Zakalwe haciendo su trabajo;
esas nubéculas de humo que giran perezosamente sobre la ciudad,
agujeros negros en el aire del mediodía, el resplandor del Punto de Impacto;
¿te han dicho lo que deseabas saber?
O azotado por la lluvia que te arranca la piel sobre el desierto de cemento,
isla fortaleza rodeada por las aguas;
caminaste entre las máquinas hechas pedazos,
y observaste mediante ojos libres de drogas
buscando artefactos de otra guerra,
y el lento castigo que desgasta el alma y la maquinaria.
Jugaste con plataformas, deslizadores y naves,
con armas, unidades y campos,
y escribiste una alegoría de tu regreso
con las lágrimas y la sangre de otros;
la vacilante poesía de tu ascenso
desde una mera gracia tambaleante.
Y aquellos que te encontraron
te hicieron suyo y te alteraron.
(«Eh, muchacho, tú contra nosotros, el hombre contra los proyectiles cuchillo.
Enfréntate a nuestra velocidad, nuestra inercia y nuestro secreto sangriento:
¡el camino que lleva al corazón de un hombre atraviesa su pecho!»)
Pobre niño salvaje…
Creían que eras su juguete, un resto viviente del pasado
y se felicitaban de haberte encontrado
porque la utopía engendra pocos guerreros.
Pero tú sabías que tu presencia creaba una incógnita
en cada plan trazado.
Te tomaste muy en serio nuestro juego
y comprendiste lo que ocultaban nuestros trucos
y nuestras glándulas alteradas,
y creaste tu propio significado con los huesos y los restos.
La trampa en que habían caído esas existencias de invernadero
no estaba hecha de carne,
y lo que nosotros nos limitamos a saber
tú lo sentiste
en lo más profundo de tus células deformes.