SEGUNDA PARTE

Recuerda, te lo ruego, que me has amasado como al barro, ¿me devolverás de nuevo al polvo?

Libro de Job

21 Duplicidad

…el miércoles, el primer gris del martes protesta por lo injusto de la vida…

Lo primero que advierto, cuando me despierto, no es el estrecho tubo donde me encuentro confinado. Me han emboscado, asaltado, atrapado y encerrado tantas veces que apenas lo noto ya. No, mi primer pensamiento es que no debería haber estado durmiendo. Soy un ídem, después de todo. Con sólo un reloj enzimático corriendo, no tengo tiempo para frivolidades.

Entonces lo recuerdo todo de sopetón…

Corría junto aun seto de un anticuado enclave suburbano, creado para los servidores de Eneas Kaolin. Tropecé con una bici y me pregunté… ¿adónde ha ido el fantasma de Maharal? ¿Por qué el último golem del inventor salió corriendo, en vez de ayudar a resolver la muerte de su hacedor?

Rodeé el seto, sólo para encontrar…

¡IdMaharal!

El gris estaba allí, sonriendo, apuntándome con un arma con boca de trompeta…

El recuerdo es inquietante. Peor, tengo la extraña impresión de que ha pasado bastante tiempo desde entonces. Horas. Más de las que puedo permitirme.

Es buena cosa que pague para que mis repuestos ídem tengan bloqueo de fobia, o estaría sufriendo un ataque ahora mismo, atrapado dentro de un estrecho cilindro en un jarabe de pringoso fluido sostenedor. Muy bien, Albert… idAlbert… deja de golpear las paredes. Nunca saldrás de aquí por la fuerza. ¡Concéntrate!

Recuerdo haber corrido para alcanzar al fantasma de Maharal, rodear la esquina de un alto seto, sólo para descubrir que mi presa se había dado media vuelta, y me apuntaba con una pistola de chorro. Salté a un lado para esquivarlo, esperando que los reflejos frescos fueran más rápidos que su cuerpo viejo de todo un día.

No debe de haber funcionado.

¿Cuánto tiempo he estado desconectado? Envío una solicitud de tiempo a mi placa rastreadora y la respuesta es un dolor agudo: alguien debe de haberla arrancado de mi frente. Un agujero latente se abre cuando alzo una mano para hurgar en la herida.

En los países con leyes estrictas, quitar la placa mata automáticamente al ídem. En la ZEP se abandonaron las viejas precauciones hasta convertirla en un contestador barato y un chip de datos. Puedo vivir sin ella. Pero a mi archi le costará trabajo recuperar su propiedad perdida, y por eso los tipos malos quitan las placas.

¿También se les ocurrió quitarme el resto de mis implantes? No puedo saber si mi autograbador todavía funciona. Por lo que sé, la narración subvocálica puede ser inútil, palabras desvaneciéndose en la entropía, como mis pensamientos. Pero no puedo dejar de recitar compulsivamente. Estoy construido para seguir haciéndolo hasta que este patético cerebro de barro se disuelva.


Espera. La mayoría de los suspensotanques vienen equipados con una ventanita, para que los propietarios puedan ver sus adquisiciones. No veo otra cosa que metal pelado, pero hay luz procedente de alguna parte.

Detrás de mí. Presionando con ambas palmas contra la pared interna del tanque, giro lentamente… y allí está. Tras una gruesa capa de cristal, veo una habitación que recuerda el laboratorio de un científico loco.

El mío no es el único cilindro de conservación. Hay docenas apoyados al azar sobre ásperas paredes de piedra. Más allá, veo congeladores de almacenamiento para repuestos, varias unidades de imprimación y un gran horno para cocer duplicados frescos. Cada pieza de equipo tiene el mismo logotipo: una H seguida de una U, y cada letra rodeada por su propio círculo. Juntos, los círculos parecen formar algo parecido al símbolo de infinito. En todo el mundo, es un marchamo de calidad. El artículo genuino. Fetén. Lo verdadero.

¿Podría estar dentro del brillante cuartel general de Hornos Universales? Algo en la pared de roca me dice que no. Cables superconductores de longitud de banda ancha rodean bancos de trabajo atestados. Las capas de polvo muestran que ningún servicio de limpieza manda aquí sus golems a rayas. Dondequiera que sea «aquí».

A primera vista, yo diría que el leal doctor Maharal estuvo sisando suministros de oficina, y posiblemente muchas cosas más, antes de su muerte.

Aparte del grupo normal de equipo idemizador, varias máquinas parecen extrañas, con el aspecto de andamio descubierto que tienen los prototipos. Un grupo de tanques de alta presión, oscurecidos por una bruma multicolor, siseabany humeaban hasta hace unos segundos, antes de alcanzar su clímax y guardar bruscamente silencio.

Un panel horizontal gira y nubes de vapor se apartan de una figura desnuda, tendida sobre una plataforma acolchada, con ese aspecto fresco y pastoso que siempre tiene uno cuando emerge del horno. Los rasgos son los de Yosil Maharal, parecidos al cadáver que vi en la mansión Kaolin, aunque sin pelo y de un gris metálico, arrebolado con brillantes tonos rojizos.

Un súbito estertor y un jadeo; empieza a respirar, sorbiendo aire para alimentar las células catalizadores. Los ojos se abren de golpe, oscuros, sin pupilas. Se vuelven, como si sintieran mi atención.

Hay frialdad en su mirada. Helada, agónica. Bueno, si se puede leer algo en los ojos de un ídem.

Tras sentarse y girar para plantar ambos pies en el suelo, cl golem de Maharal echa a andar hacia mí. Cojeando. El mismo paso incierto que una vez atribuí a una herida reciente. Pero ésa era una copia distinta. Tenía que serlo. Este ídem es nuevo. Su paso irregular debe de tener otra explicación. Costumbre, tal vez.

¿Nuevo? ¿Cómo podría ser nuevo? ¡Maharal está muerto! No hay molde del que seguir copiando. No hay ningún alma que deje su impresión en este barro. A menos que tuviera unas cuantas copias imprimadas, almacenadas en un congelador. Pero la máquina de la que acaba de salir esta criatura no se parece a ningún frigorífico ni ningún horno que yo haya visto antes.

Incluso antes de que hable, me pregunto: ¿Estoy contemplando algún tipo de maravilla tecnológica? ¿Un logro? ¿El Proyecto Zoroastro?

Todavía desnudo, idMaharal se asoma a la ventanita de mi contenedor, como inspeccionando una valiosa adquisición.

—Parece que te las estás apañando bastante bien —las palabras entran a través de un pequeño diafragma, haciendo vibrar el grasiento líquido interior—. Espero que te encuentres cómodo, Albert.

¿Cómo puedo responder? Me encojo de hombros, indefenso.

—Hay un tubo para hablar —explica el golem gris—. Bajo la ventanilla.

Miro hacia abajo, tanteando, y lo encuentro. Un tubo flexible con una máscara para la nariz y la boca. En cuanto me la pongo, empieza la succión, inundando mi garganta de agua, luego de aire, y provocando un ataque de tos espasmódica. A pesar de todo, es un alivio empezar a respirar de nuevo. ¿Cuánto tiempo ha pasado?

También significa que el reloj enzimático vuelve a correr.

—Así que —toso otra vez—, así que su otro gris sacó un recambio del frigorífico y le dijo quién soy antes de expirar. Vaya.

El Maharalduplicado sonríe.

—No hizo falta que me lo dijera. Soy el mismo gris. El que habló con tu arquetipo el martes por la mañana. El que estuvo junto ami propio cadáver a mediodía. El mismo «fantasma» que te disparó el martes por la tarde.

¿Cómo es posible? Entonces recuerdo la máquina de extraño aspecto. Al mirar de nuevo a los parches que fluctúan bajo una tez que brilla como si fuera nueva… creo que lo entiendo.

—Idemrejuvenecimiento. ¿De eso se trata? —Después de una breve pausa, añado—: Y Hornos Universales quiere acabar con su descubrimiento para mantener las ventas.

La sonrisa de idMaharal aumenta.

—Una buena suposición. Si sólo fuera eso, habría disrupciones. Consecuencias económicas. Pero nada que la sociedad no pudiera manejar.

Concentrándome, trato de captar qué está dando a entender. ¿Algo más serio que una disrupción económica?

—¿Cuánto… cuánto tiempo puede seguir un ídem adquiriendo recuerdos antes de que le resulte difícil cargar?

Mi captor asiente.

—La respuesta depende de la personalidad imprintadora original. Pero estás en el buen camino. Con tiempo suficiente, el campo-alma de un golem empieza a divagar, transformándose en algo nuevo.

—Una nueva persona —murmuro—. Algo que puede preocupar a mucha gente.

IdMaharal me está observando, como si evaluara mis reacciones. ¿Pero evaluándome para qué?

Reflexionando sobre mi estado actual, sólo siento calma y aceptación.

—Ha puesto algo en el fluido sostenedor. ¿Un sedante?

—Un agente relajante. Tenemos cosas que hacer, tú y yo. No ayuda que estés inquieto. Tiendes a volverte impredecible cuando estás agitado.

Ja. Clara me dice lo mismo. Lo acepto de ella, pero no de este payaso. Con sedante o no, me «agitaré» cuando me venga en gana. —Habla como si hubiera hecho esto antes.

—Oh, sí. No es que tú lo recuerdes. La primera vez que nos vimos fue hace mucho tiempo y no en este laboratorio. Todas las otras veces… eliminé los recuerdos.

¿Cómo puedo reaccionar a esa noticia, excepto mirándolo con mala cara? Esto implica que no soy el primer Albert Morris que Maharal ha sidcuestrado. Debe de haberse apoderado de otras copias, algunas de esas que desaparecieron misteriosamente a lo largo de los años, para luego eliminarlas una vez hubo terminado…

¿Una vez hubo terminado de hacer qué? Las perversiones habituales no parecen el estilo de Maharal.

Aventuro una suposición.

—Experimentos. Ha estado capturando a mis ids y ha experimentado con ellos. Pero ¿por qué? ¿Por qué yo?

Los ojos de Maharal son vidriosos. Puedo ver mi propio rostro gris reflejado en ellos.

—Por muchos motivos. Uno es tu profesión. Pierdes regularmente golems de alta calidad sin preocuparte mucho al respecto. Mientras tu misión salga bien, los villanos sean capturados y el cliente pague, aceptas unas cuantas pérdidas inexplicadas aquí y allá como parte del oficio. Ni siquiera informas a las compañías de seguros.

—Pero…

—Naturalmente, hay más.

Lo dice de una forma que indica que sabe lo que voy a decir y está harto, como si me hubiera dado la misma explicación muchas veces ya. Es una idea queme deja helado.

El silencio se prolonga. ¿Está esperando? ¿Me pone a prueba? ¿Se supone que he de deducir algo a partir de las pruebas que tengo ante los ojos?

El rubor inicial de la cocción ha desaparecido. Maharal está ante mí con su tono gris estándar, con aspecto moderadamente fresco… pero no del todo. Algunas de aquellas manchas bajo la piel no han desaparecido. El proceso que usa para restaurar el élan vital debe de ser irregular. Imperfecto, como una actriz de cinc con su último lifting facial. Debajo hay signos de irreversible desgaste y deterioro.

—Tiene… que haber un límite. Un límite al número de veces que se pueden renovar las células.

Él asiente.

—Siempre ha sido un error buscar la salvación solamente por la continuidad del cuerpo. Incluso los antiguos lo sabían, cuando el espíritu humano sólo tenía un hogar.

»Incluso ellos sabían que la perpetuidad no se consigue con el cuerpo, sino con el alma.

A pesar del tono profético, me doy cuenta de que lo dice en sentido tecnológico y espiritual.

—Con el alma… Se refiere de un cuerpo a otro —parpadeo—. ¿De un ídem a algún otro cuerpo distinto del original? —Entonces comprendo—. Ha hecho otro logro. Algo aún más trascendental que ampliar el límite de expiración de un golem.

—Continúa —dice él.

Me siento reacio a pronunciar las palabras.

—Piensa… piensa que puede continuar indefinidamente, sin su yo real.

Una sonrisa se extiende por el rostro gris acero, mostrando placer por mi deducción, como un maestro que contempla a su alumno favorito. Sin embargo, hay algo gélido en su mueca de goleo].

—La realidad es cuestión de opinión. Yo soy el verdadero Yosil Maharal.

22 Mímica es la palabra

…donde el verde del martes adquiere otro tono más…

Esta es mi primera oportunidad para recitar un informe desde que escapé por los pelos de ese jaleo en Hornos Universales.

Hablar a un anticuado autoscriba parece un uso pobre de un tiempo precioso, sobre todo cuando estoy huyendo. ¡Cuánto más fácil lo tienen los grises modelos especial didtective de Albert, que están equipados con adecuados grabadores subvocálicos y compulsiones insertadas para describir todo lo que ven o piensan, en tiemporreal presente! Pero yo sólo soy un verde utilitario, incluso después de haberme teñido varias veces. Un producto barato. Si tiene que haber una explicación de mi miserable participación en todo esto, debo darla por la tremenda.

Lo cual trae a colación la pregunta del millón. ¿Una explicación para quién? No para realAlbert, mi hacedor, que seguramente está muerto. Ni para los polis, queme diseccionarían nada más ponerme la vista encima. En cuanto a mis hermanos grises… Demonios, me da escalofríos tan sólo de pensar en ellos.

Entonces, ¿por qué molestarme en recitar nada? ¿A quién le importará?

Puede que sea un frankie, pero no puedo dejar de imaginar a Clara librando su guerra en el desierto, sin saber que su amante real ha sido eliminado por un misil. Se merece el consuelo moderno: oírlo de boca de su fantasma. Eso quiere decir yo, ya que soy el único ídem que queda. Aunque en realidad no me siento para nada como Albert Monis. Así que aquí está, querida Clara. Una carta escrita por un fantasma para ayudarte a pasar la primera etapa de dolor. El pobre Albert tenía sus defectos, pero al menos te quería. Y tenía un trabajo.

Yo estaba allí cuando se produjo… el «ataque» a Hornos Universales, quiero decir.

Estaba en la planta de la fábrica a menos de treinta metros de dis_ tancia, mirando asombrado al gris número dos pasar corriendo, todo hinchado y descolorido por algo horrible que se agitaba en sus tripas, preparado para estallar. ¡Pasó de largo, sin apenas mirarme, ni al pequeño idemhurón de Pal que llevaba al hombro, aunque habíamos pasado por un infierno para llegar hasta aquí y rescatarlo!

Ignorando nuestros gritos, el gris buscó frenéticamente, y entonces encontró lo que estaba buscando: un lugar donde morir sin perjudicar a nadie.

Bueno, a nadie excepto a aquel pobre trabajador-pala, que nunca comprendió por qué un desconocido de pronto quiso meterse por su cloaca. Y ésa fue sólo la primera sorpresa desagradable del tipo. El gigantesco idobrero dejó escapar un grito, y luego empezó a expandirse hasta alcanzar varias veces su antiguo tamaño, como un globo hinchado… como un personaje de dibujos animados que sopla demasiado fuerte su propio pulgar. ¡Me pareció que la desafortunada pala estaba a punto de explotar! Entonces todos habríamos terminado. Yo, con seguridad. Todo el mundo en la fábrica. Hornos Universales. ¿Tal vez todos los ídems de la ciudad?

(¡Imagina a todos los archis teniendo que hacerlo todo ellos solos! Sabrían cómo, por supuesto. Pero todo el mundo está tan acostumbrado a ser muchos… a vivir varias vidas en paralelo. Verse limitados a uno a la vez volvería a la gente loca.)

Por fortuna para nosotros, la infortunada pala dejó de expandirse en el último momento. Como un sorprendido pez globo, miró en derredor con ojos saltones, como pensando que aquello no estaba en mi contrato. Entonces el brillogolem se extinguió. El cuerpo de barro se estremeció, se endureció, y se quedó quieto.

Chico, vaya forma de irse.

Se produjo luego un torbellino de caos y alarmas ruidosas. Las máquinas de producción se pararon. Los obreros-golem dejaron todas las tareas y la enorme fábrica se llenó de equipos de emergencia que corrían a reparar los daños. Vi muestras de intrépido valor… o habría sido valor si las cuadrillas no hubieran estado compuestas por duplicados sacrificables. Incluso así, hizo falta valor para acercarse a aquella carcasa hinchada. Débiles chorros brotaban del cuerpo ensanchado y rezumante. Todo ídem que rozaba siquiera una gota caía convulso de agonía.


Pero la mayor parte del veneno estaba controlado dentro de la enorme y temblorosa pala. Cuando empezó a derrumbarse y a desintegrarse desde dentro, limpiadores a rayas púrpura llegaron con largas mangueras y rociaron la zona con espuma antipriónica.

A continuación llegaron los directivos de la compañía. No los humanos reales aún, sino montones de atareados grises científicos con bata blanca, y luego algunos brillantes polids azules y un procurador de Seguridad Pública dorado-plateado. Finalmente, un duplicado platino del mismísimo jefe de HU, Vic Eneas Kaolin, apareció en escena exigiendo respuestas.

—Vamos —dijo el, pequeño idhurón de Pallie desde mi hombro—.

Larguémonos. Ahora eres naranja, pero el jefazo podría reconocer tu cara.

A pesar de eso, estuve tentado de quedarme y averiguar qué sucedía. Ayudar tal vez a limpiar el nombre de Alberti De todas formas, ¿qué me esperaba ahí fuera en el mundo? ¿Diez horas de rascarme inútilmente la cabeza, escuchando las quejas y recriminaciones de Gadarene y Lum hasta que mi reloj se agotara y me tocara el turno de derretirme?

La espuma todavía fluía, borboteando, siseando y esparciéndose por todo el suelo de la fábrica. Los instintos de supervivencia imprintados parecen de verdad, y me uní a los otros mirones que se alejaban de la sustancia.

—Muy bien —suspiré por fin—. Salgamos de aquí.

Me di la vuelta… sólo para encontrarme con varios tipos hoscos de seguridad, vestidos de naranja claro con franjas azules, y con músculos triples que mostraron amenazadores.

—Por favor, vengan con nosotros —dijo uno de ellos con voz aumentada de autoridad, ejerciendo sobre mi brazo una presa inflexible. Inmediatamente comprendí que eso era una buena señal.

Lo de «por favor», quiero decir.

Nos metieron en un vehículo sellado con los costados de metal sencillo, cuya opacidad no disminuía aunque miráramos con la máxima atención, cosa que el id de Pal consideró bastante desagradable.

—Al menos podrían dejarnos ver el panorama antes de empezar a diseccionar nuestros cerebros —gruñó el hurón con la cara de Pal, enfrentándose a los guardias a su manera típica—. ¡Eh, los de delante! ¿Y si dejamos a la gente consultar con su programa-abogado, eh? ¿Quieren ser personalmente responsables cuando megademande a toda la compañía por sidcuestro? ¿Son conscientes de la reciente sentencia idAddison contra Hughes? Ya no es una excusa que un golem diga que «me limitaba a seguir órdenes». Recuerden la Ley Secuaz. ¡Si cambian de bando ahora mismo, podrán ayudarme a demandar a su jefe y acabar nadando en dinero!

El bueno de Pal, un encanto 1c echen lo que le echen. Tanto daba. Que estuviéramos abajo arresto» en sentido estrictamente legal no importaba.

Como meras propiedades (y posibles partícipes en un sabotaje industrial) no íbamos a inspirar a ningún empleado de HU para que se chivara de que habían abusado de nuestros derechos.

Al menos el conductor había dejado mi reposabrazos conectado, así que pedí noticias. El espacio ante mí se hinchó con burbujas de holorred, la mayoría dedicadas a un «fracasado ataque terrorista fanático» en HU. No daban mucha información. De todas formas, poco después otra noticia copó la atención cuando un globo estandarte estalló, apartando a los otros holos.


¡CASA DE LA ZONA NORTE DESTRUIDA POR UN MISIL HOODOO!

Al principio no reconocí el lugar del ardiente infierno. Pero los locutores de noticias pronto añadieron la dirección alcanzada por un cohete asesino clandestino.

—Rayos —murmuró Pallie cerca de mi oído—. Es duro, Albert.

Era mi casa. O el lugar donde este cuerpo mío fue imprintado con recuerdos, antes de ser soltado en un día largo y lamentable. «Maldición, incluso se han cargado el jardín», pensé, viendo las llamas consumir la estructura y todo lo de dentro.

En cierto sentido, parecía un favor. Los rumores en la Red ya habían empezado a mencionar a Albert Morris como principal sospechoso del ataque a HU. Estaría en un verdadero aprieto si aún viviera. Pobre tipo. Era predecible, supongo, mientras siguiera actuando como un romántico y anticuado cruzado contra el mal. Tarde o temprano iba a irritar a alguien mucho más grande y más fuerte y meterse en verdaderos problemas. Quien había hecho todo aquello estaba siendo devastadoramente concienzudo.

Los problemas no habían empezado siquiera a resolverse cuando el vehículo se detuvo. La puerta trasera empezó a abrirse y el pequeño idhurón de Pal se preparó para saltar. Pero los guardias estaban vigilando y fueron rápidos. Uno agarró a idPal por el cuello con una tenaza de tornillo. El otro me asió por un codo, suavemente pero con suficiente energía para demostrar lo inútil que sería resistirse.

Salimos junto al pórtico a oscuras de una gran mansión de piedra, bajamos una escaleras en penumbra ocultas en parte por unos crisantemos verdaderamente destacables. Podría haberme resistido al guardia el tiempo suficiente para tratar de oler las flores, si hubiera tenido nariz.

¡Ah, qué le vamos a hacer!

En el fondo, una puerta abierta conducía a una especie de saloncito donde media docena de figuras se relajaban ante mesas y sillas, fumando, hablando y bebiendo. Al principio los tomé por reales, ya que todos eran de diversos tonos de marrón-humano y llevaban ropa de tela duradera de estilo bastante anticuado. Pero tras una mirada experta vi que sus tonos de carne eran teñidos. Sus rostros acababan de delatarlos: tenían la típica cara de irremisible aburrimiento. Aquellos Menas se encontraban al final de un largo día de trabajo, y esperaban pacientemente el momento de expirar.

Dos de ellos, sentados ante costosas pantallas interfaz, hablaban con avatares lA generados por ordenador de rostros similares a los suyos. Uno era un pequeño golem de aspecto infantil, con ropa vaquera gastada. No entendí nada de lo que dijo. Pero la otra, una mujer pechugona de cabello rojizo, vestida con ropa de matrona que le sentaba bastante mal, hablaba lo suficientemente alto para que yo pudiera oírla mientras los guardias Inc hacían pasar de largo.

…con el divorcio al caer, va a haber un montón de cambios —le decía a la cara en pantalla—. Mi parte se complicará más a medida que las submotivaciones de estrés inducido se vuelvan más sutiles. Si no podemos tener mejor continuidad día-a-día, me gustaría al menos tener mejores datos sobre los índices de miseria original. Sobre todo ya que tengo que empezar casi desde cero cada día. Por fortuna, la situación era tan caótica que el sujeto no requiere mucha consistencia, ni la espera siquiera…

Su voz era pura profesionalidad, las palabras no tenían relación con ninguna preocupación mía. Estaba claro que Albert Morris no era el único trabajador cualificado contratado para oscuros proyectos por un multibillonario excéntrico.

Nuestros fornidos escoltas nos llevaron más allá del vestíbulo/sala de espera. Un rayo visible escaneó las frentes veteadas de azul y abrió la puerta, revelando una enorme cámara dividida por hileras de gruesas columnas de sostén de la mansión. Atravesamos rápidamente ese bosque de hormigón y vimos varios laboratorios. A mi izquierda, el equipo era para idemización, como cabía esperar: congeladores, unidades imprintadoras, hornos y cosas así, además de unas cuantas máquinas que no reconocí. A mi derecha, aparatos relacionados con la biología y la medicina humanas, casi un hospital de gente real en miniatura, equipado además con los últimos analizadores/escáneres cerebrales.

Es decir, supuse que eran los últimos. Albert es (o era) un aficionado que lee estudiosamente artículos sobre la psicopatología cerebral de los malhechores. Una fascinación que yo, corno frankie, por lo visto no comparto.

Los guardias nos escoltaron hasta otra sala de espera, ante una puerta cerrada. Por una estrecha ventana vi a un individuo que caminaba nerviosamente, ladrando bruscas preguntas a alguien que no llegaba a ver. La piel del interrogador era brillante, pulida, y sus caros tendones sintéticos se hinchaban, casi como los de un hombre. Pocos podían permitirse un cuerpo como ése, y mucho menos utilizarlos en grandes cantidades. Era el segundo idKaolin de alta calidad que veía en una llora. No paraba de mirar a la pared cercana, donde múltiples burbujas flotaban y revoloteaban, reaccionando a su mirada, mostrando acontecimientos de muchos husos horarios.

Advertí que la fábrica de HU destacaba en varias burbujas; los equipos de emergencia todavía estaban trabajando, pero menos frenéticamente que antes, pues al parecer habían conseguido acotar el ataque priónico.

Aposté a que la producción continuaría antes del amanecer en las secciones alejadas de la fábrica.

Otra burbovisión mostró las ruinas humeantes de una casita… el hogar de Albert, y probablemente su crematorio. Lástima.

—Apártese de ahí, por favor dijo uno de mis escoltas, en un tono suave que implicaba que una segunda advertencia sería menos cortés. Me aparté de la ventana y me reuní con idPal, que estaba tendido en el fino colchón de una camilla de hospital cercana. El pequeño hurón-golem de Pal se estaba lamiendo algunas de las heridas recibidas en nuestra breve batalla para acceder a Hornos Universales.

Como realPal esperaba, los túneles trabajosamente excavados por los grupos de fanáticos manifestantes (el de Lum y el de Gadarene) ya habían sido descubiertos por alguien. Guardianes mecánicos ocultos, vigilantes y mucho más duraderos que el barro, nos atacaron cuando aparecimos. Pero el barro es versátil. ¡Y los roboguardianes nunca se habían enfrentado a un escuadrón de miniPals a la carga! Cuando lo seguí, la batalla casi había terminado. Encontré a un idPal entre los aritos de sus camaradas y los fragmentos fundidos de los guardias mecánicos. Su piel refractaria humeaba y la mayoría de los diminutos escarabajos de combate que llevaba habían desaparecido. Pero los centinelas enemigos ya no existían y nuestro camino quedó despejado hasta la fábrica misma, donde buscamos a mi hermano gris antes de que lo engañaran para cometer un crimen.

Resultó que nuestra advertencia llegó demasiado tarde. A pesar de todo, el gris debió de darse cuenta de algo por sí mismo. Su zambullida de último minuto en el apestoso vientre de una pala fue valiente y original. Al menos, yo esperaba que las autoridades lo juzgaran de esa forma. Si no se les escatimaba parte de la historia completa.

Mientras esperaba en la antesala subterránea, el pequeño golern de Pal empezó con las quejas.

—¡Eh! ¿Qué hace falta para recibir un poco de atención médica aquí? ¿Nadie ha advertido que estoy dañado? ¿Qué tal una enfermera guapa? ¿O un bote de tintura y una navajita?

Un guardia se lo quedó mirando y luego murmuró algo a un micro de muñeca. No tardó en aparecer un rox utilitario naranja, desprovisto de ningún rasgo que indicara el sexo de su original, y empezó a aplicar varios esprais a las heridas del idPal. Yo también había sufrido una quemadura o dos peleando cerca de los túneles, ¿pero me viste quejarme?

Pasaron los minutos. Un montón. Advertí que ya debía de ser miércoles. Magnífico. Tendría que haber pasado el día anterior en la playa, después de todo.

Mientras esperábamos, un idmensajero llegó corriendo de la mansión propiamente dicha, usando a fondo sus largas piernas y cargado con un pequeño contenedor de teflón. El hurón arrugó su nariz húmeda, olisqueando con disgusto.

—Sea lo que sea lo que hay en esa caja, ha sido desinfectada de unas cincuenta formas distintas —comentó—. Huele a una mezcla de alcohol, benceno, bactina y a esa espuma que estaban usando en HU.

El mensajero llamó a la puerta y entró. Oí al Kaolin platino exclamar «¡Por fin!» antes de que nos quedáramos de nuevo enfriándonos los talones, deteriorándonos a cada minuto que pasaba. En cuanto el enfermero terminó de reparar al idPal, mi pequeño amigo empezó de nuevo a parlotear, exigiendo otro favor.

—Eh, amigo, ¿y si me traes una lectora, eh? Tengo que estar productivo, ¿no? Mi rig se unió hace poco a un club de lectura. Quiere ponerse al día con Moby-Id para su próxima reunión. Bien podría leerme algunos capítulos mientras estoy aquí sentado.

¡El valor del tipo! Suponiendo que llegara a leer unas cuantas páginas, ¿de verdad esperaba poder descargar algo a realPal? «Sí, claro —pensé—. Como si fuéramos a salir alguna vez de este lugar.»

Para mi sorpresa, el guardia se encogió de hombros, se acercó a un armarito, sacó una ajada placa-red y la lanzó a la camilla de Pal. Pronto el pequeño golem se abrió paso por el índice de ficción online, buscando el último éxito de ventas sobre un goleta marino tan grande que sus células de energía tardaban décadas en agotarse… un monstruoid imprimado con el alma atormentada de un sabio medio loco que debía perseguir a su creación mientras recorría los siete mares, aplastando barcos y esquivando a su inflexible perseguidor durante unas mil páginas. Ha habido una oleada de historias y películas como ésa últimamente, de ídems en conflicto con sus arquetipos originales. He oído decir que éste está bien escrito y cargado de angustia existencial. Pero Albea Morris nunca supo saborear la buena literatura.

De hecho, me sorprendió un poco descubrir que Pal tenía debilidad por esas cosas. ¡Un club de lectura, por mi culo de cerámica! Seguro que preparaba algo.

—Vengan —dijo uno de nuestros guardias, respondiendo a alguna señal oculta—. Los quieren ahora.

—Y es un gran honor ser queridos —trinó Pal, siempre con una frasecita a punto. Soltando la placa se subió a mi hombro, y yo entré en la sala de conferencias por la puerta, ahora abierta.

Un solemne Kaolin-golem nos esperaba.

—Siéntense —ordenó. Me desplomé en la silla que me indicaba, más cómoda de lo que necesitaba mi barato culo—. Estoy muy ocupado —declaró el duplicado del magnate—. Les doy diez minutos para que se expliquen. Sean exactos.

No hubo amenazas ni persuasiones. Ni amenazas de que no mintiéramos. Casi con toda certeza nos estarían escuchando sofisticados programas de neurored. Aunque esos sistemas no son inteligentes (en ningún sentido estricto de la palabra), hace falta concentración y suerte para engañarlos. Albea tenía esa habilidad, y supongo que eso significa que yo también. Pero allí sentado me faltaban las ganas de intentarlo.

De todas formas, la verdad era bastante entretenida. Pallie se lanzó directamente a ella.

—Supongo que podríamos decir que empezó el lunes, cuando dos grupos distintos de fanáticos acudieron a mí, quejándose de que aquí mi amigo —una zarpa de hurón me señalo—, los estaba acosando con visitas nocturnas…

Continuó contando toda la historia, incluyendo nuestras sospechas de que alguien estaba planeando acusar a los desventurados fanáticos, Lum y Gadarene, y a realAlbert, preparándolo todo para que se llevaran la culpa del sabotaje de esa tarde a HU.

No podía reprochar la decisión de idPal de cooperar y contarlo todo. Cuanto antes fueran puestos los investigadores sobre la pista correcta, mejor; una forma de limpiar el nombre de Albert, aunque ahora no le fuera a servir de nada. (Advertí que el pequeño hurón diestramente evitaba nombrar a su propio rig. RealPal estaba a salvo, por ahora.)

Y sin embargo mi cerebro de barro hervía de recelo. El propio Kaolin no estaba libre de sospecha. Cierro, no podía imaginarme a un multibillonanio saboteando su propia compañía. Pero todo tipo de retorcidas conspiraciones pueden parecer plausibles después de un día como el que acababa de tener. ¿No había sido allí mismo, en la mansión Kaolin, donde desapareció el gris número uno del martes? En cualquier caso, Kaolin era uno de los pocos que poseían los medios, técnicos y financieros, para idear algo tan retorcido y diabólico.

Pero lo que más me llamaba la atención era que no hubiera policías presentes. Aquel interrogatorio tendría que haber sido realizado por profesionales.

Eso implicaba que Kaolin tenía algo que ocultar. Incluso a riesgo de desafiar la ley.

«Podría meterse en verdaderos problemas por esto —pensé—, si una sola persona real hubiera resultado herida en el ataque de esta noche. Cierto, las únicas personas que vi heridas en RO fueron ídems…» El pensamiento se quedó colgado, inacabado, insatisfactorio.

—Bien, bien —dijo nuestro anfitrión platino después de que el id-hurón terminara su sorprendente recital sobre visitantes nocturnos, fanáticos religiosos, locos por los derechos civiles y túneles secretos. El Vic sacudió la cabeza—. Es toda una historia.

—¡Gracias! —jadeó idPal, agitando su apéndice trasero por el cumplido. Estuve a punto de golpearlo.

—Normalmente, su historia Inc parecería ridícula, por supuesto. Un montón de fantasías descabelladas y mentiras evidentes —hizo una pausa—. Por otro lado, encaja con la información adicional que he recibido hace poco.

Indicó al mensajero, que había permanecido pacientemente en pie en un rincón, que se acercase. El golem amarillo usó guantes desechables para meter la mano en su caja y sacar un cilindro diminuto (el tipo de archivo audio más pequeño y simple, sin energía), y lo insertó en una unidad reproductora en la mesa de conferencias de Kaolin. El sonido que emitió no era lo que nuestros abuelos habrían llamado una voz, sino más bien un murmullo de chasquidos y semitonos que se convirtió en un gemido cuando el mensajero pulsó la unidad rebobinadora a mayor velocidad. Y sin embargo, yo conocía aquel lenguaje muy bien. Capté cada palabra perfectamente.

Siempre me siento un poco protestón cuando salgo de la bandeja, descuelgo la ropa de papel de la percha… sabiendo que soy la copia por-un-día.

Uf. ¿Qué me ha puesto de este humor?

Tal vez la noticia de Ritu. Un recordatorio de que la muerte verdadera todavía nos acecha a todos.

…A veces eres la cigarra. A veces la hormiga.


El reconocimiento fue algo más que oír ritmos y frases familiares. No, los mismos pensamientos me golpearon con una acuciante sensación de repetición. La persona que había subvocalizado aquella grabación empezó su parodia de vida apenas minutos antes que yo empezara la mía. Cada uno de nosotros inició su existencia el martes por la mañana pensando de modos similares, aunque yo no estaba equipado con las prestaciones de un gris. Hecho de materia más burda, yo rápidamente me desvié por una extraña frontera y no tardé en darme cuenta de que era un frankie. El primero que creaba Albert Montás.

El tipo que grabó aquel diario era evidentemente más convencional. Otro leal Albert gris. Dedicado. Un verdadero profesional. Lo bastante listo para adelantarse a los planes de tu malhechor habitual, variedad-jardín.

Pero también lo bastante predecible para que alguna mente realmente tortuosa pudiera tenderle una trampa maligna.

…Estoy en el Estudio Neo, que ofrece servicios que nadie maginó antes de que la técnica de hornos apareciera…

Espera un momento.

Es el teléfono… Pal… Nell decide pasarle la llamada a n pero escucho. Quiere que me pase por su casa…

—¿Ves? —exclamó el pequeño hurón-golem en mi hombro—.

¡Traté de advertirte, Albert!

—Ya te he dicho que no soy Albert —respondo.

Los dos estamos nerviosos e irritados escuchando el superrápido playback describir un encuentro fatal.

La ayudante ejecutiva de la maestra… me aparta de la oficina de Wammaker…

—En nuestra reunión trataremos ternas delicados…


Escuchamos embobados mientras los «clientes» (una dice ser la maestra misma) explicaban su necesidad de un investigador imposible de localizar para que metiera la nariz en HU de una manera subrepticia aunque legal, buscando pistas de tecnologías secuestradas. ¡Justo el tipo de cosa necesaria para azuzar la vanidad y la curiosidad de Albert! Me pareció especialmente curiosa la manera en que cada uno de sus nuevos clientes se aseguró de parecer irritante o desagradable a su propia manera. Conociendo ami arquetipo, lo sublimaría e impediría que el disgusto influyera en su decisión. Perseveraría. Sufriría lo insufrible por pura obstinación. (Llámalo «profesionalidad».)

Estaban jugando con él como con un niño.

Poco después llegó su aventura en el Salón Arco Iris, donde apenas sobrevivió a un casual encuentro con algunos gladiadores. Un encuentro que le hizo necesarias reparaciones urgentes… convenientemente proporcionadas por los zánganos de la colmena de la Reina Irene. ¡La narración en tiempo presente del gris te hacía querer levantarte y gritarle, exigiendo que se despertara y se diera cuenta de cómo lo estaban utilizando!

Bueno, a toro pasado es fácil reconocer un truco diabólico. (¿lo habría visto yo en las mismas circunstancias?)

Pero todas las partes cometieron errores. El enemigo (fuera quien fuese el que ideó ese retorcido plan) no advirtió el grabador en tiemporreal del Albert gris, escondido entre el puñado de fibralmas de alta densidad de su laringe. Ni siquiera cuando lo tendieron, inconsciente, con el pretexto de «repararlo» para instalarle una peligrosa bomba de priones. Sin duda buscaron aparatos de seguimiento y comunicación más sofisticados, pero el diminuto archivero no usaba ninguna fuente de energía, sólo diminutas flexiones en la garganta para grabar en audio con roces minúsculos. Un sistema de grabación anticuado pero virtualmente indetectable… por eso Albert siempre lo instalaba en sus grises.

¡No era extraño que el mensajero de Kaolin tornara tantas precauciones para no tocar el diminuto artefacto! Aunque desinfectado, había sido recuperado de una repugnante masa envenenada de priones, desparramada por el suelo de la fábrica de HU… de los restos mezclados de una desdichada pala y un didtective privado condenado. El archivo todavía podía contener unas cuantas moléculas catalizadoras letales para seres como nosotros, que carecemos de auténticos sistemas inmunológicos.

De todas formas, era una pista útil, chispeando entre los restos fundidos. Una prueba vital. Tal vez suficiente para limpiar el nombre de mi difunto hacedor.

Pero ¿por qué nos ponía Kaolin esa grabación a nosotros, a idPal y a mí, en vez de a la policía?

La aguda narración pronto nos llevó a la mejor parte del día del gris: cuando evitó hábilmente el Omnipresente Ojo Urbano, engañando a las legiones de cámaras públicas y privadas que cubrían casi todos los ángulos del moderno paisaje ciudadano. Lo había disfrutado. Pero luego, tras haber borrado su pista, entró en Hornos Universales.


Dos artículos salen de una ranura en la garita, una pequeña placa de visitante y un mapa… me dirijo a las escaleras mecánicas para bajar… un enorme complejo parecido a un hormiguero bajo las resplandecientes cúpulas corporativas, preocupado por la siguiente fase: buscar pistas de que Vu Eneas Kaolin está reteniendo ilegalmente logros científicos…

Muy bien, supongamos que Hornos Universales ha resuelto cómo transmitir la Onda Establecida de la conciencia humana a distancias superiores a un metro. ¿Habrá pistas o signos que un profano corno yo pueda entender? ¿Podrían los ejecutivos de HU «enviarse» ya a todo el planeta?

Pal y yo intercambiamos una mirada.

_Guau —murmuró el pequeño golem.

¿podría ser ése el logro? La idemiz ación remota sacudiría la forma de vida a la que por fin hemos empezado a acostumbrarnos, después de todos estos años difíciles.

Los dos nos volvimos a mirar a idKaolin. Su reacción no reveló nada, pero ¿y la primera vez que había oído estas palabras, hacía sólo unos minutos? ¿Se ruborizó la tez platino de furia y desazón?


Una vibración abajo… máquinas gigantescas mezclan barro orgánico, amasándolo con fibras sintonizadas para vibrar con los ritmos de un alma extraída_ muñecos moldeados que caminan y hablan… y nosotros lo damos todo por hecho…

Maldición. Algo me está molestando. Piensa… ¿cómo podría Hornos Universales ocultar algo tan grande?

Sí, el mal se nutre del secreto. Es lo que impulsa a Albert. Descubrir la maldad. Encontrarla verdad. Pero ¿es eso lo que hago?


—Por fin —murmuré yo, mientras el gris empezaba a hacerse las preguntas adecuadas.

En justicia, expresó sus dudas antes. Pero eso hacía que la transcripción fuera aún más frustrante: escuchar mientras avanzaba a pesar de todos sus recelos.

Tal vez el gris era defectuoso, como yo: una copia de mala calidad hecha por un original agotado, no por Albert en su mejor momento. Por otro lado, había sido manipulado por expertos. Tal vez nunca tuvo una oportunidad.


Un especie de mosquito esquiva una palmada y se lanza hacia mi cara. Uso un arrebato de energía para agarrarlo… lo aplasto en la mano.


El miniPal clava sus garras en mi pseudocarne.

—Maldición, Albert. Me gasté mi buen dinero en esos bichos diminutos.

Sus ojos de hurón chispeaban, como si de algún modo Ia obstinación del gris fuera culpa mía. Yo podría haber reaccionado quitándolo de encima de mi hombro. Pero la grabación se acercaba a su mortífero clímax.

Tiene sentido… Aumentarían los daños retrasando la ignición, bien con un reloj o preparándolo para que se dispare cuando pase por un segundo escaneo de seguridad…

—¡Alto! —grito…

A partir de ese punto, la narración se convirtió en un rápido gemido entrecortado, mucho más indescifrable, como los murmullos de un corredor apurado o de alguien que tratara de concentrarse en una tarea desesperada.

Intentando salvar mucho más que su propia vida miserable.


Veo una versión de irá mismo con una comadreja-golem… Parece que el verde de hoy encontró algo mejor que hacer que limpiar retretes. Bien por ti, Verde…


Eso me hizo sentirme un poco avergonzado por las cosas sardónicas que había pensado de aquel gris. ¿Podría haber intentado salvarlo con más insistencia? ¿Podría realAl estar vivo ahora, si hubiéramos tenido éxito?

Lamentarse parecía fuera de lugar, con mi propio reloj marcando rápidamente d tiempo. ¿Por qué nos estaba poniendo Kaolin esa cinta? ¿Para burlarse de nuestro fracaso?


La pobre pala se rebulle… No puedo reprochárselo, pero me impulsa más adentro, contengo la respiración…

Me estoy consumiendo…

¿Estoy lo bastante dentro?¿ Contendrá el enorme cuerpo de barro…?


La narración terminó con un agudo chirrido.

ldPal y yo nos volvimos al mismo tiempo para contemplar los estoicos y casi humanos rasgos de idEneas Kaolin, quien nos observó un buen rato mientras una de sus manos temblaba levemente. Finalmente, habló en voz baja, más fatigada de lo que parecía propio de un golem de mediana edad.

—Bien. ¿Quieren tener una oportunidad para encontrar a los pervertidos que hicieron todo esto?

El ídem de Pal y yo compartimos una mirada de sorpresa. —Pretende usted decir… ¿Pretende decir que quiere contratarnos? —pregunté.

¿Qué, exactamente, esperaba Kaolin que consiguiéramos en las diez horas (o menos) que nos quedaban?

23 Tendidos al sol

…de cómo Albert descubre, en tiempo real, cuán real puede ser…

El desierto es muchísimo más brillante al natural que en el holocine. Algunos dicen que su resplandor incluso puede penetrar en tu cerebro y afectar la glándula pineal, ese «tercer ojo» profundamente enterrado que los antiguos místicos consideraban un enlace directo con el alma.

Se dice que la luz cegadora revela verdades ocultas. O hace que delires tanto que encuentras significados cósmicos en lo más simple. No es de extrañar que los desiertos sean el tradicional refugio de ascetas de ojos desorbitados que buscan el rostro de Dios.

No me importaría encontrarme con un asceta ahora mismo. Le pediría que me prestara su teléfono.


¿Está funcionando este trasto? Me he pasado el último par de horas toqueteando un diminuto archivador de sonido de potencia muscular, probándolo con el relato de lo que sucedió anoche. Primero tuve que sacarlo del golem gris que llevaba almacenado en la parte trasera del Volvo destrozado. Una tarea asquerosa, pero el ídem se estropeó de todas formas, como todos los componentes electrónicos del coche, cuando el Kaolin platino nos disparó con su extraña arma en la carretera.

Un archivador subvocal no necesita electricidad ninguna, un motivo por el que lo instalo en todos mis grises. Imprime espirales microscópicas en un cilindro de dolomita de densidad neutral. Yo no sé narrar con gruñidos a alta velocidad, como hago cuando soy de barro. A pesar de todo, la pequeña unidad debería detectar los sonidos ambientales, como una voz hablada, mientras esté insertada en la piel, bajo mi mandíbula. Con pequeños gestos suministro energía. Ritu creerá que tengo un tic nervioso después de todo lo que hemos pasado. Ella ha salido de nuestra cueva (un hueco al socaire entre los peñascos) para beber de una pequeña charca que encontramos. Incluso los ídems necesitan agua aquí, a menos que quieras convertirte en porcelana. Eso me da una excusa para hacer mis propios viajes a la charca. Soy real, después de todo. Llevo encima la marca de Adán, cubierta de maquillaje y ropa.

¿Por qué seguir fingiendo que soy artificial? Por amabilidad. El golem de Ritu no tiene muchas posibilidades de volver a casa para descargar. Como si su rig quisiera estos recuerdos. Yo, por otro lado, tengo bastantes probabilidades de salir de aquí. Esperaré a la noche, y luego caminaré hacia el oeste a la luz de la luna hasta que llegue a una carretera, una casa, o alguna webcam de algún grupo eco. Cualquier cosa que Inc sirva para lanzar un SOS. La civilización es simplemente demasiado grande para perderse hoy en día, y un cuerpo orgánico sano puede soportar pérdidas, si no haces ninguna estupidez.

Supongamos que encuentro un teléfono. ¿Debería utilizarlo? Ahora mismo mi enemigo (¿Vic Kaolin?) debe de creer que estoy muerto. Muerto de verdad por el ataque con el misil a mi casa. Y ahora todos mis ídems también lo están. Se han tomado muchas molestias para negar a Albert Morris ninguna continuidad. Reapareciendo únicamente lograría volver a llamar la atención.

Antes necesito información. Un plan. Y será mejor que me mantenga apartado de los polis también. Hasta que pueda demostrar que me tendieron una trampa. Un poco de sufrimiento extra (una marcha a través del desierto evitando cámaras por el canino) podría merecer la pena si consigo llegar a la ciudad sin ser detectado.

¿Estoy preparado para ello? Oh, he soportado un millar de heridas que habrían acabado con cualquiera de mis antepasados, desde incineraciones a ahogamientos o decapitaciones. He muerto más veces de las que puedo contar ¡Pero una persona moderna nunca hace nada de eso en forma orgánica! El cuerpo real está para hacer ejercicio, no para angustiado.

Mi duro abuelo del siglo XX lanzó su cuerpo (su única vida) por un puente una vez, sujeto a una banda elástica. Sufrió increíbles tormentos en las primitivas clínicas dentales. Viajó cada día por autopistas sin rayos-guía, confiando toda su existencia a las inciertas habilidades para conducir de completos desconocidos que pasaban zumbando junto a él en burdos vehículos impulsados por explosivos líquidos.

Puede que el abuelo se encogiera de hombros ante estos desafíos, y fuera capaz de llegar caminando ala ciudad atravesando sin quejarse el desierto. Yo probablemente gimotearé cuando se me meta una piedrecita en el zapato. A pesar de todo, estoy decidido a intentarlo. Esta noche, después de que la golem de Ritu vaya a donde van los golems sin esperanza.

Le haré compañía hasta entonces.

Ahí vuelve, así que basta de hablar. Todo lo demás que se grabe tendrá que ser captado de nuestra conversación.

—Albert, has vuelto. ¿Recuperaste algo del coche?

—No mucho. Todo está frito: mis aparatos forenses, la radio, los localizadores… Supongo que nadie sabe que estarnos aquí.

—¿Tienes alguna idea de cómo llegamos aquí?

—Una suposición descabellada. Esa arma que disparó idKaolin se cargó todos los componentes electrónicos y debía de tener intención de destruir el barro imprintado.

—Entonces, ¿por qué seguimos en pie?

—Ese viejo Volvo tiene más metal que la mayoría de los coches de hoy en día. Estábamos mejor protegidos que el pobre gris almacenado en la trasera. Además, sorprendí a Kaolin al lanzarme contra él, con lo cual falló la puntería. Por eso puede ser que nos desmayáramos nada más.

— ¡Pero después! ¿Cómo llegamos al fondo de este barranco, rodeados de kilómetros de cactus y porquería? ¿Dónde está la carretera?

—Buena pregunta. Esta vez he visto algo en el lugar del accidente que no advertí antes, un charco cerca de la puerta del conductor.

—¿Un charco?

—Pasta golem. Los restos de nuestro asesino, supongo.

—Yo… sigo sin poder creer que sea Eneas. ¿Por qué nos querría muertos?

—Yo también siento curiosidad por eso. Pero.ahora viene lo interesante, Ritu. El charco parecía… ¿de la mitad del tamaño normal? —La mitad… debe de haber quedado cortado por la mitad cuando lo embestiste. Pero ¿cómo se perdieron los restos?

—¿Mi suposición? Aunque destrozado por la colisión, Kaolin habrá arrastrado lo que quedaba de él hasta el coche y se habrá subido por la ventanilla entreabierta. Nosotros estábamos dentro, inconscientes. El motor estaba en marcha, pero las puertas y las ventanas estaban cerradas. No pudo meterse del todo para acabar con nosotros con sus manos desnudas. Así que…

—Así que estiró la mano para agarrar tu controlador lateral, la palanca de cambios… y nos sacó de la carretera, nos hizo cruzar el desierto, con medio cuerpo colgando.

—Tenía que ocultarnos, para que no nos localizaran y rescataran. En algún lugar rodeado de zonas calientes que ningún ídem pueda cruzar de día. Estaríamos atrapados si nos despertábamos. Entonces, cumplida su misión, idKaolin terminó su tormento dejándose caer y fundiéndose.

—Pero ¿qué nos impide echar a andar después del ocaso? Oh. Cierto. La expiración. ¿A qué hora del martes fuiste imprintado, Albea?

—Uh… antes que tú, espero. Kaolin tenía motivos para creer que no podemos durar más allá de medianoche. Nos vio a ambos en tu casa, ¿recuerdas?

—¿Estás seguro de que era la misma copia-Eneas que nos disparó?

—¿Importa?

—Tal vez. Si ésta fue hecha para que se le pareciera.

—Es posible. Pero esos platinos anatómicamente correctos son caros y difíciles de manufacturar en secreto. Míralo de esta forma, Ritu. Si tuvieras un teléfono que funcionara, ¿sería Kaolin el primer tipo al que llamarías?

—Yo… supongo que no. De todas formas, si tuviéramos alguna idea de por qué…

—Apuesto a que está relacionado con todas las cosas raras que pasaron ayer. El «accidente» fatal de tu padre no lejos de aquí. La desaparición de su fantasma en la mansión Kaolin, junto con uno de mis grises. Kaolin debe de haber pensado que el fantasma de Maharal y mi gris estaban conchabados.

—¿Para qué?

—Luego está el ataque a HU. Otro de mis ídems estuvo implicado de algún modo, según el canal de escándalos. Parece algo preparado para desacreditarme.

—¿Entonces todo gira a tu alrededor? ¿No es un poco solipsista? —No hay nada solipsista en que hayan hecho volar mi. casa por los aires, Ritu.

—Oh, cierto. Tu archi. Tu real… lo había olvidado.

—No importa.

—¿Cómo he podido? Ahora eres un fantasma. Es terrible. Y yo te he metido en todo esto…

—No tenías manera de saber…

—A pesar de todo, me gustaría poder hacer algo.

—Olvídalo. De todas formas, no podemos resolver el misterio atrapados aquí, en el desierto.

—Y eso te molesta, Albert. Aparte de saber que tu vida está acabada. Más allá de la injusticia, siento frustración… deseo de resolver un acertijo más.

—Bueno, soy detective. Descubrir la verdad…

—¿Te impulsa, incluso ahora?

—Sobre todo ahora.

—Entonces… te envidio.

—¡A mí! Tu rig sigue vivo. No corre ningún peligro aparente. Kaolin parecía mucho más interesado en…

—No, Albert. Lo que envidio es tu pasión. Tu propósito. Hace tiempo que lo admiro.

—No sé si…

—De verdad. Imagino que eso añade un toque especial a morir, a ser un fantasma, sin saber nunca por qué.

—Nunca es una palabra fuerte. Puedo tener esperanza.

—¡Ahí lo tienes, Albert! Optimista, incluso después de la muerte. Esperando que algún avión o satélite advierta ese SOS hecho con la tapicería del coche que has extendido en la arena. Al menos permitiría que se lo cuentes todo al próximo detective.

—Algo así.

—¿Incluso ahora que el sol se está poniendo y no hay ningún helicóptero de rescate a la vista?

—Un defecto de personalidad, supongo.

—Un defecto espléndido. Ojalá lo tuviera yo.

—Tú continuarás, Ritu.

—Sí, mañana habrá una Ritu Maharal y ningún Albert Morris. Sé que debería ser más sensible al decirlo…

—No importa.

—¿Puedo decirte algo, Albert? ¿Un secreto?

—Bueno, Ritu, confiar en tní puede que no sea la mejor…

—La verdad es que… siempre he tenido problemas con los ídems. Los míos suelen acabar de formas que no me espero. No quería crear a éste.

—Lo siento.

—Y ahora, enfrentarme a la muerte en el desierto. Aunque sólo sea uno de nosotros el que…

—¿Podemos hablar de otra cosa que no sea la muerte inminente, Ritu?

—Lo siento, Albert. Vuelvo compulsivamente al mismo tópico insensible. ¿De qué te gustaría hablar?

—¿Qué tal del trabajo que estaba haciendo tu padre antes de morir?

—Albert… tu contrato te excluye de investigar ese tema. —De eso se trata, entonces.

—Comprendo a qué te refieres. De todas formas, ¿a quién podrías decírselo? Muy bien. Durante años Eneas Kaolin insistió a papá para que trabajara en una de las cuestiones más difíciles de la almística: el problema de la imprintación nohomóloga.

—¿El qué?

—Transferir la Onda Establecida de un golem, sus recuerdos y experiencia, a un depositario distinto al humano original que lo creó.

—¿Te refieres a descargar los recuerdos de un día en otra persona distinta?

—No te rías. Se ha hecho. Toma a un centenar de parejas de gemelos idénticos. Cinco o seis pueden compartir recuerdos parciales intercambiando ídems. ¡La mayoría sienten dolores de cabeza brutales y desorientación, pero unos cuantos consiguen cargas perfectas! Usando intermediarios golem para compartir todos los recuerdos de sus vidas, los hermanos se vuelven, de hecho, una persona con dos cuerpos orgánicos, dos lapsos de vida reales sumados a todas las copias paralelas que quieren.

—He oído hablar de eso. Creí que era una fantasmada.

—Nadie quiere esa publicidad. El potencial de disrupción…

—¿Tu padre estaba intentando hacerlo posible entre personas que no fueran gemelas? ¿Personas que no estén emparentadas? Puaf.

—No te sorprendas tanto. La idea ha estado rondando desde que empezó la idemización, inspirando incontables novelas malas y pelids.

—Hay tantas, de aficionados y metastudios, que no trato de seguirles la pista.

—Eso es porque tienes trabajo. Un trabajo real. Pero las artes son todo lo que alguna gente tiene.

—Mm, Rima. ¿Qué tiene eso que ver con…?

—Espera. ¿Viste la parasensi llamada Retorcido? Fue un gran éxito, hace unos pocos años.

—Alguien mc obligó a soportar hasta la mitad.

—Recuerda cómo los malos iban por ahí secuestrando ídems de científicos importantes y directivos…

—Porque tenían un medio para cargar recuerdos en un ordenador. Una idea simpática para una pelid de espionaje, aunque imposible. Transistor contra neurona. Matemática contra metáfora. ¿No demostró alguien que los dos mundos no pueden encontrarse nunca?

—Bevvisov y Leow demostraron que somos seres análogos. Bits y bytes físicos, no de software. Pero las almas pueden copiarse, como cualquier otra cosa.

—¿No estudió tu padre con Bevvisov?

—Su equipo imprintó por primera vez una Onda Establecida en un muñeco en Kaolin Barranimación. Y sí, el argumento de Retorcido era tonto. Un ordenador del tamaño de Florida no podría absorber un alma humana.

—No creo que todas las historias sobre descargas en otros estén relacionadas con ordenadores.

—Cierto. En algunos dramas sidcuestran a un golem y vierten sus recuerdos en un voluntario, para apoderarse de secretos. ¡A veces la personalidad cargada se impone a la otra! Una idea terrorífica que impresiona al público. Pero de verdad, ¿qué pasaría si aprendiéramos a intercambiar recuerdos entre personas, borrando el límite entre las almas humanas?

Nota subvocal para mí Al ver hablar a Ritu, me doy cuenta… Está hablando de banalidades, pero a una velocidad que indica un estrés que la gris reproduce de una manera convincente. El tema la preocupa profundamente.

¡Si tuviera mi equipo analítico mientras seguimos con esto!

—Bien, Ritu. Si la gente pudiera intercambiar recuerdos, los hombres y las mujeres no serían enigmas mutuos. Comprenderíamos al sexo opuesto.

—Mm. Eso tendría sus pegas. Piensa en cómo la tensión sexual aporta sal a… ¡Oh!

—¿Qué pasa?

¡ Albert, mira al horizonte!

—La puesta de sol, sí. Bonito.

—Había olvidado lo especial que es este momento del día, en el desierto.

—Parte de esa luminosidad anaranjada procede de SWETAP. Supongo que vamos a tener que acostumbrarnos a beber agua que brilla… Eh, ¿tienes frío? Podríamos generar calor caminando. Ahora es seguro.

—¿Para qué? Te fabricaron antes de la puesta de sol de ayer, ¿recuerdas? Será mejor que ahorres el poco élan que te queda. A menos que se te ocurra algo mejor que hacer.

—Bueno…

—Entonces sentémonos cerca y compartamos el calor.

—Muy bien. ¿Así está mejor? Hum… creo que estabas diciendo que todas esas pelids malas tenían algo que ver con el último proyecto de tu padre.

—En cierto modo. Los argumentos de las holohistorias siempre se centran en las formas más estúpidas en que se puede abusar de la tecnología. Pero mi padre tuvo que tener en cuenta todas las posibilidades. La carga en otro tiene serias implicaciones morales. Y sin embargo…

¿Sí?

—Por algún motivo, me pareció que mi padre ya sabía mucho sobre el asunto. Más de lo que dejaba entrever.

—Continúa, Ritu.

—¿Estás seguro de que quieres que lo haga? ¿Importa, con el fin acercándose a cada minuto que pasa? Otra de las cosas que siempre me han parecido extrañas de la idemización. El reloj corriendo… Sería mejor encontrar alguna distracción antes de la fusión final.

—Distracción. Vale. ¿Cómo te gustaría pasar el tiempo que queda, Ritu?

—Yo… bueno… ¿Cuál es tu filosofía personal sobre romper macetas?

—¿Cómo dices?

—Barrer barro. Amasar masa. ¿Tengo que deletrearlo, Albert?

—Oh… idemsexo. Ritu, me sorprendes.

—¿Porque soy directa? ¿Es impropio de una dama? No tenemos tiempo que perder, Albert. ¿O sigues algún credo neocélibe? —No, pero…

—La mayoría de los hombres que conozco, y montones de mujeres, se suscribieron a Playid o Barromate Mensual en su segundolescencia, y recibían ese paquetito sin marca una vez a la semana con un «experto». Incluso cuando son mayores…

—Rita tengo novia fija.

—Sí, leí tu perfil. Una guerrera. Impresionante. ¿Habéis intercambiado votos completos o parciales?

—Clara no es mojigata. Reservamos el contacto verdadero-verdadero el uno para el otro…

—Eso está muy bien. Y es prudente. Pero no has respondido a mi pregunta.

—Idemsexo. Sí, bueno. Depende mucho de si lo cargas luego o no.

—Cosa que ninguno de los dos parece probable que vaya a hacer esta noche.

—Comprendo.

—En cuanto ala distracción. Quiero decir, ¿qué sentido tiene inhibirse cuando el mundo terminará dentro de una hora o así? La vida que puede ser salvada…

—¡Muy bien! Admito la propuesta. Ven acá.

—Oh, vaya.

—¿Qué?

—¡Albert, no escatimas en tus grises!

—Tú tampoco.

—HU ofrece amplificación supertáctil con descuento de empleado… Eso está bien…

—Sí. Vamos…

—Uh, espera, tengo una piedra debajo… Ya. Mejor. Ahora déjame sentir tu peso. Muy bien, Albert. Olvídalo todo.

—Muy bien. Es tan…

—Tan real. Casi como si…

—Como si… ¡Ah… ch-chíiis!

—¿Qué ha sido eso? ¿Acabas de… estornudar?

—Creía que habías sido tú. El polvo…

—¡Has sido tú! ¡Eres real, maldición! ¡Lo noto!

—Rita, déjame explicar…

—Quítate de encima, cabrón.

—Claro. Pero… ¿qué es ese tinte que se te borra del cuello? —Cállate.

—Y las lentes de contacto de tus ojos se han caído. Ya me pareció que tu textura era demasiado perfecta. ¡Tú también eres real!

—Creí que estabas muerto. Un fantasma, a punto de fundirse. Estaba intentando consolarte.

—¡Yo te estaba consolando a ti! ¿Qué era toda esa cháchara sobre la necesidad de distracción?

—Estaba hablando de ti, idiota.

—Parecía que estabas hablando de ti misma.

—Una buena excusa.

—¡Eh! ¿Crees que te habría tocado si lo hubiera sabido? Ya te he dicho que Clara y yo…

—Maldito seas.

—¿Por qué? Ambos mentimos, ¿no? Te diré mi razón para venir disfrazado, sí tú me dices la tuya. ¿Vale?

—¡Vete al infierno!

—¿No te alegras de que no estuviera en mi casa cuando la alcanzó ese misil? ¿Preferirías que estuviera muerto?

—Claro que no. Es que…

—Podría haber empezado a andar hace horas. Me quedé para…

—¡Para aprovecharte!

—Ritu, cada uno de nosotros pensó… oh, ¿qué sentido tiene?

—¡Es verdad!

—¿Qué? —¿Qué?

—¿Has murmurado algo?

—¡No! Es que…

—¿Sí?

—Sólo he dicho que… fue bonito… mientras duró.

—Sí… lo fue. ¿Y ahora de qué te ríes?

—Nos estaba imaginando, tumbados después, satisfechos por habernos «consolado» mutuamente… y luego esperando a que el otro empezara a derretirse. Y luego esperando un poco más…

—Je. Es gracioso. Lástima que lo descubriéramos demasiado pronto.

—Sí. Pero, ¿Albert?

—¿Sí, Ritu?

—Me alegro de que estés vivo.

—Gracias. Eres muy amable.

—Y ahora, ¿qué?

—¿Ahora? Supongo que echamos a andar. Sacamos una garrafa de plástico del coche, la llenamos con el agua de la charca y nos dirigimos al oeste.

—De vuelta a la ciudad. ¿Seguro que no quieres decir al sureste?

—¿Al sureste?

—A la cabaña de mi padre.

—Meseta Urraca. No sé, Ritu. Tengo un montón de problemas en casa.

—Y tienes que descubrir un montón de cosas antes de intentar resolverlos. La cabaña es privada, con enlaces-red protegidos. Podrías enviar palpadores, averiguar qué pasa antes de salir para enfrentarte a Eneas… o a quienquiera que esté detrás de todo esto.

Ya veo lo que quieres decir. ¿Podremos llegar a pie?

—Sólo hay una manera de averiguarlo.

—Bueno…

—Y pasaremos cerca del campo de batalla. ¿Fue por eso por lo que viniste en persona, en vez de enviar a un ídem?

¿Tan transparente soy, Ritu?

Soy lo bastante realista para saber, y envidiar, cuando alguien está enamorado.

—Bueno, Clara y yo… a los dos nos da reparo comprometernos, Pero…

—Muy bien, pues. Hagamos de tu amiga-soldado nuestro objetivo. Está oscureciendo, pero la luna ha salido y tengo un amplificador de luz en mi ojo izquierdo.

Yo también.

Podernos hacerlo al trote. Nuestros antepasados cruzaron este desierto hace mucho tiempo. Todo lo que ellos pudieron hacer lo podemos hacer nosotros, ¿no?

—Si tú lo dices, Ritu. Sé por experiencia que la gente puede convencerse de todo.

24 Psicocerámica

…el gris superviviente del martes produce una impresión…

Nunca imaginé que ser el conejillo de indias de un científico loco fuese tan interesante.

Han pasado unas diez horas desde que mi reloj proteínico empezó a correr, disparando el reflejo salmón: la conocida prisa por nadar o correr o volar de vuelta a casa, salvando cualquier obstáculo, para vaciar los recuerdos de esta minivida en el copioso almacén de un cerebro humano real. Pero ese acuciante reflejo pronto remitió. Todos los reflejos-golem prensados en mi pseudocarne, allá en la fábrica, habían sido agotados por tina paliza física y química.

—Te acostumbrarás a los tratamientos de renovación —explicó idMaharal después de someterme a tormentos de vapor, chorros calientes y rayos cosquilleantes, dejando mi torso y mis miembros hinchados, temblando como en los primeros momentos en que sales del horno—. Sólo duele las primeras veces.

—¿Con cuánta frecuencia se puede hacer esto, antes de que…?

—¿Antes de que el deterioro inevitable lo haga inútil? El barro sigue siendo menos duradero que la carne. Este prototipo ha hecho hasta treinta renovaciones. Mi antiguo equipo en Universal tal vez haya superado ya esa cifra. Si Eneas no ha eliminado el proyecto… cosa que parece bastante probable a estas alturas.

«Treinta renovaciones», reflexioné.

Treinta veces el tiempo ídem normal. Una minucia en comparación con las muchas decenas de miles de días a los que tienes derecho en una vida moderna y múltiple. Pero con el élan fresco recorriendo mi cuerpo de barro, le respondí sinceramente a Maharal.

—’Tendrías mi agraaecimiento, sino fuera tu forma de prolongar mi cautiverio.

—Oh, vamos. Donde hay continuidad, hay esperanza.Piénsalo: ¡Treinta días para esperar y planear la huida!

—Tal vez. Pero dices que he estado aquí antes. Sidcuestrado y sometido a experimentos. ¿Escapó alguno de esos otros Albert?

—De hecho, tres encontraron astutas maneras de escapar. A uno lo detuvieron mis perros, ahí fuera. Otro se derritió al cruzar el desierto. ¡Y uno consiguió llegar hasta un teléfono! Pero ya habías anulado el código de crédito del pobre ídem, al cabo de una semana de su desaparición. Mi cazador robótico lo capturó antes de que consiguiera formatear un mensaje a través de una de las redes libres.

—Me aseguraré y dejaré los códigos activos mucho más tiempo en el futuro.

—¡Siempre optimista! —rió Maharal—. Te he hablado de los otros para demostrarte lo inútil que es escapar. Arreglé los fallos de seguridad que aprovechaste en esas ocasiones.

—Tendré que idear algo original, entonces.

—También sé cómo piensas, Albert. Te he estudiado durante años. —¿Sí? ¿Entonces por qué estoy aquí, idYosil? Hay algo en mí que te cabrea un montón. Algo que necesitas, ¿es eso?

Me miró, atrapado, inmóvil en su pétreo laboratorio-catacumba, y juro que sus ojos de golem brillaron con una expresión a medio camino entre la avaricia y el temor.

—Me estoy acercando —dijo—. Me estoy acercando mucho.

—Pues será mejor que lo hagas —respondí—. Ni siquiera la tecnología restauradora puede mantenerte en marcha eternamente sin un cuerpo real. Yo tengo la clave, ¿verdad? Una especie de secreto que resolverá tu problema. Pero yo también me agotaré, en cuestión de días.

—Es una carrera contra el tiempo.

—Luego está Eneas Kaolin. El martes por la mañana tenía muchísimas ganas de que te llevaran al laboratorio para diseccionarte. ¿Por qué? ¿Sospecha que has robado equipo y montado tu propio laboratorio clandestino, usándolo para engañar a la muerte?

La tensa expresión de Maharal se volvió arrogante.

—Eres listo, como de costumbre, Albert —replicó—. Pero siempre falta algo en tu aguda capacidad de deducción. Nunca llegas a captar la verdad, ni siquiera aunque la tengas ante las narices.

¿Cómo le respondes a un cuerpo que te dice algo así? ¿Cuando otra persona dice saber lo que harás incluso mejor que tú mismo? Porque se acuerda de muchos episodios pasados como éste, tensos encuentros que tú no recuerdas.

Como no tenía respuesta, guardé silencio. La renovación me había concedido un poco de tiempo, así que lo aproveché.

El pulsó un interruptor y el receptáculo de contención rápidamente se vació de fluido de sostén, y luego se abrió. Mientras mi cuerpo temblaba todavía, recuperando los niveles plenos de catálisis, él me puso unas esposas de energía en las muñecas y tobillos. Por medio de un controlador, las utilizó para obligarme, como una marioneta, a acercarme a una máquina que parecía una unidad de imprintación amplificada. Tras un extremo del aparato vi un par de piernas, de color escarlata brillante. Un repuesto ídem. Bastante pequeño.

—¿Quieres que haga una copia? —pregunté—. Déjame que te advierta, idYosil…

—Sólo Yosil. Ya te he dicho que ahora Maharal soy yo.

—Sí, vale, idYosil. Está claro que quieres hacer trabajo de copia id-a-id. ¿Cómo si no puedes superar la trigésima renovación? Pero, sinceramente, ¿qué clase de solución es ésa? La copia de segunda fila siempre tiene una imprintación de alma defectuosa. Y la cosa va a peor cuando haces una copia de esa copia. Los errores se magnifican. A la tercera transferencia, tienes suerte si eres capaz de andar o hablar.

—Eso dicen.

—¿Eso dicen? Escucha, me paso la mitad de la vida pillando a violadores de copyrights que sidcucstran los golems de estrellas de cine y cortesanas y similares, para vender copias pirata. La falsificación forzada puede funcionar con los muñecos sexuales, si el cliente no exige mucho, pero no es ninguna solución para tu problema, Yosil.

—Ya lo veremos. Ahora, por favor, intenta relajarte y cooperar.

—¿Por qué debería hacerlo? Es difícil hacer una imprintación realmente buena con un sujeto que se resiste. Puedo hacer que las cosas se te pongan realmente feas.

—Cierto. Pero piénsalo. ¡Cuanto mejor sea la copia, más compartirá tus habilidades, tus impulsos y, sobre todo, la mala opinión que tienes de mí! —Maharal se echó a reír—. Una copia de calidad será tu aliada para intentar derrotarme.

Reflexioné al respecto.

—Esos otros Albeas que capturaste. — deben de haberlo intentado de ambas formas.

—Cierto. Sólo cuando la copia fue mala, lo intenté de nuevo. Y de nuevo escogiste cooperar. Entonces hicimos verdaderos progresos. —Tu idea del progreso no se parece a la mía.

—Tal vez. O tal vez no comprendes las ventajas a largo plazo de mi programa, aunque traté de explicártelo en otras ocasiones. En cual_ quier caso, tu problema ahora es práctico, Albert. Esposado, poco pues des hacer siendo uno solo. Dos podríais hacer más. La lógica es aplastante.

—Maldito seas.

Él se encogió de hombros.

Piénsalo un poco, Albert. Tengo un montón de repuestos ídem para experimentar.

El gris de Maharal se marchó, dejándome pensativo y frustrado porque, resultaba evidente, ya había tenido la misma conversación antes con otros yoes y sabía por experiencia con qué argumentos rebatirme.

¡Tío, ojalá hubiera sido más cuidadoso al localizar a mis ídems perdidos a lo largo de los años! Simplemente, daba por hecho que una alta tasa de pérdidas era inevitable en mi trabajo. Mientras los casos se resolvieran debidamente, algunas bajas merecían la pena. No es una actitud tan fría como la de Clara, que envía a sus yoes una y otra vez a los campos de batalla gladiatoriales por el bien de la ZEP y el país, con escasas probabilidades de que vuelvan ilesos. Incluso así, juré intentarlo con más ahínco en el futuro.

Si salía alguna vez de allí.

Si tenía otra oportunidad.

Bueno, muy bien.

Cedí a la lógica de Yosil. Concentrarme durante la imprintación aseguraría que mi idhermano saliera del horno despreciando corno yo a todos los científicos locos.

Y resultó que no me equivoqué en eso.

¡Para lo que iba a servirme!


Bueno, en confianza, ésta no es la primera vez que recuerdo haber hecho una transferencia ídem-a-ídem.

Venga, todo el mundo lo intenta. La mayoría de la gente no queda satisfecha con el producto, que a menudo es una caricatura penosa. Puede ser doloroso verla, como tener delante a una versión de ti mismo borracha, drogada o desahuciada por los médicos. En la facultad, algunos solían hacer frankies para divertirse. Pero a mí nunca me tiraron ese tipo de cosas.

En parte porque mis ids de segundo orden nunca mostraban signos claros de degradación. No había temblores ni lagunas de memoria.

Er¡gestos cómicos ni habla torpe. ¡Qué aburrido! Bien podía hacer todas mis copias directamente. Me sentía más cómodo así. De todas formas¿por qué violar la garantía de HU? Pueden requisarte el horno.

Siempre supe que era un buen copiador.

Una pequeña parte de la gente tiene ese don. Incluso fui parte de un grupo de investigación cuando era más joven. ¿Y qué? No hay ninguna diferencia práctica. ¿Qué sentido tiene hacer una transferencia id-a-id, aunque la hagas bien?

Además, te sientes raro. No se parece en nada a cargar. Te tumbas en el lado original de la máquina en forma de barro, sobre todo cuando el cribador de alma empieza a sondearte con tentáculos que están más afinados para escanear neuronas.

El tetragamatrón tiene que trabajar más para captar la Onda Establecida, pulsar delicadamente todos los acordes de tu sinfonía interna, tomando y amplificando cada nota para iniciar una melodía idéntica tocada por otro instrumento cercano.

Curioso. Esta vez siento claramente algo parecido a un eco que surge del nuevo ídem, todavía un trozo de barro sin vida en su bandeja de cocción. La sensación de déjá vu que tan extraña era para nuestros abuelos (eso que ahora llamarnos «una agitación en la Onda Establecida») me barrió entonces como un aliento helado. Un viento espectral. Una sensación de íntima familiaridad conmigo mismo que no me gustó en absoluto.

¿Era parte del experimento? ¿Parte de lo que Maharal estaba intentando conseguir?

—Hace dos siglos, Williant James acuñó el término «flujo de la consciencia» —comentó Maharal alegremente, mientras manejaba los diales—. James se refería a la forma en que cada uno de nosotros convierte nuestro sentido de la identidad en una ilusión. La ilusión de la continuidad… como percibir un solo río, que fluye desde una fuente hasta el mar.

»Ni siquiera la identtecnología cambió este delirio romántico. Sólo añadió múltiples ramificaciones y afluentes al río, fluyendo aún como una sola alma, una entidad que cada persona arrogantemente decide llamar “yo”.

»¡Pero un río no es nada en sí mismo! Es amorfo. Un espejismo. Una masa siempre cambiante de moléculas y momentos individuales. Incluso los místicos antiguos sabían que entrar dos veces en una corriente, exactamente desde el mismo punto, te sumergirá en “ríos” completamente diferentes. En líquidos diferentes que fueron orinados en la corriente por elefantes diferentes, en diferentes momentos y lugares corriente arriba.

—Haces de la filosofía algo refrescante y terrenal —murmuré, tendido allí indefenso a su monólogo.

—Gracias. De hecho, esa metáfora en concreto es tuya. Otro golem de Albert Morris la expresó, hace años. Lo cual viene a demostrar mi argumento, querido amigo. La Onda Establecida es mucho más que sólo la continuidad de la memoria. ¡Tiene que serlo! Debe de haber algún tipo de conexión con un nivel superior… o inferior.

Yo conocía su juego. Maharal estaba intentando distraerme, para que mi furia no interfiriera con el proceso de imprintación. Sin embargo en su voz había algo sincero. Le preocupaban las ahorradas que estaba murmurando.

De todas maneras, las raras sensaciones hicieron que yo quisiera distraerme de aquellos extrañamente poderosos ecos vibrantes. Aunque tenía la cabeza sujeta por las sondas, volví los ojos hacia Maharal.

—Estás hablando de Dios, ¿no?

—Bueno… sí. En cierto modo.

—¿No es un poco raro, profesor? Te has pasado la vida yendo contra la religión, contribuyendo a que cualquiera pueda duplicar el campo-alma, como una fotografía barata. Apenas hay nadie a quien odien más que a ti los viejos conservadores eclesiásticos.

—No estoy hablando de religión —respondió él, mordaz—. Todo lo que yo y otros hemos hecho, al introducir esta tecnología, es dar otro paso en una larga campaña y levantar un confuso telón de supersticiones contradictorias para dejar entrar más luz. Primero Galileo y Copérnico batallaron para liberar la astronomía de los sacerdotes que declararon que el cosmos entero estaba fuera de los límites de la comprensión humana. Luego Newton, Boltzmann y Einstein liberaron la física. Durante un tiempo, las religiones sostuvieron que la vida era demasiado misteriosa para que la comprendiera alguien más aparte del Creador mismo… hasta que analizamos el genoma y comenzamos a diseñar nuevas especies en el laboratorio. Hoy, la mayoría de los bebés reciben algún tipo de terapia genética de mejora, antes o después de la concepción, y nadie pone reparos.

—¿Por qué iban a hacerlo? —pregunté, momentáneamente sorprendido—. No importa. Déjame adivinar. Estás a punto de extender esta tendencia histórica a la conciencia…

—Y el alma humana, sí. Era el último baluarte de la religión del siglo XX. ! Que la ciencia explique las leyes de la naturaleza, desde los quásares hasta los quarks! ¡De la geología ala biología! ¿Y qué? ¡Esas leyes no eran sino recetas, un escenario de fondo, producidas hace mucho por un Creador que se preocupa más por los asuntos del espíritu! Es lo que dijeron.

»Pero entonces Jefty Annonas descubrió la esencia vibratoria del alma, la pesó, la midió…

—A algunos todavía no les gusta el término que escogió —apunté—. Dicen que hay un alma verdadera, más allá de la Onda Establecida. Intangible…

—E inefable, sí. Algo que los mortales nunca podrán detectar; que no puede ser reducido a leyes y fuerzas que interactúan —Maharal soltó una carcajada—. Y así la retirada en lucha continúa. Cada vez que la ciencia avanza, se forma un nuevo bastión… una nueva línea que define un territorio que queda por conservar siempre santo, místico y vago. A salvo de manos profanas. Hasta el siguiente avance científico, claro está.

—Que tú pareces ansioso por proporcionar. Pero entonces, ¿por qué hablar de religión…?

—De religión no, querido amigo. Hablamos de comunicarnos con Dios.

—Uh, la diferencia…

—¡Debela estar bastante clara! Aunque siempre me cuesta trabajo explicártela.

—Bueno… lo siento.

—No, no importa. Estoy acostumbrado a tu obstinada lentitud. Los dones raros no siempre se corresponden con la inteligencia.

Sentí un retortijón en la Onda Establecida, que ahora vibraba a toda marcha entre el nuevo goleen y yo. Una cosa era segura. Iba a odiar a este tipo tanto como yo.

—Continúa —murmuré—. Entre mí y Dios.


Pero se detuvo allí.

Una campanita sonó y sentí que el cribador de almas soltaba su invasora tenaza. Los últimos tentáculos salieron de mi nariz. De inmediato me encontré de nuevo solo dentro de mi cabeza de barro, desplomándome pesadamente.

Las máquinas zumbaron cuando el nuevo golem entró en un horno para ser cocido rápidamente. Poco después vi que se levantaba v daba esos primeros pasos inseguros.

Rojo oscuro, como el suelo de Texarkana. Y pequeño, como un niño. Parecía débil, también. Para que Maharal lo controlara más fácilmente. A pesar de todo, el alto fantasma gris del profesor le puso cautelosamente unas esposas de energía en las muñecas, incluso antes de que el brillo de la cocción se apagara.

!Tantas precauciones! Debí de haberle causado un montón de problemas en otras ocasiones. Eso me consoló un poquito.

—Volveremos pronto —me dijo idYosil—. Quiero someter a este nuevo ídem a diversas pruebas controladas, y luego veré cómo cargas los recuerdos.

—¡Oh, no veo el momento de hacerlo!

Normalmente, evito mirar a los ojos a las copias frescas que hago. Es incómodo, ¿y para qué sirve? Pero esta vez, después de todas aquellas extrañas sensaciones experimentadas durante la imprintación, me pareció necesario mirar a los ojos al pequeño. ¿No son la ventana al alma de un golem? Tal vez no, pero sentí algo intenso en el momento en que su oscura mirada se encontró con la mía. Una afinidad. No tengo que esperar a cargar para saber qué pensamientos pasaron por aquel cuerpo marrón.

«Busca tu oportunidad», le insté en silencio.

Mi otro yo respondió con un breve gesto. Luego, arrastrado por las esposas de Maharal, se volvió y siguió a nuestro amo a otra parte de aquel inicuo cubil.

Así que esperé, tendido donde me dejaron. Preguntándome y preocupándome por lo que me tenía reservado mi captor.

Treinta días está empezando a parecer mucho tiempo. Debo encontrar un modo de resolver esto mucho antes, resulte al final o no que Dios sea uno de los amiguetes personales de Yosil Maharal.

Y sin embargo, aunque se me presente la ocasión, debo tener cuidado con lo que hago. Por ejemplo, ¿y si deja un teléfono fácilmente a ini alcance? ¿Debería llamar a lapolicía? En algunas situaciones, es suficiente con que una víctima pida ayuda y espere a que los pieles azules profesionales vengan al rescate. Simple.

Pero no en este caso.

Devanándome los sesos, no veo que Maharal haya cometido un solo delito. Al menos, no que yo sepa. Sólo una larga serie de robos de equipo, sidcuestros, violaciones de copyright y experimentos sin licencia… el tipo de cosas que se zanjan hoy en día con litigios civiles y multas automáticas. A la policía no le importa mucho este tipo concreto de villano, no desde la Desregulación.

¡No tanto como a mí!

Por lo que a mí respecta, ninguna multa compensará nada de esto.

El mundo real tiene sus reglas, y yo tengo las mías.

De id a id, voy a hacer que ese loco y maligno montón de barro lo pague.

25 Barro apasionado

…donde Frankie visita de nuevo un lugar en el que nunca ha estado…

¡Para mi completa sorpresa, Vic Eneas Kaolin quería contratarme como didtective!

—Bien. ¿Les gustaría tener una oportunidad de encontrar a los pervertidos que hicieron todo esto?

Lo dijo señalando un grupito de holoburbujas que llamaban nuestra atención. La mayoría mostraban el sabotaje a Hornos Universales, ahora ocupada por multicolores ídcros de reparación, como un hormiguero cuyas ocupadas hormigas se esforzaran por devolver la enorme fábrica a su sustancioso funcionamiento.

Otras burbujas mostraban las ascuas de una casita suburbana.

La oferta del multibillonario me dejó sin habla, aunque el pequeño golemcomadreja de Pallie se lo tomó con aplomo.

—Claro, podernos resolverle este caso. Pero tenemos que cobrar el cuádruple de la tarifa normal de Albert. Más gastos… incluida una casa nueva para sustituir la que acaban de volar.

«¿Qué tal conseguirle a Albert un nuevo cuerpo orgánico, ya puestos?», pensé cáustico. A veces Pal se esforzaba sorprendentemente por cosas sin importancia mientras ignoraba las esenciales. Como el hecho de que Albert Morris ya no existía. ¿Quién iba a ocuparse legalmente de aquel caso? Yo no tenía más capacidad legal que una tostadora parlante.

Kaolin ni se inmutó.

—Esos términos son aceptables, pero con la condición de que el pago dependa por completo de los resultados. Y de que el señor Morris resulte ser verdaderamente inocente, como la grabación-archivo sugiere.

—¡Sugiere! —exclamó Pal—. Ya ha oído la historia. ¡Engañaron a se pobre tipo! Lo torearon, prepararon, arrinconaron, se la dieron, lo estafaron, lo implicaron…

—Pal —traté de interrumpir.

—Lo acorralaron, se la jugaron. Un bobo. Un pelele, una tapadora, un panoli, un caraja, un peón…

—Es posible —le cortó Kaolin con un gesto de la mano—. O puede que el archivo estuviera preparado de antemano. Pregrabado para aportar una coartada plausible.

—Eso puede comprobarse —señalé yo—. Incluso enterrada en la garganta del gris, la grabadora habrá detectado el ruido ambiental de la ciudad. Gente hablando a su alrededor. El motor de un camión en una calle cercana. Sonidos apagados, pero con análisis intensivos cuadrarán con hechos reales, grabados por las publicaras cercanas.

—Bien —reconoció Kaolin, asintiendo—. No pregrabado, entonces. Pero podría ser una mentira. El gris podría haber ejecutado todos los movimientos, narrando mientras lo hacía, mientras fingía no ser uno de los conspiradores. Fingir inocencia…

—Ingenuidad, credulidad, estupidez…

—¡Cállate, Pal! Yo no… —sacudí la cabeza—. No creo que nada de todo esto sea ya asunto de nuestra incumbencia. ¿No debería entregar usted esta cinta a la policía?

IdKaolin frunció sus caros y realistas labios.

—Mi abogado dice que estamos en una delgada frontera entre el derecho civil y el derecho penal.

La sorpresa me hizo reír con amargura.

—Un acto de sabotaje industrial…

—Sin una sola víctima humana.

—Sin una sola… ¿Cómo demonios llama a eso?

Señalé con un dedo las burbujas de noticias, que mostraban una toma aérea de mi pobre casa quemada. La casa de Albert, quiero decir. Lo que sea. Respondiendo a mi vehemente atención, la burbuja se hinchó de tamaño, apartando a las demás y ampliando su imagen. Nuestro punto de vista se centró en varios especialids investigadores negros de la Unidad de Crímenes Violentos, que estudiaban el lugar. Profesionales de primera fila, buscando trozos de cuerpo. Y trozos del misil, sin duda.

—En este momento todavía no hay ninguna relación confirmada entre esa tragedia y lo que sucedió en HU.

Kaolin lo dijo con una cara tan seria que me quedé mirándolo varios segundos.

—Sólo podrá sostener esa afirmación unas horas como mucho, porbuenos que sean sus abogados. Cuando los polis encuentren mi cadáver… quiero decir, el de Albert…y cuando tomen declaración a los testigos y cámaras de HU, su compañía de seguros no tendrá más remedio que cooperar con las autoridades. La policía se enterará de que encontraron algo pequeño e importante entre la espuma tras el ataque priónico. Si finge que no encontró nada, uno de sus empleados contratados…

—Me delatará, esperando cobrar el dinero de un soplo. Por Payar, no soy ningún tonto. No intentaré mantener a la policía apartada de la grabación. No durante mucho tiempo, quiero decir. Pero un breve retraso podría resultar de ayuda.

—¿Cómo?

—¡Ya lo tengo! —trinó el miniídem de Pal con evidente placer y una sonrisa de hurón de oreja a oreja—. Quiere que los saboteadores crean que han tenido éxito. Suponiendo que no supieran nada del pequeño grabador del idgris, puede que piensen que están a salvo. ¡Eso nos da tiempo para ir tras ellos!

—¿Tiempo? —exclamé—. ¿Qué tiempo? ¿Se han vuelto todos locos? ¡Me cocieron hace casi veinte horas! Mi reloj está a punto de agotarse. Apenas tengo tiempo suficiente para cenar y ver una pelid. ¿Qué le hace pensar que puedo investigar un caso en condiciones como éstas, aunque quisiera?

En ese punto, Eneas Kaolin sonrió.

—Oh, tal vez pueda dar marcha atrás a ese reloj suyo.


Al cabo de menos de media hora salí del mayor de los aparatos que el magnate tenía en su laboratorio-sótano. Una siseante y humeante máquina que me martilleó, bombardeó, roció y me masajeó hasta que me dolió todo el cuerpo… como aquella vez que Clara me llevó a un curso calisténico del Ejército sobre carnerreal y adelgazamiento. Mi húmeda pseudopiel de barro chispeaba desconcertada con el élan recién inyectado. Si no explotaba o me fundía en los siguientes minutos, podría enfrentarme al mundo.

—Este aparatito suyo va a cambiar un montón de cosas —comentó Pal desde un asidero cercano, lamiéndose un miembro brillante.

—Tiene sus pegas —respondió idKaolin—, como el coste prohibitivo, lo que puede impedir su comercialización. Sólo había dos prototipos y… no todos los resultados han sido satisfactorios. —Y ahora me lo dice —gruñí—. No, por favor, no me haga caso.

Los mendigos no pueden elegir. Gracias por alargar esta supuesta vida. Al mirarme, vi que me habían dado gratis un cambiode color. El tercero en un día. Ahora tenía el color de un gris de alta calidad. Bueno, bueno. ¿Quién dice que no se puede progresar en la vida? Puede haber progreso, incluso para un frankie.

—¿Dónde piensan ir primero? —preguntó el multibillonario platino, ansioso de que nos pusiéramos en marcha. Aunque no soy Albert Monis, traté de imaginar qué haría mi hacedor, el detective privado profesional.

—A ver a la Reina frene —decidí—. Vamos, Pal. Vamos al Salón Arco Iris.

Kaolin nos dejó un recio cochecito de la flota de la compañía, sin duda con un transmisor para seguir nuestros movimientos y un detector de sonido también. IdPal tuvo que acceder a no descargar en el Pal original, y ano contactar con su archi. De hecho, teníamos órdenes de no decirle a nadie más lo que habíamos descubierto en el sótano de la mansión.

Fueran o no estrictamente legales aquellas órdenes, yo estaba seguro de que Kaolin tenía algún modo de obligarnos a cumplirlas, o nunca nos habría dejado marchar. Tal vez era mi turno de llevar una bomba. ¿Algo pequeño, insertado mientras mi cuerpo se renovaba en aquella siseante máquina experimental de restauración? No tenía modo inmediato de averiguarlo… ni ningún motivo, mientras nuestros objetivos fueran los mismos.

Llegar a la verdad. Eso era lo que nos interesaba a todos, ¿no? A mí y a Kaolin. Pero ¿cómo podía saberlo?

Una y otra vez, la misma pregunta asaltaba mi mente. ¿Por qué yo?

¿Por qué contratar al burdo frankie verde de un detective privado cuya conducta debía de resultar ya preocupante a los ojos de Kaolin? Aunque el gris de Albert no hubiera sido uno de los conspiradores, era su panoli inadvertido… como Pal tan pintorescamente lo había expresado.

Fuera lo que fuese, resultaba extraño que el potentado confiara en mí.

Pero claro, ¿en quién podía confiar? Kaolin no bromeaba al citar la Ley Secuaz. Cuando entró en vigor, no tardó en convertirse en la forma más rápida de jubilarse anticipadamente: delatando a tu jefe. Los premios por soplón se volvían más sustanciosos a medida que iba cayendo un pucherazo tras otro; la mitad de las multas resultantes iban a sumarse a nuevas recompensas, con lo cual más lugartenientes, sicarios y manos derechas se veían tentados a soltar la lengua. Para sorpresa de todos, un mundo lleno de cámaras resultó una buena protección contra la venganza de la mayoría de las mafias. Muchas bandas y carteles se destruyeron entre sí simplemente intentando asegurar el silencio de sus desertores.

La implacable lógica del Dilema del Prisionero disparó el colapso de una conspiración tras otra a medida que los informadores se convertían en héroes públicos y aumentaba la prisa por conseguir publicidad y riqueza. Durante un tiempo pareció que la perfidia daba la espalda a la proverbial pared. Todo plan criminal con más de tres miembros parecía condenado desde el principio.

Entonces llegó la idemtecnología.

Hoy en día, es posible una vez más tener una banda de cómplices implacables… ¡aunque todos ellos sean tú! Mejor aún si encuentras unos cuantos aliados dignos de confianza que compartan tareas imprintadoras, ya que pueden tener cualidades de las que tú careces. Pero sigue siendo aconsejable mantener bajo el número de miembros originales. Tres o cuatro. Cinco, como máximo. Alguno más y seguirás teniendo una excelente posibilidad de que algún ayudante de confianza te traicione. Una conciencia culpable puede lubricarse bien si las recompensas son grandes.

Kaolin tenía varios miles de empleados reales, que creaban cada día decenas de miles de eficaces y laboriosos ídems para él. ¿Pero podía pedirle a alguno de ellos que cruzara la fina frontera de la ley… como Pallie y yo estábamos a punto de hacer? Las opciones del Vic eran pocas. O lo hacia él mismo, enviando sus propias copias, o contrataba a alguien con la habilidad adecuada. Alguien que ya hubiera demostrado la voluntad de sortear la legalidad y que, sin embargo, tuviera la reputación de mantener su palabra. Alguien también muy motivado para llegar rápidamente al fondo de aquel asunto.

Tras haber escuchado la grabación-archivo de aquel desafortunado gris, Kaolin debía de suponer que yo encajaba en todos los aspectos. Desde luego, yo no iba a complicar las cosas mencionando que era un frankie. ¡Podía tirarme a la recicladora más cercana!

Mientras esperaba a que el conductor trajera nuestro coche, seguí asaltando a Kaolin a preguntas.

—Nos vendría bien si tuviera alguna idea de por qué alguien quiere cargarse su fábrica.

—El porqué debería preocuparle menos que el quién —replicó él severamente.

Vamos, señor. Comprender los motivos es fundamental para pillar a los malos. ¿Se han cansado sus competidores de pagar royalties por sus patentes? ¿Envidian la eficacia de su producción? ¿Podrían estar intentando hundir HU?

Kaolin soltó una carcajada.

—Una firma pública está sometida a demasiados escrutinios. Y el terrorismo es arriesgado… no es el estilo de mis homólogos de Fabrique Chelm o Hayakawa Shobo. ¿Por qué usar bombas cuando pueden causarme más problemas con sus abogados?

—Bueno, ¿quién considera que puede estar lo bastante desesperado para emplear bombas?

—¿Quiere decir aparte de esos patéticos fanáticos que acosan mi puerta? —el ídem platino se encogió de hombros—. No me molesto en contar a mis enemigos, señor Morris. De hecho, me habría retirado ya a una de mis posesiones en el campo si no fuera por algunos urgentes intereses de investigación que me obligan a permanecer al alcance de mis ídems imprimados —suspiró—. Si quiere mi opinión, sólo puedo aventurarme a suponer que este burdo acto de sabotaje debe de ser obra de pervertidos.

—Uh… ¿pervertidos? —parpadeé un par de veces, sorprendido—. Cuando utilizó usted esa palabra antes, no creí que lo hiciera literalmente.

—Oh, pero es así. No son sólo los chalados religiosos y los fetichistas de la tolerancia quienes me desprecian. Sin duda ya lo sabrá. Puede que yo haya ayudado a lanzar la era de la idemización, pero también llevo tiempo oponiéndome al mal uso que se le da a esta tecnología. Desde el principio, me escandalizó la forma que tienen algunos clientes de usarla.

—Bueno, a menudo los innovadores tienen una visión idealizada de lo que surgirá…

—¿Le parezco un santurrón idealista? —replicó Kaolin bruscamente—. Soy consciente de que todas las cosas nuevas se usan mal, sobre todo cuando las compartes con las masas. Mire cómo cada novedad, desde la imprenta a Internet, pasando por el cinc, se convirtió en un medio de difusión de la pornografía casi desde su presentación. O cuando chalados solitarios empezaron a utilizar ídems para el sexo y a difuminar cualquier frontera entre fantasía, infidelidad y autoabuso.

—Pero eso no le sorprendió, supongo.

—Básicamente, no. Cualquiera podía ver que esta tecnología haría que el sexo casual entre desconocidos volviera a ser seguro, después de varias generaciones de miedo. Es el balanceo natural del péndulo, basado en impulsos animales profundamente imbuidos.Demonios, la moda de usar muñecos animados empezó incluso antes de que Beeisov y Leow imprintaran la primera Onda Establecida. No me entusiasmó ver que surgían clubs de idemintercambio por todas partes, pero al menos eso parecía humano.

»Pero luego llegó el movimiento de “modificación”. Oleada tras oleada de supuestas innovaciones, exageraciones, mutilaciones deliberadas…

—Ah, sí. Luchó usted por impedir que la gente modificara los repuestos que les vendía. Pero eso es agua pasada.

Kaolin lo admitió, encogiéndose de hombros.

—Con todo, estoy seguro de que los pervertidos recuerdan cómo los combatí. Y cada año contribuyo con apoyo financiero a la Ley de Crudeza.

—Querrá decir la Ley de Mojigatería —murmuró idPal desde la balustrada del pórtico de servicio de la mansión—. ¿De verdad quiere exigir que todos los ídems salgan de la fábrica con la capacidad de tener emociones suprimidas?

—Sólo las emociones que promuevan una conducta violenta u hostil.

—¡Pero ésa es la mitad de la diversión de ser un golem! Puedes hacer cosas al límite. Desatar el demonio interno reprimido…

—La represión existe por buenas razones —respondió Kaolin acaloradamente. Pal, desde luego, sabía cómo pincharlo—. Razones sociales, psicológicas y evolutivas. Cada año, los antropólogos detectan tendencias preocupantes. La gente se vuelve inmune a grados cada vez más escandalosos de violencia…

—En ciertos momentos y espacios estrictamente definidos. Como soñar con hacer cosas que nunca harías en persona. No hay ninguna prueba concluyente de que eso se transfiera a la conducta real…

—Se vuelven inmunes a las mutilaciones de la forma humana… —Experimentan de primera mano qué se siente al ser más grande o más pequeño, lisiado, del sexo opuesto…

—Infligen sufrimiento…

—Lo experimentan…

—Lo desensibilizan…

—Adquieren otra empatía…

—¡Basta! —grité. Durante un momento había sido apasionante ver al goleen platino de un multibillonario enzarzarse en una pelea a gritos con una criatura en forma de hurón salida del idcmburgo. Pero la faltade cualquier cosa parecida al sentido de la conservación que tiene Pal consigue que las cosas pierdan la gracia en un periquete. Todavía existíamos gracias ala paciencia de aquel tipo—. ¿Entonces cree usted que este ataque puede haber sido en venganza por su incondicional apoyo a la Ley de Crudeza? —pregunté.

IdKaolin se encogió de hombros.

—Se aprobó en Parsiana-Indus, el año pasado. Ya van veintiséis países, y las Argentinas votan cl traes que viene. Para los degenerados es una tendencia preocupante, el camino a una época en que nuestros yoes adjuntos sean más tranquilos y mejores de lo que somos nosotros…

—Quiere decir asexuados y aburridos…

—… que contribuyan a elevar la humanidad en vez de a hundirla —terminó de decir Kaolin, dirigiendo a idPal una mirada que daba por zanjada la discusión. Y mi pequeño amigo captó la indirecta esta vez. O tal vez lo distrajo la llegada de nuestro coche, entregado por un amarillo de rostro inexpresivo cuya única tendencia de personalidad era una suave melodía que canturreaba mientras me abría la puerta del conductor y cuando se marchó corriendo a tomar un taxi que lo llevara de vuelta a la sede de HU.

Ajusté el asiento del conductor y Kaolin Platino me dio un portáfono con un número seguro al que llamar, si ocurría algo especialmente urgente. De lo contrario, tenía instrucciones de enviar un informe dictado a su buzón de alta prioridad cada tres horas, para un resumen-transcripción automático.

Estaba a punto de cerrar la puerta cuando el pequeño idcomadreja de Pal saltó de mi hombro al de Kaolin. El golem plateado dio un respingo mientras idPal se acomodaba alrededor de su cuello.

—Una textura increíble —comentó el diminuto ídem—. Muy realista. Me estaba preguntando…

Pareció a punto de darle un beso a Kaolin. Luego, sin previo aviso, ¡se giró y hundió los dientes en aquel cuello titilante, justo por encima de la camisa!

De las heridas gemelas manó una pasta densa.

—¿Qué demonios? —Kaolin lanzó un puñetazo rabiando de dolor que ideal esquivó fácilmente saltando por la ventanilla abierta del coche para caer en mis brazos. Lamiendo la sangre brillante de sus mandíbulas, escupió con disgusto.

—¡Barro! Puaf. Vale, es falso, después de todo. Pero tenía que comprobarlo. Podría haber estado fingiendo serlo.

Era típico de Pal. Las figuras autoritarias despiertan lo peor de él. Me apresuré a calmar a nuestro cliente.

—Lo siento, señor. Uh… a Pal le gusta ser concienzudo. Y tiene usted que admitir que este cuerpo es asombrosamente realista. 1dKaolin se irritó aún más.

—¿Y si hubiera estado disfrazado? ¡Esa maldita cosa podría haberme lisiado! ¡Además, no es asunto suyo cómo decido presentarme! Tengo buena memoria para…

Se detuvo bruscamente, tomando aliento. Las laceraciones dejaron de manar al cabo de un par de segundos y se convirtieron en una dura costra de cerámica. Entre ídems, aquello era una minucia, después de todo.

—Oh, salgan de aquí. No me vuelvan a molestar a menos que descubran algo interesante.

—¡Gracias por tina visita encantadora! —respondió Pal alegremente—. Dele mis saludos a su arqueti…

Salí pitando de allí, interrumpiendo la frasecita de idPal. Al dejar atrás la puerta principal e internarnos en el tráfico, dirigí una aguda mirada de desaprobación a mi compañero.

—¿Qué? —el rostro de hurón me sonrió—. ¡Dime que no sentías curiosidad al ver aun golem tan realista! ¡Se cuentan tantas historias! Y nadie ha visto a su archi desde hace años.

—La curiosidad es una cosa, Pal…

—¿Una cosa? Eh, a estas alturas es el único motivo que rengo para continuar, ¿sabes?

Lo sabía, ay. Aunque me habían concedido una ampliación (el doble de tiempo de vida que esperaba tener el día anterior, cuando salí del horno) un día sigue siendo sólo un día. Para un frankie o para un fantasma.

¿Qué podía conseguir en ese tiempo? Tal vez un poco de justicia. O un poco de venganza sobre los villanos que asesinaron al pobre Albert. Esos logros pueden ser satisfactorios. Pero no te los llevas más allá del tanque de reciclado.

La curiosidad, por otro lado, es atemporal. Ningún plazo de entrega la suprime. Hay cosas peores por las que puede vivir un hombre, haya nacido de mujer o de barro. Te sostiene, pase lo que pase, sin Importar cuánto te falle la suerte.

—Por cierto, Albead, ¿viste la cara del pellejudo cuando lo mordí?

—¡Demonios, sí, la vi! Pequeño… —Sacudí la cabeza. La imagen del vanidoso semblante de Kaolin todavía surcaba la capa espumosa de mi Onda Establecida. Aquella expresión de sorpresa y afrenta era… Ridícula.

No pude evitar echarme a reír. La risa se apoderó de los dos mientras me saltaba un semáforo en ámbar, incurriendo en otra infracción de cuatro puntos que sumar a la cuenta de gastos de HU. El júbilo se combinó con la burbujeante sensación de renovación que aún permeaba mi revitalizada carne de barro. ¡Me hizo sentirme más vivo que… bueno, que en horas!

—Muy bien, pues —dije por fin, tratando de concentrarme en la conducción. Estábamos en Ciudad-real y podría haber niños cerca. No era momento para desatender el volante.

—Vamos, Pal. Veamos qué está pasando en el garito de Irene.

Lo que estaba pasando era la muerte.

Una multitud se arremolinaba cerca de la entrada del Salón Arco Iris. Todo tipo de ídems de colores chillones (especializados y modificados en casa para el placer o el combate ritual) se agitaban y murmuraban confundidos. Cerraban la entrada a su garito favorito lazos de cinta que titilaba con ritmos que lastimaban los ojos, enviando mensajes disuasorios directamente a las fibras goleen que formaban sus cuerpos de barro.

Una roja de formas femeninas estaba apostada en la entrada. Llevaba gafas oscuras. Explicó pacientemente mientras idPal y yo nos acercábamos:

—Déjenme que se lo repita. Lo siento, pero no pueden entrar. El club tendrá pronto una nueva dirección. Hasta entonces, deben buscar otro lugar donde conseguir sus frenéticos placeres.

La examiné. Sus exageradas curvas parecían gritar camarera descocada, mientras las agujas retráctiles bajo sus uñas indicaban la capacidad de un portero para mantener el orden, si los clientes se ponían farrucos. Tenía que ser una de las abejas de itere, el ser colonial cuya descripción oímos en el diario recitado del grisAlbert. Encajaba con la descripción, aunque parecía cansada y agotada, obviamente haciendo acopio de sus últimas reservas de energía.

Algunos clientes se marcharon, esperando encontrar otro garito abierto a esa hora. Uno que ofreciera la misma diversión. Vi tristeza en su prisa. Sobre todo los ídems con apéndices picudos para luchar o exagerados atributos sexuales. Esa clase normalmente la hacen los adictos; yonquis de la experiencia que necesitan dosis regulares de intensos recuerdos recientes, cuanto más extravagantes o violentos, mejor. Si estos ids no llevaban a casa su mercancía, sus originales no los aceptarían. Su posibilidad de continuar-a-través-de-la-descarga depende de encontrar excitación en otra parte, en cualquier parte.

A pesar de todo, seguían llegando clientes y se quedaban por allí, esperanzados, o intentaban discutir con la portera roja. ¿Se quedarían en la puerta hasta fundirse? Por el testimonio del desdichado gris de Albert, tuve la impresión de que Irene se tomaba sus cargas muy en serio.

—Vamos a intentarlo por atrás —sugirió idPal desde mi hombro—, Según la grabación del gris, es ahí donde esta colmena tiene a su reina.

Su reina. He oído hablar de esas cosas, naturalmente. Con todo, da algo de miedo. Colmenas y- reinas, tío. Algunos dicen que todos estamos destinados a eso, tarde o temprano, por la lógica inherente a la idemtecnología.

Tiempos interesantes, sí.

—Muy bien —le dije a mi pequeño camarada—. Vamos a dar la vuelta y a echar un vistazo.

26 Almas en celuloide

…de cómo realAlbert encuentra un oasis del corazón…

Ritu y yo estábamos secos y agotados después de toda una larga noche y una mañana cruzando el árido desierto.

Nuestros disfraces de grises habrían podido estar mucho peor que «secos». Pero, por fortuna, las mejores marcas de maquillaje no ahogan tus poros naturales. En vez de bloquear la transpiración en realidad la secan, maximizando los efectos refrescantes del viento que pasa. La suciedad y los cristales salinos se abren camino hacia afuera. De hecho, dicen que el material te mantiene más fresco y más limpio que la piel expuesta.

Eso está bien, mientras tengas agua de sobra que beber. Cosa que se convirtió en un problema dos veces durante nuestro largo viaje al sur desde el barranco donde se había estrellado nuestro Volvo. Cada vez que nuestra garrafa de agua empezaba a agotarse en medio de una gran extensión de nada, sin un alma a la vista, yo me preguntaba si el viaje había sido una buena idea después de todo.

Pero a pesar de la apariencia de solitaria desolación, el desierto de hoy no es el mismo al que se enfrentaron nuestros antepasados. Cada vez que nos quedábamos sin agua aparecía algo. Como cuando nos encontramos con una zona salpicada de chozas abandonadas de ocupas, demás de un siglo de antigüedad, encaramadas sobre burdas planchas de cemento con tejados de acero oxidado. Una tenía un antiguo alfombrado, tan cubierto de polvo que mantenía un bullente ecosistema a la sombra. El atascado sistema de tuberías poseía una cisterna donde conseguimos rellenar la garrafa con sucia agua de lluvia, poco apetecible pero que agradecimos de todas formas. En otra ocasión, Ritu encontró un charco formado gota a gota dentro de una mina agotada. No nos hizo gracia beber el líquido cargado de minerales, pero los moder nos tratamientos purificadores eliminarían cualquier toxina, si conseguíamos llegar pronto ala civilización.

Así pues, aunque nuestro viaje fue una aventura (a menudo miserablemente incómoda), nunca se convirtió en una cuestión de vida o muerte.

En varias ocasiones divisamos el destello de una estación climatológica robotizada o las cápsulas de color pardo de una eco-webcam. Así que pedir ayuda era siempre una opción si nos encontrábamos con problemas serios. Teníamos buenos motivos para no llamar. Era una cuestión de elección. Eso hizo que el viaje fuera soportable.

De hecho, Ritu y yo encontramos suficiente energía de sobra para pasar el tiempo mientras continuábamos avanzando, y seguimos nuestra conversación sobre los dramas y parasensis recientes que habíamos visto. Como el clásico tópico que aparece constantemente: un duplicado dice ser el «real» y acusa a algún impostor de haberse apoderado de su vida normal. Ambos habíamos visto Roja como yo, el docudrama de una mujer cuya piel la hacía parecer nomarrón (irreal para la mayoría de la gente), por lo que no podía ir a ninguna parte sin ser tratada como una golem. Todos aceptamos ser una «mera propiedad» buena parte del tiempo, porque todo se resuelve, ¿no? Pero esta heroína nunca tenía su oportunidad como ciudadana/ama. La historia me recordaba a Pal, atrapado en su silla de soporte vital, incapaz de experimentar plenamente el mundo a no ser a través de los ídents. Las ventajas modernas no son siempre justas.

Así me enteré de por qué Ritu había venido en persona a este viaje, en vez de enviar a una gris. Resulta que también es discapacitada. No puede hacer copias fiables. A menudo le salen mal.

Muy bien, millones de personas no pueden usar los hornos y sufren la desventaja de tener sólo una vida lineal. La gente insensible los llama «sin alma», pensando que eso les sucede a quienes carecen de una verdadera Onda Establecida que copiar. Ese déficit hereditario puede hacer difícil conseguir trabajo o encontrar pareja. De hecho, la versión despiadada de la pena capital impone al delincuente un nexoBevvisov que le impide imprintar, atrapándolo para siempre en los confines de un cuerpo único.

Muchas decenas de millares de personas sólo pueden animar caricaturas burdas y chapuceras que cortan el césped o pintan una cerca… pero nada más.

El problema de Ritu es diferente. Imprima ídems de gran sutileza e inteligencia, pero muchas son frankies que se desvían radicalmente.

—¡Cuando era adolescente, a menudo salían ya del horno resentidas, incluso odiándome! En vez de ayudarme a conseguir mis objetivos, algunas intentaban sabotearlos o me ponían en situaciones embarazosas.

»Sólo en los últimos años he alcanzado un cierto equilibrio. Ahora, tal vez la mitad de mis golems hacen lo que quiero. El resto se pierde. Casi siempre son inofensivas, sin embargo siempre les instalo potentes placas transmisoras para asegurarme de que se comportan.

La embarazosa confesión se produjo cuando ya llevábamos horas caminando, cuando la fatiga hacía mella en su reticente cascarón. Murmuré mi compasión, sin tener el valor de decirle que yo nunca he creado frankies. (Es decir, hasta que el verde de ayer envió aquel extraño mensaje. Y todavía no estoy seguro de creerlo.)

En cuanto al problema de Ritu, mis lecturas profesionales sobre psicopatología dejaban espacio a una sola conclusión: la hija de Yosil Maharal tenía profundos problemas psicológicos que no se manifiestan cuando está confinada a salvo en su piel natural. Pero la idemización los desata y los amplía. «Un clásico caso de odio por uno mismo reprimido», pensé, y luego me reprendí por diagnosticar a otra persona con tan pocas pruebas.

Aquello explicaba por qué me había acompañado en persona el martes por la tarde. Era importante investigar en el viejo refugio del desierto de su padre. Para asegurarse de que se hacía bien, debía venir de la manera anticuada.

Gran parte de nuestra conversación (incluida esta confesión) quedó grabada en el pequeño transcriptor que llevo implantado bajo la piel de mi oreja. Me sentí bastante mal por ello, pero no tenía forma de impedirlo. Tal vez borre esa parte más tarde, cuando tenga una oportunidad.


El Campo de Combate Internacional Jesse Helms.

Desde la distancia, parece la típica base militar en el desierto: un oasis verde salpicado de palmeras, pistas de tenis v piscinas de aspecto turístico. Los barracones para las tropas acuarteladas en tiempo de guerra son adecuadamente espartanos: bungalós residenciales estilo cabaña, a la sombra de los árboles, de colores pastel, y apiñados junto a estaciones cibersim, zonas de prácticas y jardines de contemplación zen. Todo lo necesario para que los soldados perfeccionen su espíritu marcial.

En absoluto contraste con esos estoicos campos de entrenamiento, hoteles chillones se alzan al cielo cerca de la puerta principal, para los periodistas y los aficionados ala lucha que acuden en persona ato das las batallas importantes. Barreras de letalambre mantienen alejados a los periodistas y las hobbicámaras flotantes, de modo que los guerreros de dentro puedan concentrarse sin ser interrumpidos. Preparando sus almas para la batalla.

Por debajo del oasis, bajo una colina natural rodeada de surcos de neumáticos, se encuentran las entrañas subterráneas de la base: un complejo de apoyo nunca visto por los millones de fans que sintonizan cada encuentro televisado. Debajo residen todos los fabricantes de armas especiales y las prensas de golems especializados que necesita un militar moderno. Otro montículo subterráneo, a varios kilómetros de distancia, ofrece a los invitados instalaciones para visitar a los ejércitos que vienen varias veces al año a resolver semanas de febril esfuerzo, más allá de una cordillera de colinas, en el campo de batalla propiamente dicho.

—Bueno, no parece que la guerra haya acabado —comentó Ritu mientras nos turnábamos para echar un vistazo a un ocular de mano, uno de los pocos artículos salvados de mi Volvo destruido. Incluso en lo alto de una colina, a cinco kilómetros de los límites de la base, se notaba: el enfrentamiento entre la ZEP e Indonesia todavía estaba en su apogeo. Los aparcamientos de los hoteles estaban llenos. Y el ciclo al sur brillaba con flotacams y relesats.

Oh, estaba sucediendo algo, bajo aquella distante horda de ojos-voyeur, justo detrás de un acantilado de granito. Rumores esporádicos, como truenos enfurecidos, se repetían bajo aquella barrera de piedra. En algunas ocasiones, los potentes ecos hacían que el aire latiera alrededor de nosotros. Esas detonaciones iban acompañadas por destellos de luz tan brillante que breves sombras danzaban por el suelo empapado de sol.

Algo muy parecido al infierno se estaba desatando más allá del acantilado. Un torbellino de muerte, más violento e implacable dalo que nuestros salvajes antepasados podrían haber imaginado… y habría que escarbar mucho para encontrar a alguien vivo en nuestro abigarrado mundo que se sintiera mal al respecto.

—Bien —preguntó mi compañera—. ¿Cómo entramos para ver a tu amiguita-soldado? ¿Nos dirigirnos a la entrada principal y decimos que la llamen?

Negué con la cabeza. Ojalá hubiese sido tan fácil. Durante nuestra dura caminata por el desierto aquella idea fue pesándome cada vez más en la mente.

—No creo que sea buena idea llamar la atención.

—No jodas. La última vez que escuché algo así, eras sospechoso de un crimen importante.

—Y estaba muerto.

Oh, sí, y estabas muerto. Eso podría provocar un tumulto cuando presentes tu retina para un escapen de identificación. ¿Quieres que lo haga yo? Puedo alquilar una habitación. Quitémonos este maquillaje —indicó la pseudopiel gris que nos cubría a ambos, bastante ajada después de muchas horas de sol y recio viento—. Yo podría darme un baño caliente mientras tú llamas a tu amiga.

Sacudí la cabeza.

—Naturalmente, es cosa tuya, Ritu. Pero dudo que debas dejarte ver tampoco. Aunque la policía no te busca, no hay que olvidar a Eneas Kaolin.

Si fue Encas quien nos disparó en la autopista. Ver no es creer, Albert.

—Mm. ¿Apostarás tu vida a que no fue él? Está claro que Kaolin y tu padre estaban metidos en algo gordo. Algo preocupante. Todos los signos indican que tuvieron una especie de desacuerdo. Puede que condujera a la muerte de tu padre en la misma autopista donde nos emboscaron…

Ritu alzó una mano.

—Me has convencido. Necesitamos un portal seguro de Red para averiguar qué está pasando, antes de permitir que nadie sepa que sobrevivimos.

—Y Clara es la adecuada para resolver eso —alcé de nuevo el ocular—. Suponiendo que podamos cruzar los siguientes kilómetros v llamar su atención.

—¿Alguna idea sobre cómo hacerlo?

Señalé a la izquierda, lejos de la puerta principal de la base, hacia un desvencijado campamento paralelo ala verja de letalambre, a cierta distancia de los resplandecientes hoteles. Se veían figuras multicolores moviéndose entre una fantástica variedad de tiendas, casas móviles v casetas improvisadas que daban la impresión de ser una feria anárquica.

—Allí abajo. Ahí iremos a continuación.

27 Cachitos de cielo

…donde Verde descubre que hay cosas peores que la muerte…

El pequeño idhurón de Pal se encaramó a mi hombro mientras nos alejábamos de la entrada principal cerrada del Salón Arco Iris y dábamos la vuelta para buscar otro acceso. Una gran verja de seguridad bloqueaba el callejón de servicio, pero no tuve que encargarme de ella. La puerta estaba entornada. Debían de haberla dejado así al entrar una furgoneta grande.

Nos colamos, y después nos escondimos detrás del vehículo y lo examinamos.


OPCIONES FINALES, S.A.

Eso era lo que decía el hologo, con angélicos querubines llamando graciosamente.

Una gran antena de plato en el techo del vehículo parecía manufacturada, bastante recargada y mucho más grande de lo que hace falta para un enlace de datos por satélite. Mientras pasábamos por su lado, mi piel cosquilleó, un poco como la reciente sensación de burbujeo al ser renovado.

—Hay un montón de energía en esa furgoneta —comentó idPal, arqueando la espada y dejando que el pelaje se erizara.

—¿Has oído hablar de estos tipos? —pregunté, tiritando basta que pasarnos.

—Un poco. Aquí y allá —la voz de idPal era baja y tensa.

Gélido criovapor envolvía gruesos cables aislantes que serpenteaban entre la furgoneta y la puerta trasera del edificio, donde una música de órgano bastante vulgar llenaba el oscuro interior. Alerta, pasé por encima de los cables y entré en una sala cavernosa donde podían distinguirse varias docenas de formas encapuchadas, meciéndose con las armonías de aquella especie de cántico fúnebre.

—¿Qué están haciendo? —preguntó Pal con retintín—. ¿Filmando un nuevo episodio de El Teatro de Vincent Erice?

Yo era agudamente consciente de lo que había sucedido en aquel lugar justo el día anterior, cuando aquellas criaturas consiguieron engañar a uno de los mejores grises de Albean y plantarle una bomba espantosa en las tripas. Si pudieron conseguir eso, sería mejor que un miserable frankie como yo tuviera cuidado. Bajo el profundo teñido de mi piel, seguía siendo un humilde verde.

Tras acostumbrarme a la penumbra, vi que todas las formas con túnica eran del mismo tono rojizo que la que nos prohibió entrar por la puerta principal del Salón Arco Iris. Todas menos una figura central que yacía tumbada bajo un dosel. Estaba tan pálida que al principio la tomé por una ídem de marfil.

Pero no, la forma tumbada era una persona real, con mechones de pelo gris asomando entre puñados de electrodos. Una tela roja de seda cubría gran parte de su gruesa forma flácida. La mayoría de la gente de hoy se esfuerza por mantener su cuerpo orgánico en buena forma (¡Bronceándose lo suficiente para que no los confundan con golems de placer!). Pero alguna gente da un solo uso al cuerpo con el que nació: como receptáculo de recuerdos, pasando de las impresiones del conjunto de ídems de un día a las siguientes. Evidentemente, Irene era la abanderada de esa tendencia. ¡No era extraño que dirigiera un emporio popular dedicado al exceso de moda!

Y sin embargo, por los sonidos fúnebres que reverberaban alrededor, supuse que la vida de Irene (por grande que pudiera haber sido) se estaba acercando a su fin. Su pecho subía y bajaba de manera irregular bajo la colcha. Unos tubos le suministraban medicinas líquidas mientras un monitor metabólico cercano marcaba un suave y errático ritmo.

No vi ningún horno. Ninguna fila de repuestos ídem a la espera. Bien, no estaba ocupada creando fantasmas, como hace alguna gente cuando sabe que se está muriendo: una última hornada de duplicados autónomos para que se encarguen de los detalles de último minuto… o para decir esas cosas que nunca te atreviste a murmurar cuando estabas vivo. La mayoría de estas Irenecopias parecían bastante mayores. Todas podían haber estado presentes cuando grisAlbert se sometió a sus reparaciones».

¿Dejó Irene de duplicarse a sí misma al mismo tiempo, o poco después? Una coincidencia muy extraña, si lo era.

Observando desde las sombras, vi a una Irene aun lado de la ceremonia fúnebre, conversando con un golem púrpura cuyos ojos enormes y pico estilizadamente curvado parecían los de un halcón.

—Horus —murmuró idPal.

—¿Hora?

—¡Horus! —señaló la brillante túnica del visitante, cubierta con inscripciones y figuras bordadas—. El dios egipcio de la muerte y la otra vida. Un poquito pretencioso, para mi gusto.

«Por supuesto —pensé—. Una de esas empresas que ofrecen ayuda especializada a los muertos o moribundos.» Si hay un servicio hipotético que alguien pueda querer, encuentras a un millón de aburridos desocupados ansiosos por proporcionarlo.

Me acerqué más mientras cara de halcón explicaba los puntos de un vistoso folleto.

—Aquí tiene una de nuestras opciones más populares. ¡Plena suspensión criónica! ¡Tengo instalaciones para suministrar al cuerpo orgánico de su arquetipo la combinación adecuada de agentes estabilizadores científicamente equilibrados, y luego empezar a reducir la temperatura hasta que podamos llevarla a nuestra sede en Redlands, que tiene su propio suministro de energía geotérmica, blindada contra todo lo que no sea el impacto directo de un cometa! Lo único que su rig tiene que hacer es imprimir un permiso.

—La suspensión criónica no nos interesa —replicó la golem roja, en representación de su colmena—. Se ha verificado repetidas veces que un cerebro humano congelado no puede mantener una Onda Establecida. Se desvanece, para nunca regresar.

—Pero hay recuerdos, almacenados en casi cuatro mil millones de sinapsis y conexiones intracelulares…

—Los recuerdos no son homogéneos… no son lo mismo que quien eres. De todas maneras, ala mayoría de esos recuerdos sólo puede accederse con una copia en funcionamiento de la Onda Establecida original.

—Bueno, se puede congelar a los ídems. Supongamos que se almacena también la cabeza original. Entonces, algún día, cuando la tecnología haya avanzado lo suficiente, alguna combinación de…

—Por favor —cortó la frene roja—. No nos interesa la ciencia ficción. Que otros paguen tarifas elevadas para servirles de conejillos de indias. Nosotras queremos un servicio sencillo, y por ese motivo llamamos a su compañía. Elegimos la antena.

—La antena —asintió el hombre halcón púrpura—. La ley me exige que diga que la técnica no está verificada, y no hay éxitos confirmados, a pesar de que muchos sostienen que las detecciones de resonancias…

—Tenemos motivos para creer que sus fracasos pasados fueron fruto de la falta de concentración, deseo, enfoque. Todo eso se subsanará si hacen su trabajo tal como anuncian.

Horus se envaró.

—La antena, entonces. Seguiré necesitando un permiso. Por favor, que su arquetipo ponga su vida-imprintación aquí.

Sacó un pesado rectángulo plano de los pliegues de su túnica y rasgó una fina cobertura de plástico que dejó escapar una densa nube humeante. La ídem roja sostuvo torpemente la tableta con ambas manos, por los bordes, cuidando de no tocar la húmeda superficie.

—Volveré en unos minutos. Hay preparativos que completar. —Horus se volvió hacia la furgoneta entre un aleteo de túnicas deslurnbrantes.

IdPal y yo vimos a la emisaria roja abrirse paso entre la multitud de sus hermanas, quienes le dejaron paso sin hacerle caso aparente. Subió a la plataforma y sostuvo la tableta sobre la pálida figura que yacía allí. La Irene original reaccionó levantando primero una mano y luego la otra. «Está consciente», advertí.

Amablemente, dos ídems se acercaron desde ambos lados para sostenerla.

Acercaron la tableta a la cara abotargada hasta que su cálido aliento condensó gotitas sobre la superficie. Irene inhaló profundamente, y luego la ídem roja apretó la tabla de barro, rápidamente v con suficiente fuerza para rodear la cabeza de realIrene. La sostuvo allí unos segundos, hasta que una máscara casi perfecta se formó, la boca abierta en un reflejo de sorpresa.

No hizo falta respirar en el breve instante que el barro crudo tardó en transformarse ante nuestros ojos, ondulando rápidamente a través de varios colores del espectro, incluyendo algunos tonos que los antiguos ermitaños solían buscar en los lejanos rincones del mundo, durante la larga era oscura anterior a la almística. La zona de la boca, especialmente, parecía agitarse con una leve luz.

Luego retiraron la sólida máscara, dejando a reallrene aturdida pero ilesa.

—Siempre odio tener que hacer eso —murmuró Pal—. Malditos abogados.

—Las firmas se pueden falsificar, Pal. Igual que las huellas dactilares, las criptocifras y los escaneos retinales. Pero un sello-alma es único.

Irene ahora tenía un contrato firme con Opciones Finales, para pasar los últimos momentos de su vida orgánica comprando algo que consideraba más precioso. Bien, bien. Ahí tienes la Gran Desregulación. El Estado no puede hacer nada entre tu consejero espiritual y tú, sobre todo cuando se llega a esa elección decisiva: cómo hacer tu salida final.

Lástima que el pobre Albert nunca pudiera decir nada al respecto. En parte gracias a Irene, seguro.

IdPal se agitó y se tensó en mi hombro. Me volví para ver a una figura que se nos acercaba por un lado. Era otra ídem, con aspecto un poco más agotado que las demás, pero todavía formidable.

—Señor Morris —inclinó ligeramente la cabeza—. ¿Es usted? ¿O es otro? ¿Debo presentarme?

—Nada de lo anterior —respondí, sin importarme si la críptica respuesta la confundía—. Sé quién es usted, Irene. Pero no soy el tipo que hicieron volar anoche.

Ella respondió encogiéndose de hombros, resignada.

—Cuando lo he visto, ahora mismo, no he podido dejar de esperar… —¿De esperar? ¿Esperar qué?

—Que las noticias estuvieran equivocadas. Esperaba que fuera usted el mismo ídem que salió de aquí ayer.

—¿Qué está intentando colarme? Sabe lo que le sucedió a ese gris. Usted lo asesinó. ¡Lo hizo volar dentro de Hornos Universales! Sólo su acto de heroísmo final impidió que su bomba destrozara el lugar.

—Nuestra bomba —la roja asintió, resignada—. Eso dirá la gente. Pero, sinceramente, creíamos que estábamos insertando un aparato espía, sintonizado para sentir y evaluar los campos-alma experimentales en la División de Investigación de HU…

—Oh, vaya trola —comentó Pal.

—¡No, de verdad! La noticia del sabotaje a HU fue una completa sorpresa. Demostró cómo nos han utilizado. Traicionado. —Bien. ¡Hábleme de su traición!

Ajena al sarcasmo, ella asintió.

—Oh, lo haré. De inmediato nos dimos cuenta de que un aliado nos había preparado una trampa para aprovecharse de este vicioso ataque, como parte de una defensa de muchos niveles, para proteger al verdadero villano. Aunque las tácticas de ocultación de su gris hubieran sido perfectas, aunque enmascarara su pista, cortando todos los enlaces directos que llevaran a sus jefes, un crimen de tal magnitud no quedaría impune. Hornos Universales no reparará en gastos para encontrar a los responsables. Así que, cuando se hayan descubierto varias capas de señuelos, la culpa recaerá sobre nosotras.

¿Es usted el primer heraldo del castigo, ídem Morris?

—Oh. Puede que sea un heraldo, vale, pero no soy Morris —murmuré, tan bajo que ella no lo advirtió.

—Nos sorprende un poco verlo a usted —admitió la ídem roja—, en vez de a los de seguridad de HU o la policía. ¿Le seguirán pronto? No importa. Ya no estaremos aquí. Partiremos dentro de poco, mientras aún podamos escoger el modo de hacerlo.

Yo no me lo tragaba.

—Dice que es inocente de la bomba ’Mónica. ¿Qué hay del ataque a realAlbert, que lo mató en su casa?

—¿No está claro? —preguntó ella—. La mente maestra que hay detrás de todo esto, nuestro enemigo común, parece, tuvo que cubrir su propio rastro después de utilizamos. Eso significaba no dejar cabos sueltos. Lo mató a usted un poco más rápidamente de lo que Inc mató a mí, pero igual de implacablemente. Dentro de poco, usted y yo ya no existiremos.

»Es decir, en este plano de realidad —añadió.

Miré la plataforma, que había sido acercada a la furgoneta. Siseantes criocables estaban siendo conectados a un denso grupo de tentáculos, amontonados alrededor de la pálida cabeza de reallrene.

—Va a cometer una especie de suicidio. Eso le impedirá testificar como persona plena en los tribunales. ¿Está segura de que quiere hacerlo? ¿No beneficiará eso a su antiguo socio, el que la traicionó? ¿No debería ayudar a capturarlo?

—¿Por qué? La venganza no importa. Estábamos muriendo de todas formas… una cuestión de semanas, solamente. Participarnos en su plan en un gambito desesperado, esperando retrasar ese destino. Confiamos, jugamos y perdimos. Pero al menos podremos elegir la forma de nuestra muerte.

ldPal hizo una mueca.

—La venganza puede que no le importe a usted, pero Albert era mi amigo. Quiero atrapar al hijo de puta que hizo esto.

—Y desde luego le deseamos suerte —suspiró la roja—. Pero este villano cs un reputado maestro a la hora de evitar dar cuentas.

—¿Era ese Vic Collins que conoció el gris?

Ella asintió.

—Usted ya lo conoce por otro nombre.

Con una sensación de agobio, lo adiviné.

—Beta.

—Eso es. No le hizo gracia su incursión en el edificio Teller, por cierto. Eso le costó mucho. Pero el plan para usar a Albert Morris en este caso llevaba cociéndose algún tiempo.

—Y un plan más retorcido para utilizarla a usted.

—Cierto. Vimos la colaboración corno un buen intento para hacer espionaje industrial. Una oportunidad de piratear algunos usos primeros de la más nueva idemtecnología, antes de que pasara por los molestos procesos de permisos y demás.

—Nueva idemtecnología. ¿Se refiere a idemización remota? Era la tapadera que le habían contado al gris.

—Por favor. Eso interesó a la maestra Wammaker, pero es un asunto de poca importancia, solo para despistarlo. Sospecho que ya sabe qué estábamos buscando.

—La golemrenovación —sugirió Pal—. Una forma de hacerlos durar. ¿Puedo aventurar por qué? La memoria de su arehi está llena, o casi.

—¿Llena?—pregunté yo.

—Demasiadas cargas, Albert. Irene se ha estado duplicando tanto, aceptando vertidos enteros de memoria de cada ídem que ha hecho, que ha llegado a un límite sobre el que la mayoría de la gente sólo puede especular.

Se volvió hacia la roja.

—Dígame, ¿cuántos siglos ha vivido en tiempo subjetivo? ¿Mil años?

—¿Importa?

—Podría importarle a la ciencia —respondí yo—. Para ayudar a otros a aprender de sus errores.

Pero yo mismo notaba la futilidad de eoalquicr llamada al altruismo. Esa persona, no importaba lo vieja que fuera, iba a dejarse conmover por nada que no fuera su propio bienestar.

—Así que oyó rumores sobre el proceso de renovación y petiso que darles a sus ids un lapso de vida más largo de…

—Permitiría retrasar lo inevitable, ¿no? —interrumpió Pal—. Y la participación de Beta en la alianza debe de haber parecido lógica también. Vende copias baratas de ídems de placer baratos. La renovación le permitiría prolongar la vida de sus moldes robados. ¡Tal vez incluso pasar de ventas a lucrativos alquileres!

—Así nos lo expuso. Beta parecía un aliado natural para ayudar a robar esa tecnología. Yo… nosotras aún no podemos imaginar qué esperaba ganar destruyendo Hornos Universales Hornos.

—¡Bueno no lo consiguió! —replicó idPal—. Porque Albert fue más listo que él, al final.

Me entraron ganas de hacer una mueca. Dudé de que el gris pudiera ser «más listo» que nadie. Pero me callé.

Fuera cual sea el motivo de Beta, estoy seguro de que lo intentará otra vez.

Icen asintió.

—Probablemente. Pero ya no será asunto nuestro.

Detrás de su hombro, vi que los preparativos estaban casi terminados. Vapores helados fluían alrededor del dosel y enormes cribadores de alta sensibilidad se concentraron alrededor del craneo de pelo gris de realIrene. Su respiración era entrecortada, pero sus ojos estaban abiertos y enfocados. Sonaban borboteos suaves y me pregunté si estaría intentando hablar… es decir, si conservaba aún esa capacidad. Durante muchísimo tiempo, había usado otros ojos y oídos, manos y bocas, para interactuar con el mundo.

Horus volvió, tras haberse cambiado de túnica: una azul estampada con mandalas circulares. Manipuló la masa de tentáculos cribadores mientras las ídems rojas deIrene se colocaban cerca, como pétalos de una flor. Todas ellas llevaban ahora gorritas de malla conductora estándar.

—Sí —comentó Pal—. ¡Van a cargar todas a la vez! Menudo dolor de cabeza.

—Ella debe de estar acostumbrada —respondí, volviéndome para confirmarlo con la roja con la que habíamos estado hablando. ¡Pero ya no estaba! Sin hacer ningún comentario ni despedirse, se había marchado para reunirse con las demás. Corrí tras ella y la agarré por un brazo—. Espere un segundo. Tengo más preguntas.

—Y yo tengo una cita —respondió ella, tensa Sea breve.

— ¿Qué hay de Gineen Wammaker? ¿Estaba implicada en el plan? ¿Ose trataba de alguien disfrazado de ella?

La roja sonrió.

—Oh, ¿no es maravillosa nuestra era moderna? Nunca lo supe con seguridad, señor Morris. No sin hacer un análisis estructural de alma. Desde luego parecía y actuaba como la maestra, ¿no? Pero ahora debo marcharme…

—¡Vamos, me lo debe! —exigí—. Al menos dígame cómo encontrar a Beta.

Ella se echó a reír.

—Tiene que estar bromeando. Adiós, señor Morris.

La roja se volvió para marcharse, pero se dio inedia vuelta cuando yo intenté agarrarla de nuevo por el brazo. Se me quedó mirando. Las agujas salieron de pronto de las yemas de los dedos color sangre, brillando líquidas… con algo mucho más fuerte que aceite aturdidor, sospeché. Tras ella, vi que la ceremonia se acercaba a su clímax. Horus murmuraba algún abracadabra sobre cómo cada alma debe tarde o temprano vaciarse en el verdadero Original, la fuente de todas las almas, allá arriba en el universo.

Tuve una inspiración.

—Mire, todavía está buscando algún tipo de inmortalidad, ¿no es eso, frene? El intento de robar la tecnología de renovación a HU fue un fracaso y la policía vendrá pronto. Así que está intentando otra cosa. Lanzar su Onda Establecida ahí fuera. !Pum! ¡Directo al éter, con toda la fuerza de una planta de microfusión! Aplicando la descarga neuroeléctrica de la muerte cerebral orgánica para multiplicar el golpe. Y usando a todas sus ídems al mismo tiempo, como cohetes sólidos, para ayudar a lanzar el espíritu. ¿Me equivoco?

—Algo así —dijo ella, retrocediendo con cautela hacia el lugar donde la esperaba una gorrita de malla, colgando cerca del dosel—. Hay ritmos puros ahí fuera en el espacio, señor Morris. Los astrónomos detectan similitudes espectrales con la Onda Establecida del Alma, sólo que burda, sin formar. Corno barro fresco de golem. Las primeras mentes en imponer con éxito sus ondas podrían…

—¡Podrían amplificarse de manera inimaginable, convirtiéndose en Dios! Sí, he oído hablar de esa idea —se maravilló Pal, saltando de mi hombro y corriendo hacia delante—. ¡Esto tengo que verlo!

Me apresuré, hablando rápidamente.

—Pero escuche, frene, ¿no prometían todas las antiguas religiones la otra vida corno recompensa por la virtud? Usted cree que la tecnología puede sustituido. Bien. Pero ¿y sise equivoca? ¿Ha considerado alguna vez que los antiguos podrían tener razón al menos en parte? Que algún tipo de karma o pecado o culpa se aferra a uno, como arrastrado por un viento…

—Está intentando sembrar dudas en mí —susurro ella.

—¡Ya están plantadas, en la ídem que tengo delante! —dije yo—. Tal vez no debería añadir esos pensamientos a la pureza de la colmena. Podría quedarse atrás y ayudarme. Compensar parte del daño que ha hecho. Aliviar un poco la carga. Ayudar al resto de la colmena quedándose aquí y expiar…

La ídem roja aulló con una desesperación tan grande que me maravillé de las implicaciones.

Creía que una «abeja de colmena» tendría un ego personal bajo, como una hormiga. O una abeja obrera. ¡Pero Irene es exactamente lo opuesto! Cada parte de ella quiere continuar de manera desesperada. Un ego rugiente y frenético fue la fuente de la fuerza de frene, y de su caída.

Horus parecía molesto. Algunas de las otras rojas estaban abriendo los ojos.

—Vamos —insté a la que todavía quedaba, que temblaba mientras idPal mordisqueaba la gorra de malla y la hacía pedazos. Sus ojos oscuros parecían salvajes.

—Ayúdeme a encontrar a Beta —imploré—. Podría cambiar el equilibrio del karma…

Con un grito, ella se dio media vuelta (tuve que saltar atrás para evitar otro amago de las brillantes garras), y luego salió corriendo, esquivando los cables del callejón. Pronto oímos ruidos de golpes.

—¿Qué demonios? —gritó Honus—. Eh, ¿qué está haciendo? ¡Salga de mi furgoneta!

Corriendo tras ella, el púrpura dejó su maquinaria en marcha mientras un brusco gemido empezaba a alzarse, en un inminente crescendo. Me acerqué, tanto para ver lo que estaba pasando fuera como para echar un vistazo a reallrene… la mujer orgánica que estaba tendida sobre la plataforma, ansiosa por expirar de la manera adecuada, para que su Onda Establecida pudiera volar, encadenada al ciclo.

¿Cómo lo expresó la ídem roja?

Hay ritmos puros allá en el espacio… similares a una Onda Establecida… como barro de goleo fresco… Las primeras mentes en imponer sus ondas…

«Oh, tío.»

Subí a la plataforma. ¡Fuera, la desesperada ídem roja subía a la furgoneta, seguida de cerca por Horus, cuya túnica aleteaba alrededor de sus piernas desnudas de manera poco digna mientras trataba de agarrarla! Al mismo tiempo, intensas energías fluían entre el nido de chispeantes tentáculos que rodeaban la cabeza de realIrene.

—Señor Morris…

Fue poco más que un croar húmedo, apenas audible por encima del gemido nucleoeléctrico. Tratando de no tocar nada, me acerqué a la mujer moribunda. Su tez pálida estaba hinchada y marcada de pequeñas pústulas. Por una vez, me alegré de no poder oler.

—Albert…

No era una persona que me gustara. Sin embargo, su sufrimiento era genuino y se merecía piedad, supongo.

—¿Hay algo que pueda hacer por usted? —inquirí, preguntándome cuándo estaba programada la maquinaria para soltar toda esta fuerza acumulada. Tal vez no fuera seguro estar allí.

—He oído… lo que… dijo…

—¿Qué, lo del karma y todo eso? Mire, no soy ningún cura. Cómo puedo saber…?

—No… tiene razón… —boqueó en busca de aire—. Tras la barra… abra el tapón de ketone… atrape al hijo de… hijo de pu…

Sus párpados aletearon.

—Será mejor que salgamos de aquí, colega —me instó Pal. Ya estaba en la puerta con el sol a la espalda. Bajé corriendo de la plataforma para reunirme con él, mirando atrás a tiempo de ver una erupción de suaves luces que empezaban a destellar. El cuerpo de Irene se convulsionó. Lo mismo hicieron el puñado de golems rojas, en perfecta sincronía. No faltaba ya mucho.

Tras retirarnos al callejón, vimos la otra conmoción que tenía lugar en lo alto de la furgoneta. La última ídem de frene, la que estaba a punto de quedar huérfana, se agarraba ala gran antena y sollozaba de manera bastante realista mientras Horus la sujetaba por el tobillo. El, a su vez, se aferraba a la parrilla de carga, intentando arrastrarla.

—¡Suelta! —gritaba, enfurecido—. ¡La vas a estropear! ¿Tienes idea de cuánto he ahorrado para comprar una franquicia…?

IdPal saltó a mi hombro mientras yo me apartaba, poniendo más distancia entre nosotros y… lo que estuviera a punto de suceder.

Unos truenos resonaron dentro de la habitación trasera del Salón Arco Iris, corno un batir de tambores… o tal vez un millón de sapos gigantes con malas condiciones tiroidales. Muy bien, las comparaciones no son mi fuerte, pero cualquiera nacido en este siglo reconocería la cadencia grave de una Onda Establecida enormemente amplificada. Tal vez una caricatura ridícula, impresionante pero carente de sutileza. 0 bien una versión colosalmente aumentada de la real. ¿Quién podría decirlo?

Tal vez Irene… dentro de unos pocos segundos.

Su última golem chilló en el techo de la furgoneta, luchando contra la presa de Horus para poder meter la cabeza en la antena. —¡No me dejéis! —gimió—. ¡No me dejéis atrás!

—No creía que a las hormigas obreras les preocupara tanto sus yoes individuales —comentó Pal secamente.

Yo me estaba preguntando lo mismo —repliqué—. Tal vez la metáfora de la colmena no es adecuada, al fin y al cabo. La personalidad humana mejor equipada para su forma de vida es todo ego. Ella nunca pudo renunciar ni siquiera a una pequeña parte de sí misma. Supongo que ser grande puede resultar tan adictivo como…

—¡Ahí viene! —interrumpió el ídem de Pat.

Nos apartamos callejón abajo hasta que sentí la verja contra mi espalda y luego vi cómo una luz brillante brotaba por las puertas traseras del Salón Arco Iris, de la cámara donde yacían Irene y sus copias.

La luz reverberó, proyectando sombras incluso sobre el asfalto iluminado por el día. Instintivamente, alcé una mano para protegerme.

La lucha en lo alto de la furgoneta terminó cuando Horus cayó al suelo con un grito. En ese mismo momento, algo corrió por los cables superconductores. La última ídem roja gritó, agarrándose a la antena desesperadamente, haciendo que la construcción chisporroteara cuando aquella brillante energía envolvía la furgoneta. Una aurora moteada de chispas las cubrió a ella y la antena, mientras su peso derribaba el delicado aparato, haciendo que gimiera…

Un rayo visible brotó hacia delante, atravesando el cuerpo de barro, que se estremeció, se endureció rápidamente y se desgajó para luego desplomarse sobre la delicada parabólica, derribarla, rompiendo el soporte de metal con chasquidos secos. Vi con Pal (y el pobre Horus, que aullaba) cómo la antena giraba… y luego se caía por un lado de la furgoneta.

Una cegadora oleada sin sonido se extendió hacia fuera, como una onda radiante de luz pura. Nos barrió a Pallie y a mí, provocando temblores por mi espalda. Me estallaron los oídos dolorosamente. Descargas estáticas siguieron a la onda, derribando las puertas traseras de la furgoneta y lanzando a la calle nubes de equipo.

La transmisión terminó, no dirigida al cosmos de arriba, sino al suelo de un callejón mugriento.

Horas se desplomó, gimiendo desesperado hasta que todo quedó en silencio.

—Sabes, Gumby —murmuró mi pequeño amigo en forma de hurón desde su asidero en mi hombro, cuando por fin pudimos sacudirnos de la deslumbrada sorpresa del espectáculo—. Sabes, esta ciudad está construida sobre ricas capas de arcilla pura. Es un motivo por el que Eneas Kaolin construyó aquí su primer laboratorio de animación, hace mucho tiempo. Así que no es tan descabellado imaginar…

—Cállate, Pal.

No quería compartir la perversa idea que pudiera acabar de ocurrírsele. De todas formas, cl humo se despejaba y no vi rastros de fuego. Nadie nos impediría volver a entrar en el Salón Arco Iris.

—Vamos dije, frotándome la mandíbula, que me dolía por debajo de las orejas—. Vamos a ver el regalo de despedida que nos ha dejado frene.

—¿Mm? ¿De qué estás hablando?

No estaba seguro. ¿Había dicho «tapa de ketome«? ¿O «que tome?

Traté de no pensar mal de Irene. A pesar de todo lo que había hecho, no parecía justo. Sobre todo cuando entrarnos y dejamos atrás los restos de una plataforma calcinada rodeada por montones de estatuas tendidas y humeantes.

Nunca había visto morir a nadie de manera tan concienzuda.

28 Un síndrome de China

…donde el Pequeño Rojo descubre más de lo que quería saber…

Yosil Maharal (o más bien su fantasma gris) parece bastante orgulloso de su colección privada, empezando por un conjunto único de tablillas de escritura cuneiforme y sellos cilíndricos de la antigua Mesopotamia, la tierra arcillosa donde comenzó la escritura hace más de cuatro mil años.

—Éste fue el primer tipo de magia que funcionó de una manera fiable y respetable —me dijo, sosteniendo un objeto de la forma y color de un rollo de cocina, cubierto de livianas incisiones solapadas en forma de cuña—. Por fin el hombre pudo conseguir una especie de inmortalidad sólo con aprender el nuevo truco de grabar sus palabras y pensamientos e historias y marcar impresiones en arcilla húmeda. La inmortalidad de hablar a través del tiempo y el espacio, incluso mucho después de que tu cuerpo original regresara al polvo.

Puede que yo no sea ningún genio, pero capté a qué se refería. Pues él era esa manifestación de continuidad más allá de la muerte. Un complejo amasijo de impresiones-alma hechas en barro, hablando después de que el Yosil Maharal original perdiera su vida orgánica cerca de un barranco solitario, bajo una autopista en el desierto. No era extraño que sintiera cierta afinidad con las pequeñas tablillas.

La colección privada de Maharal también incluye muestras de antigua alfarería, como varias grandes ánforas (contenedores de vino de un birreme romano que se hundió hace dos mil años), recientemente descubiertas por idexploradores en el fondo del Mediterráneo. Y cerca, en el mismo expositor, un conjunto de rara vajilla de porcelana azul, que una vez rodeó el cabo de Buena Esperanza en d vientre de un velero para adornar la mesa de algún rico mercader.

Aún más preciosas para mi anfitrión eran varias efigies humanas del tamaño de un puño, de una época muy anterior a Roma o Babilonia. Una época anterior a las ciudades o la escritura, cuando todos nuestros antepasados deambulaban, sin techo, en tribus de cazadores-recolectores. Una a una, el golem gris de Yosil mostró amorosamente una docena de estas figuritas de «Venus», moldeadas con el barro de algún río del Neolítico, todas ellas con voluminosos pechos y copiosas caderas que se prolongaban en generosos muslos y diminutos pies. Con evidente orgullo, me contó dónde fue encontrada cada estatua, y qué antigüedad tenía. Al carecer de rostro definido, la mayoría parecían enigmáticas. Anónimas. Misteriosas. Y prodigiosamente femeninas.

—A finales del siglo XX, un culto espiritista posauoderno se organizó en torno a estas efigies —me instruyó mientras tiraba de la cadena de mi cuello, llevándome de un expositor al siguiente—. Inspirados por estas diminutas esculturas, unos cuantos místicos hiperfeministas crearon una fantasía ideológica deliciosamente satisfactoria: que una religión de la Madre Tierra precedió a todos los demás sistemas de creencias espirituales, por todo el planeta. ¡Este ubicuo credo neolítico tenía que haber adorado necesariamente a una diosa! Una de cuyas tendencias principales era la fecundidad v el cariño maternal y sereno. Esto es, hasta que la amable Gaia fue derribada por las violentas bandas de machos adoradores de Jehová-Zeus-Shiva, acicateados por una brusca oleada de viles tecnologías nuevas, la metalurgia, la agricultura y la escritura, que llegaron de manera repentina, simultánea y desestabilizadora, sacudiendo de inmediato la tranquilidad y derribando a la madre diosa pastoral.

»Dicen que todos los crímenes y catástrofes de la historia registrada provienen de aquel trágico cataclismo. —El fantasma de Maharal se echó a reír, acariciando afectuosamente una de las Venus—. Oh, la teoría de la diosa era fabulosa y creativa. Aunque hay otra explicación mucho más sencilla de por qué se encuentran estas pequeñas figuritas en tantos enclaves de la Edad de Piedra.

»Toda cultura humana ha dedicado considerables esfuerzos creativos a reproducir con proporciones exageradas la forma femenina fértil… como arte erótico. O pornografía, si quieres. Creo que podemos suponer sin riesgo que había machos frustrados en los tiempos de las cavernas, como los hay hoy. Deben de haber “adorado” a estas pequeñas figuras de Venus de maneras que nos resultarían familiares. Bastante menos elevadas que la veneración a Gaia, pero no menos humanas.


»Lo que sí ha cambiado, después de todo este tiempo, es que los ídolos sexuales de barro de hoy son mucho más realistas y satisfactorios.

»Pero todo consiste en frotarte dentro.


Encadenado, con un cuerpo en miniatura y obligado a escuchar esta cháchara, yo sólo podía reflexionar. ¿Estaba siendo intencionadamente ofensivo, para calibrar mi reacción? Quiero decir, ¿por qué iba a importarle al gran profesor lo que yo pensara? No soy más que un golem barato anaranjado y diminuto, imprintado a partir del gris que capturó el martes en la mansión Kaolin. ¿Qué clase de conversación intelectual puede esperar tener con seres como yo?

Bueno, no me considero mentalmente deficiente. Desde que salí del horno, lo he comprobado y no he encontrado ninguna laguna de memoria. No puedo resolver una ecuación diferencial mentalmente… pero el propio Albert sólo fue capaz de hacerlo durante unas ocho semanas, hace mucho tiempo, cuando necesitó el cálculo para aprobar un curso en la facultad. Hizo falta el trabajo duro y concentrado de tres ébanos para conseguir acceder a esa dolorosa belleza, y luego lo olvidó todo después de los exámenes para dejar espacio entre cien mil millones de neuronas a recuerdos más relevantes.

¿Ven? Incluso puedo ser irónico.

Muy bien, al parecer soy mejor imprintando copia-a-copia de lo que creía, algo que Yosil Maharal debe de saber desde hace tiempo. Tal vez desde que tomé parte en aquel proyecto de investigación veraniega en el instituto. ¿Fueron de verdad tan especiales mis puntuaciones? ¿Ha estado secuestrando copias mías para estudiarlas desde entonces?

La idea me provoca escalofríos. Peor, hace que me sienta violado. Jo, qué capullo.

Dice que tiene razones. Y sin embargo, ¿no las tienen todos los fanáticos?


—Éste es mi mayor tesoro —dijo Yosil, llevándome ante otro expositor—. Me lo dio el Hijo Honorario del Ciclo en persona, hace tres años, en gratitud por mi trabajo en Xi’an.

Ante mí, conservada en una vitrina de cristal sellada, se alzaba la estatua tamaño natural de un hombre con el porte de un soldado, mirando el frente, listo para la acción. Tan detallada era la escultura que se veían los remaches que sujetaban las tiras de la armadura de cuero. Bigote, perilla y pómulos pronunciados embellecían unos marcados rasgos asiáticos, retocados con brotes caprichosos. Toda la efigie estaba hecha de terracota marrón.

Naturalmente, yo conocía Xi’an, una de las joyas artísticas del mundo. Sería inconcebible que un particular poseyera una de estas estatuas… sino hubiera tantas. Miles de efigies, recuperadas de media docena de regimientos enterrados, descubiertas hace más de un siglo, cada una modelada a partir de un soldado concreto que sirvió a Ch’in, el primer emperador, que conquistó y unió todas las tierras del Oriente. El mismo Ch’in que construyó la Gran Muralla y dio su nombre a China.

—Conoces mi reciente trabajo allí —dijo idYosil. No era una pregunta, sino una declaración. Naturalmente. Había hablado con otros Alberts, había hecho con ellos el mismo recorrido turístico.

¿Con qué propósito?, me pregunté. ¿Por qué explicar todo aquello, sabiendo que los recuerdos se perderán y que tendrá que decírmelo de nuevo, la próxima vez que me sidsecuestre para que le sirva como sujeto a mi pesar?

A menos que sea parte de lo que está intentando probar…

—He leído un par de cosas sobre tu trabajo en Xi’an, en los periódicos —respondí, con cautela—. Dices que has encontrado rastros-alma en algunas de las estatuas de barro.

—Algo así —la fina sonrisa de idYosil mostró su evidente orgullo al recordar la sensación mundial que fue su descubrimiento—. Algunos dicen que la prueba no es clara, aunque creo que lo es suficientemente para llegar a la conclusión de que había alguna especie de proceso primitivo de imprimación en marcha. ¿Con qué medios? Aún no los hemos determinado. Una casualidad, tal vez, o el trabajo de algún antiguo prodigio que contribuye a explicar los sorprendentes acontecimientos políticos de esa época, además del terror que sus contemporáneos sentían hacia Ch’in.

» ¡Como resultado directo de mis hallazgos, el Hijo del Cielo actual accedió finalmente a abrir la colosal tumba de Ch’in el año que viene! Algunos profundos misterios puede que salgan a la luz, después de haber dormido durante milenios.

—Mm —respondí algo incauto—. Lástima que no estés allí para ser testigo de ello.

—Tal vez no. O tal vez sí. Hay un montón delicioso de contradicciones implícitas en esa expresión tuya, Albert.

—Ah. ¿Qué expresión?

—Has dicho «lástima», lo cual implica valores. ’fe dirigías a mí, cono un ser pensante, la persona que te tiene cautiva en este momento, ¿verdad?

—Oh… cierto.

—Luego están las expresiones «estar allí» y «ser testigo». Oh, has dicho un puñado de cosas, desde luego.

—No veo…

—Vivimos un momento especial —expuso idMaharal—. Un momento en que la religión y la filosofía se han convertido en ciencias experimentales, sujetas a las manipulaciones de los ingenieros. Los milagros se han convertido en productos de marca, embotellados y vendidos con descuento. ¡Los descendientes directos de los hombres que tallaban puntas de lanza con pedernal junto al río no sólo están creando vida, sino redefiniendo el mismísimo significado de la palabra! Y sin embargo…

Hizo una pausa. Finalmente tuve que pincharlo.

—¿Y sin embargo?

El rostro gris de Maharal se retorció.

—¡Y sin embargo hay obstáculos! Para muchos de los problemas destacados de la almística parece no haber esperanza de solución, debido a la inefable complejidad de la Onda Establecida.

»Ningún ordenador puede modelarla, Albert. Sólo los cables superconductores más cortos y rápidos pueden transmitir su sutil majestad, apenas lo suficiente para imprintarla en un receptáculo cercano de barro especialmente preparado para ello. ¡Matemáticamente, es un horror! Con todas las probabilidades en juego, me asombra que el proceso funcione.

»De hecho, muchos de los pensadores más profundos de hoy en día sugieren que deberíamos dar las gracias y aceptarlo como un regalo, sin comprenderlo, como la inteligencia, ola música, o la risa. —Sacudió la cabeza en una estupenda reproducción de un gesto de desdén—. Pero, naturalmente, la gente de la calle no sabe nada de esto. Nacidos con el insaciable espíritu humano, nunca quedan satisfechos con una maravilla… ni con sus vidas enormemente ampliadas. ¡En absoluto! Lo dan por hecho y siguen exigiendo más.

»! Hacer posible que imprintemos golems lejanos, para que podamos teletransportarnos por todo el sistema solar! ¡Telepatía, para absorber los recuerdos de otros! No importa lo que digan las ecuaciones metamatemáticas. ¡Queremos más! ¡Queremos ser más!

»Y por supuesto, la gente tiene razón. En el fondo, percibe la verdad.

—¿A qué verdad te refieres, doctor? —pregunté.

—¡A que los seres humanos están a punto de convertirse en mucho más! Aunque no de ninguna de las formas que imaginan ahora.

Con esa críptica observación, Maharal guardó cuidadosamente sus últimos objetos de colección, las tablillas de escritura cuneiforme y los restos de cerámica. Las antiguas ánforas y la vajilla china. Las enigmáticas y eróticas estatuillas de Venus y figuritas de Dresde cubiertas de nieve. Los pergaminos en hebreo, sánscrito y los crípticos códices de la alquimia medieval. Finalmente, dirigió un afectivo saludo al recio soldado de terracota, todavía en guardia con su aleteante y apenas detectable alma imbuida. Era evidente que Maharal se sena cómodo con estos tesoros, corno si demostraran que su trabajo era parte de una tradición honrada por el tiempo.

Después, tirando de la cadena de mi cuello, me obligó a seguirlo como un niño pequeño que sigue los pasos de un gigante despiadado, de vuelta al laboratorio lleno de máquinas que siseaban y zumbaban y chispeaban, haciendo que el aire tintineara de manera aterradora. Tuve la corazonada de que algunos de aquellos efectos podían ser para impresionar. A Yosil le gustaba el dramatismo. Al contrario que algunos «científicos locos», sabía lo que era y le gustaba su papel.

Un tabique transparente a prueba de sonidos dividía la habitación. Más allá, divisé la mesa donde «yo» había despertado hacía una hora o así, todavía caliente del horno. Y cerca, atado a otra plataforma, yacía una figura gris mucho más alta que este cuerpo mío. El yo que había sido durante varios días. El que proporcionaba un molde para esta consciencia narradora.

Pobre gris. Allí abandonado para reconcomerse y preocuparse y planear en vano. Al menos yo tenía la distracción de un oponente.

—¿Cómo conseguiste montar todo esto en secreto? —pregunté, haciendo un gesto alrededor. La enorme cantidad de material (por no mencionar los caros aparatos) habría sido difícil de transportar a ese cubil subterráneo (dondequiera que estuviera) incluso en los viejos días de conspiraciones de la CIA y malas pelids sobre autopsias a alienígenas. Encontrar uno en la actualidad construido por una sola persona que habría escapado de algún modo al omnividente Ojo de Explicación compartido por todo el público demostraba que estaba en manos de un auténtico genio. Como si no lo hubiera sabido ya.

¡Un genio que estaba en mi contra por algún motivo! No sólo era físicamente cruel con este cuerpo que llevaba, sino que seguía oscilando entre un silencio taciturno y estallidos de súbita charlatanería, como impulsado por alguna necesidad interna de impresionarme. Reconocí los claros signos de un complejo de inferioridad Smersh-Foxleitner… y me pregunté de qué podría servirme el diagnóstico.

Principalmente, seguía buscando posibles formas de escapar, sabiendo que cada uno de mis anteriores encarnaciones-prisioneras debía de haber hecho lo mismo. Pero todo lo que habían conseguido con sus esfuerzos había sido volver a Maharal hipercauteloso, de modo que ahora sólo imprintaba copias experimentales mías demasiado débiles para poder quitarse unas esposas de papel.

Tras atarme a una silla bajo una máquina que parecía un microscopio gigantesco, apuntó la enorme lente a mi cabecita anaranjada.

—Tengo acceso a amplias fuentes, cerca de aquí —dijo Mallaral, respondiendo a mi pregunta… aunque no sirvió de nada…jugueteó con unos diales y murmuró algo a un voztrolador computerizado, más concentrado en la tarea que tenía entra manos que en mi persona. Pero yo sabía algo más.

El hombre estaba preocupado por mi causa… un resquemor profundo. Cualquier cosa que yo dijera podía molestarlo.

—Muy bien, así que descartamos el teletransporte y la telepatía. Incluso así, has hecho unos logros impresionantes, doctor. Tu proceso para aumentar el lapso de pseudovida de un ídem, por ejemplo. ¡Guau! Imagina si todos los golems pudieran rellenarse de élan una semana o dos… Apuesto a que eso haría estragos en las existencias de Hornos Universales. ¿Por eso tuviste una bronca con Eneas Kaolin?

Mi comentario atrajo una brusca mirada. Los labios grises de Maharal se apretaron en tina línea, silenciosos.

—Vamos, doc. Admítelo. Noté la tensión entre vosotros dos, bajo toda aquella aflicción fingida en la mansión Kaolin, cuando apareciste como fantasma para ver tu propio cadáver. El Vic parecía ansioso por ponerle las manos encima a ese cerebro artificial tuvo, y diseccionarlo en trocitos. ¿Por qué? ¿Para saber más de todo esto? —Indiqué el gran laboratorio con su misterioso equipo robado—. ¿O estaba intentando silenciarte?

La mirada de Maharal me dijo que había dado en el blanco. ¿Es eso? ¿Asesinó Eneas Kaolin a tu yo real?

La policía no había encontrado ninguna prueba de manipulación en el lugar del accidente donde había muerto real Yosil Maharal. Pero al buscar pistas, sólo habían tenido en cuenta la tecnología actual. Eneas Kaolin poseía la del futuro.

—Como de costumbre, piensas en pequeño, señor Morris. Como el pobre Esas.

—¿Sí? Entonces intenta explicarte, profesor. Empezando con por qué estoy aquí. Muy bien, hago buenas copias. ¿Cómo te ayuda eso a resolver esos grandes misterios de la almística?

Volvió los ojos hacia arriba y se encogió de hombros con una expresión de fatigado desdén que encajaba exactamente con la pauta Smersh-Poxleitner. Maharal no sólo envidia mi habilidad. ¡Me teme! Por eso debe exagerar la distancia intelectual entre nosotros y minimizar mi humanidad.

¿Advirtieron esto mis otros yoes? ¡Tuvieron que hacerlo!

—No lo entenderías —murmuró, regresando a sus preparativos. Oí el chisporroteo del equipo de alta energía, calentándose conmigo como foco.

—Estoy seguro de que le dijiste eso mismo a los otros Albeas que capturaste. Pero dime, ¿trataste alguna vez, aunque fuera una sola, de explicarte? ¿De ofrecer quizá colaboración, en lugar de torturas experimentales? La ciencia no es un asunto individual, después de todo. Sean cuales sean tus motivos para trabajar en solitario…

—Son mis motivos. Y son más que suficientes para justificar estos medios. —Maharal se volvió a mirarme, cansado—. Ahora farfullarás argumentos morales sobre que está mal tratar a otra entidad pensante de esta manera. ¡Aunque tú no mostraste esa consideración con tus propios ídems! Ni siquiera te molestaste en investigar por qué desaparecieron tantos a lo largo de los años.

—Pero… Soy detective privado. Eso implica meter a mis yoes en situaciones peligrosas. Correr riesgos. He llegado a considerarlos…

—Yoes desechables. Su pérdida no se lamenta más de lo que lamentarían nuestros abuelos la pérdida de un día irritante. Bueno, ése es tu privilegio. Pero claro, no me llames monstruo si me aprovecho.

Eso me hizo pensar.

—¿Te he llamado monstruo?

Rostro de piedra.

—Varias veces.

Reflexioné un momento.

—Bueno, entonces, tengo que suponer que tu… procedimiento va a doler. Un montón.

—Me temo que sí. Lo siento. ¡Pero hay buenas noticias! Tengo motivos para creer que las cosas saldrán mucho mejor esta vez.

—¿Porque has mejorado el método?

—En parte. Y porque las circunstancias han cambiado. Espero que tu Onda Establecida sea más maleable., más móvil… ahora que ya no está anclada a la realidad orgánica.

No me gustó el sonido de eso.

—¿Qué quieres decir con eso de que ya no está anclada?

Maharal frunció el ceño, pero noté que la expresión enmascaraba un cierto placer. Tal vez ni siquiera era consciente de lo mucho que disfrutaba dándome la noticia.

—Quiero decir que estás muerto, señor Morris. Tu cuerpo original fue vaporizado el martes pasado por la noche, cuando un misil destruyó tu casa.

—Un… ¿qué?

—Sí, mi pobre artefacto amigo. Igual que yo, ahora eres, como dicen, un fantasma.

29 Imitación de una vida falsa

…Gumby y Pal, husmeando…

El interior del Salón Arco Iris estaba completamente vacío.

Algunos holodestelladores habían quedado encendidos e iluminaban la pista de baile y el Pozo de Rencor con imágenes retorcidas, como paisajes multidimensionales de Dalí surcados por figuras eróticas que poseyeran demasiados miembros. Pero sin el intenso latido de fondo de la música ceramopunk, las formas fluctuantes eran bastante patéticas.

Aquel lugar exigía gente, un puñado apretujado de varios centenares de cuerpos de colores brillantes, colocados para revelar sus ondas establecidas, ultrasensibles, corno las emociones cambiantes de los adolescentes.

—Me pregunto quién irá a quedarse con el Arco Iris —musitó id-Pal—. ¿Crees que Irene tenía herederos o que dejó un testamento? ¿Irá todo esto a subasta?

—¿Qué, pensando en convertirte en hostelero?

—Es tentador —saltó de mi hombro a la barra, una ancha superficie de madera de teca lacada—. Pero tal vez carezco de personalidad para ello.

—¿Te refieres a la paciencia, la concentración o el tacto? —comenté mientras curioseaba. El bar contaba con un deslumbrante conjunto de tubos, espitas, botellas y dispensadores de intoxicantes, eufóricos, estimulantes, niveladores, aceleradores, refrenadores, subidores, tajadores, horizoneros, miópicos, estigmáticos, celo trópicos, histericógenos…

—nimbé, Alberti Aunque la idea que Irene tenía del tacto era bastante especial. La misma de los chulos, los porteros y los polis. Que les den a todos.

—Nihilista —murmuré mientras escrutaba las etiquetas de un sorprendente conjunto de mezclas. Mi búsqueda no iba a ser fácil. Las variedades de abuso que puedes poner en un cuerpo de barro nunca dejan de asombrarme, y casi sin duda desconcertaron a los inventores de la idemtecnología, allá por el tiempo en que la gente empezó a juguetear con modificaciones caseras. Puedes afinar un golem para que reaccione espectacularmente al alcohol o la acetona, a campos magnéticos o eléctricos, a estimulación sónica o por radar, a imágenes o aromáticos… por no mencionar a un millar de pseudoparásitos especialmente diseñados. En otras palabras, puedes golpear, tirar o molestar a la Onda Establecida de incontables maneras que serían letales para tu cuerpo mortal v transferir a casa vívidos recuerdos cuando el día haya terminado.

No es de extrañar que haya adictos a las experiencias. En comparación, los cócteles de opioalcaloides que la gente aburrida solía inyectarse en la época del abuelo eran como una dosis de vitaminas.

—¿Nihilista? ¿Te atreves a llamarme nihilista? ¿Quién está aquí, usando lapso vital para ayudarte, amigo?

¿Llamas ayudar a estar ahí agazapado, criticando? ¿Y si me ayudas un poco aquí abajo, detrás de la barra?

Él replicó con un bufido de desdén, pero saltó al suelo al otro lado, olisqueando mientras escrutaba etiquetas, gruñendo audiblemente y diciendo que se la debía por esto. Yo no me tragué su actuación, por supuesto. La adicción personal de mi amigo era hurgar en las rarezas del mundo. Tras los acontecimientos de la última hora, nunca lo había visto más feliz.

«Espero que pueda cargar todo esto», pensé, recordando al Pal real, prisionero en su silla sustentadora de vida. Se lo pasaría de miedo recordando al viejo Horus, caído de culo desde lo alto de la furgoneta de Opciones Finales. Pal también podría ayudar a distraer a Clara de su pena cuando le describiera cómo pasamos estas horas fantasmales…

No, me obligué a no pensar en ella. De todas formas, Clara recordaría a Albert con cariño. Eso supera cualquier tipo de inmortalidad de la que haya oído hablar. Mucha más inmortalidad de la que este frankie verde concreto iba a obtener.

De todas formas, ¿quién quiere vivir eternamente?

Yo no dejaba de maravillarme de la variedad de sustancias almacenadas detrás de la barra. «Irene debe de haber tenido una buena protección política para conseguir una variedad ambiental. Hay más bebidas tóxicas aquí que en el extinto estado de Delaware.»

—¡Lo encontré! —anunció idPal, recalcando su triunfo con una voltereta. Corría su extremo de la barra, donde había una serie de grandes tiradores de madera, como los que se usaban para escanciar cerveza en una taberna de verdad. Uno tenía una indicación que decía: «Ketone Kocktail.»

—Mm, podría ser. Si ella hubiera dicho que era un grifo…

—¿Estás seguro de que dijo «tapón»?

—Bastante seguro.

Jugueteé con la palanca, no muy ansioso por servir el contenido a presión. Mi barato cuerpo verde, incluso renovado con teñidos artificiales de naranja y gris, no podría soportar la mayoría de las exóticas mezclas ofrecidas aquí para la venta.

—El tapón… —empezó a decir idPal.

—Lo sé. Voy a comprobarlo.

La palanca tenía una gran chapa decorativa, como un tubo de latón que cubriera el extremo. Retorcí en un sentido, luego en el otro. Cedió un poco, pero nada más. Ni siquiera cuando apreté con fuerza.

Estaba a punto de dejarlo, cuando pensé: «Tal vez funciona en varias direcciones sucesivas, como un rompecabezas chino.»

Traté combinaciones de giros, tirones y empujones, y empecé a hacer algunos progresos con el tapón, confirmando mis suposiciones. Gradualmente fue mostrando un complicado tubo acanalado. Un artilugio de almacenamiento físico entonces, como los grabadores piezomecánicos que Albert siempre instalaba en sus grises. Más seguro que cualquier dispositivo electrónico.

Irene comprendía claramente que el mundo de los datos digitales es demasiado endeble para confiarle secretos de verdad. La seguridad a través de la codificación es un chiste malo. Si tienes que mantener algo alejado de ojos curiosos, ponlo por escrito. Y luego guarda la única copia en una caja.

«Espero que esto no requiera ningún tipo de comprobación de identidad, o implique desarmar un sistema de autodestrucción.» Cuando frene me reveló este escondrijo con sus últimas palabras, supuse que era un acto de contrición en el lecho de muerte… o tal vez un pequeño seguro kármico. Pero había otra explicación posible. Una trampa. Un acto de venganza por interferir con su última ídem roja.

Si hubiese podido sudar, habría empezado a hacerlo en ese mismo momento.

—Será mejor que te apartes, Pal —le advertí.

—Ya lo he hecho, colega —le oí decir desde detrás del extremo más alejado de la barra, a más de una docena de metros de distancia—. Aparte de eso, estoy contigo.

Su retorcida expresión de apoyo casi me hizo reír. Casi.

No respiré mientras ejecutaba los últimos giros y movimientos, operando con células de almacenamiento hasta que…

El cilindro de latón se soltó por fin, revelando un interior hueco con algo dentro. Resoplando de alivio, lo coloqué sobre la barra.

Un fino tubo de plástico enrollado. Beta, decía una etiqueta de papel pegada a la película con un clip.

—¡Cojonudo! —gritó idPal, saltando de nuevo a la barra, usando sus ágiles manos-zarpas para tirar de otras chapas decorativas—. Apuesto a que hay todo tipo de cosas ocultas. ¡Tal vez Irene tenía otra ocupación! ¡Chantajear a políticos! ¡Su negocio era proporcionar perversiones y hay montones de depravaciones que te cuestan votos, si la gente las descubriera!

—Vale. Sigue soñando —como si a Pallie le importara la política—. Ten cuidado —le pedí. Ahora me tocó a mí el turno de apartarme prudentemente mientras él jugueteaba con un dispensador de venenos tras otro. Seguir haciéndole advertencias sería inútil, así que lo dejé allí, arriesgando felizmente su breve existencia por capricho.

—Estaré en el despacho de Lene —dije.

Habíamos pasado de largo por el camino un centro de datos de aspecto sofisticado que ofrecía imágenes de vigilancia de todos los rincones del establecimiento. (Me reí al ver a Pal esquivar por los pelos un chorro de líquido espumoso mientras seguía curioseando en busca de más escondites secretos.) También había algunos de aquellos enganches que el desafortunado grisAlbert mencionaba en su diario-recital: unidades de conexión diseñadas para permitir que un ídem enlazara directamente (bueno, más o menos) con los ordenadores. Por lo que he oído, las ventajas son dudosas. Prefiero llevar un chador.

Por fortuna, el despacho tenía también algunas consolas regulares para acceder a la Red. Irene había dejado varias encendidas, lo que indicaba su apresurada partida. Tal vez no tuviera que lidiar con claves y esas cosas. Hachear es un trabajo tedioso y anticuado.

De todas formas, mi primera parada fue un sencillo lector de tiras analógico. El tubito encajaba perfectamente. «¿Hay algunas pistas aquí que expliquen por qué alguien preparó ese vicioso ataque contra Hornos Universales? ¿O el delito, aún peor, de realmatar a Albert Morris?»

En cuanto activé el lector de tiras, la primera holofoto apareció en el aire ante mí. Así que éste era el aspecto que tenía «Vic Collins». El desgraciado gris del martes tenía razón sobre aquel tipo. Ropa a cuadros con una piel a cuadros… ¡puaf!

Sin embargo, tenía un sentido diabólico. Algunas personas ocultan su apariencia pareciendo poco llamativas. Olvidables. Pero obtienes el mismo resultado haciendo que sea demasiado doloroso y repulsivo mirarte. En cualquier caso, no era fácil saber de qué manera aquella foto contribuiría a resolver alguno de los grandes enigmas.

¿Tenía razón Irene y Vic Collins era una fachada de Beta, el famoso sidsecuestrador?

Recordé aquel último encuentro con uno de los amarillos de Beta, que se disolvía rápidamente cuando estaba atascado en un tubo de eliminación junto al edificio Teller y farfullaba crípticos comentarios sobre traición y alguien llamado «Emmett». Albert estaba ya cansado v distraído en ese momento. Y en guardia ante cualquiera de los notables jueguecitos mentales de Beta.

Sentado en el despacho de Irene, vi pocas similitudes entre aquel idamarillo y el holorrostro que tenía delante, una cara cuadrada, bastante maliciosa y con una cegadora disposición de rayas entrecruzadas. Había varias docenas de imágenes en el archivo secreto de Irene, marcadas por fechas, cada vez que los conspiradores se encontraron con un tercer miembro, que parecía una marfil barata de Gineen Wammaker. Según una anotación, Collins usaba un disruptor-estático para bloquear los sofisticados sistemas de grabación fotoóptica. Aquellas instantáneas con anticuada emulsión química eran lo mejor que frene había podido sacar mientras no quitaba el ojo de encima a sus aliados.

«Pero no estuvo lo bastante atenta. ¿Llegó Irene a intentar seguir a Collins a través de la red de publicams?», me pregunté. El primer paso (seguir su pista hasta la agencia de alquiler de limusinas), resultaba evidente.

¡Oh, a Albert le habría encantado el desafío! Empezando con estas instantáneas de tiempo y lugar, se concentraría con toda la intensidad de un trance focal vingeano, siguiendo hacia atrás a los ídems a cuadros de Collins, ansioso por ver qué trucos usaban para cubrir su pista, saltando cualquier laguna.

Supongo que yo podría haber intentado hacerlo, sentado en el despacho desierto de Irene. Pero ¿quería? ¡El que haya heredado los recuerdos de Albert, y algunas de sus habilidades, no significa que sea él! De todas formas, ese misil destruyó algo más que la casa de Al. Nell contenía todos esos programas especializados para ayudar a Morris a seguir a personas e ídems por el gran paisaje urbano.

Hay momentos en que desearía que los ciudadanos de la ZEP fueran menos tranquilos y amantes de la libertad. En todas partes, la gente soporta grados más elevados de regulación y supervisión. Todo gotera fabricado en Europa lleva un transmisor real, no una patética placa de identificación en forma de bultito en la frente. Registrado de fábrica a nombre de su propietario, localizable por satélite desde su activación hasta su disolución. Sigue habiendo formas de evitarlo, pero un detective sabe por dónde empezar.

Por otro lado, vivo aquí por un motivo. La tiranía puede que sólo se haya tomado unas vacaciones. Podría volver, primero en un rincón del mundo, luego en otro. Y la democracia no es ninguna garantía absoluta. Pero en la ZEP, la palabra «autoridad» siempre ha sido sospechosa. l’endrían que matar a todo el mundo primero, y luego empezar de cero.

Girando el cilindro, fui pasando de una holo a la siguiente mientras frene y sus colaboradores se reunían con el fin de discutir una estratagema para realizar espionaje industrial pseudolegal, o eso pensaba clla. Pero sus aliados tenían otros planes: manipular a frene por sus recursos y a Albert Morris por sus habilidades. Y preparar a los fanáticos, Gadarene v Lum, para que cargaran con la culpa.

Tras haber visto a esos dos, yo sabía que cualquier investigador de primera fila pronto se volvería receloso. No eran lo suficientemente competentes para sabotear Hornos Universales. Y aunque Gadarene pudiera tener un motivo para destruir HU, Lum quería «liberar esclavos», no destruirlos. Un poli listo los consideraría panolis, cabezas de turco.

Beta engañó a Irene para que recibiera los palos cuando fallara ese primer nivel.

«Ella se dio cuenta de todo esto cuando le llegó la noticia anoche. Una llamada a la puerta se produciría en cuestión de horas. Oh, podría haberse quedado a ayudar a los investigadores a seguir pelando más capas. Pero Beta la conocía demasiado bien. La venganza no importaría, sólo hacer los preparativos con Opciones Finales para tener una última posibilidad de “inmortalidad”.

»Así que soy quien queda para limpiar tras ella… v tras Albert, ya puestos. Y…

»Parece que voy a pasarme toda la vida limpiando retretes después de todo.

Lo cierto era que Irene había hecho un buen trabajo al conseguir primeros planos de Beta con su pequeña microcam… si realmente era él. Tal vez mi cerebro frankie veía las cosas de manera diferente, pero me interesaba más examinar la cara que intentar localizarla de una publicam a otra.

«Muy bien», pensé. La pregunta número uno: ¿Era «Vic Collins» realmente Beta, el infame sidcuestrador y ladrón de copyrights? La ídem roja de Irene parecía segura. Tal vez tenían una larga y beneficiosa relación comercial. Y no me costaba imaginar a la pragmática Lineen Wammaker decidiendo dejar de luchar contra Beta y uniéndose a él. ¿No estaban todos más o menos en el mismo negocio? Servicios de catering para perversos.

Creé un enlace del lector de tiras de frene a su ordenador, y obtuve una rápida respuesta cuando pedí algunos programas estándar de ampliación de imágenes, que usé para centrarme en los rasgos de Collins.

—Esto sí que es interesante —murmuré.

Al parecer, Collins usó una pauta completamente distinta de diseños a cuadros cada una de las cinco veces que envió a sus ids a reunirse con Irene. Pero en las tres últimas ocasiones, el motivo de su piel fue el mismo. »¿Qué elemento es significativo? —me pregunté—. ¿Las primeras variaciones? ¿O el hecho de que después dejara de preocuparse por cambiar de pautas?»

—Amplía —dije, dejando que el foco de mi mirada controlara adónde: la piel a cuadros de la mejilla izquierda de la imagen más reciente de «Vic Collins».

Eché de menos a Nel1. Y en especial todas las maravillosas herramientas automatizadas que ella guardaba en su helado núcleo, a disposición de Alberti Pero con algunos sustitutos baratos, conseguidos a través de Internet, obtuve una aproximación muy buena del rostro de barro, que resultó estar finamente moldeado, con una soberbia textura curada al horno. Calidad muy alta. Beta podía permitirse cuerpos buenos.

«Demonios, eso lo sabía ya. Esto no era significativo o nuevo. ¿Y qué? No soy Albert Morris. ¿Qué me hace pensar que puedo jugar a los detectives privados?»

Antes de renunciar, decidí aplicar las mismas herramientas a las primeras imágenes que tomó Irene cuando Collins empezó a encontrarse con ella en diversas limusinas. ¿Era una corazonada?

Me quedé mirando, parpadeé, y tartamudeé:

—¿Qué dem…?

¡La textura era completamente diferente! Más burda, esta vez con múltiples bultitos diminutos, como piel de gallina, fila tras fila, al menos un millar por cada centímetro lineal. Emisores pixel, advertí. Como si tejieran un tejido que cambiara de color a una orden. Sólo que éstos estaban incorporados a la pseudopiel gris de aspecto normal. La pauta a cuadros la creaban tres elementos; algunos se volvían oscuros, otros claros, combinándose para formar una ilusión de tiras que se entecruzaban.

«Bien. Aunque usara los archivos puhlicam para seguir a Collins en el tiempo, digamos hasta la agencia de alquiler de limusinas, lo perdería de todas formas. Llegaría un momento en que se desvanecería entre una multitud en un punto ciego cuidadosamente localizado. ¡Si siguiera hacia atrás a partir de ese punto, nunca vería llegar a una persona a cuadros porque cambió de coloración instantáneamente! Apuesto a que Collins incluso tenía prótesis inflables bajo la piel, para alterar su contorno facial con la misma rapidez. No le hacían falta los teñidos, masilla y cosméticos que Albert usaba.»

Oh, el viejo Albert se enorgullecía de su habilidad para perderse de vista y dejar limpia su pista. ¡Pero Collins (o Beta) le ganaba por un kilómetro! Me dieron ganas de reírme o de llorar por el pobre Al, que se consideraba el Sherlock del Moriarty que era Beta. Nunca estuvieron en la misma liga.

«Todo muy impresionante. Pero ¿por qué dejó Beta de utilizar su truco para cambiar rápidamente, pasando a ídems que eran más lujosos pero menos sibilinos? ¿Y por qué decidió contratar un Albar Morris gris para que se dedicara al viejo juego de los despistes durante el ataque a HU, en vez de hacerlo por sí mismo?» Comprobé una vez más todas las imágenes. Las tres últimas fotos de Collins eran diferentes, sí. Incluso se notaba en su expresión facial: una mueca que al principio parecía natural ahora me pareció fingida en las imágenes posteriores.

¡Si al menos las reuniones hubieran tenido lugar aquí, en el Arco Lis! Irene podría haber hecho escaneos de holorádar completos, grabado pautas de voz, ritmos de palabras, formas de moverse… todas las pequeñas costumbres que un hombre transmite cuando se copia en muñecos de barro. Pistas casi tan individualizadas como la Onda Establecida misma. ¿Advirtieron frene o Wammaker alguna diferencia? ¿No tenían ni idea de que algo había cambiado?

«Ese amarillo que se derretía en el tubo de reciclado, junto al edificio Tener… ¿no dijo que algún tipo de desastre le había caído encima a Beta, incluso antes de que Blane y yo asaltáramos el lugar?»

Miré al monitor que mostraba la planta principal del Salón Arco Iris. El minigolem de Pal se estaba divirtiendo, cantando al compás de una canción escandalosa que sonaba en el sistema de sonido de la pista de baile mientras seguía husmeando en todos los agujeros y escondites imaginables, coleccionando partes metálicas arrancadas de diversas porciones de la barra. Sólo unos cuantos chorros de líquido pernicioso parecían haber caído hasta ahora al suelo. Pero a ese paso destrozaría todo el lugar antes de que su reloj interno se agotara.

El pequeño hurón falso golpeó otro cilindro decorativo y se asomó a él mientras canturreaba un himno pegadizo que ya adoraban los nihilistas antes de que ninguno de nosotros hubiera nacido. Meciéndose sobre sus cuartos traseros, ladró al cielo: «¡La vida es una mierda y quiero que me devuelvan mi dinero!»

Eh, lo comprendía. De hecho, llevaba veinticuatro horas sintiéndome así. Pero incluso si hubieran podido devolverme lo invertido en esa supuesta vida, ¿a la cuenta de quién debería ponerlo?

Tras localizar un interruptor en la mesa, llamé a la sala.

—¡Pal! ¿Cómo te va ahí abajo?

La golpeteante música se redujo automáticamente mientras él se daba media vuelta, sonriendo.

—¡La mar de bien, Gumby, viejo amigo! He encontrado más escondrijos secretos. —Alzó un tubo holopix corno el que vo había encontrado—. ¡Tenía razón! Irene se había hecho con un par de funcionarios del consejo local para chantajearlos.

—¿Algo jugoso?

—No. Intereses locales, principalmente. Sigo esperando encontrar algo sobre el presidente, o tal vez el protector en jefe. Pero lo único que he encontrado en la última son fotos de niños. Fotos familiares, no pederastia —Palid se encogió de hombros—. ¿Y tú? ¿Algo útil?

«¿Útil?» Estaba a punto de responder cuando otra de esas extrañas corazonadas arrancaron una disonancia en mi Onda Establecida mutada. Hice señales al ordenador de Irene pestañeando unas cuantas órdenes rápidas, y recuperé dos imágenes de Collins-Beta (una del principio y otra posterior), y fui cambiando de una a otra.

—No estoy seguro, pero creo…

La imagen de la izquierda mostraba a Beta el camaleón, su golempiel gris cuajada de montones de diminutos emisores pixel sintonizados para combinarse en uno de esos motivos a cuadros que lastimaban la vista, pero capaces de cambiar instantáneamente a otra pauta completamente distinta. La otra cara, a la derecha, era similar en apariencia, pero, al ampliarla, se notaba que los cuadros estaban simplemente pintados encima del gris de base…

«Espera un momento», pensé, advirtiendo algunas marcas abrasivas en el golem más reciente de Collins, cerca de su mejilla izquierda. No era nada fuera de lo común; el barro se raya fácilmente y no puede repararse solo. A veces acabas el día lleno de agujeros y cráteres, corno si fueras una luna. Pero aquellos pequeños roces brillaban. Una nueva ampliación reveló trozos de cobertura superficial gris que indicaba un tono distinto debajo, todavía de aspecto metálico, pero más brillante. No del todo plateado. Más bien un acabado mate de aspecto caro, como oro blanco.

O, tal vez, platino.

—¿Sí? —me gritó ideal—. ¿Qué piensas?

No quise decir más. ¿Quién sabía qué clase de aparatos de escucha había plantado dentro de mí Vic Eneas Kaolin, cuando, amablemente, renovó mi pseudovida? Demonios, aún no tenía claro el motivo subyacente por el que me había enviado «a descubrir la verdad».

Escogiendo las palabras cuidadosamente, dije:

—Tal vez es hora de que salgamos de aquí, Pal.

—¿Sí? ¿Y adónde vamos?

Lo pensé. Necesitábamos una ayuda especial. El tipo de ayuda que nunca supe que existía hasta el día anterior, cuando sólo tenía unas horas de edad.

30 Esencia imitada

…RealAlbert tiene la compasión de un simulacro simio…

Por fortuna, había mucho tráfico entrando y saliendo del campo de batalla, desde grandes transportes de suministros y autobuses de turistas de tres plantas a tranvías y sportciclos. Sin embargo, el tráfico aéreo está restringido, y el lugar está lo suficientemente lejos de la ciudad para que enviar un ídem hasta aquí tenga poco sentido. Apenas tendría tiempo para echar un vistazo antes de tener que regresar.

Los verdaderos aficionados, y los periodistas, prefieren venir en persona, lo cual explica el puñado de bonitos hoteles para genterreal, los centros de entretenimiento y los casinos que hay cerca de la entrada principal, con sus altas torres de observación asomadas al campo de batalla propiamente dicho. De noche, los músicos tocan improvisaciones para acompañar los efectos de destellos y explosiones que se alzan tras el promontorio.

Como decía, es una típica base militar.

¡Traigan a la familia!

Viajamos haciendo autoestop los últimos kilómetros, recogidos por una destartalada casa móvil con doce ruedas y un ruidoso motor de catálisis que apestaba a conversión ilegal de gasolina. El conductor, un tipo grandullón, marrón oscuro y con rizos grasientos, nos dio la bienvenida a bordo con un gruñido.

—No voy hasta los hoteles —dijo—. Me saldré de la carretera en el Campamento de Candidatos.

—También vamos para ese sitio, señor —le expliqué inclinando la cabeza, ya que él era real mientras que yo fingía no serlo. El conductor nos miró de arriba abajo.

—No tenéis aspecto de soldados-aspirantes. ¿Qué clase de modelo sois, estrategas?

Yo asentí y el grandullón soltó una carcajada.

—¡Vaya, unos futuros generales perdidos en el desierto! —pero su tono burlón no era hostil.

Ahora me enfrentaba a otro problema. En cuanto entré en la gran furgoneta, una lucecita empezó a destellar en mi ojo izquierdo. Por primera vez en casi dos días, mi implante estaba captando una útil onda portadora y pedía permiso para responder. Tres golpecitos en el diente y podría investigar qué había pasado con mi casa arrasada y por qué los criminalistas aficionados me relacionaban con un intento de sabotaje en Hornos Universales. ¡Y sobre todo, en unos instantes, podría estar hablando con Clara!

Pero ese pequeño destello también significaba puro veneno. Mientras estuviera pasivo, mi implante no revelaría mi posición. Pero en el momento en que conectan, otras personas sabrían que yo estaba todavía vivo… y dónde encontrarme.

Ritu y yo nos acomodamos en el asiento trasero mientras el conductor parloteaba sobre la guerra, que había pasado por varios sorprendentes quiebros, un encuentro memorable que atraía la atención de todo el mundo. No tardó en desviarse de la autopista principal y se internó en un camino de tierra que guiaba hacia el caótico campamento que yo había visto antes.

El Campamento de los Candidatos es exactamente lo que uno se espera en una época en que la guerra es deporte e incontables personas sueñan con destacar de entre la multitud. Entre columnas de polvo, rápidamente olisqueas los acres olores del barro cociéndose que emiten docenas de hornos portátiles, manejados por aficionados que ladran orgullosamente sobre sus modificaciones especiales. La gente se congrega cada vez que un horno se abre, para contemplar y criticar a cada nuevo monstruo, equipado de maneras que podrían hacer que te arrestaran o te multaran en la ciudad. Gárgolas, ogros y leviatanes; con pinchos, colmillos o garras; con ojos feroces o con mandíbulas que gotean cáusticos venenos, impulsados sin embargo por el ego y el alma de algún hobbista pardillo, nacido de mujer, que espera y posa al fondo, esperando ser «descubierto» por los profesionales que hay tras la verja: quizás incluso para ocupar un ansiado lugar de gloria en las honorables llanuras de la batalla.

Nuestro conductor se volvió más charlatán mientras aparcaba al final del campamento.

—No iba a venir esta vez, sobre todo después de que la ZEP empezara tan mal el lunes. Parecía que iba a ser rápido. ¡Adiós a los icebergs y hola de nuevo al racionamiento del agua! De hecho, hay que darles crédito a los indonesios por venir con esos cabroncetes de miniídems asesinos golem. Sí que causaron el caos entre nuestros soldados de primera línea. ¡Pero luego llegó el contraataque en Moesta Heights! ¿Han visto alguna vez algo parecido?

—¡Guau! —dije yo, sin comprometerme, ansioso por largarme en cuanto apagara el siseante motor.

—Sí, guau. Pues de pronto me di cuenta… ¡Tengo un mod de batalla perfecto para contrarrestar a esos miniindis! Así que se me ocurrió venir y hacer una demo. ¡Con suerte, estaré en la arena pronto, haciendo un trato con el Dodecaedro al anochecer!

—Bueno, pues le deseo suerte —murmuré mientras intentaba abrir la puerta.

El pareció decepcionado por mi falta de interés.

—Tuve la impresión de que eran ustedes ojeadores del Ejército, pero me equivoqué, ¿no?

—¿ Ojeadores?—preguntó Ritu, sin disimular su sorpresa—. ¿Por qué iba el Ejército a enviar ojeadores fuera del campo de batalla?

—Venga, salgan de aquí —dijo el conductor, tirando de una palanca que abrió la puerta, lanzándonos al calor de la tarde.

—Gracias por traernos.

Salté al suelo y rápidamente me encaminé al sur, dejando atrás un puñado de Winnebagos donde las familias se reunían bajo un toldo de rayas, masticando carne a la parrilla junto a una gran holopantalla que mostraba los recientes resultados de los combates. Si yo fuera un verdadero fan, me habría parado a ver la puntuación y saber cómo estaban las apuestas. Pero sólo me preocupan las guerras durante las finales, cuando Clara se clasifica.

Creo que a ella le gusta eso de mí.

A un lado había remolques-vivienda con tenderetes que vendían de todo, desde alfombras lumnia tejidas a mano a maravillosas fórmulas de limpieza o pasteles aromáticos. Tras el habitual Altar de Elvis, puñados de aficionados a los camiones-monstruo sudaban bajo sus alnados vehículos, preparándose para un rally en una pista cercana. Había los grupos habituales de tíos raros de la vida real: clippis y stickis y nudis y gente caminando envuelta en Huidores opacos de anonimato, pero todo esto era secundario. Material colateral del verdadero sentido de aquel festival desmadrado.

Yo estaba buscando su centro.

Ritu me tomó del brazo, tratando de igualar mi rápido paso.

—¿ Ojeadores? —preguntó por segunda vez.

—Ojeadores de talentos, señorita Maharal. El motivo de todo esto indiqué el caótico campamento con un gesto de un brazo—. Soñadores y pirados convergen aquí para mostrar sus ids de batalla caseros en un coliseo improvisado, esperando que los vean los profesionales. Silos tipos del Ejército ven algo que les gusta, puede que llamen al diseñador del otro lado de la verja. Y quizás hagan un trato.

—Ah. ¿Sucede muy a menudo?

—Oficialmente, no sucede nunca —repliqué mientras me daba la vuelta para situarme—. La idviolencia de aficionado se considera un vicio público indeseable, ¿recuerdas? Está gravada con pecaimpuestos y se desprecia, como la drogadicción. ¿Recuerdas cómo la atacaban en la escuela?

—Eso no parece que frene a nadie por aquí —murmuró ella.

—No me digas. Es un país libre. La gente hace lo que quiere. Con todo, los militares no pueden ser vistos animando oficialmente esta tendencia.

—Pero ¿extraoficialmente? —ella alzó una ceja.

Estábamos pasando por una arcada donde ofrecían todo tipo de juegos y diversiones, la mayoría mecánicos y retro, diseñados para dar un sustito sin que peligrara la carnerreal. En la puerta de al lado, una larga tienda cubierta, con puestos para que los bioaficionados exhibieran sus formas de vida geniformadas en casa: el equivalente moderno a los premios para cerdos y toros de antaño, todo entre un clamor de gruñidos, risas y gritos. Mucho color y ambiente, incluido el familiar hedor.

—¿Extraoficialmente? —le respondí a Ritu—. Están atentos, por supuesto. La mitad de la creatividad en el mundo procede hoy en día de aficionados aburridos. Fuentes abiertas y barro fresco… es todo lo que la gente necesita. El Ejército sería estúpido si lo ignorara.

—Me estaba preguntando cómo planeabas llegar desde aquí a la base propiamente dicha —Ritu indicó más allá de los puestos y los vendedores gritones y las atracciones de feria, a la verja de letalambre—. Ahora lo entiendo. ¡Estás buscando a uno de esos ojeadores!

Estábamos lo bastante cerca de la Ietalambrada para sentir sus corrientes distorsionadoras de alma correr por nuestras espaldas. La pieza central de aquella feria anárquica tenía que estar cerca. El motivo de su existencia.

Justo entonces atisbé mi objetivo, más allá de una tienda grande y mugrienta de donde surgían ruidos viscosos como de entrechocar de focas macho. Una larga fila de archis esperaba pacientemente su turno para entrar. Pero fuera lo que fuese que estaba ocurriendo dentro, violento o masivamente erótico, no me importó, y Ritu dominó su curiosidad por seguirme. Me apresuré, dejando atrás el pabellón de lona con su conmoción de fuertes gruñidos.

Al otro lado de la sucia tienda se alzaba una estructura de tablones horizontales y cables inclinados, sujetos por una única torre de tenseguridad. Varios cientos de mirones abarrotaban la grada, haciendo vibrar su armazón de telaraña cada vez que se levantaban para aplaudir o volvían a sentarse con un decepcionado gemido colectivo. Sus grandes traseros, envueltos en telas suaves, indicaban que todos eran genterreal, con brazos y cuellos bronceados al sol del desierto.

Entre sus aplausos y gemidos había otros sonidos: aullidos y amargos rugidos resonaban desde el corazón del ruedo. Insultos de desafío, proferidos por bocas diseñadas para morder en vez de para hablar. Impactos frenéticos y desgarros húmedos.

«Algunos piensan que nos estamos volviendo decadentes. Que todos los matones urbanos, los drogados enganchados a las cargas y las pseudoguerras significan que nos estamos volviendo como la Roma imperial, con sus circos sangrientos. Inmorales, desequilibrados y condenados a caer.

»Pero al contrario de lo que sucedía en Roma, esto no nos viene impuesto desde arriba. Un Gobierno débil predica incluso moderación. No, proviene de abajo, otra muestra más del entusiasmo humano libre de antiguas ataduras.

»Entonces, ¿somos decadentes? ¿O estamos pasando por una fase? »¿Es bárbaro cuando las “víctimas” acuden voluntariamente y no se causa ningún daño duradero?»

Sinceramente, no tenía respuesta. ¿Quién podía saberlo?

La entrada principal al coso tenía un símbolo de sólo-archis y un guardián al acecho: el mono mascota de alguien, encaramado a un taburete, armado con un bote de espray de disolvente notóxico para la carnerreal. Ritu y yo podríamos haber entrado sin sufrir ningún daño, excepto posiblemente en nuestro maquillaje. Pero yo quería seguir fingiendo. Así que pasamos de largo, buscando un lugar entre los mirones nociudadanos que se apretujaban bajo la grada, asomados a través de un cambiante laberinto de pies de archis. Muchos de los ídems eran combatientes de chillones talones, con espolones y armadura, esperando su turno para salir a las arenas.

Apestaba allí abajo. Entre vaharadas de gruñidos, jadeos y pedos coloreados de sus metabolismos excitados, los contendientes intercambiaban golpes sin saña mientras hacían apuestas y daban su opinión sobre cada ronda de grotescas masacres. Pero no todo el mundo. Un tipo leía en una placarred barata, usando un par de grandes gafas que tenía encajadas en su morro de dinosaurio. Cuando el fragor de una trompeta lo llamó a la arena, el falso dinosaurio tiró su placa de lectura al suelo pero tomó suavemente las gafas con dos pinzas y las colocó en los tablones de la grada, entre los pies de un archi que las recogió y se las guardó en un bolsillo sin decir palabra.

Bueno, a algunos les gusta aprovechar el tiempo al máximo, no importa qué cuerpo lleven.

Clara me había hablado de aquel lugar, aunque yo nunca lo había visitado en ninguno de mis anteriores viajes desde la ciudad para ver a su pelotón en acción. Ella no tenía en buena estima las «innovaciones» que los inteligentes diseñadores aficionados creaban para alardear junto a la letalambrada.

—La mayoría son demasiado chillones, basados en monstruos legendarios o pesadillas personales —decía ella. Puede que estén bien para una pelid de miedo, pero no sirven de nada en combate. Una risita terrorífica no ayudará mucho cuando el enemigo tiene un arma de rayos de partículas apuntándote entre los cuernos.

Ésa es mi chica. Siempre preparada para iluminarte con su tierna sabiduría. Descubrí que la expectación me tenía sin aliento, ahora que por fin me acercaba a ella. Aparte ele echar de menos a Clara, también sabía que ella podría ayudarme con sus reflexiones sobre mi situación con Kaolin, Maharal y Hornos Universales. De todas formas, quería alcanzarla antes de que le llegara la noticia de que había sido asesinado en mi casa por un misil terrorista. «Tal vez está demasiado distraída para ver las noticias», esperé. Lo último que quería era que ella se preocupara o estuviera apenada mientras todavía tenía un duro trabajo que hacer por su equipo y su país.

—¡Oh, cielos! —comentó Ritu Maharal mientras echaba un vistazo a la arena, donde tenía lugar una auténtica escabechina entre gritos—. No sabía que todo esto fuese tan… —guardó silencio, sin aliento, incapaz de encontrar palabras.

Yo también eché un vistazo. Pero no a la pelea sino a las inmediaciones, buscando a una entidad concreta. El objeto de mi búsqueda no tendría colmillos. Tampoco sería un archi. Los profesionales tienen mejores cosas que hacer con el tiemporreal que asistir a esta exhibición de aficionados en persona.

—¿No sabías que todo esto fuese qué? —pregunté, ausente, por seguir con la conversación.

Había unos grandes ídems estilo pala transportadora al otro lado del ring, diseñados para retirar a los perdedores antes de que sus cuerpos humeantes se volvieran pasta viscosa. Pero no. Eso era un montón de pseudocarne en donde invertir. Yo buscaba algo más compacto, económico.

—plan excitante! Siempre he mantenido una especie de distanciamiento superior respecto a este tipo de cosas. Pero sabes, si imprintara uno de esos ídems de combate, apuesto a que estaría interesada cn lo mismo durante un día… ambos yoes, quiero decir.

—Mm, magnífico… a menos que tu alter ego monstruoso se diera la vuelta y te partiera en dos de un bocado —comenté. Ritu se puso pálida pero yo seguí buscando. El que buscaba necesitaría un buen puesto de observación, aunque no sería demasiado evidente para los aficionados que inundaban el lugar. «¿Y si no han enviado a nadie?» me inquieté. «A lo mejor los profesionales sólo usan cámaras escondidas para echar una ojeada…

Entonces encontré al tipo. Estaba seguro. Una figura pequeña que recorría los bordes del coso, hurgando en cada guerrero caído, leyendo su placa con un estrecho palo-sonda. Parecía un chimpancé o un gibón. Se ven tipos pequeños como ése por toda la ciudad, tan comunes que casi se confunden con el paisaje.

«Naturalmente —pensé—, el recaudador de impuestos.»

—Vamos —le dije a Ritu, tirando de ella cuando intentó quedarse a ver el final de una pelea. Juro que estuve a punto de dejarla allí, tan ansioso estaba por continuar mi camino. Por fortuna, un contendiente descargó un golpe fatal sobre el otro justo entonces, enviando su enorme cuerpo al suelo con un estrépito que hizo que todo el anfiteatro vibrara y la multitud aplaudiera frenéticamente.

—¡Vamos! —grité.

Esta vez, vino.


El mono gruñó y escupió cuando lo llamé desde detrás del coso. Estaba sentado sobre sus cuartos traseros en lo alto de una columna de madera, observando aburrido el siguiente encuentro.

—Márchate —murmuró, con una voz apenas más clara que la de un chimpancé real.

Naturalmente, yo no era cl primero que descubría su disfraz. Debia de ser una molestia cuando los aficionados se acercaban y trataban de influido con peticiones directas.

—Tengo que hablar con un miembro del 442 —dije.

—Claro. Tú y todos los demás fans, después del ataque a Moesta gidge. Pero lo siento, nada de autógrafos hasta después de la guerra, amigo.

—No soy ningún fan. Este mensaje es personal y urgente. ¡Ella querrá oírlo, créeme!

El chimpancé volvió a escupir, saliva marrón con un toque de brillo arsénico.

—¿Y por qué debería creerte?

La frustración hervía en mi interior, pero mantuve el control.

—Porque si la sargento Clara Gonzales descubre que impediste que me pusiera en contacto con ella, te agarrará por el archi y te dará un recuerdo del que nunca podrás librarte.

El simio parpadeó un par de veces.

—Parece que conoces a Clara. ¿Quién eres?

Era un momento peligroso. ¿Pero qué elección ten?

Se lo dije… y aquellos ojos oscuros me miraron.

—Así que eres el fantasma del pobre Albea el didetective, que viene hasta aquí para decirle adiós. ¡Lástima lo que te pasó, tío! Que te chamusquen con un misil hoodoo siempre duele. No puedo ni imaginar cómo tuvo que ser sentirlo en persona.

—Uh, cierto. Esperaba encontrar a Clara antes de que se enterara.

El pseudochimpancé chasqueó la lengua y sacudió la cabeza.

—Ojalá lo hubieras hecho, colega. Porque has malgastado el tiempo que te queda viniendo aquí. ¡En el momento en que Clara oyó la noticia, se largó!

Ahora me tocó a mí el turno de mirarlo sorprendido.

—¿Ella se ha… ausentado sin permiso? ¿En mitad de una guerra?

—No sólo eso, sino que tomó un cóptero del Gobierno y se fue directa a la ciudad. ¡El comandante de nuestro equipo está que hecha chispas, imagínate!

—No puedo creerlo —me fallaron las piernas, y el corazón me latía con fuerza.

—Sí, es irónico. Ella lo deja todo para correr ala ciudad, sólo para perderse a tu fantasma que viene aquí a consolarla.

El ojeados-observador saltó de su asidero para aterrizar junto amí y tenderme una mano.

—Soy Gordon Chen, cabo de la Compañía de Apoyo 117. Nos vimos una vez, creo, cuando viniste a las eliminatorias del año pasado.

Una imagen vino a mi mente, la de un tipo semioriental bastante alto, muy apuesto y de sonrisa amable… el humano con menos aspecto de simio que he visto jamás. Sin embargo usaba aquel cuerpo con comodidad.

—Sí —respondí, ausente—. En una fiesta tras el encuentro de semifinales contra Uzbek. Hablamos de jardinería.

—Ajá. Así que eres tú de verdad —sus ídemdientes parecieron formidables cuando sonrió—. ¡Gautama! A menudo me he preguntado cómo debe sentirse uno siendo un fantasma. ¿Es extraño? —Sacudió la cabeza—. Olvida la pregunta. ¿Hay algo que pueda hacer por ti, Albert? Pídelo.

Sí que había algo. Pero podía esperar unos segundos para pedirlo. O unos minutos. Todavía tenía que asimilar todo aquello. Mi decepción por no haber encontrado a Clara, sumada ala sorpresa de que ella pudiera ser tan impulsiva. Pero, sobre todo, un hecho ineludible.

Siempre supe que ella se preocupaba por mí. Éramos grandes amigos, buenos en la cama. Nos hacíamos reír mutuamente.

¡Pero hacer una locura como ésa! Dejarlo todo para rebuscar entre las cenizas de mi casa, esperando y rezando para que yo no estuviera allí cuando voló… ¡Vaya, sí que debía amarme de verdad!

En el curso de los dos últimos días yo había descubierto que era a la vez sospechoso de un crimen y blanco de unos asesinos. Me habían emboscado, me habían dado por muerto y, luego, había soportado un duro viaje por el desierto y me había enfrentado a los contratiempos más decepcionantes. Sin embargo, a pesar de todo, de repente me sentía bastante… bueno… feliz.

«Si sobrevivo a los esfuerzos de mis enemigos y no acabo siendo un cadáver o en la cárcel, voy a tener que hablar con ella. Replantear nuestra reluctancia a…»

Justo entonces, el continuo ruido de fondo del combate dio paso a un fuerte chirrido, seguido de un golpe aplastante. La multitud de archis extasiados se levantó de inmediato, rugiendo y haciendo que la grada se sacudiera cuando un objeto redondo y con puntas surgía del coso trazando un alto arco, dejando tras de sí una estela de sangre.

—¡Metralla!—gritó el cabo Chen, saltando hacia atrás con simiesca agilidad. Ritu y yo corrimos tras él, esquivando a duras penas una cabeza con colmillos que cayó a pocos metros de distancia y se detuvo cerca de mis pies.

La rápida disolución-golem ya estaba en marcha mientras de ambas orejas manaba humo v líquido que manchaba la arena húmeda. El dueño de aquella cabeza sería mejor que la recogiera pronto, si quería una carga completa. Todas aquellas espinas y cuernos y aguijones podrían ser parte del diseño de combate casero de un hobbista, pero desde luego yo no me iba a agachar a tocar aquella cosa enorme y de dientes retorcidos.

Y sin embargo, incluso después de todo aquello por lo que había pasado, la cabeza aún se aferraba a la conciencia. Los ojos de cocodrilo parpadearon unos segundos, enfocándose brevemente con una expresión más decepcionada que trágica. La mandíbula se movió, tratando de hablar. Contra mi propio instinto, me agaché.

—Guau… —susurró la cabeza, mientras todavía brillaba luz en aquellos feroces ojos—. ¡Qué… passsada…!

El soldado chimpancé bufó, un sonido teñido de respeto a regañadientes.

Tras dar un paso atrás, me volví hacia el camarada de Clara y pregunté:

—¿Decías en serio eso de que estabas dispuesto a hacer algo por nosotros?

—Claro, ¿por qué no? —el idsimio se encogió de hombros—. Los amigos de Clara son mis amigos.

31 Locura Golem

…donde el Pequeño Rojo se prepara para dejar su huella…

Me quedé mirando al fantasma gris de Yosil Maharal, mientr noticia calaba en mí gradualmente.

—¿Un… ataque con un misil?

—Eso es. De tu casa, y de tu archi, apenas queda un cráter humeante. Así que tu única esperanza ahora es la misma que la mía. Terminar con éxito mi experimento.

Reaccioné con miedo y espanto, naturalmente. Este cuerpo rojo barato que llevaba, aunque pequeño, estaba equipado para una gama completa de emociones. Y sin embargo, he mirado ala muerte a la cara muchas veces, y hasta ahora siempre había conseguido posponer aquel encuentro final donde perdería. Entonces, ¿por qué no tener esperanza? Maharal podía estar tirándose un farol. Poniendo a prueba mis reacciones.

No demostraría ninguna reacción. Le daría la vuelta al asunto para ponerlo a prueba a él.

—Continuidad, profesor. De eso se trata. Incluso con la nueva tecnología para rellenar células de élan, tu cuerpo de barro no puede ser rellenado más que unas cuantas veces. Tienes que emular mi habilidad para copiar para poder hacer impresiones-alma de un ídem al siguiente, indefinidamente. Sin un cerebro orgánico al que regresar, es tu única opción.

El asintió.

—Continúa.

—Pero algo se te escapa. Sea lo que sea lo que yo haga, cómo demonios consigo hacer copias tan buenas… es una habilidad que no resulta fácil de reproducir.

—Eso es, Monis. Creo que en parte tiene que ver con tu actitud indiferente hacia los ídems que desaparecieron a lo largo de los años. Una actitud que demuestras incluso ahora. ¿Ves lo relajado que estás, tras oír que tu cuerpo real ha sido destruido? Cualquier otro estaría frenético.

Yo me sentía cualquier cosa menos relajado. ¡De hecho, estaba jodido! Pero había otras prioridades más importantes que ponerme hecho una fiera y gritarle a aquel tipo. Todos mis otros yoes prisioneros habrían diagnosticado ya a estas alturas el síndrome Smersh-Eoxleitner. Habrían decidido fingir una actitud pasiva. Hacerse los duros.

Sonsacar a Maharal.

«¿Debo continuar con esa política? ¿O intentar una nueva táctica para sorprenderlo?»

En ese momento, esposado, no veía ningún modo de sacar ventaja de la sorpresa. Mejor guardármela para más tarde.

—Verás —continuó Maharal, volviendo al asunto—, los humanos estarnos todavía profundamente enraizados en el conjunto de respuestas animales… el desesperado impulso por continuar la existencia orgánica. El instinto heredado de supervivencia jugó un papel importante en nuestra evolución, pero también puede ser un ancla que sujeta la Onda Establecida. Es un motivo por el que poca gente hace impresiones ídem realmente de primera fila, sin lagunas afectivas o de memoria. Se retienen, sin dejar que sus yoes enteros pasen por completo al barro.

—Mm. Bonita metáfora —repuse—. Pero hay millones de excepciones. De hecho, hay montones de tipos mucho más descuidados con sus golems que yo… o de lo que yo era. Los adictos a las drogas de la experiencia. Los orgaguerreros. Los porteros que hacen unidades comerciales desechables a puñados. Y los polids azules que saltan alegremente ante un tren en marcha por salvar a un gatito. Luego están los nihilistas…

Esa palabra hizo que Yosil diera un respingo y su expresión fuera de dolor un breve instante. Un dolor profundamente personal. Algo chasqueó mientras unía algunas pistas deslavazadas de algo que parecía haber sucedido ayer mismo.

—Su hija —adiviné, dejándome llevar por una corazonada. El asintió, una sacudida inestable.

—Podríamos decir que Ritu es una nihilista, en cierto modo. Sus ídems son… impredecibles. Desleales. Tanto les da. A otro nivel yo… no creo que a ella también.

Se distinguía fácilmente la culpa en sus rasgos grises de primera.

Una pista que seguir con esperanza. Una nueva pista, ya que ninguno de mis otros yoes-cautivos habría conocido a Ritu. ¿Debía usar aquella tenue conexión personal? Si conseguía obligar a Yosi a considerarme más una persona…

Pero Maharal se limitó a negar con la cabeza. Su expresión se endureció.

—Digamos que ninguna tendencia sencilla ni única explica tu habilidad, Morris. De hecho, considero que es una rara combinación, tal vez imposible de duplicar en otra persona que continúe inmersa en su propia y complicada vida. El punto de vista de uno, tan limitado y sin embargo adictivo, ha sido reconocido desde hace tiempo como una cadena imposible de cortar. Un anda que mantiene atrapada el alma.

—No entiendo…

—Claro que no lo entiendes. ¡Silo hicieras, tu mente temblaría por la majestuosa belleza y el terror de todo ello!

Yo…

—Oh, no es culpa tuya. —Tras haberse desbordado, sus emociones remitieron con la misma rapidez—. Cada uno de nosotros está convencido de que su propio punto de vista subjetivo es más importante que el de nadie. De hecho, pensamos que es incluso más válido que la matriz objetiva que subyace en la llamada realidad. Después de todo, la visión subjetiva es un gran teatro. Cada uno de nosotros es el héroe de un drama en marcha. Por eso las ideologías y la intolerancia sobreviven contra toda lógica.

»Oh, la obstinación subjetiva tenía ventajas, Morris, cuando estábamos ocupados evolucionando para convertirnos en los grandes egoístas de la naturaleza. Eso condujo al dominio humano del planeta… y a que nuestra especie estuviera a punto de aniquilarse varias veces.

Recordé de repente la primera vez que vi a aquel tipo, el fantasma gris de Maharal, el martes en HU, poco después de que encontraran muerto a su original en un coche destrozado. Esa mañana, idYosil habló de su archi en términos sorprendentes, describiendo a realYosil como un paranoico rematado que entraba y salía de oscuras fantasías. Más tarde, describió pesadillas sobre tecnología enloquecida… El mismo miedo que Fermi y Oppenheimer experimentaron cuando vieron el primer hongo nuclear.

En ese momento lo natural me había parecido no hacerle caso. Intrigante, pero también melodramático. Ahora dudé. ¿Podrían padre e hija tener versiones distintas de la misma tendencia subyacente? ¿Una propensión a hacer copias defectuosas? ¡Qué irónico, entonces, que uno de los fundadores de la idtecnología moderna fuera incapaz de crear golems de los que pudiera depender!

Empecé a especular sobre exactamente cuándo hizo Yosil Maharal su gran salto conceptual. ¿La semana anterior? ¿El lunes? ¿Horas antes de su muerte, cuando se consideró a salvo y solo? Una creciente sospecha me hizo sentirme incómodo, y un escalofrío me recorrió la espalda.

Mientras tanto, el golem gris seguía hablando:

—No, mí puede negarse el valor de la autoimportancia egoísta, en los tiempos en que los individuos humanos competían entre sí y con la naturaleza para sobrevivir. Pero ahora es una bendición relativa, que produce oleadas de alienación social. Más fundamentalmente, limita la gama de funciones de ondas de plausibilidad que estarnos dispuestos a percibir, o a colapsar en eventos verificados que otros puedan compartir y verificar…

Maharal hizo una pausa.

—Pero esto está muy por encima de tu cabeza.

—Supongo que tienes razón, doc —reflexioné un momento—. Sin embargo, creo que leí un artículo de divulgación hace tiempo… Estás hablando del Efecto Observador, ¿verdad?

—¡Sí! —dio un paso adelante; el entusiasmo se impuso brevemente a su necesidad dé desprecio—. Hace anos, Bevvisov y yo discutimos acerca de si la recién descubierta Onda Establecida era una manifestación de la mecánica cuántica, o un fenómeno completamente independiente que seguía casualmente una dinámica de transformación similar. Como a la mayoría de los científicos de su generación, a Bevvrsov no le gustaba utilizar la palabra «alma» en relación con nada que pudiera ser medido o se manifestara palpablemente en cl mundo físico. Más bien creía en una variante de la vieja interpretación cuántica de Copenhague: que todo acontecimiento del universo surge de un vasto mar de probabilidades que interactúan. Hechos potenciales sin comprobar que sólo son tangibles en presencia de un observador.

—En otras palabras, ese «punto de vista subjetivo» del que estaba hablando.

—Eso es. Alguien tiene que advertir conscientemente el efecto de un experimento o evento para que las funciones de las ondas se colapsen y se vuelvan reales.

—Ah. —Me estaba costando trabajo entenderlo, pero intenté que no se notara—. Quiere decir que es como el gato dentro de la caja, que está a la vez vivo v muerto al mismo tiempo, hasta que se abra la caja.

—¡Muy bien, Albert1 Sí. Tanto en la vida como en la muerte del gato de Schródinger, cada decisión tornada en el universo sigue siendo indeterminada hasta que es verificada a través de la observación por un ser pensante. Aunque ese ser se encuentre a muchos años luz de distancia, mirando al cielo y advirtiendo casualmente la existencia de una nueva estrella. Al hacerlo, puede decirse que ha ayudado a crearla estrella, en colaboración con todos los otros observadores que la advirtieron. ¡Lo subjetivo y lo objetivo tienen una relación compleja, eso es! Más de lo que nadie imagina.

—Ya veo, doc. Es decir; eso creo. Y sin embargo… esto tiene que ver con la Onda Establecida… ¿cómo?

Maharal estaba demasiado excitado para desesperarse.

—Hace mucho tiempo, un famoso físico, Roben Penrose, propuso que la conciencia surge de fenómenos cuánticos indeterminados que se producen en diminutos orgánulos que residen en el interior de las células cerebrales humanas. Algunos creen que es uno de los motivos por los que nadie ha conseguido jamás el viejo sueño de crear verdadera inteligencia artificial en un ordenador. La lógica determinista de los más sofisticados sistemas digitales sigue siendo fundamentalmente limitada, incapaz de simular, mucho menos de duplicar, los bucles de retroalimentación profundamente enraizados y los modos tonales estocásticos de ese sistema hipercomplejo que llamamos campo-alma…

Ay. Esto sí que me sobrepasaba. Pero quería que Maharal siguiera hablando. En parte porque podía revelar algo útil. Y retrasar las cosas. Fuera lo que fuese lo que planeaba hacerme a continuación, con todas sus máquinas de científico loco, yo sabía ya que iba a doler.

Mucho. Lo suficiente para que yo perdiera los nervios.

Y odio que eso suceda.

—Por tanto, cada vez que se copia una Onda Establecida, permanece un profundo nivel de conexión continua (un ((enredo», por usar un anticuado término de la física cuántica) entre la copia y su molde original. Entre un ídem y su original orgánico. No a un nivel perceptible a simple vista. No se intercambia información real mientras el golem va por ahí. Sin embargo, sigue existiendo un acoplamiento, aferrado a la Onda Establecida duplicada.

¿A eso te refieres cuando hablas de un ancla? —le insistí, captando por fin una relación.

—Sí. Esos órganos de los que hablaba Penrose existen en las células cerebrales. Sólo que en vez de estados cuánticos, se enredan con modos almísticos de un espectro similar pero completamente independiente. Mientras idemizamos, amplificamos estos estados, presionando la forma de onda combinada en una matriz cercana. Pero incluso cuando esa nueva matriz, un golem fresco, se levanta y camina, su condición como observador sigue relacionada con la del original.

—¿Aunque el golem nunca vuelva para descargar?

—Una carga implica una recuperación de recuerdos, Morris. Ahora estoy hablando de algo mucho más profundo que la memoria. Estoy hablando del sentido en el que cada persona es un observador soberano que altera el universo, que crea el universo, con el mero acto de observar.

Ahora estaba otra vez perdido.

—Quieres decir que cada uno de nosotros…

—Algunos de nosotros más que otros, al parecer —replicó Mallará, y noté que su furia había vuelto. Un odio envidioso que yo ahora sólo había empezado a sondear—. Tu personalidad parece más dispuesta, a nivel profundo, a aceptar la naturaleza tentativa del mundo… a delegar en subvoes con su propio e independiente estacas de observador…

—Y por tanto con ondas establecidas completas —terminé por él, esforzándome por mantener la conversación.

—Eso es. En el fondo, tiene poco que ver con el egoísmo, el nihilismo, el despegue… o la inteligencia, obviamente. Quizá simplemente tienes una voluntad mayor de confiar en ti mismo que la mayoría de la gente.

Se encogió de hombros.

—Incluso así, tus talentos estaban limitados. Severamente constreñidos. Su única manifestación evidente era la facilidad para hacer buenas copias, aunque deberías ser capaz de mucho más. Cuando se trataba de moverte más allá, aun territorio nuevo, te mostrabas tan anclado como el resto de nosotros.

»Entonces, hace menos de una semana, me encontré con lo que tiene que ser la respuesta. Una forma notablemente simple de conseguir el fin que busco, aunque por medio de la fuerza bruta. Irónicamente, es el mismo acontecimiento transformador que nuestros antepasados asociaban con la liberación del alma.

Hizo una pausa.

Y yo una deducción. No fue difícil.

—Estás hablando de la muerte.

La sonrisa de Maharal se ensanchó: ansiosa, condescendiente v algo más que un poco odiosa.

—! Muy bien, Albert! De hecho, los antiguos tenían razón en su creencia dual de que un alma puede librarse del cuerpo natural después de la muerte. Sólo que hay mucho más en ello de lo que podían imaginar…

En ese momento, mientras Maharal seguía hablando, lo que tenía que hacer me pareció claro como el agua. Debería controlarme. Manifestar sólo reticencia y autocontrol. Seguir sonsacándolo. Había más cosas, cosas por descubrir. Y sin embargo…

No pude evitarlo. La furia estalló, apoderándose de mi pequeño cuerpo con una fuerza sorprendente, debatiéndose contra las esposas.

—¡Tú disparaste ese misil! ¡Me asesinaste, hijo de puta, para demostrar tus malditas teorías! Monstruo sádico y enfermo. Cuando me libere…

Yosil se echó a reír.

—Ah. Así pues, a pesar de un momento o dos de lucidez, la sesión de insultos empieza a su hora. Eres una persona tediosamente predecible, Morris. Una predictibilidad de la que planeo hacer buen uso.

Y con eso, idMaharal volvió a sus preparativos, murmurando órdenes al voztrolador y pulsando interruptores, mientras yo me recom comía, dividido entre la satisfacción primaria de odiarlo y el hecho de advertir que esa reacción era exactamente lo que él quería.

Naturalmente, por debajo de todo acechaba la curiosidad, la duda de adónde planeaba enviarme a continuación.

32 Servicio de guardia

…donde Frankie va más allá del Arco Iris y destapa…

Abandonamos el coche de Hornos Universales que nos había dado Vic Eneas Kaolin con la sospecha de que estaba intervenido.

¿Qué otras medidas había tomado el magnate? No dejaba de pensar en eso mientras llamaba aun tirotaxi abierto ante el Salón Arco Iris. Tras subir al asiento de pasajeros, le pedí al conductor que nos llevara a la calle Cuarta.

—¡Y pisa a fondo! —lo instó mi pequeño compañero hurón, jadeando de ansiedad.

En una bolsita, idPal llevaba algunos de los tesoros que había recuperado mientras husmeaba tras la barra, donde la difunta Reina Irene había almacenado algunos de sus secretos.

Creo que ya estaba planeando cómo revender ese material a sus «legítimos propietarios» por una «tarifa de hallazgo», sin tener que llamarlo chantaje.

Nuestro taxista se encogió de hombros, se quitó de la frente las gafas de sol y se las colocó sobre los ojos. Al hacerlo dejó al descubierto unos pequeños cuernos de demonio, probablemente una brújula/localizador implantada, lo suficientemente barata incluso para los ídems desechables.

—Agárrense, caballeros —exclamó. Agarrando con ambos brazos el yugo del rickshaw, se lanzó a la acera con poderosas patadas de sus piernas de grandes muslos, como los de una cabra musculosa. Sólo después de acelerar a más de treinta kilómetros por hora tocó un interruptor que ponía en marcha el pequeño motor de crucero eléctrico y alzó sus brillantes cascos de cerámica del suelo.

—¿Tienen un destino específico en mente?—me preguntó mi conductor, parecido a Pan, por encima del hombro—. ¿O un eminente gris como usted sólo va de visita? ¿Buscando recuerdos? ¿Tal vez le interesa un recorrido rápido por nuestra bella ciudad?

Tardé un instante en recordar que me habían reteñido en casa de Kaolin, y que ahora tenía un tono de gris «emisario» de clase alta. Al parecer el conductor pensaba que yo era de fuera y que viajaba con una idmascota.

—Conozco todos los lugares históricos y secretos. Mercados repletos de artículos de contrabando que nunca verán en el Este. Callejones donde la ley nunca se aventura y no se permite ninguna cámara. Sólo pague un pequeño impuesto por vicio y firme una renuncia de derechos. ¡Una vez esté dentro, el paraíso anarquista!

—Siga hasta la Cuarta —repliqué—. Ya le avisaré cuando estemos cerca.

Yo tenía un destino específico en mente, pero no quería decirlo en voz alta. No mientras probablemente estuviéramos aún sometidos a vigilancia, desde fuera y desde dentro.

El aceptó mi respuesta con un gruñido y ajustó su visor, virando perezosamente con un dedo sobre el timón. Mientras tanto, yo saqué el flipfono que me habían dado poco después de restaurar este cuerpo a su vigor juvenil.

—¿A quién vas a llamar? preguntó idPal.

—¿A quién crees? A. nuestro jefe, por supuesto.

Sólo había un número en el automarcador.

—Pero yo pensaba… Entonces, ¿por qué hemos abandonado el coche si…?

Los ojillos oscuros chispearon. Noté la recelosa mente de Pal en funcionamiento.

—Vale, entonces. Dale a lineas recuerdos de mi parte.

Como verde barato (teñido de naranja y luego de gris), no podía poner los ojos en blanco de manera expresiva. Así que lo ignoré. El teléfono hizo anticuados ruiditos mientras buscaba a un Kaolin autorizado para que respondiese. Uno de sus brillantes golems lo haría…, o tal vez posiblemente el verdadero ermitaño-multibillonario, escondido tras capas de cristal a prueba de gérmenes en la torre de su mansión. En caso contrario, un avatar informático tomaría el mensaje o se encargaría de tomar decisiones rutinarias, quizás usando una buena versión de la propia voz de Kaolin.

Así que esperé. Tienes que esperar cuando eres de barro. A pesar del calendario efímero, la impaciencia es para aquellos que tienen una vida real que perder.


Mientras tanto, el idemburgo fue quedando atrás, con toda su extravagante fusión de fealdad y colores chillones. Algunos de los edificios más antiguos, pobremente conservados y no inspeccionados ya, llevaban logos de condena que prohibían la entrada a las personas reales. Sin embargo, alrededor de nosotros deambulaban muchedumbres ajenas a las destartaladas inmediaciones, gente construida para un día de duro trabajo, aunque mucho más llamativa que sus aburridos hacedores. Los ocupados trabajadores-hormigas que mantienen la civilización en marcha, de todos los tonos y combinaciones de rayas, entrando y saliendo de fábricas y talleres, llevando pesadas cargas, apresurándose camino de reuniones confidenciales o transmitiendo órdenes ayudados de largas piernas.

El tráfico se atascó un rato, obligándonos a sortear el solar de una obra, marcado por un ancho holocartel:


PROYECTO TUBO-PNEUMÁTICO ROXTRANSIT CIUDADANO:

SUS IMPUESTOS FUNCIONANDO


Un resplandeciente anuncio animado mostraba los firmes progresos hacia el día en que la gente de barro y otros cargamentos serían enviados a cualquier parte de la ciudad a través de una extensa red de tubos de vacío, transportados a cualquier dirección como tantos paquetes de Internet autoguiados, automáticamente y casi sin coste. Los conductores de buses y brontonetas se quejaban de que los tramos del proyecto que ya estaban en uso se estaban cargando sus rutas más lucrativas. Los actos de sabotaje retrasaban de vez en cuando los trabajos; recordaban a la gente los antiguos días luditas en que los sindicatos luchaban en la calle contra la idemtecnología. Una explosión reciente había incluso provocado el desplome de un edificio que aplastó a más de cuatrocientos golems y lanzó fragmentos de cristal lo suficientemente lejos como para cortar a una persona real a tres manzanas de distancia: necesitó media docena de puntos. Fue un gran escándalo.

Sin embargo, a pesar de la inquietud social, Hornos Universales y los otros idemfabricantes presionaban insistentemente para que se instalaran tubos en todas las ciudades. ¿No era mucho mejor que los clientes recibieran millones de repuestos frescos rápidamente para que aprovecharan al máximo cada día imprintado? Cuanto menos tiempo pase un goleta de viaje, o almacenado en un frigorífico, más considerarán los clientes que están invirtiendo bien su dinero. Y más repuestos pedirán.


Bajo el alegre cartel trabajaban modelos epsilon baratos que cargaban cestas llenas de tierra a sus espaldas moteadas de verde mientras otros bajaban al pozo con segmentos de tubería de cerámica fabricada para soportar grandes presiones subterráneas. Los epsilon ni siquiera tienen una personalidad imprintada plena, ni alma ni reflejo salmón, sólo un sencillo impulso de seguir y seguir y seguir trabajando, hasta que se sientan atraídos por la llamada de un tanque de reciclado.

La escena me pareció, desde un punto de vista, una pesadilla de ciencia ficción peor que la de Metrópolis de Fritz Lang: esclavos y proles trabajando para amos lejanos antes de lanzarse a una muerte temprana, preordenada, sin lamentos. ¡Desde otro punto de vista era maravilloso! Un mundo de ciudadanos libres que extendían porciones diminutas de sí mismos (trocitos cómodamente desechables) para realizar por turnos todas las tareas necesarias, de modo que todo el mundo pudiera pasar su vida orgánica jugando o estudiando.

¿Cuál de las visiones era cierta?

¿Ambas a la vez?

¿Debía importarme?

Mis propios pensamientos me sorprendieron.

«¿Es esto lo que le pasa al cerebro de un ídem citando dura más de un segundo día? —me pregunté—. ¿La recarga de élan hace que te vuelvas soñador y filosófico? ¿Se debe a los acontecimientos de los que fui testigo en casa de Irene?

»¿O es porque soy un frankie?

» ¡Vamos, Kaolin! ¡Contesta al maldito teléfono!»

De hecho, su retraso me daba ciertas esperanzas. Tal vez Eneas no se preocupaba tanto por nosotros. Kaolin podía estar demasiado ocupado para molestarse en comprobar cómo nos iba.

Ah, pero «ocupado» no significa lo que solía significar antes. Un hombre rico puede seguir imprintando suficientes ídems para conseguir realizar cualquier trabajo. Así que tenía que haber otro motivo.

Estábamos a una manzana más allá de la excavación del tubo neumático cuando el taxista giró de pronto con un alarido. Me agarré al asiento, preparándome para la colisión, pero el tráfico no se había detenido. No, el conductor se quejaba de acontecimientos lejanos que no tenían nada que ver con su trabajo.

—¡Idiotas! —gritó—. ¿No os disteis cuenta de que os estarían esperando al otro lado de esa montaña? Los indis deben de micros a tiro desde cinco ángulos distintos. Capullos. La ZEP debería renunciar a este encuentro y negociar. Enviar a nuestro equipo entero al campode batalla con sus pieles de rig desnudas. ¡Será mejor que empecemos de cero con talentos nuevos!

Un leve destello brillaba en el borde de sus gafas. Así que, además de gafas de sol, eran también vids. La mayoría lo son.

Sin embargo, yo no pagaba para acabar teniendo un accidente por culpa de un coche distraído con los deportes. Un giro innecesario más y podría interponer contra él una demanda civil…

¿A nombre de quién? ¿Dónde iría a parar el dinero? El pobre Albea tenía una hermana en Georgia, pero era dueña de cinco patentes y no necesitaba el dinero. Luego lo recordé: lo que quedara de las posesiones de Al iría a parar a Clara. Lo que los polis no se llevaran. O Kaolin. Todo dependía de si se encontraba a otro a quien echar la culpa del ataque contra Hornos Universales.

Tenía mis sospechas al respecto, pero antes necesitaba más pruebas.

—¡Eh, fanboy! —le gritó idPal al conductor, que seguía maldiciendo mientras esquivábamos a algunos idpeatones.y conseguíamos por los pelos no ser aplastados por un enorme transporte de ocho piernas—. ¡Olvida el marcador y mira la carretera!

El conductor le murmuró algo ami amigo por encima del hombro. Pal rugió como respuesta, arqueando la larga espalda y sacando las garras, como si se preparara para saltar. Yo estaba a punto de cerrar e1 teléfono e intervenir cuando una voz zumbó bruscamente en mi oído.

—Así que es usted. Me preguntaba cuándo llamaría —dijo en un murmullo la voz del magnate. No supe qué Kaolin era, aunque presumiblemente se trataba del platino que nos había encargado nuestra misión—. ¿Qué han descubierto en el establecimiento de Irene?

Ninguna disculpa por mantenerme esperando. Bueno, así son los multibillonarios.

—Irene está verdadera-muerta —respondí—.Usó uno de esos servicios de antenas-alma y se llevó a todas sus ídems a la Nirvanosfera, o a los Cinturones Valhalla, o a donde sea.

—Lo sé. La policía acaba de llegar allí y tengo la escena delante. Increíble. ¡Qué psicótica! ¿Comprende a qué me refiero, Monis? El mundo se está llenando de pervertidos y la idemización no hace más que empeorar las cosas. A veces desearía no haber…—Se detuvo, luego continuó—: Bueno, no importa. ¿Cree que Irme escogió este momento para acabar con todo porque su conspiración fracasó? ¿Porque no consiguieron destruir mi fábrica?

Kaolin hizo nn trabajo impresionante fingiendo confusión e inocencia. Decidí seguirle el juego.

—Irene era otra panoli, señor. Creía sinceramente haber contratado al gris de Albert como espía industrial pseudolegal.

—¿Se refiere a todas esas tonterías sobre buscar el secreto de la tele-transportación?

Miré atrás, hacia el proyecto de construcción del neumo túnel, una inversión enorme que perdería mucho de su sentido si la idemización remota alguna vez se hacía realidad.

—La historia era lo suficientemente plausible para engañar a un gris de Albert Morris. ¿Por qué no a ella también? De todas formas, esta mañana Irene se dio cuenta de que le iban a echar las culpas del ataque priónico. Así que eligió marcharse a su manera.

—Otra pandilla, entonces. Como usted y Lum y Gadarene —Kaolin bufó—. ¿Encontró alguna pista sobre quién está detrás de todo esto?

—Bueno, sus dos socios eran un ídem a cuadros que se hacía llamar Vic Collins y otro que decía ser una copia de la maestra, Gineen Wammalsr.

—¿Nada más? Ya sabíamos todo eso por la grabación de la cinta del gris.

No quise decir más. Sin embargo Kaolin era todavía mi cliente… al menos hasta que verificara algunas cosas. No podía mentirle ni legal ni éticamente.

—Vic Collins era una fachada, naturalmente. Irene opinaba que podía tratarse en realidad de Beta.

—¿Se refiere al golemcuestrador y falsificador? ¿Tiene alguna prueba? —la voz de Kaolin se animó un poco—. Esto podría ser lo que necesitaba para ejercer un poco de presión y obligar a los polis a tomarse a ese hijo depura como una auténtica amenaza pública, no como otra molestia idcomercial. ¡Puede que consigamos echarlo del negocio de una vez!

Mi respuesta fue cuidadosa.

—Pensé lo mismo. Llevo tres años persiguiendo a Beta. Reinos tenido algún encuentro desafortunado.

Sí, lo recuerdo. Su escapada por los pelos del lunes, seguida de la redada del martes en la operación del edificio Taller.11av mucha mala voluntad entre ustedes dos.

—Sí, de hecho… — Teníamos nuestro lugar de destino justo delante. Tenía que conseguir que Kaolin se sintiera lo suficientemente cómodo para no seguir mis movimientos con demasiada atención durante los próximos minutos. El tiempo sería esencial—. Por eso me dirijo al edificio Taller en este preciso momento.

No era exactamente una mentira. Coincidía con nuestra trayectoria actual por el idemburgo, si es que nos estaba localizando.

—Buscando más pistas, ¿no? ¡Magnífico! —dijo Kaolin. Oí voces apagadas al fondo, que reclamaban la atención del platino—. Llame de nuevo cuando haya descubierto algo más —me dijo, y cortó la comunicación sin despedidas ni formalidades.

Justo a tiempo, advertí con alivio.

—¡Pare aquí! —le dije al taxista, que todavía repartía su atención entre la calle, las noticias de la guerra y las discusiones con Pal.

‹ Cómo conservan estos tipos su licencia?›, me pregunté, lanzándole una moneda y bajándome. Por fortuna, idPal continuó encaramado ami hombro en vez de enzarzarse en una pelea, aunque cerca estuvo de hacerlo.

TEMPLO DE LOS EFÍMEROS, anunciaba el cartel destellante. Subí corriendo los escalones de granito, dejé atrás a todos los desdichados ídems que había por allí, heridos, dañados o abandonados, carentes de alguna esperanza de ser bienvenidos de vuelta a casa para cargar. La mayoría parecían agotados, a punto de la disolución. ¡Sin embargo yo era con diferencia el más viejo! La única persona presente que tenía algún recuerdo directo del sermón del martes. Pero no había ido allí a asistir a ningún servicio.

Sólo una corta cola de copias macilentas esperaba en el servicio de reparaciones de emergencia, encabezada por un púrpura largirucho con el brazo izquierdo arrancado. Por fortuna, la misma voluntaria de pelo oscuro estaba de servicio, ofreciendo consuelo a los desesperados y olvidados. Fuera cual fuese la razón psicológica que la impulsaba a dedicar precioso tiemporreal a ayudar a aquellos que tenían poca vida que salvar; me alegré por ello.

—¡Vaya! —idPal dejó escapar un tembloroso gritito al ver a la enfermera voluntaria—. Es Alexia.

—¿Qué? ¿La conoces?

El minidem de Pal respondió en susurros:

—Oh… salimos algún tiempo. ¿Crees que me reconocerá?

No pude dejar de comparar dos imágenes mentales. Una del Pal real (guapo, velludo, ancho de hombros, aunque le faltara la mitad inferior y estuviera confinado de por vida a una silla), una imagen que tenía poco en común con la ágil y sonriente criatura que llevaba al hombro, excepto en lo que atañía a las cosas que realmente importaban, como la memoria, la personalidad y el alma.

—Tal vez no —respondí, dejando atrás a todos los ídems que esperaban y colocándome ala cabeza de la fila—. Si mantienes la boca cerrada.

Varios golems heridos gruñeron cuando me acerqué al puesto de tratamiento de Alexie, con su mesita improvisada rodeada de barriles baratos de pasta para golems y otros materiales de auxilio. Me miró, y por primera vez advertí que era bonita, de una manera oscuramente severa, de aspecto dedicado. Empezó a insistir en que esperara mi turno, pero se detuvo cuando me levanté la camisa y me volví para mostrar la larga cicatriz de cemento endurecido que corría por mi espalda.

—¿Recuerda su trabajo, doc? Hizo un trabajo magnífico con ese desagradable comedor que me estaba devorando por dentro. Recuerdo que uno de sus colegas dijo que no duraría el día entero. Debería cobrar esa apuesta.

Ella parpadeó.

—Te recuerdo. Pero… pero eso fue el mar…

Alexie se detuvo, los ojos muy abiertos. Como no era tonta, se calló al advertir las implicaciones.

Lista, sí. Pero, entonces, ¿por qué había salido con Pal?

—¿Hay algún sitio donde podamos hablar en privado? —pregunté, soltando mi cornisa.

Ella asintió y nos indicó que la siguiéramos escaleras arriba.

IdPal se mantuvo extrañamente callado mientras Alexie me escaneaba. Descubrió rápidamente los rastreadores que Kaolin había instalado cuando tan amablemente amplió nuestras pseudovidas.

También encontró las bombas.

‹Tal vez justo a tiempo —pensé—. Nuestro jefe espera que informemos desde el edificio Teller. Puede que se moleste al averiguar que nos hemos escapado de la correa.»

—¿Qué cerdo te ha hecho esto? —maldijo Alexie, dejando caer cuidadosamente las bombas en un contenedor de aspecto ajado.

Hay circunstancias especiales en las que se puede requerir legalmente que los golems lleven sistemas de autodestrucción, con disparadores operados por radiocontrol. Pero es muy raro en la ZEP. Naturalmente, el grupo de Alexie se opone a la práctica por principio. Me abstuve de decirle que nuestras bombas habían sido instaladas por el gran amo de esclavos en persona, Vic Kaolin. Si se hubiera enterado, podría haber conectado online de inmediato para decírselo a todo el mundo de su comunidad de activistas.

No podía permitirme eso. Todavía no.

IdPal necesitó también unas cuantas reparaciones. Mientras Alexie trabajaba en él, yo miré, más allá del balcón, la vidriera de la iglesia principal. Los viejos símbolos cristianos habían sido sustituidos por un rosetón circular, como una flor cuyos pétalos se extendieran hacia afuera antes de doblarse bruscamente al final, en ángulo recto, y volverse puntiagudos. Al principio, pensé que cada figura podía ser un pez con la cola levantada. Luego caí en la cuenta de que eran ballenas de cabeza cuadrada (ballenas esperrnacetti, al parecer), representadas uniendo sus enormes cabezas en una especie de comunión de mentes cetáceas.

¿Qué simbolizaba eso? Las ballenas (de larga vida, aunque perpetuamente en peligro) eran justo lo contrario de los ídems, que se desvanecían rápidamente pero brotaban diariamente en número superior, siempre llenos de ingenuidad y deseo humanos.

Me recordó un poco el mandala que llevaba aquel técnico-sacerdote de Opciones Finales, S.A., el que presidía el intento de trascendencia de la Reina Irene. Aunque divergían mucho en las formas, ambos grupos se enfrentaban al mismo problema: cómo reconciliar la imprintación de almas con la fe religiosa. Pero, ¿quién soy yo para juzgar?

Vale, me gustan estos Efímeros. Tal vez les debo un par de favores.

Pero tenía que mostrarme cauto.

Alexie terminó y aseguró que estábamos limpios. De repente, me sentí libre por primera vez des de bueno, desde que me reuní con Pal y Lum y Gadarene a la sombra de aquel antiguo parque de recreo y me vi envuelto en este sucio asunto.

—¡Ahora puedo llamar a casa! —¡Exclamó idPal, olvidando su voto de silencio—. ¡Espera a que me cuente lo que he visto! ¡Será una pasada de carga!

Alexie ladeó la cabeza, entornando los ojos, quizá reconociendo algo en la forma de hablar de Pat. N o le di tiempo para seguir pensando. —Mi so… mi pequeño amigo y yo necesitamos un acceso seguro a la Red —dije—. ¿Tienes un par ele chadores que podamos usar? Después de una pausa insegura, ella asintió, y señaló un perchero.

Dos atuendos negros e informes colgaban junto a una mesa. —Los han limpiado hace poco. No hay micros.

—Eso valdrá, gracias —me acerqué al perchero.

—Por si acaso —añadió—, estoy suscrita a Servicios de Guardia, así que no intentéis hacer ningún truco ni nada ilegal mientras usáis nuestros accesos. Llevaos esa mierda a otra parte.

—Sí, señora.

Alexie frunció el ceño.

— ¿Puedo confiar en que no tocaréis nada más mientras vuelvo a ayudar a más pacientes?

IdPal asintió vigorosamente.

—La compensaremos por su amabilidad algún día —aseguré. —Huna. Tal vez puedas explicarle en alguna ocasión por qué sigues caminando mucho después de haber tenido que convertirte en líquido. —Algún día lo haré.

Ella se marchó tras mirarnos vacilante una vez más. Mientras sus pisadas desaparecían escaleras abajo, le dirigí a Palid una mirada intrigada.

— ¡Muy bien! —Respondió él, encogiéndose de hombros—. Tal vez es mejor de lo que merezco. ¿Podemos continuar ya? Kaolin no se dejará engañar mucho tiempo.

Mi pequeño amigo saltó a la mesa y lo ayudé a ponerse el chador para que la capucha activa lo cubriera, ajustándose ala extraña forma de su cuerpo. Me pasé el otro atuendo por la cabeza y dejé que su negra tela cayera sobre mis brazos, hasta debajo de mi cintura. Desde fuera, parecía una criatura de aquellos días oscuros, hace medio siglo, en que un tercio de los países de la Tierra obligaban a las mujeres a cubrirse el rostro y la forma bajo tiendas informes de muselina y gasa. Un movimiento represor que se vio desbaratado cuando el viejo y aislante chador se transformó en algo completamente liberador.

Desde dentro…

Me encontré de pronto en otro universo. El maravilloso cosmos de la RV, donde datos e ilusiones se mezclan en una profusión de color y profundidad sintética. Los sensores del atuendo captan la posición de mis brazos, las yemas de mis dedos y cada vaharada de aliento, reaccionando a los gruñidos de mi laringe simulada. Unos cuantos comandos murmurados y, en cuestión de segundos, tuve tres globomundos activos.

El primero se centró en una ruina humeante donde había estado mi casa… la casa de Albert. Colaboradores libres llegaron de la red adyacente pidiendo permiso para buscarme datos del trágico acontecimiento. Un par de los agentes tenían buena reputación, así que fijé unos cuantos parámetros y los solté. En la primera capa de curiosidad, no costaría un céntimo y no habría ninguna posibilidad de que me localizaran. No había nada que me distinguiera de los otros millones de curiosos de la red. Eran unos hechos importantes, así que mis solicitudes no llamarían la atención hasta que pinchara cerca del hueso.

Mi segunda burbuja sorteó los noticiarios sobre el intento de sabotaje en Hornos Universales. Yo quería cl informe policial oficial, sobre todo para ver si Albert era todavía sospechoso. Cualquier acontecimiento como aquél fomentaba todo tipo de teorías de conspiraciones e informes en minoría que planteaban los clubes de soplones, los hobbinas de las explicaciones, los paranoicos solitarios, los agentes autónomos de lo plausible o los avatares vagabundos sí pero. ¡Y si ninguno de ellos estaba en el buen camino, podría proponer uno propio! La rumorología anónima es una especie de engaño venerable que tiene su propia tradición.

«RealAlbert sería mucho mejor en esto. Y uno de sus ébanos aún mejor todavía.

» ¿Yo? No soy más que un verde y un frankie. Pero soy todo lo que queda.»

Mientras aquellas dos burbujas continuaban trabajando en los bordes, borboteando con espuma correlativa, hice una tercera, más peligrosa que las demás.

El depósito por-si-acaso, donde Albert guardaba las copias de seguridad de sus archivos por si le sucedía algo a nuestro ordenador doméstico.

Suponiendo que Nell hubiese detectado la llegada del misil… incluso segundos antes de que estallara, siguiendo la programación, habría volcado todos los datos posibles en el depósito remoto. Ese archivo debería permitirme ver qué estaba haciendo mi hacedor, posiblemente incluso lo que estaba pensando, en el mismo minuto en que murió.

El premio gordo. Pero acceder a él sería peligroso. «Quien envió ese misil debía de estar vigilando la casa, para asegurarse de que Albert estaba allí cuando la alcanzó.

» ¿Pero hasta qué punto fue concienzudo el escrutinio? ¿Se limitaron a merodear por la casa con minicámaras, siguiendo la pista de las idas y venidas de Al? ¿Y si consiguieron penetrar sus escudos de intimidad, digamos que con una microespía flotante dentro de la casa? Sucede de vez en cuando. La tecnología sigue cambiando y las cámaras son cada vez más pequeñas. Sólo los tontos piensan que sus secretos estarán a salvo eternamente.

»Alguien allí fuera puede que lo sepa todo, incluyendo la localización del depósito. Software al acecho podría estar esperando a que alguien intentara acceder a él. Un chador prestado no me enmascarará durante mucho tiempo.

¿Pero qué opción tenía? Mi única alternativa era ir a casa de Pal y emborracharnos juntos hasta que aquella pseudovida artificialmente prolongada expiran por fin.

¡Bueno, basta! Tecleé con dedos temblorosos y murmuré algunas frases bajo la protección del dador, esperando que Albert no hubiera cambiado las claves después de saber que había creado su primer frankie conmigo.

Casi de inmediato me encontré mirando a un facsímil bastante bueno de Nell.

Los expertos dicen que no existe una auténtica inteligencia artificial, y que nunca existirá. Supongo que deben de saberlo bien. Es otro de esos «sueños fallidos» de la ciencia ficción del siglo XX que nunca se hizo realidad, como los extraterrestres de los platillos volantes. Con todo, la simulación se ha convertido en todo un arte, y no hace falta mucho para que un programa animado engañe ala mayoría de la gente con una cabeza parlante bien hecha… al menos un par de veces.

El rostro de Nell estaba modelado siguiendo una profesora de prácticas que tuve brevemente, en la facultad. Sexy sin ser abrumadora. Una personificación de la eficacia sin imaginación. Además de exigir y verificar la clave del siguiente nivel, el avatar escaneó mi cara y envió una sonda de corto alcance a la cápsula de identificación enterrada en mi frente.

Normalmente, con eso habría bastado. Pero no esta vez.

—Disonancia. Pareces ser el verde del martes, pero vas teñido de gris y ya deberías haber expirado. Acceso denegado hasta que se encuentre una explicación plausible.

Asentí.

—Muy bien. Aquí tienes tu explicación. En resumen, los tipos de investigación de Hornos Universales han encontrado un modo de aumentar el lapso de vida ídem. Eso explica por qué estoy hablando contigo. El logro parece haber provocado algún tipo de conflicto entre Vio Eneas Kaolin y el doctor Yosil Maharal. Es posible que esto condujera al asesinato de Maharal. Y al asesinato de Albert Morris.

El rostro animado se contorsionó: una caricatura de la duda. Tuve que recordarme que ésta no era la Nell que recordaba. Sólo un fantasma, una réplica que había sido almacenada en un rincón de la enorme esfera de datos, operando en un espacio de memoria alquilado.

—Tu explicación de la discrepancia de tu lapso de vida es considerada plausible, dada la información recopilada por el ébano del martes antes de la explosión. Sin embargo, debe resolverse una nueva disonancia ames de que pueda darte acceso.

—¿Qué nueva disonancia?

El fantasma de Nell hizo una buena imitación de un ceño fruncido, una molestia familiar programada que nunca mee había gustado. Generalmente aparecía en momentos en que yo me comportaba de manera particularmente obtusa.

—No hay ninguna prueba convincente de que Albert Morris fuera asesinado.

Si yo fuera real, habría tosido y me habría atragantado.

— ¿Ninguna prueba convin…? ¿Qué clase de arma humeante necesitas? ¿No es asesinato cuando alguien te hace volar con un maldito misil?

Tuve que recordarme que no era una persona real ni de barro con la que pudiera discutir, ni siquiera una IA de alto nivel. Para ser un fantasma de software, la Nell-sombra lo hacía bien. Pero debía de estar dañada, o pillada en un bucle semántico.

—El ataque con el misil es irrelevante con la disonancia que nos ocupa: el asesinato putativo de Albert Morris —replicó la cala.

Me quedé mirando, repitiendo una sola palabra.

— ¿Irrelevante?

El bucle semántico debía de ser severo. Maldición. Tal vez no obtuviera acceso después de todo.

— ¿Cómo… cómo puede ser irrelevante el arma del crimen?

—El ciudadano orgánico Albert Morris lleva desaparecido más de un día. No ha aparecido ningún rastro suyo en la Red, ni en la red de cámaras callejeras, ni…

—Bueno, por supuesto que no.

—Pero la desaparición era de esperar. Es más, no tiene ninguna relación directa con la destrucción de su hogar.

Sorprendido, me limité a asimilar aquello. ¿Era de esperar? ¿Ninguna relación con la destrucción?

Como empujado, me volví a mirar la burbovisión que se asomaba a la casa de la avenida Sycamore. Varios ojos-voyeur y noticams flotantes proporcionaban una imagen de gran nitidez que se amplió cuando la miré para ofrecerme una panorámica Genital de leños calcinados y paredes derruidas. Los restos de la chimenea sobresalían como un dedo desafiante. El porche trasero, con la balustrada de hierro forjado retorcida como un sacacorchos por el calor reciente, conducía a los cultivos de rosas que habían sido reducidos a muñones calcinados.

La cintaleteante policial mantenía a los mirones a raya, tanto genterreal como ídems que podrían intentar llevarse recuerdos. Divisé varíos equipos de especialistas ébano dentro del cordón, agachados con escáneres y recogedores de muestras, buscando pruebas. Se podía ver a otras figuras caminando entre los escombros.

Mientras yo estaba ocupado hablando con el fantasma-depósito, los agentes correlatores que había congregado se ocupaban de recopilar información sobre el ataque con el misil, llenando los bordes de las burbujas con sumarios y gráficas. Pedí un informe del arma que había hecho todo aquello. El tipo de modelo exacto era desconocido, pero muy sofisticado: lanzaba gran cantidad de metralla en un pequeño paquete Eso explicaba por qué pudo ser introducido en el idemburgo y preparado sin que lo detectaran. Más impresionante era la forma en que se lanzó entre salvajes giros y una densa nube de brozas oscurecedoras, enmascarando su punto de origen mientras cinco casas semi-abandonadas ardían tras su estela borrando cualquier pista sobre quién había planeado el maldito atentado. Peor, la escasez de publicams en la zona hacía más difícil para los polis realizar una investigación yendo hacia atrás en el tiempo. Puede que nunca identificaran al responsable.

Me pregunté, asombrado: « ¿Quién podría tener acceso a un arma semejante? ¿Y por qué utilizarla contra un vulgar detective privado local?»

La primera parte de mi pregunta tenía ya respuesta. Oh, la policía mantenía la boca cerrada, pero el silencio profesional nada podía contra los miles de analistas aficionados y expertos retirados que tenían tiempo de sobra. Después de examinar concienzudamente toda la información disponible, llegaron a un consenso.

Tenía que haber sido material militar. Y no de la clase normal empleada por nuestros equipos nacionales en las batallas rituales, ante públicos de masa en el Campo Internacional de Combate. Naturalmente, las naciones mantienen oculto su mejor material, por si acaso. Este misil tenía que ser uno de esos artículos desagradables guardado en los estantes con la esperanza de no tener que utilizarlo nunca.

Esto explicaba por qué tantos ébanos estudiaban el lugar. Probablemente les preocupaba mucho más el arma que el pobre Albert.

Había otras anomalías. Las opiniones brotaban y chisporroteaban en los bordes de la burbuja.

Parece que ese fulano, Morris, estaba implicado en el intento de sabotaje en Hornos Universales del martes por la noche. Obviamente se han vengado de él…

»¿En sólo un par de horas? ¡Absurdo! Harían falta días o semanas para preparar un misil con cuidado suficiente para ocultar su emplazamiento y evitar que lo localicen…

»¡Seguro! ¡Está claro que a Morris le han tendido una trampa! Ese misil pretendía calcinarlo para que no pudiera declarar…

»Podría ser. Sin embargo, algo huele mal en todo esto. ¿Por qué no han encontrado ningún cuerpo?…

»¿Qué cuerpo? Se evaporó…

»Fue reducido a cenizas…

»¿Ah, sí? Entonces, ¿dónde están los residuos orgánicos?

»Habrá un montón de rastros de ADN, idénticos al perfil de Morris…

»¡Eso es, rastros! Demonios, si volaras mi casa mientras estoy fuera, encontrarías montones de trocitos… células epiteliales, caspa, pelos. La almohada de tu cama… una décima parte de su peso se debe a cosas que se te han caído de la cabeza después de un millar de noches…

»¡Uf, qué asco!

»Así que no sirve decir que han encontrado el ADN del tipo en la misma casa donde vivía. ¡Para confirmar la muerte, muéstrame tejidos diferenciados! Aunque lo hicieran fosfatina, encontrarías trozos de hueso, sangre, células intestinales…»

Eso me estremeció. En parte porque tendría que haberlo pensado ya. Incluso siendo un verdefrankie, al fin y al cabo, todavía tenía los recuerdos de Albert. Su entrenamiento.

¿Qué significaba eso?

Probablemente habría llegado a la conclusión obvia al cabo de otro par de segundos, pero me distrajo de repente la visión de una figura que se movía entre las ruinas humeantes, hurgando en las ascuas con un palo. Algo de la esbelta figura me atrajo, y el globo respondió acercándose.

Vestida con un mono corriente, con el pelo recogido bajo una gorra, al principio me pareció una ídem de alta calidad, sobre todo con la cara manchada de gris por culpa de la ceniza. Pero cuando un ébano se apartó de su camino con una reverencia, advertí que debía de ser real. Y sus movimientos eran los de una atleta.

Una pequeña placa identificadora apareció junto a ella cuando la cámara la enfocó más.


HEREDERA DESIGNADA POR LA VÍCTIMA

Mis emociones fueron más fuertes de lo esperado, dado lo barato que era el cuerpo que llevaba.

—Clara —murmuré mientras contemplaba su rostro de expresión sombría, mezcla de pena y furia y absoluto asombro.

—Clave final aceptada —dijo una voz: el fantasma de Nell, respondiendo a la palabra que yo había pronunciado—. Acceso a depósito permitido.

Miré a mi derecha. La imagen computerizada de Nell había desaparecido, sustituida por una lista que corría hacia abajo mostrando un catálogo de contenidos. La voz simulada de Nell continuó.

—El primer punto, por orden de importancia, es que hiciste una petición en tu actual forma de golem el martes, a las trece cuarenta y cinco. Pediste la pista del camarero que fue despedido de su trabajo en el restaurante Tour Vanadium. A pesar de estar confinada en esta forma primitiva, conseguí completar el seguimiento. El nombre y el resumen biográfico del camarero se indican debajo. Ha cursado una protesta con la Asociación de Subcontratistas de Trabajo, negando cualquier responsabilidad en el incidente que motivó su despido…

« ¿Camarero? —me pregunté—. ¿Restaurante?» Oh. Me había olvidado de eso. Un asunto trivial ahora.

—Había otros asuntos por resolver, justo antes de la explosión —continuó el fantasma de Nell—. Llamadas sin contestar y mensajes de Malachai Montmorillin, el inspector BIane, Gincen Wammaker, Thomas Facks…

Era una lista larga e irónica. Si Albert hubiera atendido aquella llamada de Pal en que trataba de avisarlo de un plan relacionado con el segundo gris del martes, un plan para involucrarlo en el ataque a Hornos Universales, puede que yo no hubiera estado allí ahora. Podría haberme pasado el resto de mi corto lapso de vida como un frankie liberado, despegado de las preocupaciones de Albert, haciendo juegos malabares para los niños en las esquinas o tratando de encontrar a aquel torpe camarero. Hasta que me hiciera pedazos.

—También puedo reproducir una grabación de la última llamada de tu original a Ritu Maharal, preparando un viaje conjunto para investigar la cabaña de su padre en el desierto.

¿Qué era eso? ¿Un viaje, juntos?

Temblé de repente. Un viaje con Ritu Maharal… ¿al desierto? Bruscamente vi un destello, un esbozo de lo que podría haber sucedido. ¡Cómo Albert podría haber partido en persona, disfrazado de ídem!

Si lo hizo, ¿fue porque sospechaba que la casa estaba siendo vigilada por asesinos? Si fue así, el truco funcionó. Sin duda engañó a todo el mundo para que creyeran que su yo real estaba todavía allí. Yo tenía que asimilar aquella desconcertante idea. Podía haber un fallo… ¡pero Albert podría no estar muerto, después de todo!

Buenas noticias, ¿no? Me liberaría de una pesada carga, de la obligación única de descubrir la verdad. Por lo que sabía, en aquel mismo momento Alberty una docena de sus leales copias estaban ya en lapista de los villanos, cercándolos con la feroz determinación de vengar su jardín incinerado. Y sin embargo… la idea también trajo consigo una sensación de pérdida. Durante algún tiempo, me había sentido realmente importante. Como si esta pequeña brizna de existencia contara de algún modo en la gran escala de las cosas. La justicia parecía depender de mí. O de lo que yo eligiera hacer.

¿Ahora?

Bueno, mi deber está claro. Informar, por supuesto. Revelar cuanto he aprendido y ofrecer mis servicios a mis superiores.

Pero no es ni de lejos tan romántico como seguir luchando, solo.

Decidí qué hacer mientras Clara hurgaba entre las ruinas, aparentemente mucho más interesada en descubrir el destino de Albert que en participar en su guerra. Si Al estaba vivo, ni siquiera se había molestado en contactar con ella. ¡Ni siquiera para hacerle saber que estaba bien!

Tal vez prefería la compañía de la bella heredera, Ritu Maharal.

Hijo de puta.

A veces sólo ves claramente cuando estás fuera. O mejor aún, convirtiéndote en alguien nuevo.

Muy bien, eso me trae al presente. Mi historia ha terminado. Entregaré una copia para el depósito… por si hay algún Albert por ahí a quien le importe escuchar. Y enviaré un informe abreviado a la señorita Ritu Maharal. Ella fue la última Mienta de Albert, justo antes del ataque con el misil, así que supongo que se merece que le diga que pienso que Eneas Kaolin se ha vuelto un loco asesino.

Pero en realidad lo estoy haciendo por Clara. Ella es el motivo por el que me quedé bajo este chador diez minutos más, rápido-recitando una narración en primera persona de todo lo que he visto y hecho durante el último par de días, hasta este momento. Lo hago a pesar de las amenazas del pequeño idhurón de Pal, que me avisa que cada segundo añadido nos expone más al peligro. Bien por parte de Kaolin o de algún enemigo desconocido, quizás incluso peor.

Da igual. Mi informe probablemente no importará. He descubierto sólo unas cuantas piezas del rompecabezas, después de todo. Estoy muy lejos. de resolver el caso, con toda seguridad.

Tal vez sólo dupliqué un trabajo que ya había sido hecho por otras versiones «mías„ mucho mejores.

Demonios, ni siquiera sé adónde iré a continuación… aunque tengo unas cuantas ideas.

Con todo, puedo decirte una cosa, Clara:

«Mientras este trocito de alma continúe, te recordaré. Hasta que el tanque de reciclado me reclame finalmente, tengo algo, y alguien, por quien vivir.»

33 Impresiones duraderas

…realAlbert ve un desfile en vida contemplativa…

¡Caray!

Este lugar es sorprendente.

Debo pasar a tiemporreal, para describir lo que estoy viendo.

Incluso así, ¿puedo hacerle justicia? Sobre todo teniendo que gruñir aun diminuto grabador-implante que le quité a un golem muerto. Un implante que tal vez no funcione correctamente.

Y sin embargo, ¿qué puedo hacer excepto intentarlo? No mucha gente es testigo de este espectáculo. No sin que le borren después los recuerdos del cerebro.

Un ejército entero está firmes ante mí, clasificado según el rango y la especialidad por escuadrones, pelotones, compañías y regimientos. Proyectando largas sombras a la tenue luz, fila tras fila de figuras fornidas se extienden en la distancia. Ni vivos ni sin vida, silenciosos en el helado aire seco de una profunda caverna subterránea que debe extenderse durante kilómetros, cada soldado está cubierto por una fina capa de gelvoltorio para mantener la frescura, esperando una orden que puede no llegar nunca: una orden para encender las luces y conectar los hornos cercanos, despertando de su sueño a una legión de monstruos de barro.

El cabo Caen dice que tienen un lema en su escuadrón: «Abrir, hornear, servir… y proteger.»

Ese toque irónico, una nota de humor autodespectivo, me tranquiliza. Un poco. Supongo.

Oh, no es una sorpresa demasiado grande. Siempre ha habido rumores de un arsenal secreto (o más de uno) donde se conserva el poder militar real de la nación, dormido pero siempre dispuesto. Sin duda los generales y planificadores del Dodecaedro saben que veinte pequeños batallones de reserva, como el de Clara, no serán suficientes si la guerra real regresa alguna vez. Todo el mundo da por sentado que esas unidades de gladiadores-actores constituyen la punta del iceberg.

Sí, pero verlo ahora, con mis propios ojos…

—Vamos —dice idChen, indicándonos que sigamos su forma simiesca—. Por aquí está el datapuerto seguro que prometí.

Ritu se ha estado frotando la cara con una toallita para quitarse los restos de maquillaje gris desde que entramos en el túnel que corre bajo las profundidades del enorme complejo militar. Sólo que ahora la toallita cuelga de una mano flácida mientras contempla las interminables filas de soldados-golem, firmes en sus finas crisálidas de conservación.

—Sorprendente. Comprendo por qué construyeron esta instalación aquí, bajo la base, para que los guerreros que se entrenan puedan imprimar rápidamente copias para este arsenal. Pero sigo sin entender… —Indica las rígidas brigadas que se alzan ante nosotros—. ¿Por qué necesitan tantos?

Encogiéndose de hombros, Chen se resigna a ser nuestro guía turístico.

—Porque el otro bando puede haber hecho incluso más. —Da un paso zambo hacia nosotros—. Piénselo, señorita. Es barato abrir agujeros. Igual que crear un ejército de ídems preimprintados. No hay que gastar nada en comida ni entrenamiento. No hay seguros ni pensiones y muy poco mantenimiento. Tenemos la confirmación de que lo han hecho en más de una docena de países, algunos de ellos poco amistosos. Los indis tienen su ejército en una gran caverna bajo Lava. Los han del sur, los guats, y los gujarats, todos tienen niegahordas ocultas bajo tierra. Después de todo, ¿quién resiste la tentación? Imagine disponer de una fuerza militar más grande que la de los prusianos en el Maree… una fuerza que puede ser movilizada y transportada a cualquier lugar del inundo en cuestión de horas. Con cada soldado completamente preparado, dotado con las habilidades y la experiencia de un veterano endurecido en la batalla.

—Da miedo —respondí.

Chen asiente.

—Eso nos obliga a tener lo mismo: un cuerpo de defensores, dispuesto para alzarse en pocas horas. En cierto modo, es simplemente cuestión de superar al enemigo.

—Quiero decir que la situación en conjunto da miedo. Esta especie de loca carrera armamentística…

—Tranquila. Considérelo didsuasión: nos aseguramos de que el otro tipo sepa que no saldrá ileso si alguna vez intenta lanzarnos el primer golpe. La misma lógica les funcionó a nuestros antepasados, allá en la era de las nucleares, o ahora no estaríamos aquí hablando.

—Bueno, pues yo opino que apesta —comenta Ritu.

—Amén, señorita. Pero hasta que los políticos consigan por fin negociar un tratado, uno con auténtica capacidad para inspeccionar sobre el terreno, ¿qué otra cosa podernos hacer?

Es mi turno de hacer una pregunta.

—¿Qué hay del secreto? ¿Cómo puede mantenerse esto en esta época? La Ley Secuaz…

—Está diseñada para atraer a los soplones. Cierto. Sin embargo nadie de dentro ha hablado abiertamente de este ejército enterrado. Y el motivo es sencillo, Albert. La Ley Secuaz está diseñada contra la actividad criminal. ¿Pero no crees que los jefazos del Dodecaedro estudiaron con cuidado la legalidad? Nunca negaron tener una reserva de fuerzas de defensa. No hay nada oculto ni ilícito, ninguna persona real ha sido herida de ninguna forma, así que no hay recompensa al soplón. ¿De qué le serviría a nadie denunciar este lugar, entonces? Lo único que conseguiría por las molestias es una denuncia contra las ganancias de toda su vida, para ayudar a pagar el coste de trasladar nuestro ejército de golems a otra parte.

Chen nos mira con suspicacia a Ritu y a mí.

—Y eso os incluye a vosotros dos, por cierto, por si os da por volveros rectos. No nos importan los rumores privados. Id y charlad de generalidades y exagerad con vuestros amigos, si queréis. Pero no pongáis ninguna pix ni detalles de localización en la Red, o acabaríais profundamente endeudados, haciendo pagos mensuales al Dodec. De por vida.

En el mismo »momento en que dijo eso, yo estaba usando el implante de mi ojo izquierdo para grabar la escena. «Para uso privado», me dije.

Tal vez debería borrarla.

—Ahora —insiste Chen—. Vamos a llevaros a ese portal seguro que prometí.

Todavía un poco aturdidos por la velada amenaza del cabo, Ritu y yo lo seguimos en silencio dejando atrás nuevas filas de modernos jenízaros, silenciosos como estatuas, la mayoría teñidos con un estampado azul de camuflaje. De cerca se ve realmente lo grandes que son estos golems de combate. Miden más del doble del tamaño normal, con gran parte de la diferencia dedicada a células de energía extra, para dotarlos de fuerza, resistencia y sensores ampliados.

Aunque la mayoría de las figuras son de miembros gruesos y hombros anchos, sigo buscando la cara de Clara. Sin duda que a ella le habrán pedido que esté entre los moldes, para infundir su habilidad y su espíritu combativo en cientos, quizás incluso miles de duplicados. Me molesta un poco que ella nunca me dijera nada… ¡al menos que no me comentara la escala de todo esto!

Ritu continúa presionando a Chen mientras caminamos.

—Me parece que hay otro peligro aparte de los enemigos extranjeros. ¿No es esta legión una especie de tentación para los que tienen la sartén por el mango? ¿Y si los dodecs, o el presidente, o incluso el protector en jefe, deciden alguna vez que la democracia es demasiado molesta? Imagine a un millón de golems de combate plenamente equipados esparciéndose por el terreno como hormigas furiosas, capturando todas las ciudades en un golpe…

—¿No hubo una pelid con ese mismo argumento, hace unos años? Recuerdo que tenía muy buenos efectos y un montón de acción. Hordas de monstruos de cerámica tiesos y gritando con voz ronca, cargándose todo lo que se interponía en su camino… excepto al héroe, por supuesto. ¡De algún modo, nunca le daban! —Riéndose, Chen abarca con un gesto de su largo brazo a las compañías que nos rodean—. Pero, sinceramente, es muy descabellado. Porque cada uno de estos chicos de masa fue imprintado por un ciudadano reservista licenciado, estrictamente según las regulaciones. Tienen nuestros recuerdos y nuestros valores. Y es difícil orquestar un golpe cuando todos tus sicarios están hechos con tipos como yo, y Clara, que casualmente pensamos que la democracia está bien.

»También están codificados para autodestruirse, y las cifras están distribuidas… —Chen calla, sacude la cabeza—. No, olvide las medidas de seguridad. Si no confía en los procedimiento„ 7la profesionalidad, confíe en la lógica.

—¿Qué lógica, cabo?

Chen palmea el flanco envuelto en plástico de un soldado-golem cercano, quizás uno que contiene un duplicado de su propia alma.

—La lógica de la expiración, señorita. Incluso aumentados con combustible extra, un id de batalla como éste no puede durar más de cinco días. Una semana, corno máximo. La desafío a que encuentre un medio de conservar esas ciudades cautivas, después de eso. Ningún grupito de conspiradores podría imprintar suficientes reemplazos.

Y ningún grupo grande podría mantener un plan semejante en secreto hoy en día.

»No, el propósito de este ejército es contener la primera oleada de un ataque sorpresa enemigo. Después, será la gente la que tenga que defenderse y defender la civilización. Sólo la gente podrá proporcionar suficientes almas y valor para un conflicto abierto. —Chen se encoge de hombros—. Pero eso ya era cierto en los tiempos del abuelo, yen los de su abuelo antes que él.


Ritu no tiene ninguna respuesta para esto y yo consigo permanecer callado. Así que Chen se vuelve de nuevo para conducirnos rápidamente ante más regimientos, cada uno perfectamente situado tras el otro, hasta que perdemos la cuenta de sus filas, asombrados por el enorme recinto de guardianes mudos.

Ritu está especialmente incómoda aquí. Nerviosa y distante, al contrario que al cruzar el desierto juntos. Es posible que en parte tenga que ver con su propio problema para fabricar ídems, y no poder predecir nunca lo que sucederá cuando imprinta. A veces todo sale normal: la Ritu-golem emerge lo suficientemente parecida a ella para compartir las mismas ambiciones y realizar las tareas asignadas, y luego regresar al final del día para la carga de rutina. Otras copias se desvanecen misteriosamente, sólo para enviar crípticos mensajes cínicos.

¿Puedes imaginar cómo es recibir las burlas de alguien que conoce todas las cosas íntimas que has hecho o has pensado?

—Entonces, ¿por qué imprintas? —pregunté durante nuestra larga caminata por el desierto.

¿No lo ves? ¡Trabajo en Hornos Universales! Crecí en el negocio de la barroanimación. Es lo que sé. Y para hacer negocios hoy en día tienes que copiar. Así que horneo un par de golems cada mañana y espero lo mejor.

»Con todo, cada vez que se trata de una cita urgente, o hay que hacer algo bien, intento hacerlo en persona.

Corno este viaje para investigar la cabaña de su padre y el sitio donde murió. Cuando invité a Ritu, ella decidió invertir un día de vida real. Sólo que se han convertido en varios, desde que ese maldito «Kaolin» nos emboscó en la autopista. Está atrapada lejos de la ciudad, sin contactos y acercándose lentamente a nuestro objetivo. Debe de ser frustrante para ella…

Y también lo es para mí. Llegar hasta aquí y descubrir que Clara se ha ausentado sin permiso para ir a hurgar en las ruinas de mi casa mientras yo estoy atrapado en el desierto. Maldición, espero que lleguemos pronto al portal seguro de Chen. Tengo que encontrar un modo de ponerme en contacto…

¡Por fin!

Las columnas de soldados de barro se acaban de una vez. Dejamos atrás a los silenciosos guardianes, sólo para pasar bajo sombras más grandes: fila tras fila de altos autohornos, ahora apagados, pero preparados para conectarse rápidamente y cocer guerreros frescos en gigantescas hornadas, estimulando sus células de almacenamiento de élan para darles una vigorosa actividad y enviar divisiones enteras al auto-sacrificio y la gloria.

Los logotipos de las grandes compañías se alzan sobre nosotros, estampados orgullosamente en estos colosos mecánicos. Ningún símbolo es más prominente que la H y la U inscritas en círculos. Sin embargo Ritu no parece orgullosa, sólo nerviosa, y se frota los hombros y los brazos, y su mirada salta a derecha e izquierda. Tiene la mandíbula apretada y tensa, como si caminar fuera un ejercicio de pura fuerza de voluntad.

Ahora Chen nos guía a través de una verja deslizante hasta otra enorme cámara donde innumerables armaduras cuelgan de ganchos del techo. Un bosque de conjuntos de casco-y-caparazón de duralita, dispuestos para deslizarse sobre los cuerpos todavía calientes del horno. Tenernos que avanzar con cuidado por una estrecha avenida entre hileras, rozando con los hombros uniformes y calzas de metal, agitando juegos de monos refractarios en espectral movimiento.

No puedo evitar sentirme minúsculo, como si fuéramos niños, mientras caminamos de puntillas por un vestuario para gigantes. Esta cámara es aún más intimidatoria que la asamblea de soldados-golea. Tal vez porque aquí no hay ningún alma. Ese idejército era humano, después de todo. Bueno, más o menos humano. Pero esta armería tiene la fría falta personalidad del silicio. Vacíos, los trajes me recuerdan inquietantemente a robots: letalmente inexplicables y carentes de conciencia.

Por fortuna, seguimos avanzando. Minutos más tarde estamos al otro lado, ¡y me alegro de salir de ahí!

En cuanto salimos del «vestuario», Chen me llama para que me reúna con él en la barandilla de un balcón.

— ¡ Albert, tienes que ver esto! Te parecerá interesante, si Clara ha tenido alguna influencia sobre ti.

Al reunirme con él en la barandilla, veo que la terraza da a una tercera galería inmensa, situada un poco por debajo de ésta, que condene el mayor conjunto de armas que he visto jamás: de todo, desde armas pequeñas, pasando por lanzallamas, hasta helico/raptores, ordenado y apilado en estantes, como un gran emporio de destrucción. Una biblioteca central de la guerra.

Chen sacude la cabeza, apenado.

—Insisten en guardar el mejor material aquí, en reserva. Por si acaso, dicen. Pero me gustaría poder usar este material arriba, durante alguno de los encuentros regulares. Como contra esos indis con los que estamos luchando esta semana. Duros hijos de puta. Sería magnífico si…

El idcabo se detiene bruscamente, ladeando su cabeza simiesca.

—¿No has oído algo?

Durante un segundo, estoy seguro de que me está tomando el pelo. Este extraño lugar parece perfecto para dar un susto. Pero luego… Sí, un leve rumor. Ahora lo oigo.

Al mirar hacia abajo, veo por fin unas figuras que se mueven entre las distantes filas de estantes. Algunos son negro azabache y otros del color del acero, y llevan instrumentos y carpetas, y se asoman a los aparatos de muerte almacenados.

Chen susurra una maldición.

—¡Rayos! ¡Deben de estar haciendo una auditoría! Pero, ¿por qué ahora?

—Creo que lo imagino.

Me mira con ojos oscuros bajo su salida frente de simio. Comprende de golpe.

—¡El misil hoodoo! El que frió a tu archi y tu casa. Creí que era otro trabajito casero, como los que hacen los matones urbanos y los criminales en sus sótanos. Pero los jefazos deben de sospechar que lo robaron de aquí. ¡Maldición, tendría que haberlo pensado!

¿Qué puedo decir? La posibilidad se me ocurrió hace tiempo. Pero no quiero asustar a Chen cuando está siendo útil.

—¿Por qué querría nadie del Ejército verme muerto? Lo admito, Clara ha amenazado con romperme la espalda unas cuantas veces… El chiste no tiene gracia. El idsimio de Chen se inquieta. —Tenernos que salir de aquí. ¡Ahora mismo!

—Pero prometiste llevarnos…

—¡Eso era cuando creía que el lugar estaba vacío! Y antes de que se me ocurriera que pudiera estar implicado armamento militar. ¡Y desde luego no voy a meteros de cabeza en medio de un equipo de estirados servidores de la ley!

Chen me agarra por el brazo. —Cojamos ala señorita Maharal y…

La frase queda ahogada cuando los dos nos volvernos y miramos. Ritu estaba justo detrás de nosotros.

Ahora ya no está. El único vestigio es una conmoción a lo largo de una fila de monos de combate colgados, una onda que se pierde en un mar ondulante de torsos que se encogen y cascos que asienten y se inclinan amablemente tras su estela.

34 Captando lo real

…donde sacuden un poco al Pequeño Rojo…

Puede ser difícil penetrar en la mente de un genio.

Normalmente eso no es causa de preocupación, ya que, como es sabido, la auténtica brillantez es directamente proporcional a la decencia, casi siempre: un hecho en el que los demás confiamos más de lo que creemos.

El mundo real no cuenta con tantos artistas locos, generales psicóticos, escritores dispépticos, hombres de Estado maníacos, magnates insaciables o científicos locos como salen en los dramas.

A pesar de todo, las excepciones dan al genio su imagen ambivalente: vivaz, dramático, algo loco, y más que un poco peligroso. Eso contribuye a fomentar la idea romántica, popular entre los tipos límite, de que debes ser escandaloso para estar dotado, insufrible para ser recordado, arrogante para ser tomado en serio.

Yosil Maharal debe de haber visto demasiadas películas malas en su infancia, pues se tragó el tópico enterito. Solo en su fortaleza secreta, sin nadie ante quien responder (ni siquiera suyo real), puede encarnar el papel del científico loco hasta el límite. Peor, cree que en mí está la clave de un rompecabezas: su única oportunidad de conseguir la vida eterna.

Atrapado en su laboratorio, esposado e indefenso, empiezo a sentir un tirón bien conocido: el reflejo salmón. Una llamada familiar que la mayoría de los golems de alto nivel sienten al final de un largo día. La urgencia por correr a casa a descargar, sólo que ahora amplificada muchas veces por estas extrañas máquinas.

Siempre he podido evitarlo, cuando es necesario. Pero esta vez el reflejo es intenso. Una necesidad agónica, mientras me debato contra las ligaduras que me retienen, ajeno a cualquier daño que pueda causar a mis miembros. Un millón de años de instinto me dicen que proteja el cuerpo que llevo. Pero la llamada es más fuerte. Dice que este cuerpo no importa más que un conjunto barato de ropa de papel. Lo que cuentan son los recuerdos…

No. Los recuerdos no. Algo más. Es…

No tengo una terminología científica. Todo lo que conozco ahora es el ansia. Por volver. Por regresar a mi cerebro real.

Un cerebro que ya no existe, según idYosil, quien me informó hace un rato de que el cuerpo real de Albert Morris (el cuerpo que mi madre trajo al mundo hace más de doce mil días) fue reducido a cenizas el martes pasado junto con mi casa y mi jardín. Junto con mis notas del colegio y el uniforme de lobato scout. Junto con mis trofeos de atletismo y la tesis doctoral que siempre quise terminar algún día… y los recuerdos de más de un centenar de casos que resolví, ayudando a descubrir villanos, enviando a los peores a terapia o a la cárcel.

Junto con la cicatriz de bala en mi hombro izquierdo, que Clara solía acariciar cuando hacíamos el amor, a veces añadiendo marcas de dientes que se desvanecían gradualmente de mi resistente carnerreal. Carne que ya no existe. Eso me han dicho.

No tengo forma de saber si Maharal está diciendo la verdad sobre esta calamidad. Pero, ¿por qué mentir aun prisionero indefenso?

Maldición. Trabajé duro en ese jardín. Los melocotones dulces habrían madurado la semana que viene. Bueno, estoy llegando a algún sitio con esta política: me distraigo con inútil cháchara interna. Es una forma de luchar. ¿Pero cuánto tiempo podré mantenerlo antes de qua el reflejo amplificado por volver a casa me haga pedazos?

Peor, el golem-Maharal está hablando también. Parlotea mientras trabaja en su consola. Tal vez lo hace por nervios. O como parte de un plan diabólico para alterar los míos.

—… así que todo empezó décadas antes de que Jefty Annonas descubriera la Onda Establecida. Dos tipos llamados Newberg y d’Aquih localizaron variaciones en la función neural humana, usando primitivas máquinas de imágenes de principios de siglo. Estaban especialmente interesados en las diferencias que aparecían en la zona de orientación, en la parte trasera del cerebro, durante la meditación y la oración.

»Descubrieron que los adeptos espirituales (desde monjes budistas a evangélicos extasiados) todos aprendían al parecer a reducirla actividad en esta zona neural especial, cuya función es enlazar datos sensoriales creando la sensación de dónde acaba el yo y dónde empieza el resto del mundo.

»Lo que esos buscadores religiosos podían hacer era eliminar la percepción de un límite o separación entre el yo y el mundo. Un efecto (un presentimiento de unión cósmica o unidad con el universo) acompañado por la liberación de endorfinas y otros elementos químicos placenteros que reforzaba el deseo de regresar al mismo estado una y otra vez.

»En otras palabras: ¡la oración y la meditación creaban una adicción psicoquímica a la santidad y la unidad con Dios!

»Mientras tanto, otros investigadores buscaban el emplazamiento de la conciencia o el locus imaginario donde suponernos que existen nuestros yoes esenciales. Los occidentales tienden a creer que está localizada detrás de los ojos, que mira a través de ellos, como un diminuto homúnculo que vive dentro de la cabeza. Pero algunas tribus nooccidentales tenían una creencia distinta: que sus verdaderos yoes habitaban en el pecho, cerca del corazón latente. Los experimentadores descubrieron que podían persuadir a los individuos para que cambiaran esta sensación de dónde reside el yo o el alma. Se te podía entrenar para que lo imaginaras fuera de tu cuerpo. ¡Situado en algún objeto cercano… incluso un muñeco hecho de barro! —En medio de esta cháchara, el profesor, de vez en cuando, me dedica una sonrisa—. ¡Piensa en la excitación, Alberti Al principio, estas pistas no se relacionaron. Pero algunos valientes visionarios no tardaron en advertir lo que pasaba: eran piezas de un gran rompecabezas al principio y, luego, una puerta a un reino tan grande y complejo como el universo de la física… e igual de lleno de posibilidades.

Indefenso, veo cómo aumenta otro grado en un dial. La máquina que se alza sobre mí emite un gruñido preliminar y luego envía otra descarga a mi cabecita anaranjada. Consigo reprimir un gemido, pues no quiero darle ninguna satisfacción. Para distraerme, sigo murmurando este informe… aunque no tengo grabadora y las palabras son inútiles y se desvanecen en la entropía mientras las pienso.

Eso es otro asunto. No dejo de decirme que debo ceñirme a mi comportamiento habitual. Un venerable consejo para el prisionero indefenso que hace mucho tiempo me dio un superviviente de un tormento mucho peor que el que Maharal podría jamás infligir. Un consejo que ahora me ayuda cuando…

¡Otra descarga atraviesa mi cráneo! Mi espalda se arquea con espasmos. Sacudiéndome, me siento asaltado por la necesidad de regresar.

Pero, ¿regresar adónde? ¿Cómo? ¿Y por qué me está haciendo esto a mí?

De repente advierto algo a través del cristal que divide el laboratorio de Yosil. Al otro lado veo a grisAlbert. El ídem que fue capturado en la Mansión Kaolin el lunes. El que fue traído aquí, recargado y luego utilizado como molde para hacerme a mí.

¡Cada vez que este cuerpo mío se sacude, el gris hace lo mismo! ¿Nos está haciendo Maharal lo mismo a ambos, simultáneamente?

No veo ninguna gran máquina como ésta apuntando al gris.

Eso significa que algo más está pasando. ¡De algún modo ese ídem está sintiendo lo que yo siento! Debemos ser… ¡agh!

Ésa ha sido fuerte. He mordido tan fuerte que podría haberme roto un diente, si fuera real.

Tengo que hablar. Antes de la próxima descarga.

—¿Qué pasa, Albert? ¿Estás intentando decir algo?

El ídem de Yosil se acerca con su falsa simpatía.

Vamos, Albert. ¡Puedes hacerlo!

Remo… ¡Re-mota! E-estás in-intentando hacer-r-r-r-…

—¿Imprimación remota? ¿A distancia? —Mi captor se echa a reír—. Siempre deduces lo mismo. No, viejo amigo. No es nada tan mundano como ese viejo sueño. Lo que estoy intentando conseguir es mucho más ambicioso. Fasesincronizar los estados alma pseudocuánticos de dos ondas establecidas relacionadas pero espacialmente separadas. Explotar la profunda maraña de tu Locus Unificado de Observador Compartido. ¿Significa eso algo para ti?

Tiemblo. Las mandíbulas chasquean.

—Ob-ob-servador comp…

—Ya hemos hablado de eso. El hecho de que cada persona contribuye a crear el universo actuando como observador, colapsando las amplitudes probabilísticas y… oh, no importa. Digamos que todas las copias de una Onda Establecida siguen relacionadas con la versión original. Incluso la tuya, Albert, aunque les das a tus golems una notable manga ancha.

» ¡Quiero usar la conexión! Irónicamente, eso requiere cortar el enlace original, de la única forma en que puede cortarse…: eliminando el molde prototipo.

—Ma-mataste…

¿Al Albert Morris original, usando un misil robado? Por supuesto. ¿No habíamos zanjado eso ya?

—A ti. ¡Te mataste tú mismo!

Esta vez, el golem gris que tengo delante da un respingo.

—Sí, bueno… eso también. Y no fue fácil, créeme. Pero tenía motivos.

— ¿M-motivos…?

—Y tuve que actuar rápido, además. Antes de que me diera cuenta de lo que planeaba. Incluso así, casi me escapé en esa autopista.

Cada vez es más difícil hablar… incluso gruñir palabras sueltas… sobre todo después de cada espasmo. El implacable golpear de la máquina que tira de los acordes de mi Onda Establecida con un brusco tañido… me hace querer escapar… volver para descargar… a un cerebro hogar que ya no existe.

¡Oh! Esa ha sido fuerte. ¿Cuánto más podré soportar?

¡Muy bien, piensa! Supón que el yo real no existe. ¿Qué hay del gris de la habitación de al lado? ¿Puedo descargar esta alma en él? Sin aparatos de carga que nos cónecten, bien podría estar en la luna. A menos…

A menos que Marahal espere que pase otra cosa. Algo… ¡uhl… poco convencional.

¿Puede… puede ser que espere que yo envíe algo… una esencia mía… a través de la habitación y a través de esa pared de cristal hasta mi gris, sin ningún grueso criocable o sin los aparatos normales de carga que nos conectan?

Antes de que pueda empezar a preguntarlo, siento otra descarga acumulando fuerza, una grande, dispuesta para golpear.

Maldición, ésta va a doler…

35 Barnizado y confundido

…donde el gris del martes siente la necesidad…

Maldición. ¿Qué ha sido eso?

¿He imaginado que una oleada de algo me atravesaba, como un viento caliente?

Podría estar inventándomelo. Atado a una mesa, incapaz de moverme, sentenciado al peor destino imaginable.

Pensar.

Desde que Maharal me hizo imprintar esa pequeña copia anaranjada y me dejó aquí abandonado, he estado intentando idear un plan de huida astuto. Algo que todos esos Albeas cautivos nunca intentaran antes. O, si eso falla, un modo de enviar un mensaje a mi yorreal. Una advertencia sobre el espectáculo de tecnohorror de Yosil.

Sí, lo sé. Vaya cosa. Pero planear, no importa lo inútil que sea, ayuda a pasar el tiempo.

Sólo que ahora estoy sintiendo arrebatos de extraña ansiedad. Pseudoimágenes aleteantes, demasiado breves para recordarlas, como fragmentos de un sueño. Cuando las persigo usando asociaciones libres, todo lo que llega ami mente es una enorme fila de figuras silenciosas… como las estatuas de la isla de Pascua. O piezas en un gran tablero de ajedrez.

Cada pocos minutos tengo otro episodio de salvaje y claustrofóbica necesidad de dejar esta prisión. De volver a casa. De huir de este cuerpo sofocante que llevo y volver al que cuenta. Un cuerpo hecho de carne casi inmortal.

Y ahora, algo corno un feo rumor susurra: «Ya no hay ningún yo al que volver.»

36 Canción triste de la calle ídem

…el verde se va de marcha…

¡El idemburgo!

¡Rayos!

Tras salir del Templo de los Efímeros, idPal y yo nos apresuramos por la Cuarta Avenida dejando atrás dinobuses que gritaban y bufaban, transportando sin pausa obreros baratos. Camionetas y brontonetas se gruñían unas a otras, pugnando por entregar sus repartos, mientras que chicos de los recados corrían con sus largiruchas piernas, pasando por encima de las cabezas agachadas de los fornidos epsilons, que marchaban a los pozos subterráneos sin un solo pensamiento o una sola preocupación. Obsesivos iddiablos corrían retirando escombros o basura, para mantener la calle inmaculada. Y avanzando imperiosamente entre todos aquellos desechables estaban los señoriales grises, marfiles y ébanos que llevaban el cargamento más precioso de todos: recuerdos que los seres humanos reales podrían querer cargar al final del día.

El idemburgo es parte de la vida moderna, ¿entonces por qué me resultaba tan poco familiar esta vez? ¿Por todo lo que había aprendido como frankie, a la madura edad de casi dos días?

Evitando el edificio Taller, donde el martes la redada causó al pobre Albert problemas superiores a él, tomé por un «atajos recomendado por el pequeño amigo en forma de comadreja que viajaba encaramado en mi hombro. Pronto dejarnos el distrito comercial, con sus rebosantes fábricas y oficinas, y nos dirigimos al sur por la zona de las callejas: un mundo de estructuras en deterioro, caprichos inquietos y perspectivas a corto plazo.

Los ídems que se encuentran en esa zona fueron enviados a misiones que tienen poco que ver con los negocios o la industria.

Un cartel destellante gritaba: ¡E-VISCERAL! Los reclamos esperaban fuera, teñidos de colores chillones, llamando a los transeúntes para que entraran a disfrutar del «viaje de sus vidas». A través de las pa_ redes arrasadas vi que un edificio de veinte plantas había sido convertido en una gigantesca atracción de feria: una montaña rusa que giraba salvajemente sin correas ni arneses de seguridad, y con la característica añadida de que muchos clientes tenían armas e intercambiaban disparos con los que viajaban en otros carros. ¡Qué divertido!

A continuación llegó una fila de barroalcahuetas e idburdeles (con exagerados golems de toda clase sonriendo tras ventanas con chillonas cortinas) para aquellos que no pueden permitirse que sus fantasías sean fabricadas a la carta y enviadas a sus casas.

Luego llegamos a los mismos carriles de batalla cubiertos de hollín que visité de adolescente, aún marcado con advertencias de riesgo de cintaleteante y kioscos baratos que alquilaban armas para aquellos que habían olvidado traer las suyas propias. Se anunciaba una colección de cabezas gratis, como si alguno de aquellos negocios se atreviera a cobrar por el servicio tradicional. «¡Déjenos prepararle su guerra de bandas!», gritaba otro. «¡Descuentos en fiestas de cumpleaños!»

Ya sabes. La basura de siempre. Embarazosos recordatorios de juventud.

Me distraía por otro motivo. Mi piel había empezado a desgajarse. La cobertura gris que había parecido tan pija y de alta calidad en la mansión Kaolin, cuando recibí mi tratamiento de renovación para otro día de vida, no era al parecer más que un rociado barato. Una vez que empezó a pelarse, todo empezó a caerse a tiras, descubriendo la capa anaranjada de debajo. Cuando froté el picajoso material recuperé el tono original de mi cuerpo: verde utilitario. Bueno para cortar el césped y limpiar el cuarto de baño, no para jugar a los detectives.

—Gira aquí a la izquierda, luego a la derecha en el siguiente cruce —dijo ideal. Sus garras se me clavaron—. Pero cuidado con los Capuletos.

— ¿Cuidado con qué?

Supe a qué se refería pocos minutos después, al doblar una esquina, y me detuve sorprendido a contemplar una calle que había sido intensamente transformada desde la última vez que me aventuré en esta zona del idemburgo: todo un bloque, meticulosamente reconstruido como un fragmento perdido de la Italia renacentista, desde los adoquines a una llamativa fuente de Brunelleschi en la gran piazza, frente a una iglesia románica. A cada extremo se alzaba una fortaleza-mansión ornamentada de balcones festoneados con los aleteantes estandartes de casas nobles en competencia. Bravucones multicolores se asomaban a las terrazas para gritar a los que pasaban por abajo, o patrullaban con caireles en los muslos, con calzas y abultadas entrepiernas. Hembras pechugonas deambulaban entre las tiendas de seda, exhibiéndose ante los vendedores que ojeaban mercancías sabrosamente arcaicas.

Una recreación tan lujosa era demasiado para el idemburgo, donde todo podía quedar arrasado por el fuego de bazooka de una golemguerra cercana fuera de control. Pero pronto advertí que el riesgo era la justificación de su existencia. El motivo de su población indídgena. Unos gritos estallaron cerca de la fuente. Un tipo a rayas rojas y amarillas empujó a otro con la piel y la ropa a lunares… cada uno los colores de una casa feudal. Brillantes espadines silbaron bruscamente, resonando como campanas, mientras una multitud se reunía para animar y apostar en argot falso-shakespeariano.

«Ah —pensé, comprendiendo—. Uno de ellos debe de ser Romeo. Me pregunto si todos los miembros del club representan el papel por turnos, o si es una cuestión de grado. Tal vez rifan el honor a diario, para financiar este lugar.»

Desempleados y aburridos de los cautelosos juegos del extrarradio, aquellos aficionados tenían que levantarse temprano para enviar aquí sus ídems al filo del amanecer, y luego pasar inquietos el resto del día en casa, esperando ansiosamente otra descarga de drama, vivo o muerto. Nadalegalmente experimentable en carnerreal podría equipararse a la vívida y alterna vida que llevaban aquí.

¡Y yo que creía que frene era rara!

«Tranquilo, Albert —me reprendió una parte de mí—. Tú tienes un trabajo y montones más. El Inundo real tiene significado para ti. Otros no tienen tanta suerte.»

«¿Ah, sí? —respondió otra voz interior—. Cierra el pico, capullo. Yo no soy Albert.»

Varios bravucones a lunares se apartaron del duelo para observarnos a Pal y a mí, mientras pasábamos bajo un cercano porche con columnata. Se nos quedaron mirando con mala cara, las manos en los pomos de las espadas.

Deben de ser Capuletos», me dije, y esbocé una rápida e inofensiva reverencia para apresurarme luego, la mirada gacha.

Gracias, Pal. Menudo atajo.

Vaya moda. Pronto descubrí que todo aquel sector del idemburgo había sido entregado a las simulaciones, extensiones enteras de edificios abandonados que recobraban la vida como modelos de imitación. La manzana siguiente tenía por temática el salvaje Oeste, con pistoleros teñidos de todos los tonos del desierto Pintado. Otra calle continúa un escenario de metal y cristal estilo ciencia ficción que no tuve tiempo de estudiar con más detalle mientras pasábamos de largo. El punto común era el peligro, por supuesto. Oh, cierto, la realidad virtual digital ofrece una gama aún mayor de sitios raros, vívidamente mostrados en la intimidad de tu propio chador. Pero ni siquiera los apliques sensores pueden hacer que la RV parezca real. No como esto. No es extraño que el ciberreino sea cosa de los ciberchalados.

La siguiente zona era la más grande de todas, y la más aterradora.

Abarcaba seis manzanas enteras, con gigantescas holopantallas a cada extremo, y producía la ilusión de un interminable paisaje urbano. Un cruel paisaje urbano de casas desvencijadas y gélida familiaridad. Un mundo que mis padres solían describirme. La Transición de la Perdición. Esa época de miedo y guerra y racionamiento casi había terminado cuando yo nací, cuando el idemboom empezó a liberar su cornucopia, junto con el salario púrpura. Pero las cicatrices mentales de la Perdición todavía afligen a la generación de mis padres, incluso ahora.

«¿Por qué?», me pregunté, mientras contemplaba la inmensa imitación. ¿Por qué iba nadie a tomarse tantas molestias e incurrir en tamos gastos tratando de recrear un infierno del que escapamos a duras penas? Incluso el aire parecía neblinoso, cubierto de algo acre que picaba en los ojos. «Smog», creo que se llamaba. Para que hablen de verosimilitud.

—Casi hemos llegado —me urgió Paloide—. Ese edificio de ladrillo a la izquierda. Luego sube las escaleras.

Seguí sus indicaciones, y subí de dos en dos los escalones frontales de un arrasado edificio de apartamentos. El realista vestíbulo tenía goteras que recogían en un cubo y un papel pintado anticuado despegado de la pared. Estoy seguro de que habría olido a orines si hubiera estado equipado con todos los sentidos.

No vi a nadie mientras subía tres tramos de escaleras. Pero oí ruidos tras las puertas cerradas; sonidos furiosos, ansiosos, apasionados o violentos, incluso el llanto de los niños. «La mayoría probablemente han sido generados por ordenador, para darle realismo —pensé—. Para hacer que el lugar parezca repleto de clientes.» Con todo, ¿por qué querría nadie experimentar esa clase de vida, ni siquiera por capricho?

Mi compañero indicó un sucio pasillo.

—Alquilé uno de estos apartamentos hace unos meses, para que me sirviera de piso franco para reuniones especiales. Es mejor que mantengamos nuestra reunión aquí, en vez de en mi casa. Además, está más cerca.

Me indicó una puerta con el número 2-B medio descascarillado. Llamé con los nudillos.

—¡Pasa! —gritó una voz familiar.

El pomo giró bajo mi mano. Piezas de metal caras, oxidadas a placer para emitir un chirrido característico. Lo mismo hicieron los goznes, mientras entraba en una habitación decorada al viejo estilo del solterón.

Algunas personas se levantaron cuando entré, excepto, naturalmente, la que yo había venido a ver. La silla de mantenimiento vital de Pal zumbó mientras avanzaba y alzaba las dos ruedas, una moderna tecnoanomalía entre toda esa falsa pobreza.

—¡Gumby! Te había dado por perdido… hasta que recibí ese informe tuyo hace una hora. ¡Qué aventura! ¡Abrirte paso hasta Hornos Universales! ¡Un ataque priónico! ¿De verdad viste aun Monis gris meterse en el culo de una pala? —se echó a reír—. Luego un encuentro con Eneas Kaolin. ¡Y no puedo cargar todas esas cosas tan divertidas en el garito de Irene!

Las manos nudosas de Pal buscaron al idhurón, pero idPal, súbitamente, se acobardó y rodeó mi cuello hasta posarse en el otro hombro.

—Eso puede esperar —replicó la pequeña versión de mi amigo—. Primero, ¿por qué está aquí Gadarene, y quiénes son estos otros tipos?

Yo también había reconocido al fundamentalista que tanto odiaba a los golems. Su presencia en el idemburgo era como si el Papa fuera al infierno. El pobre tipo debía de estar desesperado y se notaba en su cara real.

Había un verde frente a Gadarene, y supuse que sólo podía ser Lum, el fanático de la emancipación. Aquel rostro barato de barro sólo guardaba un leve parecido con su original, pero asintió con amable familiaridad.

—! Así que consiguió salir de HU, idMorris! Me mostré escéptico cuando el señor Montmorillin nos instó a que nos reuniéramos aquí. Naturalmente, me encantaría saber cómo consiguió aumentar su lapso de vida. ¡Eso podría ser un auténtico revulsivo para los oprimidos!

—Yo también me alegro de verle —respondí—. Y las explicaciones vendrán a su debido tiempo. Pero primero, ¿quién es él?

Señalé al tercer invitado de Pal. Un golem teñido de tonos malva, con una franja más oscura que le corría en espiral desde lo alto de la cabeza hasta abajo. El rostro elegido por el ídem era desconocido, pero la sonrisa me provocó una súbita sensación de preocupante familiaridad.

—Así que volvemos a vernos, Morris —dijo la copia en espiral, con un ritmo al hablar que despertó en mí viejos recuerdos—. Si nuestros caminos siguen cruzándose, empezaré apensar que me estás siguiendo.

—Sí, cierto. Y saludos también para ti, Beta.

Por mucho que odiara a ese tipo, necesitaba hacerle algunas preguntas.

—Creo que es hora de que hablemos de Eneas Kaolin.

37 Traidción

…realAlbert se lastima un dedo…

Finalmente renuncié a subvocalizar en tiempo real. Era demasiado agotador utilizar esa pequeña grabadora de energía mandibular. ¡Mi cuerpo real no está hecho para eso! De todas formas, las cosas se complicaron cuando Ritu nos abandonó en aquella enorme base subterránea y desapareció entre un gran ejército de silenciosos muñecos defensores.

Al principio, el cabo Chen y yo nos quedamos mirando asombrados. ¿Adónde se había ido? ¿Por qué demonios nos dejaba, yen aquella caverna fantasmagórica, nada menos?

Chen estaba hecho polvo. Quería sacarme de allí, ahora que había visto a los auditores husmeando, quizás investigando quién había robado el misil que me había «matado». Por otro lado, el idcabo no podía abandonar sin más a Ritu Maharal, dejando que una civil (una civil real) vagara por la base secreta sin escolta.

—¿Tienes algún aparato que pueda rastrear el calor corporal residual?—pregunté en un susurro, indicando los trajes de batalla que colgaban en ordenadas filas que se extendían eternamente—. ¿O algo que detecte productos residuales metabólicos?

Mi simiesco compañero vaciló.

—Si lo admito, podrías tener algo que denunciar.

—¿Yo? Oh, sí.

El ejército golem se supone que debe protegernos de otros ejércitos golem. Podría ser más difícil justificar material que localiza a gente real. Sólo la policía puede tener cosas así, bajo llave.

Me encogí de hombros.

—Supongo que entonces dejaremos que Rita deambule por ahí. Si se pierde, podrá usar alguna de esas grandes máquinas para despertar a algún soldado y preguntarla dirección. ¿Mencioné que trabaja en Hornos Universales? Chen gruñó.

—! Maldición! Está bien. Sígueme.

Se dio media vuelta y echó a correr con sus patas zambas hacia un extremo del enorme vestuario.

La mayoría de los trajes compuestos de mono y casco estaban cortados para cuerpos enormes como los que habíamos visto en el Salón de los Guardianes. ¿Cómo esperaba ese cabo Chen encajar en uno? Pronto tuve la respuesta. Las últimas docenas de filas contenían diversos atuendos de todas las tallas, con una sorprendente variedad de miembros y apéndices. Al parecer, había ídems de combate especializados que nunca veíamos en la tele, ni siquiera en las guerras de primera división.

—Los trajes con franjas verdes y ámbar son modelos de explorador —explicó—.Tienen camuflaje adaptativo y todos los sensores… incluido algunos que podrían servir a nuestras necesidades para rastrear… Hum, para encontrar y ayudar a la señorita Maharal.

Chen estaba muy nervioso por todo aquello. Sus ojos iban de un lado a otro y adiviné qué estaba pensando. Habría sido más sencillo si Ritu hubiera conservado su disfraz, como yo. Pero el maquillaje le producía picor en la piel y por eso se lo quitó.

— ¿Podría una persona real usar uno de éstos? —pregunté, acariciando la manga de un uniforme blindado que colgaba cerca.

—Podría… oh, ya entiendo. Si Ritu se metiera en un traje y lo sellara adecuadamente, no dejaría ningún rastro de residuos orgánicos tras de sí. Sí. Lo primero que tendría que comprobar es si vino por aquí.

Chen eligió un uniforme de explorador, mucho más pequeño que la media, para que encajara en su simiesco idcuerpo, y empezó a manipular las cremalleras. Yo me coloqué detrás, extendí las manos, como para ayudarlo…

Y lo agarré por los hombros con el brazo izquierdo, lo sujeté con fuerza por la cabeza con el derecho y se la torcí con fuerza.

Yo tenía un par de cosas a mi favor: músculos fuertes realhumanos y el elemento sorpresa. Pero ¿cuántas fracciones de segundo pasarían antes de que su entrenamiento militar anulara mi ventaja?

—¿Qué…?

Dejó caer el uniforme y me agarró los brazos, gritando, tratando de rebullirse, buscando una presa.

Chen podía ser un profesional, pero yo sabía un par de cosas sobre traición y asesinato. Y su cuerpo de recolector de impuestos no era demasiado bueno. El cuello chasqueó, justo a tiempo, mientras él tiraba con fuerza de mi pulgar, causando una incendiaria erupción de dolor. —iAy! —grité, soltándolo y sacudiendo el dedo lastimado.

El golem resbaló de mis brazos y cayó al suelo. Tendido y paralizado, aún pudo verme maldecir y bailar y chuparme el pulgar. Vi que sus ojos se llenaban de comprensión.

Chen sabe que soy real. Y queme ha lastimado.

Incluso mientras la luz de la conciencia empezaba a apagarse, la boca del ídem se movió, formando una sola palabra, sin aire para darle voz. —Disculpa —silabeó.

Entonces la Onda Establecida se volvió plana. Pude verla… casi la sentí escapar.

Mi siguiente movimiento era de esperar. Seguía necesitando aquel portal seguro que Chen había prometido y al que acababa de mostrarme cómo llegar a salvo: llevando uno de estos uniformes de explorador. Sus sensores me ayudarían a detectar y evitar a aquellos auditores del Dodecaedro que habíamos visto. Y tal vez a captar la pista de Ritu, si tenía suerte.

Sinceramente, su desaparición no era mi mayor preocupación. En cuanto estuve adecuadamente sellado y seguro de que tenía aire, me incliné para recoger la figura de barro que tenía a mis pies. Pobre idChen. Me gustaría decir que mi intención era ponerlo en un frigorífico, y salvar los recuerdos del día. Pero sólo necesitaba un lugar donde esconder el barro deteriorado, preferiblemente un contenedor de reciclado anónimo.

De todas formas, el cabo Chen real no se beneficiaría cargando lo que había sucedido allí ese día. El mejor favor que podía hacerle era borrar su implicación.

Muy bien, tal vez eso era racionalizarlo por mi parte. Lo había matado por un motivo más que nada. En cuanto se hubiera puesto el uniforme de explorador, habría empezado a buscar a un humano real… y habría encontrado a uno justo a su lado. Algo muy poco conveniente para mí. No podía permitirlo.

Creo que él lo comprendió, al final.

No había ningún contenedor de reciclado cerca, así que le quité la placa de identificación y arrojé el resto a un vertedero.

Si llego a salir de este lío, compensaré a Chen.

Algún día insistiré en invitarlo a cenar. Aunque él no tendrá ni idea de por qué.

Sólo tardé unos minutos en pillarle el tranquillo al equipo y ajustar los parámetros de camuflaje a los niveles de luz del fondo. Como un calamar o un pulpo, la piel sensible a la luz ondeó para encajar con lo que había detrás de mí. Una muestra difusa, sin duda. No auténtica invisibilidad, sino una versión mucho mejor de la que puedes comprar hoy día en el Hobby Store. Bastante bueno, para engañar a la mayoría de los sistemas de reconocimiento de pautas de movimiento, digitales, orgánicos o de barro.

Sí. Incluso después de la Gran Desregulación, los del Gobierno todavía se las apañan para gastar nuestros impuestos desarrollando cositas chulas.

Con los sensores de mi uniforme de explorador en alerta máxima, me dirigí al lugar donde Chen había localizado a aquellos auditores. Tal vez intentara escuchar un rato para averiguar por qué sospechaban que se había usado material militar robado en mi asesinato. Aún más importante, ese portal de acceso seguro a la Red debía de estar en alguna parte tras la sala de armas.

También esperaba una máquina de aperitivos. ¡Sin duda que la gente real venía aquí abajo algunas veces! Ser orgánico está bien, pero tiene sus desventajas. A estas alturas, tenía tanta hambre que ni siquiera la autohipnosis podía distraerme de los retortijones.

Agradecí que el uniforme de explorador tuviera absorbedores de sonido. ¡Los gruñidos de mi estómago parecían capaces de despertar al ejército dormido de la sala de al lado!

Menos mal que existe la tecnología.

38 Yo, Anforo

…rojo, gris y otro se encuentran a través del espacio y el tiempo…

Como un contenedor, o varios, desbordándose, me lleno. ¿Mi único deseo? ¡Vaciar todos estos receptáculos que soy.


La prisa por reunir… por recombinar… por juntar, me abruma. ¿Pero cómo yo?

¿Qué yo?

¿Por qué, cuándo y dónde yo?

Todas las famosas preguntas de los periodistas, que se dan la vuelta para morder al reportero.

Yo. Dobles yoes. Idénticos, pero diferentes. Pues un yo sabe cosas que el otro ignora.

Uno ha visto vasijas de barro rescatadas de naufragios de hace dos mil años. Figuras maternas o prostitutas que fueron modeladas con barro de un río hace veinte milenios. Símbolos como cuñas, marcados a mano, allá cuando las primeras manos aprendieron a garabatear pensamientos…

Uno ha visto todas esas cosas. El otro yo se agita, preguntándose de dónde vienen todas esas imágenes. No recuerdos, sino fresca, inmanente experiencia en lo crudo y lo real.

Sé lo que está haciendo Maharal. ¿Cómo podría no saberlo?

Sin embargo el objetivo de toda su tortura sigue siendo un misterio. ¿Se ha vuelto loco? ¿Se enfrentan todos los ídems al mismo destino cuando se convierten en fantasmas, lanzados a la deriva sin el ancla de un hogar-alma?

¿O está explorando un nuevo modo para que vibre la Onda Establecida? Múltiplemente.

Me siento cada vez menos un actor individual. Más bien como un reparto entero. Un coliseo.

Soy un foro.


¡Ah! Esto no se parece a la sensación familiar de carga que todos conocemos: absorber pasivamente los recuerdos mientras una réplica del alma-onda fluye de vuelta para combinarse con la original. En cambio, dos ondas parecen correr en paralelo, gris y roja pero iguales en estatus, ambas interfiriendo y reforzándose, combinándose hacia la coherencia mutua…

Y zumbando al fondo, como un mal guía turístico o un conferenciante odiado, la voz de idYosil me dice, una y otra vez, que los observadores crean el universo. Oh, pincha y se burla con cada pulsación del reflejo salmón, urgiéndome a «ir a casa», a una autobase que ya no existe.

—Respóndeme a un acertijo, Morris —pregunta mi torturador—.

¿Cómo puedes estar en dos lugares a la vez, cuando no estás en ninguna parte?

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