro padre de lo que podrías imaginar.
Ritu parpadeó, mirando directamente al golem por primera vez.
—Quieres decir…
—Quiero decir que un genio como el suyo nunca podría ser contenido en una sola personalidad, o confinado a un único cerebro humano. En Yosil, las divisiones eran menos explícitas. Sin embargo… Dejé escapar un gruñido de comprensión, al recordar algunos argumentos de pelids malas que Ritu y yo habíamos comentado durante nuestro viaje por el desierto. ¿Cuántas trataban de la misma vieja pesadilla, en términos contemporáneos: el temor a ser conquistado por tu propia creación, tu propia mitad oscura? En Ritu, la tecnología sacó a la luz una pesadilla interior, ampliando una tendencia de personalidad molesta hasta convertirla en un archicriminal reconocido.
¿Hasta dónde podría llegar el mismo síndrome, si lo liberaba un virtuoso?
—Entonces Maharal…
Antes de que yo pudiera terminar, un agudo silbido resonó por el pasillo. Beta gruñó, satisfecho.
—¡Ya era hora!
El gran ídem de guerra se levantó torpemente, sin apoyarse en el lado izquierdo, gravemente herido, y nos indicó a Ritu y a mí que lo siguiéramos.
—El camino está despejado.
Cuando Ritu se estremeció, el golem intentó tranquilizarla.
—Imagina que es una reunión familiar. Vamos a ver en qué se ha convertido papá.
No había burboluces en la burda escalera y no tenía ningún medio para medir el tiempo que pasé arrastrándome peldaño a peldaño, impulsado por un único brazo bueno y una pierna semifuncional, dejando trocitos de mí mismo por el camino. La ascensión pareció imposible de medir excepto por los rítmicos latidos cada vez que mi forma apaleada se aupaba. Conté ciento cuarenta de esos pulsos. Ciento cuarenta oportunidades de relajarme en la oscuridad para siempre, hasta que la completa negrura que me rodeaba empezó a remitir.
Una luz atenuada se deslizó por las escaleras, tentativamente líquida, lo cual me alegró un poquito. Es difícil sentirse completamente falto de esperanza durante ese momento en que captas por primera vez el amanecer.
Era el amanecer, lo verifiqué pronto, que se filtraba por un hueco en la pared de una modesta sala, casi llena por completo por una máquina enorme. Al arrastrarme hasta allí, vi una boca de carga que se dirigía a la estrecha ventana. Un marco irregular contenía más de una docena de cilindros finos con aletas dorsales y pectorales, como para deslizarse con agilidad a través de agua o aire.
Mi ojo bueno divisó los ominosos símbolos en forma de cuchillo que marcaban las estilizadas partes delanteras. Con todo, tardé en comprender.
«Misiles —pensé, combatiendo la fatiga de la expiración—. Almacenados en un sistema de lanzamiento automático.»
Y… Advertí que una fila de indicadores electrónicos se iluminaba. La maquinaria acababa de activarse.
A medida que me hago más grande, a medida que el conocimiento fluye en mi interior, más aprecio la grandiosa visión que atrajo a mi torturador a este lugar y hora. Sin embargo, cuanto más se acercó a la grandeza en los meses recientes, más intimidó al pobre Yosil Marahal. No es extraño, pues se encontraba solo en lo alto de una cima que había sido construida a lo largo de milenios por las mentes más grandes de la humanidad, cada una combatiendo la oscuridad a su modo, contra todo pronóstico.
La lucha fue lenta al principio, con más intentos fallidos que progresos. Después de todo, ¿qué podían conseguir los hombres y mujeres primitivos, qué secretos podían descifrar sin el fuego o la electricidad, careciendo de bioquímica o almística? Sentían que debía de haber algo más en la vida que dientes y garras, las primeras etapas concentradas en su único don precioso: la capacidad para las palabras. Palabras de persuasión, ilusión, de poder mágico. Palabras que predicaban amor y mejora moral. Palabras de suplicante oración. Llámalo magia o llámalo fe. Bien dotados de esperanza (o de buenos deseos), pero poco más, imaginaban que las palabras por sí solas serían suficientes, si se murmuraban con la sinceridad necesaria, en encantamientos adecuados, acompañando hechos y pensamientos puros.
Los sucesores posteriores, revelado el esplendor de la matemática, supusieron que ésa era la clave. De las armonías pitagóricas y los enigmas numerológicos como la Cábala a las elegantes teorías de las supercadenas, la matemática pareció ser el lenguaje de Dios, el código que utilizó para escribir el plan de la creación. Como la mecánica cuántica, el elegante barajar de fermiones despegados y bosones gregarios, todas las elegantes ecuaciones componían un edificio creciente. Eran cimientos, maravillosamente ciertos. Pero no lo suficiente. Pues las estrellas que anhelábamos tocar permanecían demasiado lejanas. Las matemáticas y la física sólo podían medir el enorme golfo, no cruzarlo.
Lo mismo ocurría con el prodigioso reino digital. Los ordenadores mostraron una breve imagen, indicando que los modelos de software podían ser mejores que la realidad. Los entusiastas prometieron mentes nuevas y mejoradas, percepción telepática, incluso poder trascendente. Pero la cibermateria no llegó a abrir grandes portales. Se convirtió en otro útil juego de herramientas, oro ladrillo en el muro.
En la época del abuelo, la biología era la reina de las ciencias. ¡Descifra el genoma, el proteoma y su sutil relación con el fenotipo! ¡Resuelve el acertijo de la naturaleza y consigue el control de la naturaleza! Fueron logros tan vitales como dominar el fuego y acabar con la costumbre de la guerra.
Sin embargo, ¿hubo respuesta a las preguntas realmente profundas?
La religión las prometía, siempre en términos vagos, mientras se retiraba de una línea en la arena a la siguiente. No mires más allá de este límite, le dijeron a Galileo, luego a Hutton, Darwin, Von Neumann y Crick, retirándose siempre con gran dignidad ante al último avance científico, y luego marcando el siguiente perímetro en el borde sombrío del conocimiento.
«De aquí en adelante es el dominio de Dios, donde sólo nos llevará la fe. Aunque puedas haber penetrado los secretos de la materia y el tiempo, creado vida en un tubo de ensayo, incluso cubierto la Tierra de duplicados múltiples, el hombre nunca se infiltrará en el reino del alma inmortal.»
Sólo que ahora estamos cruzando esa línea, Yosil y yo, armados no con virtud, sino con habilidad, usando toda la sabiduría recopilada por el Homo technologicus durante diez mil años de dolorosa lucha contra la ignorante oscuridad.
Queda por resolver un asunto antes de que la aventura pueda empezar.
¿Cuál de nosotros pilotará… y cuál navegará?
Oh, hay otro tema.
¿Puede comenzar adecuadamente una empresa tan osada, si empieza con un crimen terrible?
IdYosil aparta el péndulo, preparándose para subir a bordo y arrojar su último idemcuerpo al andzier, justo entre los espejos. Se acabaron los nerviosos tartamudeos sobre filosofía y metafísica; puedo sentir el grave tamborileo de miedo en su Onda Establecida, tan estremecedor que roba al pobre gris el poder del habla. Un temor corno el que realYosil debe de haber sentido el lunes, cuando vio que las cosas se le escapaban de las manos, sin ningún modo de evitar pagar el precio definitivo de la soberbia.
Un temor intensificado por los acuciantes acontecimientos, mientras los últimos defensores mecánicos caen ante el ejército del túnel…
Y los instrumentos muestran por fin a idYosil que algo ha salido mal en su precioso plan. Las lecturas del andzier no son lo que imaginaba que serían en este punto. ¡Puede que finalmente sospeche que todavía estoy aquí, no borrado sino cabalgando el tsunami! Haciéndome más poderoso a cada segundo que pasa.
El péndulo tiene previsto atravesar el andzier, por su mismo corazón. De repente me doy cuenta: esto va a doler. De hecho, podría ser peor que nada de lo que soporté como orgánico, o idemizando una copia cada vez.
Ahora veo cómo se supone que va a funcionar: cómo el fuego interior de idYosil puede disparar las energías ampliadas del andzier, enviando su propia imprintación a cada paso, corno si deslizara un sello cilíndrico rodando y rodando sobre suave arcilla. A pesar de todo lo que ha salido mal en su plan, a pesar de mi presencia continuada, podría funcionar. ¡Puede que consiga tomar el mando y eliminarme!
O bien, puede que nos cancelemos el uno al otro, dejando detrás un salvaje rayo de esencia espiritual que se alimenta a sí mismo y que podría surgir de aquí sin guía, como una tormenta que todo lo consume. Un psiclón…
No creía que nada pudiera asustarme ya. Estaba equivocado.
Ahora mismo todo lo que quiero es regresar. Volver a la tranquila belleza del almapaisaje. Contemplar de nuevo esos territorios vírgenes, más vastos que ningún continente inexplorado, más prometedores que una galaxia, aunque apenas colonizados todavía por unos meros miles de millones de minúsculas motas de algas por toda la orilla, motas que apenas sospechan su propio destino latente.
Sobre todo un puñado de algas (unos pocos millones) que no sospechan que han sido marcadas para un destino especial, para hacer el sacrificio definitivo. Como los esclavos que acompañaban a los monarcas —aói contribuir la potencia dels ecundario rayo andzier, impulsando energías-alma, la Onda Establecida a nuevos niveles.
Los antiguos habrían llamado a esto «necromancia», atraer fuerzas místicas del misterioso poder de la misma muerte. No importa el nombre, seguirá siendo un crimen horrible…
Y yo casi lo he aceptado. Todas esas débiles ascuas que vi antes, almas humanas moribundas esforzándose en sus últimos momentos por liberarse, y luego cayendo, incapaces de dejar impresiones en el suelo yermo… harán que sus esperanzas frustradas merezcan la pena, ¿verdad?
Después de contemplar el Continente de la Voluntad Inmortal, atraído por esta inmensidad de posibilidades, ¿cómo puedo preocuparme en serio por unas cuantas algas condenadas en la orilla?
Excepto…
Excepto que uno de esos diminutos destellos ha empezado a molestarme, corno una piedra en el zapato. Como un guijarro en mi silla. El almapaisaje no mide la distancia en metros, sino por afinidad, y esta chispa estaba demasiado cerca para advertirla, apegada a mí como una sombra. Sólo que ahora me vuelvo para examinar la irritación y descubro que…
¡Soy yo!
O más bien, es el Albert Morris que vive y respira… la fuente de la Onda Establecida que yo he amplificado profundamente. Puedo sentirle acercarse en el espacio físico, lleno de todos esos temores, impulsos y compasiones orgánicas. Nervioso y sin embargo tenaz como siempre, tan cerca que casi podríamos tocarnos.
¿Cómo pudo suceder?
¡IdYosil dijo que había matado a Morris con un misil robado! La muerte del cuerpo debería liberar el ancla, liberando el alma. Vi las noticias de la muerte, la casa y el jardín ardiendo… y sin embargo sobrevivió.
¡Por eso mi personalidad no sucumbió ni fue borrada! La onda siguió reimprintándose de algún modo, de la fuente original, hasta hacerse autocontenida.
Es magnífico. Me alegro de estar aquí. ¿Pero ahora qué? ¿Interferirá la presencia de Albert? ¿Clavará su ancla biótica el andzier a la «realidad» cuando llegue el momento crucial de la liberación?
El fantasma de Yosil ha terminado de atarse. Con los soldiddos enemigos echando abajo la última puerta, no puede seguir perdiendo tiempo. Preparándose para dejar volar el péndulo, hace acopio de valor para una orden vocal.
—i Inicia la fase final! —le grita al ordenador de control—. ¡Lanza los cohetes!
Bien. Preparado para la batalla, puedo sentirme tranquilo. Lo que está a punto de sucederle a la ciudad no es culpa mía. El asesinato en masa de tantos no será obra mía. Su karma no puede afectarme.
Soy tan víctima como cualquiera, ¿no?
Haré que su sacrificio merezca la pena.
Una sola estrella pálida brillaba a través de la ventana, parpadeando como las luces del panel de la oscura máquina que casi llenaba la habitación en lo alto de las escaleras. Sentí ominosas vibraciones sacudir el suelo mientras el mecanismo despertaba. Los estilizados objetos entraron en prieta formación en la máquina sumimistradora, cada uno con símbolos escarlata en forma de guadaña. Yo no estaba tan perdido ya como para no reconocer un sistema de lanzamiento automático. Maldición. ¡Qué desastre!
Sí, qué desastre.
Tal vez deberías pararlo.
En vez de reproches, lo que necesitaba ahora eran ideas. ¿Cómo se suponía que iba a detenerlo?
Los botones brillaban, por enzima de la altura del hombro de un hombre normal. Uno de ellos podría interrumpir el lanzamiento desde su controlador remoto. Pero ¿cómo llegar hasta allí? El flanco del arma, liso y militar, no ofrecía asideros adecuados para un manco tendido en el suelo. Era aún más difícil que tratar de auparse a aquel autohorno de abajo.
—Yo… no puedo… —un ronco susurro surgió de mi garganta—. Está demasiado lejos.
Entonces Improvisa.
Miré alrededor, pero no vi ninguna silla ni ningún saliente al que agarrarme. Ninguna herramienta útil, ni siquiera piedras que tirar. La ropa barata que Eneas Kaolin me dio, hacía ya media vida, había desaparecido casi por completo, hecha jirones inútiles.
ÓRDENES LOCALIZADORAS ACEPTADAS, dijeron unas ominosas palabras. CALCULANDO TRAYECTORIAS. Siguió una serie de números.
Incluso en mi lamentable estado pude reconocer los datos del alcance y la dirección.
«Algún maníaco va a dispararle a la ciudad!»
Deduje que se trataba de Beta. Sin duda asesinó al profesor Maharal para apoderarse de estas instalaciones. ¿Por qué? Desesperado por_ que todos sus planes de sidcuestro se desplomaban, supuse. Mi viejo enemigo debía de esperar causar tal caos que las autoridades tendrían tareas más urgentes que perseguir a un ladrón de copias.
Frustrado y tendido en el suelo, supe que mi teoría no tenía sentido, y no me importó. Lo que importaba era detenerlo. Daría cualquier cosa. Mi penosa vida, desde luego. Ya había dado mi brazo izquierdo ala causa. Qué más podría…
Un grito escapó de mi boca deteriorada. Algunas cosas sólo son obvias después de pensarlas.
Sí, tenía una herramienta que podría funcionar, si me apresuraba.
No iba a ser fácil… pero ¿qué lo es?
El ejército de golems de guerra robados y hechos a sí mismos finalmente se abrió paso. Mientras Ritu y yo dejábamos atrás los últimos defensores rohóticos vencidos, una docena de cascados veteranos de Beta corrió hacia el otro lado para ayudar a la retaguardia. ¿Cuánto tiempo podrían resistir a las fuerzas que nos atacaban desde la base?
No mucho. Tuve la sensación de que las cosas iban a precipitarse.
«Más vale. Puede que no me quede mucho tiempo.»
Salía humo de los bordes de una puerta blindada con un gran agujero de quemadura en el centro. Todavía brotaban oleadas de calor del metal recién fundido cuando pasamos a lo que debía de ser el cubil enterrado de Yosil Maharal. Ritu y yo nos encontramos ante un parapeto que dominaba una escena completamente extraña: una gruta llena a rebosar de equipo, gran parte improvisado a partir de material con el logotipo familiar de HU. Sin duda aquél era el material electrocerámico que Kaolin había acusado a Maharal de robar del trabajo. «¿Qué demonios estaba intentando conseguir aquí? —me pregunté—. Sin duda realizar algún tipo de investigación que Eneas le prohibió que prosiguiera en el Departamento de Desarrollo de la compañía.»
Recordé las palabras, da maldición de Nrankenstein», seguidas de una imagen entrecortada de una nube en forma de hongo.
Enormes cables como antenas fluían de todos los ángulos hacia un par de figuras humanoides, situadas en extremos opuestos de la sala, la una frente a la otra, con los brazos abiertos. Uno de esos ídems era rojo oscuro, el otro del tono gris especializado que yo uso a veces. Complicados aparatos de carga cubrían sus cuerpos de barro, aunque no pude imaginar para qué podían servir tantos enlaces.
Entre la pareja de ídems, una especie de gigantesco mecanismo de relojería marcaba el tiempo al compás de un enorme péndulo. IY vaya sino había otro golem allí, moviéndose adelante y atrás corno un niño en un columpio!
Ése gritaba como un poseso.
Ésas fueron algunas de las cosas que mis ojos vieron. Más interesantes eran las cosas que se suponía que no debían ver.
Primero, ¿me estaba muriendo ya de alguna fiebre terrible? Me sentí mejor al llegar a la luz más brillante y el aire más fresco del laboratorio después de aquel maldito túnel. Sólo que ahora las náuseas revolvieron mis vísceras, como esas sensaciones de mareo que los astronautas solían describir, allá en la época en que la genterreal arriesgaba la vida en el espacio. Las entrañas encogidas, casi tan duras como mis dientes, que apenas dejaron escapar un gemido.
«Ya está —pensé—. Un supervirus de acción rápida. Muerte en cuestión de minutos.
»Lástima. Estaba a punto de averiguar qué estaba pasando aquí.»
¿Tendría que haberme quedado en casa y volado por los aires? Al menos habría sido rápido. Nunca conseguí el que era mi objetivo cuando partí el martes por la noche.
«Clara, lo siento. De verdad que intenté…»
Aparecieron más síntomas, nublando los sentidos. ¡Podría jurar que el espacio entre los golems cautivos, que parecía claro como el aire momentos antes, ahora ondulaba y se agitaba como un fluido denso! Las ondulaciones tenían el aspecto de un sueño imposible de calibrar, como la interpretación de un escultor de humo de cambios de humor maníacos.
Tuve una breve impresión de que batallones de entidades idénticamente espectrales ocupaban la zona confinada, en multitudes ilimitadas, y de algún modo no abigarradas, con espacio para más en sus bien ordenadas filas. Excepto cuando pasaba el péndulo. Entonces surgían bruscas ondas, transformando muchas de las figuras en marcha, dándoles un rostro.
Flotando ante mí, vi el rostro de Yosil Maharal.
—Albert, ¿estás bien? —murmuró Ritu, pero yo aparté su mano. Que se lo tomara como rabia por meterme en aquel lío. No quería contagiarla.
No quería infectar a nadie. Así pues, a pesar de las convulsiones estomacales, las apariciones y la desorientación, me obligué a dejar de mirar lo que sucedía en el centro del laboratorio y a volverme hacia la maquinaria de apoyo que flanqueaba las paredes de la gruta, buscando alguna pista sobre aquellos agentes patógenos. Eran todo lo que importaba.
Allí.
Con los ojos llorosos, localicé un ordenador. Uno de esos caros modelos IA-XIX. Enormemente listo para ser de silicio. Una de las principales herramientas de Maharal, sin duda, tal vez incluso un controlador maestro. Y el tipo de aparato que un tipo como yo podía romper en pedazos sin conocer datos concretos de cómo ni por qué.
«¿Puedo llegar hasta allí y hacerlo rápido?»
Al menos era un objetivo.
Un Beta cercano (quizás el mismo id de guerra que nos habló en el túnel) se agarró a la barandilla del balcón y gritó con una voz cuyo tono súbitamente quejumbroso me sorprendió. Nunca había oído a Beta hablar así.
—¡Yosil! ¡Padre, alto… teníamos un trato!
Maldita sea esta compulsiónpor recitar, insertada en uno de los golemcuerpos que sirven corno espejos para abarcar la creciente onda-forma.
Un nuevo tipo de Onda Establecida surge entre los polos andzier. Pronto escapará a su confinamiento, atravesando estos muñecos de porcelana con suficiente poder para vivir durante semanas sobre una ciudad moribunda, alimentándose de la muerte de millones de llamas-espíritu a punto para su extinción… comida suficiente para completar la transición de creado a Creador.
Mientras esa cuenta atrás continúa, una lucha desesperada tienelugar. ¿Qué marca llevará el dios hecho del andzier? ¿De quién será la personalidad núcleo? Ahora mismo la ondaforma oscila entre dos estados posibles… dos definiciones discordantes de yo soy.
Yosil está conmigo ahora, nuestras fronteras se solapan en giros infelices, como fluidos imposibles de mezclar. ¡Los dos aullamos en contra de esta fusión antinatural! Es como tratar de cargar al ídem de otro, una calamidad que nadie intenta dos veces. ¿Cómo se puede compartir sin estar de acuerdo en dimensiones como izquierda y derecha? ¿Arriba-abajo? ¿Dentro-fuera? Todo es subjetivo en el plano almístico. Mis versiones se desvían en ángulos que no tienen nada en común con los suyos.
La comunión vendrá cuando yo por fin me alce sobre este paisaje como una deidad transformadora. ¡Estableceré medidas justas que sean sencillas, universales, y luego invitaré a todos a unirse a mí en un vasto cosmos nuevo! Usando materia prima más básica que el vacío, juntos crearemos estrellas, planetas, nuevas Tierras enteras. Pero primero, adquirir el control.
Yo estaba aquí antes, creciendo inconmensurablemente durante las últimas horas. Pero mi adversario sabe más teoría. También tiene la ventaja de la posición. Con cada rítmico pase, el péndulo corta como una hoja, dirigiéndose hacia el suave centro del andzier, el punto más energético e impresionable.
Peor, me distrae la presencia de realAlbert, tan cercano que su imagen entra en mí a través de un conjunto de ojos. El ídem rojo puede verlo, apoyado en una barandilla mientras baja del parapeto. «Real-Albert tiene un aspecto penoso. Está sudoroso y pálido. Tembloroso.
Hecho un asco/
¡A cada paso que se acerca, el andzier tiembla!
Él es mi arquetipo… la razón por la que sobreviví a ser borrado para alcanzar este punto.
Ahora se está interponiendo.
El pobre Albert tendrá que desaparecer.
¿Alguna vez has intentado arrancarte una pierna? Hace falta motivación.
Ayuda que te estés cayendo a pedazos.
Incluso así, tirando con fuerza con mi mano y mi brazo buenos, hice pocos progresos mientras el lanzador de misiles iniciaba su cuenta de comprobación final.
Déjame hacerte una sugerencia.
Allí estaba otra vez, la voz que me había guiado hasta ahora. No tardé en sentir una caricia en mi piel endurecida, y dentro.
Ese apéndice ya no forma parte de ti.
Imagina eso.
Apártate de él.
Dispara estas enzimas sobre la marcha.
Así…
Mi conocimiento de química era como poco rudimentario. Sin embargo las instrucciones tenían de algún modo sentido, como recordar una habilidad perdida. «Naturalmente, así es como hay que hacerlo —pensé, ignorando momentáneamente que las instrucciones procedían de un amigo imaginario—. Sencillo. Debo recordar esto.»
Todo el dolor y la fatiga huyeron de la pierna. Entre aquel creciente aturdimiento, toda la energía sobrante se agotó, no fundiéndose sino endureciéndose como si fuera un horno rápido.
Mi siguiente tirón fue recompensado por un crujido quebradizo. Tiré de nuevo y el miembro se desgajó por debajo de la cadera, dejando un reguero goteante de alma-tejido hecho jirones que chispeaba y resplandecía.
En mi mano tenía ahora una réplica casi perfecta de una pierna humana en terracota cocida, doblada por la rodilla. La sopesé. Era bonita, pero difícilmente aerodinámica.
OBJETIVO LOCALIZADO, anunció la pantalla del lanzador-controlador. El misil número uno se deslizó hacia su lugar con su sombría cabeza de combate escarlata.
El zumbido de la máquina aumentó en intensidad. Supe que sólo tenía una oportunidad.
Al bajar del parapeto, sentí las piernas corno si fueran burdos palos en los extremos de nudos pulposos. Oleadas de náusea me abrumaron mientras me agarraba sudoroso al pasamanos. Sin aliento, habría vomitado si mi estómago hubiera recibido algo más que unas cuantas barras de proteínas durante los últimos días. El hambre y el cansancio eran factores que influían en mi estado, por supuesto, pero un deterioro tan tremendo tenía que obedecer a otra cosa: sin duda a una fulminante plaga bélica que algunos arrogantes dodecs almacenaron al fondo de un agujero blindado. Una herramienta de genocidio, prohibida por solemnes tratados. ¿ Pero quién elimina jamás un arma?
¿Era mi agonía un avance de las cosas por venir, para millones? No tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo en el centro del laboratorio con todas aquellas antenas y tubos zumbantes y péndulos oscilando entre ídems crucificados, cono una pintura de pesadilla de El Bosco. «Pero sé que hay gérmenes implicados, así que tiene que ser maligno.»
Eso simplificaba las cosas. «Tengo que impedirlo.» Pero ¿cómo?
Mi viejo amigo Pal tenía una filosofía: «Cuando careces de comprensión, o de sutileza, puedes conseguir que tu argumento prevalezca con un martillo.»
Un credo simplista y a menudo alocado, pero que ahora mismo resultaba bastante atractivo. «Si estropeo lo suficiente las cosas, Clara y sus amigos tal vez tengan tiempo de encontrar este lugar. Vendrán a hacer el resto… a descubrirlo todo. Así que, sea lo que demonios sea que esté ocurriendo, encuentra una manera de interferir.»
Incluso una determinación vana es suficiente para aferrarse a ella.
Mientras la náusea empeoraba a cada escalón que bajaba, vi el ordenador IA-XIX… y una silla plegable de metal cercana. Justo lo que necesitaba, a falta de martillo. Suponiendo que todavía pudiera levantarla cuando llegara allí.
Cosa que parecía dudosa a medida que mis síntomas empeoraban. A medio camino me sentí asaltado por desagradables criaturas invisibles con aguijones y garras que me dejaban la carne temblando después de cada corte fantasmal. «Imaginaciones —diagnostiqué—. Tu cerebro está inventando historias para explicar las señales desagradables de un cuerpo moribundo. Sigue moviéndote.»
Bien. Pero dos escalones más tarde los incordios imaginarios recibieron los refuerzos de inquietantes estallidos de vivos recuerdos, ondas sensoriales que me hicieron tambalear en las escaleras.
El inconfundible aroma floral del parque de la avenida Chávez. Lanzas y escudos desplegados sobre el ataúd abierto de un muerto.
Ritu llorando, consolada por una figura con piel como lata luminosa.
Caminando ante un trío de niños que se atormentaban mutuamente en un patio…
…y luego volverme para ver una pistola en la mano del fantasma sonriente…
Esos recuerdos diversos no surgieron de la experiencia personal, ni de ningún ídem que yo recordara haber cargado. Tenían que ser ilusiones. Sin embargo la sensación de déja vu era dolorosamente intensa, como la primera vez que pasé mi Onda Establecida a barro, o fui testigo de una escena desde varios puntos de vista, o me miré directamente a mis propios ojos sin una cámara o un espejo.
Despertar atrapado en un contenedor lleno de líquido.
Ver tablillas cuneiformes y figuras de Venus… y sentir un dolor como nunca imaginé, generado por máquinas, amplificando mi sub-tono de alma, mientras presionaba por borrar todo lo demás de mí…
Tambaleándome bajo esta andanada de frenéticas imágenes, también oía gente gritando. Beta y Ritu con toda seguridad, y tal vez otros, todos ellos parecían muy lentos mientras que el tiempo se arrastraba más a cada segundo que pasaba. Pocas de sus frenéticas palabras eran claras. De todas formas, sus pasiones parecían insustanciales mientras yo me detenía en el último escalón, con un pie vacilando sobre el suelo del laboratorio.
De algún modo sabía que dar un paso más empeoraría aún más las cosas. Al mirar ala izquierda, vi que casi estaba en línea con los golems gris y rojo, con los brazos abiertos el uno frente al otro mientras el péndulo oscilaba lentamente entre ambos. El ídem más cercano, gris oscuro, volvió su cabeza hacia mí, y casi pareció familiar a mis ojos cansados.
Entonces, inesperadas, sin que las pidiera nadie, unas palabras temblorosas entraron en mi cabeza.
«RealAlbert tiene un aspecto penoso. Está sudoroso y pálido. Tembloroso. Hecho un asco.»
¿Qué era eso? ¿Otro síntoma?
Nada de distracciones. Tenía que ir al encuentro de una silla plegable, a unos metros de distancia.
Dar otro paso me hizo recorrer los últimos centímetros… hasta el suelo.
Completando el alineamiento.
¡Y de repente el cielo pareció caérseme encima! La voz intrusa se volvió de un bajo profundo, llenándome la cabeza de comentarios urgente-compulsivos en tiempo presente:
«¿ Se está muriendo realAlbert? ¿Perecerá Pronto? ¿Y Si Mi “Ancla” Orgánica De Repente Se Deja Ir Durante Esos Momentos Finales Antes De Que El Andzier Remonte?»
«Calculando…
»Parece Que La Sacudida De La Muerte Podría Dar A Mi Onda-forma Una Ventaja Contra Yosil. ¡Podría Incluso Echar De Aquí A Su Molesto Espectro!»
Demonios. Un dolor punzante atravesó mis lóbulos parietales. Me tambaleé bajo los extraños pensamientos queme asaltaban. Parecía una idcarga, sólo que más intensa y extraña.
«El Ataque De Mi Enemigo Se Vuelve Más Desesperado A Cada Oscilación Del Péndulo. No Hay Acuerdo. ¡Si Él No Puede Tener El premio No Lo Tendrá Nadie!
»Yosil Y Yo Podemos Aniquilarnos Mutuamente, Vomitando El Andzier Sin Guía, Asolando Un Plano De Realidad Que Las Defensas De La Sociedad Ni Siquiera Están Preparadas Para Detectar. Toda Esa Gente Condenada En La Ciudad, A Punto De Sufrir Una Muerte Terrible… No Puedo Dejar Que Sean Sacrificados En Vano.»
Asolado por el enorme tamaño de aquella entidad, por sus vibrantes pensamientos, me pregunté cómo podía tener eso nada que ver conmigo. Y luego cómo podía no tener que ver. No lees las mentes de otras personas. Sólo de diferentes versiones de ti mismo.
«RealAlbert Empieza A Comprender! Lo Ayudaré, Antes De Que El Péndulo Vuelva A Pasar.
»Se Está Muriendo Sea Como Sea. Cuando Vea Lo Que Está En uego, Hará Lo Adecuado.
»¡Qué Aprópiala Que Mi Creador Se Una A Mí En El Mismo Momento En Que Hará Más Bien!»
Esa atronadora narración, como la espuma en una ola, era sólo la capa superficial de una carga monstruosa. Grité, llevándome las manos a la cabeza mientras los acontecimientos de varios días fluían a mi cerebro a través de un enlace desprotegido, sin mitigar. Surgiendo del estentóreo clamor había datos esenciales…
Qué fue de mi gris que desapareció en la mansión Kaolin el martes. Ampliado y multiplicado por millones, ahora era parte de una gran máquina cuyo aterrador propósito empezaba ahora a comprender…
Y quién quemó mi casa y mi jardín, un ídem renegado que asesinó a su propio rig. El mismo que ahora cabalga ese péndulo, gritando. En una fracción de segundo, comprendí por qué… y qué significaba ser un «ancla».
Y qué se nos estaba ofreciendo.
Y su coste.
Nuestras Pautas Se Funden. A Pesar De Un Cerebro Anonadado, RealAl Comparte Mi Nueva Visión. Con Creciente Asombro, Per Gibe El Almapaisaje En Su Salvaje Belleza, Apenas Tocado Por Algunas Motas De Algas En La Orilla.
»Mira Más Profundamente, Albert. Mira Cómo El Almapaisaje Emergió De Las Potencialidades Ilimitadamente Inherentes Del Mar De Dirac. Dormido Durante Un Billón De Años, Espera Una Entidad Que Pueda Observar. Alguien Capaz De Colapsar Todas Las Probabilidades Cuánticas Con Una Gracia Nunca Imaginada Por Los Teó.
¡Basta!
»¡Toda Esa Tecnocháchara Procede De IdYosil! Mientras Su Espectro Atraviesa La Onda Establecida, Sigue Intentando Imponer Su Punto De Vista De Lo Divino.
»¿Cuántos Ciclos Más Antes De Que Nuestro Conflicto Lo Rompa Todo?»
«La Decisión Depende De RealAlbert.
»¡Decide! Le Digo Al Hombrecito Orgánico Que Una Vez Fui.
¡Decide Ahora!»
Nuestros pensamientos no estaban en sincronía. El tiempo transcurría de manera distinta para esa versión alterada y amplificada de «mí», su voz surgía y luego enmudecía en oleadas. Necesité varios intensos segundos de instrucción antes de que mi mente orgánica, más lenta, comprendiera los contornos: el elegante descubrimiento hecho por el genial padre de Ritu. Y su plan para llenar el arco de vida de una especie.
¿Cuántas veces he despreciado a esos místicos chalados que se toman literalmente la palabra «almística»? Más allá de nuestro banal poder para vivir vidas paralelas, ellos veían la esperanza implícita (o el tácito temor) de que la humanidad había cruzado una línea, embarcándose en un nuevo destino. ¡Y aquí estaba yo, y se me ofrecía un papel clave en la cosa más grande desde el Big Bang!
Para obtenerlo, todo lo que tenía que hacer era morir.
« ¿No Está Sucediendo Ya? Sólo Adelántalo Unos Minutos», sentí que me urgían.
«Usa Cualquier Herramienta. Un Palo Servirá.» Tambaleándome, divisé un lápiz afilado en una consola cercana. Antes de desearlo (y tal vez no lo deseé), el fino utensilio estuvo en mi mano, la punta se acercó a mi ojo.
Un empujón y una nueva era nacería.
—Oh, Dios —gemí.
Y mi propia voz contestó, surgiendo de mi boca con una respuesta. —«Sí. Estoy Aquí. Y Te Aseguro Que Esto Me Servirá.»
’Pendido en el frío suelo de piedra mientras un helado amanecer asomaba a través de una ventana abierta, sopesé mi única arma… la pierna doblada y cocida que arranqué de mi propio cuerpo.
Sólo tendría una oportunidad de lanzarla bien.
El lanzanrisiles chasqueó mientras una pantalla anunciaba: PREPARADO.
La entrometida voz que me había guiado hasta aquí había desaparecido. Casi eché de menos tener público para mi esfuerzo.
«Allá va», pensé. Mi único miembro en funcionamiento (un brazo y su mano) latió con todo su poder mientras lanzaba…
La punta del lápiz se acercó a mi ojo. Gruñendo una imprecación, sentí el rápido estímulo del cercano dios-máquina. Un buen empujón y una nueva era nacería, cumpliendo una miríada de sueños infelices.
De todas formas, me he matado muchas veces, desde que cumplí dieciséis años, ¿no?
Pero se trataba de ídems.
Mi orgacuerpo protestó contra el plan. ¡Luchó por sobrevivir!
La misma pelea con el instinto apartó a realMaharal de su propio proyecto hacía una semana, haciéndolo huir sin descanso a través de la noche y el desierto.
—«Pero Tú Estás Hecho De Materia Más Dura —respondió mi propia boca—. Únete A Mí. Será Igual Que Cargar»
Un día es suficiente para un ídem, cuando sabe que se reunirá con un yo más grande. ¿No era esto lo mismo? Los santos se dirigían a las llamas con menos seguridad de la que a mí se me ofrecía.
«Muy bien», pensé, mientras la decisión fluía por mi brazo. La punta del lápiz tembló…
De repente una llamarada de luces de advertencia ámbar estalló cerca, atrayendo mi mirada por instinto.
Los holodiagnósticos se centraron en un objeto de extraño aspecto que obstruía una rampa. La noticia de aquel sabotaje provocó una aguda resonancia entre el gris, el rojo y todas sus copias virtuales.
«¿Por Qué No Están Volando Los Cohetes?
»Ah, Ahí Está La Causa… ¡Otro Yo!
»El Verde Del Martes, Hecho Para Limpiar Retretes Y Cortar El Césped…!Ese Atontado Ni Siquiera Debería Existir Ya!»
¿Un verde? ¿El que se declaró «frankie» y se marchó a buscar su autoculminación?, me pregunté. ¿Cómo podía estar allí? La pantalla del IA-XIX mostró nuevas letras:
—«Ignora La Distracción —murmuró mi propia voz. El Lanzador Se Reparará Solo. Vuelve Al Asunto Que Nos Ocupa.»
El asunto que ocupaba mi mano: conseguir la inmortalidad como lo hicieron Escher y Einstein, con un lápiz. La adrenalina se disparó y mi corazón redobló. El reptil, el primate, el cavernícola y el hombre urbano trataron todos de amotinarse. Pero ahora la resolución espiritual parecía mucho más fuerte que el instinto.
«Será como cargar», pensé, haciendo acopio de valor.
Sólo que otra distracción apartó de nuevo el arma improvisada. Esta vez fue el dolor. Brillante, deslumbrante, luminoso dolor.
«Yosil Ha Comprendido Mi Plan… ¡Que La Sacudida de La Muerte de RealAlbert Puede Expulsarlo!»
«Yosil Reacciona, Canalizando Una Andanada De Refinada Agonía Para Sacar A Albert Del Alineamiento.
»El Pobre Albert Gime Ante Las Súbitas Imágenes De Fuego Y Azufre. Dolores Infernales Sacuden Las Porciones Animales Que Siempre Vienen Imbuidas En La Carnerreal, Incitándolas A Fluir O Luchan»
«Ahora El Golem DeYosil Grita Desde Su Oscilante Asidero, Llamando A Su Hija Para Que Baje… ¡Para Que Empuje A Albert A Un Lado Y Ocupe Su Lugar En El Rayo!
»Con Esto Se Cumplirá Su Acuerdo, Jura. Pero Ella Tiene Que Darse Prisa.
»En Los Segundos Que Quedan, Debo Volver A Atraer A Albert.
Mostrarle Que El Dolor Es Una Ilusión.»
—«El Dolor Es Una Ilusión —me tranquilizó mi propia voz. La voz que pronunciaba las palabras desde fuera de mi cerebro—. El Dolor Es Un Espejismo Comparado Con La Hiperrealidad Del Gran Almapaisaje.
»Míralo Ahora, Albert.
»¡Contempla!»
De inmediato, el panorama de aquel enorme reino nuevo se extendió ante mí, más amplio y más hermoso que ningún horizonte de la Tierra, llamándome desde un abismo infernal, sustituyéndolo con atractivas muestras tomadas de todos los «cielos» jamás imaginados.
¡Los placeres de un paraíso sensual!
La felicidad de la aceptación y el amor sin reservas.
Y la serenidad sin nombre que procede de la liberación de la Gran Rueda. ’Todos esos cielos y más, ofrecidos sin trucos ni engaños, pronto serían míos.
«Nuestros», pensé, imaginando un mundo mejor para todos. Para toda la gente. Toda la vida.
¡Funcionó! Las visiones tranquilizaron mis partes «animales», calmando la resistencia, allanando el camino.
Y sin embargo…
Mientras extendía la mano, también sentí la fluctuante presencia cercana del ídem verde, ahora apenas un leño móvil tendido en el suelo de una fría cámara en algún lugar de aquel mismo laberinto, escaleras arriba, contemplando indefenso cómo el lanzador de misiles desplegaba unidades robóticas de reparación para desatascar un penoso miembro de cerámica. El valiente sacrificio del golem sólo había conseguido un poco de tiempo para la ciudad. Minutos, en el mejor de los casos.
Naturalmente, él no sabía nada de las otras ramificaciones, más amplias, ni del bien mayor que saldría de todo esto, de la invitadora inmensidad que nos esperaba en el enorme almapaisaje.
Y sin embargo…
Y sin embargo…
Había algo en el verde allí tendido, tan patético tras haber hecho aquel grandioso y vano intento.
Los sentimientos surgieron libremente dentro de mí. Primero una suave caricia, luego un cosquilleo en el fondo de mi garganta. Un cosquilleo que salió como una risita sorprendida.
Luego una risa ante aquella indefensa parodia de mí, manca y deteriorada, revolcándose en el suelo, destrozada y sin amigos, sin ni siquiera otra pierna que arrojar, pero todavía intentando intervenir.
La imagen era dolorosa, enternecedora… ¡y graciosa!
Lágrimas y risas fluyeron como magma desatado, no de la mente, sino de las tripas. Me reí de la patética cosa, de su valor y su desgracia y su cómica obstinación. Es más, en ese momento supe con claridad meridiana que no estoy hecho para ser un dios.
Todas aquellas perspectivas celestiales que me habían mostrado eran posibilidades reales, a punto para la unificación. Sólo que ahora advertí qué era lo que faltaba. ¡En ninguna de ellas había lugar para el humor!
¿Cómo podía haberlo? Todo mundo «perfecto» eliminaría la tragedia, ¿no? Eso significaba renunciar a la respuesta humana a la tragedia, la desafiante levedad que puede hacer que incluso un gesto inútil merezca la pena, incluso (sobre todo) una injusticia insoportable.
Oh, tío. Yo tenía más en común con aquel verde hecho pedazos que con cualquier pomposo e hinchado gris endiosado.
Esta reflexión pareció apartar grandes condensaciones de niebla. Sintiéndome de repente entero otra vez, arrojé el estúpido lápiz al otro lado de la sala con una carcajada despectiva.
Luego empecé a buscar aquella silla plegable.
«Increíble. ¡Ha Rechazado La Oferta!
»Peor, RealAlbert Pretende Inmiscuirse.
»Puedo Detenerlo. Extenderme Y Aplastar Su Latente Corazón. Hacer Estallar Una Arteria. Interrumpir Los Canales De Sodio En Unos Cuantos Millones De Neuronas Bien Escogidas.
»Le Estaré Haciendo Un Favor.
»Para Ganar El Premio, Parece Que No Sólo Debo Derrotar A Yosil. También Debo Imitado.
»Debo Aplastar A Mis Otros Yoes.»
Con un poco más de ánimo, me aparté del gran aparato amplificador de almas y vi lo que estaba buscando, un artefacto mucho más sencillo, justo delante de mí. Al agarrar y alzar la silla con ambas manos, supuse que Pal daría el visto bueno a mi martillo. Tenía un peso agradable. Me sentí más fuerte y lleno de determinación cuando la descargué, primero contra la holopantalla del ordenador. REPARACIONES COMPLETADAS AL 60%, destelló mientras la frágil pantalla se hacía pedazos, llenando el aire de chispeantes meshtrodos. ¿Satisfecho? Claro, pero eso no era más que una holounidad. El verdadero corazón superconductor del IA-XIX se encontraba debajo, en una envoltura fenólica.
La silla se alzó de nuevo mientras alguien gritaba. ¿Fue Ritu o Beta, que se acercaban mientras los estirados segundos pasaban lentamente? ¿Importaba?
Al siguiente golpe me sentí asaltado por desagradables sensaciones.
Palpitaciones en el pecho. Latidos en el brazo. ¡Podría haberlo considerado doloroso, pero me habían enseñado que el dolor no existe!
La caja de la CPU se resquebrajó al primer golpe. Podrían hacer falta varios, más una oración para que el profesor Marahal no se hubiera entretenido en hacer una copia de seguridad remota. Alcé la silla una vez más, mientras mis labios se movían, murmurando de nuevo a cuenta de la megaentidad del rayo andzier.
—«Albert… Yosil Y Yo Estamos De Acuerdo En Esto… Hay Que Detenerte.»
Quise gritar, «y un cuerno», pero un fuerte puño se cerró alrededor de mi corazón, haciéndome retroceder.
Sin embargo, las palabras siguieron surgiendo por mi boca.
—«Lo Siento… Debe Hacerse… Y Se Hará.»
Fue entonces cuando otra voz intervino, reverberante y extraña, como salida de ninguna parte.
Oh, no, no se hará.
Tan súbitamente como vino, la presión en mi pecho desapareció, dejándome tambaleante, casi a punto de perder el sentido. La conciencia osciló. Pero no podía rendirme ahora. No después de haber visto el ejemplo de aquel pobre verde.
«Puedo hacer todo lo que quiera.»
Apretando los dientes y gruñendo con fuerza, descargué una vez más la silla con todas mis fuerzas.
«¿Funcionó?», me pregunté después de arrojar mi antigua pierna a la rampa de lanzamiento. Luego, durante un minuto, me sentí exultante mientras la máquina se detenía, gruñendo y quejándose.
SECUENCIA DE LANZAMIENTO INTERRUMPIDA, anunció la pequeña pantalla.
Sólo que mi triunfo fue breve. Pues a ese mensaje le siguió un segundo que me gustó bastante menos.
REPARACIONES INICIADAS, dijo la pantalla mientras media docena de zanganillos de mantenimiento surgían de la máquina. Correteando como hormigas obreras hacia la fuente del problema, empezaron a tirar y empujar mi perdido miembro de cerámica. Dos de ellos encendieron pequeños soldadores.
Mientras tanto, el primer misil zumbaba en su lugar al pie de la rampa. De no haberlo sabido con certeza, habría jurado que parecía impaciente.
Aunque moverse era más difícil que nunca, intenté usar mi único brazo para acercarme más. Tal vez podría distraer a los zánganos gritando o imitando una voz de mando…
Pero sólo conseguí emitir un ronco croar. Bueno, después de todo, estaba hecho polvo.
Incapaz de hacer otra cosa sino esperar, reflexioné sobre aquel ataque de guerra biológica: «¿Por qué querría Beta hacer una cosa así? Sí, un acto letal de terrorismo distraería a las autoridades durante un tiempo de la búsqueda de un famoso sidcuestrador y ladrón de copias. Podría incluso olvidarse aquel ataque priónico en Hornos Universales…»
¡Pero seguía sin tener sentido! Sólo un hampón estúpido apuesta todo a que los polis continuarán ignorándolo eternamente. Hay demasiadas formas de dejar pistas inadvertidas en la era moderna, no importa lo cuidadoso que seas. Además, aquello no parecía típico de Beta. «Tal vez no lo sea», pensé. Un didtective debería siempre estar preparado para revisar o descartar su teoría de trabajo.
¿Bien? Si el piloto de aquella Harley no era Beta, ¿quién si no? Alguien ansioso por seguir a Ritu Maharal y descubrir el paradero de la cabaña de su padre.
Alguien a quien le resultó sospechosamente fácil localizar el Volvo, allá en el desierto.
Alguien que tenía que haber estudiado a fondo a Beta para imitar cada gesto de mi archienemigo, y que sabía bien todo lo que había sucedido en el garito de Irene.
Alguien que se enteró rápidamente de la reunión que idPal y yo preparamos en el idemburgo con Pal y Lum y Gadarene… alguien que apareció sorprendentemente bien preparado.
Sólo parecía haber una explicación razonable para cómo «Beta» y yo escapamos del ataque de los pandilleros en el piso franco de Pal. Se esperaba que escapáramos. Todo estaba preparado de antemano, de allí la manera conveniente en que Beta reapareció, con una moto aérea, en un santiamén. Eso ya lo tenía claro, sólo que ahora…
Parpadeé (aunque un párpado ya se estaba cayendo), sintiéndome cerca, muy cerca de la respuesta.
De hecho…
Me desinflé. ¿Importaba ahora? Cuando esos misiles se dispararan, a la gente de la ciudad (quizá de todo el mundo) le importaría aún menos los detalles. Sólo la cruda supervivencia.
Y ya no tardaría mucho.
REPARACIONES COMPLETADAS AL 80%, decía la pantalla.
Ah, bien.
Allí tendido, supe que ya había dejado muy atrás mi cita, que ya no tenía que seguir luchando contra la insistente llamada del contenedor. La disolución sería un alivio.
Hora de convertirse en una mancha sucia en el suelo.
Me preparé para dejarme llevar…
Entonces me contuve cuando unas palabras en ámbar, en lo alto, se volvieron de un rojo ardiente.
Fallo de HARDWARE en la fuente de mando.
El monitor del lanzamisiles parecía lamentarlo, mientras continuaba informando.
INCAPAZ de confirmar restablecimiento de códigos certificados de lanzamiento.
RECORDATORIO: los protocolos exigen repetida.
VERIFICACIÓN de alto nivel para la localización del objetivo/
FUERA de una zona de batalla pública.
¿REINTENTO o busco servidor alternativo?
Puñetera máquina. Sin embargo aprobé de todo corazón que el mecanismo empezara a desconectarse. Los cohetes de punta escarlata reactivaron sus cierres de seguridad, volviendo a su cabina de almacenamiento, y me pregunté: « ¿Significa esto que se ha acabado?»
No del todo. Los zánganos de reparación estaban todavía trabajando, sacando mi antigua pierna y retirando los trocitos. Aún más, el enlace remoto podía ser restaurado y disparar todos los códigos y continuar con la cuenta atrás en cualquier momento.
No habría modo de que yo lo detuviera la próxima vez.
Oh, sí que lo habrá.
«¿ Eh? —Creía que mi reproche imaginario había desaparecido—. ¿Has vuelto, entonces?»
¿Entonces? ¿Ahora?
Presente y pasado no cuentan.
Lo que cuenta es que vuelvas a moverte.
¿Queme moviera? ¿Adónde? Y lo más importante… ¿cómo?
Sin embargo, no tenía sentido protestar. De todas formas, ya sabía la respuesta. Pero no me gustaba.
De vuelta.
Bajar de nuevo aquellos horribles escalones de piedra. Sólo que ahora sin piernas, arrastrándome con un brazo cansado, con un poco de ayuda de la gravedad.
De vuelta al único lugar donde todavía podía servir de algo. Como si tuviera una mínima oportunidad de conseguirlo.
Bueno, al menos habría algo de iluminación esta vez, la que entraba por la ventana abierta de esta estrecha habitación. La luz de otro día que nunca esperé ver.
Eso es.
Mira hacia el lado brillante.
Ahora te sugiero que te muevas.
Si al menos pudiera haber estrangulado a mi regañón particular… Pero para eso me hacían falta dos manos… más un cuello físico donde envolverlas.
Así que hice lo único que podía hacer. Me moví.
Habían pasado menos de cuatro minutos desde que Ritu y Beta y realAlbert entraron en el laboratorio subterráneo para contemplar aquel circo almístico, completo con un número en cl trapecio, un frenético empresario-mago y un par de payasos chillones clavados como blanco en cada extremo. ¿Y en medio? Una creciente distorsión de tangibilidad hacía que el espacio pareciera ondular y fluir, como una especie de energía enjaulada, caminando de un lado a otro y preparándose para liberarse. Durante esos pocos minutos, se produjo una batalla para decidir qué personalidad imprintaría la nueva ondadiós.
¿Quién conseguiría el poder definitivo sobre el enorme, salvaje almapaisaje? ¿E! genio que descubrió el camino? ¿O uno cuyo elemental talento parecía hecho para la labor?
Los combatientes nunca consideraron una tercera posibilidad: que la nueva frontera no fuera tan yerma como creían.
Alguien podría estar ya allí.
Como la mayoría de los chirridos audibles con significado que usan los hombres orgánicos, «ya» está cargado de implicaciones. Tomemos por ejemplo los tiempos verbales presentes y pasados: trucos narrativos que ayudan a perpetuar el mito del tiempo lineal.
No para ti, sin embargo. Tú que fuiste/fui/soy/son/será Albea. Tu historia es compleja, retorcida, y fractalmente alojada. Hace falta un estilo flexible, confiado, predictivo.
Así que déjame decirte lo que preveo.
Antes de nada, renunciarás al miedo.
Así. ¿No ha sido sencillo?
El miedo es maravillosamente útil para los seres biológicos. No lo echarás de menos.
A continuación, te darás cuenta de que tu vida, tal como fue, ha llegado a su fin.
Sin duda no esperas sobrevivir ileso a todas estas experiencias, ¿no?
Ninguna mente anclada puede contemplar el almapaisaje y permanecer intacta.
Olvida esos síntomas que una vez pensaste que eran causados por la plaga, por algún virus de guerra. Pronto te darás cuenta de que no hay nada físicamente malo en el animal que te contuvo tan fielmente, durante tanto tiempo. Las sensaciones que confundiste con la enfermedad serán reconocidas como los estertores naturales de la separación.
El cuerpo vivirá. Sus instintos imbuidos ni siquiera se quejarán mucho cuando sigas tu camino.
¡Bueno, tenemos cosas que hacer! Como aprender sobre la naturaleza del tiempo.
Advertirás que parece congelado a nuestro alrededor. Incluso el llamativo péndulo de Yosil está detenido, suspendido a media oscilación, mientras la boca del ídem loco da forma a un grito de furia. Esto es el ortomomento. El ahora de la realidad palpable. La estrecha rendija móvil donde los seres orgánicos pueden moverse y actuar y percibir.
Los grandes pensadores siempre supieron que el tiempo debe ser una dimensión, con potencial inherente para viajar, como cualquier otro. Pero los organismos vivos no pueden explicar una paradoja, Albert. Las incongruencias de causa-y-efecto resultan ser tóxicas. ¿Cómo podría el genio creativo de la evolución operar su lento milagro —convertir gradualmente productos químicos puros en seres portadores de alma— sin enormes cantidades de prueba y error? El mundo «real» necesita consistencia e incontables fallos en el orden para que la selección natural haga su trabajo, sacando complejidad del caos.
Es la respuesta al Acertijo del Dolor.
¡Así que no debemos estirar mucho el tejido del tiempo, Albea! Sólo un tironcito, aquí y allá, mientras nos movemos en espiral adelante y-atrás, contribuyendo a crearnos a nosotros mismos.
¿Confundido? No lo estarás cuando demos nuestro primer pasito atrás… casi una semana…, hasta el lunes pasado por la noche.
No, no intentes navegar en términos normales. Sigue mejor las afinidades.
¡Allí! Sigue esa huella de complacencia, mezclada con cuatro partes de testarudez, más un poco de exceso de autoconfianza y una pizca de jugador romántico. Síguela y encontrarás al ídem verde que eras esa noche, herido y temerario mientras cruzaba la plaza Odeón, acosado por matones aburridos y perseguido por los furiosos amarillos de Beta, que te arrojaban piedras.
No trates de recordar. ¡Anticípate! Es mucho más fácil en este plano.
Pronto comprenderás la necesidad. «El verde debe sobrevivir», pero por su cuenta.
Servirá la más leve interferencia, suficiente para colapsar un poco las probabilidades. Algo sin importancia, fácilmente descartable.
Sí, adelante. Experimenta. Pronto, en un momento crucial, decidirás extenderte y empujar la mente de ese camarero de allí, el que sirve la cena en el restaurante del muelle, cuya repetida torpeza ofrecerá una distracción en un momento crucial…
¡Pero con cuidado! Pues incluso un empujoncito extiende ondulaciones, como verás. Algo en la forma en qué esos platos salen volando…
Más tarde molestará a uno de tus recelosos yoes. Se preocupará por eso, como un diente enfermo. Como dije, los animales listos se ponen nerviosos con las paradojas.
Yosil Marahal, con toda su brillantez y sus defectos, imaginaba que la materia prima para el almapaisaje sería barro simple que él moldearía, para darle la forma que quisiera. Pero verás, es mucho más sutil de lo que el pobre Yosil imaginó jamás.
Nuestra siguiente parada te parecerá aún más extraña, saltarnos adelante un día hasta un tramo de una carretera en el desierto, lejos de la ciudad, mientras alguien prepara un arma bulbosa para emboscar a los ocupantes de un coche que se acerca. Sí, el ídem plateado lleva una alma-imprintación de Eneas Kaolin. Advierte también el mordiente hedor del miedo.
Todo no está saliendo a su gusto.
¡No sondees demasiado profundamente! No te preocupes por misterios mundanos como quién o por qué o qué o dónde. Olvida motivos y crímenes. Deja el trabajo de detective del mundorreal para que lo resuelva tu sucesor.
Eso ya no es cosa tuya.
Esto es lo que predigo que elegirás hacer. Observarás cómo se desarrolla la emboscada.
Advierte y aprecia la gracia de mamífero salvaje del Albert Morras real mientras gira el automóvil, intentando evitar la colisión… y luego pisa el acelerador al ver que el platino apunta… ¡y dispara! Ah, todo sucedió hace días en tiempo lineal, y sin embargo la urgencia parece tan fresca…
¿Puedes anticipar acordarte de qué hacer a continuación?
Pronto descubrirás que no hay nadie consciente allí abajo, bajo las estrellas del desierto. Albert y Ritu, aturdidos dentro de la cabina del Volvo, no advertirán que te haces cargo de un pequeño fragmento de idKaolin, que cuelga de la ventanilla del coche. Usarás el resto, te meterás dentro, asirás el volante del vehículo…
Y, sí, lo guías hasta un estrecho barranco, oculto de todos los ojos civilizados que pudieran sentir piedad o preocupación, procurando un rescate demasiado pronto.
Estás a punto de distraerte.
Aún te llega alguna información a través de los ojos y el cerebro orgánico de realAlbert, devolviendo tu preocupación al orto-momento congelado del viernes por la mañana en el laboratorio subterráneo. Te preguntarás, por ejemplo, qué está pasando con el gran invento de idYosil Maharal. ¿Qué personalidad está tomando el control? ¿Se disparará el rayo andzier como estaba previsto, extendiéndose sobre los planos real y espiritual?
Te preguntarás por los misiles. ¿Consiguió realAlbert detenerlos con su sabotaje final? ¿Se salvará la gente de la ciudad? ¿O entrarán en funcionamiento los sistemas de seguridad, haciendo volar después de todo las balas de muerte?
Hay satisfacción en el feroz rostro de realAlbert después de haber golpeado con la silla de metal una última vez, reduciendo el controlador del ordenador a restos chispeantes. Sin embargo, por el rabillo del ojo, ve a la esbelta Ritu y a un Beta mucho más grande que corre hacia él. Por una vez, los dos parecen unidos en un propósito. ¿No es sorprendente cómo los hermanos pueden superar la rivalidad cuando se enfrentan a amenazas y oportunidades que afectan a toda la familia?
El tiempo avanza unos cuantos grados antes de volver a detenerse. Esos rápidos segundos acercan más a la pareja. Unos cuantos saltos de esos más y estarán encima del pobre Albert.
Sólo que ahora, al otro lado de la habitación, el ojo de Al detecta otra figura que entra. Este golem lleva un teñido con motivos en espiral, como un sacacorchos chillón que corre desde su coronilla hacia abajo. ¡Su expresión, al observarla enorme cámara llena de caro equipo, es de rabia creciente!
Al principio imaginarás que es otra versión más de Beta. Entonces te darás cuenta de que las apariencias engañan.
¿Por qué?
¿Por qué está pasando todo esto? ¿Cuál es el contexto de toda esta interposición?
Ésa será tu pregunta pronto. Y yo responderé, hasta donde sea posible, después de unos encargos más.
Primero acercaremos un poco más las coordenadas en el espacio-tiempo. Pongamos que hace medio día…
¡Ahí!
Albert Morris está solo en la gran armería de defensa subterránea, repasando los archivos informáticos de la base militar, siguiendo los robos secretos y las traiciones de Yosil Maharal. No lejos están las columnas de soldados de ojos en blanco (sellados para preservar su frescor) dispuestos a ser cocidos en un instante, cuando su país los necesite. O cuando alguien lo bastante listo venga a llevárselos.
¿Nos servimos? Sólo necesitarás uno.
Primero, busca a Ritu. Una anterior versión de esa alma herida y confusa. La detectarás pronto, llena de autorrechazo mientras se rinde aun ansia interna que está más allá de su control, mientras coloca su cabeza afeitada entre los polos de un tetragamatrón de alta capacidad y los autohornos se calientan, preparando varias docenas de golems gigantescos construidos para la guerra.
Vamos, mientras ella sigue combatiendo la compulsión, mostrando todavía cierta resistencia a esa presión interna. ¡Beta nunca tuvo que superar una oposición tan activa hasta ahora! Eso significa que la imprintación que hará sobre la primera copia será débil. Tú te introducirás entre las grietas y te harás cargo de ésa, desplazando a Beta. Sí, el ídem puede resultar dañado. Pero será lo bastante bueno, a tus órdenes, recién salido del horno.
¿Listo? ¿Lo has hecho? Entonces trae a tu guerrero y vamos a buscar a Albert.
¿Qué es eso? ¿Vamos a rescatarlo?
No, no espero que Albert considere que esto es un rescate. No cuando todavía se siente acorralado en ese horrible túnel. Y además, los bucles temporales pueden ser sorprendentes. Incluso después de un número infinito de recursiones, nunca son exactamente iguales. Tal vez éste nos sorprenda. No importa.
Estoy seguro de que cuando llegue el momento crítico sabrás qué hacer.
Como viaje, éste fue aun peor que aquel horrible paseo del lunes por la noche por el fondo del río. No fui arrastrándome por las escaleras, sino más bien cayendo por el camino.
¿Qué otra cosa podía hacer, con sólo un brazo, la cabeza magullada y un torso que seguía soltando trocitos cada vez que me daba un golpe o aterrizaba con fuerza en un escalón? No tenía sentido del olfato, por supuesto (ni siquiera recordaba apenas el concepto). Pero era fácil verlos aceitosos vapores que manaban de mí. Un motivo para darse prisa era adelantarse a esos vapores, que tienden a acelerar el deterioro final. Por eso la disolución sucede de sopetón, rápida y piadosamente.
No tuve esa suerte. Soy demasiado obstinado para rendirme, supongo. ¡Qué extraño que una mutación frankie me hiciera más parecido a Albert de lo que incluso él mismo era!
Finalmente, y para mi sorpresa, me quedé sin escaleras y llegué al mismo rellano donde elegí el menos transitado de los tres caminos. ¿Eso fue hacía media hora? No lamentaba la decisión de subir aquellos oscuros peldaños. Detener el lanzamiento de los misiles, incluso temporalmente, era el logro más grande de mi pobre vida. Sólo que ahora me encontraba ante otro trío de opciones.
¿Volver a la entrada de la cueva y la cabaña, donde tal vez pudiera encontrar un teléfono en funcionamiento entre los escombros?
¿Continuar hacia el santuario interior de Maharal? Ahí se dirigió el piloto de la Harley, aunque ahora dudaba que fuese Beta, después de todo. Sin duda por ese camino estaban sucediendo grandes cosas.
Pero esas dos alternativas quedaban descartadas. Nunca conseguiría avanzar más que unos pocos metros. Mi única opción estaba al fondo del pasillo, en un hueco que contenía todas aquellas máquinas copiadoras caseras, calientes y preparadas con su despensa llena de repuestos frescos. Lo que iba a intentar hacer era poco corriente. Incluso podían multarte si te pillaban, aunque todo el mundo lo intenta una o dos veces.
«En mi estado probablemente crearía un monstruo gimoteante. »Con todo, el pobrecillo no tendrá que recordar mucho. Salir del horno, correr escaleras arriba, y cargarse el lanzador para que no se pueda reparar. ¡Fácil!»
Todo lo cual no valía nada hasta que no llegara a la almohadilla donde los originales tienen que apoyar la cabeza. Al levantar la cabeza, me pregunté: « ¿Cómo demonios voy a hacer eso?»
Mi reloj enzimático seguía corriendo, los códigos de los misiles podían ser restaurados de un momento a otro… y ahora yo tenía otro motivo para apresurarme. A través de mi destrozado abdomen capté vibraciones, rítmicas y cada vez más fuertes.
«Motores y ruedas», pensé, reconociendo algunas.
Otros golpeteos me recordaron el sonido de pasos a la carrera.
A continuación descubrirás que el almapaisaje es mucho más grande de lo que imaginabas.
Y, sí, está habitado.
¿Esperabas arrogantemente que el universo entero estuviera esperando la llegada del hombre?
Bueno, en cierto sentido, es cierto.
Nuestro universo no es más que tino entre trillones creados por una única y fértil singularidad, cuyos hijos agujeros negros engendraron incontables universos-bebé más, cada uno de ellos explotando e inflando y creando billones de galaxias, que a su vez crearon sus propios agujeros negros y más universos engendrados por la singularidad, y así sucesivamente… Entre todos esos experimentos, sin duda nació inteligencia, a pesar de que es algo mucho menos común de lo que imaginabas.
Todavía más escasas son las criaturas hechas de carne terrenal que contemplan las estrellas y las ansían a través de enormes extensiones de espacio vacío.
Las más excepcionales de todas son aquellas que encuentran otro camino, sorteando el frío vacío, descubriendo atajos a campos mucho más ricos. Excepcionales casi hasta el punto de ser únicos. De ahí el vasto vacío de lo que Maharal llamó dramáticamente el «plano espiritual». Un continuum más profundo, hecho de material más básico que la materia y la energía. Una frontera que pretendemos recorrer como un dios, usando toda esa materia prima para crear el paraíso a su imagen.
Oh, sois rarezas, los humanos de alma caliente. Tan defectuosos. Maravillosamente brillantes. Es un privilegio contemplaros mientras empezáis a despertar. Mientras empezáis a escoger.
¿Has empezado a sospechar quién y qué soy?
Esta voz que confundiste con un guía… pronto advertirás que «yo» nunca doy órdenes. La mayor parte de las veces sólo preveo, comento y predigo.
No, no soy tu Virgilio. No soy ningún mentor ni ninguna fuente de sabiduría. Soy tu eco, tú-que-fuiste-Albert-y-más. Una forma de recordar cosas que no has aprendido todavía. Una de las muchas conveniencias a las que pronto te acostumbrarás, aquí donde la paradoja es un hecho normal de la vida.
De vuelta al ortomomento… todavía avanzando a trompicones y deteniéndonos de golpe. Los acontecimientos pronto llegarán a una meta. Sólo tres movimientos más del péndulo de Yosil mientras el andzier almacena energía, preparándose para avanzar si una huella humana le da personalidad o no. Si una ciudad llena de almas moribundas espera o no para alimentarla, en una orgía de necrofagia.
¿Qué, todavía te preocupas por eso? Muy bien pues, déjame predecir que volverás de nuevo a empujar los acontecimientos un poquito más. Adelante.
Encontrarás al Albert verde que se llama a sí mismo «frankie»… lo que queda de él… menos de una hora antes del ortomomento. Sí, ahí mismo. Momentos después de que su brazo fuera cortado por la burbuja de la moto al cerrarse, enviándolo a través del tejado de la cabaña de Yosil a un salón lleno de basura.
Puede que le venga bien un poco de ánimo. ¿Qué estrategia usarás?
¿Lo reprenderás por estar ahí tumbado en el polvo, viendo cómo la Harley se marcha, derrotado y listo para expirar?
iBueno, entonces intenta imitar mi voz profética, y luego escucha cómo reacciona el verde!
Sólo que Clara nunca oirá toda la historia… y ahora los malos ganarán.
«Oh, tío. ¿Por qué esa acuciante voz interior ha tenido que decir eso? ¿Para sacudir mi complejo de culpa? ¡Si pudiera, la eliminaría! Cállate y déjame morir.»
¿Vas a morirte ahí y dejar que se salgan con la suya?
«Mierda. No tenía por qué aguantar aquello de algún obsesivo rincón del afina de un golem barato que se convirtió por error en frankie… se convirtió en fantasma… y en cualquier momento iba a graduarse y convenirse en un cadáver derretido.»
¿Quién es un cadáver? Lo dirás por ti.
«Ingenio sorprendente, esa triple ironía. Lo decía por mí, sí. Y aunque intenté con fuerza ignorar la vocecita, sucedió algo sorprendente. Mi mano y mi brazo derecho se movieron, alzándose lentamente hasta que cinco dedos temblorosos aparecieron a la vista de mi ojo bueno. Entonces mi pierna izquierda se sacudió. Sin una orden consciente, pero reaccionando a costumbres imprimadas hace un millón de años, mis miembros empezaron a cooperar unos con otros, intentando manejar mi peso y luego empujándome para que me volviera.
»Oh, bien. Podría servir de ayuda.»
¡El destrozado verde se mueve! Y sólo para asegurarte, lo reprenderás de nuevo durante ese largo camino hasta la gruta, y luego cuando suba esas oscuras escaleras, y así sucesivamente.
Pero no exageres la importancia de tu acción… ni de la reunificación disparada por tu presencia como observador. Estas cosas cuentan mucho menos que la acción física en el mundo «real» de causa y efecto. ¡El verde podría haberlo hecho enteramente sin tu/mi/nuestra intromisión!
No importa. Harás esto y eso lo molestará. Puede que ayude a salvar aun millón de vidas y desvíe la Onda Establecida hacia un destino distinto. Así que adelante.
Ahora tal vez retrocedas también unas cuantas horas, hasta un momento en el apartamento de Pal, susurrándole al verde que vuelva la cabeza y escuche en un instante crucial. Tal vez… oh, por supuesto que lo harás.
Siempre te inmiscuyes al principio. Es parte del aprendizaje. Del ser.
De vuelta al ortomomento… otra oscilación del péndulo ha pasado, como el tictac de un reloj titánico. Sorprendentes resonancias perturban la Onda Establecida amplificada, preocupando a los dos combatientes en tablas. Las amplitudes de probabilidad se colapsan por todas partes como piezas de dominó cuánticas.
Su batalla ha terminado. Ahora está fuera de su control.
Para Yosil, la noticia es calamitosa. ¡Puede que los misiles bioquímicos no se lancen después de todo! No habrá ninguna lluvia vira] que siegue a millones y alimente al rayo andzier cuando llegue. Gravitando sobre la ciudad, sólo cosechará a unos cuantos. ¡Los pocos miles que normalmente mueren cada día descubrirán un más allá completamente distinto a todo lo que les enseñaron en la iglesia! Pero Yosil no cree que tan magros refuerzos le den al andzier el impulso que necesita para convertirse en un coloso espiritual, capaz de doblegar el alma-paisaje a su poderosa voluntad.
La otra personalidad (una vez anclada en Albert Morris) había sucumbido al sueño de Yosil, adaptándolo como propio. ¿Puede aceptar ahora que se ha acabado y conformarse con un objetivo más modesto?
Otros se suman a esta refriega.
Mientras el andzier se encamina a la ignición, el cuerpo orgánico de realAlbert se tambalea a lo largo del eje del rayo, como un ancla arrastrada por una tormenta creciente…
Mientras Ritu y Beta llegan con los brazos extendidos, unidos por fin en un propósito, dispuestos a empujarle a un lado, o peor.
Sé que sientes curiosidad por sondear la compleja, atormentada alma de Ritu. Por supuesto, usa los nuevos poderes de percepción. Pronto verás el crimen que puso en movimiento su trágica historia…
El motivo por el que su síndrome se parece y exagera el mismo que sufre Yosil.
No sólo los genes, sino también un trauma que ambos sufrieron hace mucho tiempo, cuando un padre embobado trató de usar la inteligente tecnología nueva para animar y potenciar el cerebro en desarrollo de su hija pequeña, imprintando talentos de un alma enamorada a otra.
Como poner música para un feto en el vientre (así es como lo imaginó el pobre Yosil), un regalo inofensivo de una generación a la siguiente, antes de que nadie supiera nada de la unicidad subjetiva y la ortogonalidad del alma. Antes de que el temible daño fuera ampliamente conocido. Antes de que esas cosas fueran prohibidas.
La tragedia puede tener su propia belleza triste, evocando lágrimas o risa. Esta ondeó con un horror hermosamente transfigurador digno de Sófocles, a través de años cargados con silencioso remordimiento obsesión y dolor.
Sí, los compadecerás. Desde esta nueva perspectiva, te apiadarás, lo vivirás y compartirás su agonía.
Más tarde.
Otros se suman a esta refriega.
Un golem de pautas en espiral atraviesa la puerta de enfrente, gritando acerca de la traición en términos que sólo un multibillonario podría usar. Y hay que reconocérselo a Eneas Kaolin (tú lo harás, predigo). Hacía falta un talento del que nadie lo imaginaba capaz para penetrar en las muchas capas de disfraces y defensas erigidas por una familia de brillantes paranoicos. Yosil y Ritu y Beta lo subestimaron. Igual que Albert Morris.
Con un poco más de tiempo… o sise hubiera fiado de Morris lo suficiente para confiar en él y aliarse con él desde el principio… Kaolin podría haber creado una diferencia. ¿Pero ahora? Incluso mientras alza el arma, gritando amenazas y exigiendo renuncias, Eneas sabe claramente que es demasiado tarde.
Lo mismo sucede con los guerreros que ahora llegan de la base militar, atravesando ese oscuro túnel que corre bajo meseta Urraca. Armados, blindados y representando la ira de los explotados contribuyentes, es la caballería por fin… pulverizando la retaguardia de Beta para llegar al alto parapeto y contemplar todo esto. Entre sus armas hay cámaras que envían imágenes al mundo entero.
La luz purifica. Se suponía que el Ojo Mundial impediría todas las conspiraciones desagradables y los laboratorios de los científicos locos.
Casi lo hizo.
Tal vez lo haga la próxima vez.
Si hay una próxima vez.
¿Ha advertido ya alguien la alineación?
Como una mezcla supercalentada y superpresurizada de aire y explosivo, la Onda Establecida amplificada ha crecido más allá de ninguna contención o control. Tampoco se puede retrasar más el avance del ortomomento. El tiempo de intervenir está a punto de terminar…
…mientras Kaolin carga hacia el espejo rojo.
Mientras Ritu y Beta se abalanzan hacia el gris.
Mientras los soldados se arrojan valerosamente por el balcón con cuerdas hechas de barro viviente.
Mientras realAlbert alza los ojos… el único que parece, de pronto, saber qué está pasando.
Un examinador le dijo una vez a Albert que había «nacido para esta era», con la combinación adecuada de ego, concentración y desapego emocional para hacer duplicados perfectos. Bueno, excepto en mi caso, su primer y único frankie. Con todo, estaba dispuesto a apostar por ese talento…
Suponiendo que consiguiera llegar a la placa escaneadora de una simple copiadora.
Esta vez había una silla cerca. De mi pobre brazo brotaba humo mientras me arrastraba hacia allí, poquito a poco. Apoyándome en una pata de la silla con la barbilla, tiré de ella, colocándola junto a la gran máquina duplicadora blanca. Sólo un kilo de mi masa corporal se derritió por el camino.
«No basta», advertí en seguida. Al buscar algo más, divisé una papelera de metal a tres metros de distancia. Con un gruñido que escapó por varias grietas de mi boca, me dispuse a hacerme con ella… un viaje que pareció como cruzar el polo norte mientras me bombardeaban con asteroides.
La mitad de los dientes de cerámica que me quedaban se cayeron mientras agarraba con ellos la cesta de metal en el camino de vuelta.
Luego, la primera vez que intenté colocarla encima de la silla, fallé y tuve que repetir todo el maldito proceso.
«Será mejor que con esto sea suficiente», pensé, cuando la cesta quedó finalmente en su sitio, boca abajo sobre el asiento acolchado. En cualquier momento alguienpodría restaurar el contacto con aquel lanzamisiles de arriba y continuar la cuenta atrás. Y esas vibraciones de pies a la carrera se acercaban por segundos. ¡Fuera lo que fuese que estaba pasando, yo quería tener poder para actuar! Incluso siendo la réplica tambaleante de un frankie.
«Bueno, allá va.»
Desde el suelo extendí la mano, agarré el borde de la silla y tiré con fuerza. Mi cabezay mi torso pesaban ahora mucho menos (y más livianos a cada segundo), pero la tensión seguía siendo enorme. Nuevas fisuras y agujeros asomaron por todo mi brazo, cada una expulsando un horrible vapor… hasta que por fin mi barbilla se apoyó en el borde, aliviando parte de la presión. Eso me facilitó un poco las cosas, aunque no dejaron de ser dolorosas. Ordenando a mi codo que se alzara y girara, conseguí auparme y encaramar mi cuerpo reducido en el borde del asiento.
«Se acabó lo sencillo.»
A medio camino de la plataforma copiadora, vi un brillante botón rojo de INICIO a mi alcance, inútil hasta que mi cabeza alcanzara los tentáculos del perceptrón. A pesar de todo, tardé un momento en pulsar el botón para que la máquina empezara a preparar un repuesto. Si conseguía hacerlo, dispondría de unos pocos segundos. La maquinaria zumbaba y zumbaba.
«Ahora las cosas se ponen difíciles…»
Por fortuna, la silla tenía brazos… el doble que yo, por cierto. Eso me ayudó a encaramarme a la cesta, agitando y equilibrando mi cuerpo contra la malla metálica mientras mi único miembro en decadencia empujaba. Luego tuve que estirarme más, hasta la copiadora, buscando asideros… y mientras me esforzaba de nuevo, un par de dedos se rompieron, licuándose horriblemente mientras caían ante mi ojo bueno para chapotear en el suelo.
Esta vez, las fisuras a lo largo de mi brazo parecían abismos, fluido sudoroso del color del magma. Era una carrera para ver si la disolución ganaría, ola dura cocción producida por el calor, como le sucedió a esa pierna que arrojé contra el lanzador de misiles. ¿Y si me autococía en aquel sitio? ¡Qué escultura sería! Llámala Un estudio sobre la obstinación, la mano extendida y haciendo una mueca mientras se esfuerza por aupar un cuerpo inútil…
«Eso es —advertí, agradeciendo cualquier inspiración—, ¡suelta el peso muerto!»
Sin apenas pensarlo, apliqué las lecciones aprendidas arriba, tirando de mi yo hacia dentro y lejos de las partes remotas. Toda la parte inferior de mi torso me resultaba inútil ahora… así que ¡fuera! Haz acopio de las enzimas restantes. Envíalas arriba para el esfuerzo final del brazo.
Sentí que lo que quedaba de mi abdomen se desmoronaba. Aliviado de repente de esa carga, mi brazo dio un fuerte tirón… y se rompió por el hombro.
Creo que nunca podría describir cómo me sentía siendo una cabeza cascada y la parte superior de un pecho volando lo bastante alto para contemplar mi objetivo, la superficie blanca donde se suponía que un humano original yacía cómodamente, ordenando tan tranquilo a la obediente maquinaria que hiciera dobles baratos… una perfecta clase servil que no puede rebelarse y siempre sabe qué hacer. ¡Qué sencillo parecía!
Durante mi vuelo, me pregunté: «Suponiendo que aterrice bien, ¿podré usar mi barbilla y mi hombro para moverme? ¿Para guiar mi cabeza entre los tentáculos?»
¿Dispararía eso automáticamente la imprintación, ahora que había pulsado el botón de arranque? Si no, ¿cómo iba a volver a pulsarlo?
Problemas, problemas. ¿Y sabes qué? Habría encontrado soluciones. Lo sé. Si esa maldita trayectoria me hubiera llevado adonde yo quería.
Pero como Moisés, sólo pude ver de lejos la Tierra Prometida. Al caer, mi cabeza falló la plataforma, rebotó en el borde de la copiadora y luego en la papelera, que cayó de la silla antes de aterrizar en el suelo.
Como si eso no bastara, lo que sucedió a continuación fue el remate.
Rodé por el asiento, me tambaleé un instante y luego caí para aterrizar (adecuadamente, tras una semana infernal) dentro de un contenedor para basura.
¿Estará bien, ahora que el rayo andzier se ha disparado?
Qué visión.
La titánica Onda Establecida atravesó ambos espejos de barro, lanzando al péndulo (con idYosil a bordo) contra el techo de piedra. Sin embargo todos los demás que estaban alrededor apenas resultaron chamuscados. Pues la poderosa onda distorsionadora inmediatamente giró sobre un eje que está en ángulo recto de todas las direcciones conocidas, desvaneciéndose en una distancia que ningún ojo viviente podría seguir.
Excepto realAlbert, claro está, quien volvió la cabeza como para seguir su curso, con una sonrisa tan enigmática, tan sabia, que Ritu y su hermano gemelo se detuvieron en seco. En un instante corrían hacia él con las manos alzadas para golpear. Al siguiente, dejaron caer los brazos y retrocedieron, mirándolo.
Sí, el «anda» está aún sujeta, por un fino hilo.
¿Continuamos?
Desde el principio, cuando el brillante y atormentado Yosil Maharal todavía pensaba que podía diseñarlo y controlarlo todo, el primer objetivo del rayo fue la ciudad más cercana. ¿Dónde si no podían encontrarse juntos tantos aleteos-espíritu, arracimados como un diminuto campo de maíz creciendo junto a una pradera salvaje? Debió de parecerle un buen sitio donde encontrar alimento para la siguiente fase.
Si hubiera doblegado su monomanía lo suficiente para implicar a iguales y colaboradores, incluso una civilización entera, Yosil podría haber descubierto y corregido todos los fallos de su espléndido plan.
Fallos técnicos y conceptuales. Fallos morales. Pero «científico loco» se define casi por solipsismo: una necesidad neurótica de evitar las críticas y hacerlo todo solo.
Sin Maharal, habría hecho falta otra generación para que la humanidad hiciera este intento. Por causa de él, la humanidad podría haber sido destruida.
Tal como están las cosas, no hay ninguna plaga asolando la metrópoli cuando el andzier llega desde lo alto. Ningún canalizador de rápida pestilencia proporcionando suficiente muerte de la que nutrirse a placer. Sólo unos cuantos miles de almas por día, libres de sus ataduras orgánicas por accidente o causas naturales, alzándose suavemente hacia la flotante ondaforma, encontrando espacio bienvenido para sus modos vibratorios. Después de cierta sorpresa inicial, añaden amplitud y sutileza a la superposición de estados…
Pero no es ninguna fiesta.
Esta Onda Establecida no se convertirá en un «dios» sólo con el simple poder.
El sencillo plan de Yosil ha fracasado.
Es hora de intentar otra cosa.
Volviéndose de nuevo, la macroonda busca un olor que pocos habían advertido antes. Vuela dos mil kilómetros hacia el mar, donde las azules corrientes pelágicas se mueven sobre profundas simas… y busca cefalópodos, algunos casi tan grandes como un supercontenedor, con ojos como platos y cerebros que apestan a inteligencia. Alienígenas, aquí mismo, en la Tierra.
¿Es esto?
Sumergiéndonos donde nunca llega la luz del sol, nos unirnos al mundo del calamar gigante, saboreando cómo es moverte impulsado por un chorro de agua excretado por el esfínter, tocando y experimentando un mundo líquido con largos succionadores que se agitan más allá de los límites de la visión. Nos alimentamos. Perseguirnos, nos apareamos, engendramos. Competimos y planeamos siguiendo una lógica completamente nuestra, expresando conceptos en cálidos destellos de intrincado color a lo largo de nuestros flancos.
Y, muy de vez en cuando, también temblamos y adorarnos cuando la Muerte viene hasta nosotros desde el Infierno, el caliente mundo de arriba. Pues en ese estrecho instante, mientras huimos a la desesperada, agarramos y atesoramos algo que destella como esperanza…
Entonces el demonio cae sobre nosotros, enorme, negro, devorador. Su aguda voz golpea con fuerza, paralizando, convirtiendo tripas en gelatina. Luego vienen las mandíbulas, pequeñas pero poderosas. Dientes blancos reflejan las pigmentaciones de nuestra piel bioluminiscente mientras se clavan en nosotros, arrastrándonos hacia arriba…
Así que no fue el calamar gigante quien atrajo el rayo andzier basta aquí. Son tan exóticos…, quizás encuentren un almapaisaje propio.
Fueron sus cazadores quienes atrajeron la macroonda.
Ballenas espermaceti, regresando de las aplastantes profundidades, su hambre saciada con frescos cefalópodos, ahora se reúnen en las agradables olas para respirar y chapotear. Aunque ocupadas con preocupaciones naturales (la búsqueda de comida y el éxito reproductivo), de vez en cuando hasta una docena de criaturas se congregan, sus enormes frentes tocándose.
Dentro, mucho más grande que cualquier otro órgano, una montaña de sustancia cerosa, maleable como el barro húmedo, perfecta para refractar y reformar el sonido, permite a estos cazadores de las profundidades lanzar rayos precisos que alcanzan (y aturden) a su presa en la completa oscuridad. El sonido esculpido es para ellos como la recoloración dinámica de la piel para un calamar, o las cadenas sintácticas de palabras para un ser humano. Todo son formas de chismorrear, cooperar, engañar, meditar o (cuando todo lo demás falla) buscar un significado urgente en la oración.
Las ballenas se congregan, las colas apuntando hacia fuera como los pétalos de una flor, o un mandala, o un rosetón. Unidas las frentes, intercambian complejas formas/imágenes/ideogramas sónicos con propiedades surgidas hace mucho tiempo del ruido de fondo de la mera supervivencia. Los significados se unen en la cera, delicados corno telarañas, únicos como copos de nieve, variados como un ecosistema.
Hacían esto mucho antes de que Bevvisov aprendiera a imprimar almas en barro.
¡Allá vamos de nuevo!
Al usar tanta energía, ¿no debería el andzier tener hambre? Había belleza entre los calamares y las ballenas… pero no mucho alimento. Entonces, ¿por qué no parece decepcionada la macroonda mientras gira alrededor de un eje inventado sobre la marcha, retorciendo el mismo contenido del que surge el vacío puro, y luego toma velocidad en un curso que inventa según se tercia?
Parece que hemos descubierto el espacio exterior.
En aleteante secuencia pasamos ante grandes racimos de estrellas. Racimos gigantescos de brillantes puntos de luz pasan a saltos que devoran el vacío como sino estuviera allí. La medida misma se vuelve un componente de la ola, su aliada en este viaje, más que un obstáculo.
Buscando… examinando de vez en cuando, nos detenernos brevemente para escrutar…
Una gigante roja, turgente e hinchada mientras se expande lentamente, devorando a sus hijos. Luego…
Una vieja enana blanca, nacida de la primera generación de la galaxia. Al haber perdido gran parte de su sustancia, soporta irónicamente largas épocas a dieta, brillando débilmente para nadie…
No como una glotona supergigante azul, cuyos simples millones de años pasan con ardiente velocidad. Demasiado grande para tener ningún otro objetivo, debe elegir la gloria ola vida…
Es decir, hasta que es sacudida por una fuerza sorprendente que parte al coloso en dos. ¡Una singularidad! No un agujero negro, ésta es larga y nudosa, una excepcional reliquia de la creación, un fallo facetado en el espaciotiempo, letal, bellísima sólo para aquellos que conocen su lenguaje de matemática pura…
Tras haber provocado ya un tumulto al atravesar una inmensa nube molecular, vórtices giratorios que autogravitan, convirtiéndose en márgenes ionizados que giran y se mezclan con sistemas recién nacidos…
Y luego una vez más corremos, dejando atrás brazos en espiral que brillan como polvo de diamante, hasta que…
Nos encontramos de vuelta hacia un modesto sol amarillo… una estrella de agradable edad mediana… un horno firme, sin pretensiones, con un séquito de motasplanetarias…
Una de las cuales parece más afortunada que el resto… cálida-nocaliente, grande-no-ominosa, húmeda-no-mojada y amasada por los suficientes objetos caídos para hacer que las cosas sean interesantes.
Nos abalanzamos hacia este mundo, precioso en su equilibrio de océano y cielo, mar y orilla, montaña y llanura, lago y colina, estanque y torna, árbol y matorral, presa y cazador, hongo y rotífero, parásito y prión, barro y cristal, molécula y átomo, electrón v…
¡Zambulléndonos cada vez más pequeños, gritamos que espere!
¡Vuelve atrás!
¿Qué fue ese atisbo pasajero de torres brillantes y múltiples construidas por manos fascinantes? ¿Una breve impresión de barcos atracados y tiendas y casas encaramadas a los árboles donde figuras en sombras hablaban un lenguaje lánguido, como una canción?
Vuelve. Sería fácil averiguarlo. Regresa a un tamaño y una escala a medio camino entre el cosmos y el quark.
Otra civilización. ¡Otra raza de seres pensantes y sentientes! ¿No era eso lo que estabas buscando?
Al parecer no.
Poco quedaba del brillante yo que salió de un horno el martes por la mañana, resignado a limpiar la casa y hacer las tareas de Albert Morris. Un cuerpo que acabaría viviendo…, veamos, casi tres días extra, gracias a Eneas Kaolin, y a un montón de testarudez. ¡Un yo que acabaría haciendo mucho más que limpiar retretes! Que recopiló un montón de interesantes recuerdos y pensamientos… Lástima que no haya ninguna oportunidad de depositarlos. De compartirlos.
Las cosas que he visto.
Y alucinado, recordando todos los divertidos ecos y las voces curiosas/mandonas que me inventé por el camino. Oh, realAl iba a perderse un montón de cosas. Suponiendo que escapara a la destrucción de su casa, Albert probablemente se pasó la semana entera ante una pantalla de ordenador, o agitando los brazos bajo un chador, coordinando investigadores ébanos y grises y negociando con los agentes de seguros. Trabajando duro, el pobrecito.
«Y sin embargo, no puede ser un capullo total. No si Clara lo ama.»
Sonreiría si pudiera. Qué bonito si mi última imagen mental pudiera ser de ella… una mujer que nunca vi en persona y a la que sin embargo adoré.
Pude verla ahora, una hazaña final de agradable imaginación mientras los restos de mi torso se disolvían dejando sólo una cabeza patética rodando en el fondo de una papelera. Sí, fue ella quien vino a mí, envuelta en ese halo romántico estilo Hollywood que suaviza cualquier imagen, incluso con un casco de duralcación cubierta de antenas picudas.
A través de aquella luz difusa, Clara pareció mirarme; su dulce voz resonó como un ángel.
—Bien, que me corten en trocitos y me sirvan como tempura —dijo mi ilusorio serafín, apartando un par de hologafas que brillaban como telarañas iluminadas por el sol—. ¡Chen! ¿Te parece que este id es un Albert?
Mm. Tal vez —dijo otra figura, acercándose para echar un vistazo. Mientras mi Clara imaginaria parecía toda suave y femenina (aunque envuelta en armadura pesada), el recién llegado tenía colmillos y escamas.
¡Un demonio!
En su mano, una fina vara picoteó mi frente.
—¡Joder, tienes razón! La placa dice… espera, no puede ser. Una tercera voz, mucho más aguda, exclamó:
— ¡Oh, sí que puede!
Al lado del hombro de Clara apareció un rostro delgado, como un zorro ansioso, inclinándose para echar un vistazo. Me sonrió con filas gemelas de dientes brillantes en forma de «V».
—Tiene que ser el que mandó la señal —dijo la figura en forma de hurón que yo había soñado, bastante parecida a mi viejo compañero idPal—. Tal vez sea el viejo Gumby, después de todo. Habría sacudido la cabeza de haber podido, o habría cerrado los ojos si hubiera tenido párpados.
Todo aquello era demasiado, incluso para un sueño.
Tiempo de fundirse, antes de que empeorara.
Sólo que tuve que despertar un poco cuando Clara me llamó.
— ¿Albert? ¿Eres tú?
Ilusión o no, no podía negarle nada. Aunque carecía de cuerpo (o de cualquier otro medio de emitir sonidos), de algún modo acumulé fuerzas para formular cuatro palabras.
—Sólo… un… fax… señora…
Muy bien. Se inc podría haber ocurrido algo mejor. Pero todo se estaba difuminando. Y además, me sentía bastante feliz. Antes de la negrura total, mi última imagen sería su sonrisa, tan tranquilizadora que había que creer en ella.
—No te preocupes, cariño —dijo Clara, metiendo la mano en la papelera—. Te tengo. Todo saldrá bien.