Nick se deslizó entre las altas plantas hasta el espacio abierto, se detuvo y utilizó algunas de las palabras que Fagin se había negado siempre a traducir. No estaba sorprendido ni molesto por encontrar agua frente a él —apenas acababa de iniciarse la mañana—; era irritante, sin embargo, encontrarla también a ambos lados. La completa fatalidad le había conducido en línea recta por una península y ya no era el momento de volver sobre sus pasos.
Para ser precisos, no sabía que le estuvieran siguiendo; simplemente, no se le hubiera ocurrido pensar que no era así. Había empleado dos días, desde el momento en que escapó, en dejar un rastro todo lo confuso y equívoco que fuera posible, desviándose mucho hacia el oeste antes de regresar a casa, y como le habría ocurrido a un ser humano, no le hubiera agradado admitir que podría haber sido un esfuerzo inútil. Ciertamente, no había detectado la más ligera señal de perseguidores. Se había retrasado por los habituales encuentros con muros de tierra imposibles de cruzar y con animales salvajes, pero ninguno de sus raptores le había alcanzado; los animales y plantas flotantes, de los que no se sentía nunca lo suficientemente seguro como para ignorarlos completamente, no habían mostrado ningún signo de interés a sus espaldas; sus captores, como pudo comprobar cuando estuvo con ellos, eran excelentes cazadores y rastreadores. Teniendo en cuenta todos estos hechos, bien podría haber supuesto que el hecho de que continuara en libertad significaba que no lo estaban siguiendo. Estuvo tentado de pensar así, pero no podía creerlo totalmente. ¡Se habían mostrado tan violentos en su deseo de que les condujera junto a Fagin!
Volvió en sí mismo con un sobresalto y concentró su mente en el presente. Pensando en lo que sería más conveniente en ese momento, tenía que decidir entre volver sobre sus pasos a lo largo de la península, arriesgándose a tropezar con sus ex captores, o esperar a que el lago se secara, dándoles la oportunidad de que lo alcanzaran. No era fácil decidir cuál era el riesgo menor, pero era un contratiempo que no tenía otra salida.
Se aproximó hasta el borde del agua observó el líquido atentamente y lo golpeó con fuerza. Las lentas ondas que se esparcieron hacia arriba, alzándose de la superficie y cayendo sobre el nivel de superficie, no le interesaron; pero sí, en cambio, las gotas que se separaron. Las observó mientras flotaban hacia él, desvaneciéndose lentamente, y notó con satisfacción que hasta las más grandes de ellas desaparecían sin volver a caer sobre la superficie. Evidentemente, el lago no tardaría en desaparecer, por lo que se sentó a esperar.
Se levantó una suave brisa mientras las plantas despertaban al nuevo día, podía olerla. Prestó una ansiosa atención sobre sus efectos sobre el lago…; no eran ondas, sino turbulentos agujeros en la superficie que señalaban que unos cuerpos de aire más caliente estaban paseando sobre ellos. Esa era la señal; a partir de entonces, la superficie descendería con más rapidez hacia el fondo del lago de la que él podría viajar. La brisa mantendría un aire respirable, en tanto en cuanto no se aproximara demasiado al agua. Ya no podía tardar. El lugar en que se hallaba se encontraba por debajo del nivel de superficie de algunas partes del lago. Estaba desapareciendo.
La diferencia aumentaba durante su espera y el borde del agua se deslizaba hacia atrás de forma espectral. Caminó con precaución hasta que un muro de agua se alzó a cada uno de sus costados. Comenzó a pensar que la península era la cresta de una montaña; si ése era el caso, mucho mejor.
Todavía no se había alzado mucho. Tuvo que esperar un cuarto de hora al borde del agua para que el resto de ella regresase al aire. Estaba tan impaciente que sentía deseos de arriesgarse a respirar aquella atmósfera inmediatamente después del cambio, pero se esforzó por evitarlo. A los pocos minutos, en el lado este de lo que había sido el lago aparecieron las plantas más altas. Antes de adentrarse entre ellas, donde no habría podido ver nada salvo los flotadores sobre su cabeza, se detuvo un momento para mirar hacia atrás, hacia el punto, ahora seco, desde donde había visto por primera vez el agua…; no había rastro de perseguidores. Uno o dos flotadores seguían su camino; buscó sus cuchillos y se lamentó de haber perdido las lanzas. Pero no había muchas probabilidades de peligro por algún flotador que se encontrara tras él siempre que viajara a una velocidad aceptable. Así lo hizo, y se perdió entre los matorrales.
El viaje no le resultaba demasiado difícil; el material era lo suficientemente flexible como para hacerlo a un lado del camino en la mayor parte de las veces. Ocasionalmente, tenía que hacer algún corte, lo que le molestaba, no por el esfuerzo que ello requería, sino porque tenía que exponer un cuchillo al aire. Los cuchillos estaban escaseando y Fagin no estaba siendo muy generoso con los que quedaban.
La mañana transcurrió sin señal de perseguidores. Consiguió una media de velocidad inusualmente buena a causa de la notable falta de animales salvajes… mientras que la media de cuarenta millas sería unas cuatro o cinco luchas, él sólo había tenido una. Sin embargo, perdió más tiempo del que había ganado cuando entró en un área mucho más áspera que las que había visto nunca.
Las colinas eran agudas y dentadas en lugar de redondas; se veían algunas rocas desprendidas y, de vez en cuando, éstas caían rodando y dando tumbos desde cráteres anormalmente escabrosos. Tuvo que escalar o descender de agudos riscos, pero otras veces logró pasar a través de grietas amenazadoramente estrechas sin tener la seguridad de que había una abertura en el otro extremo. A veces no la había y tenía que dar la vuelta.
Como la vida vegetal mantenía las características acostumbradas, incluso ahí dejó un rastro; pero con esa zona a sus espaldas le pareció más difícil justificar el sentimiento de que le estaban persiguiendo. ¡Sus ex captores merecían atraparlo si pudieron seguirle a través de ella! Pero a pesar de la frecuencia con que fijó la atención en la retaguardia no pudo detectar ningún signo de ellos.
Pasaron varias horas y Nick seguía viajando a la máxima velocidad que podía mantener. Sólo una lucha le había retrasado; fue un flotador que lo vio desde arriba y descendió al nivel del suelo para interceptarle. Era pequeño, tan pequeño que sus brazos sobrepasaban los tentáculos del animal, y con una rápida cuchillada le produjo una abertura en la vejiga de gas, suficiente para dejarlo debatiéndose inútilmente tras él. Envainó el arma y continuó su carrera sin disminuir la velocidad, frotándose un brazo que había sido ligeramente tocado por el veneno del animal.
Cuando se encontró en un entorno familiar el brazo había dejado de picarle y Altair estaba alta en el cielo. Ya había cazado antes lejos del valle familiar, y por muy rápidos que fuesen los cambios el área era todavía reconocible. Cambió ligeramente de dirección y se dispuso a realizar un último esfuerzo en cuanto a velocidad. Por primera vez se sintió seguro de ser capaz de dar un informe de su captura y, también por primera vez, se dio cuenta de que no había intentado organizar ninguno. El contar paso a paso lo que le había ocurrido podía resultar demasiado largo; era importante que Fagin y los demás se fueran en el menor tiempo posible. Por otra parte, sería necesaria una completa explicación del asunto para convencer al profesor de aquello. Nick, inconscientemente, disminuyó de velocidad mientras se entregaba a estos pensamientos. Pero el sonido de su nombre le sacó de su ensueño.
—¡Nick! ¿Eres realmente tú? ¿Dónde has estado? ¡Pensamos que te habrías dormido demasiado!
Al primer sonido Nick se había dirigido a sus cuchillos, pero corrigió el movimiento al reconocer la voz.
—¡Johnny! ¡Qué agradable resulta volver a oír la lengua de uno! ¿Qué estás haciendo tan lejos? ¿Ya se han comido las ovejas todo lo que había cerca de casa?
—Estoy cazando, no de pastor —John Doolittle salió de la vegetación y se puso a la vista—. ¿Pero dónde estuviste? Ya hace semanas que te marchaste y que dejamos de buscarte.
—¿Me buscasteis? No me gusta nada eso, aunque sospecho que no habrá cambiado las cosas, pues en caso contrario ya lo habría sabido.
—¿Qué quieres decir? No entiendo de qué me hablas. ¿Y qué quieres decir con eso de que es bueno oír la «propia lengua»? ¿Qué otra lengua has oído? Cuéntame tu historia.
—Es larga y tengo que contársela a todos lo más pronto posible. Vamos a casa; no tiene sentido el contarla dos veces.
Se dirigió hacia el valle que ambos llamaban «casa» sin esperar respuesta. John envainó sus espadas y le siguió. Incluso aunque Nick no hubiera dejado entrever que había un problema, no se hubiera perdido voluntariamente el informe. Pero a pesar de encontrarse descansado, le resultaba difícil mantener el paso del explorador. Nick parecía tener prisa.
Por el camino se encontraron a otros dos del grupo, Alice y Tom, que estaban haciendo de pastores. Ante las imperativas y precipitadas palabras de Nick se dirigieron hacia el pueblo con toda la rapidez que sus animales se lo permitían.
En el pueblo se encontraban cinco más y Fagin estaba en su lugar habitual en el centro del anillo de casas. Nick llamó al profesor por su nombre cuando se puso ante su vista.
—¡Fagin! ¡Tenemos problemas! ¿Qué hacemos para conseguir las armas que no nos has enseñado todavía?
Como era habitual, se produjo una pausa de un par de segundos antes de obtener una respuesta.
—¡Ah! Eres Nick. Habíamos pensado que no regresarías. ¿Qué es todo eso de las armas? ¿Esperas que tengamos que luchar con alguien?
—Temo que así sea.
—¿Contra quién?
—Hay más gente como nosotros; pero no cuidan animales ni utilizan el fuego y usan distintas palabras a las nuestras.
—¿Cómo te encontraste con ellos, y por qué tenemos que luchar?
—Es una larga historia. Será mejor que la cuente desde el principio.
—Pero no podemos perder un tiempo que hemos de necesitar.
—Estoy de acuerdo; un informe completo nos permitirá darnos cuenta de la situación. Continúa —Nick se acomodó sobre los miembros que utilizaba para trasladarse y obedeció.
—Tal como habíamos decidido me dirigí hacia el sur, viajando lentamente, para poder trazar un mapa. Nada había cambiado mucho junto a la región que habitualmente utilizamos para pastos; pero, por supuesto, no era fácil saber si alguna cosa había cambiado totalmente en tiempos recientes y de qué forma. La mejor señal que encontré al cabo del primer día fue una montaña de forma regular cónica y mucho más alta que las que había visto anteriormente. Estuve tentado de escalarla, pero decidí que los detalles del mapa los podía realizar mejor más tarde; después de todo, la finalidad de mi viaje era encontrar nuevas áreas, no evaluarlas. El segundo día, al poco tiempo de amanecer, pasé al este de la montaña. En esa región el viento era notablemente fuerte y parecía soplar hacia la montaña; en el mapa la señalé como Montaña de la Tormenta.
»A juzgar por el viento, debía haber allí muchas plantas nocturnas; debería planearse alguna expedición para conocerla antes de la oscuridad. Conforme avanzaba el viaje, todo se hacía usual. Tuve que matar bastante en autodefensa y para proporcionarme comida, pero ese día ninguno de los animales eran totalmente inusuales. Pero a la tercera mañana, cuando ya no se veía la montaña, me envolvió algo que vivía en un agujero en la tierra y que sacaba un brazo para capturar las cosas que pasaban. Me cogió por las piernas y no parecía preocuparse mucho por los golpes de mis espadas. No creo que hubiera podido zafarme si no llego a tener ayuda.
—¿Ayuda? —la pregunta se produjo sin la pausa característica de las anotaciones del profesor; era Jim quien la había hecho—. ¿Cómo pudiste obtener ayuda? Ninguno de nosotros estaba por aquella zona.
—No era uno de los nuestros… por lo menos no exactamente. Parecía uno de los nuestros y usaba lanzas como nosotros. Pero cuando tratamos de matar aquello que se escondía en el agujero e intentamos hablarnos, sus palabras eran diferentes; para ser exacto, he de decir que pasó un rato antes de que comprendiera que estaba hablando. Usaba como palabras la misma especie de ruidos que nosotros, pero las mezclaba con muchas otras que no hemos aprendido de ti. Cuando comprendí que esos ruidos eran palabras, me asombré de no haberme dado cuenta de ello antes…; después de todo, si esa persona no había sido educada por ti, tenía que haber buscado sus propias palabras para las cosas y sería estúpido pensar que éstas habían de ser como las nuestras. Decidí ir con él y aprender más, pues ello me pareció mucho más importante que hacer un mapa. Si era capaz de aprender su lenguaje podría enseñarme muchas más cosas de las que yo podría descubrir en meses de exploraciones. No pareció importarle que le siguiera y por el camino comencé a captar alguna de sus palabras. No resultaba fácil, pues las unía de extrañas maneras y no se trataba sólo de aprender el sonido que utilizaba para cada objeto. Cazamos juntos y pasamos casi todo el tiempo aprendiendo a hablar entre nosotros. No viajamos en línea recta, pero tomé buena nota de nuestro camino, y puedo poner su poblado en un mapa en cuanto tenga oportunidad.
—¿Poblado? —de nuevo fue Jim el causante de la interrupción; Fagin no dijo nada.
—Es la única palabra que conozco para ello. No era como el nuestro; era un lugar que se encontraba al pie de un risco cortado cuyas paredes estaban cubiertas de agujeros. Algunos de ellos eran muy pequeños, como los agujeros causados por la disolución que podéis ver en cualquier piedra; otros eran mucho más grandes y la gente vivía en ellos. Yo estaba en uno de ellos. Quedaron muy sorprendidos al verme y trataron de hacerme muchas preguntas; pero no pude comprenderlas lo suficiente para darles una respuesta. Mi compañero de viaje habló con ellos y supongo que les diría cómo me encontró; su interés permaneció y muchos me rodeaban observando cualquier cosa que hiciera. La tarde ya estaba muy avanzada citando llegamos al risco y yo ya estaba buscando un lugar para acampar por la noche. No comprendí al principio que vivían en los agujeros de las rocas, y al descubrirlo no me encontré muy feliz. Noté que había más temblores allí que en los alrededores y ese risco me pareció horriblemente insalubre. Cuando el sol ya casi se había ocultado, decidí abandonarlos y acampar más abajo en una colina que había descubierto, pero entonces descubrí que no querían dejarme ir. Estaban dispuestos a golpearme para evitar que me fuera. Ya había aprendido algunas de sus palabras por aquel entonces y pude convencerles de que no estaba intentando irme para siempre y que sólo quería pasar la noche según mi costumbre. Había una sorprendente cantidad de leña por los alrededores y pude recoger la suficiente para una noche sin grandes problemas…, hasta algunos de los pequeños me ayudaron cuando vieron lo que trataba de hacer.
—¿Pequeños? ¿No eran todos del mismo tamaño? —preguntó Dorothy.
—No. Esa es una de las cosas curiosas que no he mencionado. Algunos de ellos no tenían más de un pie y medio de altura, mientras que otros son el doble de altos que nosotros… nueve pies o más. Empero, todos tienen nuestra misma forma. No encontré ninguna razón para ello. Uno de los más grandes parecía decirles casi siempre a los otros lo que tenían que hacer y descubrí que con los pequeños era más fácil de entenderse. Pero esto se sale de la historia. Cuando formaba los leños muchos me miraban, pero no parecían hacer lo propio; cuando los encendí se produjo el mayor grito de asombro que he oído en mi vida. No conocían nada acerca del fuego. Imagino que a eso se debía la abundancia de leña. Como es lógico, comenzó a llover. Resultó divertido verlos. Parecían tener mucho miedo a que la lluvia les cogiese fuera de sus agujeros, pero no querían perderse el espectáculo de los fuegos. Iban nerviosos de un lado para otro, pero acabaron por desaparecer gradualmente. Cuando ya se habían ido todos, algunos permanecieron distantes pava ver lo que los fuegos hacían a la lluvia. Ya no les volví a ver durante el resto de la noche. El agua no era muy profunda junto al risco y salieron por la mañana tan pronto como ésta se secó. Podría contar una larga historia del resto del tiempo que pasé con ellos, pero tendrá que esperar. Aprendí a hablar muy bien su lenguaje —la manera en que juntan la palabras tiene mucho sentido una vez que se comprende— y a conocerlos muy bien. Lo que ahora nos interesa es que estaban muy interesados en lo que yo supiera y ellos no, como el fuego, el cuidar animales y el cultivo de plantas como comida; querían saber cómo había aprendido esas cosas. Les hablé de ti, Fagin, y ése fue mi error. Hace unos días su profesor, o jefe, o como quieras llamarlo, vino a verme y me dijo que quería venir aquí y llevarte hasta el risco para que pudieras enseñarle las cosas que sabes a su pueblo. Ahora lo veo todo claro. Pensé que cuanta más gente conozca que puedan ayudar en las cosas que quieres que hagamos, mejor irá todo —se detuvo para dar a Fagin la oportunidad de contestar.
—Tienes razón —dijo la voz del robot tras el intervalo habitual—. ¿En qué te equivocaste, entonces?
—Creo que no expresé correctamente mi respuesta. Interpreté lo que me dijo como una petición y le respondí que estaba dispuesto a regresar a casa y preguntarte si querías ayudar a la gente de la cueva. El jefe, Swift —su nombre significa Veloz en sus palabras; todos sus nombres significan algo—, se puso furioso. Por lo visto siempre espera que todos hagan lo que él dice sin la menor duda. Me di cuenta de ello, pero fui muy lento en sacar una consecuencia práctica de mi conocimiento. De cualquier forma, no veo cómo podía esperar que tú cumplieras sus órdenes. Desgraciadamente, si lo esperaba; de mi respuesta sacó la conclusión de que probablemente tú y el resto de la tribu se negarían a su deseo. Cuando eso ocurre, su primer pensamiento es el uso de la fuerza y desde el momento de mi respuesta comenzó a planear el ataque a nuestro pueblo para llevarte con él, tanto si tú querías como si no. Me ordenó que le dijera cómo encontrar el pueblo, y cuando me negué a ello volvió a ponerse furioso. Yacía allí cerca el cuerpo de una cabra muerta que alguien había traído para comer, lo cogió y comenzó a hacerle cosas terribles con sus cuchillos. Al rato me habló de nuevo.
»Ya viste lo que he hecho con mis cuchillos —me dijo—. Si la cabra hubiera estado viva no hubiera muerto por las cuchilladas, pero habría sufrido mucho. Lo mismo te haré a ti mañana al amanecer a menos que guíes a mis luchadores hasta tu pueblo y tu profesor. Ya estamos muy cerca de la noche para que te escapes; tienes la noche para pensar en lo que te he dicho. Salimos mañana por la mañana hasta tu pueblo… o desearás que lo hagamos.
»Puso a mi lado a dos de sus luchadores más corpulentos hasta que comenzara la lluvia. A pesar de todo el tiempo que yo había estado allí nadie salía de las cuevas una vez que comenzaba a llover, así que me dejaron solo cuando encendí mis fuegos. Tardé mucho tiempo en decidir lo que tenía que hacer. Si ellos me asesinaban os encontrarían tarde o temprano y no estaríais sobre aviso; si iba con ellos todo iría bien, pero no me gustaban algunas de las cosas que Swift había estado diciendo. Parecía pensar que ninguno de nuestro pueblo debería quedar vivo una vez que te hubiera capturado. Eso parecía significar que yo iba a ser asesinado de todas formas, pero que si me mantenía en silencio sería el único. Entonces se me ocurrió viajar por la noche. Era más o menos lo mismo que ser asesinado, pero al menos moriría durmiendo… y había una pequeña posibilidad de conseguirlo. ¿Acaso no hay muchos animales que no tienen cuevas ni fuego y no despiertan tan pronto como algunos de los comedores de carne y todavía están vivos? En ese momento tuve una idea; se me ocurrió llevar fuego conmigo. A menudo llevamos un palo con el extremo encendido para distancias cortas cuando estamos encendiendo los fuegos nocturnos; ¿por qué no llevar un suministro de estacas y mantener una encendida todo el tiempo? Cabía la posibilidad de que el fuego no fuera lo suficientemente grande para proporcionar protección, pero merecía la pena el intentarlo. ¿Qué podía perder? Recogí todas las estacas que podía llevar conmigo, las apilé y esperé a que dos de mis tres fuegos fueran apagados por la lluvia. Luego cogí mis estacas, encendí el extremo de una en el fuego que quedaba y me marché tan rápido como pude. No sabía si ellos permanecían despiertos en sus cuevas —ya dije que el agua no les despertaba—, pero ahora sospecho que no lo estaban. De cualquier forma, nadie pareció notar mi marcha. El viajar por la noche no es tan malo como pensábamos. No es demasiado difícil esquivar las gotas de lluvia si se tiene suficiente luz para verlas venir y se pueden llevar suficientes estacas para alumbrarse durante mucho tiempo. Hice unas veinte millas, y habría hecho bastantes más de no ser por un estúpido error. No me acordé de reponer mi suministro de madera hasta que estaba utilizando mi última estaca, y entonces no encontré nada lo suficientemente largo en los alrededores que pudiera servirme. No conocía esa parte; me había dirigido al oeste en lugar de hacia el norte para engañar a la gente de las cuevas que hubiera podido verme marchar. En consecuencia, me ahogué en las gotas de lluvia un minuto después de que se hubiera acabado mi última estaca; ya debía ser bastante tarde, porque la atmósfera era irrespirable. Me había mantenido todo el tiempo en las tierras más altas y desperté por la mañana antes de que algún animal hubiera desayunado conmigo.
Nick se detuvo y, como todos los que estaban escuchando, excepto Fagin, buscó una posición más segura sobre sus piernas mientras la tierra se sacudía bajo sus pies.
—Hice una buena tirada hacia el oeste y luego fui dando rodeos por el norte hasta llegar de nuevo al este y regresar aquí. A cada minuto esperaba ser capturado, pues esa gente es maravillosa para cazar y rastrear. Todas las noches viajé unas cuantas horas en la oscuridad, pero me detenía a tiempo para encontrar madera y hacer fuegos permanentes. La lluvia ya no me cogió de nuevo y ellos no me capturaron. Antes o después encontrarán este pueblo y creo que debemos abandonarlo lo antes posible.
Durante un momento, tras el fin del relato de Nick, se produjo un silencio; luego todos empezaron a parlotear y a exponer sus propias ideas sin prestar mucha atención a la de su vecino. Poseían muchas de las características humanas. El ruido continuó durante varios minutos y sólo Nick permaneció en silencio esperando que Fagin hiciera algún comentario.
Finalmente, el robot habló.
—Estás en lo cierto cuando dices que los habitantes de las cuevas encontrarán este pueblo; probablemente ya saben dónde está. Habrían sido unos locos al capturarte cuando tenían razones para suponer que te estabas dirigiendo a casa. Sin embargo, no creo que ganemos nada con irnos; pueden seguirnos adonde quiera que vayamos. Ahora que conocen nuestra existencia tenemos que encontrarnos con ellos sin pérdida de tiempo. No quiero que luchéis con ellos. Os he cogido cariño y he pasado mucho tiempo educándoos, así que no quiero veros descuartizados. Nunca habéis luchado, eso es algo que no estoy calificado para enseñaros, y no tendríais ninguna oportunidad contra esa tribu. Por ello, Nick, quiero que tú y otro de vosotros vayáis a encontrarlos. Llegarán aquí siguiendo tu rastro, así que no tendréis problemas en encontrarlos. Cuando veas a Swift, dile que nos complace ir a su pueblo o el permitirle que venga al nuestro, y que le enseñaré a él y a los suyos todo lo que quieran. Si le dejas claro que yo no conozco su lenguaje y que él te necesitará para hablar conmigo, probablemente no tratará de heriros a ninguno.
—¿Cuándo partimos? ¿En seguida?
—Eso sería lo mejor, pero acabas de hacer un largo viaje y te mereces un descanso. Por otra parte, la mayor parte del día ya ha pasado y probablemente no se perderá mucho permitiéndote una noche de sueño antes de que te vayas. Sal mañana por la mañana.
—De acuerdo, profesor.
Nick no demostró la inquietud que le producía el tener que ver de nuevo a Swift. Había conocido al salvaje durante varias semanas; Fagin no lo conocía. Pero el profesor sabía mucho; le había enseñado todo lo que ahora sabía y durante toda una vida —al menos la vida de Nick— había sido la autoridad principal en el pueblo. Probablemente todo saldría tal como lo predijo Fagin.
Pero también podía ocurrir que los hombres que se encontraban tras el robot hubieran subestimado la capacidad de rastreo de los habitantes de las cavernas. Nick ni siquiera tuvo tiempo para dormir junto a su fuego tras encenderlo bajo la lluvia. Un grito de sorpresa de Nancy sonó cuatro fuegos a su izquierda; un segundo después vio al mismo Swift, flanqueado por una línea de sus más corpulentos luchadores que desapareció por el otro lado de la colina, subiendo silenciosamente la colina hacia él.