Última Parte. Otra vez la cafeteria

El local está vacio, Tras la barra trajina un corpulento camarero de sucia chaquetilla. Nuestros personajes se han sentado a una mesa en un rincón: sucios, andrajosos, con barba de varios dias. Ante Cada uno hay una jarra de cerveza medio vacia. Perora el Escritor…

– …Yo me figuro este edificio como un templo gigantesco. Todo lo que ha creado la imaginación, la fantasia y el osado pensamiento del hombre son ladrillos, ladrillos de oro con los que se han levantado las paredes de este templo: filosofia, libros, lienzos, teorias éticas, tragedias, sinfonias… hasta, ¿por qué no? las ideas cientificas fundamentales más audaces. Todo eso pase… En cuanto a vuestra tecnologia, los altos hornos, las cosechas, todo ese tráfagoo para trabajar menos y jalar más, son los andamios, los cabrios… Naturalmente, son necesarios para construir el templo, sin ellos el templo seria absolutamente imposible, pero ceden, se desmoronan, son levantados de nuevo, primero de madera, luego de piedra, de acero, de plástico, finalmente, pero no pasan de ser cabrios para levantar el gran templo de la cultura, objetivo magno e infinito de la humanidad. Todo muere, todo se olvida, todo, desaparece, queda só1o este templo… Hablando con franqueza, la Humanidad en general existe únicamente para…

El Profesor toma un sorbo de la jarra y gruñe:

– ¿Y usted se atreve a responder a la pregunta de para qué existe la Humanidad?

– No me interrumpa -ataja el Escritor-. Eso es descortesia. ¡Unicamente -continúa- para producir obras de arte! Imágenes de la verdad absoluta. Eso, por lo menos, es desinteresado…

Pausa.

De pronto el Escritor se sonrie irónico:

– Es una broma -añade casi turbado-. Aqui la cerveza… ¿Esto es cerveza? ¿Qué les parece, nos tomamos otra ronda?

– Yo no tengo más dinero -dice el Profesor.

– Y yo tampoco, -profiere con voz decaida el Escritor.

– Usted presumia de que le fian en todas partes -dice irritado el Profesor al Escritor.

– ¡Si! -responde el otro desafiante-. ¡En todas partes! Menos aqui.

El Guia echa sobre la mesa varias monedas menudas mezcladas con basura, mueve las monedas con un dedo contándolas.

– Aqui tienen -dice-. Hay bastante para otras dos jarras. Vivimos.

En este momento junto a la mesa aparece el camarero, coloca con destreza ante ellos jarras llenas con copetes de espuma y retira las jarras vacias. Mirándolo, él Guia, con aire compungido, golpea con la sucia uña la exigua pila de monedas. EI camaréro hace un gesto tranquilizador y desaparece.

– ¡Es un lector mio! -anuncia con aire significativo el Escritor-. ¡Me ha reconocido!

El Guia y el Profesor lo miran -su semblante sucio y sin afeitar, cl enorme cardenal que le rodea el ojo derecho, el trapo ensangrentado que le ha caido sobre la frente-, lo miran y despues, sin decir palabra, beben largo rato de sus jarras.

– No -dice el Guia-. Esto no es beber, muchachos. Ahora mismo le telefoneo a mi mujer y le digo que me traiga dinero.

El Escritor lo sujeta de la manga.

– ¿Para qué? Voy a telefonear a cualquier redacción…

El Guia lo rechaza.

– Tranquilo… Soy yo quien convida y no tú. No te muevas.

Se acerca al teléfono automático, marca un núrnero y en este momento ve por la ventana a su mujer que se dirige a la cafeteria. Cuelga el teléfono y retorna a la mesa.

La mujer se acerca a la mesa y dice al marido:

– Bueno, ¿Qué haces aqui sentado? ¡Vámonos!

– Ahora mismo -dice-. Siéntate un poco. Siéntate con nosotros. ¿Es que llevas prisa?

Ella se sienta de buen grado, lo toma del brazo y recorre con la mirada al Escritor y al Profesor.

– Saben ustedes -dice-, mi mamá estaba en contra de que me casara con é1. Porque é1 era un auténtico bandido. Le tenia miedo toda la comarca. Era guapo ágil como… Pero, mi madre decia: si es un stalker, si es un suicida, si se pasa la vida en la cárcel… y los hijos. Recuerda, decia, los hijos que suelen tener los stalker… Yo no discutia con ella. Todo eso lo sabía perfectamente: que era un suicida, que se pasaba la vida en la cárcel, sabia lo de los hijos. Pero ¿qué podia hacer yo? Estaba segura de que con é1 seria feliz. Sabia, claro, que también pasaria muchas penas, pero pensaba: más vale una felicidad amarga que una vida gris. Pero, puede ser que todo esto se me haya ocurrido ahora. Entonces é1 se me acercó y me dijo cariñosamente: – “¡Oye, vente conmigo!" Y yo me fuí. Y nunca me arrepentí. Nunca. Las pasamos mal. Tuve que aguantarme el miedo. Me daba verguenza y a pesar de todo no me arrepentí nunca y no envidié a nadie. El tampoco se arrepintió ni envidió. Es que el destino es así. La vida es así, nosotros somos como somos. Y si no hubiera penas en nuestra vida, no habria alegrias. Seria peor. Porque tampoco habria una felicidad así ni habria esperanza. Eso es. Y ahora tenemos que irnos. Vámonos. La Monita se ha quedado sola.

Se ponen en pie.

– Estos son mis amigos -dice el Stalker-. Hasta ahora no he conseguido nada más…

Se van.

El Escritor y el Profesor miran como se alejan.


***

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