La idea que constituye la base de esta novela me vino por primera vez en 1965. La he desarrollado durante ocho años, tiempo en el cual también la comenté con muchos amigos. A ellos, por último, les doy las gracias por haberme escuchado, en la esperanza de que este libro merezca la pena. Son demasiadas las personas que debería mencionar individualmente, pero debo especial gratitud a los siguientes amigos:
Graham Charnock, que sugirió los gremios.
Christine Priest, que persuadió a una computadora para que me dibujara un planeta con forma de hipérbola.
Fried. Krupp, de Essen, quien, sin saberlo, suministró la computadora.
Kenneth Bulmer, que escuchó más tiempo y con más paciencia que la mayoría, y que me alentó a escribir primero el cuento y luego el libro.
Brian Aldiss, que quería que la ciudad marchase en sentido contrario.
Virginia Kidd, que finalmente me convenció de que podría dar en la tecla cuando me informó que hay un hueco tan grande en la física que por él podía pasar toda una ciudad.