PARTE 1. La casa del guía

Una vivienda sórdida y llena de trastos. Una temprana mañana de invierno. Afuera reinan las tinieblas. Un hombre taciturno aparta la frazada y se levanta silencioso de la cama. Toma en sus brazos la ropa, sale de puntillas al cuarto de baño y empieza a vestirse. No advierte que en el umbral del cuarto de baño aparece su mujer, desgreñada y soñolienta, desaseada, en ajado camisón de dormir.

– ¿A donde vas tan madrugador?

No responde. Lo atrapó

– A buscar sapos en la tierra…Volveré pronto. Tengo un asunto. Tú duerme

– -¿Que quiere decir pronto?

– Te he dicho que volveré y basta. Tú duerme.

– No mientas. Sé a donde vas. Ni se te ocurra. No te dejo que vayas.

– ¡Cálmate! Y no grites…

– No quiero que vayas. Me lo decía el corazón: ¡otra vez a las andadas! ¿Quieres que te metan entre rejas?

– Vale más la cárcel que…que esta vida. Para mí basta.

– Tú no te vas a ninguna parte.

El se endereza bruscamente. Ella grita:

– ¡Anda, pégame, pégame, eso sí puedes hacerlo! ¿Por que no me pegas? ¡Clazonazos, eres un calzonazos! ¿Donde está tu palabra? ¡Mira en lo que te has convertido!

– ¡Cálmate te digo! Vas a despertar a la criatura…

– ¡Y la despertaré! ¡Que vea a su papito! ¡Mira que eres! Dime, ¿Donde esta tu palabra? ¿Dónde? Como un ladrón, de puntillas…

– ¡Lo que soy, un ladrón! ¡Con lo que me sales ahora! ¿Has descubierto America? Pero no se lo quito a la gente…¡He dicho que te calmes!

– No, ahora no me calmaré. Cinco años fuiste a la Zona y estube callada. Esperando a cada instante que te apañaran. Callé mientras estuviste en la cárcel. ¿Me oiste decir una sola palabra, eh? ¡Dos años sin ver en esta casa un centavo, y yo callando! La pulsera, el recuerdo de mi mamá, la robaste, te la jugaste en el hipódromo, ¿o crees que no sé lo que fue de ella?

– ¿Te vasa a callar o no?

– Oyeme. ¡Te lo pido! Nunca te pedí nada. Si quieres me pongo de rodillas…Espera, espera un momento vuelvo en seguida…

Sale corriendo del cuarto de baño y vuelve con un sobre en las manos.

– Mira, aqui tienes dinero, ¿quieres? Tómalo, vete con los amigos a las carreras…a lo mejor tienes suerte…

– ¿Que me das? ¿Estás loca? Si ese dinero lo guardamos para el médico…

– No importa, ya conseguiré más. Pediré prestado…Pero no vayas allá…

– ¡Calmate de una vez! ¿Puedes callarte? No pediras prestado, nadie te dará más… ¡Mira a quien te pareces! ¿No podemos seguir viviendo así!

– ¡Pero si me lo habias prometido! ¡Me habias dado tu palabra!

– Fui un imbécil, por eso te la di. ¡Tú misma tienes la culpa! ¡Tú misma me has llevado a este extremo! ¿Quieres que yo, un stalker, pida limosna? ¿Que viva de tu dinero? Basta. Mejor será que no me estorbes.

– ¡Pero si te han prometido trabajo! ¡Tú mismo me lo dijiste! Si tú ibas a trabajar en un taxi.

– ¡Puf, otra vez me sales con el taxi! ¡Cuantas veces te lo tengo que decir: No trabajaré para ellos! ¡Nunca he trabajado para nadie! ¡Que trabajen ellos para mi! ¡Dejame pasar!.

– ¡No quiero!

– Yo dejé de ir allá. ¿y que ha cambiado? ¿Se ha puesto bien la nena? ¿O tenemos más dinero?

– Y si tú no vuelves, ¿que será de nosotras?

– ¡No seas pájaro de mal agüero! ¡Y si no vuelvo, merecido me lo tengo!

La empuja.

– ¡Vueno, lárgate! -grita -. ¡Ojala te pudras allá! ¡Madito sea el día en que te conocí! ¡Sabandija! ¡Te maldijo Dios dandote esta criatura! ¡ Y a mi por tu culpa, canalla! ¡Ladrón! ¡Ladrón! ¡Ladrón!

Rompe a llorar la niña. El sale al rellano dando un portazo.

Una bombilla sin pantalla ilumina vivamente el sórdio descansillo.

Un tramo más abajo, en un rincón del rellano, se tambalea un hombre bien vestido, sin sombrero, con el gabán manchado. La ancha bufanda floreada se le ha salido y cuelga hasta el suelo. Mirándolo de cerca se ve que el desconocido está más borracho que una cuba.


La cafetería

El Stalker atraviesa una manzana de casas por la calle oscura y embarrada bajo la nieve húmeda. Entra en una cafetería abierta día y noche. No hay casi nadie, el tabernero dormita tras la barra.

Sentado en una mesa toma café el Científico. Al ver al Stalker miera el reloj, pero éste le hace una seña con la mano.

– Aguarda, voy a tomarme un café.

Toma una taza de café de la barra, se sienta en frente del Científico, bebe unos sorbos. El Científico lo mira.

– Bueno, tú no te hagas muchas ilusiones. – dice el Stalker-. Puede ser que volvamos con las manos vacías. Eso depende del tiempo… Conque no te alegres por adelantado. Vamos ¿No has olvidado la linterna?

– No, está en el auto.

Salen de la cafetería y montan en un auto que se encuentra cerca. El Stalker se sienta al volante. El auto arranca.


La quinta del escritor

Todas las ventanas están profusamente iluminadas. Se oye música, voces beodas, risas de mujer. A la puerta de la verja están el Escritor y uno de sus visitantes. El escritor lleva una larga gabardina negra y una bufanda de punto. El visitante esta ante él con una botella empezada y una copa en las manos.

– ¡Querido! El mundo es un aburrimiento – enfatiza el Escritor tambaleándose y agitando un dedo-. Más aburrido que una ostra y por eso…no puede haber ni telepatía, ni fantasmas, ni platillos voladores. Nada de eso…

– Si, pero el memorando de Campbell… -objeta débilmente el visitante.

– Cambell es un romántico. Rara avis in terris, como ya no los hay. El mundo se rige por leyes férreas, y eso es aburrido hasta más no poder. ¿Usted no se ha dado cuenta nunca de que es interesante solo cuando se vulneran. Jamás. No saben vulnerarse. Y no cofíe en los platillos volantes de ninguna especie: eso sería demasiado interesante…

– Pero el triángulo de las Bermudas…No va a discutir usted que…

– Si. Lo discuto. No existe ningún triángulo de las Bermudas. Existe el triángulo a-b-c que es igual al triángulo a-prima, b- prima, c-prima…¿Usted siente que fastidioso aburrimiento encierra esta afirmación? En la edad media sí que era interesante. Había brujas, fantasmas, gnomos…Cada casa tenía su duende, en cada iglesia estaba Dios…La gente era joven, ¿comprende usted? Pero ahora de cada cuatro uno es un viejo. Que aburrimiento, ángel mío. ¡ Ay, qué aburrimiento!

– Pero usted no va a discutir que la Zona…es una creación de una supercivilización que…

– Pero si la Zona no tiene nada que ver con ninguna supercivilización. Simplemente se ha manifestado otra pícara y aburrida ley que antes no conociamos… Y aunque sea de una supercivilización…tambén es seguramente un aburrimiento… También tendrán sus leyes, sus triángulos y nada de duende, ningún dios…

Zumido del auto. El Escritor se vuelve.

– Vienen por mí.- dice-. Adiós amigo del alma…

Le quita la botella al visitante y se encamina hacia el auto.

Al resplandor de los faros junto a la portezuela del conductor aparece una cara risueña y húmeda que al instante se alarga perpleja.

– Perdón – profiere el Escritor -. Creí que venían por mí.

– Por usted, si. Por usted – dice el Guía -. Siéntese atrás.

– Ah, está usted aquí… encantado. Pero ¿Quien es ese tipo? Me parece que lleva gafas…

– ¡Rápido!

El auto arranca.

El Escritor se desploma en el asiento trasero.

– Debo decirles – pronuncia tartamudeando -. Que me he llevado una pequeña sorpresa: ¿de donde han salido las gafas? ¿Por qué mi guía usa gafas?

El Científico aprieta los labios.

– ¡Las gafas, dela las vueltas que quiera, son un síntoma de intelectualismo! – pontifica el Escritor.

El guía pronuncia por encima del hombro:

– ¿Empinaste el codo?

– ¿Yo? ¿En qué sentido… De ninguna manera. No empiné el codo. He tomado unas copitas, si. Antes de marchar a pescar. Porque ahora vamos a pescar. ¿No?


El puesto de guardia.

El auto para en un camino vecinal. En torno se divisan confusamente húmedos matorrales. El Guía se apea silenciosamente del auto y se dirige a donde, al final del camino, rebrilla el asfalto húmedo. El Científico se apea también, le da alcance y anda al lado.

– Para que ha tomado usted a ese intelectual? – pregunta.

– No importa.- reponde el Guía-. Se serenará. Se lo prometo. – Y tras dar una pausa, añade-: Por otra parte, su dinero no es peor que el de usted…

El Científico lo mira rápidamente, pero no vuelve a abrir la boca. Se detienen en una encrucijada y desde los matorrales miran al puesto de Guardia que está en la carretera, a unos cien metros más adelante. En la casita hay luz en la ventana. Al lado, al resplandor lívido de un potente reflector, negrean dos motos con sidecar y un auto patrulla blindado. A la derecha y a la izquierda de la carretera se aleján a través de las colinas los muros protegidos con alambrada y torrecillas armadas con ametralladoras. Las puertas de la Zona están abiertas de par en par.

– La patrulla – dice el Guía.

– Están todos dormidos – musita el Científico-. Hay que tomar carrera y pasar a toda velocidad… No tendrán tiempo ni para parpadear.

– Eres un estratega – dice el Guía -. Rapidea y embate…

Mira abajo, el edificio del Puesto de Guardia sobre el cual desciende lentamente la niebla ajironada y gris. Dentro de unos minutos la niebla se tragará el edificio del puesto de Guardia, la puerta cochera y el muro. En la niebla gris oscila una mancha pálida de luz, como un farol ahogandose.

– Así es mejor. – dice el Guía.

Regresan rápidamente al auto.

El Escritor, que se habia dormido en el asiento trasero, se incorpora.

– ¿Eh? – pronuncia con voz estentórea-. ¿Hemos llegado?

El Guía se vuelve y, agarrandole la cara con los cinco dedos, lo empuja con fuerza. El Escritor, estupefacto, abre desmesuradamente los ojos; luego dice en un susurro:

– Entendido… entendido… Me callo.

El auto arranca, sale lentamente a la carretera, vira y despacio, muy despaciom, en plena corresponda con las señales luminosas del badén que limitan la velocidad, rueda frente al Puesto de Guardia. Cuando entra en el haz de luz del reflector arrimolinado en la niebla, en su negra y húmeda carroceria se ve una inscripción en tres idiomas:

ONU Instituto de Culturas Extraterrestres.

Inesperadamente, detrás tabletea una ráfaga de ametralladora. En la niebla se enciende el reflector violáceo de la guardia. El auto corre en tineblas a toda velocidad por el húmedo camino. El Guía, con una colilla apagada en la comisura de la boca, maneja el volante.

El resplandor de los faros arranca destellos a las gafas de su vecino de la derecha. El escritor, adelantando el torso, se sujeta con ambas manos al resplado del asiento delantero y mira fijamente la carretera. Ya se ha serenado bastante.

El Guía quita gas y el auto, con los faros apagados, se desliza cautelosamente por el camino, se hunde en la cuneta, sale de ella y, resoplando el motor, se mete en unos matorrales. Luego se para el motor, se apagan las luces de posición, y la voz del Guía pronuncia en la tinieblas:

– Rápido. Síganme a rastras. No levanten la cabeza, la mochila llévenla así, a la izquierda. No teman, no nos ven. Si tocan a alguien, no hay que gritar ni correr: si nos ven nos matan. Hay que arrastrarse atrás y salir de la carrtera. Por la mañana nos recogerán. ¿Esta todo claro?

– Yo tomaría un traguito…-dice en voz baja el Escritor.

– Calma, borrachín…Vamos.

Загрузка...