PARTE 5. La Zona (3)

Vagan por un camino vecinal cubierto de polvo finisimo. A cada paso El polvo se levanta y pende durante cierto tiempo en el aire, inmóvil. A lo largo del camino se prolongan decrépitos postes telegráficos. Hace mucho calor, delante sobre el camino temblequea la colina.

EI Profesor, que va el primero, se detiene de pronto, se vuelve a sus acompañantes y profiere desconcertado.

– Alli hay un auto… Y su motor funciona…

– No hagas caso -dice el Guia-. Lleva ya veinte años funcionando. Vale más que mires al suélo y no te apartes del centro…

Pasan frente a un camión nuevecito, como recién salido de la fábrica, que esta junto al badén. Su motor funciona en vacio, del amortiguador escapa y se extiende al viento un humillo azulado. Pero las ruedas están hundidas en la tierra hasta el cubo y a través de la portezuela entreabierta y del suelo de la cabina ha crecido un tierno arbolillo.

En cierta ocasión, probablemente el mismo dia de la Visita, el enorme camión transportaba por esta carretera en un remolque especial un tubo largo, de un metro de diámetro, para el gasoducto. El camión se estrelló contra un poste de la izquierda, y el tubo fue lanzado del remolque atravesándose en el camino. Probablemente entonces fueron arrancados y cayeron en mitad de la carretera los postes telegráficos y telefónicos. Ahora en los alambres habia crecido una especie de estropajo rojizo que colgaba como una cortina, cerrando el paso por la carretera.

La boca del tubo está negra, ahumada, y la tierra delante de él, carbonizada como si del tubo hubieran salido más de una vez humosas llamas.

– ¿Hay que meterse ahi? -pregunta el Escritor sin dirigirse a nadie concretamente.

– Te meterás si te lo mando -dice con frialdad el Guia y recoge varios guijarros de la cuneta-. Venga, apártense. -Toma impulso, arroja una piedra a la boca del tubo y da un salto atrás.

Se oye como la piedra retumba y rechina dentro del tubo. El Guia aguarda un poco y tira otra piedra. Se repite el retumbo y chinchin y se hace el. silencio.

– Bien -profiere el Guia y se sacude despacio las manos-. Se puede. -Se vuelve al Escritor-. Andando.

El Escritor quiere decir algo, pero só1o suspira convulso. Extrae del seno una cantimplora plana, desenrosca presurosamente el tapón, toma varios tragos y entrega la cantimplora al Profesor. El Escritor se limpia los labios con la manga. No quita los ojos de la cara del Guia. Parece esperar algo. Pero no hay nada que esperar.

– ¿Y bien? ¿Todo lo demás es el destino? -pronuncia con son risa forzada.

Da un paso hacia el tubo. Se detiene ante las terribles fauces negras. Mete despacio las manos en los bolsillos y se vuelve.

– ¿Y por qué he de ser yo? -inquiere enarcando las cejas-. ¿A santo de qué? No voy.

El Guia se le acerca a corta distancia, y el Escritor retrocede un paso.

– ¡Si, vas! -masculla entre dientes el Guia.

El Escritor niega callado con la cabeza. Entonces el Guia le pega en el vientre y en la cabeza, lo agarra del pelo, lo endereza y le da de bofetadas.

– ¡Claro que vas! -gruñe impetuoso.

El Profesor intenta sujetarlo del brazo. El Guia sin mirar le da un codazo que le acierta en la nariz y hace saltar las gafas.

– ¡Anda!

El Escritor se limpia los labios sangrantes, mira la palma de la mano y mira al Guia.

– ¡Dios mio!… -exclama.

Una profunda repugnancia se refleja en su rostro, y sin decir palabra lanza un espeso escupitajo a los pies del Guia, se vuelve y se introduce en el tubo.

El Guia retrocede presto, alejándose del tubo, y tira del Pro fesor. Del tubo llegan sordos chirridos y porrazos, y la respiración entrecortada.

El Profesor se cala las gafas con manos temblorosas. Una grieta atraviesa uno de los cristales. Cesa el ruido en el tubo.

– ¡Sigueme! -grita el Guia con voz ronca y se lanza a la negraboca.

Los dos salen del tubo a un recinto circular que tiene cierta semejanza con un baile oriental. Seguramente aqui estuvo situado en otros tiempos una especie de puesto de mando: hay mesas y sillas plegables, sobre las mesas, varios teléfonos (todos descolgados), mapas topográficos medio podridos, lapiceros desparramados. En el suelo hay cajas de conservas y botellas. No se sabe por qué hay un cochecito infantil. El Escritor, sentado a una mesa, descorcha una botella.

– Y está todo. ¿Quién dijo miedo? -pronuncia animoso el Guia.

Es evidente que está aqui por primera vez: mira con profunda curiosidad, registra todos los rincones. El Escritor, forcejeando con la botella, lo observa entre sombrio e irónico.

– Cuando yo digo que se puede ir es que se puede -prosigue el Guia-. Dame, ¿por qué tardas tanto? -quita la botella al Escritor y la descorcha hábilmente-. ¿Dónde tesirvo? ¿No tienes dónde? Bebe delgollete, tú el primero, te lo mereces…

Mientras tanto, el Profesor recorre el local, colocando distraida mente los teléfonos en sus soportes. EI Escritor le da un largo tiento a la botella, después la apoya en la rodilla y se relame.

– ¿Qué? ¿Calienta? -inquiere animadamente el Guia-. ¡Ya se ve! E1 Zorro pasó aqui unas horas, aqui descansó y se desahogó… Pero tú bebe, bebe, yo tomaré otra entera, hay a montones.

– Querido Chingachguk -enfatiza el Escritor-. Yo comprendo que todos sus rodeos no son otra cosa que una forma singular de presentarme sus excusas. Lo perdono. Una infancia desdichada, el medio en que se crió, lo comprendo perfectamente. ¡Pero no se haga ilusiones! ¡Me vengare sin falta!

El Guia, atareado con una nueva botella, profiére:

– ¿En serio?

– Si, si. Yo soy un hombre vengativo como todos los escritores y demás artistas. Desde luego, no pienso liarme a trompadas con usted y menos afin meterle un balazo entre las paletillas… Lo haré todo mucho mis fino. Le clavaré debajo de su gorda pelleja tal aguja que el mundo le pareceri un infierno. ¡En el mismo cerebro! ¡En el sistema nervioso central!…

En este momento suena el timbre de un teléfono. Todos se estremecen, luego el Profesor toma indeciso el aparato.

– Si… -dice.

Una voz croante pregunta irritada por el interfono:

– ¿Es el dos-veinte, tres-cuarenta y cuatro doce? ¿Cómo funciona el teléfono?

– No tengo ni idea -dice el Profesor.

– Gracias, es una prueba de línea.

Se oyen cortos pitidos. Los tres se miran unos a otros y luego al teléfono. Y de pronto el Profesor se vuelve de espaldas y marca rápidamente un número. Su rostro tiene una expresión maliciosa.

– ¡Oigo! -responde una voz afónica de hombre.

– Perdona, por favor, si te molesto -dice él Profesor-, pero estoy impaciente por decirte unas palabras. ¿Me has reconocido, supongo?

Pausa.

– ¿Qué quieres?

– Es el edificio viejo, la sala de calderas, cuarto bunker. ¿He acertado?

– Ahora mismo llamo a la policia.

– ¡Ya es tarde! -pronuncia jubiloso el Profesor-. Estoy fuera de su alcance. ¿Sabes dónde me encuentro? ¡A dos pasos! Estoy a dos pasos del lugar, y tú ya no puedes hacer nada. Llama a donde quieras, escribe delaciones, forma comisiones de expertización médica, azuza contra mi a mis empleados, amenaza, haz lo que quieras y cuanto quieras. Te telefoneo para decirte que eres un cretino y que, a pesar de todo, estoy a dos pasos del lugar.

Pausa.

– ¿Me oyes? -dice el Profesor.

– ¿Tú comprendes que es el fin para ti como cientifico?

– Aguantaré. La cosa se lo merece.

– ¿Comprendes que te espera la cárcel? ¿Trabajos forzados?

– ¡Basta! Estoy a dos pasos. ¿Crees que me puedes asustar ahora?

Pausa.

– ¡Dios mio! -pronuncia por fin el invisible interlocutor-. ¡A lo que hemos llegado! Hazte cargo. Porque tú hace ya tiempo que no piensas en el trabajo. Tú no eres ni siquiera un Heróstrato, tú… Tú simplemente quieres chingarme, echarme chinches en la cacerola de la sopa y te alegras de haberlo conseguido… ¡Pero recuerda, demonio, por dónde empezó todo! ¡Qué ideas, qué amplitud! Y ahora sólo piensas en mi y en ti. ¿Dónde están los millones y miles de millones de que hablabamos, los millones, y miles de millones de seres que no saben nada! ¡Dios mio, anda, anda! Concluye tu… infamia. Pero a pesar de todo te lo recuerdo. Eres un asesino. Tú matas la esperanza. Cien generaciones nos seguirán, y en cada una millones de personas te maldecirán y despreciarán…

El Profesor busca febrilmente en el interfono, aprieta palanquitas, pero la voz no calla.

– Seguramente ahora te importan un bledo mis palabras. Te sientes dueño de la situación y no comprendes nada… ¡No cuelgues el teléfono! Oye lo que tengo que decirte, se refiére personalmente a ti. La cárcel no es lo peor que te espera. ¡Tú mismo no te lo perdonarás nunca! Lo sé, te veo ahorcado en el retrete de la cárcel, colgado de tus propios tirantes…

El Profesor cuelga de golpe el teléfono y permanece algún tiempo parado, sin volverse.

– Es divertida la conversación -comenta el Guia y bebe un trago de la botella-. ¡Caramba con el mosquita muerta!

– No hagan caso -dice el Profesor-. Es simplemente el diálogo con un colega. -Se acerca a la mesa, se sienta y toma la botella de las manos del Guia. Examina la etiqueta.

– Beban, muchachos, descansen -dice el Guia-. Beban, nos falta el último salto. -Se vuelve al Escritor-. Bueno, ¿y tú por qué callas? ¿Qué querias decirme?

Por delicadeza evita mirar al Profesor.

– A mi se me ha pasado el disgusto. Por el asombro -responde el Escritor-. Oiga, explorador, ¿es verdad que estamos a dos pasos del sitio?

– Bueno, tanto como a dos pasos no… Estamos cerca.

Sobreviene un largo silencio. Después el Escritor anuncia de pronto:

– ¿Saben lo que les digo? Hemos hecho mal en venir aqui. ¡AI diablo! Yo no me lo imaginaba esto asi. No sigo adelante.

– ¿Cómo que no sigues? -pregunta el Guia.

– Como que no. Ustedes vayan, yo los esperaré aqui. Los recibiré cuando vuelvan felices y contentos…

– No, hermano, eso no vale.

– ¿Por qué? ¿Es que alli hay otro, tubo? -pregunta malicioso el Escritor-. Que pruebe el Profesor. A él le toca.

– ¿Qué tubo? ¿Qué tonterias dices?

– No importa las tonterias que diga. Lo principal es que no sigo adelante. Si por mi fuera, yo a ustedes también… ¿Cómo los calificó el Profesor? ¿Benefactores? Yo tampoco les dejaria ir a ustedes.

– ¿Qué estás diciendo? ¿Te has vuelto loco? Faltan dos pasos…

– Lo importante no es lo que falta, sino lo que llevamos recorriendo! -casi grita el Escritor,- Aqui nos hemos divertido estupendamente. ¡Y a lo que hemos llegado!

– ¿Y a qué ha llegado usted? -inquiere el Guia con voz ronca de la cólera.

– ¿Yo? Dimelo tú ¿por qué se ahorcó el Zorro?

– ¿Que tiene que ver aqui el Zorro? -se indigna el Guia.

– Yo te lo explicaré, pero primero contéstame tú, ¿por qué se ahorcó?

– Porque no fue por la riqueza, sino por su hermano menor.

– Conque por su hermano.

– Fue la perdición del muchacho. Lo llevó consigo a la Zona y en alguna parte lo puso en lugar suyo. Luego, a la vejez, le remordió la conciencia y fue a la Zona para devolverle la vida al hermano. Pero en cuanto llegó al lugar, de nuevo pudo más en él la codicia y en vez del hermano quiso tener dinero. ¿Comprendes?

– Magnifico -dice el Escritor-. Es lo que yo pensaba. Pero tú explicame lo siguiente. ¿Por qué se ahorcó? ¿Por qué no fue otra vez, ahora ya no por el dinero, sino por el hermano?… ¿Eh?

– Eso yo tampoco lo comprendo -dice sombrio el Guia.

– Pues yo, si. Y él tambien lo comprendió y por eso se ahorcó. Al Zorro lo que es del Zorro y sólo del Zorro y nada más que del Zorro. Tú mismo me dijiste que en ese lugar se cumplen solamente los deseos más recónditos. ¿Y qué vas a gritar allí?… Quiero recuperar a mi único hermano, quiero la felicidad para todo el género humano, denme inspiración!… En ese lugar se cumplen los deseos que son tu natural, ¡lo esencial para ti! Deseos de los que tú no tienes ni idea, que te dominan y te guian toda la vida. Eso es lo que le ocurrió al Zorro. Tú, Angel mio, no has comprendido nada. No fue la codicia la que lo venció. El se puso de rodillas en aquel lugar, suplicó con toda el alma, como a él le parecia, con toda su conciencia enferma que le devolvieran al hermano, pero recibió un montón de dinero y no podia recibir nada más porque al Zorro lo que es del Zorro. Porque la conciencia, las torturas del alma son una ficción, un invento de la cabeza. Pero el Zorro tenia su cogollo. Y cuando lo comprendió así, fue… y se ahorcó.

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