—¿Qué hará ahora?
Racker ignoró la pregunta; aunque sabía que quien hablaba era importante, no tenía tiempo para una conversación casual. Tenía que actuar. Las pantallas de televisión de Fagin se alineaban en la pared a su alrededor y todos mostraban las multitudinarias formas de seres cónicos en forma de abeto que atacaban al pueblo. Tenía ante él un micrófono con el conmutador en posición cerrada para que la charla casual de la sala de control no alcanzara a los compañeros del robot; su dedo estaba suspendido sobre el conmutador, pero no lo tocó. No sabía qué decir.
Lo que le había dicho a Nick a través del robot era totalmente cierto; nada se ganaría luchando. Desgraciadamente, la lucha ya había empezado.
Incluso aunque Racker hubiera estado calificado para dar consejos sobre la pelea, ya era demasiado tarde; ya ni siquiera le era posible a un ser humano el distinguir a los atacantes de los defensores. Las lanzas surcaban el aire con velocidad ciega —con tal campo de gravedad las cosas no podían meramente sacudirse— y las hachas y cuchillos centelleaban a la luz de las fogatas.
—De todas formas es una buena competición —la misma voz aguda que había hecho la pregunta anterior se dejó oír de nuevo—. La luz del fuego parece más brillante que la del día.
El tono intrascendente puso furioso a Racker, para quien la difícil situación de sus amigos era algo importante; pero no fue por consideración a la identidad o importancia de quien había hablado que mantuvo sus nervios y no dijo nada desafortunado. Aunque sin intención, el espectador le había dado una idea. Su dedo cayó vertiginosamente sobre el botón del micrófono.
—¡Nick! ¿Puedes oírme?
—Sí, profesor —la voz de Nick no mostraba los terribles esfuerzos físicos a los que estaba sometido; su voz no estaba tan unida al aparato respiratorio como la de un ser humano.
—Muy bien. Abriros camino luchando hasta el cobertizo más cercano lo más rápidamente posible, todos vosotros. Poneos fuera de mi vista. Si no podéis alcanzar un cobertizo, poneos tras un montón de leña o algo parecido… en la otra parte de la colina si no encontráis nada mejor. Cuando todos lo hayáis conseguido, hacérmelo saber.
—Lo intentaremos —Nick no tuvo tiempo de decir nada más; los de la sala de control sólo podían mirar, aunque los dedos de Racker estaban suspendidos sobre otro juego de conmutadores del completo panel que tenía ante él.
—Uno de ellos lo está consiguiendo —esta vez Racker tuvo que responder.
—Hace dieciséis años que conozco a esa gente, pero ahora no puedo distinguirlos de los atacantes. ¿Cómo puede identificarlo?
Giró por un momento su vista desde la pantalla a los dos no humanos que se alzaban tras él.
—Los que atacan no tienen hachas, sólo cuchillos y lanzas —contestó con calma.
El hombre regresó precipitadamente a las pantallas. No estaba seguro de que otro tuviera razón; sólo podían verse tres o cuatro hachas y los que las llevaban no eran muy visibles en aquel torbellino de formas. No había notado la falta de hachas en las manos de los atacantes mientras subían la colina en los breves momentos en que fueron visibles para el robot antes de comenzar la batalla; pero no había razón para dudar que alguno más podía tenerlas. Deseó haber conocido mejor a Dromm y a su pueblo. No respondió al poco convincente comentario del gigante, pero desde entonces prestó atención a las hachas que centelleaban a la luz de la fogata. Parecían estar abriéndose camino hacia los cobertizos que bordeaban lo alto de la colina. No todos lo consiguieron; más de una de las herramientas que tan repentinamente se habían convertido en armas dejaron de moverse mientras los ojos del robot miraban.
Durante medio minuto, una figura armada y escamosa permaneció en una de las puertas de los cobertizos, haciendo frente al exterior y golpeando las crestas de todos los atacantes que se aproximaban demasiado. Otros tres, aparentemente heridos, se arrastraban hacia él por el impulso de poderosos brazos para refugiarse en el edificio; uno de ellos, agazapándose con dos lanzas y cubriendo de golpes bajos al hombre del hacha.
Luego otro defensor se colocó al lado del primero mientras los otros dos se retiraban al interior del cobertizo. Ninguno de los habitantes de las cavernas parecía ansioso por seguirlos.
—¿Estáis todos dentro, Nick? —preguntó Racker.
—Aquí estamos cinco. No sé nada de los otros. Creo que Alice y Tom están muertos; estaban cerca de mí al principio y hace tiempo que no les he visto.
—Llama a los que no estén contigo. Tengo que hacer algo muy pronto y no quiero herir a ninguno de vosotros.
—Ya deben estar a salvo o muertos. La lucha ha cesado; es mucho más fácil oírte de lo que era antes. Es mejor que lo hagas sin preocuparte de nosotros; creo que los de Swift se están dirigiendo hacia ti. Fuera de aquí sólo quedan dos; los otros están formando un amplio círculo en donde te vi por última vez. No te has movido, ¿no es cierto?
—No —admitió Racker—, y tienes razón en lo del círculo. Uno de los mayores de ellos se dirige hacia mí. Asegúrate de que todos estáis a cubierto… a ser posible en algún lugar en donde mi luz no os alcance. Os doy diez segundos.
—De acuerdo —respondió Nick—. Nos hemos metido bajo las mesas.
Racker contó lentamente hasta diez, mientras miraba en la pantalla a las criaturas que se aproximaban. Con el último número sus manos oprimieron una barra que actuaba sobre veinte conmutadores simultáneamente; como Nick lo describió más tarde, «el mundo se incendió».
Sólo eran los focos del robot, en desuso durante años pero todavía en funcionamiento. Les parecía imposible a los humanos que cualquiera que fuesen los órganos ópticos sensitivos capaces de funcionar con los pocos quanta de luz que alcanzaba el fondo de la atmósfera de Tenebra pudieran resistir tal resplandor; las luces habían sido diseñadas con la posibilidad de que pudieran traspasar el polvo o la niebla… eran mucho más poderosas de lo que en realidad necesitaban los receptores del robot.
De acuerdo con los cálculos de Racker, los atacantes serían cegados inmediatamente, pero en seguida se dio cuenta de que no ocurrió así.
Quedaron algo sorprendidos; detuvieron su avance por un momento y hablaron ruidosamente entre ellos; luego, el gigante que estaba al frente de todos dio unas zancadas hasta el robot, se inclinó y examinó una de las luces con detalle. Hacía ya tiempo que los hombres habían aprendido que los órganos de visión de Tenebra estaban relacionados de alguna forma con las crestas espinosas que había sobre sus cabezas, y ésta era la parte que el ser, que Racker sospechaba que era Swift, acercó a una de las delgadas aberturas por las que salía la corriente de luz.
El hombre suspiró y cerró las luces.
—Nick —llamó—, creo que mi idea no ha funcionado. ¿Puedes entrar en contacto con este camarada de Swift y tratar de solucionar el problema lingüístico? Creo que él debe estar tratando de hablarme ahora.
—Lo intentaré —la voz de Nick se oyó débilmente a través de los instrumentos de transmisión del robot; era un parloteo incomprensible que recorría a velocidad fantástica los tonos más altos y bajos de la escala. No había forma de saber quién había hablado y mucho menos de comprender lo que se estaba diciendo, por lo que Racker se arrellanó inquieto en su sillón.
—¿No podría usarse el equipo del robot para la lucha? —la voz aguada del drommiano interrumpió sus preocupaciones.
—Bajo otras circunstancias sería posible —contestó Racker— pero ahora estamos demasiado lejos. Ya habrá notado las pausas que se producían entre las preguntas y las respuestas cuando estaba hablando con Nick. Seguimos la órbita de Tenebra desde muy lejos y no podemos mantener la misma longitud; su día es como cuatro de la Tierra y eso nos aleja a ciento sesenta mil millas. Casi dos segundos de demora convierten al robot en un luchador muy ineficaz.
—Por supuesto. Debería haberme dado cuenta. Debo excusarme por hacerle perder el tiempo e interrumpirle en lo que debe ser una situación muy apurada.
Racker, haciendo un gran esfuerzo, separó su atención de la alejada escena y se volvió hacia los drommianos.
—Creo que soy yo el que debe excusarse —dijo—. Sabía que venían y el porqué. Ya que no podía hacerles los honores debería haber señalado a alguien para que se los hiciera. Mi única excusa es la emergencia del caso. Permítanme que me rehabilite ayudándoles ahora. Imagino que les gustará ver el Vindemiatrix.
—De ningún modo. No sería capaz de sacarle de esta habitación precisamente ahora. Además, la nave no tiene ningún interés en comparación con su fascinante proyecto sobre el planeta y puede explicárnoslo perfectamente desde aquí mientras esperamos la respuesta de su agente o de cualquier otro. Me doy cuenta de que su robot ya hace tiempo que está en el planeta. Probablemente a mi hijo le gustaría ver la nave, si hay alguien que pueda ser relevado de sus deberes.
—Por supuesto. No me di cuenta de que era su hijo; el mensaje que nos hablaba de su visita no lo mencionaba y supuse que era un ayudante.
—Es perfectamente lógico. Hijo, te presento al doctor Helven Raeker; doctor Raeker, éste es Aminadorneldo.
—Encantado de conocerle, señor —contestó el drommiano más joven.
—El placer es mío. Si espera un momento, un hombre viene para enseñarle el Vindemiatrix… a menos que prefiera quedarse aquí y unirse a la conversación con su padre y conmigo.
—Gracias, preferiría ver la nave.
Racker asintió y esperó en silencio durante unos segundos. Ya había pulsado el botón de llamada que atraería a un hombre de la tripulación a la sala de observación. Se preguntaba por qué el más joven venía con su padre; posiblemente se debía a algún propósito. Sería más fácil hablar sin él, pues era incapaz de distinguir a uno del otro y le resultaría embarazoso el equivocarse. Ambos eran gigantes desde el punto de vista humano; colocados sobre sus patas traseras —actitud muy inusual en ellos— alcanzarían los diez pies de altura. Su aspecto general era el de una comadreja… o más exactamente el de una nutria, pues los largos dedos en los que terminaban los cinco pares de miembros eran palmeados. Los miembros eran cortos y fuertes y las palmas de los dos primeros se reducían a un borde de membrana a lo largo de los dedos… una evolución perfectamente normal para seres anfibios inteligentes que vivían en un planeta en cuya superficie la gravedad era cuatro veces la de la Tierra. Ambos llevaban unos aparejos que sujetaban unos juegos de pequeños tanques de gas de los que salían unos tubos que se introducían en las esquinas de sus bocas; llevaban oxígeno a una presión parcial tres veces superior a la normal en los hombres. Carecían de pelo, pero en su piel había algo que daba un reflejo similar al de la piel de foca.
Se habían extendido por el suelo en una actitud relajada difícil de describir, levantando sus cabezas lo suficiente para ver las pantallas con claridad. Cuando se abrió la puerta y entró el tripulante, uno de ellos se puso de pie con un movimiento ondulante y una vez dadas las instrucciones, salió de la habitación detrás del hombre. Raeker notó que caminaba sobre los diez extremos, incluso sobre aquellos que habían sido modificados para permitirles coger los objetos, a pesar de que la «gravedad» centrífuga del Vindemiatrix lo hacía innecesario. Al fin y al cabo, la mayor parte de los hombres usan sus dos piernas en la Luna, aunque sería perfectamente posible utilizar sólo una. Raeker se quitó la idea de la cabeza y se dirigió al otro drommiano…, aunque siempre reservaba parte de su atención para las pantallas.
—Me pidió que le informara sobre nuestros agentes locales. En realidad no hay mucho que decir. Nuestra mayor dificultad fue entrar en contacto con la superficie. El robot que hay allí ahora representa un tremendo esfuerzo de construcción; el entorno está muy cerca de la temperatura crítica del agua y tiene una presión atmosférica casi ocho veces superior a la de la Tierra. Como hasta el cuarzo se disuelve rápidamente bajo esas condiciones, nos costó mucho trabajo diseñar máquinas que pudieran mantenerse. Lo conseguimos por fin; ésa lleva allí casi dieciséis años de los nuestros. Soy biólogo y no puedo entrar demasiado en los detalles técnicos, si desea conocerlos hay gente aquí que puede proporcionárselos. Enviamos la máquina y empleamos casi un año en exploraciones antes de encontrar unos nativos aparentemente inteligentes. Resultaron ser ponedores de huevos y nos apoderamos de unos cuantos. Nuestros agentes son los que salieron de esos huevos; los hemos educado desde entonces. Ahora, cuando comenzábamos a hacer exploraciones reales con ellos, ha ocurrido esto —señaló hacia la pantalla, en la que podía verse al inmenso Swift que había abandonado el examen y parecía estar escuchando; quizá Nick había tenido suerte en su cometido.
—Si podéis construir una máquina que dure tanto en ese entorno, estoy seguro de que podéis construir algo que os permita ir allí en persona —dijo el drommiano.
Raeker sonrió con ironía.
—Tiene usted razón, y eso es lo que hace que la situación sea más desagradable. Tenemos esa máquina lista para bajar; en unos pocos días esperábamos ser capaces de cooperar directamente con nuestros amigos de allí.
—¿Es cierto eso? Hubiera pensado que se necesitaría mucho tiempo para diseñarla y construirla.
—Se necesita. El mayor problema no es bajar; lo resolvimos muy bien con un paracaídas en el caso del robot. El problema está en ascender de nuevo.
—¿Por qué es eso tan difícil? La gravedad de la superficie, por lo que sé, es menor que la de mi propio mundo, y hasta el gradiente de potencial debe ser algo más pequeño. Cualquier unidad de cohete podría solucionarlo.
—Lo haría si funcionara. Desgraciadamente, el cohete que descargue sus gases contra ochocientas atmósferas no ha sido construido todavía. Se funden… y no lanzan el chorro porque la presión es demasiado grande.
El drommiano pareció un poco sorprendido durante un momento, pero luego asintió de una manera notablemente humana.
—Por supuesto. Debería haberlo pensado teniendo en cuenta que en su planeta hay cohetes mucho más efectivos que en el nuestro, ¿Y cómo han solucionado eso? ¿Algún tipo radicalmente nuevo de reactor?
—Nada nuevo. Todo el dispositivo tiene siglos de antigüedad. Básicamente es una nave usada hace muchísimo tiempo en mi mundo para la exploración submarina… le llamamos batiscafo. A efectos prácticos es un globo dirigible. Puedo describírselo, pero sería mejor si…
—¡Profesor! —una voz, que hasta Aminadabarlee pudo reconocer como la de Nick, surgió del altavoz. Raeker regresó a su panel y cerró el conmutador del micrófono.
—¿Si, Nick? ¿Qué dice Swift?
—Su respuesta es no. Nada, excepto tú, le interesa de este pueblo.
—¿No le explicaste el problema lingüístico?
—Sí, pero me respondió que si yo fui capaz de aprender el suyo, tú, que eres mi Profesor, serías capaz de aprenderlo más rápidamente. Entonces no tendrá que confiar en gente que puede no decirle lo que tú estás diciendo. Creo que tiene razón. Está dispuesto a dejar al resto de nosotros aquí, pero tú tienes que irte con él.
—Comprendo. Por ahora es mejor que te muestres de acuerdo; por lo menos ello evitará problemas a aquellos de vosotros que queden vivos. Es posible que podamos prepararle una pequeña sorpresa a Swift en un futuro próximo. Dile que haré lo que él dice; iré con él a las cuevas… imagino que querrá regresar allí mañana, pero si quiere permanecer más tiempo aquí no le contradigas. Cuando se vayan, vosotros quedaros donde estáis; busca a todos los que estén con vida y cúralos —imagino que la mayor parte de vosotros está con heridas—, y luego espera a que me ponga en contacto con vosotros. Pueden ser unos días, pero dejarme hacer a mí.
Nick pensaba más rápido y recordó en seguida que Fagin podía viajar por la noche sin la ayuda del fuego… la lluvia no lo ahogaba. Creyó saber lo que planeaba hacer el profesor. Se equivocaba, pero no era culpa suya, pues la palabra «batiscafo» no la conocía.
—¡Profesor! —dijo, tras meditar unos momentos—. ¿No sería mejor que nosotros nos fuésemos tan pronto como pudiéramos y fijáramos algún otro lugar para encontrarnos contigo una vez que tú escapases? Seguramente él volverá aquí una vez que deje de llover.
—No te preocupes por eso. Quedaros ahí y dejar que las cosas vuelvan a la normalidad lo antes posible. Ya tendrás noticias mías.
—De acuerdo, profesor —Racker se arrellanó en su sillón de nuevo y asintió con lentos movimientos de cabeza.
El drommiano debía haber pasado mucho tiempo en la Tierra, pues era capaz de interpretar la actitud del hombre.
—Parece mucho más feliz de lo que lo era hace unos momentos —señaló—. Veo que ha encontrado la solución de todo esto.
—Así lo espero —contestó Raeker—. Me había olvidado del batiscafo hasta que se lo mencioné a usted; al recordarlo comprendí en seguida que él me sacaría de todos mis problemas. Lo malo del robot es que tiene que arrastrarse y puede ser rastreado y seguido, pero el batiscafo, desde el punto de vista de los nativos de Tenebra, puede volar. Lleva un equipo de manejo exterior, y cuando la tripulación descienda una noche puede coger al robot e irse con él volando. Desafío a Swift a que siga el rastro.
—¿Pero no tiene Nick razón? ¿No irá Swift directamente al pueblo? Pienso que habría hecho mejor en seguir la sugerencia de Nick.
—Ya habrá tiempo para irse una vez que tengamos el robot. Si se van antes tendremos muchos problemas para encontrarlos aunque hayamos arreglado con sumo cuidado una cita. No todas las áreas están incluidas en mapas, y las que lo están tampoco han sido fijadas con mucha perfección.
—¿Por qué no? Me parece muy extraño.
—Tenebra es un planeta muy extraño. El diastrofismo es como el de la Tierra; la cuestión no es si lloverá mañana, sino si la zona de pastos comenzará a convertirse en una colina, Hay un equipo de geofísicos tratando de roer ese hueso que esperan el batiscafo para poder descender y trabajar en estrecha conexión con el grupo de Nick. Conocemos la causa general: la atmósfera está formada en su mayor parte por agua cercana a su temperatura crítica y las rocas de silicato se disuelven rápidamente bajo estas condiciones. El lugar se enfría lo suficiente todas las noches como para permitir que una pequeña parte de la atmósfera se vuelva líquida. Por ello, durante casi dos días terrestres, la corteza es cubierta por océanos. Si a ello le unimos una gravedad tres veces superior a la de la Tierra, no debemos sorprendernos de que la corteza se esté reajustando continuamente.
—De todas formas creo que todo está en marcha. Descenderá allí mañana para estar un par de días y no creo que puedan ocurrir muchas cosas hasta entonces. Mi relevo vendrá pronto; cuando llegue quizá le gustaría ver el batiscafo conmigo.
—Me interesaría muchísimo —Raeker estaba sacando la impresión de que o bien los drommianos era una raza muy cortés o Aminadabarlee había sido seleccionado para su trabajo por su disposición diplomática.
Desafortunadamente se produjo un retraso en la visita del batiscafo. Cuando Raeker y el drommiano llegaron al hangar de la pequeña nave auxiliar del Vindemiatrix, lo encontraron vacío. La información del oficial de vigilancia de la nave, no del robot —ambas organizaciones carecían de conexión— les reveló que la nave auxiliar estaba siendo utilizada por el tripulante, a quien Raeker le había ordenado que acompañase a Aminadorneldo.
—El drommiano quería ver el batiscafo, al igual que Easy Rich.
—¿Qué quién?
—La hija del Canciller Rich. Excúseme usted, señor, pero los equipos de inspección política me parecen muy bien en tanto se dediquen a inspeccionar; pero cuando convierten el viaje en una excursión para sus hijos…
—Yo también traje a mi hijo —le dijo Aminadabarlee.
—Lo sé. Pero hay una diferencia entre alguien que tiene edad suficiente para cuidarse a sí mismo y un niño al que hay que separarle los dedos de los contactos de alta tensión… —el oficial dejó su voz en el aire e hizo un gesto con su cabeza. Era un ingeniero; Raeker sospechó que el grupo había descendido a la sala en donde se encontraba el equipo del motor, pero prefirió no preguntarlo.
—¿Sabe cuándo regresará la nave? —preguntó.
El ingeniero se encogió de hombros.
—No. Flanagan dejaba que la niña le guiase. Imagino que volverán cuando ella se haya cansado. Pero puede usted llamarle.
—Buena idea —Raeker se dirigió a la sala de comunicaciones del Vindemiatrix, se sentó en un sillón y pulsó la combinación correspondiente a la nave auxiliar. A los pocos segundos se iluminó una pantalla y en ella se vio el rostro de Flanagan, mecánico de segunda clase, quien hizo un gesto de reconocimiento al ver al biólogo.
—Hola, doctor. ¿Puedo ayudarle en algo?
—Queríamos saber cuándo regresaría. El canciller Aminadabarlee desea ver el batiscafo —la pausa de dos segundos, tiempo empleado por las ondas en llevar hasta la nave y volver el Vindemiatrix apenas fue notada por Raeker, quien ya estaba acostumbrado a ello; el drommiano mostró más impaciencia.
—Puedo regresar y recogerles cuando deseen; mis clientes están muy ocupados en el «escafo».
Racker se mostró sorprendido.
—¿Quién está con ellos?
—Estaba yo, pero no sabía mucho acerca del aparato y me prometieron no tocar nada.
—No me parece muy seguro. ¿Cuántos años tiene la niña? Unos doce, ¿no es cierto?
—Yo diría que sí. No la habría dejado sola, pero el drommiano estaba con ella y me dijo que él la cuidaría.
—A pesar de eso creo… —Racker no pudo terminar la frase, cuatro juegos de dedos largos palmeados y ásperos oprimieron sus hombros, apartándole y haciendo sitio a la lustrosa cabeza de Aminadabarlee. En la imagen aparecieron un par de ojos amarillo verdosos, y una voz, más profunda que la que Raeker había oído antes al drommiano, interrumpió el silencio.
—Es posible que conozca menos su lenguaje de lo que creía —fueron sus palabras—. ¿Debo entender que ha dejado dos niños solos en una nave en el espacio?
—No exactamente niños, señor —protestó Flanagan—. La niña ya tiene edad suficiente para mostrar un poco de sentido y su hijo no es ya un niño, es tan grande como usted.
—Alcanzamos nuestras condiciones físicas de adulto al año —le espetó el drommiano—. Mi hijo tiene cuatro años, que es el equivalente a un ser humano de siete. Estaba convencido de que los seres humanos eran una raza admirable, pero el hecho de que le hayan dado responsabilidades a un individuo tan estúpido como usted sugiere un conjunto de normas sociales tan deficientes que no es posible distinguirlas de las de los salvajes. Si le ocurre algo a mi hijo… —se detuvo; el rostro de Flanagan había desaparecido de la pantalla y se debía haber perdido las dos últimas frases de la reprimenda de Aminadabarlee; pero el drommiano no había terminado. Se volvió hacia Raeker, cuyo rostro estaba más pálido de lo normal, y prosiguió—. Me enferma pensar que a veces, durante mi estancia en la Tierra, he dejado a mi hijo a cargo de cuidadores humanos. Había supuesto que su raza era civilizada. Si esta estupidez alcanza su resultado más probable, la Tierra la pagará en todo lo que vale; ninguna nave tripulada por humanos aterrizará de nuevo en ningún planeta de la galaxia en el que se valoren los sentimientos de los drommianos. La historia de vuestra idiotez se prolongará en años luz y ninguna nave humana durará lo suficiente para entrar en los cielos drommianos. La humanidad se habrá ganado el desprecio de todas las razas civilizadas en…
Un sonido le detuvo, pero no eran palabras. Un fuerte golpe sonó en el altavoz y un gran número de objetos se hicieron visibles en la pantalla saltando con fuerza contra la pared cercana. La golpearon suavemente y rebotaron, pero sin obedecer las leyes de la reflexión. Todas rebotaban en la misma dirección… en la dirección que Raeker reconoció, con un sentimiento de angustia, como la de la compuerta de aire de la nave. Un libro pasó volando por la pantalla en la misma dirección y chocó con un objeto metálico que flotaba más lentamente.
Pero esta colisión no pudo ser oída. Ningún sonido salía ya del altavoz; la nave estaba en silencio, con el silencio de la falta de aire.