PRIMERA PARTE

¡Adiós! Una vez más a la fiera disputa

entre la maldición y el barro apasionado

he de enfrentarme…

Pero cuando sea consumido por el Fuego,

dadme nuevas alas de Fénix para volar a mi antojo.

JOHN KEATS,

«Al sentarme a leer El rey Lear una vez más»

1 Buena cabeza para el vino

…o de cómo el ídem verde del lunes trae a casa bellos recuerdos del río…

Es duro ser amable mientras luchas por tu vida, incluso cuando tu vida no vale gran cosa.

Incluso cuando no eres más que un trozo de barro.

Algún tipo de proyectil (una piedra, supongo) golpeó la pared de ladrillo a pocos centímetros de distancia y me ensució la cara de molesta arenilla. No había otro sitio donde guarecerme que un contenedor de basura repleto. Agarré la tapa y le di la vuelta.

Justo a tiempo. Otra piedra se estampó en la tapa y quebró el plástico en vez de lastimarme el pecho. Alguien me la tenía jurada.

Unos momentos antes, el callejón parecía un buen sitio para esconderse y recuperar el aliento. Pero ahora su fría oscuridad me traicionaba. Incluso un ídem desprende algo de calor corporal. Beta y su banda no llevan armas en esta parte de la ciudad (no se atreverían), pero sus hondas están equipadas con visores infrarrojos.

Tenía que huir de la traicionera oscuridad. Así que mientras el tirador recargaba, alcé mi improvisado escudo y corrí hacia las brillantes luces del Distrito Odeón.

Fue un movimiento arriesgado.

El lugar estaba atestado de archis cenando en los cafés o paseando por los alrededores de los teatros de buen gusto. Las parejas caminaban tomadas del brazo por el embarcadero, disfrutando de la brisa de la ribera del río. Sólo se podía ver a unos cuantos coloreados como yo, la mayoría sirviendo a sus superiores de piel blanda en mesas bajo toldos.

No iba a ser bienvenido en esta zona, donde acuden los propietarios a disfrutar de sus largas y sensuales vidas. Pero si me quedaba en los callejones me convertiría en comida para peces por obra y gracia de mi propia especie. Así que corrí el riesgo.

«Maldición, está abarrotado», pensé mientras atravesaba la plaza, evitando rozarme con alguno de los archis.

Aunque mi expresión era seria (como si tuviera un motivo legítimo para estar allí), debía destacar como un pato entre cisnes, y no sólo por el color de mi piel. Mi ropa de papel rasgada llamaba la atención. En cualquier caso, es difícil moverse delicadamente mientras colocas la tapa de un contenedor de basura entre tus órganos vitales y el callejón que tienes a la espalda.

Un brusco golpe alcanzó de nuevo el plástico. Al mirar atrás, vi a una figura amarillenta bajar su honda para cargar otra piedra. Formas furtivas asomaban desde las sombras, debatiendo cómo alcanzarme.

Me interné en la multitud. ¿Seguirían disparando y se arriesgarían a alcanzar a una persona real?

Un instinto ancestral (impreso en mi cuerpo de barro por aquel que me creó) me gritaba que corriera. Pero ahora me enfrentaba a otros peligros, surgidos de los seres humanos arquetipo que me rodeaban. Así que traté de comportarme con toda la cortesía estándar, inclinándome y dejando paso a las parejas que no querían apartarse o aminorar el paso para un simple ídem.

Tuve un minuto o dos de falsas esperanzas. Las mujeres, sobre todo, miraban más allá de mí, como si no existiera. La mayoría de los hombres se mostraban más asombrados que hostiles. Un tipo sorprendido incluso me dejó paso, como si yo fuera real. Le devolví la sonrisa. «Haré lo mismo por tu ídem algún día, amigo.»

Pero el tipo siguiente no se quedó satisfecho cuando le di prioridad de paso. Su codo me golpeó con fuerza, al pasar, y sus ojos claros chispearon, desafiándome a quejarme.

Encogiéndome, forcé una sonrisa de disculpa y me aparté para que el archi continuara su camino mientras intentaba concentrarme en un recuerdo agradable. «Piensa en el desayuno, Albea.» Los agradables aromas del café y los panecillos recién horneados. Simples placeres que tal vez volviera a disfrutar, si sobrevivía a la noche.

«Los volveré a probar —dijo una voz interior—. Aunque este cuerpo no lo consiga.»

«Sí —fue la respuesta—. Pero ése no seré yo. No exactamente.» Me sacudí la vieja duda existencial. De todas formas, un rox utilitario barato como yo no tiene olfato. En ese momento, apenas podía comprender el concepto.

El tipo de los ojos azules se encogió de hombros y se dio la vuelta. Pero un segundo después, algo golpeó el pavimento cerca de mi pie izquierdo y rebotó por toda la plaza.

¡Beta tenía que estar desesperado para lanzarme piedras en medio de una multitud de ciudadanos reales! La gente miró. Algunos ojos se centraron en mí.

«Y pensar que esta mañana empezó tan bien.»

Traté de darme prisa, y conseguí avanzar unos cuantos metros más antes de que me detuviera un trío de archis jóvenes y bien vestidos que me bloquearon adrede el paso.

— ¿Habéis visto a este mulo? —dijo el alto.

Otro, con piel translúcida a la moda y ojos rojizos, me señaló con un dedo.

— ¡Eh, ídem! ¿A qué tanta prisa? ¡No puedes seguir creyendo todavía en la otra vida! ¿Quién va a querer que vuelvas, con esa pinta que llevas?

Sabía el aspecto que debía tener. La banda de Beta me había dado una buena antes de que consiguiera escapar. De todas formas, sólo me quedaban una hora o dos para la expiración y mi pseudocarne resquebrajada mostraba claros signos de deterioro enzimático. El albino se rió de la tapa que yo usaba como escudo. Olisqueó con fuerza, arrugando la nariz.

—Además huele mal. Como a basura. Me está quitando el apetito. ¡Eh! A lo mejor tenemos motivos suficientes para presentar una demanda civil, ¿no os parece?

—Sí. ¿Qué te parece, golem? —se mofó el alto—. Danos el código de tu dueño. ¡Nos va a pagar la cena!

Yo alcé una mano, intentando aplacarlos.

—Vamos, amigos. Estoy haciendo un recado urgente para mi original. Tengo que llegar a casa, de verdad. Estoy seguro de que os fastidia que vuestros ídems estén lejos de vosotros.

Más allá del trío, pude ver el bullicio y el ruido de la calle Upas. Si conseguía llegar a la parada de taxis, o incluso al puesto de policía de la avenida Defense… Por una pequeña tarifa proporcionaban asilo refrigerado, hasta que mi dueño viniera por mí.

—Urgente, ¿eh? —dijo el alto—. Si tu amo todavía te quiere en este estado, apuesto a que pagará por recuperarte, ¿eh?

El último adolescente, un tipo fornido de piel marrón oscuro y el pelo muy corto, parecía más compasivo.

—Ah, dejad en paz al pobre verde. Se le notan las ganas que tiene de llegar a casa y desembuchar. Si lo detenemos, su dueño puede demandarnos a nosotros.

Una amenaza inquietante. Incluso el albino vaciló, como si estuviera a punto de echarse atrás.

Entonces el tirador de Beta volvió a disparar desde el callejón, golpeándome en el muslo por debajo de la tapa de plástico.

Todo el que ha duplado y cargado sabe que la pseudocarne puede sentir dolor. Una feroz agonía me hizo chocar contra uno de los jóvenes, que me empujó a su vez, gritando.

¡Apártate, cosa apestosa! ¡Habéis visto eso? ¡Me ha tocado!

Ahora lo pagarás, trozo de barro —añadió el alto—. Veamos tu placa.

Todavía temblando, conseguí darme la vuelta para colocarlo entre el callejón y yo. Mis perseguidores no se atreverían a disparar ahora y arriesgarse a darle a un archi.

—Idiota —dije—. ¿No ves que me han disparado?

¿Y qué? —Las aletas de la nariz del albino se abrieron—. Mis ídems acaban destrozados en guerras-orga constantemente. No me verás llorar por eso. ¡Ni llevar una pelea al Odeón, nada menos! Vamos a ver esa placa.

Extendió una mano, e instintivamente me toqué el punto de la frente donde estaba el implante de identidad. Un duplicado-golem tiene que enseñar su placa a una persona real, si se lo pide. Aquel incidente iba a costarme… bueno, le costaría a mi creador. La diferencia semántica dependía de si conseguía llegar a casa en la siguiente hora.

Bien. Llamad a un poli o a un árbitro —dije, tocando la tapa de pseudopiel—. Veremos quién paga la multa, basura. No estoy jugando a ningún simbat. Estáis molestando al doble de un investigador con licencia. Los que me disparan son criminales…

Atisbé unas figuras que salían del callejón. Miembros de piel amarilla de la banda de Beta, alisándose sus atuendos de papel y tratando de no parecer sospechosos entre la multitud de archis que paseaban, inclinándose y dando paso como respetuosos chicos que cumplieran sus encargos y en los que no mereciera la pena fijarse. Pero con prisa.

¡Maldición! Nunca había visto a Beta tan desesperado.

Y mi cerebro contiene pruebas que pueden ser cruciales para resolver un caso importante. ¿Queréis ser responsables de haberlo impedido?

Dos de los adolescentes se apartaron, con aspecto inseguro. Aumenté la presión.

— ¡Si no me dejáis seguir con el negocio de mi propietario, cursará una demanda por obstrucción a un comercio legal!

Estábamos atrayendo a una multitud. Eso podría refrenar al grupo de Beta, pero el tiempo no corría de mi parte.

Lástima, el tercer chico (el de la piel artificialmente translúcida) no se dejó amilanar. Golpeó su pantalla de muñeca.

—Giga. Tengo suficiente zumo en el banco para cubrir una multa de sangre. Si vamos a pagarle al dueño de este id, démonos el gusto de desconectarlo a lo grande.

Me agarró por el brazo, retorciéndolo con la fuerza de músculos bien desarrollados: músculos de verdad, no mis anémicas imitaciones. La presa dolió, pero peor fue saber que me había pasado de listo. Si me hubiera callado la boca, tal vez me habrían dejado marchar. Ahora los datos de mi cerebro se perderían y Beta ganaría de todos modos.

El joven cerró el puño dramáticamente, luciéndose ante la multitud. Pretendía romperme el cuello de un golpe.

— ¡Suelta a esa pobre cosa! —murmuró alguien. Pero un contingente mucho más ruidoso le animó.

Justo entonces un estruendo sacudió la plaza. Unas voces maldijeron con fuerza. Los peatones se volvieron a mirar un restaurante cercano, donde los comensales de una mesa al aire libre se apartaban de un estropicio de líquido derramado y vasos rotos. Un camarero de piel verde soltó su bandeja y murmuró unas disculpas, usando una bayeta para quitar los brillantes añicos de los indignados clientes. Entonces resbaló, llevándose consigo a uno de los furiosos parroquianos en una espectacular caída. La multitud estalló en carcajadas mientras el idmaitre del restaurante salía corriendo, echaba una bronca al verde y pretendía pedir disculpas a los manchados clientes.

Durante un instante no me miró nadie excepto el albino, que parecía molesto por haber perdido a su público.

El camarero se levantó, y siguió frotando a los archis con un trapo empapado.

Durante un momento la cabeza del verde miró brevemente en mi dirección. Su rápido gesto significaba: «Aprovecha tu oportunidad y lárgate de aquí.»

No me hizo falta nada más. Me metí la mano libre en el bolsillo y saque una fina tarjeta, en apariencia un disco de crédito estándar. Pero apretándola así una luz plateada surgía por uno de los bordes, emitiendo un zumbido estridente.

Los ojos rosáceos del albino se abrieron como platos. Se supone que los ídems no pueden llevar armas, sobre todo armas ilegales. Pero lo que vio no lo asustó. Me apretó con más fuerza y supe que estaba en manos de un deportista, un jugador, dispuesto incluso a arriesgar su carnerreal a cambio de algo nuevo. Una experiencia.

La presa sobre mi brazo se intensificó. «Te desafío», decía su mirada de rata.

Así que lo complací, golpeando con fuerza. La chisporroteante hoja cortó sin resistencia la piel.

Durante un instante, el dolor y la furia parecieron llenar el espacio entre nosotros. ¿Su dolor o el mío? Su furia y su sorpresa, desde luego… y sin embargo hubo una fracción de segundo en que me sentí unido al duro joven por una oleada de empatía. Una abrumadora conexión con mi angst adolescente. Con el orgullo herido. La agonía de ser un alma aislada entre miles de millones de almas solitarias.

La vacilación podría haberme costado cara si hubiera durado más de un segundo. Pero mientras él abría la boca para gritar, yo me giré y escapé, abriéndome paso por entre la multitud, seguido por los gritos de furia del joven, que agitaba un muñón ensangrentado.

Mi muñón ensangrentado. Mi mano desmembrada se agitó espasmódicamente ante su rostro hasta que él retrocedió y la dejó caer, lleno de repugnancia.

Al mirar hacia atrás vi también a dos de los amarillos de Beta que se internaban entre los perturbados archis, empujando impertinentemente a algunos mientras cargaban piedras en sus catapultas de muñeca, preparándose para dispararme. Con toda aquella confusión no les preocupaban los testigos, ni las multas por desobediencia civil. Tenían que impedirme que entregara lo que sabía.

Impedirme que vaciara el contenido de mi cerebro en descomposición.

Debí de ser todo un espectáculo, corriendo envuelto en una túnica hecha jirones con un brazo amputado goteando y gritándoles como un loco a los sorprendidos archis que se apartaran. No estaba seguro en ese momento de lo que podría conseguir. La senilidad expiratoria debía de haber empezado ya, empeorada por el pseudoshock y la fatiga de los órganos.

Alertado por la conmoción, un poli llegó a la plaza desde la calle Cuarta, cubierto por una armadura corporal, mientras sus ídems de piel azul se desplegaban, ágiles y sin protección, sin necesitar órdenes porque cada uno conocía los deseos del proto más perfectamente que un pelotón de infantería bien entrenado. Su única arma (dedos terminados en punta de aguja con aceite aturdidor) detendría en seco a cualquier humano o golem.

Me aparté de ellos, sopesando mis opciones.

Físicamente, mi ídem no le había hecho daño a nadie. Con todo, las cosas se estaban poniendo feas. Se había molestado, incluso perturbado, a personas de verdad. Suponiendo que escapara de los hampones amarillos de Beta y consiguiera llegar a un congelador policial, mi original podría acabar acusado de suficientes infracciones menores como para perder la recompensa por localizar a Beta. A los polis incluso podría traerles al pairo congelarme a tiempo o no. Lo estaban haciendo mucho últimamente.

Seguro que varias cámaras privadas y públicas me estaban enfocando. ¿Pero lo suficiente como para hacer una identificación válida? La cara de este verde era demasiado blanda, y aún más deformada por los puños de la banda de Beta, así que no sería fácil reconocerla. Eso dejaba una posibilidad. Llevar esta carcasa estropeada a un lugar donde nadie pudiera recuperarla o identificarla. Que se devanaran los sesos intentando adivinar quién había empezado aquel tumulto.

Me dirigí tambaleándome hacia el río, gritando y haciendo señas a la gente para que se apartase.

Cerca del embarcadero, oí una voz severa y amplificada gritar: — ¡Alto!

Los poligolems llevan altavoces donde la mayoría de nosotros tenemos órganos sexuales sintéticos… una substitución pavorosa que llama la atención.

A mi izquierda sonaron varios impactos agudos. Una piedra golpeó mi deteriorada carne mientras otra rebotaba por la acera, resbalando hacia el policía real. Tal vez ahora los azules se concentraran en los amarillos de Beta. Cojonudo.

Entonces ya no tuve más tiempo para pensar, porque mis pies se quedaron sin superficie de apoyo. Siguieron agitándose en el vacío, por costumbre, supongo… hasta que golpeé las aguas sucias con gran estruendo.

Supongo que hay un gran problema con esto de contarles esta historia en primera persona: el oyente sabe que conseguí llegar a casa de una pieza. O al menos en algún estado que me permitió contarlo. Entonces, ¿dónde está el suspense?

Muy bien, así que no acabé allí, con la caída al río, aunque tal vez debería haberlo hecho. Algunos golems están diseñados para el combate, como los que los hobbistas envían a los campos de batalla gladiatoriales… o los modelos secretos que se rumorea que tienen en las Fuerzas Especiales. Otros ídems, fabricados para el hedonismo, sacrifican parte de su élan vital por la carga de células de placer hiperactivas y la memoria hi-fi. Se puede pagar más por un modelo con miembros de más o ultrasentidos… o que sepa nadar.

Yo soy demasiado agarrado para permitirme todas esas opciones a la moda. Pero una característica que siempre incluyo es la hiperoxigenación: mis ídems pueden contener mucho tiempo la respiración. Viene bien para un trabajo en el que nunca sabes si alguien va a gasearte, o a meterte en el maletero estanco de un coche, o a enterrarte vivo. He absorbido recuerdos de todas estas cosas. Recuerdos que no tendría hoy si el cerebro del ídem hubiera muerto demasiado pronto.

Afortunado de mí.

El río, frío como el hielo lunar, corría ante mí como una vida desperdiciada. Una vocecita habló mientras me hundía cada vez más en las turbias aguas, una voz que había oído en otras ocasiones.

«Ríndete ahora. Descansa. Esto no es la muerte. El tú verdadero continuará. Hará realidad tus sueños. Los pocos que te quedan.»

Bastante cierto. Filosóficamente hablando, mi original era yo. Nuestros recuerdos diferían sólo en un horrible día. Un día que había pasado descalzo, en calzoncillos, haciendo trabajo de oficina en casa mientras yo investigaba por los bajos fondos de la ciudad, donde la vida vale menos que en una novela de Dumas. Mi continuidad presente importaba muy poco en la gran escala de las cosas.

Respondí a la vocecita como de costumbre.

«Al carajo el existencialismo.»

Cada vez que entro en la copiadora, mi nuevo ídem absorbe instintos de supervivencia que tienen un billón de años.

«Quiero mi otra vida.»

Para cuando mis pies tocaron el resbaladizo fondo del río, estaba decidido a darle una oportunidad. Casi no tenía ninguna posibilidad, por supuesto, pero tal vez la fortuna estaba dispuesta a estrenar un nuevo mazo de cartas. Además, otro motivo me impulsaba.

No dejes que ganen los malos. Nunca les dejes salirse con la suya. Tal vez yo no tenía que respirar, pero moverse seguía siendo difícil mientras luchaba por plantar los pies, de cabeza en el lodo, donde todo era resbaladizo y viscoso al mismo tiempo. Habría sido difícil conseguir avanzar con un cuerpo entero, y el reloj de éste se estaba agotando.

¿Visibilidad? Casi ninguna, así que maniobré basándome en la memoria y en el sentido del tacto. Pensé en abrirme camino río arriba hasta los puntos de atraque de los transbordadores, pero recordé que el barco vivienda de Clara estaba atracado a un kilómetro más o menos, corriente abajo, desde la plaza Odeón. Así que dejé de luchar contra la fuerte corriente y me dejé llevar por ella, dedicando todos mis esfuerzos a permanecer cerca de la orilla.

No me habría venido mal ir equipado con sensores de dolor de control variable. Como carecía de ese rasgo opcional (y mientras maldecía mi propia tacañería), contuve una mueca de agonía mientras avanzaba paso a paso por el absorbente lodo. El duro fango me dio poco tiempo para pensar en el angst fenomenológico al que se enfrentan las criaturas de mi especie.

«Yo soy yo. Por poca vida que me quede, sigo considerándola preciosa. Sin embargo renuncié a lo que queda al saltar al río para ahorrarle a otro tipo unos pocos créditos.

»Un tipo que le hará el amor a mi chica y se aprovechará de mis logros.

»Un tipo que comparte todos mis recuerdos, hasta el momento en que él (o yo) se tumbó en la copiadora, anoche. Sólo que él se quedó en casa en el cuerpo original, mientras que yo fui a hacerle el trabajo sucio.

»Un tipo que nunca sabrá qué día de perros he tenido.»

Es como lanzar una moneda al aire, cada vez que usas una copiadora-y-horno. Cuando se termina, ¿serás el rig… la persona original? ¿O el rox, el golem, el mulo, el ídem-por-un-día?

A menudo apenas importa, si reabsorbes los recuerdos como se supone que tienes que hacer, antes de que la copia expire. Entonces es sólo como dos partes de ti que se vuelven a fundir. ¿Pero y si el ídem sufría o lo pasaba mal, como me había pasado a mí?

Me resultaba difícil mantener mis pensamientos unidos. Después de todo, mi cuerpo verde no había sido construido para un intelecto. Así que me concentré en la tarea que tenía por delante, arrastrando un pie tras otro, y avancé por el lodo.

Hay sitios ante los que pasas cada día, y sin embargo apenas piensas en ellos porque no esperas adentrarte en ellos nunca. Como este lugar. Todo el mundo sabe que el Gorta está lleno de basura. Yo no paraba de tropezar con cosas que los rastreadores-limpiadores habían pasado por alto: una bici oxidada, un acondicionador de aire roto, varios viejos monitores de ordenador que me miraban como ojos de zombi. Cuando yo era niño, solían sacar del río automóviles enteros, a veces con pasajeros dentro y todo. Gente real que no tenía copia de repuesto en aquella época para continuar su vida una vez destrozada.

En tiempos del abuelo, el Gorta apestaba a contaminación. Las ecoleyes devolvieron la vida al río. Ahora la gente pesca desde el embarcadero. Y los peces acuden cada vez que la ciudad arroja algo comestible.

Como yo.

La carne real es obediente. No empieza a descomponerse a las veinticuatro horas. El protoplasma es tan tenaz y duradero que incluso un cadáver ahogado tarda días en descomponerse.

Pero mi piel ya se estaba cuarteando incluso antes de caer al río. La desintegración puede retrasarse a fuerza de voluntad durante un rato, pero las cadenas orgánicas sincronizadas en mi cuerpo artificial se desintegraban y se desgajaban a desconcertante velocidad. El olor era fuerte y atraía a los oportunistas que acudían corriendo de todas partes para comer, llevándose los trozos que parecían a punto de desprenderse. Al principio traté de espantarlos con la mano que me quedaba, pero eso sólo me retrasó sin molestar mucho a los carroñeros. Así que continué avanzando, dando un respingo cada vez que un receptor de dolor recibía el mordisco de un pez ansioso.

Me harté cuando empezaron a dirigirse a los ojos. Iba a necesitar la visión todavía un rato.

En un momento dado una fuerte corriente de agua caliente llegó de repente de la izquierda, desviándome de mi rumbo. Espantó a los carroñeros un minuto y me dio la oportunidad de concentrarme.

«Debe de ser el canal de la calle Hahn.

»Veamos. El barco de Clara está anclado en Little Venice. Debe de ser la segunda abertura después de ésta… ¿O es la siguiente?»

Tuve que abrirme paso a la fuerza para dejar atrás el canal sin ser empujado a aguas más profundas, y de algún modo conseguí por fin llegar al embarcadero de piedra del otro lado. Por desgracia, los bancos de peces que me perseguían volvieron a congregarse en ese punto (peces desde arriba y cangrejos desde abajo), atraídos por mis heridas rezumantes, mordisqueando y pellizcando mi piel, que se deterioraba rápidamente.

Lo que siguió es borroso: un continuo avance a trompicones por el lodo, entre escombros y nubes de torturadores que mordían.

Se dice que al menos un rasgo de la personalidad se mantiene siempre que se copia un ídem de su arquetipo. No importa en qué más varíe, algo de tu naturaleza básica se transmite de un facsímil al siguiente. Una persona que es sincera o pesimista o charlatana en carne real creará un golem de cualidades similares.

Clara dice que mi característica más persistente es la tozudez. «Maldito sea quien diga que no puedo hacer esto.»

Esa frase rodaba una y otra vez por mi deteriorado cerebro, repitiéndose un millar de veces. Un millón. Gritaba cada vez que daba un doloroso paso o un pez volvía a morderme. La frase evolucionó más allá de las meras palabras. Se convirtió en mi encantamiento. Mi foco. Un mantra de tozudez destilada que me impulsaba a seguir adelante, arrastrándome, paso a paso… hasta el momento en que me encontré bloqueado por un estrecho obstáculo.

Lo contemplé un momento. Una cadena cubierta de moho que se extendía, tensa y casi vertical, desde un ancla enterrada hasta un objeto plano hecho de tablones de madera.

Un muelle flotante.

Y atracado a su lado había un barco, su amplia quilla cubierta de lapas. No tenía ni idea de a quién pertenecía el barco, sólo sabía que mi tiempo estaba a punto de agotarse. El río acabaría conmigo si me quedaba allí.

Usando la única mano que me quedaba, me agarré a la cadena y me esforcé por liberar ambos pies del absorbente barro, y luego continué aupándome a trompicones, alzándome de manera implacable hacia la luz chispeante.

Los peces debieron de darse cuenta de que era su última oportunidad. Atacaron, por todas partes, agarrando todos los trozos y pliegues colgantes que podían, incluso después de que mi cabeza asomara a la superficie. Alcancé con el brazo el muelle, y entonces tuve que recurrir a la memoria para saber qué hacer a continuación.

«Respira. Eso es. Necesitas aire. ¡Respira!»

Mi estremecida inhalación no se pareció a un jadeo humano. Más bien al golpe que hace un trozo de carne cuando se la lanza contra una tabla y luego se la corta, dejando que escape una bolsa de aire. Con todo, algo de oxígeno corrió a sustituir el agua que caía de mi boca sin labios. Ofreció la suficiente fuerza renovada para que pudiera pasar una pierna al muelle.

Me aupé con todas mis fuerzas, y por fin salí completamente del río, fastidiando a los carroñeros, que salpicaron decepcionados.

Los temblores sacudieron mi cuerpogolem de arriba abajo. Algo, una parte de mí, se soltó y cayó al agua con un golpe. Los peces se alegraron y se congregaron alrededor, fuera lo que fuese, y comieron ruidosamente.

Todos mis sentidos se iban apagando, momento a momento. Con desapego, advertí que me faltaba un ojo… y que el otro casi se había salido de su cuenca. Lo volví a colocar en su sitio, luego intenté levantarme.

Todo parecía torcido, desequilibrado. La mayoría de las señales que envié, exigiendo movimiento a músculos y miembros, no recibieron respuesta. Con todo, mi atormentada carcasa de algún modo consiguió levantarse, apoyándome primero en las rodillas… y luego en muñones que podían apenas considerarse piernas.

Apoyándome en un pasamanos de madera, subí un corto tramo de escaleras que conducía a la casa flotante atracada de costado. Las luces brillaban y una vibración se hizo discernible.

Una música convulsa sonaba cerca.

Mientras mi cabeza llegaba a lo alto, capté una imagen difusa: llamas fluctuando en finas columnas blancas. Velas de adorno. Su suave luz destellaba en la cubertería y las copas de cristal. Y más allá, figuras esbeltas moviéndose junto a la amura de estribor.

Gente real. Elegantemente vestida para una cena de fiesta. Contemplaban el río.

Abrí la boca, intentando dar voz a una disculpa amable por interrumpir: ¿querría alguien por favor llamar a mi propietario antes de que mi cerebro se convirtiera en gelatina?

Lo que surgió fue un gemido ahogado.

Una mujer se volvió, me vio avanzando hacia ellos desde la oscuridad y soltó un gritito, como si yo fuera una horrible criatura no-muerta, surgida de las profundidades. Bastante exacto.

Extendí el brazo, gimiendo.

—Oh, dulce madre Gaia —su voz indicó rápidamente que comprendía—. ¡Jameson! ¿Quieres por favor telefonear a Clara Gonzales, del Catalina Baby? ¡Dile que su maldito novio ha perdido otro de sus ídems… y será mejor que venga a recogerlo pronto!

Traté de sonreír y darle las gracias, pero el plazo de expiración previsto no podía retrasarse más. Mis pseudoligamentos escogieron ese momento para disolverse, de inmediato.

Hora de hacerse pedazos.

No recuerdo nada posterior a eso, pero me han dicho que mi cabeza rodó hasta detenerse junto a la nevera donde estaba en fresco el champán. Un invitado a la cena fue lo bastante amable para meterla dentro, junto a una botella muy bonita de Dom Pérignon del 38.

2 Amos de ítems

…o de cómo realAlbert se enfrenta a un día duro…

Muy bien, así que ese verde no consiguió llegar a casa de una pieza. Para cuando fui a recogerlo, sólo quedaba el cráneo congelado… más bien una masa de pseudocarne que se evaporaba y manchaba la cubierta de la casa flotante de madame Frenkel.

(Nota para mí: comprar a madame Frenkel un regalo bonito, o Clara me lo hará pagar.)

Naturalmente, recuperé el cerebro a tiempo… o no tendría el dudoso placer de revivir el día miserable que «yo» pasé recorriendo el inframundo del idemburgo, arrastrándome por las alcantarillas para penetrar en el cubil de Beta, para luego ser capturado y golpeado por sus matones amarillos y, después, escapar frenéticamente por la ciudad hasta culminar en esa horrible experiencia bajo el agua hasta la perdición.

Sabía, incluso antes de conectar aquel cerebro saturado en el perceptrón, que no iba a saborear la inminente comida de recuerdos acres.

«Te damos las gracias por los alimentos que estamos a punto de recibir.»

La mayoría de la gente se niega a cargar si sospecha que su ídem ha tenido experiencias desagradables. Un rig puede elegir no saber o no recordar por lo que ha pasado el rox. Es un aspecto conveniente más de la moderna tecnología de duplicación: es como si se hiciera desaparecer un mal día.

Pero yo considero que si fabricas una criatura, eres responsable de ella.

Ese ídem quería importar. Luchó como un león para continuar. Y ahora es parte de mí, como varios otros centenares que llegaron a casa para descargar, desde la primera vez que usé un horno, a los dieciséis años.

De todas formas, necesitaba el conocimiento de ese cerebro, o no habría tenido nada que mostrarle a mi cliente… una cliente que no tiene fama de paciente.

Incluso podría encontrar una ventaja a mi desgracia. Beta vio a mi copia de piel verde caer al río y no volver a salir. Todo el mundo supondría que se había ahogado, o que había sido arrastrada hasta el mar, o se había disuelto convertida en alimento para peces. Si Beta estaba seguro de eso, tal vez no cambiara de escondite. Podría ser la oportunidad para pillar a sus piratas con la guardia baja.

Me levanté de la mesa acolchada, combatiendo oleadas de confusión sensorial. Sentía raras mis piernas reales: carnosas y sustanciosas, aunque un poco distantes, ya que parecía que hacía apenas unos momentos que me apoyaba en muñones que se desmoronaban. La imagen de un tipo fornido y moreno en el espejo cercano parecía extraña. Demasiado saludable para ser real.

«El festival de rostros de ídem del lunes», pensé, inspeccionando las arrugas que se hunden gradualmente alrededor de tus ojos reales. Incluso una carga sin nada que destacar te deja desorientado mientras un día entero de recuerdos frescos se agita y busca colocarse entre noventa mil millones de neuronas, asentándose en casa en unos pocos minutos.

En comparación, la descarga parece poca cosa. La copiadora suavemente agita tu cerebro orgánico para grabar la Onda Establecida en un molde fresco hecho de barro especial, que se cuece en el horno. Pronto un nuevo ídem sale al mundo para realizar encargos mientras tú te tomas el desayuno. Ni siquiera hace falta decirle lo que tiene que hacer.

Ya lo sabe.

Eres tú.

Lástima que no haya tiempo para hacer uno ahora mismo. Los asuntos urgentes tienen prioridad.

— ¡Teléfono! —dije, apretándome las sienes con los dedos, apartando los desagradables recuerdos del viajecito por el fondo del río. Intenté concentrarme en lo que mi didtective había descubierto sobre el cubil de Beta.

—Nombre o número —dijo una suave voz desde la pared más cercana.

—Ponme con el inspector Blane de la AST. Codifica y envíalo a su emplazamiento real. Si está bloqueado, córtalo con un urgente. A Neli, mi ordenador doméstico, no le gustó esto.

—Son las tres de la madrugada —comentó—. El inspector Blane no está de servicio ni tiene ningún facsímil ídem en estatus activo. ¿Debo recordar la última vez que lo despertaste con un urgente? Te puso una multa por invasión de intimidad civil de quinientos…

—Que más tarde retiró, después de enfriarse. Envíalo, ¿quieres? Tengo un dolor de cabeza terrible.

Previendo mi necesidad, el armario de las medicinas ya borboteaba con organosíntesis, y dispensó un vaso lleno de un combinado efervescente que engullí mientras Nell hacía la llamada. La oí discutir con tono apagado las prioridades con el reacio ordenador doméstico de Blane. Naturalmente, esa máquina quería tomar el mensaje en vez de despertar a su jefe.

Yo ya me estaba cambiando de ropa, poniéndome un grueso mono antibalas, cuando el inspector de la Asociación de Subcontratas de Trabajo respondió en persona, adormilado y fastidiado. Le dije a Blane que cerrara el pico y se reuniera conmigo cerca del viejo edificio Teller al cabo de veinte minutos. Es decir, si quería tener una oportunidad para cerrar de una vez el caso Wammaker.

—Y será mejor que lleve un equipo de detención de primera clase —añadí—. Uno grande, si no quiere otro jaleo desagradable. Recuerde cuántos contribuyentes cursaron demandas por molestias la última vez.

Él volvió a maldecir, de manera pintoresca y repetitiva, pero yo había atraído su atención. Pude oír un claro zumbido al fondo: su horno de tamaño industrial que se calentaba para producir tres ídems clase-bruto a la vez. Blane era un bocazas, pero se movía rápidamente cuando hacía falta.

Igual que yo. Mi puerta principal se abrió obediente y la voz de Blane pasó a mi cinturón portátil, y luego a la unidad de mi coche. Para cuando se calmó lo suficiente para cortar la comunicación, yo conducía ya a través de la bruma previa al amanecer, dirigiéndome al centro.

Me subí el cuello de la gabardina, asegurándome de que el sombrero se ajustara sobre mis ojos. Clara había cosido a mano mi atuendo de detective privado, usando telas high-tech tomadas de su unidad de la Reserva del Ejército. Un material excelente. Sin embargo las capas protectoras no eran demasiado tranquilizadoras. Muchas armas modernas pueden atravesar las armaduras textiles. Lo sensato, como siempre, habría sido enviar una copia. Pero mi casa está demasiado lejos del edificio Teller. El pequeño horno de mi hogar no podría descongelar y fabricar lo bastante rápido para ir al encuentro de Blane.

Siempre hace que me sienta extraño y vulnerable si voy a realizar un rescate o una detención en persona. Un ser de carnerreal no está hecho para riesgos. Pero esta vez, ¿qué otra opción tenía?

La gente real todavía ocupa algunos de los edificios más altos, donde los ojos orgánicos aprecian las panorámicas prestigiosas. Pero el resto de la Ciudad Vieja se ha convertido en una tierra de fantasmas y de golems que van al trabajo cada mañana recién salidos de los hornos de sus propietarios. Es un reino austero, a la vez cascado y pintoresco; los trabajadores fotocopiados salen de tranvías, camionetas y autobuses, sus cuerpos de vivos colores envueltos en ropa de papel igualmente colorista e igualmente desechable.

Teníamos que terminar nuestra redada antes de que llegara el flujo diario de gente de barro, así que Blane organizó rápidamente sus tropas alquiladas a la luz del inminente amanecer, a dos manzanas del edificio Teller. Mientras formaba escuadrones y repartía disfraces, su golem-abogado ébano discutía con una poli acorazada que tenía el visor alzado mientras negociaba un permiso de refuerzo privado.

Yo no tenía otra cosa que hacer excepto mordisquearme una uña y contemplar el día asomar entre la neblina. Ya se podían ver gigantes oscuros deambulando por los desfiladeros de la metrópoli, formas de pesadilla que habrían aterrorizado a nuestros antepasados urbanos. Una silueta sinuosa pasó tras una farola lejana, proyectando sombras serpentinas de varios pisos de altura. Un gemido grave resonó cerca de donde estábamos y temblores triásicos estremecieron mis pies.

Teníamos que terminar nuestro trabajo antes de que llegara aquella bestia.

Vi un envoltorio de caramelos que ensuciaba la acera, algo extraño aquí. Me lo guardé en el bolsillo. Las calles del idemburgo están normalmente inmaculadas, ya que la mayoría de los golems nunca comen ni escupen. Aunque se ven muchos más cadáveres, pudriéndose en las aceras, que cuando yo era niño.

La principal preocupación del jefe de policía era asegurarse de que ninguno de los cuerpos de hoy fuera real. La copia negra de Blane argumentaba inútilmente solicitando un permiso completo, y luego se encogió de hombros y aceptó los términos de la ciudad. Nuestras fuerzas estaban preparadas. Dos docenas de reforzadores púrpura, esbeltos y sin sexo, algunos de ellos disfrazados, se pusieron en marcha siguiendo el plan.

Miré de nuevo bulevar Alameda abajo. La silueta gigantesca había desaparecido Pero habría otras. Sería mejor que nos diéramos prisa o corríamos el riesgo de que nos pillara la hora punta.

Los mercenarios contratados de Blane, para gran alegría de éste, pillaron a los piratas desprevenidos.

Nuestras tropas burlaron sus detectores externos en furgonetas comerciales, disfrazados de ids de mantenimiento y golem-correo que hacían el reparto al amanecer, y consiguieron llegar a los escalones de entrada antes de que sus armas ocultas dispararan las alarmas.

Una docena de amarillos de Beta salieron disparando. Una melé a gran escala se produjo cuando los humanoides de barro se enzarzaron unos contra otros, perdiendo miembros en el fuego cruzado o explotando chillones en la acera cuando chorros de agujas incendiarias alcanzaban la pseudocarne, prendiendo las células catalizadoras de hidrógeno con espectaculares minibolas de fuego.

En cuanto empezaron los disparos, la policía blindada de la ciudad avanzó con sus duplicados de piel azul, que inflaron rápido-barricadas y anotaron las infracciones cometidas por cada bando: todo aquello que pudiera acabar en un jugoso juicio. Por lo demás, ambos bandos ignoraron a la policía. Aquello era un asunto comercial y no del Estado, siempre y cuando ninguna persona orgánica resultara herida.

Yo esperaba que continuara así, mientras me parapetaba tras un coche aparcado con realBlane mientras sus duplicados-brutos corrían de un lado a otro, azuzando a los púrpuras. Rápidos y burdos, sus ídems de creación rápida no eran unos colosos mentales, pero compartían su sentido de la urgencia. No teníamos más que unos minutos para entrar y recuperar los moldes robados antes de que Beta pudiera destruir toda prueba de su piratería.

— ¿Qué hay de las alcantarillas? —pregunté, recordando cómo mi reciente idverde se abrió paso por su interior el día anterior… una excursión tan desagradable de recordar como el viaje posterior por el fondo del río.

El ancho rostro de Blane se contorsionó detrás de un visor semitransparente que destellaba con símbolos y mapas superpuestos. (Es demasiado anticuado para ponerse implantes retinales. O tal vez le gusta el efecto chillón.)

—Tengo un robot ahí dentro —gruñó.

—Los robots pueden ser hackeados.

—Sólo si son lo bastante listos para oír nuevos datos. Éste es un zángano por cable del Departamento Sanitario. Tonto como una piedra. Está intentando meter una fibra de banda ancha por las tuberías hasta el sótano, y se dirige al cuarto de baño de Beta, testarudo como él solo. Nadie lo va a engañar, lo prometo.

Gruñí, escéptico. De todas formas, nuestro mayor problema no era escapar, sino llegar al escondite antes de que nuestras pruebas se volatilizaran.

Cualquier otro comentario quedó cortado por una nueva visión. ¡La mujer policía envió a una de sus copias azules directamente al centro de la batalla! Ignorando el silbido de las balas, hurgó entre los combatientes caídos, asegurándose de que estaban fuera de combate, y luego les cortó la cabeza para guardarlas todas en una bolsa en previsión de interrogatorios posteriores.

No había muchas posibilidades de eso. Beta era notoriamente cuidadoso con sus ids, y usaba falsas placas de identificación y programaba sus cerebros para autodestruirse si los capturaban. Haría falta una suerte fantástica para descubrir su nombre real hoy. ¿Yo? Me contentaría con realizar un rescate completo y poner fuera de juego esta operación en concreto.

Unas ruidosas explosiones sacudieron Alameda mientras el humo envolvía todas las entradas del edificio Teller, extendiéndose hasta el coche donde nos ocultábamos Blane y yo. Algo me hizo perder el sombrero, dando un fuerte tirón de mi cuello. Me agaché más, jadeando, antes de buscar mi fibroscopio en el bolsillo: una forma mucho más segura de mirar. Se cernió sobre el techo del coche en el extremo de un tallo casi invisible, hinchándose automáticamente para apuntar con una diminuta gel-lente a la lucha, y transmitiendo imágenes entrecortadas al implante de mi ojo izquierdo.

(Nota para mí: este implante tiene ya cinco años. Obsoleto. ¿Hora de ponerlo al día? ¿O te da reparo después de la última vez?)

La polid azul estaba todavía allí, comprobando los cadáveres y haciendo recuento de los daños, mientras nuestros reforzadores púrpura aumentaban su ataque, atravesando todas las aberturas convenientes con el intrépido abandono de soldados de asalto fanáticos. Mientras seguía mirando, varias balas perdidas impactaron en la policía-golem, haciéndola girar, y clavando trozos de carne fofa en una pared cercana. La azul se tambaleó y se dobló por la mitad, temblando. Se notaba que sus enlaces de dolor funcionaban. Los mercenarios púrpura pueden operar sin células de contacto, ignorando las heridas mientras se abren paso con pistolas en ambas manos. Pero el trabajo de un azul es aumentar los sentidos de un poli real. Se nota.

«Uf —pensé—. Eso tiene que dpler.»

Todos los que veían sufrir a la cosa mutilada esperaban que se auto-disolviera. Pero el golem se enderezó, tembló, y volvió cojeando al trabajo. Hace un siglo, eso habría parecido bastante heroico. Pero todos sabemos qué tipo de personalidad contratan las autoridades hoy en día. La poli real probablemente cargaría los recuerdos de este ídem… y disfrutaría.

Mi teléfono sonó, un ritmo de alta pri, así que Nell quería que respondiera. Tres golpecitos en mi canino superior derecho le indicaron que sí. Una cara se hinchó para llenar la visión de mi ojo izquierdo. Una mujer de rasgos marrón claro y pelo dorado reconocibles en todo el continente.

—Señor Morris, estoy recibiendo informes de una redada en el idemburgo… y veo que la AST ha registrado un permiso de intervención. ¿Es cosa de usted? ¿Ha encontrado mi propiedad robada?

¿Informes?

Alcé la cabeza y vi varias flotacams gravitando sobre la zona de batalla, con los logotipos de las redes olisqueadoras. Desde luego, los buitres no tardaron mucho.

Contuve un comentario cáustico. Tienes que contestar a un cliente, incluso cuando está interfiriendo.

—Mm… todavía no, Maestra. Puede que los hayamos pillado por sorpresa, pero…

Blane me agarró el brazo. Presté atención.

No más explosiones. Los disparos restantes eran apagados, pues procedían de las profundidades del edificio.

Alcé la cabeza, todavía tenso. La poli acorazada pasó ante nosotros, acompañada por sus duplicados azules desnudos.

—¿Señor Morris? ¿Estaba usted diciendo algo? —el hermoso rostro fruncía el ceño dentro de mi ojo izquierdo, y parpadear no proporcionaba ningún alivio—. Espero ser informada…

Un escuadrón de limpiadores llegó a continuación, modelos a vetas verde y rosa, con escobas y liquivacs para despejar la zona antes de que la hora punta trajera a los trabajadores de la mañana. Desechables o no, los id-limpiadores no entrarían en un sitio donde hubiera pelea.

— ¡Señor Morris!

—Lo siento, Maestra —respondí—. No puedo hablar ahora. La llamaré cuando sepa más.


Antes de que ella pudiera poner pegas, mordí con un molar y acabé con la llamada. Mi ojo izquierdo se despejó.

— ¿Bien? —le pregunté a Blane.

Su visor se llenó de colores que yo podría haber interpretado de haber estado en forma de ciberid. Como mero orgánico, esperé. —Estamos dentro.

— ¿Y el molde?

Blane sonrió.

¡Lo tenemos! La están sacando.

Mis esperanzas aumentaron por primera vez. Crucé agachado la acera para recoger el sombrero y coloqué su armadura elástica sobre mi cabeza. De todas formas, a Clara no le haría gracia que lo perdiera.

Dejamos atrás los limpiadores y subimos los veinte escalones has-ta la entrada principal. Cuerpos rotos y trozos de pseudocarne se fundían en una bruma multicolor; el campo de batalla daba una extraña sensación de irrealidad. Pronto los muertos habrían desaparecido y quedarían sólo unas cuantas paredes marcadas de balazos y unas ventanas que sanarían rápidamente. Y astillas de una puerta enorme que los púrpuras redujeron a pedazos cuando irrumpieron en el interior.

Los notibots nos asaltaron, acosándonos a preguntas. La publicidad puede ser valiosa en mi trabajo, pero sólo si hay buenas noticias de las que informar. Así que mantuve la boca cerrada hasta que un par de brutos de Blane de la AST salieron del sótano, sujetando a una figura mucho más pequeña entre ambos.

El resbaladizo fluido conservador goteaba de la carne desnuda que brillaba como nieve resplandeciente, completamente blanca excepto donde las magulladuras lívidas marcaban la cabeza afeitada. Sin embargo, aunque estaba calva, magullada y teñida a lo ídem, el rostro y la figura eran inconfundibles. Yo acababa de hablar con el original. La Princesa de Hielo. La maestra de Estudio Neo: Gineen Wammaker.

Blane les dijo a sus púrpuras que corrieran a llevar el molde a un preservatanque, para que no expirara antes de declarar. Pero la pálida figura me localizó y se detuvo. La voz, aunque seca y cansada, seguía siendo aquel famoso contralto hosco.

Se-señor Morris… veo que no ha escatimado con su cuenta de gastos. —Miró las ventanas, muchas de las cuales estaban destrozadas sin posibilidad de autorrepararse, y la puerta principal astillada—. ¿Se supone que tengo que pagar este caos?

Aprendí varias cosas de la observación de la marfil. Primero, debía de haber sido sidcuestrada después de que Gineen Wammaker me contratara, o la ídem no habría sabido quién era yo.

Además, a pesar de haber estado varios días conservada en solución WD-90, ningún abuso físico podía suprimir la arrogante sensualidad que Gineen imbuía a cada réplica que hacía. Sin pelo, magullada y chorreando, aquella golem seguía teniendo el porte de una diosa. Y ni siquiera ser liberada del tormento a manos de Beta le había enseñado gratitud.

«Bueno, ¿qué esperabas? —pensé—. Los clientes de Wammaker son pirados. No es de extrañar que haya tantos que compren las copias pirata baratas de Beta.»

Blane le respondió a la réplica de Wammaker como si fuera real. Su presencia era así de abrumadora.

—Naturalmente, la Asociación de Subcontratas de Trabajo espera algún tipo de remuneración. Hemos invertido recursos considerables para llevar a cabo este rescate…

—No es un rescate —corrigió el modelo de marfil—. No tengo ninguna continuidad. No pensará que mi original va a cargarme después de esta experiencia, ¿no? Han recuperado ustedes su propiedad robada, eso es todo.

Beta estaba secuestrando sus ídems en la calle, usándolos como moldes para hacer facsímiles pirata…

Violando mi copyright. Y ustedes lo han detenido. Bien. Para eso pago mi tasa a la AST. Para capturar a los violadores de licencias. En cuanto a usted, señor Morris… será bien recompensado. Pero no se crea que es algo heroico.

Un temblor sacudió el esbelto cuerpo. En su piel apareció una red de grietas finas como cabellos que se volvían más profundas a cada segundo. Miró a los púrpuras.

— ¿Bien? ¿Van a sumergirme ahora? ¿O esperaremos a que me derrita?

No pude sino maravillarme. La ídem sabía que no iba a ser cargada de nuevo en la hermosa cabeza de Gineen. Su vida, tal como era, acabaría dolorosamente mientras que su pseudocerebro sería analizado en busca de pruebas. Sin embargo se comportaba con dignidad clásica. Con típica arrogancia.

Blane puso a los púrpuras en marcha; condujeron a su pequeña carga más allá de los limpiadores a rayas, los polids de piel azul y los jirones que se evaporaban de aquellos cuerpos que apenas unos minutos antes estaban enzarzados en un furioso combate. Por la forma en que sus ojos observaron el marfil de Wammaker, me pregunté si Blane era uno de sus fans. ¿Tal vez un alquilador de cabinas?

Pero no. Hizo una mueca de disgusto.

—No merece la pena. Todo este gasto y este riesgo porque una prima donna no se molesta en salvaguardar sus ids. No tendríamos que hacer nada de esto si llevaran un simple autodestructor.

No discutí. Blane es una de esas personas que se toma con completa indiferencia la tecnología de hornos. Trata a sus propios ídems como herramientas útiles, nada más. Pero yo comprendía por qué Gineen Wammaker no quería implantar a sus copias bombas por control remoto.

. Cuando soy un ídem, me gusta fingir que soy inmortal. Me ayuda a soportar un día de perros.


Las barreras policiales se suprimieron justo a tiempo para la hora punta, cuando los grandes dinobuses y los trolis voladores empezaban a escupir sus cargas: grises golems de oficina; trabajadores de fábrica verdes y naranja, más baratos; enjambres de desechables a rayas, como caramelos, y un puñado de otros tipos. Los que entraron en el Teller Plaza contemplaron boquiabiertos las paredes dañadas. Los grises llamaron a sus servicios de noticias para que les dieran resúmenes de la lucha. Varios nos señalaron a Blane y a mí, almacenando algunos recuerdos poco habituales para llevárselos a casa a sus archis al final del día.

La mujer policía acorazada se acercó a Blane con una valoración preliminar de los costes. Wammaker tenía razón en lo de los deberes y responsabilidades. La AST tendría que pagar la mayor parte de la factura… al menos hasta el día en que finalmente pillemos a Beta y lo obliguemos a un reconocimiento. Cuando eso suceda, Blane sólo puede esperar que Beta tenga unos bolsillos bien grandes para hacer frente a sus obligaciones. Lo suficientemente grandes para que la AST pueda hacer frente a los gastos punitivos.

Blane me invitó a bajar al sótano e inspeccionar las instalaciones de copias pirata. Pero yo ya había visto el lugar. Hacía tan sólo unas horas que «yo» había estado allí abajo soportando que mi piel de cerámica recibiera los golpes de algunos de los soldados de terracota de Beta. De cualquier manera, la AST tenía contratados a una docena de analistas ébano que estaban mucho mejor equipados para encargarse del fino rastreo, usando sentidos especializados para buscar pistas en cadahueco y partícula, con la esperanza de descubrir el nombre real y el paradero de Beta.

«Como si fuera a servir para algo —pensé, saliendo a tomar un poco de aire fresco—. Beta es un marrullero hijo de puta. Llevo años persiguiéndolo y siempre se escapa.»

La policía no era de mucha ayuda, desde luego. El sidcuestro y la violación de copyright son agravios civiles desde la Gran Desregulación. Sería una cuestión puramente comercial mientras Beta evitara cuidadosamente dañar a ninguna persona real. Lo cual convertía su conducta de la noche anterior en algo bastante sorprendente. Perseguir a mi verde por la plaza Odeón, disparar piedras con hondas y estar a punto de alcanzar a varios archis mientras paseaban… indicaba algo parecido a la desesperación.

En el exterior, caminé entre un puñado de tipos que iban y venían. Todos eran ídems, así que un archi como yo tenía derecho de paso. Me marché, sumido en mis pensamientos, mientras los cuerpogolems todavía se derretían emitiendo humos desagradables.

«Beta parecía inquieto anoche. ¡Me ha capturado antes, sin interrogarme jamás tan ferozmente! Normalmente me mata y nada más, sin malicia ni resquemor. Al menos que yo sepa.»

La misma desazón que impulsó a los amarillos de Beta a torturar a mi verde anoche también los volvió descuidados. Poco después de golpearme, se marcharon todos, dejándome atado en la fábrica del sótano entre dos autohornos que producían a toda máquina copias baratas de Wammaker, imprimiendo sus personalidades especializadas a partir de aquella pequeña marfil que habían sidcuestrado. ¡Descuidadamente, los amarillos nunca se molestaron siquiera en comprobar qué herramientas podía yo llevar en mi pseudocarne! Escapar resultó mucho más fácil que entrar en aquel sitio (¿demasiado fácil?), aunque Beta se recuperó pronto y me persiguió.

Ahora había vuelto y había vencido, ¿no? Acabar con aquella operación debía de haber sido un auténtico golpe a la empresa pirata de Beta. ¿Entonces por qué me sentía tan incompleto?

Mientras me alejaba del ruido del tráfico (una tortuosa cacofonía de cláxones de buses y dinos rugiendo), me encontré ante un callejón marcado con lazos de cinta aleteante, especialmente sintonizada para irritar a cualquier ojo humano natural.

— ¡Apártese! —tartamudeó la cinta ondulante—. ¡Peligro estructural! ¡Apártese!

Ese tipo de advertencias (visibles solo para la gente real) se están volviendo comunes, ya que los edificios de esta parte de la ciudad empiezan a acusar el deterioro. ¿Por qué molestarse en su mantenimiento cuando los únicos habitantes son gente de barro desechable, que se sustituyen cada día? Oh, es un barrio interesante, cierto. Limpieza combinada con deterioro. Sólo otra más de las ironías desreguladas que dan ese encanto a los idemburgos.

Desviando la mirada, dejé atrás la brillante advertencia. ¡Nadie me dice adónde puedo ir o no! En cualquier caso, el sombrero me protegería contra la caída de escombros.

Gigantescas cubas de reciclado llenaban el callejón, alimentadas por tubos de acordeón, que aceptaban residuos de pseudocarne de los edificios situados a ambos lados. No todos los ídems vuelven a casa para cargar recuerdos al final de un día de trabajo de veinticuatro horas. Los que están hechos para trabajos aburridos y repetitivos se quedan, programados para estar contentos, hasta que sienten esa llamada especial que los atrae al descanso final en una de estas tinas de suspensión.

Lo que yo sentí que me llamaba, en ese justo momento, era mi cama. Después de un largo día y medio (que parecía mucho más tiempo) me vendría bien hacer las copias de hoy y luego sumergirme en un dulce sueño.

«Veamos —reflexioné—. ¿Qué cuerpos necesito? Aparte de este asunto con Beta, hay media docena de casos más pequeños pendientes. La mayoría necesitan sólo investigación en la red. Me encargaré de ellos desde casa, como ébano. Un poco caro, pero eficaz.

»Tiene que haber un verde, por supuesto. Llevo tiempo posponiendo tareas. La compra, la lavandería. Hay que limpiar el cuarto de baño. Y hay que cortar el césped.»

El resto del trabajo de jardinería (podar y replantar un poco) entraba en la categoría de tiempo de hobby/placer. Me encargaría de hacer eso en persona, tal vez al día siguiente.

« ¿Serán suficientes dos ídems? No me hará falta ningún gris, a menos que surja algo.»

Más allá de las tinas de reciclado había otra abertura entre edificios: un callejón orientado al sur, con rampas que conducían a un viejo aparcamiento. Sobre el estrecho callejón, había una maraña de cables y tendederos donde un puñado de ropa barata ondeaba con la brisa de la mañana. Gritos y una música estridente flotaban por las escalerillas de incendios abajo.

Hoy en día, todo el mundo necesita un hobby. Para algunas personas es una segunda vida, enviar un ídem al día aquí a ciudadgolem, unirse a otros en familias fingidas, dedicarse a negocios de pega, dramas, incluso discusiones con los vecinos. «Culebrones de barro», creo que los llaman. Bloques desahuciados enteros han sido ocupados para reproducir la Italia renacentista o Londres durante el Blitz. De pie en aquel callejón, bajo los tendederos y la estentórea música, sólo tenía que entornar los ojos e imaginarme que estaba en un gueto vecinal de hace más de un siglo.

El atractivo romántico de este escenario en concreto se me escapaba. La gente real ya no vive así. Por otro lado, ¿qué más me da cómo pase la gente su tiempo libre? Ser un golem es siempre cuestión de elección.

Bueno, casi siempre.

Por eso seguía trabajando en el caso Beta, a pesar de las interminables molestias y las palizas… y de los yoes que se desvanecen, para no volver a ser vistos nunca jamás. El estilo de robo industrial de Beta tenía mucho que ver con la antigua esclavitud. Una psicopatología preocupante subyacía en su empresa criminal. El tipo necesitaba ayuda.

Muy bien, así que el idemburgo tiene todo tipo de rincones excéntricos, desde fábricas dickensianas a centros de diversión propios de cuento de hadas a zonas de guerra abierta. ¿Eran relevantes para mi caso algunos de los curiosos rasgos de este barrio? Antes de la incursión de aquella mañana, la zona había sido rastreada por algunos de los ojos flotantes de la AST. Pero la visión humana puede advertir cosas que las cámaras no. Como marcas de balas en algunos de los ladrillos. Recientes. Noté la argamasa alisada fresca entre los dedos.

¿Y qué? No había nada de extraño en eso en el idemburgo. No me gustan las coincidencias, pero mi principal prioridad en ese momento era despedirme de Blane y regresar a casa.

Al darme la vuelta, entré de nuevo en el callejón de las tinas de reciclado, sólo para detenerme cuando un siseo llegó desde lo alto. Sonaba vagamente como mi nombre.

Me aparté rápidamente y rebusqué bajo mi chaleco mientras miraba hacia arriba.

Un segundo siseo concentró mi atención en uno de los tubos de acordeón que desembocaban en una tina de suspensión, procedente de los pisos superiores del edificio Teller. Entornando los ojos, vi una silueta agitarse dentro del tubo flexitranslúcido, arañando una pequeña grieta en su tejido. La forma humanoide se había atascado, abriendo ambas piernas para impedir caer los dos últimos metros en el tanque.

El esfuerzo era inútil, por supuesto. Los vapores devorarían el escaso tiempo de vida que le quedara al pobre tipo. ¡De todas formas, el siguiente ídem en saltar al tubo aterrizaría con fuerza suficiente para descoyuntar los miembros deteriorados de este tipo, y acabar con ambos en la sopa!

Es algo que sucede de vez en cuando, sobre todo a los adolescentes que no se han acostumbrado al nuevo ciclo secundario de muerte sin importancia y renacimiento trivial de la vida. A veces se dejan llevar por el pánico en la etapa de reciclado. Es natural. Cuando grabas recuerdos y copias tu alma en un muñeco de barro, te llevas contigo mucho más que una lista de cosas por hacer durante el día. También das los talentos para sobrevivir heredados de la larga época en que la gente sólo conocía un tipo de muerte. La muerte que hay que temer.

Todo se reduce a la personalidad. Te lo dicen en el colegio: no hagas ídems desechables hasta que puedas desprenderte de ellos.

Alcé mi pistola.

—Dime, amigo, ¿te gustaría que acabara con tu…?

Entonces fue cuando volví a oírlo. Una sola palabra susurrada.

¡Mo-o-r-r-r-isssss!

Parpadeando varias veces, sentí ese extraño escalofrío correrme por la espalda. Una sensación que sólo puedes experimentar plenamente en tu cuerpo real y en tu alma original, con el mismo sistema nervioso que reaccionaba a las sombras en la oscuridad cuando tenías seis años.

Mm… ¿te conozco? —pregunté.

No tan bien… como yo te conozco a ti…

Guardé el arma y de un salto me agarré al borde superior del tanque de reciclado, y luego me aupé hasta lo alto. Sin esfuerzo. Una de las principales tareas de cada día, cuando descubres que eres el real, es mantener en forma el viejo cuerpo.

Ponerme de pie sobre la tapa me acercó mucho más a las emanaciones… un aroma que encuentras hasta atractivo cuando eres un golem en su última hora. En forma orgánica, me pareció apestoso. Pero ahora pude ver el rostro que asomaba a través del plástico rasgado, desmoronándose ya por el agotamiento péptido y el deterioro diurno, las mejillas y el entrecejo moldeado aflojándose, su antiguo color banana brillante convirtiéndose en una ictericia repugnante. Con todo, reconocí uno de los disfraces blandos favoritos de Beta.

—Parece que estás atrapado —comenté, mirando con más atención. ¿Era uno de los amarillos que me torturaron la noche anterior, cuando yo era un verde cautivo? ¿Me lanzó piedras, cuando corría por la plaza Odeón? Debía de haber escapado a la redada de la mañana huyendo escaleras arriba por delante de los reforzadores púrpura de Blane, y luego saltado al tubo acordeón con la vana esperanza de librarse.

Todavía tenía vívida en la memoria a un Beta amarillo, sonriente mientras estimulaba con pericia los receptores de dolor que incluso mis verdes consideraban realistas. (Hay pegas en ser un copiador de primera fila.) Recuerdo que en ese momento me pregunté por qué. ¿Qué conseguía con la tortura? ¡La mitad de las preguntas que me hacía ni siquiera tenían sentido!

De cualquier forma, una profunda seguridad me ayudó a ignorar el dolor. No importa, me dije una y otra vez, durante el cautiverio de esa noche. Y no importó. No mucho.

¿Así que por qué debía sentir piedad por el sufrimiento de ese golem? —Llevo aquí mucho tiempo —me dijo—. ¡Vine a saber por qué no había habido contacto con esta operación…

— ¿Mucho tiempo? —Comprobé el reloj. Había pasado menos de una hora desde que atacaron los púrpuras de Blane.

—… y descubrí que se habían apoderado de ella, como de las otras! Me persiguieron… me metí en este tubo… sellé la tapa… Supuse…

— ¡Espera! ¿«Apoderado», has dicho? Te refieres a ahora mismo, ¿no? Nuestra redada…

La cara se desmoronaba rápidamente. Cada vez era más difícil entender los sonidos que escapaban por su boca. Parecían menos palabras que sacudidas borboteantes.

—Al principio pensé… que tú podrías ser el responsable. Después de perseguirme durante años… Pero ahora sé… que tienes tan pocas pistas… como de costumbre… Morrissss.

Yo no estaba allí de pie, inhalando gases desagradables, para que me insultaran.

—Bueno, pues sin pistas o no, he quitado de la circulación esta operación tuya. Y acabaré con las otras…

—¡Demasiado tarde! —El amarillo se sacudió con una tos entrecortada al reírse amargamente—. Ya han sido tomadas… por…

Me acerqué, casi atragantándome con la peste a deterioro que emanaba de las grietas de la piel del golem. Tenían que haber pasado horas desde su plazo final y aguantaba sólo a fuerza de voluntad.

— ¿Tomadas, dices? ¿Por quién? ¿Otro pirata de copyrights? ¡Dame un nombre!

Sonreír hizo que la boca se partiera, separando capas de piel pseudoamarilla y descubriendo el cráneo de cerámica que se desmoronaba.

Ve a Alfa… ¡Dile a Betzalet que proteja el emet!

— ¿Qué? ¿Que vaya a quién?

¡La fuente! Dile a Ri…

Antes de que pudiera decir nada más, algo chasqueó. Una de las piernas de Beta, supongo. La expresión petulante desapareció, sustituida en aquel rostro esquelético por una expresión de súbito temor. Durante un breve instante, me pareció que podía ver la Onda Establecida del Alma a través de los vidriosos ojos de barro de Beta.

Gimiendo, el ídem se perdió de vista…

…seguido de una salpicadura. Mientras las emanaciones borboteaban, ofrecí una débil bendición.

—Adiós.

Y salté de vuelta al callejón. ¡Una cosa que no necesitaba en aquel momento era dejar que entrara en mi cabeza otro de los perversos jueguecitos paranoicos de Beta! De todas formas, el breve encuentro había sido grabado por el implante de mi ojo. Mi golem ébano, tan analítico él, podría reflexionar sobre las palabras más tarde.

Un trabajo como el mío requiere concentración. Y habilidad para juzgar qué es relevante.

Así que aparté el incidente de mi mente.

«Hasta la próxima vez», pensé.

De vuelta en Alameda, decidí no esperar a que Blane terminara en el sótano. Que me idenviara un informe. El trabajo estaba hecho. Mi parte, al menos. Regresaba ami coche cuando una voz femenina me llamó.

— ¿Señor Morris?

Durante un breve instante pensé que Gineen Wammaker, la real, había venido a felicitarme. Sí, lo sé. Qué iluso.

Me volví para ver a una morena. Más alta que la maestra, menos voluptuosa, con el rostro algo más estrecho y una voz algo más aguda. Con todo, merecía la pena mirarla. Su piel tenía uno de los diez mil tonos de auténtico marrón humano.

—Sí, soy yo.

Ella me tendió una tarjeta cubierta de garabatos fractales que automáticamente pusieron en marcha los ópticos de mi ojo izquierdo, pero las pautas eran demasiado complejas o recientes para que mi obsoleto sistema de imágenes las descodificara. Irritado, mordí un incisivo para almacenar la imagen. Nell podría resolver el acertijo más tarde.

—¿Qué puedo hacer por usted, señorita?

Tal vez era una olisqueadora de noticias, o una perver de la acción. —Primero, déjeme que lo felicite por el éxito de esta mañana. Es usted famoso, señor Morris.

—Mis quince segundos —respondí automáticamente.

—Oh, más que eso, creo. Sus habilidades ya habían llamado nuestra atención, antes de este golpe. ¿Puedo pedirle que nos atienda un momento? Alguien quiere conocerlo.

Indicó la calle, donde había aparcada una enorme limusina, un poco más abajo. Un Yugo de aspecto caro.

Me lo pensé. La maestra esperaba que lo llamara para confirmarle que los juguetes Wammaker de tercera mano ya no seguirían inundando el mercado. Pero demonios, soy humano. Por dentro, me sentía como si ya hubiera informado a la única Gineen, la ídem blanca. ¿Por qué debería tener nadie que hacer eso dos veces? Absurdo, lo sé. Pero la señorita Fractal me dio una excusa para posponer aquel desagradable deber.

Me encogí de hombros.

— ¿Por qué no?

Ella sonrió y me tomó del brazo, al estilo de los antiguos años treinta, mientras yo me preguntaba qué quería. A algunos titis de la prensa les encanta olisquear detectives después de un buen espectáculo… aunque los periodistas rara vez conducen Yugos.

La puerta de la limusina se abrió y el escalón bajó, así que apenas tuve que agachar la cabeza para entrar. El interior estaba en penumbra. Y era lujoso. Huecos bioluminiscentes y molduras de madera real. Cojines de pseudocarne, agitándose voluptuosamente, como regazos de bienvenida, me llamaban. En el bar brillaban escanciadores y copas de cristal. Bonito. Llamativo.

Y allí, sentado cruzado de piernas en el asiento trasero, como si fuera el dueño de todo, había un golem gris claro.

Es un poco extraño ver a un rox viajando con estilo con una atractiva rig de ayudante, ¿pero qué mejor manera de alardear de tu riqueza? De hecho, mi anfitrión parecía como si hubiera nacido gris. Pelo plateado y piel como de metal, todo ángulos y pómulos altos… no era gris, advertí, sino una especie de platino.

«Me resulta familiar.» Intenté enviar una imagen a Nell, pero la limusina estaba protegida. El golem de platino sonrió, como si supiera exactamente qué había sucedido.

Me sentí un poco más cómodo sabiendo que aquella criatura no tenía derechos legales. «¿Y qué? Todavía podría comprarte y venderte en un segundo», me dije, tomando asiento frente a él mientras la señorita Fractal ocupaba un cojín vivo entre nosotros. Tras abrir la nevera de la limusina, sacó una botella de Tuborg y me sirvió un vaso. Hospitalidad básica. Mi copita de la mañana es cuestión de archivos públicos. No hay puntos por investigar.

Señor Morris, permítame que le presente a Vic Eneas Kaolin.

Conseguí no demostrar sorpresa. ¡No era extraño que me resultara familiar! Uno de los fundadores de Hornos Universales, Kaolin era uno de los hombres más ricos de toda la costa del Pacífico. Estrictamente hablando, el «Vic» honorífico (como el «señor») sólo debería ser empleado con la persona real, el original que puede votar. Pero desde luego yo no iba a ponerme quisquilloso si aquel tipo quería que su elegante zángano fuera llamado Vic… o Lord Patata, si se le antojaba.

Es un placer conocerlo, Vic Kaolin. ¿Hay algún servicio que pueda ofrecerle?

El brillante ídem de metal me dirigió una sonrisa e indicó a través de la ventanilla a los limpiadores, que todavía retiraban los restos de la batalla.

—Enhorabuena por su éxito al acorralar a un delincuente, señor Morris. Aunque no estoy tan seguro del resultado final. Toda esta violencia parece poco sutil. Extravagante.

¿Era Kaolin dueño del edificio Teller? ¿No tenía un multibillonario tareas más importantes para sus duplicados que entregarle en persona una demanda de daños a un detective privado?

Yo sólo me encargué de la investigación —dije—. La puesta en práctica fue cosa de la Asociación de Subcontratas de Trabajo.

La AST quiere ser vista como parte activa en el problema de los sidcuestros y la piratería de copyrights… —comentó la joven.

Se detuvo cuando la copia de Kaolin alzó una mano que tenía una textura tan sutil como la carnerreal, con venas y tendones simulados.

—La puesta en práctica no es el tema. Creo que el asunto que queremos discutir es una investigación —dijo suavemente.

Me pregunté… Sin duda Kaolin tenía empleados y subordinados para encargarse de los asuntos de seguridad. Contratar a un extraño sugería algo fuera de lo común.

—Entonces no han venido aquí simplemente por impulso, a causa de todo esto —indiqué la sucia escena exterior.

—Por supuesto que no —dijo la joven ayudante—. Llevamos algún tiempo discutiendo sobre usted.

—¿Ah, sí? —El ídem de Kaolin parpadeó, y luego sacudió su cabeza plateada—. No importa. ¿Está interesado, señor Morris?

—Naturalmente.

—Bien. Entonces nos acompañará ahora. —Alzó de nuevo una mano, sin aceptar ninguna discusión—. Ya que está aquí en persona, le pagaré su tarifa máxima por consulta hasta que decida aceptar o rechazar el caso. Bajo un sello de confidencialidad, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

Su teléfono de cinturón y el mío reconocieron las palabras clave «sello de confidencialidad». Eliminarían los últimos minutos de conversación de la memoria latente, cubriéndolos con un sello de fecha y hora que serviría como contrato, por el momento.

La limusina de Kaolin arrancó.

—Mi coche… —empecé a decir.

La joven hizo un gesto complejo, uniendo rápidamente las yemas de sus dedos. Un instante después, en mi ojo izquierdo destelló un breve mensaje de texto de mi Volvo, pidiendo permiso para esclavizar su automoción al gran Yugo. Nos seguiría de cerca, si yo daba mi conformidad.

Lo hice con un golpe de incisivos. La ayudante de Kaolin era muy buena. Tal vez incluso merecía la pena contratarla lujosamente en carne. Deseé haberme quedado con su nombre.

Miré hacia delante y capté la sombra de un conductor tras el panel ahumado. ¿Era real también ese servidor? Bueno, los ricos son distintos a ustedes y a mí.


Todavía era la hora punta de la mañana y la limo tuvo que abrirse paso lentamente entre los enormes dinobuses que descargaban pasajeros golem desde los bastidores que colgaban de sus sinuosos flancos. Los autobuses rezongaban y gruñían, haciendo ondular graciosamente sus largos cuellos, y doblaban sus cabezas como humanos para chismorrear entre sí mientras el tráfico avanzaba. Desde su impresionante altura, los pilotos imprintados tenían una bella visión del edificio Teller herido. Incluso podían asomarse a las ventanas altas y más allá de las esquinas.

Todos los niños sueñan con ser conductores de autobús cuando crezcan.

Pronto dejamos la Ciudad Vieja con su mezcla de deterioro y colorido chillón, sus edificios abandonados tomados por una nueva raza de seres desechables, construidos para trabajar duro o jugar duro. Tras cruzar el, río, hicimos un buen promedio incluso con mi coche siguiéndonos, remolcado por invisibles rayos de control. La arquitectura se hizo más brillante y más moderna, mientras que la gente se volvía de aspecto más blando, equipada solamente con la sosa pigmentación de la naturaleza, que oscilaba desde pálido casi blanco a marrón chocolate. Los trolis y los dinobuses daban paso a las bicis y los tipos que practicaban jogging, lo que hizo que me sintiera perezoso y descuidado en comparación. Te lo dicen en el colegio: cuida tu cuerpo orgánico. Un rig es todo lo que tienes.

El duplicado de Eneas Kaolin continuó hablando.

—He estado siguiendo su impresionante historial de escapadas por los pelos de ayer. Parece que está usted lleno de recursos, señor Morris.

—Parte del trabajo —me encogí de hombros—. ¿Puede decirme ahora de qué va todo esto?

Una vez más, la sonrisita.

—Que lo explique Ritu. —Señaló a su ayudante viva.

Ritu», anoté el nombre.

—Ha habido un secuestro, señor Morris —dijo la mujer de pelo oscuro en voz baja y tensa.

—Hum. Ya veo. Bueno, recuperar propiedades robadas es una de mis especialidades. Dígame, ¿tenía el ídem un localizador? Aunque se lo quiten, es posible que podamos localizar dónde…

Ella negó con la cabeza.

—No lo entiende, señor. No se trata de un mero robo. No fue un idladrón, como dicen en la calle. La víctima es una persona real. De hecho, es mi padre.

Parpadeé un par de veces.

—Pero…

—Es más que sólo una persona —intervino Kaolin—. El doctor Yosil Maharal es un brillante investigador, cofundador de Hornos Universales y un importante dueño de patentes en el reino de la duplicación corpórea. Y mi íntimo amigo, debo añadir.

Por primera vez, advertí que la cabeza de platino temblaba. ¿Por la emoción? Difícil de decir.

— ¿Pero por qué no acuden a la policía? —pregunté—. Ellos se encargan de los delitos contra la gente real. ¿Amenazaron los secuestradores con matar a Maharal si los avisaban? Estoy seguro de que saben que hay formas de notificar a las autoridades especiales sin…

—Ya hemos discutido el asunto con las gendarmerías estatales y nacionales. No ha sido de ninguna ayuda.

Reflexioné unos segundos.

Bueno… no sé cómo podría hacerlo yo mejor. En una situación como ésta, los polis pueden recurrir a los archivos de todas las cámaras públicas y privadas de la ciudad. Para un delito capital, incluso pueden soltar olfateadores de ADN.

—Sólo con una orden legal importante, señor Morris. No se cursó ninguna orden.

—¿Por qué no?

—Falta de causa suficiente —replicó Ritu—. La policía dice que no cursará ninguna solicitud sin pruebas claras de que se ha cometido un delito.

Sacudí la cabeza, tratando de ajustar mis percepciones. La joven que tenía enfrente no era sólo la eficaz ayudante de Eneas Kaolin. Debía de ser una persona bastante rica por derecho propio, quizás un alto cargo en la compañía que su eminente padre había contribuido a fundar… una compañía que transformó la manera en que la gente moderna desarrollaba su vida.

—Perdónenme —dije, sacudiendo la cabeza—. Estoy confundido. La policía dice que no hay pruebas de ningún delito… ¿pero usted dice que su padre fue secuestrado?

—Ésa es nuestra teoría. Pero no hay testigos ni notas de rescate. Un motivacionista de la División de Protección Humana piensa que papá simplemente se largó por propia voluntad. Como adulto libre, tiene ese derecho.

—El derecho a intentarlo. No muchos tienen la habilidad para escapar limpiamente, dejando atrás deliberadamente la Aldea Global. Aunque excluyas todas las lentes privadas y los myob-ojos, eso deja un enorme montón de publicámaras que evitar.

—Y hemos repasado miles sin encontrar ni rastro de mi padre, se lo aseguro, señor Morris.

—Albert —corregí.

Ella parpadeó, dubitativa. Su expresión fue compleja, amarga un instante, luego brevemente hermosa cuando sonrió.

—Albert —corrigió con un gracioso gesto con la cabeza. Me pregunté si Clara la consideraría atractiva.

La limusina dejaba atrás la plaza Odeón. Los recuerdos de la noche anterior me hicieron cosquillas en los dedos de los pies… sensaciones recordadas de los mordiscos de los cangrejos durante aquel infernal viaje bajo el agua.

Vi el restaurante donde el idcamarero me salvó distrayendo a la multitud. Naturalmente, estaba cerrado, tan temprano. Me prometí pasarme por allí y ver si el tipo todavía tenía un contrato de trabajo. Se lo debía.

—Bueno, podemos descartar que su padre hiciera alguna jugada. Si pretendía quitarse de en medio, tendría que haber signos de preparativos en casa, o en el último lugar donde fue visto. Si no ha sido limpiado. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que vio a su padre, Ritu?

—Casi un mes.

Tuve que controlar la tos. ¡Un mes! La pista no sólo estaría ya fría, sino petrificada. Hice todo lo que pude para no mostrar ninguna expresión en la cara y no insultar a los clientes.

—Eso es… mucho tiempo.

—Como puede imaginar, primero intenté utilizar a mis propios empleados —explicó el ídem de Kaolin—. Sólo más tarde nos dimos cuenta de que la situación requiere a un verdadero experto.

Acepté el cumplido con un gesto de cabeza, aunque me preocupaba que quisiera o necesitara hacerme la pelota. Algunas personas son simpáticas por naturaleza, pero tenía la sensación de que aquel tipo hacía pocas cosas sin calcularlas antes. Recibir halagos de los ricos puede ser una señal de peligro.

—Necesitaré escanear la casa y el lugar de trabajo del doctor Maharal. Y permiso para interrogar a sus asociados. Si las pistas conducen a su trabajo, tendré que estar enterado también de eso.

El rostro carísimo y realista de Kaolin no pareció contento. —Hay… asuntos delicados de por medio, señor Morris. Tecnologías punta y logros potencialmente cruciales.

—Puedo colocar un lazo de confidencialidad fuerte, si quiere. ¿Valdrían los ingresos de medio año?

Él reflexionó unos segundos. Los duplicados a menudo tienen poderes para hablar por sus originales… y los grises más caros pueden pensar tan bien como su arquetipo, con algún coste metabólico. Con todo, esperaba que éste retrasara cualquier solución final hasta que yo hablara con el Vic real.

—Una solución ideal —sugirió—, sería que usted entrara a formar parte del servicio doméstico de Kaolin.

«Nada ideal para mí», pensé. Los juramentos de fidelidad están de moda entre los aristos, a quienes les gusta la imagen feudal de señores y vasallos leales. Pero yo no estaba dispuesto a renunciar a mi individualidad.

—Y una solución aún mejor sería que aceptaran la palabra de un rofesional que vive de su reputación. Es una garantía mejor que ningún juramento.

Yo sólo estaba haciendo una contrapropuesta, parte de una negociación que terminaría con el original de Kaolin. Pero el ídem gris me sorprendió con un firme gesto con la cabeza.

—Entonces es todo lo que requeriremos, señor Morris. De todas formas, parece que hemos llegado ya.

Me volví para ver que la limusina se acercaba a una alta verja hecha de metal azul que tintineaba con un aura de ionización. Más allá de la verja protegida, los terrenos se extendían hasta tres enormes burbocúpulas que espejeaban bajo el sol. La central se alzaba a más de veinte pisos de altura. No hacía falta ningún logotipo ni emblema de la compañía. Todo el mundo conocía ese lugar: la sede mundial de Hornos Universales.

Otra indicación era la muchedumbre de manifestantes que gritaban y agitaban pancartas mientras los vehículos entraban por la puerta principal: una protesta que había tenido sus altibajos desde hacía más de treinta años. Además de las pancartas de rigor, unos cuantos apuntaban con holoproyectores, manchando las ventanillas de los coches (y algunos rostros desprevenidos) con pintorescos comentarios airados en 3-D. Naturalmente, la limusina de Kaolin filtraba esas intrusiones. Pero yo llegué a ver unos cuantos carteles pintados:


¡SÓLO HAY UN CREADOR!
EL MARRÓN ES HERMOSO
¡LA «VIDA» CREADA POR EL HOMBRE
ES UNA BURLA AL CIELO Y LA NATURALEZA!

Y, por supuesto:


UNA PERSONA, UN ALMA

Naturalmente, esos manifestantes eran todos archis que continuaban una batalla que se había perdido en los tribunales y el mercado laboral antes de que muchos de ellos nacieran. Sin embargo, insistían, denunciando lo que consideraban una apropiación tecnológica de las prerrogativas de Dios, condenando la creación diaria de criaturas manufacturadas. Millones de personas desechables.

Al principio, al mirar a la derecha, vi sólo a los de Vida Verdadera gritando y manifestándose. Luego advertí que varios gritaban epítetos a otra multitud: un grupo más joven y de aspecto más moderno situado al lado izquierdo de la entrada, equipado con hololanzadores y menos pancartas. El segundo grupo tenía un mensaje diferente:


¡ACABAD CON LA ESCLAVITUD DE LA GENTE DE BARRO!
«SINTÉTICO» ES UNA MANCHA SOCIAL
¡HU SIRVE A LA CLASE GOBERNANTE «REAL»!
¡DERECHOS PARA LOS ROXES!
TODOS LOS SERES PENSANTES TIENEN ALMA

—Mancis —dijo Kaolin en voz baja, mirando esa segunda muchedumbre, mezclada con la cual había montones de ídems de piel brillante. Contrariamente a los de Vida Verdadera, que eran un espectáculo familiar, el Movimiento por la Emancipación había surgido mucho más recientemente; una cruzada que aún hacía que mucha gente se rascara la cabeza.

Los dos grupos de protesta se despreciaban mutuamente. Pero coincidían en su odio hacia Hornos Universales.

Me pregunté si dejarían a un lado sus diferencias y unirían sus fuerzas si supieran que el presidente de la compañía, Vic Eneas Kaolin en persona, estaba cerca.

Bueno, «en persona» no. Pero casi.

Como si supiera lo que yo estaba pensando, Kaolin se echó a reír.

—Si éstos fueran mis únicos enemigos, no tendría una preocupación en el mundo. Los moralistas hacen mucho ruido… y a veces envían por correo una bomba patética o dos… pero suelen ser predecibles y fáciles de esquivar. Me molestan mucho más los hombres prácticos.

¿A qué oponentes concretos se refería? La tecnología de hornos perturbó tantas cosas fundamentales de la antigua forma de vida que todavía me pregunto por qué no la cortaron de raíz nada más nacer.

Además de cargarse a todos los sindicatos y dejar a millones sin trabajo, la roxización casi provocó una docena de guerras que sólo se aplacaron tras intensas labores diplomáticas por parte de líderes mundiales de primera fila.

¡Y algunos dicen que no existe el progreso! Oh, claro que existe el progreso. Si sabes manejarlo.

Los escaneos de seguridad dieron paso libre a la limusina y dejamos atrás a los manifestantes y pasamos por una entrada principal donde los autobuses descargaban a los trabajadores ídem de bastidores correosos. Pero la mayoría de los empleados que llegaban eran humanos orgánicos que harían sus copias allí dentro. Unos pocos archis venían en bicicleta, acalorados por el ejercicio, y anhelando una sauna y un masaje antes de ponerse a trabajar. Las compañías como HU cuidan bien de los suyos. Los juramentos de fidelidad tienen sus beneficios.

Atravesamos el portal principal, y luego seguimos hasta dejar atrás zonas de carga protegidas, envíos de maquinaria como congeladoras, unidades imprintadoras y hornos. La mayoría de los repuestos ídems que la gente compra se hacen en otra parte, pero llegué a ver algunos artículos especializados al pasar: figuras rígidas tenuemente visibles dentro de cajas de envasado translúcidas, algunas de ellas increíblemente altas, o larguiruchas, o con formas de animales de leyenda. No todo el mundo puede permitirse imprintar una forma humana no-estándar, pero he oído que es una moda creciente entre los entendidos.

La limusina se acercó a una entrada elegante, y evidentemente diseñada para recibir a los VIPS. Sirvientes con librea y piel esmeralda, el mismo color de sus uniformes, corrieron a abrirnos las puertas y salimos a un lugar lleno de árboles artificiales. Las flores dejaban caer sus fragantes pétalos en profusión de colores, como lluvia suave, que se disolvía en dulce vapor pigmentado antes de tocar el suelo.

Miré alrededor y no vi ni rastro de mi Volvo. Debían de haberlo desviado a un aparcamiento más plebeyo. Los guardabarros abollados no habrían encajado en aquel ambiente.

— ¿Y ahora adónde? —le pregunté a la réplica gris de Kaolin—. Tendré que ver a su original y terminar…

Su expresión neutra me detuvo.

—Creí que lo sabía —explicó Ritu—. Vic Kaolin no recibe a ningún visitante en persona. Realiza todos sus negocios por medio de facsímiles.

Lo había oído. No era el único ermitaño rico que se retiraba a un santuario esterilizado para tratar con el mundo a través de subrogados electrónicos o de pseudocarne. Pero en la mayoría de los casos era afectación, una pose, una manera de limitar el acceso, con excepciones para los asuntos importantes. La desaparición de un científico famoso podría valer.

Iba a decirlo pero vi que Ritu ya no me prestaba atención. Sus ojos claros miraban más allá de mi hombro derecho; las pupilas se le dilataron mientras su barbilla temblaba de sorpresa. Casi simultáneamente, la copia de Kaolin emitió un jadeo por reflejo.

Ritu exclamó una sola palabra mientras yo me giraba.

— ¡Papid!

Una persona de barro se acercó a nosotros desde detrás de los adornos florales. Su piel era de un tono mucho más oscuro que el de la elegante unidad platino de Kaolin. Este ídem estaba hecho para parecer un hombre delgado de unos sesenta años, que caminaba con una ligera cojera que parecía más costumbre que una aflicción corriente. La cara, estrecha y angulosa, tenía cierto parecido a Ritu, sobre todo cuando dio forma a una débil sonrisa.

La ropa de papel estaba pegada en varios sitios, pero una brillante placa de identificación de Hornos Universales decía YOSIL MAHARAL. —Te estaba esperando —dijo.

Ritu no saltó a sus brazos. Su uso del saludo paterno-mimético indicaba que la familia Maharal debía tratar a reales y simulados por igual, incluso en privado. Con todo, su voz tembló mientras agarraba una mano gris oscura.

—Estábamos muy preocupados. ¡Me alegro de que estés bien!

«Al menos cabe suponer que estaba bien en las últimas veinticuatro horas», me dije tranquilamente, advirtiendo la ropa rasgada y la pseudopiel resquebrajada. No faltaban muchas horas para la expiración. Copos de alguna cobertura externa, tal vez restos de un disfraz, se desgajaban en los bordes de la cara del idMaharal. La voz del ídem denotó a la vez ternura y cansancio.

—Lamento haberte preocupado, nena —le dijo a Ritu, y luego se volvió hacia Kaolin—. Y a ti, viejo amigo. Nunca pretendí preocuparos a ambos.

—¿Qué está pasando, Yosil? ¿Dónde estás?

—Tuve que retirarme durante un tiempo y resolver unas cosas del Proyecto Zoroastro y sus implicaciones. —El idMaharal sacudió la cabeza—. De todas formas, me siento mejor. Tendré una buena apreciación de las cosas dentro de unos días.

Kaolin dio un ansioso paso adelante.

—Te refieres a la solución a…

— ¿Por qué no te pusiste en contacto? —interrumpió Ritu—. ¿O nos hiciste saber…?

—Quise hacerlo, pero estaba chapoteando en un mar de recelos, y no me fiaba de teléfonos ni redes. —IdMaharal dejó escapar una risita triste Supongo que todavía conservo parte de la paranoia. Pero quería aseguraros a ambos que las cosas van mucho mejor.

Yo retrocedí unos cuantos pasos pues no quería entrometerme mientras Ritu y Kaolin murmuraban, evidentemente alegres y aliviados. Naturalmente, lamenté perder un caso lucrativo. Pero los finales felices,nunca son mala cosa.

Excepto que de algún modo me sentía incómodo, inseguro de que estuviera sucediendo nada «feliz». A pesar de la perspectiva de volver a casa con un grueso cheque por media mañana de asesoramiento, tenía aquella extraña sensación de vacío. La que siempre me asalta cuando un trabajo no parece terminado.

3 Algo en el frigorífico

…o de cómo realAl decide que necesita dormir un poco…

Aparqué junto al canal Little Venice y subí a bordo del barco vivienda de Clara, esperando encontrarla en casa.

A Clara le gustaba vivir en el agua. En una época en que la mayoría de la gente (incluso los pobres) parece fervientemente decidida a acumular casas, maximizando espacio de adorno y posesiones, ella prefería una sencillez espartana.

La marea del estuario, su inestable movimiento, le recordaban la inestabilidad del mundo… cosa que de algún modo encontraba tranquilizadora.

Como aquellos agujeros de bala en el mamparo norte, por donde los rayos del sol iluminaban el diminuto salón del barco. «Mis nuevas claraboyas», los llamó Clara, poco después de que consiguiéramos quitarle a Pal la pistola de las manos, en aquella ocasión en que se desmoronó delante de nosotros, la primera y única vez que he visto a nuestro amigo llorar por su mala suerte. El mismo día en que lo dieron de alta del hospital (á la mitad que quedaba) con su brillante silla nueva de soporte vital.

Más tarde, cuando estábamos a punto de llevar a Pal a casa, Clara no le dio importancia a sus disculpas. Y desde ese momento decidió dejar intactos los agujeros, considerándolos valiosas «mejoras».

Comprenderás por qué siempre vuelvo al barco, cada vez que me siento deprimido o abandonado.

Sólo que esta vez Clara no estaba en casa.

En cambio, encontré una nota para mí en la encimera de la cocina.


HE IDO A LA GUERRA. ¡NO ESPERES!

Murmuré amargamente. ¿Era su forma de pagar la manera en que mi yo-zombie había interrumpido la cena de la señora F la noche anterior? Las relaciones con sus vecinos le importaban mucho a Clara.

Entonces lo recordé, «Oh, sí, una guerra». Hace algún tiempo que mencionó algo así, diciendo que requerían a su unidad de reserva para servicio de combate. Para una batalla contra la India, creo. ¿O era Indiana?

Maldición, ese tipo de cosas podían durar una semana entera. A veces más. Yo quería de verdad hablar con ella, no pasarme todo el tiempo preocupado por dónde estaba y por qué podría estar haciendo allá en el desierto.

La nota continuaba:


POR FAVOR, DEJA EN PAZ A MI TRABAJADORA
¡TENGO QUE ENTREGAR UN PROYECTO MAÑANA!

Miré hacia su estudio, apenas iluminado. Vi luz bajo la puerta. Así que, antes de marcharse, Clara debía de haber hecho un duplicado, programado para terminar alguna tarea. Sin duda encontraría allí dentro una versión gris o ébano de mi novia, envuelta en un chador de virtualidad, trabajando para cumplir algún requerimiento académico de su último máster (tal vez en lingüística bantú o en historia militar china). Yo no podía entender la forma en que sus intereses iban cambiando, como los de cien millones de otros estudiantes permanentes sólo en este continente.

En cuanto a mí, yo era de una raza en extinción: los empleados. Mi filosofía es: ¿por qué quedarte estudiando cuando tienes una habilidad que puedes poner en el mercado? Nunca se sabe cuando se volverá obsoleta.

El cierre magnético se soltó silenciosamente cuando lo toqué, abriendo la puerta del estudio. Cierto, su nota me pedía que me quedara fuera, pero a veces me siento inseguro. Tal vez estaba comprobando que mis biomedidas seguían teniendo acceso pleno por todo el barco.

Lo tenían. Y sí, allí estaba su gris, estudiando ante una mesa diminuta repleta de papeles y placas de datos. Sólo se veían las piernas, de textura de barro moldeado pero de forma realista. De la cintura para arriba todo estaba envuelto en un tejido holointeractivo que no paraba de hincharse y agitarse mientras la ídem se movía, señalaba y tecleaba con manos nerviosas. De las capas silenciadoras surgían algunas palabras entre murmullos.


—¡No, no! No quiero una simulación hobbycomercial de la guerra de las Burbujas. ¡Necesito información sobre el hecho real! No libros de historia sino transcripciones de informes pelados que tengan datos relacionados con biocrímenes como TARP… Sí, eso es. Daño real causado a gente real cuando la guerra estaba…

»¡Ya sé que los archivos de los juicios tienen cuarenta años! ¿Y qué? Entonces adapta los protocolos de los datos antiguos y… Oh, pobre excusa de… ¿y llaman a esto inteligencia artificial?

Tuve que sonreír. Duplicado o no, era Clara hasta las trancas: fría en una crisis aunque capaz todavía de gran afecto. Y quisquillosa con la incompetencia de los extraños, sobre todo de las máquinas. No servía de nada indicarle que los avatares de software no pueden ser abroncados como los reclutas de infantería.

Me resultaba curioso (y tal vez un poco extraño) que Clara pudiera asignar a una duplicada que hiciera su trabajo de clase y, sin embargo, nunca se molestara en cargar los recuerdos del golem. ¿Cómo te ayuda eso a aprender nada? De acuerdo, soy un anticuado (una de mis cualidades «enternecedoras», según ella). O tal vez me cuesta imaginar qué mantiene motivado a un golem, sin ninguna promesa de reunirse con su original al final del día.

«Bueno, tú también lo haces, a veces —pensé—. ¿No le dejaste a Clara un ébano la semana pasada, para ayudarla con un trabajo para este trimestre? Nunca volvió, que yo recuerde. No es que me importe.

»Espero que tuviéramos una buena diversión intelectual.»


Aunque me sentí tentado, decidí no molestar a la ídem estudiosa. A Clara le gustaban las especialistas. Esta sería todo impulso e intelecto, y se esforzaría hasta que su efímero cerebro expirara. Una vez más, todo es cuestión de personalidad. Centrada monotemáticamente en cada tarea inmediata, ésa es mi Clara.

El barco vivienda reflejaba esto. En una época en que la gente gasta el tiempo que le sobra amueblando lujosamente sus casas o acumulando hobbies, su hogar era severamente eficiente, como si esperara marcharse de un momento a otro a una costa lejana, o tal vez a una época distinta.

Saltaban a la vista las herramientas, muchas con toques improvisados, como un sistema de navegación para todo tipo de clima introducido en el grano de un bastón de caoba o un juego de formidables boleadoras de autoblanco forjadas con hierro-níquel de origen meteórico. O los chadores blindados masculinos y femeninos que colgaban de una percha cercana. Capas externas decorativas de cota de malla de titanio cubrían el aparato real: una capucha flexible de emisores de contacto que podían transportarte a cualquier sitio al que quisieras ir en espacio RV. Suponiendo que tuvieras algún motivo para visitar ese estéril reino digital.

Nuestros chadores a juego estaban allí, en el barco: lo más parecido a una firme expresión de compromiso que había conseguido hasta ahora de ella. Eso y un par de sólido-muñecos nuestros paseando juntos por Denali, el pelo castaño liso de ella muy corto, casi como un casco, alrededor de un rostro que Clara siempre consideraba demasiado alargado para ser bonito, aunque yo no tenía quejas. A mí ella me parecía adulta, una mujer real, mientras que mis rasgos demasiado juveniles parecen siempre anclados en un sombrío tono adolescente. Tal vez por eso lo compenso, y trabajo duro y mantengo un trabajo serio, mientras que Clara se siente más libre para explorar.

¿Por lo demás? Ningún amasijo de coleccionables. Ningún trofeo de un centenar de campos de batalla donde sus idemyoes combatientes se arrastraran bajo el fuego, atacando posiciones láser en los enfrentamientos más famosos de su equipo.

A un nivel, estaba relacionada con una estudiante universitaria. A otro nivel, con una guerrera y una celebridad internacional. ¿Y qué? ¿Quién no se ha acostumbrado a vivir varias vidas en paralelo? Si la humanidad tiene un talento destacado, es la capacidad casi infinita para acostumbrarse a lo Próximo Grande… y luego dejar de darle importancia.

Miré de nuevo la nota que me había dejado Clara. Su huella digital, bioesculpida para parecer una sonrisa picarona familiar, marcaba el final, señalando un segundo papel debajo:


HE DEJADO UN YO EN EL CONGELADOR
POR SI TE SIENTES SOLITARIO

Su máquina duplicadora (un estilizado modelo de Fabrique Gabon) ocupaba una cuarta parte del pequeño salón del barco. El compartimento de almacenamiento, translúcido de escarcha, revelaba una figura humanoide, del tamaño y la forma de Clara, presumiblemente imprintada y dispuesta para cocer al horno.

Mientras contemplaba la proporcionada silueta, me sentí como un marido a quien su esposa ausente deja una cena lista para calentar en el frigorífico. Una idea extraña, dada la actitud de Clara hacia el matrimonio. Y, sí, a Clara le gusta hacer especialistas. Esta marfil no destacaría por su intelecto o su conversación.

Bueno, aprovecharé lo que pueda.


Pero ahora no. Entre una emergencia y otra, llevaba despierto cuarenta horas y necesitaba dormir más que sexo subrogado. De todas formas, una vaga sensación de intranquilidad se apoderó de mí mientras regresaba conduciendo a casa.

—¿Comprobaste lo del camarero de La Tour Vanadium? —le pregunté a Nell, mientras aparcaba el Volvo en su pequeño garaje. Mi ordenador doméstico respondió con su habitual tono.

—Lo hice. Según el restaurante, uno de sus camareros perdió su contrato de servicio anoche, por molestar a los clientes. A partir de esta noche van a contratar a ídem cualificados procedentes de otra fuente.

—Maldición.

Eso significaba que yo estaba en deuda con el tipo. Los contratos de trabajo manual no son fáciles de conseguir, sobre todo en los restaurantes de lujo, donde los propietarios exigen perfección uniforme al personal. Los camareros idénticos son más predecibles, y los empleados que salen del mismo molde no se pelean por las propinas.

— ¿Te dieron su nombre?

—Hay un bloqueo de intimidad. Pero trabajaré en ello. Mientras tanto, tienes casos en marcha. ¿Los repasamos mientras imprintamos los duplicados de hoy?

El tono de Nell era regañón. Nuestra rutina normal se había ido por completo al garete. Habitualmente, a esa hora yo ya había enviado a las copias a hacer encargos y pesquisas mientras el rig se iba a dormir para conservar preciosas células cerebrales para la parte creativa del negocio.

En vez de desplomarme en la cama, me dirigí al horno y me tumbé mientras Nell descongelaba varios repuestos de cuerpos para imprintarlos. Aparté la mirada mientras se deslizaban en las bandejas de calentamiento, carne parecida a pasta que se hinchaba y coloreaba mientras millones de diminutas células de catálisis iniciaban sus breves y vigorosas pseudovidas. Los chicos de hoy no dan importancia a nada de esto, pero la gente de mi edad todavía lo encuentra un poco enervante, como ver despertarse a un cadáver.

—Adelante —le dije a Nell, mientras las sondas neurales revoloteaban sobre mi cabeza para la fase crítica de la imprintación.

—Primero, llevo dándole largas a Gineen Wammaker toda la mañana. Está ansiosa por hablar contigo.

Di un respingo cuando las sensaciones cosquilleantes empezaron a bailar por mi cuero cabelludo, cotejando la Onda Establecida de mi Alma con el estado básico almacenado en memoria.

—El asunto Wammaker está cerrado. Completé el contrato. Si va a quejarse por los gastos…

—La maestra ya ha pagado nuestra factura. No hay quejas. Parpadeando sorprendido, estuve a punto de incorporarme. —Eso no es propio de ella.

—Tal vez la señorita Wammaker advirtió que fuiste brusco con ella esta mañana y que desde entonces no respondes a sus llamadas. Eso podría haberte colocado al margen, psicológicamente hablando. Puede que esté preocupada por haberte provocado demasiado a menudo, quizá perdiendo tus servicios para siempre.

La teoría de Nell tenía su mérito. Yo no sentía ninguna necesidad desesperada de seguir trabajando para la maestra.

Relajándome de nuevo, sentí intensificarse el barrido del tetragamatrón, que copiaba mis perfiles simpáticos y parasimpáticos para la imprintación.

—¿Qué servicios? He dicho que el trabajo está terminado.

—Al parecer tiene otro en mente. Su oferta es nuestra máxima tarifa estándar, más el diez por ciento por una consulta confidencial a primeras horas de esta tarde.

Reflexioné sobre el asunto… aunque en realidad se supone que no debes tomar decisiones cruciales mientras imprintas. Demasiadas corrientes aleatorias surgiendo en tu cerebro.

—Bueno, si hacerse el duro funciona, haz una contraoferta. La máxima tarifa estándar más el treinta. Que lo tome o lo deje. Enviaremos un gris si acepta.

—El gris se está descongelando mientras hablamos. ¿Sigo preparando también un ébano?

—Mm. Un poco caro, si voy a hacer un gris de todas formas. Tal vez podamos terminar con Wammaker pronto y volver a casa a tiempo de echar una mano.

—Eso debería ser suficiente para el trabajo con los casos. Pero seguimos necesitando un verde…

Nell hizo una pausa bruscamente.

—Estoy recibiendo una llamada. Urgente. De alguien llamado Ritu Lizabetha Maharal. ¿Conoces a esa mujer?

Una vez más, apenas conseguí controlarme y no incorporarme, estropeando la transferencia.

—La he conocido esta mañana.

Podrías habérmelo dicho.

—Pásamela, anda, Nell.

Una pantalla de pared se iluminó, mostrando el rostro delgado de la joven ayudante de Vic Kaolin. Su piel real estaba tensa y arrebolada por la emoción, nada que ver con la expresión aliviada que había visto por última vez hacía una hora.

Señor Morris… Quiero decir, Albert…

Parpadeó al darse cuenta de que yo estaba tumbado en el horno. Mucha gente considera que imprintar es algo privado, como vestirse por la mañana.

—Perdone que no me levante, señorita Maharal. Puedo interrumpirlo si es urgente, o llamarla dentro de unos…

—No. Lamento interrumpirlo mientras está usted… Es que… tengo noticias terribles.

Cualquiera podría decirlo por su expresión, sombría y apenada. Aventuré una deducción.

— ¿Es su padre?

Ella asintió, los ojos inundados de lágrimas.

—Encontraron su cuerpo en… —se detuvo, incapaz de continuar. — ¿Su rig? —pregunté, conmocionado—. No el ídem gris que vimos, sino el real… ¿Ha muerto su padre?

Ritu asintió.

— ¿Po-podría por favor enviar un usted aquí, de todas formas? Envíelo a la mansión Kaolin. Dicen que es un accidente. ¡Pero yo estoy segura de que han asesinado a mi padre!

4 Asuntos grises

…o de cómo el primer ídem del martes sufre un contratiempo…

Iniciando comentario subvocal.

«Notas-sobre-la-marcha.»

Si este cuerpo mío fuera real, un transeúnte podría verme mover los labios, u oír un suave susurro mientras grabo esto. Pero hablar a un micrófono es irritante e inconveniente. La gente puede escucharte. Así que doto a todos mis repuestos ídem grises de una característica de grabación silenciosa y la compulsión por recitar.

Ahora soy uno de ellos.

¡Maldición!


Oh, no importa.

Siempre estoy un poco protestón cuando salgo de la bandeja, descuelgo la ropa de papel de la percha y me la pongo sobre unos miembros que todavía brillan con las enzimas de ignición, sabiendo que soy la copia-por-un-día.

Naturalmente, recuerdo haber hecho esto miles de veces. Parte de la vida moderna, eso es todo. De todas formas, me recuerda cuando mis padres me daban una larga lista de tareas, diciendo que hoy tocaba trabajar y nada de divertirse… con el toque añadido de que los golems de Albert Morris tienen muchas probabilidades de ser eliminados mientras corren riesgos que nunca correría su cuerporreal.

Una muerte menor. Apenas advertida. No llorada por nadie. ¡Uf! ¿Qué me ha puesto de este humor?

Tal vez la noticia de Ritu. Un recordatorio de que la muerte verdadera todavía nos acecha a todos.

¡Bueno, espabila! No tiene sentido ponerse sentimental. La vida es fundamentalmente la misma. A veces eres la cigarra. A veces la hormiga. La diferencia es que ahora puedes ser ambas, el mismo día.

Mientras me ponía el mono gris, mi yo real se levantó de la cama de escaneos acolchada y miró en mi dirección. Nuestras miradas se encontraron.

Si este yo vuelve para descargar esta noche, recordaré ese breve momento de contacto entre ambos lados, peor que mirarse profundamente en un espejo o un mal déjá vu, un motivo por el que rara vez lo hacemos. Algunos se lo toman tan a mal que nunca intentan encontrarse y usan pantallas para separarse de los golems que fabrican. A otros no podría importarles menos. ¡De hecho, les resulta encantadora su propia compañía! La gente es muy diversa. La gran fuerza de la humanidad, he oído.

Fresco de la imprimación, sabía exactamente qué estaba pensando mi arquetipo orgánico en el momento del contacto ocular. Un raro pellizco de envidia. Deseaba ser él quien pudiera ir a ver a la hermosa Ritu Maharal en persona. Tal vez ofrecerle alguna ayuda o consuelo.

Bueno, Albert, ya sabes. Para eso estoy yo. Ella pidió un ídem, después de todo. Un gris de alta calidad.

No te preocupes, jefe. Todo lo que tienes que hacer es cargarme más tarde. Te proporcionaré continuidad y recordarás cada detalle. Un intercambio justo. Cambiar la experiencia del día de hoy por la otra vida.


El transporte es siempre problemático los días laborables. Sólo tenemos un coche, y archi se lo queda, por si tiene que salir. Tiene que mantener el cuerpo rig a salvo de la lluvia y los objetos duros. Como los accidentes de tráfico. O las balas.

Es una lástima, ya que él suele quedarse en casa en bata y zapatillas de felpa, «investigando» casos en la Red, pagando por escaneos con un parpaident de nuestra retina. Así que el Volvo se queda siempre en el garaje. Los ídems viajamos en bus o en motocicleta.

Sólo quedan dos motos, y hoy hicimos tres golems. Así que he tenido que compartir la pequeña Vespa con un verde barato que va al centro a hacer recados.

Yo conduzco, por supuesto. El verde va detrás, callado como un sapo, mientras nos dirigimos al punto de encuentro donde Ritu va a enviar un coche a recogerme. Hay un parquecito a la salida de la avenida Chávez. Lo suficientemente protegido del sol para que un ídem espere sin derretirse.

Detengo la moto, dejando el motor en marcha. El verde pasa delante para tomar el manillar mientras desmonto. Una maniobra perfecta. La hemos hecho montones de veces. Se marcha sin mirar atrás. Mañana recordaré lo que está pensando el verde ahora mismo. Si llega a casa. Lo cual parece dudoso por la forma en que lo veo internarse en el tráfico, esquivando una furgoneta de reparto. ¡Ah, se puede perder una moto perfectamente buena de esa forma! La verdad es que tendría que conducir con más cuidado.

Aquí de pie, mientras espero el coche de Hornos Universales, cierro los ojos y siento la cálida caricia del verano. Mis grises necesitan buenos sentidos, así que ahora mismo puedo oler el pimentero cercano mientras niños con pantalones largos escalan por las duras ramas, desgajando la corteza mustia y gritándose unos a otros con la sobria intensidad que los niños le prestan a los juegos. Y las rosas y las gardenias… inhalo complejas fragancias a través de las membranas con sensores-esponja, sintiéndome casi vivo.

No muy lejos se puede ver a una docena de hobbistas, agachados con sus anchos sombreros para protegerse del sol y dando rienda suelta a su pasión por la jardinería… otra forma más de pasar el tiempo en un mundo sin suficientes empleos. Es uno de los motivos por los que elegí este sitio como punto de recogida. El club de horticultura local es soberbio, a diferencia de mi barrio, donde a nadie le importa un rábano.

Miro alrededor para asegurarme de que no entorpezco el camino de nadie. Los parques son principalmente para los archis. Los niños son todos reales, por supuesto. La mayoría de la gente sólo copia a un niño para enseñarle lecciones básicas… o para enviar un ocasional yo-grama a la abuela. Algunos padres se muestran reacios a hacer incluso eso, pues temen que se produzcan daños sutiles en los cerebros en desarrollo. Ese conservadurismo puede que desaparezca a medida que nos vayamos acostumbrando a la tecnología, como a cualquier otro milagro rutinario.

(He oído que algunas parejas divorciadas son pioneras en un nuevo estilo de visitas. Mamá deja que papá lleve al ídem del crío al zoo, y luego se niega a descargar el recuerdo feliz del chaval, por rencor. ¡Puaff!)

La mayoría de los cuidadores adultos del parque son también rigs. ¿Por qué no? Puedes preparar una copia de barro y enviarla a la oficina, pero cuando se trata de abrazos y achuchones, la carne no tiene sustituto. De todas formas, hace que uno se sienta mal si envías a tu hijo al cuidado de un púrpura o un verde. Es decir, a menos que alquiles a una poppins de una de las Niñeras Maestras: un símbolo de estatus que pocos pueden permitirse en esta zona de la ciudad.

«Espera un momento…» El teléfono acaba de sonar. Uso mi móvil para escuchar la respuesta de Nell. Pasa la llamada a mi yo real.

«Es Pal.» Puedo verlo en la diminuta pantalla, sentado en su gran silla de ruedas, su cara medio paralizada rodeada de sensores de deseo. Quiere que me pase a verlo. Algo sucede. Demasiado delicado para explicarlo por las redes públicas.

Mi rig responde con voz gruñona. Lleva dos días despierto (pobrecillo). No puede ir en persona y está demasiado cansado para otra imprintación.

—Tengo tres ids actuando — oigo decirle a Pal —. Uno de ellos me se pasará por tu casa, si le da tiempo.

Ja. Pal vive en el centro. A sólo unas manzanas del edificio Teller. ¿No podría haber pedido esa visita antes?

¿Tres ids? El verde no estará preparado para tratar con Pal, y no puedo imaginarme a Guiñen Wammaker dejando escapar temprano al otro gris, así que probablemente me tocará a mí. Tengo que ir a consolar y asesorar a la pobre Ritu Maharal (mientras los polis miran con mala cara y murmuran sobre los «detectives entrometidos»), tomar un bus que me lleve al centro para escuchar a Pal largar sobre su última teoría conspiradora hasta que esté listo para expirar. Magnífico.

Ah. Ahí viene el coche de HU. No es la Yugolimo, pero es bonito. El conductor es un púrpura de aspecto recio: todo concentración y reflejos. Bueno para llevarte a salvo. No alguien a quien pedirías consejo sobre tus relaciones personales.

Subo.

Conduce.

Las calles de la ciudad pasan.

Sacando una placa barata, marco algo para leer. El Diario de Tendencias Antisociales. Siempre hay nuevas cosas sobre las que ponerse al día, si quieres seguir trabajando en tu campo. Mi cerebro real siempre se queda dormido cuando intento leer este tipo de cosas. Es bueno para captar los conceptos, pero la Onda Establecida divaga. Así que pago un extra por tener repuestos grises con buen foco de atención.

Nunca habría conseguido terminar la carrera sin esos ídems que envié a la biblioteca.

Espera un segundo.

Levanto la mirada del artículo cuando las tres cúpulas de Hornos Universales pasan a la derecha y luego quedan atrás. Debemos estar dirigiéndonos a otro sitio. Pero yo pensaba…

Ah, sí. Ritu no llegó a mencionar HU. Dijo «la mansión Kaolin». Así que me han invitado al santuario del gran Kaolin, después de todo. Bueno, la-la-la.

Sigo leyendo sobre el uso del pseudoencarcelamiento en Sumatra, donde parece que están utilizando multiídems para cumplir una sentencia de veinte años de cárcel en sólo dos. Ahorra dinero y castiga al malvado, o eso dicen. ¡Puaf!

La siguiente vez que levanto la cabeza, estamos atravesando un barrio exclusivo. Grandes casas tras altas vallas. Mansiones encaramadas en lo alto de largos caminos de acceso, cada una más grande, más impresionante y mejor protegida que la anterior. Los sensores de mi ojo izquierdo rastrean los campos protectores que cubren las cimas de las murallas. Las puntas de lanza decorativas enmascaran chorros de gas somnífero. Hurones de pega se agazapan en los árboles, en guardia contra los intrusos. Por supuesto, nada de todo eso mantendría a raya aun verdadero profesional.

La entrada a la mansión Kaolin llama poco la atención. No tiene protecciones llamativas. Las mejores son invisibles. Entramos directamente y luego subimos por un camino curvo.

Es un gran castillo de piedra rodeado de prados y árboles viejos. Unos cuantos edificios exteriores modestos, jardines y casitas protegidas por setos pueden verse a un lado. Los jardines son decepcionantes. Nada especial. Pocos de los raros especímenes que yo plantaría, si fuera rico. Entonces diviso una anomalía arquitectónica: una cúpula de espejo que cubre el techo de un ala entera. El santuario al que se retiró un recluso famoso, hace años, dejando el resto de la mansión para los sirvientes, invitados y golems. Al parecer, Eneas Kaolin se toma muy en serio lo de ser un ermitaño.

Hay una furgoneta blanca de hospital aparcada delante de la casa principal. Yo me esperaba vehículos oficiales. Inspectores de policía. Laboratorios forenses portátiles. El procedimiento normal cuando se trata de un asesinato.

Evidentemente, las autoridades no comparten la teoría de Ritu de luego sucio. Bueno, por eso me ha llamado.

Un mayordomo envía su duplicado de color cobre a abrirme la puerta. Otro me escolta al interior. Bonito tratamiento, ya que no soy real.

Ahora estoy dentro, bajo un atrio abovedado. Hermosos paneles de madera. Lindos toques decorativos: montones de cascos en las paredes, escudos y armas puntiagudas de otras épocas. A Clara le encantaría esto, así que congelo unas cuantas imágenes para mostrárselas más tarde.

Oigo conversaciones mientras me conducen a una biblioteca llena de libros que ahora sirve para una función más sombría. La espléndida mesa de roble sostiene un ataúd de madera de fresno con la tapa abierta. Un ser querido de cuerpo presente. Una docena de figuras humanas a la vista, aunque sólo dos son reales: el cadáver y la apenada hija.

Yo debería dirigirme hacia Ritu, ya que es quien me ha llamado. Pero es un idKaolin platino quien domina la escena. ¿Es el mismo que vi antes esta mañana? Debe de serlo, ya que asiente al reconocerme antes de dirigir su atención a una llamada vid; consulta con servidores y consejeros, supongo. Todas las imágenes en pantalla parecen preocupadas. Yosil Maharal era un miembro vital de su organización. Algún proyecto importante debe de tener grandes problemas.

Maldición. Casi me esperaba que Kaolin en persona apareciera para esta trágica escena, dándose un paseíto desde esa cúpula plateada. Tal vez sea un recluso auténtico, después de todo.

Un técnico especialista negro total termina de agitar sus instrumentos sobre el ataúd, sometiendo al cadáver a cascadas de luz brillante. El experto se vuelve hacia Ritu Maharal.

—He repetido todos los exámenes, señorita. Una vez más, no hay nada que indique que el accidente de su padre haya tenido nada que ver con un crimen. No hay toxinas ni drogas debilitadoras. No hay marcas de aguja ni magulladuras de infusión. No hay rastros de interferencia orgánica. Su química corporal muestra signos de extrema fatiga, lo cual encaja con que se quedara dormido al volante antes de saltar inadvertidamente al viaducto de la autopista donde lo encontraron. Esto coincide con la conclusión de las investigaciones policiales, que examinaron el vehículo siniestrado y no encontraron signos de que hubiera sido manipulado. Y no hay huellas de otras personas, ni en el coche ni cerca de él. Lamento que la noticia no la deje satisfecha. Pero el diagnóstico correcto parece ser muerte accidental.

El rostro de Ritu parece tallado en piedra, su coloración casi blanco ídem. Permanece en silencio, mientras un algo gris se acerca y la rodea con un brazo. Es un duplicado de su padre (el que conocí hace unas pocas horas), con una cara que se parece a la del cadáver cercano. Naturalmente, ningún proceso creado por el hombre puede imitar la textura de la piel real, capaz de durar décadas, aunque se gaste y arrugue después de más de medio siglo de preocupaciones.

El ídem Maharal contempla a su verdadero yo, sabiendo que una segunda muerte menor vendrá pronto. Los duplicados sólo pueden descargar recuerdos al original que los fabricó. El Efecto Molde. Así que ahora es un huérfano sin hogar, sin ningún cerebro real al que regresar. Sólo un reloj que se encamina hacia su expiración y unas pseudocélulas que se quedan rápidamente sin élan vital.

En cierto sentido, Yosil Maharal sigue vivo, y puede contemplar su propia muerte. Pero su fantasma gris se desvanecerá dentro de unas cuantas horas más.

Como si sintiera esto, Ritu rodea con ambos brazos a su papid, apretando con fuerza… pero brevemente. Después de unos segundos, suelta los brazos y deja que una verde maternal se la lleve. Quizás es una antigua niñera o una amiga de la familia. Al marcharse, Ritu baja la mirada, evitando a ambos padres, el muerto y el vivo.

No me ve. ¿Qué hago? ¿La sigo?

—Dele un momento —dice una voz.

Me vuelvo y encuentro a idMaharal, muy cerca.

No se preocupe, señor Morris. Mi hija es fuerte. Estará mejor dentro de media hora o así. Sé que Ritu quiere hablar con usted.

Yo asentí. Bien. Me pagan por horas. Con todo, la curiosidad es mi impulsora, ya vaya por la vida en carne o en barro.

Cree que lo asesinaron a usted, doc. ¿Fue así?

El gris se encoge de hombros, con aspecto triste.

—Debo de haber parecido un poco raro esta mañana, cuando nos conocimos. Tal vez un poco paranoico.

—Usted no le dio importancia. Pero me pareció…

—¿ Que debía de haber algo? ¿Donde hay humo hay fuego? —Id-Maharal asintió, extendiendo las manos—. Ya me estaba recuperando del pánico cuando hice esta copia. Sin embargo, me parecía… y me parece, que salía de un hechizo.

— ¿Un hechizo?

—Una fantasía de la tecnología enloquecida, señor Morris. El mismo miedo, tal vez, que Fermi y Oppenheimer experimentaron cuando vieron el primer hongo nuclear en Trinity Site. O algo como la maldición de Frankenstein, largamente retrasada, pero que ahora se hace real con una venganza.

Esas palabras habrían provocado escalofríos a mi original. Incluso siendo gris, experimento cierto temor visceral.

— ¿Ya no siente lo mismo?

Maharal sonríe.

— ¿No acabo de decir que es una fantasía? La humanidad consiguió evitar ser destruida por las bombas atómicas y los gérmenes de diseño. Tal vez es mejor confiar en que la gente se enfrentará a los desafíos futuros con sentido común.

«Se está haciendo el tonto», pienso.

— ¿Entonces podría explicarme por qué se escondió en primer lugar? ¿Consideró que alguien le perseguía? ¿Por qué cambió de opinión? Tal vez su rig tuvo una recaída después de fabricarlo. El accidente sugiere ansiedad por falta de sueño, tal vez pánico.

El idfantasma de Maharal reflexiona un momento, me mira a los ojos… de un gris a otro. Pero antes de que pueda responder, Vic Eneas Kaolin se acerca con una expresión severa en su rostro de platino.

—Viejo amigo —le dice a idMaharal—. Sé que es un momento difícil para ti. Pero tenemos que pensar en salvar lo que se pueda. Tus últimas horas deben ser dedicadas a un buen uso.

— ¿Qué quieres decir?

—Un informe de vaciado, por supuesto. Para salvaguardar tu trabajo para la posteridad.

—Ah. Ya veo. Inyectar a presión mi cerebro con un millón de meshtrodos, zapearme con rayos gamma para hacer una ultratomografía y luego cribar todas las pseudoneuronas por un tensiómetro molecular. No parece una manera agradable de pasar mis últimos momentos. —Maharal reflexiona, moviendo la mandíbula con una expresión realista de tensión—. Pero supongo que tienes razón. Si se puede conservar algo.

La reluctancia de idMaharal es comprensible. Desde luego yo odiaría pasar por una cosa así. ¿Pero cómo si no se puede recuperar algo? Sólo el molde humano original puede cargar toda la memoria del duplicado. Ninguna otra persona u ordenador puede sustituirlo. Si el molde ha desaparecido o está muerto, lo único que se puede hacer es cribar físicamente el cerebro de la copia para sacar burdas imágenes sepia… los únicos datos que las máquinas pueden leer de la golemcarne.

El resto (tu Onda Establecida consciente, la sensación nuclear del yo que algunos llaman alma) es poco más que estática inútil.

Antes había una cancioncilla: « ¿Son los colores que tú ves los mismos que veo yo? Cuando hueles una rosa, ¿experimentas las mismas sensaciones embriagadoras que yo cuando huelo la misma flor?»

Hoy sabemos la respuesta.

No.

Puede que usemos términos similares para describir una puesta de sol. Nuestros mundos subjetivos a menudo se corresponden, se correlacionan y encajan unos con otros. Eso hace posibles la cooperación y las relaciones, incluso una civilización compleja. Sin embargo las sensaciones y sentimientos de una persona siguen siendo siempre únicos. Porque un cerebro no es un ordenador y las neuronas no son transistores.

Por eso no existe la telepatía. Somos singulares, cada uno de nosotros, extraños para siempre.

—Haré que un coche te lleve al laboratorio —le dice idKaolin a idMaharal, palmeando el brazo de su amigo, como si los dos fueran reales.

—Quiero estar presente durante el informe —intervengo, dando un paso adelante.

A Kaolin no le hace ninguna gracia. Una vez más, detecto un temblor en sus manos elegantemente esculpidas mientras frunce el ceño. —Trataremos asuntos delicados de la compañía…

—Y algunas de las imágenes recuperadas puede que arrojen luz a lo que le ha sucedido a ese pobre hombre. —Señalo hacia realMaharal, frío en su ataúd. No llego a mencionar el detalle de que he sido contratado por la única heredera legal del cadáver. Ritu podría demandarme por incompetencia si no asisto a la criba. Legalmente, ella podría impedir que se diseccionara al fantasma de su padre.

Kaolin sopesa la idea, luego asiente.

—Muy bien. Yosil, ¿quieres adelantarte? El señor Morris y yo iremos al laboratorio cuando hayas sido preparado.

IdMaharal no responde al principio. Su expresión parece lejana, mira la puerta por donde se marchó Ritu, hace unos minutos.

— ¿Hum, sí? Oh, de acuerdo. Por el bien del proyecto. Y de los miembros de nuestro equipo.

Estrecha brevemente la elegante mano de Kaolin y me saluda con un gesto cortante. La próxima vez que nos veamos, su cabeza estará bajo cristal y bajo presión.

Ahora el fantasma de Maharal parte hacia el gran atrio y la puerta principal. Me vuelvo hacia Kaolin.

—El doctor Maharal mencionó que había tenido miedo, que huía, como si alguien pudiera haber estado persiguiéndolo.

—También dijo que el temor era injustificado —replica Kaolin-. Yosil se estaba recuperando de esa paranoia cuando hizo al ídem.

—A menos que tuviera una recaída más tarde… lo cual contribuirá a explicar el fatal accidente. Si Maharal se sintió obligado a huir de algo, o de alguien… De hecho, el ídem no llegó a negar que alguien lo estuviera persiguiendo. Sólo dijo que el peligro parecía menos aterrador cuando lo fabricaron. ¿Se le ocurre algún motivo…?

— ¿Por el que alguien quisiera hacerle daño a Yosil? Bueno, en nuestro negocio siempre hay peligros. Fanáticos que piensan que Hornos Universales es una empresa del diablo. De vez en cuando, algún chalado intenta descargar una venganza santa —hace una mueca de desdén—. Por fortuna, hay una famosa relación inversa entre el fanatismo y la incompetencia.

—Esa correlación es estadística —señalo yo. La conducta antisocial es mi campo, después de todo—. Hay excepciones. En una población grande y educada, tendrá al menos unos cuantos Puerters, Mc-Veighs y Kaufmanns genuinos… a la vez diabólicos e inteligentes, que pueden resultar lo suficientemente competentes para causar…

Mi voz se apaga, súbitamente distraída. Kaolin responde, pero mi atención está en otra parte.

Algo va mal.

Miro a la izquierda, hacia el gran pasillo, siguiendo una pista… algo preocupante que ha llamado mi atención de refilón.

« ¿Qué es?»

El gran pasillo abovedado no parece haber cambiado; sigue lleno de armas antiguas y trofeos de conflictos históricos. Sin embargo, falta algo. «Piensa.»

Había estado dividiendo mi atención, como siempre hago, real o rox. El ídem de Maharal acababa de marcharse en esa dirección, hacia el atrio… Un giro a la derecha lo llevaría a la puerta principal para ese viaje final a Hornos Universal.

Sólo que no ha girado a la derecha. Creo que ha girado a la izquierda. Ha sido sólo un atisbo, pero estoy seguro.

« ¿Está intentando ver a Ritu por última vez?»

No. Ella salió de la biblioteca en la dirección opuesta, con su acompañante verde. ¿Entonces adónde se dirige el ídem?

En cierto modo, esto no es asunto mío.

«Anda que no.»

El magnate está explicando por qué no le preocupan los fanáticos. Parece un discurso enlatado. Interrumpo.

—Discúlpeme, Vic Kaolin. Tengo que comprobar algo. Volveré a tiempo para acompañarle al laboratorio.

Él parece desconcertado, quizás anonadado, mientras me vuelvo para marcharme.

El suelo de mármol chirría bajo mis zapatos baratos mientras corro pasillo abajo, deteniéndome sólo un momento para mirar una vez más las armas y los estandartes antiguos. Clara me matará si no memorizo lo suficiente para un buen tour de imágenes.

En el atrio, miro a la derecha. El mayordomo y sus tres copias me miran, interrumpiendo su conversación. (¿De qué pueden tener que hablar unos duplicados? Mis yoes casi nunca tienen nada que decirse.)

— ¿Han visto pasar por aquí a idMaharal?

—Sí señor. Hace un momento.

— ¿Por dónde se fue?

El mayordomo señala detrás de mí, hacia el fondo de la mansión.

— ¿Hay algo que pueda hacer por…?

Corro en la dirección indicada. Puede que sea un impulso tonto dedicarme a perseguir a nadie, en vez de interrogar a Vic Kaolin mientras tengo la oportunidad. Si Maharal fuera real, su desvío no me molestaría. Daría por supuesto que había ido al cuarto de baño. A echar una meada antes del último viaje. Nada más natural.

Pero él no es natural. Es una cosa, sin vejiga ni derechos, y le han pedido que vaya a una sala donde le esperan un agónico interrogatorio y la muerte. Cualquiera querría desviarse de ese rumbo. Sé que yo lo he hecho, al menos en tres ocasiones.

Dejo atrás la gran escalera y me meto en un pasillo lleno de armarios y roperos. Más allá de un par de puertas dobles, ruido de platos entre el murmullo de los cocineros. El gris puede que haya pasado por aquí. Pero los sensores de mi ojo izquierdo no disciernen ninguna vibración. Las grandes puertas oscilantes no se han tocado desde hace al menos varios minutos.

Dejo atrás la cocina y detecto un leve olor que la mayoría de los humanos apenas advierten o que evitan por completo. Un aroma agridulce de redención definitiva.

La Reciclería.

La mayoría de nosotros ponemos a nuestros ídems expirados (o sus partes sobrantes) en un contenedor sellado, en la calle, para la recogida semanal. Pero los grandes negocios necesitan sus propias plantas de reciclado para comprimir y filtrar los restos. Al fondo de un pasillo corto y sin ventanas se encuentra una puerta que pocos ídems atraviesan dos veces. ¿Fue Maharal en esa dirección, prefiriendo un final rápido en las tinas a la agonía de la criba cerebral? No parecía de los que se suicidan por miedo al dolor. Con todo, hay otras razones posibles… como morir por guardar un secreto.

Buscando alternativas, giro a la izquierda para contemplar un pasillo más amplio. Por delante hay un porche acristalado con muebles de bambú que da a un prado y un bosque privados.

Una puerta de pantalla está siseando todavía, cerrándose gradualmente contra un tope neumático. Decidiéndome rápido, corro y la atravieso, y salgo a un balcón de parqué. A la izquierda hay un gran aviario cubierto lleno de verdor y arrullos. Kaolin es famoso por su cría de pájaros, sobre todo de palomas mejoradas genéticamente.

Por ahí no. A la derecha, unas escaleras conducen al jardín. Siguiendo mi corazonada, pronto recibo la recompensa de un ruidito. Pisadas, por delante.

Comprendo que el fantasma de Maharal no quiera pasar por el tormento de la criba de imágenes. Que prefiera pasear bajo el cielo azul durante su último par de horas. Pero trabajo para su heredera y propietaria legal. De todas formas, si alguien asesinó a su original, hay que pedirles cuentas a los culpables. Quiero conocer las pistas que pueda haber ocultas en su cráneo de cerámica.

Un camino de piedras atraviesa un amplio prado en dirección a un bosquecillo de viejos árboles. Sicómoros y ciruelos púrpura, en su mayoría. La naturaleza es bonita, cuando puedes permitírtela.

¡Allí! Veo una figura moverse. IdMaharal, en efecto. Se inclina hacia delante, los hombros encogidos, corriendo. Antes no era más que intuición. Ahora estoy seguro: el golem trama algo.

¿Pero qué? El sendero pasa junto a una colina baja que se asoma a un grupito de casas pequeñas al otro lado, alineadas a lo largo de una calle compacta, con aceras y jardines… un barrio suburbano antiguo, trasplantado a los cuarenta acres de Vic Eneas Kaolin. Aquí debe de ser donde viven sus empleados. Cuanto más rico eres, más beneficios tienes que proporcionar para mantener a sirvientes reales.

Tío, sí que es rico.

Ni rastro de Maharal. Mi preocupación inmediata, ¿siguió el camino? Puede que se haya desviado entre las casas.

Me vuelvo, escrutando.

¡Allí! Medio agazapado tras un seto, intenta abrir la verja de un patio trasero.

Mejor no asustarlo. En vez de echar a correr, me meto dentro del bosquecillo y permanezco a cubierto mientras me acerco.

Sólo hay unas cuantas personas por aquí, a esta hora del día. Un jardinero naranja corta el césped de alguien con una máquina ruidosa. Una mujer cuelga la ropa en un tendedero, algo que nunca llegué a ver en los días anteriores a los hornos, cuando el tiempo era tan precioso que nunca tenías suficiente. Ahora el aire es mejor y alguna gente piensa que secar la ropa al sol merece una hora de ídem.

La piel de la mujer es rosa, quemada por el sol, un tono humano.

.Bueno, tal vez le gusta la sensación táctil de colgar ropa mojada con la brisa. Y envía a sus ídems a hacer otras cosas. Una suave música retro llega desde una ventana abierta en un extremo del pequeño vecindario, compitiendo con dos fuertes voces que se alzan en una discusión en una casa del centro. La misma donde las manos de Maharal juguetean con la verja trasera y finalmente encuentran el cierre. Las bisagras chirrían mientras él pasa, y yo echo a correr, resbalando por la pendiente del bosque, esquivando árboles y acercándome tan rápido que apenas puedo pararme a tiempo para evitar golpear la verja. El acelerón enzimático calienta mis miembros, gastando la energía acumulada a un ritmo cuádruple. Muy bien, así que expiraré un poco antes. ¡A la porra!

Maharal cerró la verja al pasar, así que debo extender la mano como él hizo, buscando el cierre. No es la forma ideal de realizar un escalo moderno. Normalmente comprobaría si hay alarmas y cosas así. Pero este pequeño vecindario está dentro del cordón de ultra-seguridad de Kaolin, así que, ¿por qué molestarse? Además, tengo prisa.

La madera está cascada y podrida, el cierre es sólo un gancho oxidado. Me cuelo en el patio, observando el césped salpicado de cagadas de perro… una gastada pelota de béisbol y un guante… unos cuantos soldados de juguete medio derretidos tirados al sol. Todo es casero y anticuado, hasta el hombre y la mujer que gritan en la casa de estuco.

—Estoy harta de dejar que todo el mundo me pase por encima. ¡Me las pagarás, sádico hijo de puta!

— ¿El qué? Tengo el mismo plazo de entrega todas las semanas, igual que todo el mundo.

—Cualquier excusa vale para dejarme aquí, volviéndome loca con los niños gritando…

—Hablando de locas…

Esa inoportuna respuesta provocó un alarido. A través de una ventana veo a una figura de matrona con el pelo naranja y la piel clara, lanzando platos contra un hombre que se agacha. Parecen reales; la gente rara vez asigna una pelea doméstica a los ídems, ahorrando esa plena pasión para la carne que sabe que soportará diez mil amargos mañanas, lo suficiente para vengar cada daño, real o imaginado.

Veo al fantasma de Maharal caminando junto a tres niños pequeños, de entre cuatro y nueve años, que están sentados a la sombra de un porche ajado mientras la puerta de pantalla amplifica cada triste gol-pe y chillido. Me sorprende que algún roboabogado no haya sido atraído ya, y aparezca para ofrecer a los niños un folleto sobre descuidos paternos.

IdMaharal se lleva un delgado dedo a los labios, y el niño mayor asiente. Debe de conocer a Maharal, o bien la nube de miseria es demasiado densa para que pueda hablar mientras el gris pasa de largo, camino del callejón. Es la única salida, así que lo sigo segundos después, imitando el gesto de silencio.

Los niños parecen más sorprendidos esta vez. El mediano se dispone a hablar… entonces el mayor lo agarra por el brazo, usando ambas manos para retorcer en ambas direcciones, provocando gritos de dolor. Al instante, los tres se enzarzan en una pelea a puñetazos, imitando la violencia de puertas adentro de la casa.

Mis grises imprintan la conciencia de Albert, así que vacilo, preguntándome si debería intervenir… Entonces advierto algo extraño y a la vez tranquilizador sobre los dos que están más cerca. ¡Ambos son ídems! Apesar de la coloración beis caucásico, la textura de la piel es artificial. ¿Pero por qué hacer pasar a niños duplicados por una tarde de verano cruelmente simulada? Sin duda los recuerdos no serán cargados.

Parece una perversión. Tomo nota mental para estudiar aquello más tarde. Pero eso me da una excusa para marcharme. Echo a correr por un estrecho camino dejando atrás a alguien que se entretiene restaurando un viejo Pontiac. ¿Por qué querría el fantasma de un científico pasar sus últimas horas merodeando por un enclave de esclavos, repleto de melodramas en miniatura? Mi concentración queda rota por el agradecimiento por mi propia infancia mientras rodeo la esquina de un alto seto, sólo para encontrar a… ¡Maharal!

El gris está delante de mí… sonriendo… apuntando un arma con boca de trompeta.

No hay tiempo para pensar. ¡Inspira hondo! ¡Agacha la cabeza y ataca! Un rugido llena mi universo.

Lo que suceda a continuación depende de con qué acaba de dispararme…

5 Estación de barro

…o de cómo el segundo gris del martes empieza un día duro…

¡Maldición!

Siempre estoy un poco protestón cuando salgo de la bandeja, descuelgo la ropa de papel de la percha y me la pongo sobre unos miembros que todavía brillan con las encimas de ignición, sabiendo que soy la copia-por-un-día.

Naturalmente, recuerdo haber hecho esto miles de veces. De todas formas, es como recibir una larga lista de tareas desagradables, corriendo riesgos que nunca correría tu protocuerpo. Empiezo esta pseudovida lleno de premoniciones de una muerte menos, oscura y no llorada por nadie.

¡Uf! ¿Qué me ha puesto de este humor? ¿Podría ser la noticia de Ritu? ¿Un recordatorio dé que la muerte verdadera todavía nos acecha a todos?

¡Bueno, espabila! La vida sigue siendo igual que en los viejos tiempos.

A veces eres la cigarra, a veces una hormiga.

Vi cómo el gris número uno se marchaba para reunirse con la señorita Maharal. Se subió a la Vespa, con el verde de hoy que iba montado detrás.

Eso dejaba una moto para mí solo. Parece justo.

El número uno tiene la oportunidad de ver a Ritu y fisgar en los asuntos de un multibillonario. Mientras tanto, yo debo visitar a la gran bruja del Estudio Neo. Bueno, al menos tengo mi propio medio de transporte.

RealAlbert se da la vuelta, saliendo de la sala del horno sin apenas mirar atrás. Bueno, necesita acostarse. Descansar el cuerpo. Mantenerlo en forma para que nosotros los duplos podamos cargar algo esta noche. No me siento utilizado. No mucho. Si tienes que ser de barro, es bueno ser gris. Al menos hay placeres realistas que disfrutar…

Como esquivar el tráfico, sorprendiendo a los estoicos conductores de vetas amarillas mientras me planto delante de ellos, siempre alerta al zumbido delator de mi detector de polis y asegurándome de no molestar a ninguna persona real. Picar a ids puede ser divertido, mientras cada violación esté por debajo del umbral de cinco puntos programado en las publicams que flanquean todas las calles. (El umbral donde acaban las restricciones a la intimidad y forman un gran pelotón.) ¡Una vez llegué a cosechar once cuatro-puntos en un día, sin ganarme ni una sola multa!

Esta pequeña moto Turkmen no tiene tanta potencia como la Vespa, pero es ágil y duradera. Barata, también. Tomo nota para pedir tres más. De todas formas, es arriesgado tener sólo dos motocicletas a mano. ¿Y si de repente necesito un ejército, como pasó el mayo pasado? ¿Cómo llevaré a una docena de copias rojas o púrpuras de mí mismo donde hagan falta? ¿En dinobús?

Nell apunta obediente mi nota, pero no cursará una orden de compra hasta que realAlbert se despierte. Las neuronas dan el visto bueno a todas las grandes compras. El barro sólo puede sugerirlas.

Bueno, seré Albert mañana. Si descargo. Si vuelvo a casa. Lo cual no debería ser demasiado problemático, supongo. Las reuniones con la maestra son agotadoras, pero rara vez fatales.

Me acerco a un semáforo. Me detengo. Me tomo un instante para mirar al oeste, hacia la plaza Odeón. Recuerdos frescos de la desesperada huida por los pelos de anoche todavía perturban mi Onda Establecida, aunque sólo fuera un verde quien lo sufrió.

Me pregunto quién sería el camarero. El que me ayudó a escapar. El semáforo ha cambiado. ¡Adelante! La maestra odia que llegues tarde.

Estudio Neo, justo delante. Un lugar encantador. Ocupa lo que solía ser un enorme mercado urbano sin ventanas. Hoy día comprar ya no es una tarea (le pides a la Casa que se encargue de los repartos) o bien lo haces por placer, y paseas en persona por avenidas flanqueadas por árboles, como el paseo Genterreal, donde una brisa suave te acaricia todo el año. Sea como sea, es difícil imaginar cómo se las apañaban nuestros padres en grutas sin sol. Una catacumba iluminada por fluorescentes no es un, mundo adecuado para los seres humanos.

Ahora los mercados son algo aparte para la nueva clase obrera. Nosotros los de barro.

Furgonetas y motocicletas recorren la vasta estructura del aparcamiento, llevando ídems frescos a clientes de toda la ciudad. Y no ídems cualesquiera. La mayoría lucen colores de especialización. Blanco nieve para la sensualidad. Ébano para intelectos sin diluir. Un escarlata concreto que es inmune al dolor… y otro que lo experimenta todo con feroz intensidad. Pocas de estas criaturas vuelven a su punto de origen cuando las células élan se agotan. Sus rigs no esperan que vuelvan para cargar recuerdos.

La mayoría de los clientes de Neo sí que devuelven las motocicletas. Para reclamar el depósito.

Aparco la Turkomen en un espacio codificado reservado para gente como yo, intermediarios ídem en viaje de negocios, transmitiendo información importante entre gente real. Los grises tienen prioridad, así que los colores inferiores se hacen a un lado cuando atravieso la arcada principal. La mayoría lo hacen instintivamente, y me abren las puertas, como si fueran humanos. Pero unos cuantos me ceden el paso a regañadientes, con miradas impertinentes.

Bueno, ¿qué se puede esperar de los blancos? El placer es en parte una cuestión de ego. Su clase necesita darse importancia para poder funcionar.

El Estudio Neo ocupa las cuatro plantas del antiguo centro comercial, llenando el gran atrio con una miríada de brillos holográficos. Es un emporio de esfuerzo creativo, iluminado por los chillones logotipos de un centenar de compañías productoras en alza, cada una de ellas aspirando a la posición superior en este hormiguero… un puesto en lo alto de la pirámide, a donde me encamino ahora mismo.

Los productores más ansiosos y ambiciosos colocan idemartículos junto a las escaleras mecánicas, ofreciendo muestras gratis.

—Pruébeme ahora y llévese a casa un recuerdo especial… —Arrulla una forma pálida con una túnica diáfana, sus formas tan realzadas que el tejido real no habría podido contenerlas—. Luego encárguenos un reparto domiciliario. ¡Su rig podría disfrutar de mí en persona mañana!

Mañana, ella será lodo en un tanque. Pero no lo digo. Los modales, heredados. de los días más sencillos de la juventud, me hacen decir «No, gracias», gastando aliento en una criatura que no podría interesarme menos/


— ¿Ha tenido un mal día? —canturrea otra, esta vez exageradamente masculina, flexionando los músculos allí donde ningún hombre natural los flexionaría jamás; a no ser en las páginas de un cómic, claro—. Tal vez su rig lo cargará de todas formas, si lo soborna con algo único para recordar. ¡Pruébeme y verá lo bueno que es!

O lo extraño que es. No hay forma de saber, por supuesto, de qué clase de carne procede el alma imprintada de esta criatura, ya sea cortesano o gigoló. Los más agresivos o complacientes de cada clase tienden a ser cruces, que compensan su falta de educación con deleite.

Esta vez consigo pasar sin hacer ningún comentario, y subo por las escaleras mecánicas hasta zonas mejores.

Alguien de las firmas de la segunda planta me ofrece repuestos golem especializados. Ponga su mente en un reptil dentudo o en una forma de delfín para sumergirse en las profundidades. O vaya de fiesta en un cuerpo con partes a la carta. ¿Quiere manos como navajas del Ejército suizo? A veces compro accesorios a una discreta boutique técnica, eligiendo ampliaciones para los ídems que envío a misiones peligrosas. Pal también compra aquí, experimentando con golems cada vez más pasados. Preferiría que todos sus recuerdos fueran así, y ninguno de lo que queda de su cuerpo natural.

La siguiente que se me acerca no vende sexo. Una gris como yo, vestida con un conservador papel de lino, a la usanza de los médicos televisivos, incluido el endoscopio que cuelga de su esbelto cuello.

—Perdone la intrusión, señor. ¿Puedo preguntarle si ha estado practicando imprintación prudente?

Tengo que parpadear; me resulta familiar.

—Oh, ya. Se refiere a proteger mi yo real de las enfermedades que un ídem…

—Podría traer a casa y transmitir a través de la carga. Sí, señor. ¿Ha pensado alguna vez en lo peligroso que puede ser reclamar un golem que ha estado quién sabe dónde en el transcurso dei? ¿Expuesto a todo, desde virus a toxinas mémicas?

Me ofrece un delgado panfleto y, de repente, recuerdo una historia aparecida en las noticias hace poco, bastante cómica, sobre gente que evidentemente cree que estamos viviendo en los viejos días de plaga de la guerra de las Burbujas.

—Intento permanecer limpio. Si hay alguna duda, cargo sin tocar a mi rig.

—Las toxinas mémicas no requieren contacto físico —insiste la doctora de imitación—. Pueden pasar a través de los recuerdos cargados.

Niego con la cabeza.

—Nos lo habrían dicho si esas cosas fueran…

—Ha habido brotes en más de una docena de ciudades de todo el inundo —su conducta profesional se esfuma y blande el panfleto—. ¡Nos están ocultando la verdad!

¿Quiénes? Una fan de las conspiraciones, entonces. ¡Y habla de toxinas mémicas! ¿Podrían todas las agencias responsables de la seguridad pública (y todos sus empleados) conchabarse para impedir que el público se enterara de la existencia de una nueva epidemia? Ni siquiera eso sería suficiente hoy en día, con tantos aficionados listos sueltos. Luego están los Premios Secuaz, creados para arrancar confesiones a los lugartenientes de más confianza.

—Una hipótesis interesante —murmuro, retrocediendo—. Pero entonces, por qué las redes libres no…

—Los diseñadores de toxinas son listos. ¡Los síntomas varían de una ciudad a otra! Las redes libres correlacionan incidentes, rumores, anécdotas. Sin embargo…

Sigo apartándome y, agradecido, dejo que la escalera me pille el talón, subiéndome a bordo de los escalones móviles mientras finjo una amable sonrisa de disculpa. La «doctora» se me queda mirando un momento, y luego se da media vuelta para acercarse a otro viandante.

Tal vez más tarde le pida a Nell que haga una búsqueda de «epidemias mémicas». Hasta entonces, considéralo otro entretenimiento aberrante servido por Estudio Neo.

. Ahora estoy pasando por los establecimientos con verdadera clase. «Escenarios Ilimitados» te enviará a un experto entrevistador, un ébano, dedicado exclusivamente a crear un guión que encaje con tu presupuesto y tu fantasía favorita. Luego regresará con los escenarios y un reparto completo de personajes para representar cualquier escena, desde alta literatura a tus más oscuros sueños.

«Aventuras Proxy» llevará a tu copia imprintada-pero-sin-cocer a algún lejano rincón del planeta donde la hornoactivarán y le harán pasar un día de frenéticas huidas. Luego devolverán el cráneo rápido-congelado en perfecto estado, para que lo recuerdes todo. Una aventura de veinticuatro horas, lista para servir.

También hay especialistas que ofrecen servicios inimaginables antes de la golemtecnología. Casi todo lo que para un humano en carne Y hueso es ilegal se puede hacer con un ídem… aunque a menudo acarrea multas y el pago de un impuesto por perversión.

No es extraño que el inspector Blane odie este lugar. Una cosa es crear a tus duplicados para un trabajo honrado. Los sindicatos lucha, ron y perdieron, y ahora millones se ganan la vida en varios lugares a la vez, haciendo aquello para lo que son buenos, desde servicio de porteros a mantenimiento de reactores nucleares. Un mercado justo ofrece máxima experiencia para todos, a precios asequibles.

Pero ¿experiencia en entretenimiento? Arrancada de la pantalla plateada, liberada de la caja tonta, saltando de las páginas de las novelas románticas y rocambolescas, convertida en algo que se puede tocar… Dicen que cuando empezó la Red, se empleaba principalmente para el porno. Lo mismo aquí. Sólo que ahora anda y te responde. Puede hacer lo que tú quieras.

Espera un momento… Es el teléfono. Lo atiendo a tiempo de escuchar a Nell pasar la llamada a mi yo real.

La cara medio paralizada de Pal llena la pantallita, rodeado de sus sensores de deseo para controlar su silla de ruedas mágica. Quiere que me pase a verlo.

Mi rig parece malhumorado y cansado. No hará otra imprintación.

—Tengo tres ids actuando —le dice a Pal—. Uno de ellos se pasará por tu casa, si le da tiempo.

¿Tres? El verde no estará preparado para tratar con Pal. Y el gris número uno tiene que ver a Ritu Maharal para hablar de su padre asesinado. Existe la posibilidad de que incluso pueda ver e interrogar al Vic Kaolin real… algo que merecerá la pena contarle a Clara, cuando regrese de su guerra.

Así que es cosa mía. Si Wammaker me deja escapar temprano, iré a escuchar a Pal largar sobre su última teoría o plan conspiratorio. Mierda. Ya casi puedo sentir que mi corta «vida» se está agotando.

Piso superior, donde los helipuertos del tejado dan rápido acceso a los clientes ricos. Donde los selectos productores sirven buen café y sabrosos entremeses, ¡incluso a los grises visitantes! Aquí, las tiendas elegantes te dejan contratar a actores de primera fila para interpretar papeles convincentes en cuerpos moldeados para parecerse a cualquiera de todos los tiempos. Hay una penalización cuando un ídem no se parece a su rig, pero es pequeña cuando no hay por medio ningún fraude. No es que los productores se nieguen a un pequeño fraude, de vez en cuando.

Los clientes ricos también vienen aquí para concertar cosas extravagantes. Una vez, alguien contrató a los miembros del pelotón de infantería de reserva de Clara, que estaban fuera de servicio, para actuar como extras en una sangrienta recreación de la última orgía-masacre de Calígula. Ella me coló para ver la actuación desde detrás de una cortina púrpura. La recreación fue realista, espeluznante, y tal vez incluso educativa por su fidelidad a los detalles históricos. Las luchas a espada fueron soberbias. El golem de Clara murió espectacularmente bien.

Con todo, no me gustó el espectáculo.

—Me alegro de que pienses así —reconoció ella. De hecho, ningún miembro de su equipo cargó recuerdos de la brutal masacre de esa tarde. Es algo que hace que te sientas orgulloso de nuestros chicos y chicas de caqui.


Faltan todavía más de veinte metros hasta el elegante pórtico de la oficina de Wammaker cuando una figura encapuchada llama mi atención, haciendo gestos desde las sombras.

—Señor Morris. Me alegro de que haya venido.

Acercándome un paso más, reconozco a la ídem cubierta con la capucha. La ayudante ejecutiva de la maestra, con el rostro de un conservador tono gris que combina perfectamente con su atuendo.

— ¿Quiere seguirme, por favor?

Me llama y yo la sigo… apartándome de la oficina de Wammaker.

—En nuestra reunión trataremos asuntos delicados que será mejor discutir en otra parte —explica, tendiéndome una túnica con capucha como la suya—. Por favor, póngase esto.

Si yo fuera real, me preocuparía. ¿Podría estar la maestra planeando alguna rebuscada venganza por mi pasada actitud con ella? Pero bueno, ¿y qué? No soy más que un ídem.

Me pongo la túnica y la sigo.

Un pequeño ascensor de servicio nos lleva hacia abajo, hacia las plantas de renta inferior del viejo centro comercial. Las puertas se abren y mi guía se encamina directamente hacia una tienda vulgar de ventanas opacas que lleva el nombre de ASOCIADOS RENOVACIÓN. La sigo aun reino de tejidos colgantes que titilan con piezoluminiscencia, llenos de brisas preparadas. Incluso han dedicado esfuerzos a cultivar plantas de interior que proporcionan una atmósfera de bienvenida. Principalmente ficus y abetos sencillos. Pero la atención se ve atraída hacia otra parte, hacia los holopósters de Gineen y sus mejores afiliados, hombres y mujeres cuyas copias ofrecen placeres sibaríticos a los que están cansados del mero sexo.

Ante la sala de espera hay cabinas oscuras donde los clientes pueden consultar en privado con sus consejeros especiales. A pesar de todo, no es tan elegante como la oficina de Wammaker. La maestra debe de estar ampliando el negocio; pasando al mercado de masas.

—Por favor, espere —dice la ayudante, señalando una silla de madera de respaldo plano… sin duda una preciosa antigüedad, e incómoda también. Me vuelvo a poner de pie en cuanto se marcha. Mis repuestos golem tienen articulaciones de relax. Sentarse es redundante.

Naturalmente me harán esperar, así que saco una placa lectora barata y marco el Diario de Tendencias Antisociales. Como Ritu Maharal asegura que su padre fue asesinado, me dispongo a buscar sobre homicidios (me pregunto cómo le irá al gris número uno. ¿He llegado ya a alguna conclusión?). Pero después de pasar por el Estudio Neo, mis pensamientos se dirigen a otro problema. La decadencia.

¿Tienen razón los nuevos puritanos? ¿Está endureciendo nuestros corazones la golemtecnología?

Clara llama a este lugar un «callo-de-almas».

—Hoy podemos hundirnos en la depravación sin pagar por ello con enfermedades o resacas —dijo la semana pasada, sin ir más lejos—. La profesión más antigua del mundo ha sido puesta al día para una nueva era, sin prisiones, discreción ni ninguna necesidad de empatía. Vaya avance.

Yo soy normalmente menos cínico. La vida es mejor de un montón de formas. Más sana. Más tolerante. A nadie le importa qué tono de marrón tiene tu piel real.

Pero mis grises varían un poco de unos a otros y éste siente el amargo recelo de que Clara pueda tener razón.

Parpadeando, advierto que la placa de lectura ya brilla con un artículo seleccionado. Debo de haber hecho un escaneo de interés de dilatación de iris mientras reflexionaba sobre mis sombríos pensamientos (¿quién dice que los ídems no tienen subconsciente?).


SUBLIMACIÓN DEL IMPULSO DE INMORTALIDAD:
¿UN RETORNO A LA NECROMANCIA?

¡Uf! ¡Vaya título para un artículo científico! No es mi plato habitual. Sin embargo me resulta intrigante. Me pregunto…

—¿Señor Morris?

Es el ayudante. Esperaba tener que aguardar más tiempo. Tal vez Wammaker está realmente preocupada por algo esta vez.

Al alzar la cabeza, veo que el idcuerpo gris de la ayudante tiene los azules.

—La maestra lo verá ahora.

6 No es fácil ser verde

…o de cómo el tercer ídem del martes descubre la rivalidad entre hermanos…

Odio levantarme de la bandeja, ponerme sobre los miembros ropa de papel que aún brilla con enzimas de ignición.

No sólo soy una copia hoy, soy la verde. ¡Maldición!

Después de un millar de veces, me sigue pareciendo que me están castigando. Me dan una larga lista de tareas desagradables. Me envían a correr todo tipo de riesgos por los que nunca pasaría Lord Protocuerpo.

Empiezo esta pseudovida lleno de oscuros sentimientos. ¡Uf! Qué ánimos.

Archie debe de estar realmente cansado para ponerme en marcha con una Onda Establecida tan sombría como ésta. Un poco peor y podría haber sido un frankie…

¡Bueno, espabila! Hoy eres una hormiga.

Y verde, además. Deja la filosofía para tus superiores.

Bueno, anoche otro verde se enfrentó a los idmatones de Beta, v venció. Un héroe-duplicado, que se arrastró por un infierno para traer noticias vitales. ¡Así que un verde puede importar! Aunque el trabajo de hoy sea hacer la compra, limpiar retretes, cortar el césped y otros horrores.

Los grises tienen bonitos grabadores en tiemporreal. Pero yo tengo que hacer rápidos vaciados en un viejo anillo de microcintas. Post hoc. No sé por qué me molesto. Si Archie quiere saber qué he hecho hoy, puede cargar y averiguarlo.

Me dirigí a la ciudad haciendo de paquete del gris número uno, manteniendo los dos ojos bien cerrados mientras él conducía como un maníaco, arriesgando nuestras carcasas y a punto de estropear nuestra última Vespa. Capullo.

Lo dejé en un parque, esperando que lo recogiera la limusina de HU que iban a enviarle. Él verá pronto a la hermosa Ritu y hablará con Vic Kaolin y posiblemente investigue un asesinato.

Y más tarde, quizás esta noche, realAlbert se sentirá solo. Irá a descongelar a la sibarita que Clara dejó para nosotros en el congelador. Sentí una oleada de celos irracionales al respecto. ¡La tentación de llegarme al barco vivienda y usarla yo mismo!

Naturalmente, no lo hice. La id me echaría un vistazo y se negaría a desperdiciarse con los burdos sentidos de un verde. De todas formas, ¿qué sentido tiene? Si cargo, me reuniré con Albert y 10 compartiré todo en carnerreal. Y cuando Clara regrese del frente, compartiré también esa reunión.

Así que me puse a hacer mis tareas. Visité el mercado, añadiendo algunos artículos frescos al reparto normal: frutas y esas cosas, más un plato de gourmet o dos. Debería llegar para cuando Archie se despierte de la siesta. Espero que me guste el arenque. Es danés.

Me pasé por el banco y puse al día mis códigos de nivel tres. Todo el mundo hace una puesta al día mensual en persona, con escaneos biométricos y químicos para verificar que tú eres tú. Pero para las semanales un ídem basta. Nadie puede falsificar una Onda Establecida. Además, han pasado años desde el Gran Golpe. Algunos analistas piensan que el cibercrimen ya está pasado de moda.

Puede ser. Pero la delincuencia todavía preocupa a los ciudadanos. En todas las elecciones aparece como una de las prioridades principales. Debe de haber casi un centenar de polis reales sólo en esta ciudad. Si Yosil Maharal fue asesinado, con éste serán ya doce homicidios en el Estado este año. Y el verano apenas está a la mitad.

No temo quedarme sin empleo pronto.

Oh, el teléfono sonó mientras estaba de compras. Era Pallie, que necesitaba otra vez un poco de atención.

Albert gruñó.

—Tengo tres ids actuando. Uno de ellos se pasará por tu casa, si le da tiempo.

¿Tres ids?

El gris número uno está ocupado con Ritu Maharal y Vic Kaolin; un gran caso, quizás un auténtico filón para ganar dinero. Gineen Wammaker puede entretener al gris número dos todo el día.

¿Te apuestas a que me enviarán a mí a oír la última teoría conspiradora de Pal?

Mierda. ¿Para qué sirve un verde?


Tuve que recoger la cortadora de césped de la tienda de reparaciones. Costó ocho cincuenta, más las tarifas de recargo por el viejo motor de gas. La amarré para asegurarla a la parte trasera de la Vespa, pero eso fastidió el equilibrio de la moto. Me gané una violación de cinco puntos también. Mierda.

Al menos la cortadora arrancó a la primera (Mitch, el tipo de las reparaciones, conoce su oficio. Estaba allí en persona, esta vez). Pronto tuve el césped mejor recortado que ese «jardinero» a rayas naranja que contrata todo el mundo en el barrio. En mi minúsculo trozo de tierra crecen plantas. Rosas. Zanahorias y bayas frescas. Me gusta cultivar cosas, igual que a Clara le gusta oír el agua lamer la quilla de su barco vivienda.

A continuación, la pila de platos del fregadero. Luego, los cuartos de baño. Bien podría limpiar también toda la maldita casa ya que estoy en ello. Excepto pasar la aspiradora. Lord Archie tiene que dormir.

Ejem.

Algunos días sopeso asuntos existenciales. Sencillos, como los que puede comprender un verde. Como, por ejemplo, ¿debería sugerir NO cargar esta noche? Quiero decir, ¿por qué recordar esta banalidad? Albert ya ha experimentado casi un centenar de años subjetivos, contando los recuerdos golem. Algunos expertos ponen un máximo teórico de cinco siglos. ¿Entonces por qué no ahorrar?

He debatido esto conmigo mismo montones de veces, y recuerdo que siempre decidí cargar. Bueno, vale. Sólo los ídems que eligen la continuidad se convierten en parte de la memoria continuada. Pero Nell dice que más de ciento ochenta de mis copias eligieron en cambio el olvido. Abatidos yoes-delegados que soportaron días aburridos que hago mejor en olvidar.

Demonios, hay días que he pasado en persona que borraría si pudiera. Un antiguo problema, supongo. Al menos hoy en día tienes alguna opción en la materia.

Tras detenerme ante la pantalla de trabajo de Archie, miré nuestroscasos en marcha: una docena de investigaciones rutinarias, marcadas por mapas de progresos y prioridades. La mayoría pueden hacerse con la Red por medio de interrogatorios remotos, sacando datos de fuentes públicas o persuadiendo a los propietarios de callecámaras privadas para que compartan sus archivos con una orden judicial. A veces envío mis propias avispas-espía a seguir a sospechosos por la ciudad. No podría permitirme seguir en el negocio si todo tuviera que hacerse en persona, o incluso por duplicado-golem.

La mitad de los casos se refieren a mi especialidad: atrapar a violadores de copyrights. Profesionales como Beta cometen delitos sin tregua. Por fortuna la mayoría de los robos los llevan a cabo aficionados. Lo mismo pasa con los ladrones de rostros, que envían ídems con rasgos ilegalmente forjados, fingiendo haber sido roxados a partir de otra gente. Chicos problemáticos, en su mayoría. Se los pilla. Se los multa.

Se les enseña a comportarse.

Luego están los cónyuges celosos: una especialidad de los detectives privados desde la época del ragtime.

Algunos matrimonios modernos son complejos, y admiten nuevos socios por consentimiento mutuo. La mayoría de la gente prefiere la anticuada monogamia. ¿Pero qué significa eso hoy en día? Si un marido envía a un ídem a tontear mientras está ocupado en el trabajo, ¿constituye eso una fantasía, un flirteo, o una infidelidad declarada? Si una esposa alquila a un blanquito para pasar una tarde solitaria, ¿es prostitución, o un poco de jugueteo inofensivo con un aparato doméstico?

La mayoría de la gente piensa que lo mejor sigue siendo la carne contra la carne. Pero el barro no puede quedarse embarazado ni transmitir enfermedades. Te permite racionalizar, además. Algunas parejas trazan la línea en la carga de recuerdos después de un lío con idsexo. Si no se recuerda, no sucedió. No hay memoria, no hay pecado.

Pero si no puedes recordarlo, ¿para qué sirve?

Todas las complicaciones pueden resultar confusas para criaturas con celos caprichosos que se formaron en la Edad de Piedra. De cualquier forma, los sentimientos heridos no son mi preocupación, sólo son hechos. El caso es que la civilización cae sin responsabilidad. Lo que hace la gente con ella es cosa suya.

Contemplando la pantalla, veo que necesitaré cuatro ids mañana.

Dos sólo para misiones de seguimiento y observación.

El congelador está bien repleto de repuestos, pero nuestras motocicletas son escasas.

En pantalla veo que el gris número dos acaba de solicitar más Turkomens. Yo prefiero las Vespas, ¿pero quién escucha a un verde? Al recorrer la casa, veo más limpieza por hacer. Lápices que afilar y notas que cursar. Más tareas aburridas, para que el yo real pueda pasar su precioso tiempocarne siendo creativo.

Dejaría escapar un largo suspiro… si este cuerpo estuviera equipo, do para eso.

Al demonio con todo esto. ¡Me voy a la playa!

7 El precio de la perfección

…el gris número dos recibe una oferta que no puede rechazar…

La maestra tiene invitados.

Cuatro de ellos son mujeres, idénticas, con pelo rosa rizado y piel rojo tierra tan oscura que es casi parda. Una mira constantemente una pantalla-vid, asintiendo y gruñendo. Una tira de carne con aspecto de babosa parece manar de un lado de su cabeza, conectando un pseudópodo aun pad sensor electrónico.

¡Está enchufada, nada menos!

Envía y recibe directamente de su cerebro de barro a la Red (enlace directo, digital a neuroanalógico), un proceso feo y desagradable que te puede dejar tonto.

El otro invitado es varón, modelado sobre un arquetipo que debe de ser dolorosamente delgado en persona. Siguiendo la moda, este ídem evita los viejos colores estándar que fueron prescritos durante la primera generación de horneados.

Su piel es a cuadros.

¡Uf! Apenas distingo su cara entre el ruido visual. En vez de ropa de papel, lleva prendas de tela lujosa. Y los estampados de su camisa y sus pantalones hacen juego con el tinte de la piel. ¡Moda cara para un ídem!

Gineen Wammaker se adelanta en saboreable persona, su carne real casi tan pálida como la de una de sus roxies de placer. Sólo sus brillantes ojos verdes revelan su naturaleza interna de fiera mujer de negocios que destruye a sus competidores sin piedad. Toma la mano de mi facsímil entre las suyas de verdad.

—Me alegra que enviara un gris tan rápidamente, señor Morris. Sé lo ocupado que está, y cuánta concentración le exige su profesión.

En otras palabras, me perdona, aunque debería haber venido en persona. De todas maneras, el sarcasmo de Wammaker es más leve que de costumbre. Algo huele mal, en efecto.

—Espero que la bonificación que envié demuestre adecuadamente mi gratitud por su contribución al cierre de esas instalaciones de copias pirata.

No he visto ninguna bonificación. Tal vez la envió mientras yo esperaba fuera. Típico. Cualquier cosa con tal de pillarte desprevenido.

—Es un placer serle útil, Maestra. —Me inclino y ella baja levemente la cabeza, dejando que sus rizos dorados caigan sobre sus hombros desnudos. No nos engañamos ni pizca. Irónicamente, ésa es la base del respeto.

—Pero qué descortés soy. Déjeme que le presente a mis asociados. Vic Manuel Collins y Reina Irene.

El varón está más cerca. Nos estrechamos la mano y me doy cuenta de que sus adornos chillones enmascaran la textura de un ídem gris estándar. En cuanto a su título… «Vic» solía significar algo. Pero el término se ha vaciado de contenido debido a que los ricos ociosos, la mayoría de los cuales nunca fueron capitalistas aventureros, ni nada útil, han abusado de él.

Sólo una de las mujeres de color pardo se adelanta, reconociendo mi presencia pero sin ninguna sonrisa, ni una mano que estrechar.

«Reina» es otra ambigüedad moderna. Esperaré a ver si mis sospechas se confirman.

Gineen ofrece asientos, cómodos y reconfortantes para el cuerpo.

Un servid a rayas como de caramelo (a media escala) ofrece refrescos. Siendo gris, puedo probar una trufa zaireña que explota en polvo aromático en el fondo de mi garganta. Un regalo para que Albert recuerde cuando cargue. Con todo, Wammaker está alardeando, mostrándose espléndida con los duplos de visita. Parte de su atractivo, supongo.

Sentado, puedo ver más allá del hombro de la rox parda que está conectada, la atención fija en una pictopantalla en la que se ve una gran sala donde un montón de ídems rojos vienen y van rápidamente: todos son copias de la misma persona-imagen básica, aunque algunos están reducidos a un tercio o menos de su escala. Al menos una docena se congregan alrededor de una figura central, difícil de distinguir entre la multitud. Hay un montón de maquinaria: hornos y aparatos de soporte vital.

—Le he pedido que venga, señor Morris, para discutir un pequeño asunto de tecnología y espionaje industrial. Me vuelvo hacia Wammaker.

¿Maestra? Estoy especializado en el seguimiento de gente, tanto de barro como de carne, principalmente para descubrir violaciones de copyright y…

Mi anfitriona levanta una mano.

_Sospechamos que se han logrado ciertas innovaciones tecnológicas. Logros significativos, que amenazan con dejar obsoletos los copryights, están siendo monopolizados clandestinamente.

—Ya veo. Eso parece ilegal.

—Sin duda lo sería. Las tecnologías son más peligrosas cuando se exploran en secreto.

Mis pensamientos dan vueltas. Puede que sea ilegal, ¿pero por qué decírmelo a mí? No soy poli ni tecnosabueso.

— ¿De quién sospecha?

—De Hornos Universales Sociedad Anónima.

—Pero… fueron pioneros en el campo de la almística.

—Eso ya lo sé, señor Morris —su sonrisa es indulgente. —También son quienes más se benefician de un mercado abierto y ordenado.

—Naturalmente. De hecho, HU continúa realizando una investigación comercial normal y ofrece mejoras graduales en las copiadoras que vende. Los detalles técnicos sobre estas mejoras pueden ser mantenidos confidencialmente de manera temporal, hasta que se cursan las patentes. Incluso así, tienen el deber legal de advertir a la gente si alguna innovación importante amenaza con alterar fundamentalmente nuestra cultura, nuestra economía o nuestro mundo.

« ¿Alterar fundamentalmente?» Palabras misteriosas que hacen que sienta una curiosidad malsana. Y sin embargo, un hecho destaca: yo no tendría que estar manteniendo esta conversación.

—Es posible, Maestra. Pero ahora mismo tengo que decirle…

El varón de piel a cuadros interrumpe con una voz bastante grave para un armazón tan delgado.

—Hemos estado recibiendo información filtrada desde dentro de esas cúpulas brillantes de HU. Están preparando algo, probablemente un gran cambio en la forma en que la gente fabrica y maneja los golems.

La curiosidad me puede.

— ¿Qué clase de cambio?

Vic Collins adopta una expresión astuta en su cara afilada y chillona.

— ¿Puede imaginarlo, señor Morris? ¿Qué cree usted que podría transformar la manera en que la gente usa esta moderna comodidad?

—Yo… se me ocurren varias posibilidades, pero…

—Por favor. Esfuércese. Denos un ejemplo o dos.

Nuestros ojos se encuentran y me pregunto qué está tramando.

Se sabe que alguna gente imprinta grises imaginativos, capaces de pensamiento creativo. ¿De eso va todo esto? ¿Un test de razonamiento rápido, fuera de mi cerebro orgánico? Si es así, allá voy.

—Bueno… supongamos que la gente pudiera absorber de algún modo los recuerdos de otro. En vez de sólo imprintar y cargar entre diferentes versiones de ti mismo, podrías intercambiar días, semanas, o incluso una vida entera de conocimiento y experiencia con otra persona. Supongo que podría acabar siendo como la telepatía; permitiría una mayor comprensión mutua… El don de vernos a nosotros mismos como nos ven los demás. Es un viejo sueño que…

—Que es además imposible —interviene la mujerid rojo oscuro—, La Onda Establecida de cada cerebro es única, y su complejidad hiperfractal está más allá de todo modelado digital. Sólo el mismo molde neural que creó una onda duplicada concreta puede reabsorber más tarde esa copia. Un rox sólo puede volver con su propio rig.

Naturalmente, eso es de conocimiento común. Sin embargo, me siento decepcionado. Es difícil renunciar al sueño de la perfecta comprensión.

—Continúe, por favor —me insta Gineen Wammaker con voz suave—. Inténtelo de nuevo, Albert.

—Hum. Bueno, durante años la gente ha deseado un medio de imprintar a larga distancia. Sentarte en casa y copiar tu Onda Establecida en un repuesto ídem que esté muy lejos. Hoy día, ambos cuerpos tienen que estar tendidos el uno al lado del otro, enlazados con gigantescos criocables. Algo relacionado con las ratios de ruido y longitud de onda…

—Sí, es una queja común —musita Gineen—. Digamos que tienes asuntos urgentes que hacer en Australia. Lo mejor que puedes hacer es tomar un ídem fresco, meterlo en un cohete correo exprés y esperar que llegue a su objetivo. Incluso el viaje de vuelta más rápido, devolver el cráneo del ídem empaquetado en hielo, puede tardar un día entero. ¡Cuánto mejor sería si pudieras transmitir tu onda principal por un cable fotónico, imprintar un repuesto que ya esté en el lugar, husmear un ratito y luego recuperar la onda alterada!

—Suena a teletransporte. Podrías ir a cualquier parte, incluso a la Luna, casi instantáneamente… suponiendo que enviaras algunos repuestos por adelantado. ¿Pero es realmente necesario? Ya tenemos telepresencia robótica en la Red…

Reina Irene se echa a reír.

_.Telepresencia! ¿Usar gafas para mirar por unos ojos de lata lejanos? ¿Manipular una maquina ruidosa para que camine por ti? Incluso con pleno feedback retinal y táctil, apenas puede calificarse corno una entrega. Y los retrasos de la velocidad de la luz son temibles. Esta «reina» y su sarcasmo están empezando a molestarme.

—¿Es eso? ¿Ha conseguido Hornos Universales la imprintación a larga distancia? A las líneas aéreas no les hará ninguna gracia. Ni a lo que queda de los sindicatos.

Demonios, veo aspectos odiosos también para mí. Tal vez puedas teletransportarte a cualquier parte en minutos, pero las ciudades perderían su encanto individual. En vez de expertos locales y artesanos destacados, todas las ciudades acabarían teniendo los mismos camareros, porteros, peluqueros y demás. Lo mejor de cada habilidad y profesión, duplicado un millón de veces y extendido por todo el mundo.

¡Nadie más tendría trabajo!

(Imagino a un poderoso detective privado de Nueva York abriendo una sucursal aquí, dotándola cada día de perfectos duplicados grises, cobrando jugosas tarifas mientras él se sienta en su ático a con-templar Central Park. Yo tendría que ir a la cola púrpura. Conseguir algún hobby para matar el tiempo. O volver a estudiar. Uf.)

Obviamente, la maestra no teme la competencia.

—Ojalá fuera ése el logro —comenta tristemente—. El teletransporte me ofrecería un montón de oportunidades comerciales a escala mundial. Lástima, no es la innovación de la que estamos hablando. O al menos no la más preocupante. Inténtelo otra vez.

Maldición, vaya zorra. Los acertijos son el tipo de delicioso tormento en los que está especializada Wammaker. Incluso sabiéndolo, me siento tentado a seguirle el juego. Pero primero hay una cuestión de ética profesional que zanjar.

—Mire, lo cierto es que debería informarla de que…

—Lapso vital —dice Vic Collins.

— ¿Usted perdone?

— ¿Y si un cuerpo ídem —indica el suyo propio— pudiera durar mas de un día? Posiblemente mucho más.

Pausa. Reflexión. Esta posibilidad no se me había ocurrido. Elijo las palabras cuidadosamente.

—La… base entera de la tecnología de los hornos… su motivo práctico, es que un golemcuerpo contiene su propia energía desde el principio.

—Almacenada como supermoléculas en un sustrato coloidal de barro. Sí, continúe.

—Así no hay necesidad de duplicar lo complejo de la vida real. Ingestión, digestión, circulación, metabolismo, eliminación de residuos y todo eso. La ciencia está a siglos de distancia de duplicar lo que la evolución tardó mil millones de años en crear: los sutiles sistemas de reparación, la redundancia y durabilidad de los órganos genuinos…

—Nada de eso hace falta para una duración superior- responde Collins—. Sólo un modo de recargar las supermoléculas en cada pseudocélula, restaurando energía suficiente para otro día… y luego para otro, y así sucesivamente.

Reacio, asiento. Clara decía que los ídems militares vienen preparados con implantes de fuel, lo que permite que unas cuantas versiones duren varios días. Pero eso es seguir viviendo a partir de lo almacenado. Recargar sería otra cuestión. Un logro, en efecto.

— ¿Cuántas veces… cuánto tiempo puede un ídem…?

— ¿Ser renovado? Bueno, depende del desgaste y el deterioro. Como usted dice, incluso los repuestos más caros tienen poca capacidad para autorrepararse. La entropía pasa factura a los desprevenidos. Pero el principal problema de la escasez de tiempo, cómo mantener a un roxcuerpo en marcha más de un día, puede ser resuelto.

—Una solución dudosa —murmura la parda Reina Irene—. Los ídems de larga duración podrían divergir de su prototipo humano, haciendo que sea más difícil cargar recuerdos. Los objetivos pueden variar. Podrían incluso empezar a preocuparse más por su propia supervivencia que a servir al ser de continuidad que los creó.

Parpadeo, confuso por su terminología. ¿Ser de continuidad?

Miro a la izquierda y veo a su idéntica idhermana, que sigue conectada a un terminal remoto, contemplando una pantalla plana. En ella veo una docena de trabajadores intercambiables, todos del mismo tono carmesí, rodeando a una enorme figura pálida, como abejas obreras en torno a…

¡Ah! Ya lo pillo. Reina Irene. Pallie me habló de esto, de llevar la idcreación a su siguiente paso lógico. A pesar de todo, ser testigo de ello me hace estremecer.

—Podría haber otras repercusiones —añade Vic Collins—. Todo el contrato social podría alterarse si nuestras sospechas resultan ciertas.

—Eso es lo que queremos que usted investigue, señor Morris —concluye Gineen Wammaker.


¿Me están proponiendo un espionaje industrial? —pregunto, alerta.

—No — niega ella con la cabeza—. No pretendemos robar ninguna tecnología, sólo verificar su existencia. Eso es perfectamente legal. Con confirmación, podremos entonces demandar a Hornos Universales basándonos en una de las leyes de transparencia. Por ocultación, corno mínimo.

La miro. Esto es escandaloso, en una docena de aspectos.

—Me honra con su confianza, Maestra. Pero como le dije, la tecnoinvestigación es sólo una parte colateral de mi trabajo. Hay auténticos expertos.

—A quienes encontramos menos adecuados que usted.

«Apuesto a que sí. Lo que estás pidiendo está a un pelo de lo ilegal. Un experto sabría cómo mantenerse a salvo. Yo podría cometer un error y acabar en deuda con HU, pagando una fortuna por acciones criminales hasta la siguiente glaciación.

»Por fortuna, hay una salida fácil a todo esto.»

—Me siento halagado, Maestra. Pero el principal motivo por el que no puedo aceptar esta misión es un posible conflicto de intereses. Verá, mientras hablamos, otro gris mío está en Hornos Universales trabajando en otro asunto.

Me esperaba decepción o ira, y sólo veo diversión en los ojos de Wammaker.

—Ya somos conscientes de eso. Había noticámaras y otros ojos-espía por todo el edificio Teller esta mañana, ¿recuerda? Vi a Ritu Maharal recogerlo en una limusina de HU. Sumando eso a los informes públicos de la inesperada muerte de su padre, me resulta sencillo imaginar qué está discutiendo su otro gris, ahora mismo, en la mansión Kaolin.

«¿En la mansión Kaolin? Creía que el gris número uno iba a ir a la sede de HU. ¡Esta gente sabe más sobre mi trabajo que yo!»

—IdMorris, hay un modo de aislarlo a usted y a su rig de los riesgos legales causados por un conflicto de intereses. Hoy en día, es posible que la mano izquierda no sepa qué está haciendo la mano derecha, si entiende lo que quiero decir.

Por desgracia, creo que lo entiendo.

Se acabó mi esperanza de otra vida.

—En realidad es bastante sencillo —dice Vic Collins—. Todo lo que tenemos que hacer es…

Se para, interrumpido por un teléfono que suena.


Es mi teléfono, que suena a ritmo urgente.

La maestra parece molesta, y con motivo. Nell sabe que estoy en una reunión. Si mi ordenador doméstico piensa que la llamada es tan importante, debería despertar a Archie.

Gruño una disculpa, acercando la placa de muñeca a una oreja.

¿Sí?

— ¿Albert? Soy Ritu Maharal. Yo… no puedo verle. ¿No tiene vid? Un segundo de pausa. Pero ninguno de mis otros yoes contestará, así que debo hacerlo yo.

Este teléfono es un aplique barato. Sólo soy un gris, Ritu. De todas formas, ¿no tiene ya a uno de mis…?

¿Dónde está? —exige ella. Algo en su voz hace que me envare. Parece preocupación, y da paso al pánico.

Eneas está esperando en el coche, impacientándose. Esperaba que usted y mi… y el ídem de mi padre se reunieran con él. ¡Pero han desaparecido ambos!

— ¿Desaparecido? ¿Qué quiere decir? ¿Cómo pueden…?

Ahora me doy cuenta… ¡ella cree que soy ese gris! La confusión podría despejarse con unas palabras, pero no quiero dar ninguna pista a Gineen, ni a sus extraños amigos. Entonces, ¿qué puedo decir?

Justo a tiempo, otra voz interviene, un poco aturrullada. Es Archie, despierto otra vez de su siesta.

— ¿Ritu? Soy yo, Albert Morris. ¿Está diciendo que mi gris ha desaparecido? ¿Y el de su padre también?

Cierro el teléfono. Mi primera prioridad debe ser para los clientes que tengo delante… aunque ya no trabaje para ellos dentro de un par de minutos.

Reina el silencio. Finalmente, Wammaker se inclina hacia delante, su pelo dorado desparramándose desde sus pálidos hombros hasta su famoso escote.

— ¿Bien, señor Morris? Respecto a nuestra oferta. Necesitamos saber qué está pensando.

Tomo aire, sabiendo que eso acelerará el metabolismo de mis pseudocéluias, acercándome un poco más a una extinción que sólo podrá ser impedida si llego a casa esta noche. A casa, para regalar a mi original lo que aprenda hoy. Y sin embargo, ya conozco el plan de Wammaker, una manera en que podría espiar legalmente para ella sin entrar en un conflicto de intereses. Eso requiere que yo, este doppelganger gris, sacrifique toda esperanza de supervivencia por el bien de seres mas importantes.

No, es aún peor que eso. ¿Y si me niego? ¿Puede ella dejar que me marche, sabiendo que podría informar de esta reunión a Vic Kaolin? Cierto, coloco un lazo de confidencialidad IP en todos los clientes. Nunca quebrantaría la confianza de uno. Pero la paranoica maestra podría decidir no arriesgarse, ya que HU puede comprar mi lazo con calderilla.

Para estar a salvo, ella destruirá este cuerpo mío y se contentará con pagar a Albert por triples daños.

Y él aceptará el dinero claro. ¿Quién se molesta en vengar a un id?

Wammaker y sus invitados me observan, esperando una respuesta.

Más allá de ellos busco el consuelo visual en algo verde que crece: las plantas de interior que la Maestra de Estudio Neo ha repartido casualemente por su sala de reunión, para darle un toque hogareño.

—Creo…

—¿Sí?

Su famosa sonrisa indecente tira de algo oscuro en tu interior. Incluso dentro del barro.

Inspiro otra vez profundamente.

—Creo que su ficus parece un poco seco. ¿Ha intentado regarlo un poco más?

8 Hazañas y barro

…el verde del martes encuentra su fe…

La playa Moonlight es uno de mis lugares favoritos. Voy allí con Clara cada vez que la multitud lo permite, sobre todo si tenemos cupones de turismo a punto de caducar.

Naturalmente, es exclusivo para los archis. Todas las mejores playas lo son.

Nunca he estado aquí como verde… a menos que alguno de mis ídems desaparecidos se perdiera del mismo modo que yo hoy. Renunciando a toda esperanza y haciendo trampas.

Tras aparcar la moto en una barra pública, caminé hasta el borde del malecón para echar un vistazo, esperando encontrar el lugar medio vacío. Es allí donde las reglas se relajan, los archis se sienten menos territoriales y los coloreados como yo podemos ir de visita sin problemas.

El martes es día laborable. Eso solía tener alguna importancia cuando yo era un chaval. Pero no hubo suerte. La gente ocupaba cada centímetro con toallas, sombrillas y juguetes playeros. Divisé a unos cuantos salvavidas naranja brillante, caminando con pies y brazos palmípedos, hinchando sus enormes sacos de aire mientras patrullaban en previsión de peligros. Todos los demás tenían algún tono de marrón humano, desde chocolate oscuro a claro como la arena.

Si pusiera el pie ahí abajo, destacaría como un dedo hinchado.

Al sur, más allá de un lejano marcador, vi la punta rocosa que se reserva para los de mi propia clase. Una muchedumbre de brillantes colores apretujada en el lugar donde las olas y las rocas dificultan las cosas para la carne real. Allí no se aventuraban los salvavidas, sólo unos cuantos limpiadores a rayas amarillas, equipados con ganchos para eliminar a los desafortunados. De todas formas, ¿quién quiere perder tiempo de playa con una imitación? Ya es bastante difícil conseguir una reserva para venir en persona.

De repente, siento rechazo hacia todas las reglas… las listas de espera y las concesiones de turismo, sólo por pasar un ratito en la costa. Hace un siglo, podías hacerlo que quisieras e ir adonde se te antojara.

«Es decir, si eras blanco y rico —me recordó una vocecita interior—. Los blanco-amarronados de una elite gobernante.»

La simple idea del racismo parece extraña hoy en día. Sin embargo, cada generación tiene problemas. De niño, soporté el racionamiento de comida. Se libraban guerras por el agua. Ahora sufrimos las aflicciones del bienestar. Desempleo, el salario púrpura, el frenesí por los hobbies subvencionado por el Estado y el aburrimiento suicida. Ya no hay más aldeas arcaicas ni nativos empobrecidos. Pero eso significa tener que compartir todos los bellos lugares de la Tierra con nueve mil millones de turistas más… y entre diez y veinte mil millones de golems.

—Adelante, hermano. Habla.

La voz me sacó de mis cavilaciones. Me volví para ver a otro verde, de pie a un lado del camino. Los archis y sus familias lo ignoraban al pasar, aunque sostenía una pancarta que ondulaba con letras brillantes:


LA COMPASIÓN ES DALTÓNICA
MIRADME. EXISTO. SIENTO

El ídem sonrió, me miró a los ojos y señaló hacia la playa Moonlight.

—Ve allí abajo —me instó—. Sé que quieres conseguir que te vean. ¡Aprovecha el día!

Últimamente veo cada vez más a estas criaturas. Agitadores de una causa que deja indiferente a la mayoría de la gente: reflejando a la vez luchas por los derechos pasadas y trivializándolas. Me siento dividido entre el disgusto y el deseo de asaltarlo a preguntas. Como, ¿por qué fabrica ídems, si odia ser discriminado cuando es uno?

¿Les daría igualdad de derechos a unas entidades que no duran más que flores de mayo? ¿Debemos dar el derecho a voto a copias que pueden ser producidas en masa a capricho… sobre todo por los ricos?

¿Y por qué no va él a la playa ahora mismo? Para agitar a los humanos reales, intentando sacudir sus conciencias, hasta que uno de ellos se irrite lo suficiente como para exigirle su placa de identificación y curse una denuncia contra su propietario por algún insulto menor. O hasta que uno de ellos decida pagar una multa por el placer de cortarlo en trocitos.

Naturalmente por eso está en ese malecón, sujetando una pancarta, pero, por lo demás, apartándose del camino. Este tipo es probablemente un idhermano de alguno de los manifestantes que vi esta mañana, ante Hornos Universales. Alguien cuya pasión es enviar a proxies que se manifiestan todo el día. Una afición cara… y una forma efectiva de protestar.

Es decir, ¡si su causa no fuera absurda! Una nueva prueba de que la gente tiene demasiado tiempo libre hoy en día.

De repente, me pregunté qué demonios estaba haciendo yo allí. Empecé el día teniendo fantasías para quedarme para mí la id de placer de Clara, me puse a reflexionar sobre temas filosóficos que están fuera del alcance de un mero verde y, luego, abandoné las tareas para las que había sido fabricado y me vine a perder el tiempo a la playa en un cuerpo que no puede disfrutar de la textura de la arena ni del sabor salobre del mar.

« ¿ Qué me pasa hoy?»

Entonces me di cuenta, tuve una sensación extrañamente acuciante. « ¡Debo de ser un frankie!»

Un caso límite, seguro. No voy por ahí con los brazos extendidos, haciendo uh-uhhhhnh como Boris Karloff. De todas formas, te advierten que las neuronas cansadas son receta segura para tener problemas cuando imprintas, y el pobre Albert debía de estar agotado cuando me hizo.

«Soy una falsa copia. ¡Un Frankenstein!»

Al darme cuenta de esto, una extraña sensación de aceptación se apoderó de mí. La playa perdió su atractivo y la retórica del agitador perdió el sabor. Recuperé mi motocicleta y me dirigí al centro. Si este rox frankie carece de paciencia suficiente para las tareas del hogar, tal vez lo llevaré a casa de Pal para escucharlo un rato.

Si alguien puede comprender mi estado, ése es Pal.


Actualización. Postgrabado aproximadamente una hora más tarde. Acabo de tener mala suerte. Mala y extraña.

Camino de casa de Pallie, de repente me vi atrapado entre unos cazadores y su presa.

Tal vez estaba preocupado, iba descuidado y conducía demasiado rápido. Sea lo que sea, no vi las señales de advertencia. Destellos máser de los cascos de un grupo de idiotas urbanos, que ladraban y aullaban mientras perseguían a su presa por los cañones de acero y piedra de la ciudad Vieja.

Otros ídems se apartaron. Los lentos dinobuses se agacharon y encogieron sus flancos escamosos. Pero vi que el tráfico se reducía y consideré que era una oportunidad y me lancé a la abertura. Pronto, los rayos máser me rodearon, me atravesaron la ropa y picotearon mi pseudocarne. Resuenan cuando tocan piel real, advirtiendo a los cazadores de que no disparen. Pero ya no quedan muchos archis en el centro, así que sirve de gran campo de batalla recreativo… para los capullos.

Vinieron doblando la siguiente esquina, barriendo la intersección con sensores y armas de alta tecnología. Un cazador gritó, alzando su bulboso cañón en dirección a mí.

« ¿Por qué a mí? —me lamenté—. ¿Qué os he hecho?»

El tirador disparó y un calor intenso pasó tras mi oreja izquierda. Un mal disparo, si me apuntaba a mí.

¡Giré la moto para correr en la otra dirección, y frené justo a tiempo para evitar chocar con un humanoide larguirucho y desnudo! Amarillo brillante pero manchado con los círculos rojos concéntricos de una diana en el pecho y la espalda, se plantó delante de la Vespa mirando más allá de mí, los ojos desorbitados, y luego se dio media vuelta para huir.

Los perseguidores gritaron de júbilo, cabezas de cieno buscando un subidón de adrenalina para pasar la tarde. Sus armas chispearon, disparando de nuevo más allá de mí, arriesgándose alegremente a una multa si freían mi corpus en el proceso.

¡Y tal vez debería haberme dejado freír! ¡Recibir las armas con los brazos abiertos! Alber.t obtendría el doble de pasta por un mero frankie. Un buen negocio.

En cambio, me encogí sobre el manillar y giré el puño. La Vespa respondió con un fuerte gemido, alzándose como un poni encabritado. En su punto más alto, algo alcanzó la rueda delantera. Hubo otros impactos, en la máquina y en mi cuerpo, mientras la moto caía y huía.

La idpresa era rápida: jadeaba, corría y esquivaba enloquecida. A pesar de todo me dirigió una breve mirada cuando pasé por su lado, Y me di cuenta de dos cosas.

Una: tenía la misma cara que uno de los cazadores.

Dos: ¡habría jurado que se lo estaba pasando bien!

Bueno, el mundo está lleno de toda clase de tipos raros y de gente con demasiado tiempo libre. Pero yo estaba muy ocupado controlando la Vespa herida. Para cuando doblé la esquina, más allá de la línea de fuego, tosía y echaba humo, luego murió.

Me quedé de pie junto ami pobre moto, lamentando sus fatales heridas, cuando el teléfono sonó a ritmo urgente.

Por reflejo, me golpeé la oreja izquierda, con su implante barato, a tiempo para oír responder a uno de los otros yoes de Albert. — ¿Sí?

— ¿Albert? Soy Ritu Maharal. Yo… no puedo verlo. ¿No tiene vid?

Las palabras zumbaron mientras yo examinaba la moto. Una especie de sustancia gomosa salpicaba el motor híbrido, cortocircuitándlolo. No me atreví a tocarlo, pues estaba claramente diseñado para incapacitar a los ídems.

—Sólo soy un gris, Ritu —respondió una voz—. De todas formas, ¿no tiene ya uno de mis…?

— ¿Dónde está? Eneas está esperando en el coche, impacientándose. Esperaba que usted y mi… y el ídem de mi padre se reunieran con él. ¡Pero han desaparecido ambos!

Encontré la misma goma en la pernera derecha de mi ropa de papel. Rápidamente me arranqué y arrojé lejos los pantalones rotos, y luego busqué más.

— ¿Desaparecido? ¿Qué quiere decir? ¿Cómo pueden…?

— ¿Ritu? Soy yo, Albert Morris. ¿Está diciendo que mi gris ha desaparecido? ¿Y el de su padre también?

Aturdidas sensaciones de dolor atrajeron mi atención hacia un lugar de mi espalda donde estaba ocurriendo algo realmente preocupante. Al volverme a mirarme la espalda en el espejo de la Vespa, vi un agujero, de la mitad del tamaño de mi puño, en su parte inferior izquierda,…

¡y estaba creciendo! Si hubiera sido humano, ya estaría lisiado o muerto. Tal como estaban las cosas, no podía quedarme mucho tiempo.

Divisé la intersección de la Cuarta y Main… todavía estaba demasiado lejos de la casa de Pal para llegar allí a pie. Había camionetas y autobuses en Main. O podía extender mi talentoso pulgar verde y tratar de hacer autoestop. ¿Pero adónde ir?

Entonces lo recordé. ¡El Templo de los Efímeros se encontraba en la calle Upas, a sólo dos manzanas de distancia!

Me di la vuelta y empecé a correr hacia el este, mientras mi arquetipo seguía hablando con la atractiva Ritu Maharal.

—Así que mi gris fue visto por última vez siguiendo al de su padre…

por la puerta trasera de la mansión. Después de eso, nadie ha visto ni oído nada de ninguno de los ídems…Oh, no. Eneas acaba de entrar. Parece furioso. Está ordenando una búsqueda concienzuda por el terreno.

—Quiere que vaya a ayudar?

—Yo…no lo sé. ¿Está seguro de que el gris no ha informado?

El dolor de mi espalda empeoró mientras me dirigía a la Cuarta. ¡Algo me estaba royendo desde dentro! Todavía tenía suficiente sentido para apartarme y ceder el paso ante cualquiera que pareciera real. Todos los demás se quitaron de en medio mientras yo gruñía y gritaba, corriendo hacia el único lugar que podía ofrecerme cobijo.

Un edificio de oscura piedra se alzaba delante. Antes era una iglesia presbiteriana, pero todos los parroquianos reales abandonaron esta parte de la ciudad hace mucho tiempo, dejando que se vuelva a llenar cada día con una nueva clase servil. Una clase supuestamente sin almas que salvar.

Fue entonces cuando entraron en liza los Efímeros. Bajo el símbolo de una roseta multicolor, el tablón de anuncios de cristal anunciaba un nuevo sermón. «La cultura puede ser continuidad —decía un críptico mensaje con letras irregulares—. La inmortalidad es algo más que cargar.»

Subí tambaleándome los escalones, pasé ante un grupo de ídems (de todas las formas y colores) que deambulaban por allí, fumando y charlando como si ninguno de ellos tuviera tareas que hacer. Muchos estaban dañados o desfigurados, e incluso les faltaban los brazos o las piernas. Pasé de largo, internándome en el sombrío frescor del vestíbulo.

No fue difícil localizar a la responsable (marrón oscuro y real), sentada en un banco junto a una mesa llena hasta arriba de papeles y suministros. Vendaba el brazo de un verde cuyo costado izquierdo entero parecía gravemente quemado. En lo alto, otro de los símbolos de roseta giraba gradualmente, como un mandala circular o una flor cuyos pétalos terminaran en anchas puntas.

—Abre la boca e inhala esto —le dijo la voluntaria a su paciente, colocando un inhalador en la cara del pobre roxie. Al apretarlo, soltó una nube compacta de densos humos que el verde absorbió agradecido.

—Aturdirá tus centros de dolor. Luego debes tener cuidado. Cualquier golpe o herida menor podría…

La interrumpí.

—Discúlpeme. Nunca había estado aquí, pero…

Ella señaló con el pulgar.

—Por favor, póngase en la cola y espere su turno.

Vi una cola bastante larga de ídems heridos que esperaban pacientemente. Fuera cual fuese la desgracia que había traído a cada uno de ellos a este lugar, estaba claro que sus propietarios no iban a cargar esos recuerdos. Ni estos golems estaban preparados para ser reciclados. No con antiguos instintos gritándoles todavía que siguieran luchando. El imperativo más antiguo de la Onda Establecida es aguantar. Por eso venían aquí.

Como yo.

Pero no podía permitirme ser paciente. Me di la vuelta e insistí. —Por favor, señora. Si quiere mirar esto.

Ella alzó los ojos, cansada y quizá de mal humor después de largas horas en esa clínica improvisada. La enfermera voluntaria empezó a murmurar una negativa cortante, pero ésta murió en sus labios. Parpadeó y se puso en pie de un salto.

— ¡Que alguien me ayude, rápido! ¡Tenemos un comedor!


Lo que sucedió a continuación fue extraño, algo enloquecido y terrorífico. Como una escena salida de un viejo drama hospitalario de tiempos de guerra al que se sumara la prisa de un equipo de mantenimiento de una carrera de coches. Me tendí boca abajo en una sucia camilla, escuchando a través de una bruma mientras otros hurgaban en mi espalda con herramientas improvisadas, sin esterilizar.

— ¡Es una devorabarro! ¡Maldición, mira cómo se mueve la hija de puta!

—Cuidado, es grande. Agarra esas pinzas de nariz de aguja. —Intenta pillarla entera. Las comedoras son ilegales en este estado.

¡Puede que le saquemos un mes de alquiler al cabrón que utilizó ésta! —Agarra al pequeño diablo antes de que engulla algo vital. Eh, se dirige a los ganglios centrales…

—Mierda. Oh, espera. Creo… ¡La tengo!

—Oh, tío, mira a la gran cabrona. ¿Y si a estas cosas les diera por probar carne real?

— ¿Cómo sabes que no lo han hecho, en algún laboratorio secreto?

—No seas paranoico. La Ley Secuaz asegura…

—Cierra el pico y mete ese bicho en un frasco, ¿quieres? Que alquien me traiga ahora un poco de yeso. Los ganglios están intactos. Creo que podremos hacer un remiendo.

—No sé. La herida parece bastante profunda y este verde es joven. Tal vez deberíamos hacerle un repaso rápido a los motivadores.

Yo escuchaba desde cierta distancia. El inhalador detenía el dolor, sí, un aspecto piadoso del diseño de ídems, requerido por la ley. También explica por qué hay pocas clínicas libres. Ésta era la primera vez que yo usaba una… que yo sepa, claro está. Qué idea tan inútil, después de todo: dedicar tus esfuerzos a salvar criaturas que desaparecerán de todas formas al cabo de unas pocas horas. Como la emancipación de los ídems, la mayoría de la gente no lo comprende.

Sin embargo, allí estaba yo, luchando por sobrevivir, y agradecido por la ayuda.

Como dije antes, la personalidad de un ídem está casi siempre basada en su arquetipo. Casi siempre. Tal vez vine a pedir ayuda aquí hoy porque soy un frankie. Porque ya no comparto el firme estoicismo de Albert. Al menos no del todo.

De todas formas, la operación fue más corta que una visita a un hospital de personas reales. No había que preocuparse por la recuperación ni las infecciones ni las demandas por negligencia. No podía sino admirar al personal voluntario, que se las apañaba con equipo improvisado y componentes sacados del mercado negro.

Minutos más tarde estaba sentado entre otros derelictos y pacientes de brillantes colores en los bancos de madera de la antigua iglesia, bebiendo Néctar Moxie mientras los antídotos reforzaban el analgésico. Bajo un cartel tallado a mano que decía «Ayudando a los amasados», una púrpura lisiada hablaba desde el antiguo púlpito, recitándonos algo de una hoja de papel que sostenía en la mano buena.

—No es tarea del Hombre fijar límites, ni definir los límites del alma.

»Una vez, los seres humanos fueron como niños que necesitaban historias sencillas y visiones ingenuas de la verdad pura. Pero en las generaciones recientes el Gran Creador nos ha dejado recoger Sus herramientas y descifrar Sus planes, como aprendices que se preparan para trabajar por su cuenta. Por algún motivo, Él nos ha permitido aprender las reglas fundamentales de la naturaleza y empezar a manipular Su obra. Ése es un hecho tan crucial como cualquier revelación.

»Oh, es difícil, este aprendizaje y los poderes que lo acompañan. Quizás, ala larga, resulte ser algo bueno.

»Pero no nos hace omniscientes. Todavía no.

»La mayoría de las religiones sostienen que la esencia inmortal se queda dentro de un ser humano real, el cuerpo original, cuando se hacen las copias. El duplicado-golem es sólo una máquina, una especie de robot. Sus pensamientos son proyecciones, ensoñaciones, enviadas a un cascarón temporal para realizar encargos. Para ayudar a que tus ambiciones se hagan realidad.

»Para un rox, la otra vida sólo se produce reuniéndose con su rig… igual que un rig la conseguirá algún día al reunirse con Dios. Así es como las antiguas religiones descartan la ambigüedad, el límite ético, la problemática moral de crear nuevos seres inteligentes a partir del barro/

»Pero no se transfiere un poco de esencia inmortal, cada vez que copiamos? ¿No sentimos todavía pasión y dolor, mientras llevamos estas breves formas? ¿No tiene el cielo un lugar para nosotros también?

»Si no lo tiene, bueno, tal vez debería tenerlo.

El sermón continuó mientras yo reordenaba mis pensamientos. Una vez más, vi el símbolo de la roseta del techo, esta vez en una vidriera a medio terminar. Varios ídems lisiados trabajaban en una esquina, creando otro trozo para la flor. Sólo que aquel pétalo parecía más bien una especie de pez.

Siempre pensé que la gente que dirigía este lugar, el Templo de los Efímeros, estaba relacionada con los pirados que se manifiestan delante de Hornos Universales, como aquel verde de la playa. Los llamados mancis que quieren la ciudadanía para los ídems. O tal vez el aspecto religioso quería decir que eran afines a aquellos otros manifestantes… conservadores, que consideraban la roxización una afrenta a Dios.

Pero ninguna de las dos cosas parece verdad. No están pidiendo igualdad de derechos, sólo compasión. Y salvar unas cuantas almas, aquí y allá.

Muy bien, así que tal vez son pirados sinceros. Le pediré a Nell que envíe un donativo a los Efímeros. Si realAlbert no se opone.

Con todo, salí de allí en cuanto pude ponerme en pie, en busca de un lugar tranquilo donde hacer esta grabación. Tal vez Al y Clara la escuchen juntos y reflexionen sobre un par de ideas.

Ésa es suficiente inmortalidad para mí. Para un frankenstein mutante.

Mientras tanto, es hora de ponerse a trabajar. Tal vez no soy un duplicado fiel de mi original, pero todavía compartimos algunos intereses. Cosa que me gustaría saber antes de desaparecer.

9 El Durmiente despierta

…o de cómo realAlbert descubre que sólo puede contar consigo mismo…

Incluso en los viejos tiempos era normal preguntarse, de vez en cuando, si eras real. Al menos era normal para los maestros zen y los estudiantes universitarios de primer curso.

Ahora, la idea puede asaltarte en mitad de un día ocupado. Mientras haces recados y negocios, de repente ya no sabes de qué mesa te levantaste por la mañana. No puedes evitar comprobarlo, alzando una mano para comprobar el color o dándole a la carne un pellizquito.

Lo peor es soñar.

Los ídems casi nunca sueñan. Así que el mero hecho de que estés soñando debería tranquilizarte.

Debería. Pero las pesadillas tienen su propia lógica. Puedes agitarte en la cama, preocupándote de que tú no seas realmente tú… sino alguien igual que tú.

Sentía el cerebro todavía embotado cuando la segunda llamada de Ritu Maharal me despertó del todo. Clara diría que me está bien empleado.

—Únicamente los ciberpedos anticuados creen que pueden ignorar el sol.

Es fácil decirlo, para alguien de su profesión. Las guerras se recuerdan, y hoy en día son asuntos de nueve a cinco. Pero en mi línea de trabajo es fácil perder la pista. Bueno, cuatro horas de descanso (más una botella de burbujeante Sueño Líquido) tendrían que servir. De todas formas, las noticias de Ritu me dejaron preocupado.

Entré en mi oficina dando tumbos y comprobé el indicador de ídems para ver cómo les iba a mis copias. Si el gris número uno había desaparecido, debía haber alguna pista clara en la pantalla. O tal vez podría enviar a otro de mis yoes a la mansión Kaolin.

Parpadeé mirando los brillantes emblemas, incapaz de dar crédito a mis ojos. ¡Las tres luces de estatus brillaban en ámbar, indicando inaccesible/incomunicado!

—Nell, ¿puedes explicar esto?

—No del todo. El gris número uno desapareció hace menos de una hora, en la mansión de Vic Eneas Kaolin.

—Eso ya lo sé.

— ¿Entonces sabes también que acaban de encontrar la placa de identidad de ese gris tirada en el suelo en una zona prohibida, restringida al personal de servicio de Kaolin? El abogado del Vic quiere saber qué estaba haciendo allí tu ídem.

— ¿Cómo demonios voy a saberlo? —«Y pensar que este día empezó tan bien»—. Déjalo por ahora. ¿Qué está pasando con mi gris número dos?

—Acaba de llegar un mensaje en código. Ese gris se ha ido para no regresar, modo autónomo.

Parpadeé, sorprendido.

— ¿Eso ha hecho? ¿Sin consultarme?

—Siempre ha sido tu política dar a los grises ese privilegio.

—Sí, pero…

—Ofrecieron a esa copia un trabajo rápido y bien remunerado con un consorcio dirigido por Gineen Wammaker. Para evitar un conflicto de intereses con tus otros casos, la investigación debe tener lugar bajo condiciones de competencia secuestrada.

—¿Bajo condiciones de qué? —Sacudí la cabeza—. Oh, quieres decir sin autodecírmelo. No puedo cargar al id ni averiguar siquiera qué hace.

No era la primera vez que una copia mía tomaba un encargo sellado y se iba por su cuenta a obtener beneficios rápidos para el yo real. Me han pagado bien por investigaciones que nunca recordaré, aunque el cliente quedara satisfecho.

¿Qué pasa por mi mente, cuando decido aceptar esos casos? Sentado aquí en mi cuerpo real, no puedo imaginarme haciendo el sacrificio. Pero supongo que algo en mi carácter lo hace posible, incluso probable, en las circunstancias adecuadas.

Pero sólo oírlo hace que me sienta un poco extraño.

—Será mejor que ese gris tenga cuidado —digo en voz baja—. No me fío de la maestra.


El ídem sabe que Wammaker puede ser retorcida. ¿Quieres que te reproduzca su mensaje? Los perfiles de voz oscilan de lo cauto a lo paranoico.

¿Debo considerar que es un alivio? Mis grises son excepcionalmente buenos. De hecho, hace algunos años me invitaron a unirme a una investigación que estudiaba a gente que imprenta golems de alta fidelidad especial.

De cualquier manera, ¿qué podía hacer sino encogerme de hombros y aceptar la situación? Si no puedes confiar en tu propio gris, ¿en quién puedes confiar?

—Muy bien, entonces dime qué le ha pasado al verde. Esta casa está hecha una pocilga. Platos amontonados en el fregadero, los cubos de basura llenos. ¿Adónde ha ido?

Por respuesta, Nell proyectó una imagen telefónica en la pared. Una versión blanda de mi propio rostro, brillante como un molde de escayola, manchada de un color que recordaba la clorofila seca.

—Hola, yo —saludó el rostro contra un fondo destartalado, evidentemente algún lugar del idemburgo—. Acabo de dictar un informe completo, que enviaré dentro de un minuto. Pero aquí tienes la versión resumida.

» ¡La cagaste, Albert! No deberías imprintar cuando estás agotado como esta mañana. Siempre has tenido suerte, pero esta vez creaste por fin un frankie.

La cara verde hizo una pausa para dejar que la noticia calara en mí, sonriendo con irónica resignación que, en cierto modo, me resultaba a la vez familiar y extraña. No puedo decir con seguridad que yo haya sonreído alguna vez de esa forma.

— ¿Cómo es ser una copia mutante? Sé que sientes curiosidad, así que déjame que te lo diga. Se siente uno rarísimo. Como si yo fuera Yo… y no fuera yo… al mismo tiempo. ¿Sabes qué quiero decir?

»Claro que no. De todas formas, la pega es que no te lavaré los platos ni te limpiaré la casa hoy. ¡Pero no te preocupes! No tienes que llamar a los polis ni al servicio de recogida. No soy ningún peligro público… no estoy loco. Sólo tengo unos cuantos intereses propios, eso es todo.

»Si tengo la oportunidad, te enviaré un último informe antes de expirar. Supongo que le debo eso a mi creador.

»Gracias por hacerme. Supongo que ya te veré.

El ídem verde parpadeó y desconectó. Me quedé contemplando la pared vacía hasta que Nell intervino.

—Que yo sepa es tu primer duplicado Frankenstein. ¿Te pido cita para que te hagan un chequeo médico rutinario? Vida Enforma tiene rebajas en los chequeos esta semana.

Negué con la cabeza.

—Ya lo has oído. Yo estaba cansado, eso es todo.

—Entonces, ¿debo poner una nota renunciando a la placa del verde?

—¿Y dejar que todos los locos cazadores de fetiches vayan por él? El pobrecillo parece inofensivo. Pero me pregunto…

¿Podría el mismo efecto haber afectado a los grises imprintados esa mañana? Estaban hechos con repuestos más caros, y los tiempos de escaneo fueron más largos. De todas formas, con ambos incomunicados, ¿qué podía yo hacer sino esperar lo mejor?

Había poca cosa más en el informe dictado del verde, sólo algunos incidentes pintorescos en la playa Moonlight y esa iglesia del idemburgo donde reparan golems: interesante y dramático, pero no arrojaba ninguna luz.

NeIl intervino.

—Ahora que hemos puesto al día el estatus de los ídems, hav trabajo que hacer. Varios casos en marcha necesitan atención. Y Ritu Maharal espera que la llames con conjeturas sobre el fatal accidente de su padre.

Asentí. Siempre había demasiadas cosas que hacer para encargarme de todas yo solo.

—Saca un especialista —ordené—. Un ébano. El mejor de la lista. Será mejor que empiece a imprintar ahora mismo.

—Un ébano ya está preparado.

La unidad de almacenamiento siseó, emitiendo niebla aceitosa mientras un nuevo repuesto de goleen se deslizaba hacia la bandeja calentadora; llevaba una capa negra brillante, como de espejo. Más caro que un gris de calidad, venía presintonizado para concentrarse intensamente, amplificando altos niveles de concentración profesional durante veinticuatro horas completas… suponiendo que tu original ya tuviera esas cualidades. Lo cual puede explicar por qué no se ven tantos ébanos como blancos sibaritas. Un día entero de intenso placer puede ser tan cansado de cargar como un día de duro trabajo, pero muchísima más gente tiene aptitudes para el placer.

El horno estaba preparado. Los tentáculos traspasadores de alma esperaban mi cabeza. Pero primero necesitaba un momento para calmarme.

Perder contacto con dos grises ya era bastante malo, pero que uno de mis verdes se convirtiera en un frankie… Aquel hecho sin precedentes tenía preocupado. ¿Estaba lo suficientemente descansado para impedir que volviera a suceder?

Dando la espalda a la copiadora, abrí la puerta trasera de mi casita y salí al jardín. El calor del sol sobre mi rostro me ayudó. Igual que la vida creciendo. Tras acercarme a mi limonero zen, arranqué uno de los pequeños frutos y usé una navaja para abrir una punta y me froté las muñecas con el zumo. El aroma llenó mis senos nasales y cerré los ojos, despejando mis pensamientos.

Pronto recuperé la confianza. De vuelta al trabajo.

Tras colocar la cabeza entre los recogealmas, di la orden mental para empezar. Sería un escaneo largo y cuidadoso que tardaría posiblemente diez minutos, así que intenté permanecer relajado e inmóvil mientras dedos delicados empezaban a acariciar, principalmente el cerebro pero también el corazón, el hígado y la espina dorsal, copiando del molde de ini Onda Establecida, imprimiendo su imagen en la figura de barro cercana. Todo era familiar, como cientos de otras veces. Sin embargo en esta ocasión fui consciente de la subcorriente, oleadas de emoción y recuerdos semialeatorios que imprintan evocaciones a un nivel por debajo de la conciencia clara. Vagas sensaciones oceánicas de conexión me surcaron, sensaciones que William james llamó «la experiencia religiosa», antes de que a la humanidad le diera por transformar el reino espiritual y convertirlo en otra zona de experiencia tecnológica.

Era natural que mis vagos pensamientos se centraran en el verde… en todo el tiempo que según él había pasado en el Templo de los Efímeros. Al parecer los voluntarios eran algo más que un puñado de Airados que malgastaban sus impulsos altruistas en flores de mayo heridas. Me hizo reflexionar.

¿Qué le pasa al alma de un ídem que pierde su salvación, que nunca llega a descargar en el yo «real» que lo fabricó? Siempre me había parecido una cuestión metafísica v bastante fútil… pero tres de mis yoes se enfrentaban a esa situación aquel día.

Y ya puestos, ¿qué ocurre cuando tu original muere? Según algar nas religiones, hay una transferencia final v descargas toda la corriente de tu vida en Dios, igual que tus golems vierten sus recuerdos en ti al final de cada día. Pero a pesar de las fervientes ansias (y la investigación privada bien subvencionada) nadie ha encontrado jamás pruebas de semejante transferencia ante algún ser arquetipo de nivel superior.

Pensamientos inquietantes. Intenté dejarme llevar y calmarme, dejando que la unidad hiciera su trabajo. Pero momentos después, Neil me interrumpió con otra llamada de alta prioridad.

—Es de Vic Eneas Kaolin —dijo mi ordenador doméstico—. No tienes ninguna autocopia operativa que lo atienda. ¿Respondo con un avatar?

¿Usar una burda simulación de software para saludar a un multibillonario? Me estremecí sólo de pensarlo. Bien podía insultarlo con una voz grabada que dijera: «Ahora mismo no estoy, deja un mensaje.»

—Pásamelo —ordené. Éste iba a ser uno de esos días.

La imagen surgió ante mí. Vi el rostro familiar del magnate (delgado y de cejas pobladas) sentado en una elegante oficina con una fuente-escultura borboteando al fondo. ¡Casi me senté de la sorpresa cuando vi que era marrón! Uno de los tonos pálidos del norte de Europa. Merecía la pena interrumpir el escaneo para manifestar respeto a este rig.

Entonces advertí un destello… un breve reflejo especular en su mejilla. Un profano se habría dejado engañar por el disfraz, pero yo me di cuenta de que se trataba de otro golem, cocido en tonos humanos. Ni siquiera era ilegal, ya que puedes llevar el color que quieras en la intimidad de tu propio hogar, mientras no implique ningún fraude.

Permanecí tumbado, dejando que el tetragamatrón continuara repasando e imprintando un duplicado de mi alma.

Señor Morris.

—IdKaolin —respondí, para indicar que no se me escapaba el disfraz. El hizo una pausa y luego inclinó levemente la cabeza. Después de todo, yo era la persona real en esa conversación.

—Veo que está usted imprintando, señor. ¿Lo vuelvo a llamar dentro de una hora?

Como antes, me pareció que su forma de hablar era un poco anticuada. Pero puedes permitirte afectaciones cuando eres rico.

Es un escaneo profundo, pero no necesitaré una hora entera —sonreí, mientras mantenía la cabeza inmóvil entre los tentáculos—. Puedo volver a llamarlo dentro de diez…

—Esto sólo requiere un minuto —me interrumpió el ídem—. Quiero que venga a trabajar para mí. Ahora mismo. Por el doble de su tarifa normal.

Parecía felizmente confiado en que yo me pondría en pie de un salto y aceptaría sin vacilación. Extraño. ¿Era éste el mismo tipo cuyos abogados habían enviado notas amenazadoras hacía un rato por haber encontrado la placa de mi gris desaparecido en una zona restringida?

—¿El mismo Kaolin que no me dejaba enviar una copia por mi cuenta para investigar la desaparición?

—Si tiene que ver con la trágica muerte del doctor Maharal, ya sabe que he sido contratado por su hija, Ritu. Aceptar su oferta ahora mismo causaría un conflicto de intereses, a menos que se hagan acuerdos especiales.

«Acuerdos especiales» podía significar enviar a más grises que nunca volvieran a casa. Esa idea, mezclada con las turbias sensaciones de la imprintación, me hizo sentirme un poco incómodo.

El ídem de Kaolin parpadeó, y luego miró fuera de la pantalla. Tal vez estaba recibiendo instrucciones de su arquetipo, el auténtico potentado-ermitaño. Ardía de curiosidad. Había todo tipo de rumores sobre el magnate. Algunas de las historias más escandalosas lo describían como horriblemente deformado por una rara plaga de diseño desarrollada en sus propios laboratorios. Me aseguré de que aquella conversación se grabara en alta fidelidad. Clara querría detalles cuando volviera a casa de su guerra.

El golem marrón descartó mis objeciones.

—Eso es un mero tecnicismo. Realizará usted la misma investigación, pero yo puedo pagarle por sus servicios exclusivos, ahorrando a la pobre Ritu el gasto durante su momento de pesar.

Eso de los «servicios exclusivos» se parecía a lo del Juramento de Lealtad de esa mañana, un poco reestructurado. Cierto, siempre me vendría bien el dinero. Pero el mundo es más que dinero.

—¿Se lo ha explicado a Ritu?

El ídem de color de carne hizo una pausa, comprobando de nuevo con su fuente de información fuera de pantalla. Debido a una reciente transferencia de memoria, éste no tendría ningún conocimiento personal de mí, sólo lo que le habían dicho.

—No, pero estoy seguro de que ella encontrará mi oferta…

—De todas formas, ella ya ha pagado por hoy, por adelantado. ¿Por qué no esperar a ver qué encuentro? Podremos comparar notas mañana. Ponerlo todo sobre la mesa. ¿Le parece justo?

A Kaolin estaba claro que no le hacía gracia que le dieran largas. —Señor Morris, hay… complicaciones que Ritu no conoce. —Mm. ¿Quiere decir complicaciones referidas a la muerte de su padre? ¿O al secuestro de mi gris?

Con una mueca, el ídem de platino se dio cuenta de su error. Estaba a punto de darme una causa probable para demandarlo, si quería. —Hasta mañana, pues —dijo, con un gesto cortante. La imagen desapareció y yo me eché a reír, y luego cerré los ojos con un suspiro. Tal vez ahora podría terminar de imprimar en paz.

Pero sin la distracción de las llamadas telefónicas, una vez más me sentí inmerso en la turbulencia del cambio de almas. Agitaciones de emoción y destellos de memoria, la mayoría demasiado breves para re-conocerlos, seguían surgiendo de oscuros e inconscientes almacenes. Algunos de ellos parecían anticipar el pasado, otros eran como recordar cl futuro. Se hacía molesto, sobre todo cuando los tentáculos de percepción entraron por la nariz para la última y más profunda fase de imprimación: la fase llamada «aliento de vida».

Nell interrumpió.

—Tengo otra llamada, de Malachai Montmorillin.

Era la gota que colmaba el vaso. Casi ahogándome con los tentáculos, gruñí:

—No puedo ocuparme de los exabruptos de Pal, ahora. —Parece bastante insisten…

—¡I le dicho que no! Usa ese avatar repelente con él. Cualquier cosa. ¡Pero mantenlo apartado hasta que termine el trabajo esta noche!

Tal vez no tendría que haber sido tan vehemente. La misma intensidad de sentimientos podría transmitirse al ébano. De todas formas, el pobre Pal no podía evitar ser como era.

Pero yo no tenía tiempo para sus locos jueguecitos. A veces hay que concentrarse en el trabajo que tienes entre manos.

10 Hogar Golem

…o de cómo el gris número dos obtiene más diversión de la que realmente quiere…

El Salón Arco Iris tiene un nombre retro y una clientela retro. Una vez que pasas un aleteocartel que dice NO SE PERMITE GENTERREAL, parece que has entrado en una demencial película de ci-fi del SigloVein, llena de mutantes ansiosos y androides sonrientes.

Naturalmente, muchas más cosas que un cartel de advertencia mantienen a los archis a raya. La carnerreal no soporta esos ritmos que sacuden los huesos y se transmiten por medio de una pista de baile vibratoria. Los conos-stacatto lanzan arcos de luz que pondrían histéricas las neuronas orgánicas. La atmósfera, llena del hollín de un centenar de tubos de ceniza, podría llenar tus pulmones nativos de tumores. El hedor (levemente intoxicante para los ídcms) tiene que ser filtrado antes de sacarlo al exterior.

En los días de un solo cuerpo, la noche del sábado era lo importan-te. Ahora, sitios como el Arco Iris están funcionando a todas horas, incluso un martes por la tarde, cada vez que pueden llegar ídems frescos, cocidos para duro placer en los hornos de sus propietarios, decorados con todo tipo de cosas, desde espirales de Paisley a pinceladas moiré que convierten la piel en un arte borroso. Algunos vienen moldeados como chillonas caricaturas sexuales o con accesorios para deportes de riesgo, como talones de cuchilla o mandíbulas que gotean ácido.

—¿Le apetece un chequeo de cabeza? —La camarera roja de la barra me ofrece una placa brillante. Junto a los percheros hay varios cubículos refrigerados. Una placa para almacenamiento craneal puede asegurar que los recuerdos violentos serán recuperados más tarde.

—No, gracias —le digo. Y, sí, admito que solía frecuentar garitos como éste. Eh, ¿quién deja atrás la adolescencia hoy en día sin saborear profundidades de hedonismo que avergonzarían a Nerón? ¿Por qué no, si lo único que conservas son recuerdos? E incluso eso es opcional. Nada de lo que le suceda a tu ídem puede dañar al tú real, ¿no?

Es decir, si ignoras ciertos rumores…

Para muchos, la dosis intensa es adictiva: cargar experiencias demasiado fuertes para el mero protoplasma. Sobre todo los parados, que gastan su salario púrpura en combatir el aburrimiento de la vida moderna.


—Por favor, espere aquí, idMorris. Ahora vengo por usted.

Miro a mi guía, otra idmujer de color rojo. Su mensaje llega a través del alboroto con notable claridad. Absorbedores de interferencia sónica, imbuidos en las paredes, forman un canal para que sus palabras lleguen a mis oídos. Una tecnomaravilla que puedes dar por hecha si eres la dueña del lugar.

¿Perdone? ¿Dónde debo esperar?

El golem rojo de Reina frene señala de nuevo, más allá de la pista de baile, detrás del Pozo de Rencor. Esta vez veo una mesa vacía con una parpadeante luz de RESERVADO.

¿Tardará esto mucho? No tengo todo el día.

Esa expresión tiene especial sentido para una criatura como yo, autosentenciado al olvido por el bien de mi hacedor Pero mi guía única-mente se encoge de hombros, y luego se interna entre la multitud para informar a sus hermanas de que el espía contratado ha llegado ya.

¿Por qué debería pasarme mis últimas dieciocho horas trabajando para gente que no me gusta, haciendo un trabajo que no comprendo? ¡Por qué no escapar! La calle está sólo a unos metros de distancia.

Pero si escapara, ¿adónde podría ir? RealAlbert me obligaría a pasar el resto de mi vida en un tribunal-rápido, enfrentándome al pleito por ruptura de contrato de la maestra. De cualquier manera, probablemente me están vigilando ahora mismo, por medio de un rayo localizador.

Puedo ver más copias de la misma mujer de color pardo sirviendo bebidas, barriendo y cepillando trozos de clientes rotos. Algunas de las rojas me miran. Sabrán si intento escapan.

Me encamino hacia la mesa, abriéndome paso entre un torbellino de ruido. Música viva que agarra tu cuerpo como una amante tenaz, lastrando cada movimiento. No me gusta esta «música», pero a los chillones bailarines sí, y- se arrojan unos contra otros en frenéticas colisiones que pocos podrían remedar en carne. Trozos de barro vuelan, como escapados de la rueda de un alfarero.

Los marchosos tienen un dicho: si tu ídem vuelve a casa de una pieza, no te lo pasaste bien.


Los reservados se alinean en las paredes. Otra gente se encuentra en mesas descubiertas que proyectan chillonas holoimágenes: abstracciones giratorias, vertigoefigies o strippers contoneantes. Algunas atraen tu mirada contra tu voluntad.

Sorteando la multitud, atravieso un margen mínimo donde los absorbedores sónicos se solapan convirtiéndolo todo en un susurro, como si estuviera dentro de un ataúd acolchado. Fragmentos dispersos de conversaciones convergen procedentes de todo el club.

—… y allí está ese repta-trepa, subiéndome por la pierna. ¡Miro y veo que lleva la cara de Josie, sonriendo desde la punta! Así que tengo posiblemente unos tres segundos para decidir si lo ha enviado como regalito envenenado o como disculpa. ¿Captas el pixerama?

—… el comité finalmente aceptó mi tesis, sólo que cargaron una tasa de perversión, por «temas sádicos». Qué cara. ¡Apuesto a que ninguno de esos capullos ha leído jamás los evangelios de deSade!

…uh… prueba esto… ¿no crees que están aguando el benceno?

Otro paso, y dejo atrás el tranquilo margen mínimo para entrar bruscamente en un rugido doblemente reforzado. Llegan gritos desde el Pozo de Rencor, donde algunos bravucones se abalanzan unos contra otros mientras otros clientes se ofrecen como premio para los ganadores. El último vencedor se alza sobre su víctima humeante, cruzando ambas muñecas con armas alzadas que giran como guadañas giratorias, lanzando porquería cargada de enzimas a los alegres espectadores. Las apuestas se pagan con brillantes ojopics o con fajos de manchados billetes púrpura. Bajo las chillonas decoraciones de la piel, se adivina qué ídems desmembrados fueron comprados en un horno público por veinte dólares de bienestar.

El giro triunfal del vencedor hace que nos miremos a los ojos un instante, y su sonrisa se congela… ¿al reconocerme? No recuerdo haber visto antes su peudorrostro concreto. La conexión no dura más que un instante, y luego él se vuelve hacia la multitud de admiradores.

Una victoria similar podría haberle ganado una jefatura en alguna tribu antigua. Ahora, bueno, al menos tiene un momento para pretenderlo. Naturalmente, una profesional real como mi Clara podría comerse a basurillas como éste para desayunar. Pero ella tiene cosas mejores que hacer ahora mismo, en el frente, a doscientos kilómetros de distancia, defendiendo a su país.

La luz de RESERVADO se apaga cuando me siento donde me han dicho, preguntándome cómo irá la guerra de Clara. Una parte de mí sien-te el dolor de que nunca volveré a verla. Aunque por supuesto «yo» lo haré, en cuanto gane un ejército u otro… o bien cuando el combate se interrumpa para la tradicional tregua de fin de semana. ¡Será mejor que realAlbert sea bueno con ella o volveré de dondequiera que vayan los golems y perseguiré al afortunado hijo de puta!

— ¿Qué va a ser? —pregunta una camarera, un modelo especial. Es parecida a las otras copias-Irene, pero voluptuosa, con manos grandes para llevar bandejas.

—Una Pepsoide. Con hielo.

Mis grises son autosuficientes, pero hace calor aquí dentro y un su-bidón elecrolítico no hará daño. Para la lista de gastos de Watmnalcer.

Resulta que estoy cerca de otro margen sónico. Si me inclino a un lado, puedo meter la cabeza en un cono de relativo silencio, apagando la música machacona y los gritos de batalla, dejando sólo trocitos de conversación de los reservados.

…¿Qué estás fumando? ¿Eso es bolaloca-black? ¿Puedo olerlo?

…¿Te enteraste de que cerraron el Péndulo Medular? Los inspectores sanitarios encontraron un virus zimmer en los filtros. Tu ídem infectado llega a casa y ¡zas! A continuación, tu rig está babeando en un pabellón psiquiátrico…

¡Me encantan esos ojos saltones! ¿Son funcionales?

También llegan sonidos inarticulados de pasión substitutiva. A través de la bruma, veo parejas y tríos rebulléndose en las alcobas. Y si la hechura de tu cuerpo no encaja con cl de tu compañera, la dirección alquila adaptadores.

Silencio —le digo a la mesa, que levanta un telón de ruido blanco, anulando el clamor que me rodea—. Dame noticias del frente.

— ¿Qué guerra? zumba una voz basada en el silicio, no en el barro. Hay que especificar—. Cinco encuentros importantes y noventa y siete eventos de la liga menor están actualmente en proceso por todo el mundo.

Ah. ¿Y contra quién lucha Clara esta semana? Tendría que prestar más atención a las tablas. Si éste fuera un bar de deportes, la competición estaría las veinticuatro horas en pantalla grande.

—Mm, intenta con los campos de combate más cercanos a la ciudad.

—El Campo de Combate Internacional Jesse Helms se encuentra a doscientos cincuenta y cuatro kilómetros sur-sureste. Esta semana, el Campo Helms se enorgullece de presentar la revancha entre la Zona Ecológica del Pacífico de Estados Unidos de A mérica y el Consorcio Reforestador Indonesio. En juego están los derechos de cosecha de icebergs en la Antártida…

—Ésa es. ¿Cómo le va al equipo de la ZEP?

Una holoimagen se extiende sobre la mesa, ampliando un terreno montañoso quemado por el sol y demarcado por claras fronteras. Fuera, más allá de un oasis de palmeras, hay un paisaje protegido de mesetas desiertas. Dentro: un parche agujereado y atormentado de Madre Gaia que ha sido sacrificado por el bien de los demás. Un primo enorme del Salón Arco Iris, donde se canalizan los impulsos humanos, con mucho más en juego.

—Las fuerzas del Pacífico hicieron significativos avances territoriales durante la acción inicial del lunes. Las bajas fueron escasas. Pero los tribunos del CRI descargaron un número de penalizaciones capaz de anular esas ganancias…

Unas chispas estallan ante mí mientras la cámara se acerca a la Tierra. Chispas que parecen bastante alegres, hasta que reconoces las des-cargas de artillería y los terribles disparos láser. Clara trabaja en un reino de horribles máquinas asesinas que podrían provocar el horror si alguna vez se vaciaran más allá de los campos de combate del mundo. Dudo entre continuar hacia las líneas del frente o girar hacia aquel oasis de palmeras, en la frontera. Sólo que…

Alguien atraviesa de pronto la pantalla de intimidad, bloqueando la mitad de la holoimagen.

—Así que eres tú. —Una figura se alza ante mí, alta y con piel de serpiente—. Qué conveniente.

Es el gladiador que vi hace unos minutos en el Pozo de Rencor, exultante ante su víctima humeante. Se acerca más, las manos púrpura todavía bañadas en barro húmedo y sucio, como un alfarero brutal.

— ¿Cómo conseguiste salir del río? —pregunta.

De inmediato me doy cuenta de que es el tipejo queme bloqueó el paso anoche en la calle Odeón. Sólo que se trataba de su archi cuando yo era verde e intentaba desesperadamente escapar de los idamarillos de Beta.

— ¿Río?—me hago el inocente—. ¿Qué le hace pensar que fui a nadar? ¿O que lo recordaría a usted?

Su idluchador no está hecho para expresiones sutiles. La cara se vuelve rígida al darse cuenta de lo que acaba de descubrir. Entonces se encoge de hombros, decidiendo no importarle lo que revelan sus palabras.

—Me recuerdas, sí —gruñe—. Te vi saltar. Y sé que lograste volver a casa para descargar.

¿Saber? ¿Cómo puede saberlo? No importa. La sabiduría moderna dice que nunca te sorprendas si se filtra conocimiento oculto. A la larga, ningún secreto es eterno.

Veamos si capta el sarcasmo:

— ¡Un golem caminando por un río! Vaya vaya. ¡Quien consiga algo así sería la comidilla de la ciudad! Tal vez deberías intentar saltar en persona alguna vez.

La sugerencia no le hace gracia.

—Me quedé con tu maldito brazo. Lo horneé bien duro. ¿Quieres recuperarlo?

No puedo dejar de sonreír mientras recuerdo su expresión aturdida cuando lo dejé en la plaza con mi muñeca cortada en la mano. Un raro recuerdo feliz de un iddía de perros.

—Quédatelo. Haz una bonita urna.

El frunce el ceño.

—Levántate.

En lugar de obedecer, bostezo y me desperezo, para chulear y ganar tiempo. El valor es condicional. Si este cuerpo mío estuviera hecho para el jaleo, podría intentar dársela a este tipo. RealAlbert, con vida suficiente por delante, huiría a toda prisa sin avergonzarse. Mis opciones son más sombrías. Soy gris y huérfano, sin ninguna posibilidad de continuidad pero con algunos acertijos queme gustaría resolver en las horas que me restan. En fin, que preferiría que la dirección viniera a quitármelo de encima. Lástima, no hay ni una sola Irenc roja ala vista.

—¡He dicho que te levantes! —ruge el matón, preparándose para golpear.

—¿Puedo elegir las armas? —pregunto bruscamente.

Vacilación. No puede cortarme en rodajas cuando yo he convertido el asunto en una cuestión de honor. Los duelos tienen reglas, ya sabes. Y hay gente mirando.

—Claro. Después de ti —señala hacia el Pozo de Rencor, insistiendo en que lo preceda.

Necesito una salida antes de que lleguemos allí. Tengo unas cuantas herramientas en el bolsillo (un pequeño cortador y un ciberscopio), pero él no cometerá el mismo error que anoche, dejándome que golpee primero por sorpresa.

¿Dónde demonios están mis anfitriones? ¡Si hubiera sabido que son tan laxos, me habría largado antes! Correr a la calle. Tal vez dirigirme a casa de Pal. Aconsejar a Albert que evite ala maestra en el futuro, como a la peste.

Dejamos atrás las mesas, la mayoría con bolas de luz que iluminan rostros chillones. Nadie de la joven multitud me resulta familiar. De todas formas, este personaje es probablemente un asiduo. Encogiendo un poco las rodillas a cada paso, pienso-preparo un subidón de adrenalina mientras aminoro el ritmo, como si de pronto me sintiera reacio a continuar.

Como esperaba, mi némesis planta una mano carnosa en mi espalda. Me empuja.

— ¡Avanza! La armería está justo ahí de…

No tendré ninguna oportunidad contra sus reflejos hiperestimulados. En vez de girar hacia él tras un falso tropezón, salto de lado y hacia arriba y aterrizo en una mesa cercana, pateando vasos que se deslizan entre los holos proyectados de dos bailarinas que frotan sus caderas aun ritmo erótico.

Me parece que él grita, pero los clientes, molestos, hacen demasiado ruido. Se lanzan hacia mí, así que vuelvo a saltar.

Como una piedra lanzada entre las bailarinas giratorias, vuelo de una mesa a otra, aterrizando esta vez en un remolino de guadañas virtuales que giran y giran como el tornado personal de la muerte. Es tan realista que doy un respingo, como si pudieran hacerme papilla. Pero mi cuerpo atraviesa la ilusión, aunque más clientes gritan airados y los vasos se aplastan bajo mis pies. Unas manos me agarran por el tobillo, así que me giro y pataleo, apartándolas.

Naturalmente la tormenta de luz me ciega también. Apenas puedo ver mi siguiente objetivo, una mesa donde un globo terrestre gira suavemente. Me preparo…

Pero una súbita fuerza derriba la plataforma donde estoy, estropeando mi salto. Choco con el borde de la siguiente mesa, giro lleno de dolor entre sillas, pies que patalean y botellas rotas.

Los golpes arrecian desde mi costado izquierdo, arrancándome un quejido. ¿Mi asaltante, o un cliente irritado? En vez. de mirar, me es-curro como un cangrejo mientras rebusco en el bolsillo de mi pantalón el cortador… de alcance demasiado corto para servir gran cosa como arma.

Oh-oh. Botas delante. Muchas. Ha llamado a sus amigos. Se agachan y miran bajo las mesas. En unos instantes…

Mi mano se apoya en la base de la mesa, sujeta al suelo por tres gruesos tornillos.

¿Los corto? ¿Por qué no? Allá va…

La mesa tiembla… se inclina…

La agarro. ¡Arriba!

Ellos retroceden de un salto, alarmados. ¡No es una gran arma, pe-ro con el (rolo todavía brillando parece que empuño algo más que una frágil mesa de cóctel! Las imágenes que se rebullen se extienden otros dos metros, como serpientes retorciéndose. Un látigo hecho de luz ardiente.

Sólo luz, aunque ellos retroceden. Imprintados con almas de cavernícolas apenas alterados, no soportan ver una antorcha llameante. Pronto me encuentro en una zona de respeto, hasta donde alcanza el bolo. Y ahora, las voces de algunos espectadores me animan ami.

Localizo al matón, con sus amigos, todos vestidos de negro como si hubieran inventado esa moda. Patético.

Cierran los puños y aprietan los dientes. En unos momentos, la evaluación racional ganará la partida y se impondrá a los reflejos cavernícolas. Cargarán a través de la fría luz. Pero, rodeado de mirones, qué puedo hacer…

De inmediato d sonido cambia. La atronadora música de baile se desvanece. Los gritos de furia se apagan. Más allá del silbido de mi hiperrespiración, penetra una voz amplificada.

—IdMorris, si es tan amable…

Girando de nuevo, hago una finta ante los bravos. Ellos se apartan, tal vez por última vez mientras entornan sus ojos furiosos.

Luego, bruscamente, retroceden, empujados por un grupo de recién llegados, pequeños pero fuertes, que usan varas de sonido para abrirse paso. Hembras rojas que devuelven el orden a su club.

Ya era hora.

Retrocediendo hacia el Pozo de Rencor, el jefe de los matones me dirige una última mirada, sorprendentemente carente de pasión, ni si-quiera divertida o agradecida. La vibrante «música» regresa. El Arco Iris no tarda en volver a la normalidad.

Una de las frenes, sin pedir disculpas, agita su dedo rojizo.

—idMorris, suelte por favor esa mesa!

Me cuesta un instante obedecer. El instinto, ya sabes.

—Por favor, basta de retrasos. Le esperan. La colmena espera.

La holoimagen se apaga y yo suelto mi arma improvisada. ¿Ya está? ¿Ninguna disculpa por dejarme a merced de unos idiotas?

Oh, guárdate las quejas, Albea. No es que tu vida estuviera en peligro, ni nada importante.

Sacudiendo la cabeza carmesí, mi guía me indica que la siga hacia el fondo del club, y luego a través de una lujosa cortina. De repente se hace un bendito silencio, mientras la gruesa cortina cae tras nosotros. Silencio tan de agradecer que me tambaleo. No consigo pensar hasta pasados varios segundos. Entonces…

«Espera… ya había visto esta habitación.»

Durante la reunión en el Estudio Neo, una Irene de barro rojo es-taba conectada a una pantalla que mostraba montones de duplicados pardos congregados alrededor de una figura pálida, tumbada en un cómodo sofá de mantenimiento vital. Ahora, de cerca, veo a la mujer real tendida entre el bullicio, mirando ciegamente mientras la atienden duplicados a escala de un tercio. En su boca gotea un fluido. Brazos mecánicos masajean sus miembros. La cara, aunque flácida y distante, es claramente el modelo de todas las rojas que he visto en este lugar. En la cabeza afeitada lleva una medusa de cables retorcidos, conectados a congeladores y hornos de potencia industrial.

Una copia recién cocida emerge del horno, todavía brillante. Se despereza durante un lánguido instante antes de aceptar unas prendas de papel, y luego se marcha, dispuesta a hacer alguna tarea sin consejo ni instrucciones. Mientras tanto, otra llega del mundo exterior, con sus células claramente agotadas. Sin más ceremonias, dos hermanas cortan limpiamente la cabeza de un día de edad, vaciándola en un aparato de transferencia de recuerdos.

El pálido rostro de la archi da un leve respingo durante la carga. El cuerpo descartado rueda para ser reciclado.

«Algunos predicen que éste es nuestro futuro —me digo—. Cuan-do puedas crear incontables copias para realizar cualquier tarea, tu cuerpo orgánico duradero tendrá una sola función, la de depósito y transmisor de recuerdos; será un prisionero sagrado como la hormiga reina, mientras las obreras realizan las actividades reales de la vida y la saborean»

La perspectiva me parece repugnante. Pero mis abuelos pensaban lo mismo de la imprintación básica. Las palabras «golem» e «ídem» eran epítetos, hasta que nos acostumbramos a ellas. ¿Quién soy yo para juzgar qué considerarán normal las generaciones futuras?

—IdMorris, bienvenido.

Me doy la vuelta. La Irene que está frente a mí tiene la textura de piel de un gris de alta calidad, teñida con su tono pardo característico.

Cerca está el otro rox que conocí en el Estudio Neo, «Vic» Manuel Codios, con la piel a cuadros que lastima la vista.

— ¿Llama a esto una bienvenida? Me gustaría saber por qué me dejó ahí fuera para que…

Collins levanta una mano.

—Las preguntas más tarde. Primero, déjenos encargarnos ’de sus reparaciones.

¿Reparaciones?

Al mirar hacia abajo, recibo malas noticias. ¡Tajos profundos en mi lado izquierdo! Un corte en la pierna de más de la mitad de su longitud que rezuma feamente. Excitado por las enzimas de acción, apenas lo siento.

Estoy perdido.

¿Pueden reparar esto? —Mi emoción dominante es una curiosidad atónita.

—Venga-dice la lrene más cercana—. Lo arreglaremos en un momento.

« ¿Un momento?», reflexiono aturdido mientras la sigo. Para un ídem, un «momento» representa mucho.

11 Fantasmas en el viento

…de cómo realAlbert hace un poco de trabajo de investigación moderna…

Por lo visto poco podía hacer yo respecto a mis duplicados desaparecidos.

El gris número dos estaba en modo autónomo, incapacitado legal-mente para contactar conmigo, y la maestra podía incluso impedírselo si quería. El verde había enviado una extraña declaración de independencia antes de largarse por su cuenta. Y no había ni rastro del gris número uno, esfumado en la mansión Kaolin junto con el fantasma de Yosil Maharal. El personal de seguridad de Hornos Universales se había hecho cargo de ese misterio poniendo patas arriba la mansión en busca de los dos ídems desaparecidos. Hasta ahora sin resultado.

No esperaba que consiguieran gran cosa. Es fácil meter a un rox en una casa. Millones de ellos, almacenados como momias en CeramWrap, son enviados por toda la ciudad cada día en camión, por mensajero o tubo pneumático. Y es incluso más fácil deshacerse de uno muerto: sólo hay que tirar los restos a un reciclador. Sin su placa, una hornada de masa de golem no se diferencia de cualquier otra.

De cualquier forma, yo tenía investigaciones de las que ocuparme, incluida una para una dienta dispuesta a pagar la tarifa máxima. Ritu Maharal quería que investigara la misteriosa muerte de su padre. Como heredera legal, podía acceder ahora a sus archivos, desde las compras a crédito hasta las llamadas de su teléfono de muñeca. Los movimientos de Maharal durante la época que pasó trabajando para HU eran otra cuestión. Pero cuando Ritu le pidió a Vie Eneas Kaolin esas crónicas, el magnate asintió, a regañadientes, para que ella no hiciera públicas «historias descabelladas» sobre el asesinato de su padre.

Los permisos llegaron poco después de que yo terminara un aspecialista ébano, perfeccionado para concentrarse totalmente en habilidades profesionales. Ese duplicado se puso de inmediato a trabajar, agitando los brazos y parloteando rápidamente bajo los pliegues de un chador de realidad virtual, inmerso en un mundo de datos globales y zoomimágenes de fuego rápido. Todo lógica y concentración, el ébano podía manejar el resto de mis casos por el momento, dejándome a mí concentrarme en una tarea: descubrir dónde pasó Yosil Maharal las últimas semanas.


No importa lo que digan los cibervendedores sobre sus bonitos programas de búsqueda autónoma. Buscar datos es un arte. Puede que vivamos en una sociedad «transparente», pero la ventana de cristal está empañada y llena de escarcha en incontables lugares. Asomarse a esos huecos requiere habilidad.

Empecé emplazando un avatar digital (una sencilla representación de mí mismo en software) y lanzándolo a través de las redes de cámaras públicas. Aunque menos inteligente y flexible que una criatura con Onda Establecida, tenía parte de mi experiencia combinada con un implacable impulso por cazar cualquier imagen que Yosil pudiera haber dejado mientras recorría las calles de la ciudad. Ritu me dio unos sesenta lugares sólidos para ir empezando, lugares donde se había confirmado que había estado su padre en momentos exactos. El avatar se lanzó a esascoordenadas de espacio-tiempo, y luego intentó seguir al científico mientras pasaba de una escena grabada a otra. Gradualmente, empezó a formarse un mapa que detallaba sus movimientos duran-te los meses anteriores a su muerte.

A menudo, ese tipo de búsqueda es suficiente. Pocas personas tienen capacidad para esquivar la red de publicaras.

Lástima, Maharal debía de ser una de ellas. De hecho, era capaz de ocultarse casi a voluntad. ¡La búsqueda de mi avatar dejó una tabla con muchos agujeros, algunos de una semana o más!

Los bolsillos de Ritu eran profundos y quería respuestas rápida-mente. Así que pujé por imágenes de cámaras privadas, que son mucho más numerosas que las cámaras públicas. Escáneres de seguridad de restaurantes, creadoras de alféizar, non bugs, sociólogos aficiona-dos, incluso de amantes de la naturaleza y clubes deportivos urbanos… cualquiera cuyos sensores pudieran haber detectado a Yosil cuando es-taba fuera del alcance de las publicaras. Como Ritu poseía ahora el copyright de su padre, ni siquiera hubo que pagar una tasa de voyeur.


Empezaron a llegar ofertas baratas. Dejé que el avatar las repasara y escogiera suficientes para completar la pista de seguimiento de Yosil. Mientras tanto, yo inc concentré en el escenario de su muerte.


Fuera de la ciudad, es como otro mundo. Un reino primitivo de in-mensas áreas donde la visión es borrosa, casi inexistente… a menos que estés allí en persona, usando tus propios ojos.


Adulto: Si cae un árbol en el bosque y no hay nadie cerca para oírlo, ¿hace ruido?

Niño moderno: Depende. Déjeme comprobar si alguna de las cámaras locales tenía receptores sónicos o de vibración.


Gracioso. ¡Pero de hecho, la mayoría de los lugares de la Tierra no están cubiertos todavía por ninguna cántara! Es mucho más fácil desaparecer en el campo, más allá de cualquier rastro de habitantes.

Por desgracia, ahí fue donde Maharal pasó sus últimas horas, y posiblemente sus últimos días.

Empecé con imágenes policiales del lugar del accidente que ofrecían sorprendentes detalles holográficos de los doscientos metros que rodeaban el vehículo siniestrado de Maharal, un gran Chevford Cazador con un extravagante motor de metano. Yacía abollado y medio quema-do en el fondo de un barranco. El río estaba seco en esta época del año, pero gigantescos peñascos de granito daban testimonio de la erosión producida por el torrente que cubría el lecho algunos inviernos.

«El desierto —pensé, sombrío—. ¿Por qué tenía que ser en el maldito desierto?»

En lo alto, salvando el barranco, se encontraba el viaducto de la autopista desde donde el vehículo de Mabaral había iniciado su fatal caída, con la valla de protección convertida en una retorcida serpiente de metal roto.

Pasé un rato husmeando, pasando e interpolando de una policámara a la siguiente. Mientras los vehículos de emergencia iban y venían, musculosos ídems trabajaban en el accidente (a veces con herramientas útiles, pero a veces aplicando la fuerza bruta), esforzándose por liberar el cadáver del científico.

La carretera describía un brusco giro justo antes de llegar a ese punto solitario. Había marcas de frenada cruzando la barrera rota… como si el conductor se hubiera dado cuenta del peligro súbitamente, aunque demasiado tarde. Esto, combinado con los resultados de la autopsia de Maharal, convenció a las autoridades de que simplemente debió de quedarse dormido al volante.

La tragedia nunca habría tenido lugar si hubiera usado el sistema de autonavegación del coche. ¿Por qué querría alguien conducir de no-che, en un desierto sin luz, con todas las prestaciones de seguridad des-conectadas?

«Bueno —me respondí a mí mismo—, la roboconducción deja huellas. No usas la autonave cuando te preocupa que te estén siguiendo.» El ídem gris de Maharal había admitido que el buen doctor se había pasado sus últimos días cayendo una y otra vez en la paranoia. Esto apoyaba la teoría.

Invirtiendo el flujo de las imágenes, vi cómo los vehículos de emergencia retrocedían y luego volvían a dispersarse, uno a uno, hasta que sólo tina camaravisión solitaria quedó disponible: una imagen borrosa del primer vehículo de la oficina del sheriff en llegar a la escena. Cuan-do intenté remontarme más atrás, el fatal tramo de desierto no sólo se oscureció, sino que desapareció de la memoria, corno un punto ciego al que ni siquiera puedes mirar. Aparecía solo en los mapas. Una abstracción. Por lo que nadie sabía con seguridad si existió siquiera durante el tiempo en cuestión.

En los territorios de las granjas habría sido más fácil. Los agricultores usan un montón de cámaras para observar las cosechas. Todo lo que es irregular, corno un desconocido, aparece. Pero la hectárea en cuestión contaba únicamente con un simple detector de toxicidad EPA que vigilaba los vertidos ilegales.

La lente real más cercana estaba a más de cinco kilómetros de distancia: un escáner de hábitat programado para contar las tortugas del desierto que migraban y cosas así.

A pesar de todo, no me rendí.

Hay diez mil espisatélites comerciales y privados orbitando este planeta, e incluso más aparatos robot sobrevolando la estratosfera, sir-viendo de reté telefónico y noticámara. Uno de ellos podría haberse fijado en aquel oscuro lugar en el instante del accidente, y grabado una buena imagen de los faros de Maharal, del volantazo y la caída que precipitó el coche a su perdición.

Lo comprobé… y no hubo suerte. Todas las lentes de alta resolución estaban ocupadas en otra parte esa noche, enfocando ciudades más bulliciosas. Los técnicos siguen prometiendo que tendremos visión MundOmniscienre dentro de unos pocos años, con primeros planos de toda la Tierra disponibles para todo el mundo, en cualquier momento. Pero, hoy por hoy, eso no es más que ciencia ficción.

Lo mejor que pude hacer fue intentar un truquito propio, usando los burdos datos de un orbitador de microclima. No se trataba de una cámara auténtica, pues el satélite meteorológico está asignado al seguimiento de los vientos en el suroeste con un radar Doppler.

El tráfico agita el aire, sobre todo en terreno despejado. Hace mucho tiempo descubrí que puedes localizar el paso de un solo vehículo, si las condiciones son adecuadas. Y si tienes suerte.

Usando software de procesado especial, conseguí la grabación del satélite meteorológico de la zona cercana al viaducto, momentos antes del accidente. Buscando pautas muy pequeñas, sondeé y palpé los elementos Doppler hasta que fluctuaron granulosos al borde del caos.

Al principio, me pareció una simple tormenta de ruido multicolor. Luego empecé a captar pautas. ¡Allí!

Parecía una huella de miniciclones que giraban a ambos lados de la carretera desértica: una estela fantasmal, apenas perceptible, contra un fondo de píxeles limpios de ruido. Retrocediendo lentamente desde el momento del accidente, seguí aquel rastro espectral mientras se rebullía hacia el sur a lo largo de la carretera, para desaparecer y reaparecer luego como una serpiente fantasmagórica, moviéndose a la velocidad de un coche a la carrera.

«Esto podría funcionar —pensé—, siempre y cuando Maharal no adelantara a ningún otro coche… y suponiendo que el aire estuviera tranquilo esa noche solitaria.»

Casi cualquier perturbación externa podía borrar el rastro fantasmal.

Comparando escalas de distancia y tiempo, advertí una cosa sobre el estado de Maharal esa noche mientras corría hacia su encuentro con la muerte: ¡el científico de Hornos Universales desde luego tenía una avispa en los calzoncillos! Tomó aquella curva a más de ciento veinte kilómetros por hora. El tío iba buscándose problemas.

¿Podrían haber estado siguiéndolo? ¿Persiguiéndolo? La pauta de perturbaciones ciclónicas era demasiado entrecortada y borrosa para determinar si estaba formada por un vehículo o por dos.

Le pedí a Nell que rastreara en el tiempo la leve pauta hasta donde pudiera.

—De acuerdo —respondió mi ordenador doméstico, en tono casi humano—. Si no estás demasiado ocupado, hay otros asuntos que han surgido mientras estabas inmerso en el trabajo. Tu colega Malachi Montmorillin ha llamado varias veces más. Le di largas, siguiendo tus instrucciones.

Me sentí un poco culpable. Pobre Pal.

—Lo visitaré esta noche. La orden sigue en pie.

—Muy bien. También he recibido un envío pneumático de Hornos Universales. Cinco nuevos repuestos de ídem.

—Guárdalos. Y por favor, deja de molestarme con tonterías.

Nell guardó silencio. Pude ver en un monitor que se estaba con-centrando en seguir la pista desértica de Maharal. Así queme volví para comprobar el ciberavatar que había soltado en la red de cámaras de la ciudad.

¡Los resultados eran prometedores!

Estaban llegando imágenes compradas e informes de cámaras que proporcionaban una idea de dónde había pasado Yosil Maharal los últimos meses, al menos cuando estaba en la ciudad. Revisé la película resultante a alta velocidad, siguiendo al difunto investigador mientras pasaba de una cámara a otra… comprando en un centro de moda, por ejemplo, o visitando a su higienista para una rutinaria puesta al día simbiontoral. De la mezcla resultante sólo se obtenía una media de un par de horas al día. Pero después de todo, Maharal se pasaba la mayor par-te del tiempo trabajando en el laboratorio de Hornos Universales, o en casa.

Si se exceptuaban aquellos misteriosos viajes al campo, claro. Era esencial establecer un vínculo entre su pista en la ciudad y aquellas crípticas escapaditas.

A pesar de todo me sentía satisfecho con los progresos realizados hasta el momento. Si la red de la ciudad seguía dando datos a ese ritmo, tendría algo digno con lo que informar a Ritu.

Un agudo retortijón hizo que me llevara la mano a la sien derecha. Un efecto secundario de todo aquel trabajo eran los dolores de cabeza. Las neuronas reales sólo soportan un input de holovídeo limitado. En cualquier caso, era hora de levantarse a echar una meada.

Al regresar, me detuve en mi unidad de quemisint, donde ordené un remedio contra la tensión: algo que aliviara el nudo en mi cuello, pero sin ninguna endorfina que me embotara el cerebro. Me llevé el burbujeante mejunje al estudio… ¡sólo para encontrar a alguien en mi lugar! Alguien como yo, pero con dedos más largos y una expresión de desdén que apenas muestro. Al menos eso espero.

La brillante piel simulada era del color del espacio profundo. Ágiles manos danzaban sobre los controles.

— ¿Qué estás haciendo? —exigí saber. El ídem tenía su propio cubículo.

—Arreglando este lío mientras esperaba a que salieras del lavabo. Tu avatar de búsqueda piensa que ha localizado la mayoría de los movimientos de Maharal en la ciudad.

Miré la pantalla.

— ¿Sí? Una cobertura del ochenta y siete por ciento no está mal… para el tiempo en que Maharal no estuvo en casa ni en el laboratorio. ¿Adónde quieres llegar?

De nuevo, una sonrisa sardónica.

—Oh, a nada, tal vez. Excepto que algunos de esos supuestos avistamientos puede que no sean del doctor Yosil Maharal en absoluto.

Le dirigí al ídem una mirada vacía, lo que sólo me valió más desdén.

— ¿Hace una apuesta, jefe-yo? Apuesto mi carga a que Maharal te ha engañado. De hecho, ha estado engañando a todo el mundo desde hace mucho tiempo.

12 Suelta mi eco

…o de cómo un frankie verde busca la luz…

Por cortesía, esperé a que la lisiada predicadora púrpura terminara su sermón antes de levantarme para dejar a los Efímeros. Por des-gracia, el tono levemente inspirador quedó lastrado por un altercado que estalló en el vestíbulo cuando salía. Un hombre cuyo tono de piel oscilaba entre el beisgolem y el marrónhumano gritaba mientras agitaba una pancarta con el texto en cursiva:


NO ENTENDÉIS NADA.

SE APROXIMA EL SIGUIENTE PASO…


Los furiosos feligreses lo rodearon, intentando expulsar al intruso sin empujado, por si acaso era real. La incertidumbre que creaba su ambigua coloración aumentaba debido a las gafas de sol, el pelo rojo encendido y la barba, que podían ser falsos o auténticos. Aquel tipo es-taba cometiendo media docena de delitos sólo por tener ese aspecto, como si fuera una especie de cruce ídem-humano, un efecto que debía de estar persiguiendo.

— ¡Sois todos un puñado de maricas! —gritaba, mientras una docena de Efímeros lo conducían hacia una puerta lateral—. ¡Coloreados por fuera, pero de carne sosa por dentro! ¿Sabéis que hace falta sangre para provocar una revolución? La elite de protoplasma nunca dará paso a la Nueva Raza sin violencia. ¡Se aferrarán al dominio hasta que hayan sido borrados de la faz de la Tierra! ¡Sólo entonces podremos pasar al siguiente nivel!

Tuve que admitir que a veces hay que admirar la pasión de los verdaderamente locos, una pasión que supera toda razón. Quiero decir, ¿estaba realmente sugiriendo que los ídems pueden existir, de algún modo, independientemente de los originales orgánicos nacidos-demujer? ¿Cómo era eso ni remotamente lógico? La variedad de ideas (e ideologías) originales que se le ocurren a la gente nunca deja de sor-prenderme, sobre todo cuando están espoleadas por la droga definitiva, el fariseísmo.

Tras darme la vuelta y salir por la puerta principal, descendí los anchos escalones de piedra hasta la calle mientras las palabras del fanático todavía resonaban en mis oídos.

—¡Preparaos!—aullaba el pirado con una voz fervorosa que parecía aferrarse a mí mientras me alejaba—. ¡Una nueva era se acerca para los idfranquiciados… si os preparáis!


En La Tour Vanadium nadie quería hablar del camarero que causó un breve estropicio anoche.

Cuando he llegado, la mayor parte del personal del restaurante (especialistas contratados, desde pinches a maftres), trabajaban sin hablar, retirando el almuerzo y preparando las mesas para la cena. Unos pocos clientes se retrasaban mientras camareros gemelos esperaban cerca. A los pies de los archis había bolsas de deportes. Un buen Chardonnay es ideal después del ejercicio: empapa las cálidas neuronas de un brillo feliz.

Los optimistas predicen que algún día un cuerpo real podrá durar tantas décadas como horas un ídem. Bueno, me queda un poco lejos para tener envidia.

Vestido con ropa de papel barata de una máquina expendedora y sintiendo aún la espalda dolorida tras el rápido remiendo de los Efímeros, sabía que no impresionaría a la dirección. Un ojo color de cobre se entornó tras un monóculo-spot, escrutándome para verificar mi borrosa copia del permiso de investigador de Albert Morris. Sabría en segundos si mi propietario me había repudiado.

¿Lo haría Albert, sólo porque me había negado a limpiar sus cuartos de baño? ¿Estaría ya en la lista de blancos de algún club de caza pervo? Peor, él podía haberme declarado un «peligro para la sociedad». Tal vez un exterminador policial estuviera al acecho en aquel preciso momento, como un halcón vengador…

Yo estaba apostando mi vida a la ternura de corazón de Albert, incapaz de renunciar a su primer frankie.

El encargado se subió el monóculo tras devolverme el manchado carné de identidad.

—Como le dije a su ordenador doméstico, no hay nada que investigar. ¡No puede estar interesado en serio en el pequeño accidente de ayer! ¿Desde cuándo es delito derramar unas cuantas bebidas y romper unos vasos? Ningún cliente le dio importancia, y les ofrecimos la comida gratis en recompensa.

—Generoso, pero…

— ¿Alguien se ha vuelto atrás? ¿Por eso está usted aquí? Podemos llamar aun jurado online para que vea las grabaciones. Cualquier panel razonable…

—Por favor. No estoy aquí para presentar ninguna demanda. Sólo quiero al camarero.

—No hay nada que sacar. Nuestro seguro lo cubrió, hasta que terminó su contrato.

—Entonces fue despedido. ¿Trabajó aquí mucho tiempo?

—Dos años. Esta mañana tuvo el valor de decir que el incidente de anoche no fue culpa suya. ¡Su ídem nunca llegó a casa, así que debió de ser asaltado y sustituido por un impostor! —El encargado hizo una mueca de desdén. Pero si yo tenía un presentimiento, ahora había cobrado fuerza.

—Deme una información de contacto y no lo volveré a molestar. Él se me quedó mirando. Sería sencillo despedir a un verde utilitario. Pero ¿y si el propio Albert aparecía?

—Oh… muy bien. —Su monocular parpadeó mientras daba órdenes. Luego, con un gruñido de desdén, se dio la vuelta.

Maldición. ¡En vez de escribir o pronunciar el nombre, envió un infoblip a Nell!

Podía llamarla por teléfono, pero entonces tal vez tuviera que hablar con Albert, como un adolescente que vuelve a casa de papá con el rabo entre las piernas. Doble maldición. Mientras iba hacia la puerta, me interrogué acerca de aquella obsesión por resolver ese pequeño acertijo antes de expirar. La cuestión no parecía importante. ¿Por qué preocuparme por ella?

Me detuve en la puerta, mis baratos sentidos verdes ajustándose a la luz del día, cuando algo captó mi atención. Literalmente, como un mosquito que volara cerca, llegó zumbando junto ami cara. Di un manotazo y aparté brevemente al molesto bicho, que regresó.

El deterioro prematuro de los ídem puede atraer a los carroñeros, y había bastante pseudocarne dañada colgando de mi espalda. Volví a espantarlo. Vaciló… ¡y luego se abalanzó de nuevo hacia mí a sorprendente velocidad!

Caí contra una pared, sujetándome el ojo. ¡Peor que el dolor eran las explosiones de color! Destellos como cohetes convergieron, dibujando formas. Formando letras:


NO HAY TIEMPO.

TOMA UN TAXI HASTA EL PARQUE FAlRPAX.

PAL

13 Haciendo su trabajo de ídem

…o de cómo el segundo gris del martes empieza a volverse paranoico…

Estar inconsciente puede ser preocupante para una personarreal. Para un ídem, es como la muerte. Y despertar después es como volver a nacer.


¿Dónde estoy?

Una mirada de reojo me dice que sigo en la colmena de Irene. Al otro lado de una amplia sala, veo la enorme figura pálida de su cuerpo arquetipo (la reina), atendida por más de una docena de minicopias rojizas. Versiones de tamaño real vienen y van rápidamente cumpliendo encargos. Nadie dice una palabra. Nadie tiene que hacerlo.

Mientras las observo embobado, imagino el núcleo de un átomo y la niebla de partículas virtuales que lo rodean. Los duplicados de Irene siguen saliendo de la masa de color marrón para realizar misiones para la colmena. Otras (con más edad y experiencia) llegan trayendo el moderno néctar: conocimiento que acumular y compartir con más copias. Y en el centro, una personarreal cuyo papel es absorber p redistribuir ese conocimiento, usando cuerpos de imitación para hacer todo lo demás.

Tengo que admitir que Irene es impresionante. Suyo es muy grande.

Vamos, Albert, concéntrate.

¿Cuánto tiempo he estado sin sentido? Parece que unos instantes. Iban a repararme… a arreglar el horrible daño causado por esos gladiadores enfurecidos del Salón Arco Iris.

¿Funcionó? No siento dolor, pero eso no significa nada. Los brazos y las manos parecen funcionar. Me toco el costado ahora… la pierna.

En lugar de heridas abiertas, siento bordes protuberantes, como duro tejido cicatrizado. Debajo, grandes zonas aturdidas, insensibles.

Pero flexiono y estiro todos los miembros satisfactoriamente. Un trabajo espléndido, para un remiendo rápido. Pero claro, si alguien dispone de tecnología de reparación avanzada, ésa es la Reina Irene.

Al sentarme, advierto que estoy vestido con generosa tela gris.

— ¿Cómo se siente?

Es la Irene de alta calidad (teñida de gris), que está junto a su asociado, el golem masculino de la piel a cuadros. Vic Collins. —Sorprendentemente bien. ¿Qué hora es?

—Casi las dos y media.

—Mm. No tardó mucho.

—Hemos automatizado considerablemente el proceso de reparación. Sin mucha ayuda de Hornos Universales, debo añadir.

— ¿Entonces sospechan que también están controlando la difusión de esta tecnología?

—Como puede imaginar, la compañía prefiere que la gente compre montones de nuevos repuestos. Naturalmente, arreglar ídems dañados sería económico, ecológico, piadoso…

— ¿Tiene este asunto algo que ver con su otra preocupación? Vic Collins asiente.

—Están relacionados. No es de esperar que HU esté ansiosa por compartir tecnologías que perjudican su mercado. Pero la ley dice que deben patentar y publicar sus avances o los perderán.

De ahíla ansiedad de este pequeño consorcio por hacer un poco de espionaje cuasi legal. Si pueden echarle mano a un caso de tecnología oculta o suprimida, el beneficio será sustancioso. Hasta el treinta por ciento de las patentes resultantes. En el presente caso, eso los convertiría en magnates. Me siento tentado a continuar hablando del asunto, pero el tiempo aprieta cuando lo que te queda en la Tierra se mide por horas. Al contrario que Irene, no tengo ningún rig al que regresar. No si cumplo el acuerdo al que hemos llegado.

—Hablando de HU —digo.

—Sí, deberíamos ponernos en marcha, sise siente con fuerzas. Me bajo de la mesa de un salto. A excepción de la desagradable sensación de aturdimiento bajo mis cicatrices, las cosas parecen estar bien.

—¿Han traído el material?

—Recogimos las muestras y la información que necesita para penetrar en Hornos Universales.

—Penetrar no. Accedí a explorar por ustedes, de una manera estrictamente legal.

—Perdone mi falta de exactitud. Por favor, venga por aquí.

No siento dolor, pero cojeo un poco mientras sigo a Irene y Collins hasta el fondo del edificio Arco Iris. Una silenciosa conductora ocre espera en el callejón cubierto, sosteniendo la puerta de una furgoneta con ventanillas opacas. Me detengo, pues quiero zanjar unas cuantas cosas antes de entrar.

—Todavía no me han explicado exactamente qué he de buscar.

—Le informaremos sobre la marcha. Hay asuntos importantes que esperamos que descubra con su famosa habilidad investigadora.

—Haré lo que pueda —y reitero para la grabadora que llevo en mi interior—: dentro de la ley.

—Naturalmente, idMorris. No 1c pediríamos que hicieran nada ilegal.

«Bien», pienso, tratando de descifrar su mirada. Pero es inútil. Los ojos hechos de barro no son las ventanas del alma. Sigue siendo cuestión de debate si hay «alma» o no dentro de criaturas como nosotros.

Al entrar en la furgoneta, encuentro al cuarto miembro de nuestro grupo, sonriendo con una célebre mezcla de distancia y seducción, cruzando unas piernas de nieve blanca que brillan con su propia capa de lustrosa y extravagante seda.

—Saludos, señor Morris —saluda la voluptuosa ídem de placer. —Maestra —respondo, sorprendido.

«¿Por qué envía Gineen Wammaker un modelo perla de calidad superior para acompañarnos? Una simple gris sería suficiente para escuchar mi informe. ¿O por qué enviar a una rox? Toda información útil se puede enviar a través de la Red.»

Mis grises tienen un buen conjunto de reacciones masculinas normales. Así que su arte me afecta: me atrae y me repele a la vez, pues llega a algunos de los rincones más enfermizos y hostiles de la sexualidad. Su famosa y perversa especialidad seductora.

Como cualquier adulto decente, puedo reprimir esas reacciones (sobre todo pensando en la honrada y autorrespetuosa Clara). Sin dudala Wammaker lo sabe, así que su pretensión no puede ser influirme.

«Entonces, ¿qué hace aquí? Sobre todo como perla, una criatura de enorme sensualidad… A menos que esta misión represente otra oportunidad para disfrutar de algún placer depravado.»

Mis preocupaciones, ya al borde de la paranoia, florecen de nuevo. Vamos —le dice ella a la conductora. Está claro que a Gineen no le importa que la mire. Tal vez incluso sabe qué pienso.

Estoy deseando tener una clientela mejor.

14 Bajo falsos colores

…o de cómo realAlbert se engaña otra vez…

— ¿Qué estás diciendo? —le pregunté al azabache—. ¿Que mis avistamientos en la red pueden no haber sido de Maharal?

Con gestos de los dedos y señales parpadeadas, mi duplicado ébano capturaba datos y ponía imágenes en movimiento en la pantalla. Vi un colage de grabaciones hechas semanas atrás mientras YosilMaharal deambulaba por una avenida llena de peatones y girociclistas. Uno de esos centros de moda donde puedes probar montones de productos, seleccionar lo que te gusta y hacer que te envíen los artículos por correo-id antes de llegar a casa.

De lejos, Maharal parecía disfrutar de los escaparates, pasando de una tienda a otra. Un distrito corno éste tiene más cámaras que una calle típica, lo que permitía que el avatar de software de Nell tejiera un mosaico retrospectivo casi libre de huecos mientras nuestro objetivo se movía de una lente a otra, con los indicativos de tiempo brillando en una esquina inferior.

— ¿Has visto lo que acaba de pasar? —preguntó el ébano.

—¿Qué hay que notar? —repliqué, sintiéndome torpe bajo aquella mirada fija, sabiendo el desdén que suelo sentir hacia mi yo real cada vez que soy negro.

Él chasqueó la lengua. La imagen en pantalla se detuvo y volvió atrás. Las cuadriculas ampliadas se dirigieron hacia el momento en que Maharal se unía a una pequeña multitud para ver a un artista callejero hacer esculturas con humogel. Los frágiles artefactos crecían y flore-cían como delicadas apariciones, alzadas y formadas por las bocanadas de aire que el virtuoso exhalaba. Cuando un niño dio una palmada, las reverberaciones hicieron que la creación se estremeciera y se inclinara hacia él, antes de alzarse de nuevo cuando el artista sopló nuevas capas.

Trabajando con habilidad similar, mi golem especializado produjo rápidamente una imagen compuesta a partir de tres cámaras repartidas por la plaza. La imagen de Maharal se hizo más granulosa mientras nos centrábamos en su cara.

El científico de HU sonreía. Todo parecía normal, hasta que tuve una terrible sospecha.

—Acércate más —dije, con recelo—. La textura de la piel… ¡por Dios, no es real!

—Ahora lo veo —comentó Nell—. Mira la frente del sujeto. El bultito de la placa está cubierto con maquillaje.

Me desplomé. Estábamos contemplando un ídem.

Mm —expresó el ébano—. Parece que nuestro buen doctor cometió una infracción punto-mueve. Esos tonos de piel son marrónhumano. Sombra noventa y cuatro X, para ser exactos. Es decididamente ilegal que los duplicados lo lleven en público.

Aquello no tenía nada que ver con el engaño de Kaolin cuando me telefoneó. Su disfraz de arquetipo era propio de un aficionado y casi legal, ya que estaba en casa en ese momento. Pero Maharal, con su paranoia incipiente, debía de haber considerado que merecía la pena arriesgarse a una dura penalización para poder salir de la ciudad-aldea sin dejar rastro.

Miré la franja horaria. Doce minutos desde la última vez que Maharal pasó cerca de una publicara de alta resolución que permitía una buena comprobación de la realidad. Debía de haber hecho el cambio durante ese intervalo. Pero, exactamente, ¿cuándo? El margen era tremendamente estrecho.

—Por favor, vuelve atrás, Nell. Muestra la mayor falta de cobertura desde las catorce treinta y seis.

Desde la plaza, la imagen del fantasma de Maharal empezó a escurrirse en sentido inverso hasta que desapareció en una tienda de abrigos para hombre. Mi avatar llevó a cabo una rápida negociación con el sistema de seguridad interna del establecimiento… que se negó a compartir imágenes debido a una rara política de intimidad. Nada pudo convencer al testarudo programa, ni siquiera el certificado de defunción de Maharal ni el permiso de Ritu. Tal vez tuviera que ir a hablar con el encargado en persona.

— ¿Cuánto tiempo estuvo allí? —pregunté.

—Poco más de dos minutos.

Tiempo más que suficiente para que Maharal cambiara de lugar con un ídem que le estuviera esperando. Pero era un movimiento arriesgado. A pesar de los escáneres detectores de lentes que venden hoy en día, nunca puedes garantizar absolutamente que no te estén observando. Ni siquiera dentro de un barril de petróleo enterrado (lo sé por propia experiencia). Con todo, Maharal debía de sentirse muy seguro.

Ahora debo asignar un nuevo avatar de software para que haga un escaneo inverso con cuidado y descubra cuándo entró el ídem en la tienda. Debe de haberlo hecho disfrazado, y luego haberse pasado horas allí, agazapado tras las perchas o algo. Después del cambio, real-Maharal habría esperado un rato para ponerse otro disfraz antes de salir de nuevo, seguro de que su señuelo había engañado a todas las rutinas normales de búsqueda.

Yo mismo he usado el mismo truco, algunas veces.

—Puede que contara con la complicidad del dueño de la tienda —señaló mi especialista ébano—. El ídem podría haber llegado en una caja de embalaje y realMaharal haberse marchado de la misma forma.

Suspiré. Menudo trabajo que nos esperaba, inspeccionando y analizando incontables imágenes.

—No te preocupes. Yo me encargaré desde mi cubículo —me aseguró el especialista—. Ya tengo nuestros otros casos bajo control. Además, creo que querrás ver qué han descubierto tus otras investigaciones en el lugar del accidente.

Se levantó y se dirigió hacia el pequeño hueco donde recuerdo haber pasado muchas horas felices, un estrecho cubículo que me parece acogedor cada vez que soy ébano, concentrado solamente en la pura alegría de la habilidad profesional. Al ver marchar mi copia, me sentí un poco envidioso… y agradecido a Maharal y Kaolin por haber inventado la tecnoid.

Es un avance magnífico, si tienes una habilidad comercial.


El ébano tenía razón. La investigación del lugar del accidente había llegado a un nuevo punto.

En pantalla, la imagen mostraba una enorme extensión de desierto al sureste de la ciudad… un extraño reino donde las imágenes en tiemporreal dignas de confianza eran tan escasas como el agua potable y donde hacía falta mucha sofisticación para seguir la pista de un coche en marcha. Obedeciendo mis instrucciones, Nell había seguido una mancha espectral de ciclones giratorios durante toda la noche, moviéndose antes y después del lugar donde Maharal se había encontrado con la muerte. La superposición mostraba una línea de puntos que se dirigía hacia una cordillera de montañas bajas cerca de la frontera mexicana, no lejos del Campo Internacional de Combate. Una vez dentro de estas colinas, yo sabíaque la pista de minitornados se desvanecería entre un remolino de turbulencias en los desfiladeros.

Pero había visto lo suficiente para sentir un extraño escalofrío. Conocía este territorio.

—Meseta Urraca —susurré.

— ¿Cómo dices? —preguntó Nell.

Yo sacudí la cabeza.

—Llama a Ritu Mallará —ordené—. Tenemos que hablar.

15 Copiones

…donde un monstruo de Frankenstein descubre por qué no debería existir…

Por fortuna, el permiso de gastos de mi verde estaba aún activo (Albert no me había desposeído todavía), así que pude contratar un microtaxi en la plaza Odeón queme llevó por toda Ciudarreal en una única girorrueda con dos asientos ajados. Puede que fuera rápido, pero el viaje fue también agotador porque el conductor no paraba de hablar y hablar sobre la guerra.

Al parecer, la batalla en el desierto había empezado mal para muestro bando.

El taxista echaba la culpa al mando, ilustrando su argumento recuperando los momentos álgidos de acciones recientes en una burbovisión que me envolvió, atrapado en el asiento trasero, entre escenas de violenta carnicería de bombas y metralla, rayos cortadores y desmembramiento cuerpo a cuerpo, todo amorosamente comentado por aquel ávido aficionado.

Albert había aprendido mucho gracias a Clara a lo largo de los años, lo suficiente para saber que no merecía la pena llevar la contraria a las opiniones de salón. El tipo tenía una franquicia de taxis con once duplicados amarillos y a cuadros negros conduciendo, presumibleménte dándole todos la tabarra a los acorralados clientes. ¿Cómo conservaba un índice de satisfacción lo suficientemente alto para merecer tantos taxis?

La respuesta era la velocidad. Tenía que reconocerle eso. La llega-da me ofreció la mayor oleada de placer del día. Le pagué al taxista y escapé al laberinto de cemento del parque Fairfax.

Al gran Al no le gusta el sitio. No hay hierbajos. Demasiado espacio con rampas de hormigón, espirales y placas, de la época en que los niños reales podían pasarse cada momento libre de su vida haciendo cabriolas en bicis, monopatines y motos ruidosas, arriesgándose a romperse el cuello por pura diversión. Es decir, hasta que los nuevos pasatiempos los barrieron dejando tras de sí un laberinto de paredes de metal reforzado y torres como murallas olvidadas, algunas de tres pisos de altura, demasiado costosas de demoler.

A Pallie le encanta el lugar. Todo ese retar enterrado actúa como tina Jaula de Faraday parcial, bloqueando transmisiones de radio, y frustrando mosquitos espía y escuchadores, mientras que la caliente superficie de hormigón ciega los sensores visuales y de IR. Tampoco está por encima de arrebatos de nostalgia, y surca las viejas pendientes con su última silla de ruedas, saltando por bordes y pendientes, aullando y sacudiéndose mientras los catéteres y las intravenosas se agitan a su alrededor como estandartes de guerra. Algunas diversiones hay que experimentarlas en carne, supongo. Incluso carne tan maltrecha como la suya.

Albert más o menos se lleva bien con Pal… en parte debido a la culpa. Piensa que tendría que haber intentado disuadir con más fuerza a este tipo para que no saliera aquella noche en que lo asaltaron, le quemaron medio cuerpo y dejaron el resto por muerto. Pero, sinceramente, ¿cómo «disuades›) aun mercenario adicto a la acción que se mete de cabeza en una trampa, pidiendo que le arranquen las pelotas? Demonios, yo soy más cauteloso en barro que Pal en persona.

Lo encontré esperando a la sombra del Terror de Mami, la mayor rampa de patines, con una pendiente tan vertical que te mareas sólo con mirarla. Tenía compañía. Dos hombres. Hombres reales, que se miraban el uno al otro con cautela, separados por la silla de ruedas biotrónica de Pal.

Me sentí incómodo siendo el único ídem, y la sensación empeoró cuando uno de ellos (un rubio fornido) se volvió y miró a través de mí como si yo no estuviera presente. El otro sonrió, amistoso. Alto y un poco delgado, me pareció familiar.

—Hola, verde, ¿dónde está tu alma?—bromeó Pal, alzando un puño cerrado.

Le di un toque.

—En el mismo sitio que tus pies. Pero los dos vamos tirando. —Vamos tirando. ¿Qué te pareció ese mensaje avispa que te he enviado? Chuli, ¿eh?


—Un poco ciberretro, ¿no te parece? Un montón de trabajo para una simple llamada. Dolió un montón cuando me taladró el ojo. —Tonterías —dijo él, pidiendo disculpas con un gesto de la mano.

—¡Bueno, me he enterado de que te has soltado!

—Bah. ¿De qué le sirve a Albert un Albert que no es Al? —Cierto. No me imaginaba que Sobrio Morris pudiera crear un frankie. De todas formas, algunos de mis mejores amigos son mutantes, reales y de los otros.

—Típico de un verdadero pervertido. ¿Sabes si Al está planeando desposeerme?

—No. Demasiado blando. Pero puso un límite de crédito. Puedes cargar doscientos, nada más.

— ¿Tanto? No limpié ni un solo cuarto de baño. ¿Está cabreado?

—No lo sé. Me cortó. ’nene otros problemas. Parece que ha perdido los dos grises de esta mañana.

— ¡Uf! Me enteré de lo del primero, pero… maldición. El número dos se llevó la Turkomen. Era una buena moto. —Reflexioné un segundo. No era extraño que mi deserción levantara tan poco polvo—. Dos grises perdidos. Huir. ¿Coincidencia? ¿Casualidad?

Pallie se rascó una cicatriz que corría desde su pelo negro hasta la barbilla sin afeitar.

—Creo que no. Por eso te envié la avispa.

El rubio grandote gruñó.

— ¿Queréis dejar la cháchara inútil? Sólo pregúntale a la cosa repugnante si nos recuerda.

¿Cosa repugnante? Traté de mirar al tipo a los ojos. Evitó el contacto visual.

Pal se echó a reír.

—Éste es el señor James Gadarene. Cree que podrías reconocerlo.

¿Cierto?

Miré al tipo de arriba abajo.

—No lo recuerdo… señor —añadir alguna formalidad podía ser una buena idea. Ambos desconocidos gruñeron, como si medio esperaran esto. Me apresuré—. Naturalmente, eso no es ninguna garantía. El propio Albert se olvida de las caras. Incluso de las de algunos tipos que conoció en la facultad. Depende de cuánto tiempo haga que nos conocimos. Y además, sov un frank…

—Ese recuerdo debería tener menos de veinticuatro horas —me interrumpió Gadarene sin mirarme—. Anoche a última hora, uno de sus grises llamó a mi puerta, me mostró unas credenciales de detective privado y exigió una reunión urgente. El alboroto incluso despertó a algunos de mis colegas de la puerta de al lado. Accedí, reacio, a ver al gris, a solas. Pero en privado la maldita cosa se limitó a caminar de un lado para otro, diciendo tonterías incomprensibles de cabo a rabo. Finalmente, mi ayudante llegó de la habitación de al lado con noticias. El gris llevaba un generador estático. ¡Estaba torpedeando deliberada-mente mi grabador de entrevistas!

— ¿Entonces no tiene ninguna crónica del encuentro?

—Nada útil. Entonces fue cuando me harté y expulsé a la maldita cosa.

—Yo… no recuerdo nada ni remotamente parecido. Lo que significa que el Albert Morris real tampoco. O no lo recordaba a las diez de esta mañana. Antes de eso, todos nuestros ídems estaban contados, por lo menos hasta hace un mes. Todos trajeron a casa una carga completa… aunque algunos estaban bastante maltrechos. —Di un respingo al recordar el horrible viaje nocturno por el fondo del río—. Demonios, ni siquiera sé de qué «oficina» está usted hablando.

—El señor Gadarene dirige una organización llamada Defensores de la Vida--explicó Pallie.

De inmediato comprendí la hostilidad del tipo. Su grupo se opone ferozmente a la tecnoid por cuestiones puramente morales, una postura que requiere gran tenacidad hoy en día, cuando la genterreal vive rodeada y superada en número por incontables criaturas de barro servil. Si una de las copias de Albert se hubiera comportado de la manera que decía, sería un acto de grandísima rudeza y una provocación deliberada.

Por la amarga expresión de Gadarene, adiviné que sentía una ira especial contra mí. Corno frankie yo había declarado mi independencia, profesando ser una forma de vida libre y automotivada… aunque era un pseudoser con pocos derechos y menos expectativas aún. Al menos otros ídems podían ser considerados como extensiones o apéndices de alguna persona real. Pero yo constituía el peor insulto a la autoridad celestial. Un producto sin altea que se atreve a decir «yo soy».

En el mejor de los casos, seguro que su gente nunca hacía donativos al ’templo de los Efímeros.

—Lo mismo nos sucedió, esta mañana temprano —dijo el otro tipo, el hombre alto que inc resultaba vagamente familiar.

—Creo que le reconozco —murmuré—. Sí… el verde con el queme encontré, manifestándose en la playa Moonlight. Su cara era una copia de la suya.

Por su sonrisa triste, me di cuenta de que el hombre ya conocía mi encuentro con su idmanifestante barato. El verde tal vez había cargado ya. O tal vez telefoneó a casa para informar sobre mi parecido con su visitante madrugador.

—El señor Farshid Lum —dijo Pal, terminando las presentaciones.

—¿Amigos de lo Irreal? —aventuré. La mayor organización de manis de la que había oído hablar.

—Tolerancia Ilimitada —corrigió él con el ceño fruncido—. El manifiesto de los ADLI no llega a exigir la emancipación de los seres sintéticos. Nosotros pensarnos que las personas de vida corta son tan reales como cualquier otra que piense y sienta.

Eso provocó un bufido del rubio. Y sin embargo, a pesar del abismo filosófico que existía entre ellos, advertí un objetivo común. Por ahora.

—Dice usted que una copia de Morris también lo visitó…

—Dio la lata un rato y luego se marchó, sí —intervino Pallie—. Sólo que esta vez conseguimos algunas imágenes claras a través de la estática. Era uno de tus idhermanos o, desde luego, lo parecía.

Me tendió una pic plana. Aunque borrosa, se parecía a Albert, tanto como cualquier gris se parece a su rig.

—Las apariencias se pueden falsear. Igual que las credenciales. La estática indica que alguien no quería una inspección demasiado meticulosa…

Estoy de acuerdo —interrumpió Gadarene—. Es más, cuando telefoneamos al señor Morris esta mañana para pedir una explicación, su ordenador doméstico…

—Nell…

Descartó todo el asunto considerándolo imposible, ya que no tenían ningún duplicado en activo en el momento en que fuimos molestados. La casa se negó incluso a despertar a Albert Morris para comentárselo.

—Curioso —comenté yo.

De hecho, su rig tiene a nuestros dos grupos catalogados como organizaciones de chalados —dijo Lum, con expresión ufana, como si llevara la pulla con orgullo—. Como la casa filtró y rechazó mis peticiones, fui al perfil público de Albert Morris en la Red, buscando a uno de sus amigos. Alguien que hablara con nosotros.

—Yo —dijo Pal—. No me molestan los chalados. ¡Me gustan! —Los iguales se atraen —murmuré, ganándome un breve pero airado contacto ocular por parte de Gadarene.

—Sí, bueno, mi vaso rebosó cuando me encontré con dos solicitudes, de grupos que normalmente se desprecian entre sí. Oliendo a chamusquina, traté de llamar a Al, pero me dio largas. Demasiado ocupa-do para el viejo Pal, hoy. Así que me puse a buscar a alguien que pudiera arrojar luz sobre la cuestión… y te encontré a ti.

— ¿A mí? Ya he dicho que estas historias no encajan con nada que yo recuerde.

—Y te creo. ¿Pero tienes alguna idea? ¿Qué se te ocurre?

— ¿Por qué me lo preguntas? No soy más que un verde, no equipado exactamente para pensamiento analítico.

— ¡Oh, pero no dejes que eso te detenga! —rió Pallie.

Le miré con el ceño fruncido, sabiendo que tenía razón. No podía negarme a hurgar en aquello, aunque estuviera hecho de material barato.

Me volví hacia Gadarene y Lum.

—Mirándolo desde su punto de vista, se me ocurren varias posibilidades. —Alcé un dedo—. Primero, puede que yo esté mintiendo. Al puede haber tenido algún motivo válido para querer investigar a dos airados grupos públicos, sacudirlos un poco, y luego decir que no fue él quien lo hizo.

—Por favor —Pallie negó con la cabeza—. Es el tipo de cosa que yo podría intentar. Pero Albert es tan divertido como un juez.

Por algún motivo, el insulto me hizo sonreír. Sí, el pobre Albert el Sobrio.

—Bueno, entonces alguien está intentando jugársela.

Antiguamente, el crimen y su persecución giraban en torno a establecer y desmontar coartadas. Si podías demostrar que estabas en otra parte en el momento de un crimen, eso significaba que no lo habías cometido. Así de sencillo.

La excusa de las coartadas empezó a desvanecerse en la era cíber, una época en que incontables golpes grandes y pequeños empezaron a redistribuir dinero por miles de millones mientras sus perpetradores estaban sentados ante sus ordenadores bebiendo cafeína y enviando a sicarios electrónicos a robar en supuesto anonimato. Durante algún tiempo, pareció que la sociedad se desangraría hasta morir por un montón de cortes… hasta que la posibilidad de localizarte se restauró y la mayoría de los ciberpedos supervivientes fueron a la cárcel o crecieron.

Hoy, el paradero de tu yo protoplásmico apenas importa. La culpabilidad es cuestión de oportunidad y voluntad. Es difícil encontrar coartadas efectivas.

—Qué interesante que señales esa idea —comentó Pallie—. Lo mismo se me ocurrió mientras veía la redada de esta mañana contra el escondite de Beta… Fue un buen trabajo, por cierto. Vi a Albert reunirse con Ritu Maharal… y más tarde me enteré de la muerte de su padre. Pero lo que realmente me llamó la atención fue la maestra.

— ¿Gineen Wammaker? ¿Qué pasa con ella?

—Bueno, para empezar, sé que el segundo gris de Al se quitó de en medio para hacerle un trabajo cerrado-cógnito.

Vacilé. No me resultaría difícil confirmar que existía ese contrato. Le debía a Albert cierta lealtad, ya que no me había declarado proscrito. El capullo.

—Muy bien, ambas mujeres le pidieron a Al que enviara un gris. Y ambos grises desaparecieron. ¿Y qué? Probablemente es una coincidencia. De todas formas, esos grises fueron cocidos e imprimados horas después de que los ídems misteriosos fueran a molestar a estos dos caballeros. ¿Cuál es la conexión?

—Eso mc llamó también la atención. Así que llamé a Wammaker.

— ¡Cómo te envidio! ¿Y qué dijo la Princesa de Hielo?

— ¡Que nunca había pedido un idMorris! Al menos, no desde que terminó el asunto Beta. De hecho, me dijo que el detective Morris es demasiado rudo para ser un consultor digno de confianza en el futuro, y aún más, que…

— ¿Podemos seguir con esto?

A James Gadarene, evidentemente, no le gustaba hablar de la maestra del Estudio Neo, cuyas perversas especialidades llegaban a hacer papilla la moralidad de los viejos tiempos. El rubio se agitó incómodo, y un poco ominosamente. Me pareció de esos que a veces desmiembran ídems (y pagan luego las multas) por el puro placer de castigar el mal con sus manos desnudas.

—Muy bien —continuó Pal alegremente—. Así que me dije que averiguaría lo que pudiera sobre tu segundo gris. Para ver si Wammaker estaba mintiendo. Eso implicó acceder a la red de cámaras y seguir algunas rutas.

— ¿Tú? —me reí al imaginar a Pallie asignando cuidadosamente avatares de búsqueda y rebuscando entre un billón de imágenes entre-mezcladas—. Nunca has tenido paciencia.

Él negó tristemente con la cabeza.

—No, sólo soy un anticuado tipo de acción. Sin embargo, conozco a unos cuantos grises digitales que me deben favores. Lo único que tuvieron que hacer fue localizar una serie de infracciones de tráfico sub-myob cuando el gris salió de tu casa para ir al centro comercial. Una vez dentro, el ídem estuvo a la vista de las publicams gran parte del tiempo. Aparcó la moto y tomó las escaleras mecánicas… pero no llegó a la oficina de Wammaker.

— ¿No?

—Fue desviado por la ayudante de la maestra… al menos eso es lo que parecía, apenas visible bajo una capucha. Juntos bajaron dos plantas hasta una tienda alquilada… y desaparecieron.

— ¿Y? Tal vez Gineen quería mantener a cierta distancia a sus clientes habituales. Sobre todo si el asunto es delicado.

—Podría ser. O… ¿Y si alguien más quiere usar al gris de Albert, mientras todo el mundo piensa que lo contrató Gineen?

Traté de captar esa idea.

—Te refieres a que alguien falsificó la llamada inicial de Gineen a Albert esta mañana, y luego lo preparó todo para que montones de cámaras vieran al gris acercarse a la oficina de Wammaker… Pero entonces… —sacudí la cabeza—, haría falta muchísima habilidad. Una falsa Gineen para hacer la llamada. Y luego una ayudante falsa.

—Y falsos Albeas, enviados antes para molestar a estos buenos ciudadanos —Pallie indicó con la cabeza a Gadarene y Lum. El grandote gruñó.

—Nada de esto tenía ningún sentido cuando me lo explicó usted hace una hora, y desde luego no ha mejorado. Algunos de nosotros sólo tenernos una vida, ¿sabe? Será mejor que resuelvan esto pronto.

—Lo he estado intentando —respondió Pal, un poco molesto—. La verdad es que este tipo de trabajo deductivo es más bien cosa de Albert. ¿Qué piensas, Verdecito?

Me rasqué la cabeza. Puramente por costumbre, ya que no hay folículos ni parásitos en mi coronilla de porcelana.

—Muy bien. Digamos que todas esas charadas tenían por destino públicos distintos. Veamos esos ídems que invadieron sus casas ano-che… ¿dicen que no dijeron nada significativo?

—Sólo cháchara, que yo sepa.

—Pero se tomaron la molestia de impedir ser grabados. Así que no puede usted demostrar que eran tonterías, ¿no?

— ¿A qué se refiere? ¿Qué otra cosa podría haber sido? —Podría parecer que estaban ustedes conspirando juntos.

— ¿Con… conspirando?

—Mírelo desde el punto de vista de alguien de fuera, señor Gadarene. Ven a un gris entrar en su establecimiento, y luego marcharse, rápida y furtivamente, una llora más tarde. Podría llegarse a la conclusión de que discutieron asuntos sustanciosos. Todo esto podría haber sido preparado para establecer una relación plausible entre su grupo y Albert Monis.

—Entonces sucede lo mismo en mi caso —dijo Lum.

—Y en el del Estudio Neo. Sólo que esta vez el gris es real pero la visita es falsificada —intervino Pal—. ¿También fue preparado para consumo público?

—En parte —asen—. Pero apuesto que el público principal para ese teatro fue el propio gris. Recuerda que adoptó modo despega-do después de la reunión, ¿no? Debe de estar convencido, incluso ahora, de que está trabajando para la maestra real. No es la persona más agradable… —Gadarene bufó con fuerza—. Pero es una mujer de negocios de peso, con gran credibilidad en lo referente a cumplir contra-tos y acatar la ley a rajatabla. El gris podría despreciarla y desconfiar de ella. Pero aceptaría un caso interesante por una buena tarifa.

—Déjeme ver sido entiendo bien —dijo Farshid Lum—. Cree usted que alguien fingió ser Wammalcer para contratar a su gris para una tarea…

—Una tarea que puede ser una tapadera de algo a lo que Al no accedería nunca —sugirió Pal.

—Y que un poco antes, en Tolerancia Ilimitada…

—Y en los Defensores —cortó Gadarene—, se intentó que pareciera que nosotros estamos implicados en algún asunto diabólico… —gruñó—. Sigo confundido. ¡No estamos llegando a ninguna parte!

Oh, sí que llegamos —Pal me miró—. Tienes una idea, ¿verdad, mi verde amigo?

Desgraciadamente, la tenía.

—Mira, no estoy diseñado para esto. No soy un ébano cerebral ni un gris de clase alta. Todo lo que puedo ofrecer son conjeturas. Lum descartó mis resquemores.

—He comprobado su perfil, señor Morris. Su reputación a la hora de crear magníficos yoes analíticos no tiene rival. Por favor, continúe.

Podría haberme quejado en ese momento de que no soy uno de los «yoes» de Albert. Pero no habría servido de nada.

—Mire, todavía no tenemos muchos datos —empecé por decir—. Pero si esta cadena de descabelladas deducciones se tiene en pie, aventuraré unas cuantas cosas.

»Una: la persona o grupo que está detrás de esto tiene una sofisticada habilidad para crear ídems, sobre todo para el arte de dar aun golem una cara que supuestamente no puede tener. Como eso es ilegal, ya estamos en territorio peligroso.

»Dos: al parecer hace falta conseguir la participación voluntaria de uno de los grises de Albea, que aparente hacerlo no sirve. El gris debe estar de verdad convencido de prestar su apoyo, para actuar con la habilidad que ha dado a Al su reputación. La misión tiene que parecer legal… o al menos merecer la pena y no ser demasiado horrible… para que el gris colabore.

—Sí, continúame instó Pal.

—Tres: hay un esfuerzo múltiple para repartir la culpa por lo que va a suceder. Culpabilidad por asociación. Llamadas falsas de la maestra. Una aparente reunión en el Estudio Neo…

—Y nosotros —comentó Lum, súbitamente serio—. La charada de despertarme de madrugada tenía corno objetivo simular una reunión a escondidas de conspiradores. Pero ¿por qué yo? ¿Y por qué usar el mismo truco con el grupo de espíritus confundidos del señor Gadarene?

Pal se rió tan fuerte que el rubio le dirigió un gruñido.

¡Eso es lo mejor de todo! En apariencia, sus dos grupos nunca se unirían. Parecen estar en polos opuestos. Paradójicamente, eso hace plausible una conspiración.

Cuando se lo quedaron mirando, Pal extendió las manos, haciendo girar la silla de ruedas.

— ¡Piensen! ¿Hay alguien a quien ustedes dos odien? ¿Alguna persona, grupo u organización que ambos grupos desprecien tan profundamente, que podrían sumar fuerzas en su contra?

Vi a los dos hombres calibrar la idea. Acostumbrados a demonizarse mutuamente, les resultaba difícil concebir que compartieran ningún interés común.

Yo sabía ya la respuesta, y me sentía helado hasta mi substrato de barro. Pero no les di ninguna pista.

Se darían cuenta de un momento a otro.

16 Que entren los clones

…cómo el gris número dos del martes emplea su arte…

Continúa el recitado en tiemporreal. Hora de entrar en el Embudo. Es una de mis partes favoritas de este trabajo. Tener una oportunidad de demostrar que puedo engañar a un mundo que está lleno de ojos.

—Trajimos los artículos que solicitó.

La Irene-golem de color rojo me tiende una sencilla mochila. Inspecciono el contenido. Está todo.

— ¿Enviaron una lente olfateadora a la ruta que indiqué?

—Lo hicimos, siguiendo sus instrucciones. La olfateadora verificó los huecos de vigilancia en los lugares que usted predijo. Están anota-dos los detalles corrientes —me tiende una placa de datos.

— ¿Corrientes? ¿De cuándo?

—De hace aproximadamente una hora, mientras lo estaban reparando a usted.

—Mm.

Una hora puede ser una eternidad. Pero soy optimista mientras escruto el mapa con sus brillantes iconos y sus conos de visión superpuestos. Sí, la ciudad rebosa de ojos, igual que una jungla repleta de insectos.

Los huecos de cobertura son preciosos en mi línea de trabajo. Lo más difícil de hoy será cubrir mis huellas antes de llegar a Hornos Universales. Necesitaré varios cambios por el camino, huecos lo bastante grandes para permitir un rápido cambio de aspecto sin ser advertido, preferiblemente cerca de locales con montones de ídems entrando y saliendo.

Lene puede tener fe en sus olfateadores (programados para detectar el reflejo delator de la lente de una cámara de cristal), pero ni si-quiera los escáneres militares detectan todos los spex de cabeza de alfiler que pueden acechar en cualquier grieta o en cualquier tronco de árbol. Desde la última vez que utilicé esta ruta Embudo pueden haber instalado un número indeterminado de espías-aguja. Por fortuna, la mayoría son de baja resolución. No captarán una transformación verdaderamente artística.

Tengo sentimientos encontrados respecto a revelarle este camino (uno de los últimos favoritos de Albert) a Gineen y sus compañeros. Cierto, casi todos los Embudos tienen un período útil limitado, ya que incontables aficionados dan con ellos continuamente y los inutilizan. Y mi paga por este trabajo hace que el sacrificio merezca la pena. A pesar de todo, sería más feliz si tuviera días para prepararme, con múltiples ídems trabajando en tándem. Todo sería más seguro.

«No te amargues. No he ofrecido ninguna garantía por un trabajo tan apresurado, y Albert se llevará el cincuenta por ciento sólo por in-tentarlo. En el peor de los casos, son ellos quienes se arriesgan a ser des-cubiertos.»

Y sin embargo, mi mente da vueltas a potenciales modos de fracaso. Uno se acerca.

Pasamos despacio bajo un puente de la autopista y nos detenemos tras una furgoneta idéntica que acelera rápidamente, toma nuestro antiguo rumbo y a la misma velocidad y nos deja aparcar en su sitio. La conductora, que atisbo fugazmente, es otra Irene-golem inherente-mente leal.

Es el viejo cambio de coches, usado por primera vez hace más de cien años, pero modificado últimamente con chasis reconfigurables y estirapiel camaleónica para que esta furgoneta parezca distinta cuando Gineen y su grupo se marchen de nuevo.

Observando las paredes de hormigón que sostienen el túnel, diviso una traficara, su lente recién cubierta de cagadas de pájaro. De ver-dad, por si hay análisis posteriores.

Hasta ahora, bien. A pesar de todo me siento triste, porque me parece burdo y poco profesional. Estas medidas pueden engañar alas espicámaras y a los mirones, posiblemente incluso a los fisgones priva-dos contratados por Hornos Universales. Pero hace falta algo más que unos cuantos trucos para engañar a los polis de verdad. Esto sólo funcionará si nuestra pequeña aventura no se vuelve ilegal.

—Salga, espere exactamente ocho minutos y luego continúe hacia ese bosquecillo —explica Vic Collins, señalando con uno de sus dedos teñidos a cuadros hacia un grupo de árboles geniformados—. Controlamos, o hemos desconectado, todas las cámaras, desde aquí hasta allí.

— ¿Está seguro de eso? —La falta de tiempo de preparación requiere una política de fuerza bruta que preferiría haber supervisado yo mismo.

Él asiente.

A menos que se reestructure algún ojo-en-el-cielo en los próximos minutos. En el bosquecillo haga usted su primer cambio, deje la bolsa con la ropa que lleva y salga como un idnaranja utilitario. Enviaremos un perro más tarde, para recogerla bolsa.

Asegúrese de hacerlo. Si me siguen hasta el bosquecillo, un examinador experto deducirá el truquito del cambio de coches.

—Entonces no debe dejar que nadie lo siga hasta el bosquecillo —concluye Vic Collins—. Contamos con su habilidad.

Oh, hermano.

—La estación de autobuses es clave. Me escabulliré allí, entre la multitud de ídems. ¿Hay más suministros esperando en la taquilla que especifiqué?

—Encontrará usted otra bolsa con una muda de ropa y tinte para la piel —Collins alza una mano, adivinando mi siguiente pregunta—. Y sí, el tinte es una variante de gris: perfectamente legal. Podremos decirle a la poli que es su prerrogativa.

—Prerrogativas antes que rogativas —contesto—. Si sospecho si-quiera que estoy implicado en algo más que una infracción de Clase Seis, lo dejo. No importa lo elevada que sea la suma de responsabilidad que hayan fijado.

—Tranquilo, idMorris —me calma frene—. No tememos a la ley. Nuestro único objetivo con este subterfugio es impedir que HU nos relacione…

—O sospeche del pequeño reconocimiento de hoy, sí. Podrían hacer que las cosas fueran desagradables, aunque nos ciñamos a lo legal.

—Estas precauciones son para la protección de su rig tanto como para la nuestra, idMorris. Con lo que usted descubra hoy, podremos estrechar nuestro cerco y luego cursar denuncias concretas contra Hornos Universales, basándonos en las leyes de las revelaciones técnicas. Lo bonito de todo esto es que nunca tendrán un motivo para relacionarle a usted con nuestro pleito.

Tiene sentido. Es decir, ¡suponiendo que yo no decida contárselo todo a Eneas Kaolin en cuanto entre en Hornos Universales!

Cierto, rompería mi vínculo y perdería buena parte de la credibilidad tan duramente ganada por Albert, pero habría compensaciones. Tal vez Kaolin me convierta en sujeto de sus experimentos de extensión de vida de ídems. ¡Podría tener más de otras doce horas, tal vez muchísimas más!

Ja. ¿De dónde he sacado esa idea? Era casi… bueno, frankie… confundiendo el «Yo» más importante con el yo trivial que tiene estos pensamientos.

¡Qué extraño!

De todas maneras, para qué soñar con cosas que nunca haré. O con un futuro de pega que nunca conseguiré.

— ¿Y después de la estación de autobuses?—me pregunta Vic Collins.

—Tomaré el dino 330 hasta la calle Riverside y la sede de HU. Me encaminaré directamente a la entrada de empleados, mostraré mi identificación, y tengo la esperanza de que su IA de seguridad sea tan laxa corno ustedes esperan. Una vez más, sise equivocan en eso, si hacen alguna pregunta inconveniente, me daré la vuelta y me marcharé.

—Comprendemos —dijo la ídem roja, asintiendo—. Pero confiamos en que le dejen pasar.

Irene y compañía, de algún modo, saben que Ritu Maharal contrató a uno de los grises de Albert Uno que desapareció hace unas cuantas horas. Con todo, los guardias de HU puede que me dejen pasar, al suponer que estoy trabajando para una accionista importante. El truco puede funcionar en la puerta de entrada, donde cientos de personas reales e ídems pasan cada hora.

Demonios, hordas de turistas forman cola para obtener pases de visita y forman grupos guiados para ver la fábrica donde se crean sus cuerpos desechables.

¡Pero Wammaker y sus amigos esperan que yo pase por varios con-troles más, cada uno más seguro que el anterior, observando con atención a medida que avanzo, ojo avizor a los tecnoindicios sin llegar a cometer nunca fraude ni mentir descaradamente!

(¿Ha preparado Vic Collins un fallo de seguridad de antemano? ¿Algún soborno interno para facilitar las cosas? Parece de los que saben cómo hacerlo, con sus modales furtivos de superioridad. Es buena cosa tener grabadas nuestras conversaciones en la grabadora para la que estoy subvocalizando ahora mismo.)

Y desde luego han pagado por adelantado. Criptopasta, codificada en una de las cuentas de Albert. Sólo tengo que intentarlo. Hacer un modesto esfuerzo. Una tarifa del setenta y cinco por ciento por entrar.

Ojalá me dejaran ir con mi moto a Universal, en vez de hacerme pasar por toda esta charada. Aficionados. El resto de mi «vida dedicada a ellos. Haciéndolo todo lo mejor posible para que este trabajo de espías de medio pelo funcione.

Pero ¿y si sus sospechas son ciertas y contribuyo a demostrarlo?

Si Hornos Universales está frenando deliberadamente mejoras importantes en idtecnología, la noticia podría ser gorda. La reputación de Albert subiría como la espuma.

Y yo le habré creado un nuevo enemigo. Una de las más grandes corporaciones de la Tierra.

17 Gris gracioso

…RealAl decide acerca de una expedición, una compañía y un disfraz…

Ritu Maharal parecía reacia a acompañarme en un viaje de último minuto al desierto. ¿Pero cómo iba a negarse? Casi ninguno de los motivos que podría haber alegado su madre (desde el pudor hasta el estar muy ocupada) significa nada hoy en día.

Es mucha distancia por carreteras serpenteantes —dijo, evidentemente poniendo una excusa—. Podría haber retrasos. Si estamos fuera más de un día, ¿cómo volveremos a casa?

Yo tenía preparada una respuesta.

Si parece que estarnos a punto de expirar, podemos parar en un merca-id hacer que nos congelen la cabeza.

— ¿Ha enviado alguna vez su cabeza desde un merca-id? —en la pantalla su rostro oval frunció el ceño—. El idcopo puede tardar días en llegar, y nunca está tan fresco como dicen los anuncios.

—No tendremos que enviar nada. Copiaré otro gris y lo llevaré en el coche, para descongelarlo si nos quedarnos cortos de tiempo. Así podré terminar mi exploración y traer las cabezas de vuelta en una nevera.

Al menos, eso es lo que le dije a Ritu. De hecho, tenía otros planes. Planes de los que ella no tenía que enterarse.

NEAS. No era asunto suyo.

— ¿Está seguro de que esto es importante?—preguntó ella, agitando sus brillantes rizos negros de manera un poco petulante. Me pregunté si aquella importante accionista de HU se preocupaba por el coste de un goleen.

—Dígamelo usted, Ritu. Dice que quiere resolver la muerte de su padre, pero nunca se ha molestado en decirme que su familia tiene una cabaña junto a la frontera, a poca distancia del sitio del accidente.

Ella dio un respingo.

—Tendría que haberlo mencionado. Pero, sinceramente, creía que papá se había deshecho de ese lugar hace tiempo, antes de que yo cumpliera los dieciséis años. ¿Cree que podría estar relacionado con su… accidente?

—Por experiencia sé que no se puede descartar nada en las prime-ras etapas de una investigación. Así que por favor, recopile todos los datos que encuentre referidos a esa propiedad. Y antes de imprintar, piense un ratito en sus viajes de infancia a la cabaña, para que su gris no tenga problemas de memoria.

Suelo hacer eso: pedirle al cliente que se concentre en un tema antes de que envíen un golem para ser interrogado. Por algún motivo, la mayoría de la gente no imprima del todo su Onda Establecida: es el efecto de la copia floja, una especie de amnesia «queso suizo»; el ídem trata de acceder a los recuerdos más antiguos. A mí nunca me pasa. Mis grises incluso recuerdan algunas cosas que yo no consigo recordar en carne y hueso. Me pregunto por qué.

Tras vacilar otro momento, Ritu finalmente accedió con un gesto entrecortado.

—Muy bien. Si piensa usted que es importante.

—Espero que ayude a resolver el caso.

Ella tamborileó con sus largos y elegantes dedos sobre la mesa que tenía delante de la pantalla.

Ahora mismo estoy en Hornos Universales. Arreglando papeleo para mantenerme ocupada… aunque Eneas me ha dado permiso indefinido.

Nada de eso era relevante para mis necesidades actuales, al menos no en el plano práctico. Sin embargo, advertí de repente lo poco sensible que había sido. Después de todo, se trataba de la muerte reciente de su padre.

Sí, bien, sé lo duro que es para usted. Dígame, ¿han llegado a encontrar…? —Hice una pausa, pero no había palabras mejores—. ¿Han llegado a encontrar al fantasma del doctor Maharal?

—No —Ritu miró el monitor, con aspecto apenado y un poco confuso. Sus labios temblaron—. No hay ni rastro del ídem. Encas está bastante molesto. Piensa que su gris desaparecido tiene algo que ver.

«Más bien al revés», pensé, recordando las molestias que Yosil Maharal se tomó, cuando estaba vivo, para desaparecer de la vista. ¿La principal teoría en ese momento? Mi gris debió de pillar al fantasma de Maharal escabulléndose. Al perseguirlo, habré caído en una trampa.

Hago eso a veces: subestimar la presa. Nadie es perfecto… y uno puede volverse perezoso cuando esos errores no son nunca permaletales. Hace que te sorprendan aquellos detectives de los viejos tiempos, que se enfrentaban y confundían a malos implacables equipados con una sola vida. Esos tipos sí que los tenían bien puestos.

Así que el gris número uno podía ser ahora mismo un charco de materia en disolución, hundiéndose en la hierba en algún lugar de los terrenos de la mansión Kaolin. Y a estas alturas el fantasma de Maharal podía estar… ¿qué? ¿Disfrutando de su última hora en reclusión en alguna parte? Tal vez pasándola con una copia Wammaker alquilada, por lo que yo sabía.

O, más bien, ejecutando alguna tarea final para su enigmático hacedor. Algo profundo, complejo, y posiblemente nefando. No podía desprenderme de esa sensación.

—Estoy dispuesto a enviar a otro gris a la mansión, y a colaborar en la investigación —ofrecí.

—Puede que no sea una buena idea —respondió Ritu, vacilante—. Eneas quiere que su gente se encargue del asunto. Pero usted y yo podemos investigar otros. De hecho, este viaje al desierto puede ser útil, después de todo. ¿Cuándo empezamos?

Asombrado de su cambio de tono, asentí.

—Bueno, podría hacer usted una copia allí mismo en HU… —Prefiero hacerla en casa… y empaquetar unas cuantas cosas. Además, puede que haya alguna foto de la cabaña en mis álbumes. —Eso ayudaría.

Ritu hizo una mueca.

— ¿Está seguro de que esto no puede esperar hasta mañana?

De hecho, esperar habría sido aconsejable. Y sin embargo, yo sentía una acuciante sensación de urgencia. Una necesidad de continuar adelante con la parte del plan que Ritu Maharal no tenía motivos para conocer.

—Pasaré a recogerla a las seis. De esa forma, cruzaremos el desierto de noche y llegaremos al territorio de las mesetas al amanecer. Ritu se encogió de hombros, resignada.

—Muy bien. Mi dirección es…

—No —negué con la cabeza—. Nos veremos mejor en casa de su padre. Quiero echarle un vistazo. Podremos hacerlo antes de poner-nos en marcha.

Tuve que hacer las maletas rápidamente. El Volvo tiene un compartimento extensible atrás, diseñado para cargar tres repuestos golem imprintados en un vac-pac, o sólo uno con un hornillo de cocción rápida. Incluso hay sitio de sobra para llevar algunos utensilios forenses. Ya había preparado un idcubo gris para el maletero. Tenía tiempo suficiente para un cambio.

Me desnudé, me metí en la ducha, y le pedí a Nell que me griseara. —Primero protégete los ojos —me recordó.

—Oh, sí. —Tomé un contenedor del estante y me puse un par de lentes de contacto oscuras, de orbe completo. Hacía tiempo que no lo hacía, así que me picó un poco.

—Listo.

Una sensación cosquilleante empezó a subir desde los dedos de mis pies hacia arriba.

—Abre las piernas y levanta los brazos —dijo Nell.

Obedecí, sintiéndome un poco extraño mientras ella pasaba un láser de resonancia por mi piel, quemando vello y células epiteliales muertas en un billón de explosiones proteínicas microscópicas, un apurado mejor de lo que nunca podría conseguir una cuchilla. Chorros de aire apartaban ceniza y suciedad, seguidos por gotas fónicas de una solución especial, para sellar y nutrir mis poros durante las horas que pasarían aislados del aire.

A continuación vino el trabajo de pintura, siguiendo mi propia fórmula secreta. En cuestión de minutos, a falta de algunos retoques, pasaría por un golem de alta calidad. Si no se me inspeccionaba de cerca. Pospuse meterme la pieza en la boca un rato todavía. Resulta un poco incómodo.

El procedimiento no es exactamente ilegal; no es lo mismo que disfrazar un golem para que parezca real en público. Pero se desaconseja vivamente.

Alguien podría matarme de un disparo cuando estoy así, y escapar con una simple multa. No me extraña que no se haga mucho. Irónica-mente, por eso un aficionado dotado como Yosil Maharal casi logró colar una versión inversa del mismo truco hace unas pocas semanas. Al estudiar aquellas imágenes grabadas mi especialista ébano había tenido la suerte de divisar algunas discrepancias delatoras en la textura de la piel. Discrepancias que yo examiné cuidadosamente en mi habitación.

Naturalmente, podría mencionar otra diferencia entre el difunto padre de Ritu y yo.

Cuando él intentó este subterfugio, pretendía ocultar algún oscuro secreto. Pero mis motivos eran más sencillos. Lo hacía por amor.


Bueno, eso parecía en ese momento. Ébano-yo se quejó de lo impulsivo de mi decisión de hacer aquel viaje en persona.

—Estás actuando emocionalmente. Clara te dejó un marfil en el frigorífico. Eso debería saciar tus impulsos animales hasta que regrese el fin de semana.

—Un marfil no es lo mismo. ¡De todas formas, la cabaña de Maharal está casualmente cerca del campo de batalla! No puedo dejar pasar esta oportunidad de pasarme por allí y sorprenderla.

—Entonces envía tu propio marfil. No hay ninguna necesidad de ir en persona.

No respondí. El ébano estaba celoso. Sabía que Clara y yo podemos tomar o dejar el idsexo casual, incluso con gente de fuera de vez en cuando, porque no importa. No más que una fantasía de paso.

Porque no hay ningún sustituto real para lo que es de verdad. No para nosotros.

—Esto no es un uso productivo del tiempo —dijo mi doppelganger hiperlógico, probando una táctica diferente mientras yo metía algunas prendas en una maleta.

—Para eso te tengo a ti —repliqué—. ¡Sé productivo! ¿Debo su-poner que nuestros otros casos están en marcha?

Lo están —mi versión negro brillante asintió—. ¿Pero qué pasará cuando expire, dentro de menos de dieciocho horas?

—Mete la cabeza en el congelador, por supuesto. He imprintado otro negro, junto con un gris y un verde, por si necesitas que se hagan cargo de algo.

Ébano-yo suspiró, como de costumbre, considerando que mi yo real era infantil e impulsivo.

—Ninguno de los nuevos ídems tendrá mis recuerdos recientes. La continuidad se romperá.

Entonces descongela a tu sustituto una hora antes y ponlo al día.

— ¿Con palabras? Ya sabes lo ineficaz…

Nell te ayudará. De todas formas, yo debería estar de vuelta antes de que el ébano del miércoles se desvanezca. Entonces cargaré sus recuerdos, y los tuyos, del congelador.

—Eso dices ahora. Pero te has distraído antes y has dejado cerebros estropeándose en el frigorífico. Además, ¿y si te matan con ese tonto disfraz?

Dedos largos, del color del espacio, se extendieron para pellizcar mi falsa piel gris.

—Tomaré todas las precauciones para no permitir que eso suceda —prometí, apartándome para esquivar aquellos ojos oscuros. Es duro mentirte a ti mismo, sobre todo cuando estás de pie delante de ti.

—Asegúrate de hacerlo —murmuró ébano—. Seré un fantasma malísimo.


Camino de casa de Maharal, desconecté el hipercauteloso auto-piloto del Volvo y conduje manualmente. Internarme en el tráfico me calmó los nervios… aunque algunos peatones verdes gritaron obscenidades cuando pasé zumbando. Muy bien, podía conducir mejor. Eché la culpa a mi disfraz de influirme subsconscientemente. O podrían haber sido las noticias de la guerra.

Los recientes reveses en el campo de batalla y el gran número de bajas han obligado a retirarse a las fuerzas ZEP-USA a un espacio cerrado, de espaldas a las montañas Cordillera de la Muerte. Aunque la posición parece fuerte para tácticas defensivas, los corredores de apuestas ya han empezado a ofrecer compensaciones anticipándose al final, con la convicción de que la batalla está perdida.

»Si es así, y los icebergs en disputa van a parar a Indonesia, esta debacle proyectará dudas sobre el plan del presidente Bickson para permanecer apartados de la Columna Acuífera Ecotóxica del Suroeste.

»Ante un revés de los votantes relacionado con la CAECTS, los líderes del Congreso han empezado a recoger e-firmas para una petición de demarquía, exigiendo que Bickson ofrezca una negociación y corte las pérdidas de la ZEP antes de que sus Fuerzas Armadas sean aniquiladas por completo.

»Pero un portagolem de la Casa de Cristal descartó esa opción, insistiendo en que confía en la victoria en el campo de batalla. “Es todo o nada —dijo el idBickson—. Cuando se trata de combatir la CAECTS, medio iceberg es igual que ninguno.”

Maldiciendo, le dije a la radio que se callara. Luego le pedí a Nell que me hiciera un recordatorio-sumario de la biografía de Yosil Maharal.

A pesar de haber tenido doce horas enteras para investigar, Ndl no había podido encontrar gran cosa sobre su infancia antes de su llegada como refugiado de una de esas desagradables guerras étnicas que so-lían tener lugar en el sur de Asia, a principios de siglo.

Adoptado por parientes lejanos, el tímido niño se esforzó en sus estudios, poco interesado en las relaciones sociales. Más tarde, siendo ya un prometedor científico, Yosil ignoró las modas ciber y nanotec, ya condenadas, concentrándose en cambio en el campo virgen de la nenrocerámica. Después de que Jefty Annonas resolviera la misteriosa maravilla flotante de la Onda Establecida del Alma (más intrincada que el genoma), Maharal se unió a una nueva compañía liderada por el mayor Vic de nuestro tiempo, Eneas Kaolin.

Nunca se casó. La mezcla de genes y el acuerdo de nutrición con la madre de Ritu implicaba en un principio unos cuantos esquemas de responsabilidad; en un momento hubo incluso una pareja gay; la gestión del estado de cuentas y un primo desheredado. Pero todos aquellos senil-padres y adjuntos desaparecieron años antes de que la madre de Rita muriera en un accidente de helicóptero, cuando ésta tenía doce años.

«Ah. Y ahora el reloj de papá también se ha parado. La vida no es justa. Pobre chica.»

Me sentí un poco culpable de obligarla a hacer aquel viaje. Pero tenía una corazonada respecto a la »cabaña» de su padre, y la ayuda de Ritu podía ser vital. De todas formas, si su gris encontraba traumático el viaje, realRitu podría tirar la cabeza sin cargarla. No hay memoria, no hay pecado. Nuestros antepasados, que sufrían mucho más que nosotros, nunca tuvieron esa opción.


Una limusina negra todoterreno esperaba delante de la dirección que Ritu me dio. Le envié a Nell un escaneo de la matrícula y me respondió que pertenecía a Hornos Universales.

»Vaya. El bueno de Kaolin le ha prestado una limusina —pensé. Pero claro, no pierdes todos los días un amigo íntimo y tu ayudante un padre.»

Aparqué mi desvencijado coche detrás del brillante Yugo y me acerqué a la casa: una verdadera casa, más grande que la media, sin mucho patio pero cubierta por paneles solares inclinados para atrapar cada rapo de luz, placas oscuras para energía fotovoltaica y verdes para reciclar residuos domésticos. Había suficientes celdas de alcantarilla-do para una familia activa, pero sólo unas cuantas tenían cultivos de algas. De hecho, la mayoría parecían completamente abandonadas.

Un pisito de soltero, entonces. Y el soltero se pasaba largos períodos fuera de casa.

Subí catorce escalones, pasando entre loquots decorativos que merecían más atención. Al detenerme ante los pobrecillos, me sentí tentado de sacar mi cortador y cortar algunas ramas entrecruzadas. Después de todo, era temprano.

Entonces advertí que la puerta estaba entornada.

Bueno, me estaban esperando. A pesar de todo, tuve mis dudas. Como detective privado con licencia y cuasiagente del cuerpo civil, no podía entrar sin más. Según la ley, tenía que anunciarme.

¿Ritu? Soy yo, Albert —evité el modo de hablar ídem gramáticamente correcto, aunque iba disfrazado de golem. La mayoría de la gente es lenta con esos detalles, al fin y al cabo.

El suelo del recibidor estaba moteado por una claraboya mosaico de elementos activos que ofrecía colores aleatorios y producía efectos de luz y sombra. Ante mí, unas escaleras subían dos rellanos antes de llegar al piso superior. Al mirar a la izquierda, vi un salón despejado, amueblado con un estilo cyberpunk algo falso.

Un leve ruido (más bien un roce apresurado) me llegó desde la derecha, más allá de un conjunto de puertas dobles de madera tallada con cristales esmerilados. No había ninguna luz dentro de esa habitación, pero se distinguía una sombra que se movía furtivamente al otro lado.

Un murmullo… unas cuantas palabras que no podía oír bien, algo así como: «… dónde habrá escondido Betty…».

Un escalofrío me recorrió la espalda. Toqué una de las puertas. El cristal era ala vez áspero y frío: sensaciones perfectas que me recordaron el detalle principal que no debía olvidar.

»Eres real. Así que ten cuidado.»

¡Como si necesitara que me lo dijeran! Los recelos tamborilearon en mi Onda Establecida, corriendo de un lado a otro entre el único corazón orgánico y el único cerebro que tendré jamás. Como ídem, podría entrar a saco en la habitación de al lado, sólo para ver qué pasaba. Pero corno heredero orgánico de cavernícolas paranoicos, me contenté con dar un empujoncito a una puerta y luego mantenerme apartado del umbral mientras se abría.

Hablé más fuerte.

— ¿Hola, Ritu?

Allí estaba el despacho de Yosil Maharal, con una mesa y- una estantería llena de anticuados tomos de papel y folios impresoláseres. Un estante contenía sus premios y menciones. En otros había extraños trofeos, como uno hecho con manos montadas, de varios tamaños y colores. Algunos estaban abiertos para mostrar sus partes metálicas, reliquias de una época en que el barroid tenía que ser esparcido sobre armazones robóticos, cuando rechinantes duplicados eran tecnojugetes para los ricos, a la vez burdos y asombrosos, y permitían que los miembros de la elite dividieran sus vidas y estuvieran en dos lugares a la vez.

Una época en que los ídems era llamados «representantes», y los que podían permitírselos parecían destinados a tener vidas mucho más grandes que el resto de la humanidad. Antes de que Eneas Kaolin diera a las masas la posibilidad de autocopiarse.

Era toda una exposición. Pero en aquel preciso momento mi principal preocupación era la parte de la habitación que no podía ver, lejos de la ventana, envuelta en sombras.

—Luces —probé desde la puerta. Pero el ordenador de la casa funcionaba con una voz concreta, impidiendo a los invitados desconocidos ni siquiera el control de cortesía. Yosil era todo un anfitrión.

Podría transmitir la orden a través de Nell, presentando mi con-trato de investigación con la hija y heredera de Maharal. Pero la cadena de apretones de manos y regateos probados podía tardar minutos, distrayéndome todo el tiempo.

Sin duda tenía que haber a mano un interruptor convencional… al alcance también de alguien que acechara en la oscuridad armado con todas las armas que mi ansiosa imaginación podía proporcionar.

¿Estaba siendo paranoico? Bien.

—Ritu, si es usted, dígame que entre… o que espere fuera.

Oí un suave ruido en el interior. No respiración, sino otro roce. Sentí tensión tras la puerta. Algo como energía acumulada.

— ¿Es usted, idAlhert?

La voz llegó desde las escaleras, detrás de mí. Ritu me llamaba, sin ningún atisbo de sospecha.

— ¡Síl Soy yo —respondí sin volverme—. ¿Tiene… tiene compañía?

A través del cristal esmerilado, divisé otro movimiento. Esta vez se enderezaba, quizá con resignación. Me aparté varios pasos, dejando espacio a quien quisiera salir.

También busqué rutas de escape, por si acaso.

— ¿Qué ha dicho?-gritó de nuevo Ritu desde arriba—. No le esperaba hasta dentro de una hora. ¿Puede esperar?

Una silueta cruzó la mitad cerrada de la doble puerta esmerilada. Alta, angulosa… y gris. Se acercó más.

¡Por un instante, creí que lo tenía! ¿Un gris furtivo, en esta casa? ¿Quién podía ser sino el fantasma? ¡El fantasma de Maharal! El que no quería pasar sus últimos momentos en un laboratorio, siendo diseccionado en busca de recuerdos. Ahora sería un espectro hecho despojos, sobreviviendo por pura fuerza de voluntad, quemando su reserva inicial de élan vital antes de derretirse.

Me dispuse a saltar, exigiendo respuestas. ¡Como qué había pasa-do con mi propio ídem! El que envié a la mansión esa maña…

Entonces parpadeé sorprendido. La figura que salió no era el fantasma de Maharal. Ni tampoco ora gris, estrictamente hablando.

Un brillante platino salió a la luz moteada. El golem-sigil de su frente brillaba como una joya.

—Vic Kaolin —dije.

—Sí —asintió el ídem, disimulando su agitación con antipatía—. ¿Y quién es usted? ¿Qué asunto le trae a esta casa?

Sorprendido, alcé una ceja pintada.

—Vaya, el trabajo para el que usted me contrató, señor.

Eso no era estrictamente cierto. Quería sondear el grado de ignorancia de aquel ídem. Su brillante expresión se congeló, transforman-do rápidamente la antipatía en protección.

—Ah… sí. Albert. Me alegra volver a verlo.

A pesar de su débil esfuerzo por recuperarse, aquél era claramente un idKaolin distinto al que yo había visto esa mañana temprano, cuan-do el amanecer iluminaba las ventanas cubiertas del edificio Teller. Tampoco compartía ningún recuerdo reciente con el que telefoneó a mi casa a eso de mediodía, molestándome mientras imprimaba al ébano. Éste no me recordaba en absoluto.

Bueno, en sí mismo, eso significaba poca cosa. Podría haber sido imprimado horas antes. ¿Pero entonces, por qué fingir que me conocía? ¿Por qué no admitir simplemente ignorancia? Podía enviar una so-licitud a su rig pidiendo una puesta al día al Kaolin real.

Aquí había una lección de la vida: no molestes al poderoso. Que conserven la dignidad. Siempre dales una salida.

Señalé el despacho de Yosil Maharal.

— ¿Ha encontrado algo útil?

La expresión de alerta aumentó.

— ¿Qué quiere decir?

—Quiero decir que está usted aquí por cl mismo motivo que yo, ¿no? Buscando pistas. Algo que explique por qué su amigo escapó de la ciudad y eludió el Ojo Mundial que todo lo ve durante semanas seguidas. Y sobre todo qué hacía anoche, cruzando el desierto a toda velocidad y estrellándose en el viaducto de la autopista.

Antes de que él pudiera responder, Ritu volvió a llamar.

—¿ Albert? ¿Con quién está hablando?

Los ojos oscuros de idKaolin encontraron los míos. Siguiendo un impulso, le di una salida.

— ¡Me he encontrado con un nuevo Eneas subiendo por el camino! —grité—. Entramos juntos.

El ídem platino asintió. Reconocía una deuda. Habría preferido pasar inadvertido, pero mi tapadera valdría.

¡Oh, Eneas, no tienes que molestarte tanto! Estoy bien, de verdad —ella parecía exasperada—. Pero ya que estás aquí, ¿quieres atender a Alberto?

—Por supuesto, querida —respondió idKaolin, mirando breve-mente escaleras arriba—. Tómate tu tiempo.

Cuando se volvió de nuevo hacia mí, no había ni astro de agitación ni de belicosidad. Sólo calma serena.

— ¿De qué estábamos hablando? —preguntó.

« ¡Mierda! —pensé—. Lo más normal es esperar que un rico hijo de puta pudiera comprarse repuestos ídem que se concentren mejor.» En voz alta, le insté:

Pistas, seña.

—Ah, sí. Pistas. Busqué algunas, pero… —la cabeza platino se sacudió a izquierda y derecha—. Tal vez un profesional como usted pueda hacerlo mejor.

«A pesar de todo, Kaolin está sólo suponiendo que soy un didtective —pensé—. ¿Por qué no lo pregunta sin más?»

Después de usted —indiqué amablemente, insistiendo en que volviera a entrar en el despacho delante de mí.

El se volvió, pronunció una orden, y la luz inundó la habitación. Así que Maharal debía de haber concedido autorización vocal a su je-fe. O bien…

Sentí otro vago recelo titilar en la parte de mi cráneo donde encadeno esa bestia loca pero creativa, la paranoia. Manteniendo al ídem a la vista, sin darle nunca completamente la espalda, me acerqué a una de las panoplias mientras cifrocodificaba con mis dientes.

«Nell. Verifica que Kaolin envió a este id. Confirma que es legítimo.»

Ella reconoció la orden, destellando en mi ojo izquierdo. Pero incluso con mi prioridad como tipo real, la solicitud llevaría tiempo, dejándome lleno de dudas.

El doctor Maharal era experto en la tecnología de duplicación, y un hobbista dotado en el arcano arte del disfraz. También parecía burlar-se de meros inconvenientes como la ley. Con su acceso de Hornos Universales podía tomar prestados todo tipo de moldes… incluyendo posiblemente el de Eneas Kaolin.

¿Entonces, podría este platino ser otro fantasma Maharal, disfrazado como el Vic?

Pero eso no tenía sentido. El cadáver de realMaharal llevaba frío casi un día, pero el platino parecía mucho más nuevo. De ninguna manera podía ser el papid de Ritu disfrazado.

«Bueno, la imaginación orgánica no tiene que tener sentido —recordé—. Ni la paranoia que ser razonable. Es una bestia que ladra a la nada… hasta el día en que acierta.»

Había una forma sencilla de verificar la identidad del platino. Como persona real, yo podía volverme y exigirle su placa… al coste de re-velar mi propio disfraz. Decidí no hacerlo. Nell respondería pronto, de todas formas. Así que fijé mi atención en la casa de Maharal.

El despacho mostraba signos de haber sido registrado por un aficionado. Las patas de las mesas no coincidían con las viejas marcas de la alfombra. El contenido de los libros y los expositores había sido cambiado levantando polvo mientras alguien buscaba algo, tal vez paneles ocultos.

Aprendí un montón sólo con mirar los folios impresoláseres. Apenas los habían tocado, así que Kaolin no debía de estar buscando datos o software robados.

¿Entonces qué?

« ¿Y por qué está intentando buscar él solo? Tiene gente de seguridad. Puede contratar a expertos forenses o incluso una unidad policial en tiempo libre.»

Al principio pensé que el problema podría ser Ritu, que estaba con su jefe e impedía a Kaolin acceder a la casa de su padre. Eso podía explicar aquella entrada furtiva (tratar de registrar el lugar sin alterarla), lo cual implicaba alguna necesidad de mantenerla en la oscuridad.

Excepto que la actitud tranquila de Ritu de hacía unos momentos, al darnos permiso a ambos para echar un vistazo, no encajaba con la imagen de una discusión entre Kaolin y la hija de Maharal. Al menos no una discusión abierta.

Al mirar al Vic, vi que había recuperado su famosa compostura propia de esfinge. Sus ojos oscuros me seguían; tal vez estaba molesto todavía porque lo había encontrado allí. Sin embargo, parecía dispuesto a sacar el mejor partido. Supervisar a un experto en su trabajo era más propio de su estilo.

Había fotos en las paredes, tanto en el despacho como en el vestí-bulo exterior. En algunas se veía a Yosil posando con gente que no re-conocí; usé mi arcaico pero servicial implante ocular para tomar instantáneas de algunas, para que Nell las identificara. Pero la mayoría de las imágenes mostraban a una Ritu más joven en acontecimientos diversos, como la graduación, una competición de natación, montando a caballo y esas cosas.

Tal vez debería haberle dado al lugar un repaso importante, una búsqueda de las substancias que aparecen en la Lista Internacional de Peligro requeriría minutos con un buen escáner. Pero fuera lo que fue-se que pretendía Maharal, sospeché que no sería algo obvio.

Una transect inercial sería más reveladora. Pasando de una habitación a otra, abrí cajones yarmarios, asomándomelo suficiente para tomar una perspectiva completa y transmitirla a Nell, y luego pasando a la siguiente. Ella no necesitaría color, sólo ángulos múltiples y sellos de posición, hasta medio centímetro, usando principios de investigación que habría entendido George Washington. Cualquier cámara o compartimento secreto aparecería en la geodésica resultante.

Kaolin expresó su aprobación. Pero una vez más, si quería hacer este tipo de trabajo, ¿por qué no contratar a todo un equipo de investigación que hiciera un rastreo a conciencia?

Tal vez el asunto era tan delicado que sólo podía confiar en sus propios duplicados.

Si era así, mi presencia debía de causarle sentimientos encontrados. Yo había dejado de trabajar para Kaolin cuando encontraron el cuerpo de Yosil Maharal aplastado en su coche… cuando el caso pasó de sospecha de secuestro de un empleado valioso a los vagos resquemores de una hija que se temía un asesinato. Tomé nota mentalmente para preguntarle a Rin’ por la relación de su padre con el jefe de HU. Si se trataba de asesinato, podía imaginarme escenarios en los que el Vic formaba parte de una corta lista de sospechosos.

Pongamos por caso lo que le pasó al fantasma de Maharal (y a mi gris) hacía unas pocas horas. ¿Podría haber preparado Kaolin que ambos desaparecieran en su propiedad? Tal vez el gris se acercó demasiado a la verdad. Tal vez el fantasma tenía buenos motivos para huir.

Pronto la transect de la planta baja quedó completa. El análisis preliminar de Nell no mostró ninguna cámara secreta. Al menos ninguna más grande que una rebanada de pan. Pero sí que citó una anomalía.

Faltaban dos fotografías. Colgaban cerca del pie de las escaleras cuando yo llegué. ¡Ahora, mi ordenador doméstico me informaba de que habían desaparecido! Sus sombras todavía aparecían en infrarrojo, un poco más frescas que la pared.

Me volví en busca de Vic Kaolin… y lo vi saliendo del cuarto de baño. Al fondo sonaba el borboteo de tina cisterna. ¡Acababa de des-hacerse de algo tirándolo por el desagüe! El ídem platino me miró, la viva imagen de la inocencia, y yo maldije entre dientes.

Si hubiera venido como especialista ébano, afinado y equipado para hacer un análisis forense sobre el terreno, podría haberlo vigilado literalmente con un ojo en la nuca. Ahora, poco podía hacer. Interrogar a Kaolin sólo lo molestaría y no explicaría lo de las fotos.

Decidí que era mejor esperar. Que pensara que no me había dado cuenta. Tal vez le preguntara a Ritu por las fotos más tarde.

Fui a mi Volvo, abrí el maletero y saqué un cascador con recogida sísmica. Tras volver a subir las escaleras con el equipo, planté detectores por toda la casa. En unos momentos sabría si había cámaras secretas subterráneas. Era improbable, pero merecía la pena comprobarlo.

Mientras esperaba a que llegaran los datos, hurgué en la unidad recicladora de la parte trasera, con sus múltiples entradas para metales, plásticos, materiales orgánicos y electrónicos. Y barro. Todos los contenedores tendrían que haber estado vacíos, ya que Yosil Maharal se pasó las últimas semanas fuera de casa. Pero según los indicadores había masa en la unidad de eliminación de golems. Suficiente para pertenecer a una forma humanoide de tamaño normal.

Abrí el panel de acceso… sólo para ser testigo de cómo una tenue figura gris se desmoronaba ante el súbito asalto del aire, convirtiéndose rápidamente en pasta.

El olfato es un sentido poderoso. Por los vapores que emanaban de la forma desmoronada, podía deducir muchas cosas. Murió antes de su expiración… y no hacía más de una llora. Actuando rápidamente, me-tí la mano dentro para buscar el lugar donde antes estaba el cráneo, y palpé a través de la materia que se disolvía hasta encontrar un objeto pequeño y duro: la placa de identificación. Más tarde, en privado, podría hacerle un rápido examen y averiguar si eso significaba algo… o si un vecino simplemente había arrojado un ídem de más en el Contenedor Maharal para ahorrarse la tarifa de reciclado.

Secándome las manos en una toallita, volví a verificar las lecturas sísmicas. Naturalmente, no mostraban ninguna cámara oculta. No sé por qué me molesto. Tal vez el espíritu romántico que hay en mí sigue esperando las catacumbas de la Isla del Tesoro, algo más allá de la rutina normal de las huellas de las citicams, perseguir a violadores de copyrights y esposas infieles. Al menos ése era el diagnóstico de Clara. En algún lugar dentro de Albert Morris se hallaba el alma de Tom Sawyer.

Mi corazón latió más rápido cuando pensé en ella y en la dirección hacia la que me dirigiría al cabo de un ratito. Tal vez, después de un duro día de trabajo en el desierto, después de que el ídem de Ritu expirara, podría pasarme por el campo de batalla y sorprenderla…

Fue entonces cuando advertí un cambio. Algo faltaba. Una presencia, como una sombra, ahora desaparecida.

La silenciosa y ominosa presencia de idEneas Kaolin.

Busqué la limusina y sólo vi un hueco en la acera. La limusina se había ido.

Tal vez el golem se había marchado para evitar a la gris de Ritu, a quien pude oír ahora bajando las escaleras. Pero eso no tenía sentido ninguno, ¿no?

Nada lo tenía.

Unos momentos después, Ritu salió de la casa, con una maletita, y cerró la puerta tras ella.

—Estoy preparada —anunció algo distante, aunque amistosa. En su caso, si había alguna tendencia característica que hubiera pasado claramente del original a la copia, era la sensación de tensión que yo había detectado antes. Una protección nerviosa que en cierto modo te mantenía a raya pero que aumentaba su severa belleza.

Me apresuré a recoger mis cascadores y demás aparatos y los metí en el maletero, junto al horno portátil. Nos dirigimos al sureste, en-vueltos en el crepúsculo. Hacia el desierto, donde todavía acechan los misterios y la naturaleza puede arrancar todas las máscaras civilizadas, revelando la dura pugna que siempre ha sido la vida.

18 ¿No te alegras de ser naranja?

…mientras Frankie se pone colorado…

No es que Pallie no sea capaz de hacer ídems. Está bastante dota-do, con una autoimagen flexible que puede crear casi cualquier formagolem, desde cuadrúpedo a ornítropo o centípedo. La rara habilidad de imprintar formas no humanas le habría permitido ser astronauta, prospector oceanográfico, incluso conductor de autobús. Pero los ídems de Pal no soportan la inacción, amplificando su inquietud nuclear. Un didtective debería ser paciente y concienzudo (digamos durante una vigilancia larga), pero sus copias no pueden serlo. Con gran inteligencia e imaginación, racionalizarán cualquier excusa para transformar la inercia en movimiento.

Por eso acudió en persona esa noche, ahora hace tres años, a un encuentro con unos tipos traicioneros. La forma de Pal de ser cauteloso, supongo.

Tuvimos que meter con nosotros a su yo real en la furgoneta de Lum. La silla de ruedas de Pal en la parte trasera mientras el líder manci saltaba al asiento del conductor. Luego, con una sonrisa diabólica, Lum me ofreció el lugar del copiloto… un claro insulto a Gadarene, que gruñó ominosamente. Como no quería problemas entre los dos reacios aliados, le dejé paso al grandullón conservador con una respetuosa inclinación de cabeza. De todas formas, prefería viajar con Pal, acurrucado entre la carcasa de la furgoneta y un ajado horno portátil.

Noté el horno caliente cuando me senté encima. Alguien se estaba cociendo. Como carecía de sentido del olfato, no supe quién.

Partimos y nos mezclamos con el tráfico. El casco de cerametal ópticamente activo percibía la dirección de mi mirada de milisegundo en milisegundo, transformando automáticamente un estrecho sendero de opaco a transparente cada vez que yo miraba, forzando esa microventana a encajar con mi cambiante cono de atención. Quien estuviera fuera de la furgoneta vería cuatro circulitos oscuros moviéndose, corno di-minutas luces maniáticas, una por cada ocupante, revelando poca cosa a los extraños. Pero para cada uno de nosotros, en el interior, la furgoneta parecía de cristal.

Lum captó un rayo de navegación, que detectó cuatro pasajeros (tres de ellos reales) y nos dio prioridad, impulsándonos. Al norte, hacia el distrito de alta tecnología, siguiendo mi corazonada de dónde encontrar problemas. Era curioso cómo Lum y Gadarene estaban dispuestos a confiar en los instintos de un frankie. Como si yo supiera de lo que estaba hablando.

Los fluidos que goteaban a través de una intravenosa y las luces de diagnóstico parpadearon cuando comprobé la medconsola de Pallie. La unidad estaba cabreada con él por usar estimulantes, cosa que hizo cuando alardeó ante nosotros en el parque de patinaje abandonado.

—Como en los viejos tiempos, ¿eh? —Dijo, guiñándome un ojo—. Tú, Clara y yo, enfrentándonos juntos a las fuerzas del mal: Cerebro, belleza y físico.

—Bueno, eso describe a Clara. ¿Dónde encajamos tú y yo? Él se echó a reír, flexionando un brazo flacucho.

—Oh, no estaba tan eral en cuestión de músculos. Pero sobre todo yo proporcionaba color. Algo de lo que tristemente carece el mundo moderno.

— ¿Eh, no soy yo verde?

—Sí, y de un precioso tono viridiano falso, Gumby. Pero no me re-fiero a eso.

Sabía exactamente a qué se refería: el color que supuestamente tenían nuestros abuelos, allá en el sabroso siglo n y principios del XXI, cuando la gente corría cada día riesgos a los que pocos modernos se les ocurriría hoy exponer su preciosa carnerreal. Es extraño cómo la vida parece mucho más valiosa si tienes mucho más a lo que aferrarte.

¿A mí? Me quedaban unas dieciséis horas o así. No mucho tiempo para ambiciones o planes a largo plazo. Bien podía arriesgarlo todo.

Me volví hacia Gadarene, cuya atención estaba enfocada en un por-tal de Ojo Mundial que tenía sobre el regazo.

— ¿Alguna suerte siguiendo al gris?

El grandullón hizo una mueca.

—Mi gente ha hecho una proclama. Ofrecemos las pujas más altas por una pixhuella, pero no hay pistas. No hay nada desde la Última vez que vieron al gris, en el Estudio Neo.


—No las habrá —dije yo—. Albert sabe cómo desaparecer cuando quiere.

Gadarene se ruborizó.

—Entonces contacte con su rig. ¡Dígale que llame a su ídem!

El líder organochauvinista estaba frenético. No quise provocarlo.

—Señor, ya hemos hablado de esto. Ese gris está en modo autónomo. No se comunicará con realAlbert, porque eso constituiría una violación de contrato. Si está siendo engañado por expertos, tomarán medidas para asegurarse de que sigue engañado.

—Apuesto a que lo primero que le hicieron al gris fue desconectar la prestación de llamada de su placa —dijo Pallie.

—Pondrán e- lisqueadores en la casa de Al —añadí yo—. Nell se dará cuenta tarde o temprano, pero seguirá funcionando un rato. Así que no podemos contactar con Morris directamente. Si los conspiradores se dan cuenta, puede que se asusten o cambien de planes. —Sigo sin comprenderlo —murmuró Gadarene—. ¿Qué planes?

—Hacer que parezcamos malos —dijo Lum, olvidando su habitual buen humor—. Su grupo y el mío. Nos la están jugando. Apuesto a que Hornos Universales está detrás de esto. Si logran convencer al mundo de que somos terroristas, pueden conseguir un edicto de la demarquía que elimine los piquetes y las manifestaciones. Se acabaron las leyes de divulgación y acoso en la red por parte de grupos que se oponen a su política inmoral.

— ¿Quiere decir que se sabotearían así mismos, para echarnos la culpa a nosotros?

— ¿Por qué no? ¡Si el truco despierta la simpatía pública, tanto mejor! Puede que incluso acabe con esas leyes antimonopolio que siguen saliendo, intentando invertir la Gran Desregulación.

Pal volvió a reírse.

— ¿Qué tiene tanta gracia? —ladró Gadarene.

—Oh, estaba pensando en lo inocentes que parecen ustedes dos ahora mismo. ¿Están ensayando para las cámaras?

— ¿Qué quiere decid —preguntó Lum.

—Quiero decir que ustedes los manifestantes no violentos se han tragado sus propios cuentos. Una forma llamativa de demostrar su desaprobación de Hornos Universales. Los moralistas siempre pueden justificar apartarse de la ley cuando encaja con su sentido de lo adecuado.

Gadarenc miró a Pal, hosco.

—Esto es diferente —dijo Lum.

— ¿Sí? No importa. No me interesan las racionalizaciones en lata. Dígame hasta dónde han llegado sus preparativos.

No veo por qué…

— ¡Porque están ustedes jugando en una liga que no es la suya, caballeros! —intervine, demasiado fuerte para un respetuoso verde. Pero había pillado la insinuación de Pal y tenía sentido—. Tenemos a profesionales trabajando, poniendo en marcha un plan que llevan mucho tiempo preparando. Ahora mismo no importa si el jefazo secreto es Hornos Universales, o algún enemigo suyo. Sea lo que sea que pretenden hacer en las próximas horas, lo han preparado para que la culpa recaiga sobre ustedes.

Pero tal vez podamos ayudarlos, si son sinceros —ofreció Palie—. No me digan que no han soñado y planeado con descargar un golpe contra HU. ¡Dígannos, ahora mismo, si han hecho algo más que soñar! ¿Han tramado algo que pueda ser utilizado en su contra? ¿Algo que pudiera relacionarlos con un crimen?

Ambos hombres nos miraron a Pal y a mí… y se miraron de reojo el uno al otro. Casi pude saborear su mutuo desagrado. Su pugna in-terna por una salida.

Gadarene habló primero; tal vez estaba más acostumbrado a las confesiones amargas.

Nosotros… hemos estado excavando un túnel.

Lum miró a su adversario.

¿Eso han hecho? Vaya, ya ves tú.

Parpadeó unas cuantas veces y luego se encogió de hombros y soltó una risita triste.

Nosotros también.


Las cúpulas triples de la sede central de Hornos Universales titilaban, encendidas en sus flancos occidentales por el sol de la tarde. No pude dejar de pensar en tres perlas gigantescas, plantadas en lo alto de un hormiguero, ya que aquellas ajardinadas pendientes protegían una planta industrial subterránea aún más grande. Pero con su cobertura vegetal, la fábrica parecía más bien un campus universitario, plácido y tranquilizador, rodeado de un seto de aspecto engañosamente. inocente.

Para los ciudadanos modernos, el lugar era legendario, incluso prometeico. Una cornucopia que escupía tesoros, raramente un motivo de ira. Pero no todo cl mundo pensaba igual. Ante la verja principal, más allá de una pantalla de árboles, había un campamento emplazado hacía años bajo el amparo de la Ley de Disidencia Abierta, cuando Eneas Kaolin trasladó por primera vez aquí su sede. Todos los grupos radicales o rebeldes tenían su propia zona (un puñado de doseles y expandofurgonetas) para hacer sus manifestaciones.

¿Por qué seguir agitando una causa perdida desde hacía tanto tiempo? Porque los ídems baratos hacían que fuera fácil. Una ironía que la mayoría de los radicales se negaban a advertir en su soberbia.


LAS PERSONAS ARTIFICIALES SON PERSONAS

Eso proclamaba la pancarta más grande, que identificaba la comunidad de Lum, los fanáticos de la tolerancia, aunque otros carteles, más pequeños, pertenecían a subsectas apasionadas, cada una con unos planes más extraños que la anterior. Quiero decir, vale, me gustaría no tener que inclinarme ante Gadarene sólo porque soy verde. Pero soy un frankie. Para todo el mundo, ¿no es cuestión de aguardar su turno? A veces cigarra, a veces hormiga. Incluso después de haber conocido a los Efímeros me resultaba difícil comprender qué tipo de sociedad tenía esta gente en mente.

Fuera como fuese, procedían de una tradición que había salvado al mundo. El reflejo de tolerancia-e-inclusión era fuerte por un buen motivo: porque para adquirirlo hicieron falta siglos de dolor. Confundidos o no, esos tipos pisaban un terreno moral elevado.

No muy lejos, otro cartel de hololetras brillantes expresaba una exigencia más clara:


¡COMPARTO LAS PATENTES!

El movimiento «fuente abierta» quería que todas las tecnologías y secretos comerciales de HU fueran hechos públicos, para que todos los hobbistas pudieran experimentar nuevas técnicas de idemización y variantes de goletas descabellados: un estallido de creatividad. Algunos imaginan una era en que imprintarás tu Onda Establecida del Alma en todo lo que te rodea: tu coche, tu tostadora, las paredes de tu casa. ¿Eh, por qué no de unos a otros? Para ese tipo de entusiastas (ansiosos, educados en exceso y aburridos) todo límite del yo y el otro era espúreo. Un pequeño paso: de estar en varios lugares a la vez a estar siempre en todas partes.

Esos tecnotrascendentalistas estaban apartados de otro campa-mento cuyos habitantes expresaban una queja distinta: que en el mundo había ya demasiada gente sin necesidad de doblar o triplicar la población de la Tierra cada día con hornadas frescas de consumidores temporales. Vestidos con las túnicas verdes de la Iglesia de Gaia, querían que la humanidad echara el freno, no que creciera de manera exponencial. Los ídems puede que no coman ni excreten, pero consumen otros recursos.

Gruñendo de placer, Palme agarró el brazo y señaló.

¡Una sola figura caminaba frente el gran campamento, manifestándose ante los manifestantes!

«¡EL FARISEÍSMO ES UNA ENFERMEDAD ADICTIVA, BUSCAOS UNA VIDA!», los acusaba la pancarta que empuñaba una criatura de brazos extremadamente largos, con cabeza de chacal. Tal vez el aspecto del ídem tenía intención satírica. Si era así, no lo entendí.

«Alguna gente, la mayoría, tiene demasiado tiempo libren, pensé.

Una vez, hace años, ese lugar rebosaba de un raza de manifestantes mucho más pragmáticos y furiosos. Los sindicatos laborales, preocupados por el convulso estado del mercado de trabajo, atacaron los movimientos luditas de todo el mundo. Se produjeron enfrentamientos. Las fábricas ardieron. Lincharon a obreros-golem. Los gobiernos se tambalearon…

Hasta que, de la mañana a la noche, las pasiones se enfriaron. ¿Cómo se suprime una tecnología que permite a la gente hacer cuanto quiere, todo al mismo tiempo?

Mientras nuestra furgoneta entraba en el complejo, vi una última pancarta, empuñada por un hombre barbudo que sonreía feliz mientras caminaba, aunque todos los demás parecían evitarlo y ni siquiera lo miraban. Su mensaje (escrito con bella y fluida caligrafía) era el que yo había visto una hora o dos antes.


NO ENTENDÉIS NADA.

SE APROXIMA FL SIGUIENTE PASO.


El grupo de Gadarene acampaba a un lado, separado de los otros grupos por un abismo de hostilidad mutua. En vez de enviar ídems baratos al lugar cada día, sus seguidores eran gente real. Todos y cada uno de ellos.

Mientras aparcábamos, una docena de hombres v mujeres salieron de grandes remolques, acompañados por hordas de jóvenes. Su ropa tenía aspecto (pintoresco pero barato) de haber sido comprada con el salario púrpura.

Había visto abstencionismo antes, pero nunca en tan gran número. Así que no pude dejar de mirar. Eran personas que se negaban a copiarse a sí mismas. Nunca.

Fue como mirar a gente de otra época, cuando el destino obligaba cruelmente a todos los hombres a vivir vidas miserables. ¡Y estos tipos vivían así deliberadamente!

Al ver a Lum salir del vehículo, los miembros del grupo gruñeron amenazadores. Pero Gadarene los hizo callar con un gesto cortante. Ordenó a dos jóvenes fornidos que sacaran a Pal de la parte trasera. Otros se llevaron el horno portátil mientras lo seguíamos al remolque más grande.

—Todavía no estoy seguro de que deba enseñarles esto--gruño-. Es el trabajo de años.

Pal sofocó un bostezo.

—Tómese su tiempo. Tenernos días y días para decidir.

El sarcasmo puede ser eficaz. Sin embargo, a menudo me preguntaba cómo había conseguido mi amigo vivir tanto tiempo.

— ¿Cómo sabemos que no es ya demasiado tarde?—preguntó hura.

—Lo más lógico es que el enemigo no actúe hasta el anochecer —repuse—. Si es una bomba, querrán sacar el máximo partido a los efectos visuales minimizando las bajas humanas reales.

— ¿Por qué?

—Que se mate a archis suele molestar a la gente —dijo Pal—. Los crímenes contra la propiedad son diferentes. Desregulados. Además, las conspiraciones tienden a descubrirse cuando se llega al asesinato de masas. Los matones se convierten en soplones. No, esperarán hasta el segundo turno, cuando sólo haya ídems trabajando, para producir montones de desmembramientos chillones sin culpabilidad criminal.

»Lo cual significa que todavía estaríamos a tiempo de actuar —concluyó Pal—, si deja de perderlo y nos enseña lo que tiene.

Gadarenc siguió vacilando.

— ¿Por qué no se lo pregunta a Lum primero? También él tiene un túnel.

—Yo usaré ése —asintió Pal—. Pero el pasadizo del señor I.um es demasiado pequeño para Albert aquí presente… quiero decir, Frankie. Su túnel tiene que ser más grande, ¿no, Gadarene? Tamaño humano.

El grandullón conservador se encogió de hombros, cediendo por fin.

—Lo excavamos a mano. Tardamos años.

— ¿Cómo evitaron los detectores sísmicos? —pregunté.

—Con un puente activo. Toda onda sónica o de tierra que golpea un lado de la vaina es rerradiada a la otra. Usamos un molino de cuatro varas en la superficie de excavación que apaga el ruido más allá de unos pocos metros.

Astuto —dije yo—. ¿Y cuánto les falta para terminarlo? Gadarene evitó mirarme a los ojos. Murmuró, en voz casi demasiado baja para poder oírla:

—Lo terminamos… hace un par de años.

Pallie soltó una carcajada.

¡Bueno, el colmo! Tanta pasión, cavando como topos para llegar al odiado enemigo. ¡Y luego nada! ¿Qué pasó? ¿Perdieron el valor?

Si las miradas mataran… Pero Pal ya había sobrevivido a cosas peores.

—No pudimos ponernos de acuerdo en qué acción sería… la adecuada.

Lo comprendí.

Una cosa es trabajar con un vago/distante objetivo para castigar a los malvados. Otra cosa es hacerlo de manera que enseñe algo al mundo, obtener el apoyo público y, ala vez, mantenga tu precioso pellejo fuera de la cárcel. Los tipos de Liberación Gaia lo aprendieron por la tremenda, durante su larga guerra contra los genetecnos.

— ¿Fue ése también su problema? —le pregunté a Lum. El líder manci negó con la cabeza.

—Nuestro túnel se desvió, y acabamos de construirlo. De todas formas, nuestros objetivos son diferentes. Querernos liberar esclavos, no sabotear su lugar de nacimiento.

Pal se encogió de hombros.

—Bien, eso explica lo que está sucediendo ahora mismo. Ustedes tienen, ambos, filtraciones o han sido espiados. O detectaron sus excavaciones, después de todo. Sea lo que sea, alguien lo sabe. Usarán sus túneles para desviar la culpa por lo que va a suceder. La charada de ano-che, enviar idMorris falsos a visitarlos, era sólo la guinda del pastel en el que los están cociendo.

No añadí que Albert, mi hacedor, parecía estar destinado a ser cocido en el mayor pastel de todos.

Un silencio triste se apoderó de todos, hasta que Lum habló. —Estoy confuso. ¿No quieren ustedes usar nuestros túneles para entrar y buscar al gris desaparecido?

—Así es.

—Pero si el enemigo ya sabe de la existencia de los túneles, ¿no habrá trampas esperándolos?

Ira mueca sanguínea de Pal es la más infecciosa que conozco. Puede convencerte realmente de que sabe lo que está haciendo.

—Confíen en mí —dijo, volviendo ambas palmas hacia arriba—. Están en buenas manos.


Diez minutos más tarde su ídem irradiaba el mismo aire de confiado aplomo, mientras yo contemplaba un estrecho agujero en el suelo y reflexionaba sobre lo rápidamente que terminaría mi corta vida en un lugar semejante.

—No te apures, Frank —dijo el minigolem con voz aguda, imitando perfectamente la forma de hablar de Pal—. Yo me encargaré de ir delante. Tú sigue mi brillante culo.

La criatura parecía un hurón grande, con una cabeza alargada y semihumana. Pero lo más extraño de todo era su piel, brillante, con bultos diminutos que se movían por todas partes, como si estuviera infestada de parásitos o algo parecido.

— ¿Y si hay una trampa ahí dentro?

—Oh, apuesto a que la habrá —respondió el Pequeño Pallie—. Deja que yo me preocupe por eso. ¡Estoy preparado para todo!

Y eso lo decía alguien cuyos ídems casi nunca volvían a casa de una pieza. Deseé que realPal estuviera aún presente, para poder replicarle una última vez. Pero había ido al campamento de los Emancipadores con su horno portátil, preparado para lanzar más copias suyas por su estrecho túnel especializado, diseñado astutamente para parecer una red de inofensivos agujeros hechos por animales que se abrían paso de manera casi aleatoria hacia el gigantesco complejo industrial. La providencia es amable con los medio locos, supongo. Pallie podría enviar felizmente una docena o más de ídems kamikazes, cada uno de ellos encantado de tomar parte en una misión suicida. Todo era diversión para él-y-ellos. Si mi cuerpo hubiera sido construido para algún placer decente, me habría dado la vuelta y habría salido por piernas, en aquel mismo instante, dejando aquel lugar atrás. 0 tal vez no.

—Vamos, Gumbv —me dijo el pseudohurón con una sonrisa dentuda—, no te cabrees conmigo. Además, ya está decidido. ¿Adónde podrías ir con ese color?

Me miré los brazos, ahora teñidos (como el resto) de un tono conocido como Naranja I-IU. Un color de la casa, registrado por Eneas Kaolin hace años. Si aquella incursión no salía bien, la violación de copyright sería la menor de mis preocupaciones.

Bueno, al menos ya no soy verde.»

¡Tally-ho! —grita el diminuto ídem de Pal—. ¡Nadie vive eternamente!

Con ese alegre lema, el idPal se zambulló en el hoyo.

«No —pensé—. Eternamente no. Pero unas cuantas horas más no estaría mal.»

Comprobé de nuevo los patines de fricción de mis muñecas, codos, caderas, rodillas y pies. Luego me arrodillé para entrar. Sin mirar atrás, sentí la figura maciza y nerviosa de Gadarene, que observaba cerca.

Entonces sucedió algo que me conmovió, de una manera extraña. Ya había entrado un par de metros en el horrible pasadizo cuando oí al gran fanático murmurar una especie de bendición.

Se supone que no tendría que haberlo oído. Pero, a menos que es-té equivocado, Gadarene le pidió a su Dios que me acompañara.

En todo el tiempo que he caminado sobre la Tierra, es una de las cosas más bonitas que he oído decir a nadie.

19 Falsos hornos

…donde el gris número dos recibe un segundo impulso…

La tarde del martes se desvanece y un enorme complejo industrial se prepara para el cambio de turno.

El portal de entrada/salida bulle de bípedos móviles, todos ellos humanos,’de una forma u otra.

En los viejos tiempos, toda la población de una fábrica (miles de trabajadores) se ponía en movimiento al sonido de un silbato. La mitad se iban a casa, cansados por las ocho o diez (u once o doce) horas de trabajo; el mismo número ocupaba su puesto ante las máquinas, transformando el sudor y la habilidad y la irremplazable vida humana en la economía de naciones.

El flujo de hoy es más suave. Unos pocos cientos de empleados archis, muchos de ellos con ropa de ejercicio, charlan amistosamente mientras se marchan hacia sus motos y bicis; un grupo más numeroso y colorido de ídems vestidos de papel llega en dinobuses, marchando en dirección contraria.

Algunos ídems mayores también se marchan a casa, para descargar los recuerdos del día. Pero la mayoría se quedan trabajando hasta que llegue el momento de caer en la cubeta de reciclaje: ejércitos de brillantes siervos naranja, trabajando con concentración y sin resentimiento, porque algún otro yo disfrutará de gruesos salarios y opciones de compra. Da un poco de miedo si te paras a pensarlo. No me extraña que yo nunca trabajara en una fábrica. No tengo la personalidad adecuada para ello. En absoluto.

Incluso la entrada para los golems está decorada en tonos suaves, con música sensorresonante de fondo. Espero para firmar. También hay una leve vibración que sube por las plantas de mis pies. En algún lugar más profundo, bajo las pendientes cubiertas de hierba, máquinas gigantescas mezclan el barro preenergizado, amasándolo con fibras sintonizadas para vibrar con los ritmos ultra-complejos de un alma ex-traída, y luego lo amasan y lo moldean en muñecos que se levantarán, caminarán y hablarán como personas reales.

Como yo.

¿Debo sentir que vuelvo a casa? Mi actual cuerpo preanimado fue creado aquí, hace apenas unos días, antes de ser enviado al refrigerador de Albert Si la expedición de hoy me lleva a esa parte de la fábrica, ¿reconoceré a mi madre?

«Oh, basta ya, Al»

Soy yo, sea gris o marrón. Cigarra u hormiga. La única diferencia práctica es lo amable que tengo que ser.

Eso… y mi naturaleza desechable. En cierto sentido, soy más libre cuando soy gris. Puedo correr riesgos.

Como el que voy a correr dentro de unos momentos, cuando in-tente fichar. ¿Será la seguridad de HU tan laxa como predice la maestra?

Casi espero que no. Si me detienen (o incluso silos guardias hacen preguntas inconvenientes), me daré la vuelta y me marcharé. Les pediré disculpas a Gineen y sus amigos. Enviaré mi media-tarifa a casa con Nell y me pasaré el resto de mi vida haciendo… ¿qué? Tengo prohibido por contrato descargar recuerdos, e incluso volver a ver de nuevo a mi rig, así que supongo que tendré que encontrar otra forma de pasar el tiempo. Tal vez me vaya al teatro. O me quede en una esquina entreteniendo a los padres y los niños con trucos de manos. Hace tiempo que no hago eso.

O tal vez visite a Pal. Para averiguar qué lo tenía tan nervioso esta mañana.

Muy- bien, lo admito. Me decepcionaría haber llegado hasta tan lejos y tener que darme la vuelta. Mi semivida tiene ahora un objetivo. Tengo una misión, un propósito: ayudar a mis clientes a averiguar si Hornos Universales está violando la ley de descubrimientos. Eso parece un objetivo digno, y bien pagado.

Al acercarme a la garita de entrada, descubro que estoy nervioso y espero que esto funcione.

¿Sinceramente? Fue divertido durante un par de horas, escabullir-me entre multitudes, colarme por huecos atestados, teñirme y cambiarme rápidamente de ropa, aparecer y desaparecer para engañar a las omniscientes cámaras. De hecho, ha sido el principal logro del día has-ta ahora. Hacer algo en lo que eres bueno_ ¿qué otra cosa puede hacer que te sientas genuinamente humano?

Muy bien, es mi turno. Allá va.

El gran golem, amarillo de guardia en la puerta tiene una expresión tan enorme de aburrimiento queme pregunto si es fingida. Supongo que incluso un ídem sintonizado para vigilancia puede aburrirse. Pero tal vez lo han sobornado. Warmnaker y Collins nunca me contaron los detalles, de ahí mi inquietud…

Un rayo acaricia la placa que cubre el bultito de mi frente. El guardia me mira a mí, luego a la pantalla. Su mandíbula se mueve, abriéndose un poco para subvocalizar un breve comentario, inaudible para mí pero no para el receptor infrasónico que tiene insertado en la garganta.

Dos artículos salen de una ranura en la garita, una pequeña placa de visitante y un papel, un mapa con flechas verdes que indica adónde debo ir. La flecha señala hacia arriba, hacia las suites de los ejecutivos, donde una copia diferente de Albert Morris tenía una cita hace horas. Ese yo nunca apareció, pero el fallo no es asunto mío. Mis intereses están en otra parte.

Murmuro las gracias al guardia, por reflejo, una amabilidad innecesaria que traiciona mi educación y mi edad, y luego me dirijo a las es-caleras mecánicas para bajar.

¿De quién es la culpa si el entramado de Hornos Universales recibe dos de nosotros mezclados, confundiendo este yo con un yo completamente diferente?


Normalmente, en este punto de una misión, trataría de informar. Encontrar una conexión de teléfono pública (veo una al otro lado del vestíbulo) y cargar una copia codificada del informe que he estado dictando casi sin parar desde esta mañana. Para que Nell sepa dónde estoy. Para que Albert se entere de lo que se ha hecho.

Pero esto me está prohibido esta vez, por contrato. Gineen Wammaker ni siquiera quiere que la llame a ella. Nada que pueda relacionarse con el Estudio Neo o sus extraños camaradas. El resultado es una sensación de frustración mientras sigo escupiendo contenidos en mi grabadora insertada, como el impulso de un penitente por confesar.

Bueno, añade eso a todas las otras irritantes tendencias de esta extraña misión. Ahora estoy bajando por las escaleras, para llegar a un enorme complejo parecido a un hormiguero bajo las resplandecientes cúpulas corporativas, preocupado por la siguiente fase: buscar pistas de que Vic Eneas Kaolin está reteniendo ilegalmente logros científicos.

Muy bien, supongamos (como sospechan la maestra y la Reina Irene), que Hornos Universales ha resuelto un problema acuciante de nuestra época, cono transmitir la Onda Establecida de la conciencia humana a distancias superiores a un metro. ¿Habrá pistas o signos que un profano como yo pueda entender? ¿Parejas de antenas gigantescas, una frente a la otra, en una cámara cavernosa? ¿Cables de tierra hipar-conductores, gruesos como troncos de árboles, enlazando un original humano con el distante trozo de barro que planea animar?

¿O puede que los ejecutivos de HU hayan perfeccionado ya la tecnología? ¿Podrían estar usándola ahora mismo, en secreto, para «enviar» copias de sí mismos por todo el planeta?

Mis clientes quieren que busque pruebas, pero la otra mitad de mi trabajo es igual de urgente: no hacer nada ilegal. Lo que llegue a ver deambulando por ahí puede achacarse a la mala seguridad de HU. Pero no abriré ningún cerrojo para Gimen y sus amigos.

Podría perder mi licencia.

Maldición. Algo me ha estado incordiando toda la tarde. Como un picor que no logro localizar. Normalmente seguiría mi intuición, pero hay tantas cosas tan poco convencionales en este trabajo: el contrato de no revelación, la prohibición de cargar, eso unido al hecho de que estoy trabajando para la maestra, cosa que juré no volver a hacer. Añadamos ese violento episodio en el Salón Arco Iris y ahora este número en la cuerda floja, tratando de espiar a una corporación importante sin quebrantar la ley. Cualquiera de estas cosas haría que un tipo se sintiera inquieto.

Así que es extrañamente fácil descartar mis incómodos sentimientos. Atribuyámoslos a esta mezcla de irritaciones conocidas… no a algo aún peor, que bula al borde de la conciencia…

Aquí es donde debo bajarme. Primer subnivel. DIVISIÓN DE INVESTIGACIÓN, dice en brillantes letras sobre un amistoso portal de aspecto universitario. Más allá de otra sencilla garita veo ídems grises y negros de alta calidad, incluso algunos blancos de alta sensibilidad, moviéndose con animación, frenéticamente ocupados y, al parecer, disfrutándolo. A los científicos y técnicos normalmente les encanta copiar, ya que les permite experimentar a todas horas. Es como crear ejércitos enteros de ti mismo para saquear el almacén de la naturaleza, día y noche, cosechando datos mientras tu cerebro real descansa y se dedica a teorizar.

Irene dijo que sería fácil sortear la seguridad aquí también. Yosil Maharal era jefe de investigación y un Albea gris fue contratado para investigar la muerte del pobre hombre, así que estos tipos deberían esperar visita. Demonios, aunque me echen, puedo dar un vistazo desde la entrada…

« ¿Qué estás haciendo?»

¡Maldición, no me bajé!

¡Me quedé en el camino móvil, dejando queme llevara más allá del portal de entrada, dejando atrás el Subnivel Uno, hacia más abajo! Esto no estaba en el plan…

Pero tiene sentido, ¿no? Creo ver qué impulso inconsciente me hizo continuar. ¿No tendrá el Departamento de Investigación sus propias rutas traseras a las cavernas más profundas, donde pueden realizar experimentos a gran escala? Los tecnos odian la seguridad, así que esas rutas traseras serán menos estrictas, estarán menos guardadas que el pozo central. De hecho, apuesto a que no habrá puestos de guardia allá abajo. Y además, mi tapadera parecerá más plausible si deambulo por la planta industrial, después de haberme «perdido» por el camino.

Parece razonable. Pero ¿explica por qué mis piernas se quedaron inmóviles hace unos momentos, impidiéndome bajarme? Maldición. La tecnoid sería mucho más conveniente y racional si copiar almas no requiriera arrastrar contigo tu subconsciente entero, todo el tiempo.

Más plantas pasan lentamente de largo mientras yo debato la cuestión. Un amplio portal que indica PRUEBAS ofrece un atisbo de una especie de infierno: cubiles de cámaras experimentales donde nuevos modelos golem realizan tortuosas hazañas, como los muñecos de prueba de antaño, pero conscientes, capaces de informar de los efectos de cada destrozo o indignidad. Y ninguna de las mutilaciones deliberadas puede ser considerada inmoral, ya que hoy en día se encuentran voluntarios ansiosos para cualquier cosa.

¡Ay, la diversidad!

Todavía bajando por el ascensor, descubro que me estoy frotando el costado: la larga cicatriz abultada de la herida que recibí durante la pelea en el Salón Arco Iris. No noto ningún dolor, pero cada vez me molesta más. ¿Es la irritación psicocerámica?

Compro grises hipersintonizados para concentrarse, obligados a recitar y analizar mientras exploran el terreno. Todo lo que deducen está en el quisquilloso subconsciente de Al: la parte de mí que se preocupa, que coteja, que se preocupa luego aún más. Al recordarlo ahora, me parece horriblemente extraño cómo me atacó ese tipo en el club de Irene… casualmente el mismo matón que se encontró anoche el verde del lunes, en la plaza Odeón, antes de dar ese paseo por el fondo del río.

Y es extraño que la Reina Irene, ansiosa por verme y con muchos yoes de sobra, me dejara esperando en ese violento club, donde me encontraron los problemas.

¿Estaba previsto que me encontraran?

He llegado hasta el primer nivel industrial. Enormes tanques de acero inoxidable se pierden en la distancia corno regimientos de recios gigantes brillantes.

El aire se llena de fuertes aromas terrosos de barro bañado en péptidos. Sólo una fracción procede de material nuevo. El resto se recicla, entregado cada día en grandes tubos traídos de los puntos de recolección de toda la ciudad, un puré espumoso que hace tan sólo unas horas componía seres humanoides individuales, que hablaban y caminaban, cumpliendo ambiciones e incontables ansias distintivas. Ahora su sustancia física los reúne, mezclándolos de nuevo en estos tanques… la reunión democrática definitiva.

Las paletas de mezcla se agitan mientras polvos chispeantes caen en el mejunje, sembrando sitios nanocoalescentes que se convertirán en células rox, preenergizadas para un frenético día de actividad efímera. Mis miembros se retuercen. No puedo evitar imaginar la entropía calando firmemente en mis propias células mientras consumen rápidamente el dan vital que absorbieron en estos mismos tanques.

Dentro de unas horas ese agotamiento llevará al retortijón. Un deseo de regresar, como un salmón viejo, con quien me imprintó. Para descargar, la única oportunidad que tiene un ídem de otra vida, antes de que este cuerpo se una de nuevo al eterno río de barro reciclado.

Sólo que no habrá descarga esta vez. Ninguna continuidad. No para mí.

El suelo se eleva ante mí, conduciéndome a otro nivel subterráneo, más grande y más ruidoso que el anterior. Esos tanques gigantescos que vi (y que ahora están encima) devuelven sus espumosos mejunjes a máquinas titánicas y sibilantes que gruñen y giran implacablemente. Robots tractores empujan grandes canillas por las vías del techo, re-partiendo acres de malla finamente tejida que titila de maneras que ningún ojo natural podría mirar: el espectro de difracción de la cruda materia del alma. O lo más parecido según ha diseñado la ciencia.

El barro reticulado y preparado se mezcla bajo las enormes prensas giratorias, amasándose y formando una pasta de la que se extrae el líquido sobrante, y luego otra forma humanoidc pasa a los transporta-dores mecánicos. Vienen continuamente, preteñidos según su coste y sus habilidades internas. Algunos continúan su marcha hacia las instalaciones de prestaciones de serie. Otros modelos básicos, subvencionados por el Estado, son tan baratos que incluso los pobres pueden permitirse duplicar, viviendo vidas más grandes de lo que sus antepasados podrían haber imaginado. En todo el mundo, fábricas similares abastecen a la mitad de la población humana, enviando golems a corto plazo a millones de refrigeradores, copiadoras y hornos domésticos.

Un milagro deja de llamar la atención cuando se lo ofreces a todo el mundo.

Al contemplar las titánicas prensas escupir repuestos de ídem (cientos por minuto) me doy cuenta de un absurdo.

Irene y Gincen dicen que debo buscar logros industriales ocultos aquí en Hornos Universales. ¡Pero ése no puede ser el motivo real por el que me enviaron!

Piensa, Albert. HU tiene competidores. Tetragam Limited. Megi-Ilar-Ahima’az del Yemen. Fabrique Chelm. Compañías que contrata-ron las patentes originales de Kaolin, hasta que expiraran. ¿No se preocuparían ellas por innovaciones ocultas, más que la maestra y sus amigos? Con mayores recursos, podrían descubrir docenas de me-dios… como ofrecer trabajos importantes a los empleados de HU. ¿Cómo podría esperar Hornos Universales ocultar descubrimientos impactantes como los que mencionó Vic Collins?

Sí, el mal se nutre del secreto. Es lo que impulsa a Albert. Descubrir la maldad. Encontrar la verdad. Tachón. ¿Pero es eso lo que estoy haciendo ahora? Demonios, nadie puede montar una conspiración real-mente grande hoy en día, cuando la delación seduce a tus empleados con dinero y fama. Incontables delitos menores florecen, lo cual me permite dedicarme a mi trabajo. ¿Pero podría alguien ocultar secretos tan importantes como los que describieron mis clientes?

¿Por qué iba a molestarse nadie?

De repente, está claro de qué iba todo aquello de los «logros ocultos». ¡Estaban apelando a mi vanidad! Me distrajeron con atisbos de excitante tecnología nueva. Con enigmas intelectuales. Y con sus excéntricas personalidades. Con todo tipo de digresiones irritantes, para que mi inquietud general pudiera ser explicada por la excitación, o los nervios, o el disgusto personal.

El suelo pasa de nuevo de largo, ofreciendo ala vista una nueva capa de la fábrica. Al principio parece la misma enorme cadena de montaje, pero estas prensas están más especializadas. Modelos policiales azules pasan a un cinturón transportador, preequipados con Espolones de la Paz y altavoces. Otras unidades producen diseños de tamaño enorme, con grandes músculos y piel blindada, teñidos cort el tono de camuflaje militar. Me recuerdan a Clara, que está librando su guerra en el desierto.

Ése es un dolor que debo reprimir. «Nunca volverá a preocuparte chico ídem. Concéntrate en tus propios problemas. Como por qué te contrataron la maestra y sus amigos.»

No para penetrar en Hornos Universales, claramente. Eso fue patéticamente fácil (¡Albero debería ofrecerle a Eneas Kaolin una propuesta para mejorar la seguridad aquí!). Wammaker y compañía no tenían que pagarle a un tipo como yo una tarifa triple sólo por venir aquí a echar un vistazo. Collins e Irene podrían haber enviado a cualquiera. Podrían haber venido ellos mismos.

No, yo ya hice la parte dura (la parte para la que Inc contrataron) antes de llegar a la puerta principal. Esquivar todas las cámaras públicas ahí fuera, cambiar de aspecto una docena de veces, cubriendo hábilmente mi rastro para que nadie me relacionara con mis clientes.

¿Podrían tener un motivo, mucho más importante que el que inc contaron?

Al mirar a la pared más cercana, veo una grabacam. Un absorbedor, de los baratos, que inserta un encuadre en un cubo polímero cada pocos segundos hasta que se llena y hay que sustituirlo cada mes. Debo de haber pasado ante centenares desde que llegué. Y leyeron mi placa de identidad en la garita de entrada. Así que ha habido un registro desde el momento en que llegué. Si alguien se molesta en comprobar-lo, sabrán que un Albea Morris gris estuvo por aquí. Pero HU no puede quejarse si me ciño a lo legal. Mientras todo lo que haga sea «perderme» y mirar alrededor.

Pero ¿y si hago algo malo? Tal vez sin pretenderlo…

¡Maldición! ¿Qué es esto?

Un bichito, como una especie de mosquito, revolotea ante mí. Esquiva una palmada y se lanza hacia mi cara. No puedo permitirme distracciones, así que uso un arrebato de energía para agarrarlo en el aire y lo aplasto en la mano.

¿Dónde estaba? Preguntándome si Gimen y los demás tenían algún plan oculto. ¿Como que tal vez suceda algo más mientras estoy en Hornos Universales? El camino móvil me lleva a otro nivel más bajo donde oigo el rumor de más máquinas. Una vez más, me estoy frotando la herida… y ahora me pregunto si el bultito brillante de mi costado puede contener algo más que tejido cicatrizado.

¿Podría ser por eso por lo que el matón-gladiador me atacó, en el Salón Arco Iris? No una coincidencia, sino algo preparado… para que yo aceptara un intervalo en blanco durante las «reparaciones», cuando en realidad…

¡Otro maldito mosquito aletea ante mí, y luego se lanza en plan kamikaze contra mi cara!

Otro arrebato muscular y chisporrotea en mi mano. No puedo dejar queme distraigan. Lo que necesito es un modo de comprobar estas locas sospechas.

Salto del camino móvil y corro junto a una cinta sin fin que transporta diversos ídems industriales frescos. Largiruchos limpiacristales, recogedores de fruta de brazos largos, estilizados granjeros acuáticos y fornidos peones de la construcción, todos hechos para trabajos cuya mecanización es demasiado inflexible o costosa, inertes como muñecos, carentes de ningún espíritu humano que los impulse. Puede que descubra lo que necesito más adelante, donde estos repuestos especializados son envueltos en crisálidas de airgel CeramWrap endurecido para ser distribuidos.

¡Allí! Un trabajador naranja de HU está junto a la cinta, observando un tablerovid cubierto de símbolos destellantes. «Control de Calidad», dice un logo bordado en su ancha espalda. Avanzo y sonrío amistoso mientras aparto otro de esos molestos e irritantes mosquitos. (¿Una plaga industrial local?)

— ¡Hola!

— ¿Puedo ayudarlo, señor? —pregunta él, asombrado. Los pocos grises que vienen aquí abajo llevan insignias de HU.

—Me temo que me he perdido. ¿Es éste el Departamento de Investigación?

Una risa.

— ¡Amigo, sí que está perdido! Pero todo lo que tiene que hacer es volver por donde ha venido y…

—Vaya, sí que tiene un puesto de diagnóstico chulo aquí —interrumpo, tratando de parecer desenfadado—. ¿Le importa si lo uso un segundo?

El asombro del técnico se vuelve cautela.

—Es para asuntos de la compañía.

—Vamos. No costará nada más que electricidad.

Sus cejas de imitación se fruncen.

—Lo necesito cada vez que el sistema detecta un repuesto defectuoso.

— ¿Y eso sucede con qué frecuencia? —espantando a un mosquito insistente, advierto que al tipo naranja no lo atacan los zumbantes bichos.

—Tal vez uno ala hora, pero…

—Esto requerirá un minuto. Vamos. Hablaré bien de usted arriba. ¿Mensaje? Que soy un visitante VIP. Sé cortés y añadiré puntos a tu expediente.

—Bueno… —decide él—. ¿Ha usado alguna vez un Xaminador tipo-ocho? Será mejor que yo maneje los controles. ¿Qué vamos a buscar?

Avanzo hacia la pantalla fluorescente y me levanto la túnica para mostrarla gran cicatriz. El se queda mirando.

—Vaya, mira eso--curioso, el técnico empieza a leer el escáner. Sólo que ahora yo estoy distraído con dos de los malditos mosquitos. ¿Qué demonios son, y por qué me atacan sólo a mí?

Con sorprendente coordinación, se lanzan en el mismo instante, uno hacia cada ojo. ¡Mi mano derecha agarra uno, pero el otro hace una finta, esquiva, y luego me ataca la oreja!

¡Maldición, duele cuando se mete dentro!

—Deme unos segundos —dice el tipo naranja, manejando los controles—. Estoy acostumbrado a inspeccionar repuestos vacíos. Tengo que cancelar la interferencia de su campo-alma imprintado.

Mientras me llevo la mano a la cabeza, me detengo cuando una voz bruscamente explota en el interior, resonando como un dios despierto.

—Hola, Albert. Cálmate. Soy yo, Pal.

— ¿P-Pal?

Aturdido, bajo la mano. ¿Puede oírme el bicho cuando hablo en voz alta?

— ¿Pero qué…?

—Estás metido en un buen lío, ídem mío. Pero tengo tu situación. Estoy aquí mismo, con uno de tus verdes. Te sacaremos de este jaleo.

— ¿Qué jaleo? —exijo—. ¿Sabes qué está pasando?

—Te lo explicaré dentro de poco. ¡No hagas nada!

El técnico mira desde su puesto.

— ¿Ha dicho algo? Ya casi estarnos listos.

—Estoy haciéndome un estanco de diagnóstico —le digo al bicho en mi oído—. Aquí mismo, junto a una de las cadenas de mon…

—¡No hagas eso! —grita la voz de Pal—. Lo que llevas puede estar preparado para estallar cuando pases por un escáner de seguridad. —Pero ya he pasado por uno, en la entrada principal… —Entonces un segundo escaneo podría ser la señal de activación. Bruscamente, todo tiene sentido. Si Ginen e Irene plantaron algo letal dentro de mí, aumentarían los daños retrasando la ignición, bien con un reloj o preparándolo para que se dispare cuando pase por un segundo escaneo, en algún lugar de las profundidades… digamos que al entrar en el ala de investigación, cosa que estuve a punto de hacer hace unos minutos.

— ¡Alto! —grito, mientras el técnico tira de un interruptor.

…cosas… sucediendo muy rápido…

…aplica subida de energía… cambia tiempo subjetivo… cambio lapso de vida por pensamientos rápidos…


Mientras salto a un lado para evitar el rayo, sé que es ya demasiado tarde. El cosquilleo del escáner me alcanza. El bulto en mi costado reacciona. Me preparo para una explosión.

— ¡Vaya, tiene usted razón! —dice el técnico—. Tiene algo dentro, pero… ¿adónde va?

Echo a correr. Un arrebato de acción.

No es una bomba simple, o sería ya un millón de piezas ardientes. Pero algo se está rebullendo en mi interior y,no me gusta ni pizca. El mosquito de Pal zumba en mi oído.

— ¡Dirígete a la bodega de carga! —grita—. Nos reuniremos contigo allí.

Por delante, más allá de las máquinas gigantescas que envuelven los repuestos de ídems en crisálidas de airgel, veo faros de camiones internándose en la noche. Al imaginar el montículo del hormiguero del cuartel general de HU, me atrevo a esperar… ¿si puedo salir de aquí, estropeará eso el plan de la maestra? Las explosiones al aire libre causan menos daños.

Pero no es una bomba. Siento el calor burbujeante. El escáner disparó complejas reacciones químicas. Síntesis programada, quizás está creando un nanoparásito de diseño o un prión destructor. ¡Salir al exterior podría salvar a HU sólo para poner la ciudad en peligro!

Pal me grita en el oído que gire a la izquierda. Así lo hago.

Puedo sentir las cámaras de las paredes, sus pasivos ojos grabando. No hay tiempo para detenerse y gritar mi inocencia: ¡Yo no lo sabía! Sólo las acciones pueden hablar ahora en favor de Albert Monis. Para salvarlo a él de la cárcel, yo agoto mis reservas.

Por delante, las zonas de descarga. Repuestos de ídem envueltos en gel se deslizan al interior de tubos pneumáticos, partiendo para sus lejanos clientes con un absorbente wooosh. Palas gigantescas, resoplando y zumbando, trasladan a los camiones los modelos más grandes.

— ¡Por aquí!

El grito hace eco, tanto en mi oído como en la zona de carga. Veo una versión de mí mismo, teñido de Naranja HU, con una criatura parecida a una comadreja al hombro. Ambos ídems están heridos, y afín humean por haber combatido hace poco.

— ¡Nos alegramos de verte! —grita el miniPal de cuatro patas—. Tuvimos que luchar para entrar en este sitio y dejar atrás a unos desagradables… ¡Eh!

No hay tiempo de pararse a comparar notas. Echamos a correr y comparto durante una décima de segundo una mirada con mi otro yo y reconozco al verde de esta mañana. Parece que he encontrado algo más interesante fine hacer hoy que limpiar retretes. Bien por ti, Verde.

La abrasión en mi estómago está alcanzando algún tipo de clímax, provocando en mis rudos órgano-golems un frenesí químico. Un infierno está a punto de estallar. Necesito algo enorme para contenerlo.

¿Debo zambullirme en la máquina de empaquetado? No. El airgel no valdrá.

Así que escojo una pala cercana, que gruñe y resopla mientras quema combustible al cargar las grandes cajas en el camión. Su cabeza de diplodocus se vuelve, parecida al humano que la imprimó.

— ¿Qué puedo hacer por usted? —ruge la grave voz, hasta queme meto entre sus patas—. Eh, tío, ¿qué está…?

Bajo la cola, un repelente tubo de escape escupe humos de alto octanaje, una titilante flatulencia de enzimas de humedad del esforzado cuerpo de barro. Ignorando todo instinto, meto ambos brazos ente los labios de pscudocarne, obligando al esfínter de residuos a abrirse para…

…para poder meterme dentro.

La pala grita. La comprendo pero aguanto mientras salta y se agita, tratando de expulsarme del peor lugar en el que he estado jamás.

Que yo sepa, claro está. Algunos de mis otros ids puede que se hayan visto en situaciones peores. Los que nunca volvieron a casa… aun-que de algún modo, lo dudo.

Mientras me introduzco cada vez. más, espero que mi grabadora insertada sobreviva. Tal vez este acto final de sacrificio libre a Albees de la culpa. Menos mal que no cargará nada de todo esto. Me quedaría traumatizado para los restos.

La pobre pala se rebulle. Latidos de gas apestoso tratan de expulsándome. Pero aguanto, golpeando y sujetándome ferozmente. ¡Una gran contorsión termina en una penetrante agonía cuando mi pie derecho se desprende! Mordido por el frenético golem.

No puedo reprochárselo, pero sólo me impulsa más adentro, apretando los dientes contra el hedor, usando un estallido final de élan de emergencia para subir por la mareante cloaca y dirigirme a su pesado centro.

Mientras tanto, me estoy consumiendo desde dentro. Usado como detonante para una horrible reacción mientras los contenidos fulminantes de mi torso se preparan para estallar.

¿Estoy lo bastante dentro? ¿Contendrá el enorme cuerpo de barro lo que quiera que sea?

Tío, vaya diíta que lle…

20 Demasiada realidad

…donde realAlbert descubre que no se puede volver a casa…

El extrarradio.

Amigo, qué desierto.

A media hora de casa de Ritu Mallara!, cuando tornábamos el tramo de autopista que sale de la ciudad, nos alcanzó un rayo guía que se apoderó del Volvo, esclavizando su motor, y nos hizo pasar a un Anaxíficos paso por unazona de tráfico de alta densidad. Los ciclistas nos adelantaron casi todo el tiempo, dada la prioridad que los ordenadores otorgan sabiamente a la energía humana real en vez de a los meros ídems en coche.

Más allá y por debajo de la autopista, fueron pasando una serie de barrios, cada uno chillón con su pintoresca moda arquitectónica: desde castillos de cuento a kitsch siglo xx. La rivalidad entre zonas ayuda a distraer a la gente de dos generaciones de desempleo, así que los lugareños y sus ídems se esfuerzan como maníacos por crear espectáculos llamativos, a menudo concentrándose en un tema étnico: el orgullo de alguna comunidad emigrante que hace mucho tiempo se convirtió en un batiburrillo cultura.

Algunos consideran que el tramo de carbonita elevado, la Cielo-pista Diez, es tina versión ampliada de It’s a Small World, que se extiende a lo largo de más de cien kilómetros. La globalización nunca terminó con la diversidad humana, pero transformó lo étnico en otro hobby más. Otra forma para que la gente encuentre valor en sí misma, donde sólo los que tienen auténtico talento pueden conseguir trabajos auténticos. Eh, todo el mundo sabe que es falso, como el salario púrpura. Pero es mejor que la alternativa: aburrimiento, pobreza y guerrarreal.

Me sentí aliviado cuando por fin dejamos atrás el último cinturón verde de la ciudad y nos internamos en el aire seco y natural del paisaje real.

La gris de Ritu no hablaba mucho. Debía de estar triste cuando imprimó. No era en absoluto sorprendente, ya que el cadáver de su padre ni siquiera estaba frío todavía. De todas formas, ese viaje no había sido idea suya.

Para iniciar la conversación, le pregunté por Vic Eneas Kaolin.

Ritu conocía al magnate desde que su padre se había unido a Hornos Universales hacía veintiséis años. De niña veía con frecuencia al potentado, hasta que se volvió ermitaño, uno de los primeros aristos en dejar de reunirse con gente en carne y hueso. Ni siquiera sus amigos íntimos habían visto al hombre en carne y hueso desde hacía una década. No es que a la mayoría les importara. ¿Por qué? El Vic seguía dando citas, asistiendo a fiestas, incluso jugando al golf. Y todos aquellos ídem platino suyos eran tan buenos que bien podrían haber sido reales.

Ritu también debía usar sus conexiones en HU para conseguir repuestos de alta calidad. Incluso con la falta de luz, yo notaba que su gris era soberbio, realista y de buena textura. Bueno, después de todo, yo le había pedido que enviara una copia de primera categoría para queme ayudara en mi investigación.

—No estoy segura de a qué fotos se refiere usted —respondió ella cuando le pregunté por las fotos desaparecidas en la casa de su padre, las que el ídem de Kaolin robó de la pared. Ritu se encogió de hombros—. Ya sabe cómo es. Las cosas familiares se vuelven parte del paisaje de fondo.

—A pesar de eso, le agradecería que se esforzara en recordar.

Ella cerró los párpados, cubriendo el azul uniforme de sus golemglobos.

—Creo… puede que haya sido una foto de Eneas y su familia, cuando era joven. Otra los mostraba a mi padre y a él junto a su primer modelo no humanoide… uno de esos recogedores de frutas de brazos largos, si no recuerdo mal —Ritu sacudió la cabeza—. Lo siento. Mi original podría serle de más ayuda. Puede hacer que su rig se lo pregunte.

—Tal vez —asentí. No hacía falta decirle que tenía al Albea Morris original sentado a su lado—. ¿Puede decirme cómo se llevaban últimamente Kaolin y su padre? Sobre todo justo antes de que Yosil desapareciera.

— ¿Cómo se llevaban? Siempre fueron grandes amigos y colaboradores. Eneas daba a papá cancha libre para su idiosincrásica conducta y sus largas desapariciones, y una exención permanente para las sesiones de detectores de mentiras a las que todos los demás nos someternos, dos veces al año.

— ¿Dos veces al año? Debe de ser desagradable.

Ritu se encogió de hombros.

— Parte del Sistema de Nueva Lealtad. Normalmente sólo preguntan: «¿ Guardas algún gran secreto que pudiera perjudicar a la compañía?» Seguridad básica, sin ser molesta, y los sistemas se aplican del mismo modo a todos los niveles de la compañía.

— ¿A todos los niveles?

— Bueno —reconoció la grisid de Ritu—. No recuerdo que nadie sintiera en que el propio Eneas pasara por un escáner en persona.

—¿Por miedo?

—¡Cortesía! Es un buen jefe. Si Eneas no quiere ver a otras personas en carne y hueso, ¿por qué va nadie en la familia HU a cuestionar sus motivos?

«¿Por qué, en efecto?—me pregunté—. No hay ningún motivo… ¡excepto anticuada y acuciante curiosidad! Está claro que es otro caso de personalidad que marca el rumbo de tu carrera. La gente como yo no está hecha para este nuevo mundo de juramentos de lealtad y grandes “familias” industriales.»

Guardamos silencio después de eso, y no me importó. De hecho, necesitaba una excusa para desconectarme… es decir, fingir pasar a modo durmiente. El coche conduciría solo hacia la distante meseta donde se hallaba la cabaña del padre de ella. Durante esas horas, yo podría disfrutar de un poco de sueño orgánico.

Afortunadamente, la propia Ritu me proporcionó un pretexto.

— Le encargué a esta ídem que hiciera un poco de investigación en la red durante el camino. ¿Le importa si la realizo ahora?

En el regazo tenía un chador de estación de trabajo portátil, sin duda muy sofisticado, con una capucha opaca que podía colocarse sobre la cabeza, los hombros y los brazos.

—Muy bien —dije—. ¿Quiere una pantalla de intimidad, además del chador?

Ella asintió, dirigiéndome la misma atrayente mirada que la primera vez que nos vimos.

—Espero que no le importe.

Algunas personas piensan que es una tontería desperdiciar galantería con los ídems, pero nunca he entendido su razonamiento. Yo laaprecio cuando soy de barro, o cuando finjo serlo. De todas formas, sus necesidades coincidían con las mías.

—Claro. Programaré la pantalla para seis horas. Ya estaremos cerca de la cabaña a esa hora, al amanecer.

—Gracias… Albert.

Su sonrisa adquirió un voltaje superior, haciendo que me ruborizara. No quería que se notara, así que sin más ceremonia que un gesto amistoso con la cabeza, toqué el botón de la PI entre nuestros asientos, liberando una capa de nanohilos desde lo alto y creando un telón negro que rápidamente se solidificó en una barrera palpable, separando a los ocupantes del coche. Me quedé mirándola un minuto, olvidando brevemente el motivo real por el que había decidido por impulso hacer aquel viaje en persona. Entonces lo recordé.

«Clara. Oh, sí.»

Saqué un gorro de dormir de la maleta y me lo coloqué sobre las sienes. Con su ayuda, unas pocas horas serían más que suficientes. Además, idRitu no lo sabría nunca.

La llamada de interrupción me arrancó del sueño. Una auténtica pesadilla de carne donde un ejército de oscuras figuras avanzaba sobre un arrasado paisaje lunar, demasiado yermo para albergar ninguna vida. Sin embargo allí estaba yo, clavado en mi sitio como un árbol moribundo, incapaz de moverme mientras altas formas metálicas pisoteaban a mi alrededor, alzando garras manchadas de sangre.

Una parte de mí se encogía aterrorizada, completamente sumergida en el espejismo. Mientras tanto, una porción más despegada se apartaba, como hacemos a veces en los sueños, reconociendo en abstracto la escena de un holofilm de ci-fi, que me asustó de muerte cuando tenía siete años. Una de las pocas cosas deliberadamente crueles que me hizo mi hermana, cuando éramos jóvenes, fue ponerme aquella pelid de miedo una noche tarde, a pesar del cartelito de advertencia: «TÓXICO PARA PREADOLESCENTES.»

Me desperté, con la breve desorientación que produce salir de un sueño REM, preguntándome dónde estaba y cómo había llegado allí.

¿Qué…?

El gorro de inducción cayó mientras me incorporaba, el corazón desbocado.

Al mirar a la izquierda, vi pasar el paisaje desértico iluminado por la luna, mientras el Volvo recorría una carretera de dos carriles, sin otro vehículo a la vista. Espinosas yucas proyectaban sombras fantasmales por aquel árido reino de serpientes de cascabel, escorpiones y tal vez, unas cuantas tortugas. A mi derecha, la pantalla de intimidad continuaba intacta, engullendo luz y sonido. Por suerte. Impedía a Ritu ser testigo de mi indigno despertar, tan poco propio de un ídem.

— ¿Bien? ¿Estás despierto?

La voz (baja y direccional) procedía del panel de control del coche. Un homúnculo me miraba con una cara corno k mía, sólo que negro brillante, con una expresión de claro desdén insolente.

—Uh, sí —me froté los ojos—. ¿Qué hora es?

—Veintitrés cuarenta y seis.

Vaya. Unas tres horas y media desde que me dispuse a echar una cabezada. Sería mejor que esto fuera importante.

—¿Qué pasa? —croé con la boca seca.

—Asuntos urgentes.

Tras el duplicado ébano vi mi cuarto de trabajo. Todas las pantallas encendidas, algunas sintonizadas con fuentes de noticias.

—Ha habido un accidente en Hornos Universales. Parece sabotaje industrial. Alguien hizo estallar una bomba catalizadora de priones.

—¿Una… qué?

—Una nube de replicadores orgánicos diseñada para extenderse y permear las instalaciones, estropeando todas las almamallas sintéticas del lugar.

Parpadeando sorprendido, debí de parecer idiota.

—¿Por qué querría nadie…?

—El por qué no es nuestra principal preocupación ahora mismo —me interrumpió mi golem azabache, brusco como de costumbre—. Parece que dos de nuestros duplicados estaban dentro de la sede de HU en ese momento. «Comportándose de manera sospechosa», es la frase que encontré en un informe policial. Ahora mismo están preparando órdenes judiciales para venir y apoderarse de nuestros archivos.

No pude creerlo.

—¿Dos de ellos? ¿Dos de nuestros ids?

—Más un par de Pat.

— ¿P-Pal? Pero… no he hablado con él desde… debe de haber algún error.

—Tal vez. Pero tengo un mal presentimiento. La lógica y la intuición sugieren que nos han tendido una trampa. Sugiero que dejes tus actuales preocupaciones y vuelvas de inmediato.

Escandalizado y anonadado, sólo podía estar de acuerdo. Aquello tenía mucha más prioridad que husmear en la vieja cábaña de Yosil Maharal.o o que mis otros impulsos para este viaje.

—Voy a dar la vuelta —dije, extendiendo la mano hacia los controles—. A máxima velocidad debería estar de regreso en…

El azabache me cortó bruscamente, alzando una mano brillante.

—Estoy captando GuardiaCiudad… una alerta en tiemporreal.

Cohete sin autorización, a cinco kilómetros al este de aquí… Una pausa terrible, y entonces:

—Un lanzamiento de misil. El espectro encaja con Vengerador Seis. Están siguiendo…

Sus ojos oscuros se encontraron con los míos.

—Viene hacia aquí. Tiempo de llegada estimado, diez segundos. —P-pero… —parpadeé.

Con calma inefable, los dedos de ébano bailaron.

—Voy a guardarlo todo en el depósito externo doce. Tú concéntrate en salvar tu piel. Luego averigua quién hizo esto y haz que el hijo de pu…

Como un espejo condenado, mi oscuro reflejo se rompió bruscamente en millones de añicos brillantes que revolotearon brevemente delante de mí. Entonces, uno a uno, se apagaron rápidamente hasta que sólo quedó un leve movimiento de aire.

El Volvo habló con el aburrido tono de voz del silicio:

—PIDIÓ QUE LE AVISARA DE CUALQUIER NOTICIA QUE SUPERARA EL NIVEL DE PRIORIDAD CINCO QUE AFECTA A SU VECINDARIO. ESTOY DETECTANDO INFORMES DE UNA EMERGENCIA DE NIVEL NUEVE EN SU BLOQUE, CENTRADOS EN SU DIRECCIÓN.

Cómo envidié a nuestros antepasados, que a veces evitaban las malas noticias durante unas cuantas horas o días, allá en las épocas tecnológicamente benditas, cuando las noticias viajaban mucho más despacio que la luz y se canalizaban a través de periodistas m burócratas. Realmente, no quería verlo. Conseguí decir con voz ahogada:

—Muéstramelo.

Una serie de holoimágenes surgieron, mostrando instanoticias de media docenas de publicams y voyeurs flotantes privados, programados para cernirse como buitres sobre todo lo que fuera inusitado y vender directamente sus imágenes a la Red. En este caso, la atractiva novedad era una explosión. Una casa (mi casa) ardiendo incontrolablemente y con tanta intensidad que va se había formado un embudo en las llamas que absorbía todas las cámaras desprevenidas que se acercaban demasiado.

Tal vez lo sabía y prefería mantener el telón corrido. Los rumores, que se extendían por la Red, ya me mencionaban como principal sospechoso en el sabotaje de Hornos Universales. Decidí si disolver o no la pantalla de intimidad desde mi lado y tratar de explicarme. Ensayar mi alegación de inocencia antes de intentarlo con la policía…

Justo entonces un par de reflejos llamaron mi atención. Faros. Reacio, reduje la velocidad endemoniada del Volvo… y luego un poco más. Algo me chocó con respecto a las luces. Su posición en la carretera era extraña. Tal vez la autopista giraba un poco ala derecha, más adelante…

Sólo que no lo parecía. Seguí acercándome ala derecha, planeando por instinto adelantar las luces por ese lado, ¡pero inesperadamente la carretera giró hacia el otro lado, ligeramente a la izquierda! Pulsando el freno, reduje la velocidad un poco más, esperando consultar el ordenador de navegación.

¡El otro coche estaba cerca!

Con idea de evitarlo por fin por la derecha, casi choqué con el otro tipo antes de comprender la situación. ¡El imbécil había virado hacia mi lado, apuntando sus luces hacia el tráfico! ¡Sólo un giro de último segundo me hizo volver a la carretera, sin alcanzar al idiota por cuestión de pulgadas!

El volantazo se convirtió en un giro, los neumáticos chirriaron y humearon mientras el mundo daba vueltas. Tuve tiempo de lamentar una vida gastada ignorando las reglas básicas de seguridad de tráfico. No era de extrañar que Clara insistiera en conducir ella cada vez que íbamos juntosa alguna parte. Mi maravillosa, feroz Clara… y ningún fantasma mío para consolarla.

Me imaginé terminando como Yosil Maharal, aplastado en el fondo de un barranco… hasta que los giros terminaron con el Volvo detenido y a salvo en medio de la autopista de dos carriles, apuntando con sus luces gemelas al idiota que casi había causado un accidente.

Una figura oscura salió del otro coche, difícil de distinguir entre el resplandor de los faros. Yo estaba a punto de salir también para tener unas palabritas con el tipo. Entonces vi que llevaba algo largo y pesado. Protegiéndome los ojos del resplandor, vi que se llevaba a la cara aquella cosa gruesa y en forma de tubo.

— ¡Joder! —maldije, metiendo la segunda y pisando el acelerador. ¡El instinto me impulsaba a girar el volante y dar frenéticamente media vuelta para escapar de aquella arma, fuera cual fuese! Sólo que el cerebro de Albea sabía que no.

Aturdido, actué durante un rato por puro reflejo, pagando las tarifas más altas por compuestos panespectrales hasta que una imagen clara brotó de la oscuridad y las llamas.

—¡Maldición! —murmuré, odiando a quienquiera que hubiera hecho aquello—. También se han cargado mi jardín.


Desvié el coche del rayo tractor y di la vuelta, dirigiéndome de nuevo a la ciudad. Si conducía a treinta por encima del límite de velocidad, supuse que podría purgar todas las micromultas con un descargo de necesidad pública. Ya saben, corría a casa para ayudar a las autoridades a aclarar aquel lío. De todas formas, un acto de buena fe podría ayudar a convencer a alguien de que me escuchara cuando proclaman mi inocencia.

¿Inocente de qué? Todavía no tenía una imagen clara de lo que había pasado en Hornos Universales.

Dos copias mías… y varias de Pallie. Pero ¿qué copias? La que desapareció en la mansión Kaolin, presumiblemente. ¿Y la gris que cortó la comunicación después de aceptar un contrato cerrado? Fuera cual fuese ese trabajo, las cosas debían de haberse torcido a lo grande.

Empezaron a llegar noticias de la sede de HU. Una bomba de priones había estallado, en efecto, pero los informes preliminares eran optimistas. Los empleados comentaban que se trataba de un excepcional golpe de suerte. La zona afectada era pequeña, porque un valiente operador de pala se sentó sobre el saboteador en el último instante, reduciendo la explosión con su enorme golemcuerpo y limitando la dispersión del veneno.

«Magnífico —pensé—. Pero ¿qué tiene todo esto que ver conmigo?»

No recibí respuesta en el teléfono de Pallie, ni en nuestro buzón secreto. Ninguno de mis cuatro ídems del martes respondió a mi llamada ultraurgente. Sólo podía explicar qué había sido de uno de ellos: el leal azabache que permaneció en su puesto, esforzándose hasta que el infierno se desencadenó sobre su cabeza, convirtiendo su cuerpo de barro húmedo en volátiles copos de cerámica.

Miré a la pantalla de intimidad, el telón que me separaba de la celda del asiento de pasajero. ¿Debería disolverla e informar a la gris de Ritu? Pero, sin duda, como directiva de HU, ella debía de haber recibido una alerta sobre lo sucedido en su compañía. ¿O estaba tan concentrada en su proyecto que había prohibido todo tipo de distracciones, cono las noticias?

Clara me lo explicó hace mucho tiempo: un principio militar básico, A veces tu única esperanza es gritar un desafío y atacar, y esperar lo mejor.

Evidentemente. La táctica desde luego sorprendió a mi atacante, que dio un salto atrás, chocando con la capota de su coche antes de intentar apuntar mejor. Yo aullé, pisé con fuerza, poniendo el motor del Volvo en un estallido de potencia de emergencia.

En esa décima de segundo, entre el resplandor de los dos grupos de faros encontrados, supe varias cosas a la vez.

« ¡Santo Dios, es Eneas Kaolin!»

Y: «Va a disparar antes de que lo alcance.»

Y: «No importa el arma que tenga, todavía tendré la satisfacción de convertir su lamentable culo de barro en fragmentos de cerámica.»

No me sirvió de mucho consuelo cuando un rayo de luz horrible surgió del arma de Kaolin, envolviendo mi coche en fuegos artificiales. El dolor siguió poco después.

Con todo, a través del cegador ataque, llegué a ver el ídem platino alzar ambos brazos y dejar escapar un último quejido de desesperación espontánea.

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