Nick Chopper se encontraba junto a la puerta del cobertizo y pensaba con furia. Tras él, los siete supervivientes del ataque yacían con diferentes grados de imposibilidades. Nick mismo no había salido totalmente indemne pero todavía era capaz de caminar… y, si era necesario, de luchar, se dijo a sí mismo con tristeza. Todos los demás, a excepción de Jim y Nancy, estarían imposibilitados por lo menos durante unos días.
Suponía que Fagin había tenido razón al ser tan complaciente con Swift; por lo menos así el salvaje había cumplido su palabra de dejar que Nick recogiese y cuidase a sus amigos heridos. Sin embargo, cada vez que Nick pensaba en el ataque, o en Swift, sentía reanudarse en él el deseo de guerra. Le hubiera gustado quitarle una a una las escamas a Swift y usarlas para cubrir un cobertizo a la vista de él.
No estaba rumiando pensamientos; estaba pensando realmente. Por primera vez en muchos años estaba valorando una decisión de Fagin. Le parecía ridículo que el profesor pudiera escapar del poblado de las cuevas sin ayuda; no había podido luchar contra la gente de Swift durante el ataque, y si tenía algunos poderes para ello que Nick no conocía, había sido el momento de usarlos. De nada valía que se fuera por la noche; sería rastreado y apresado nada más empezar el día.
¿Pero qué podían hacerle en realidad los habitantes de las cuevas a Fagin? El duro material blanco con el que estaba cubierto el profesor —o del que estaba hecho, pues eso no lo sabía Nick—, podía estar a prueba de cuchillos y lanzas; este punto no se le había ocurrido nunca pensarlo ni a Nick ni a sus amigos. Podía ser ésa la razón por la que Fagin se estaba comportando con tanta docilidad ahora que su pueblo podía ser herido; podía ser que planease actuar con más efectividad cuando estuviera solo.
Le gustaría hablar de ello con el profesor sin la interferencia de Swift. Por supuesto, de nada le servía al jefe escucharles, pues no podía entenderles, pero sabría que estaban conferenciando y estaría preparado para bloquear cualquier actividad planeada. Si fuera factible alejar a Swift del campo de escucha…, pero si eso fuera posible ya no habría problema. El núcleo del problema era que Swift no podía ser alejado.
Ya era de noche y estaba lloviendo. Los invasores, de momento, estaban protegidos por los fuegos del poblado. Sin embargo, reflexionó Nick, nadie cuidaba los fuegos. Miró hacia arriba, a las gotas de treinta a cincuenta pies que brotaban sin cesar del cielo negro; siguió a una de ellas hasta un punto situado a unas trescientas yardas por encima de su cabeza. Allí desapareció atrapada por la corriente ascendente formada por las hogueras. En el poblado de Fagin no causaban ningún problema las gotas que caían verticalmente.
Otra gota, más grande, que cayó más allá del resplandeciente doble anillo de protección, fue más efectiva. Cayó sobre el suelo a cincuenta yardas de uno de los fuegos exteriores. Las predecesoras habían enfriado la tierra lo suficiente como para permitir que quedara en forma de líquido, y durante unos breves momentos se pudo ver cómo era atraída hacia la hoguera por el impulso de las corrientes de convección del mismo fuego. Luego el calor irradiado la hizo desaparecer; pero Nick sabía que todavía estaba allí. Había sido claramente cristalina, libre de las burbujas suspendidas de oxígeno. Ahora era vapor puro, igualmente libre de la necesidad de combustión. Nick habría asentido con satisfacción, si su cabeza hubiera podido moverse libremente, cuando el fuego comenzó a enfriarse repentinamente al paso de la invisible nube y a los pocos segundos desapareció.
Quizá alguno de los atacantes notó el incidente, pero lo cierto es que no hicieron nada.
Cinco segundos más tarde, Nick ya había elaborado su plan.
Salió del cobertizo y se dirigió al almacén principal de materias combustibles. Una vez allí cargó con todo lo que pudo y lo llevó adonde se encontraban los heridos. Ninguno de los invasores le detuvo o preguntó algo; ninguno había hablado con él desde que se concluyó la tregua. Dentro del cobertizo formó y encendió una fogata con rapidez. Cuando consiguió que resplandeciera, encendió una antorcha y regresó a la pila de leña. Colocó el extremo de la antorcha sobre la pila para que le iluminase mientras realizaba el trabajo; luego hizo varios viajes más acarreando leña hasta el cobertizo y dejando la antorcha sobre la pila en donde la había colocado. Por fin, cuando el cobertizo estaba lleno de madera, abandonó su trabajo.
Pero dejó allí la antorcha.
La madera de Tenebra arde mal; no produce llama. La estaca tardó algún tiempo en quemarse por su base y todavía pasó más tiempo antes de que el aumento de resplandor de la zona que rodeaba el poblado demostrase que había prendido el montón principal. Ni siquiera entonces se produjo alguna reacción entre los invasores. Estos se habían agrupado en un círculo alrededor del robot, quien permanecía en su posición habitual en el centro del poblado.
En aquel momento, más de la mitad de los fuegos periféricos habían desaparecido, así como la mayor parte de ellos en el anillo exterior. También se habían apagado uno o dos de los del anillo interior y Nick empezó a percibir signos de inquietud en el grupo de los habitantes de las cuevas. Cuando murió el último de los fuegos exteriores comenzó a crecer un murmullo entre las filas de Swift, y Nick se rió para sí mismo. Swift podía tener problemas para manejar a sus hombres una vez que desapareciera la protección contra la lluvia y no tuviesen cuevas en las proximidades. Si el murmullo continuaba, el jefe tendría que hacer algo, y lo único que podría hacer, pensaba Nick, sería pedirle ayuda. Eso significaría una buena dentellada a su autoridad.
Pero Nick subestimaba a su corpulento compañero. Desde las proximidades del robot su voz sonó repentinamente espetando una serie de órdenes, y obedientemente, una docena de sus hombres corrieron desde la parte exterior del grupo hacia uno de los fuegos que todavía ardía. Allí, para el disgusto de Nick, cogieron palos de la pequeña pila de leña que se encontraba al lado, los encendieron por un extremo y se dirigieron con las antorchas a los fuegos muertos encendiéndolos sin la menor dificultad. Evidentemente, los habitantes de las cuevas no dormían toda la noche en sus agujeros; alguno le había vigilado desde las cuevas mientras él manejaba las hogueras, y era capaz de tener ideas al respecto. ¿Sabían también que era necesario reponer la leña consumida…? En efecto. Estaban colocando más madera en todos los fuegos. Sin embargo, Nick notó con satisfacción que no quedaba mucha madera; no tendría que esperar mucho antes de que las pequeñas pilas que había a cada lado se extinguiesen. Los invasores habían confundido a la pila principal, que ardía ahora furiosamente, con otra fogata; Swift tendría que encontrar una rápida solución cuando las reservas desaparecieran.
Este demostró ser capaz de hacerlo. Fue una suerte para Nick el haber sido capaz de permanecer despierto, pues los hombres de Swift no anunciaron su llegada. Se presentaron de improviso.
Se aproximaron desarmados, para la sorpresa de Nick, pero se acercaron a la puerta del cobertizo sin la menor vacilación, casi como si estuvieran esperando que él se haría a un lado para dejarles pasar. Cuando él no lo hizo así, se detuvieron. El más próximo estaba a media lanza de él. Iba a tratar de decir algo, pero Nick habló primero.
—¿Qué queréis? Mis amigos están heridos y no puedo ayudaros. No hay sitio en el cobertizo. Ir a los otros si queréis abrigo.
—Swift nos envió por leña —dijo la frase con calma, sin que «nada más» se escondiese tras ella, por lo que Nick pudo colegir por el tono.
—Sólo tengo lo necesario para mantener mi fuego esta noche. Tendréis que usar la de las otras pilas.
—Ya la hemos gastado.
—No es culpa mía. Sabéis que la leña se gasta en el fuego; no debisteis poner tanta.
—No nos lo dijiste. Swift dice que deberías darnos de la tuya, te vimos cogerla, y decirnos cómo debemos usarla.
Era evidente que el jefe había comprendido por lo menos parte del plan de Nick, pero ahora ya nada podía hacer, salvo recuperarla.
—Ya os dije que sólo tengo lo necesario para este fuego. No os la daré; la necesito para mí y para mis amigos.
Para su sorpresa, se retiraron sin decir nada más. Por lo visto habían ido todo lo lejos que se lo permitían sus órdenes y regresaban a pedir otra. La iniciativa no era corriente bajo el dominio de Swift.
Nick vio cómo el grupo se unía al núcleo principal y se abría paso hasta el jefe. Luego se volvió y le dio un codazo a Jim.
—Levantaros tú y Nancy —susurró—. Swift no se va a quedar con los brazos cruzados. Lucharé mientras pueda y vosotros me proveeréis de armas.
—¿Qué quieres decir? —los pensamientos de Nancy eran menos rápidos de lo normal.
—No puedo luchar contra ellos con hachas; acabarían conmigo en dos minutos, pues estoy cansado y sería muy lento. Voy a usar antorchas… ¿Recordáis lo que se siente al quemarse? Ellos no; les puse al corriente de ello cuando estuve en su poblado y fueron siempre muy cuidadosos, por tanto ninguno de ellos ha tenido ninguna experiencia real. ¡Ahora la van a tener!
Los otros dos ya se encontraban de pie.
—De acuerdo —dijo Jim—. Encenderemos las antorchas y te las pasaremos cuando nos las pidas. ¿Vas a batirte con ellas o arrojárselas? Nunca se me ocurrió que se pudiera luchar de esta forma.
—Ni a mí hasta este momento. Primero trataré de empuñarlas; me daréis por tanto las más largas. Sí decido arrojarlas os pediré las más pequeñas… no hay que darles la oportunidad de que nos las devuelvan, y lo harán sí pueden cogerlas por algún sitio. Tras su largo viaje no pueden ser tan estúpidos como para no hacerlo.
Jim y Nancy demostraron con sus gestos que le habían comprendido y se situaron junto a los montones de leña que casi cubrían el suelo. El fuego ardía muy cerca de la puerta. Nick se situó de nuevo en ella y los otros dos a cada lado de la fogata, desde donde podían pasarle las antorchas tan rápidamente como las pudiera necesitar. Todo estaba preparado cuando el grupo de invasores se dirigió de nuevo hacia el cobertizo.
Esta vez era un poco más numeroso; el mismo Swift se había unido a él. Se aproximaron hasta una media docena de yardas y el jefe se refirió directamente a su asunto.
—Si no nos dejas entrar a coger madera mis cuchillos se ocuparán de ti. Ya sabes lo que quiero decir.
—Así es —reconoció Nick—. Por eso no quiero nada contigo. Si te acercas más, allá tú con lo que te ocurra.
Nunca había visto antes a Swift dudoso o incierto, pero por, un momento el jefe pareció impresionarse ante las posibles implicaciones de las palabras de Nick. Pero en seguida recuperó su aplomo.
—Muy bien —dijo, y se lanzó hacia adelante sujetando cuatro lanzas a lo largo de sus antebrazos.
El plan de batalla de Nick debía desecharse en su principio; las lanzas eran más largas que las antorchas. Podría hacer a un lado sus puntas antes de que le tocaran, pero ni siquiera con las lanzas ladeadas podría alcanzar a Swift. Su odio por él le paralizó el juicio por un instante y lanzó las dos antorchas de sus manos izquierdas al pecho del gigante.
Swift se agachó a tiempo. Los que se encontraban tras él formaban una cuña y sus miembros centrales no pudieron evitarlas con rapidez. Varios aullidos de dolor se alzaron cuando las antorchas les golpearon, y se rompieron, dispersándose en todas las direcciones como carbones encendidos. El jefe retrocedió la distancia de una lanza y recuperó su actitud de ataque.
—¡En medio círculo! —rugió. Los guerreros le obedecieron con rapidez y precisión, formando una delgada línea que apuntaba a Nick—. ¡Ahora, todos juntos, a por él! —el semicírculo se redujo y las puntas de las lanzas se abalanzaron sobre la puerta.
Nick no se alarmó mucho. Ninguno de los atacantes estaba en posición para darle el golpe hacia arriba que podría penetrar bajo las escamas; lo mas probable es que las puntas de piedra le tirarían hacia atrás en lugar de penetrar. El problema habría estado en ser empujado contra algo sólido; el único peligro real, por el momento, era que alguno de los luchadores podían quedar a la distancia de un cuchillo, ocupándole de forma que un lancero podría acercarse lo suficiente para darle un golpe desde abajo. Por un instante dudó, preguntándose si sería mejor empuñar las antorchas o lanzarlas; pero en seguida tomó una decisión.
—¡Las cortas! —gritó a sus ayudantes.
Nancy ya tenía preparadas varias estacas largas con los extremos encendidos, pero las dejó al instante y encendió otras. Durante diez segundos Nick hizo lo posible para emular a una ametralladora. Más de la mitad de sus proyectiles erraron el blanco, pero no todos; a los tres o cuatro segundos, otro factor les complicó la lucha a los atacantes. Estacas y fragmentos prendidos se esparcían cada vez en mayor cantidad, ante la puerta, y los hombres de Swift se mezclaban con ellos. Los pies eran todavía más sensibles al fuego que las escamas y ello produjo un efecto por lo menos momentáneamente disuasorio. Es de justicia resaltar que Swift permaneció junto a sus hombres y luchó tan duramente como cualquier otro. Pero a la distancia que se encontraba recibió bastantes quemaduras y se retiró unas yardas cojeando ligeramente. Nick se rió lo más alto que pudo.
—¡Swift, amigo mío, será mejor que te hagas tu propio fuego! Por supuesto, no encontrarás nada que te sirva a una hora de camino del poblado; todo lo que podía servir lo gastamos hace tiempo. Aunque conocieras los lugares mejores para conseguir leña no serías capaz de ir allí y regresar bajo la lluvia. Pero no te preocupes, cuidaremos de ti cuando te duermas. ¡No quisiéramos que nada te comiera, amigo Swift!
Casi era divertido ver la furia de Swift. Sus manos apretaban los mangos de la espada y se puso completamente de pie sobre sus miembros posteriores agitándose con rabia. Durante varios segundos pareció dudar entre lanzar las espadas o cargar contra la puerta pasando por encima de los rescoldos encendidos. Nick se encontraba dispuesto para repeler ambas cosas, pero deseaba que hiciera la última; la imagen de Swift con los pies quemados le resultaba atractiva.
Pero el jefe no hizo ninguna. En medio de su furia se relajó de repente y bajó la punta de las lanzas como si las hubiera olvidado por el momento. Luego, echándolas hacia atrás hasta sostenerlas por el centro de gravedad, en posición de «transporte», se alejó del cobertizo. En ese momento, como impulsado por un pensamiento repentino, regresó y se dirigió a Nick.
—Gracias, Chopper. No esperaba mucha ayuda por tu parte. Es mejor que te diga adiós, por ahora; y lo mismo deberías hacer tú… con tu profesor.
—Pero… no puedes viajar de noche.
—¿Por qué no? Tú lo hiciste.
—Pero ¿y Fagin? ¿Cómo sabes que él puede?
—Me dijiste que él podía hacer lo que yo le pedía. Si lo ha olvidado, o cambia de opinión, te agradecemos que nos hayas enseñado lo que tenemos que hacer. ¿Crees que a él le gustará el contacto del fuego más que a nosotros? —Swift se rió y regresó a grandes zancadas hasta donde se encontraba el grueso del grupo dictando órdenes. Nick comenzó a gritar con todas sus fuerzas.
—¡Fagin! ¿Oíste eso? ¡Fagin! ¡Profesor! —en su ansiedad había olvidado el tiempo que tardaba en responder y acorraló a preguntas al profesor por unos momentos. Luego se oyó la respuesta de éste.
—¿Qué ocurre, Nick? —no era posible saber por la voz que Raeker no estaba en el otro extremo; el pueblo de Nick tenía una idea general de la situación del «profesor», pero no conocían todos los detalles y pensaban inevitablemente en el robot como en un individuo. Esta fue la primera vez que se notó una diferencia; el hombre que estaba de guardia conocía los rasgos generales de la situación, pues Racker le había hecho un resumen de ésta al abandonar su trabajo, pero no había estado presente durante el ataque inicial de Swift o en el momento de la tregua. En consecuencia, no extrajo pleno significado de las palabras de Nick.
—Swift va a emprender ahora mismo el regreso a las cuevas; dice que usará fuego contigo si no vas con él. ¿Podrás resistirlo?
Hubo una demora algo más larga de lo habitual. Nadie había medido la temperatura del fuego de Tenebra y el hombre que estaba de vigilancia no era físico y no podía arriesgarse a improvisar un cálculo de su capacidad de radiación. La primera consideración en su mente la ocupaba el coste del robot.
—No —respondió—. Iré con él.
—¿Qué haremos nosotros?
Racker no había mencionado a su sustituto la orden de permanecer en el poblado que les había dado; esperaba regresar a sus deberes mucho antes de que se iniciara la jornada. El relevo, dadas las circunstancias, lo hizo lo mejor que pudo.
—Hacer lo que creáis más conveniente. Ellos no me harán daño; me pondré en contacto con vosotros más tarde.
—De acuerdo —Nick evitó cuidadosamente el recordarle al profesor su orden anterior; prefería mucho más la nueva. Observó en silencio cómo los invasores, dirigidos por Swift, cogían las antorchas que podían de los fuegos apagados. Luego se agruparon en torno de Fagin, dejando abierto el lado por el que deseaban que ésta avanzase. Aunque todo se hizo sin palabras, el significado de las acciones era evidente. El robot comenzó a arrastrarse en dirección al sur y los habitantes de las cuevas se pusieron en marcha a su alrededor.
Nick sólo dedicó unos momentos a preguntarse si encontrarían más antorchas antes de que gastaran las que tenían. Centró su atención en otros asuntos antes incluso de que la procesión quedara fuera de su vista.
Se le había dado una oportunidad de elección y todavía sentía que lo mejor era abandonar el poblado; lo harían tan pronto como les fuera posible. Por supuesto, el plan no era factible en unos cuantos días, hasta que todos fueran capaces de viajar, pero podía emplearse el tiempo en planearlo. Estaba la cuestión de adónde ir y, por consiguiente, de cómo llegar hasta allí. Nick comenzó a comprender lo que significaba abandonar un poblado en el que se habían acumulado objetos durante toda una vida. También estaba el problema de cómo entrar en contacto con Fagin cuando el viaje se hubiera realizado. Era fácil pensar que el profesor podría encontrarlos dondequiera que estuviesen, pero Nick había madurado hasta el punto de dudar de la omnisciencia de cualquiera, incluido el robot. Había que solucionar, por tanto, tres problemas. Como Nick no deseaba parecerse a Swift en nada, pospuso la solución hasta que los otros despertaran y pudieran participar en la discusión.
El fuego duró justo hasta mañana, y aun así gracias a que Nick corrió con rapidez alrededor del cobertizo en gran número de ocasiones para remover el oxígeno en una masa que se aproximaba peligrosamente a vapor muerto. Apenas había dormido después de poner en funcionamiento el último de los fuegos exteriores, y eso ocurrió cuando la noche estaba poco avanzada.
La mañana no le proporcionó descanso. La primera tarea que había que cumplir era montar una guardia junto al rebaño del poblado, que se encontraba en un agujero cercano que hacía de corral. La depresión permanecía llena de agua un poco más de tiempo que por los alrededores, por lo que el «ganado» estaba a salvo de los depredadores hasta la llegada de los guardianes; pero en ese momento no había gente suficiente para guardar el rebaño y el poblado. Como resultado sufrieron varias pérdidas esa mañana, hasta que Nick pudo rodear a las criaturas, ya despiertas, y conducirlas al poblado.
Luego, en orden de prioridades, estaba el problema de la leña para la noche siguiente; en cuanto a eso, lo que le había dicho a Swift era totalmente cierto. Alguien tenía que conseguirla.
La única elección era que Jim y Nancy, todavía bajo los efectos de los golpes, hicieran juntos el trabajo y arrastraran como pudieran la carreta en donde apilaran la leña. No habían conseguido entrenar al ganado para que tirara del transporte; se negaban obstinadamente a moverse cuando se les ponía la mínima carga.
Al segundo día, la mayor parte del resto podía levantarse y, aunque no podían rendir con plena eficacia, las cosas resultaron mucho más fáciles. Esa mañana se celebró una consulta en la que Nick propuso y defendió vigorosamente la idea de emigrar al áspero territorio que él había cruzado tras su huida del poblado de las cuevas. El punto clave de su idea era que allí había algunos lugares a los que sólo se podía llegar por un único y estrecho camino, como un cañón, y que podían ser defendidos con efectividad por una fuerza pequeña. Nancy contestó a su sugerencia.
—No estoy segura de que sea un buen plan —dijo—. En primer lugar, no sabemos si esos lugares que nos describes estarán allí cuando lleguemos —un estremecimiento del suelo proporcionó énfasis y apoyo a sus palabras.
—¿Y qué importarla que no estuvieran? —replicó Nick—. Siempre habría otros. No me refería a ninguno de los lugares específicos que he descrito, sino al área en general.
—¿Pero cómo va a encontrarnos Fagin? Suponiendo que uno de nosotros vaya al poblado de las cuevas y le entregue un mensaje, ¿cómo le describiría el camino hasta nosotros? Tendríamos que guiarle directamente, lo que probablemente interferiría en sus planes…; tú pensabas, y creo que correctamente, que su plan era sacar ventaja de su capacidad para viajar por la noche sin necesidad de fuego.
Nick, ante esta oposición, sintió una humana oleada de enojo, pero recordó a Swift a tiempo para evitar imitarlo. Se dijo a sí mismo que no quería que nadie lo comparase con ése salvaje; además, ahora que estaba prestando atención a las palabras de Nancy, había algo de razón en ellas.
—¿Qué tipo de lugar sugieres? —preguntó—. Tienes razón en lo que dices sobre el contacto con Fagin, pero yo no encuentro ningún lugar que pudiéramos defender con tanta facilidad como los cañones del oeste.
—Creo que Fagin estaba en lo cierto al decir que era una locura el enfrentarse a los hombres de Swift —respondió Nancy con calma—. No estaba pensando en defendernos; me temo que si tuviéramos que defendernos nosotros mismos estaríamos perdidos. Estaba pensando en el mar.
—¿En qué?
—Ya sabes a qué me refiero, tú ayudaste a ponerlo en el mapa. Hacia el este hay un cuerpo de agua que no es agua… o que al menos no se seca enteramente durante el día. No recuerdo con exactitud lo que Fagin dijo de él cuando le informamos…
—Dijo que suponía que era en su mayor parte ácido sulfúrico, aunque no sabemos lo que es eso, pero que no sabía cómo asegurarse —se interfirió Dorothy, que todavía se encontraba lisiada.
—Pero sea lo que sea, está allí, y si nos quedamos en la orilla Fagin puede encontrarnos fácilmente con sólo viajar bordeándola. Probablemente también podría viajar por él durante parte del trayecto y entonces los cavernícolas no podrían seguir su rastro.
Un murmullo de sorprendida aprobación saludó dicha idea y, tras pensarlo unos momentos, Nick hizo un gesto que mostraba su aprobación.
—De acuerdo —dijo—. Si nadie tiene otra idea nos iremos al borde del mar; podemos situarnos en un lugar exacto una vez que hayamos llegado e inspeccionado los alrededores. Hace ya uno o dos años que realizamos un mapa del lugar y no podemos confiar en una información tan antigua. El siguiente problema lo tenemos aquí. Tenemos que decidir lo que podemos llevarnos y cómo podemos transportarlo. Imagino que en principio podemos hacerlo con la carreta de la leña, pero sospecho que nos encontraremos con lugares por los que ésta no podrá pasar. Pero no importa cómo lo hagamos, habrá muchas cosas que tendremos que dejar atrás. Para acabar, está el problema de enviar un mensaje a Fagin, pero podemos dejarlo hasta que nos hayamos establecido, pues no podemos decirle dónde estamos hasta que lo hayamos hecho. Espero que podamos partir mañana; entretanto, la siguiente cuestión es quién habrá de hacerlo. El que tenga alguna idea que la diga en el mismo momento —tras esto se dispersaron y cada uno se dedicó a la tarea que podía realizar.
Jim y Nancy se encontraban prácticamente curados y se ocupaban del rebaño. No se habían producido nuevas pérdidas desde que se pudieron ocupar de esa tarea. Dorothy se encontraba junto a la carreta rodeada de todos los enseres que querían llevar y dedicada a meterlos y sacarlos del vehículo. No importaba cómo los metiera, siempre quedaban más fuera que dentro, y entre ella y los otros miembros del grupo había una constante discusión que casi llegaba a pelea. Todos querían que cupieran sus propias pertenencias y costó muchas palabras convencer a alguno de que, ya que no se podía llevar todo, las pérdidas debían ser compartidas.
Algunos todavía seguían discutiendo por ello cuando comenzaron el viaje. Nick empezaba a sentir cierta simpatía por Swift; había descubierto que a veces un grupo tenía necesidad de un líder y que no siempre le era posible a éste razonar con los demás la acción deseada. Nick ya había tenido que dar sus primeras órdenes arbitrarias y estaba molesto al pensar que la mitad de sus compañeros ya le debían haber comparado con Swift. El hecho de que le hubieran obedecido le debería haber aclarado este punto, pero no ocurrió así.
La carreta estaba peligrosamente sobrecargada, y todos, a excepción de los que iban al cuidado del rebaño, tenían que tirar de ella con todas sus fuerzas. Cuando era necesario luchar había que detenerla y empuñar las armas. La realidad es que no hubo muchas luchas; la mayor parte de los carnívoros de Tenebra no eran muy inteligentes, pero sí lo suficiente como para mantenerse lejos de un grupo tan numeroso. La excepción principal era la de los flotadores, que eran más vegetales que animales. De estos animales era fácil librarse siempre que se tuviera una lanza más larga que sus tentáculos; pero aun después de que se les hubieran agujereado las vejigas de gas, resultaban peligrosos si se entraba en contacto con sus apéndices venenosos. Se perdieron algunos animales del rebaño cuando uno de esos monstruos cayó sobre ellos y, en la misma ocasión, dos de los del grupo recibieron el doloroso veneno. Pasaron horas antes de que pudieran volver a caminar sin ayuda.
En contra de la previsión pesimista de Nick, resultó posible llevar la carreta hasta el mar. Llegaron a él casi al final del segundo día, tras pasar varias horas caminando entre charcas cada vez mayores de un líquido tranquilo y aceitoso.
Ya habían visto charcas como ésas antes, por supuesto; se formaban en los agujeros de su valle hacia el final del día. Estos agujeros eran lagos de agua cuando amanecía, pero se habían transformado en delgadas charcas de ácido sulfúrico a mediodía. Las de ahora eran mucho más grandes y tenían una capacidad mucho mayor.
La tierra también era diferente; la vegetación era tan espesa como siempre, pero entre los tallos que pisaban se encontraban esparcidos cristales de cuarzo. Al ganado no parecían molestarle, pero los pies de Nick y sus compañeros no eran tan resistentes y cada avance les costaba más trabajo. Esas masas cristalinas se encontraban por todas partes, pero sobre todo en parcelas aisladas que podían ser evitadas.
La búsqueda de un lugar para detenerse fue en esta ocasión más breve y menos cuidadosa de lo que lo había sido en otras ocasiones. Se pusieron de acuerdo rápidamente en elegir una península cuyo cuerpo principal estaba formado por una colina de unos treinta a cincuenta pies por encima del mar y que estaba unida a la tierra por un pasillo cubierto de cristales de unas doce yardas de anchura. Nick no era el único miembro del grupo que seguía considerando el problema de la defensa; además de las ventajas que tenía para ello, la península era suficientemente espaciosa para albergar al ganado. Arrastraron sus pertenencias por el mar, subieron a la colina y se dedicaron inmediatamente a la ocupación habitual de buscar leña para las hogueras. Realizaron este trabajo a conciencia, y al llegar la oscuridad habían recogido un suministro satisfactorio. Cuando hubieron formado los fuegos de vigilancia, y tras matar y comerse a uno de los animales del rebaño, se establecieron para pasar la noche. Hasta que aparecieron las primeras gotas y encendieron los fuegos nadie pensó en lo que le ocurriría al nivel del mar durante la lluvia de la noche.