SEGUNDA PARTE

8

Cinnabar Baker no tenía hogar, o tal vez tuviera treinta. En cada Cosechadora se mantenían apartamentos para su uso, de tamaño, gravedad y mobiliario idénticos. Ella viajaba constantemente, y pasaba un máximo de diez días al año en cada uno.

Se decía que no tenía íntimos humanos ni pertenencias personales. Turpin iba con ella a todas partes, pero no era una posesión. Era un viejo cuervo bizco con un gran vocabulario y sin plumas en la cola. Cuando estaba de mal humor, cosa que sucedía a menudo, tenía la costumbre de arrancarse el plumaje con el pico.

Lo hacía ahora, y era un espectáculo desagradable. A Sylvia Fernald le resultaba difícil apartar los ojos de él. El cuervo se detenía de vez en cuando para mirarla con sus ojos acuosos y reumáticos, y luego continuaba con su picoteo autodestructivo. No hizo ningún intento de echar a volar; en cambio, cojeaba de un lado a otro, como un pirata, sobre la mesita que había delante de Sylvia, las alas medio abiertas y murmurando una irritada parodia del habla humana. Sylvia intentó ignorar a Turpin y prestar atención a lo que decía Cinnabar Baker. No le fue fácil. Sylvia dormía cuando recibió la llamada. Sofocó un bostezo, preguntándose cómo era posible estar tan nerviosa y a la vez tener tanto sueño.

La última llamada la había pillado por sorpresa, como la orden previa, una semana antes, para asistir a la reunión con Wolf y ayudar a ponerlo al día. Ella trabajaba para Baker, eso era innegable, pero la jefa de las Cosechadoras se había saltado dos niveles intermedios en la cadena de mando para llegar a Fernald, y nunca había ofrecido ninguna explicación.

Esta nueva llamada había sido igualmente casual, como si no hubiera nada de raro en pedir a un miembro inferior del personal que acudiera a una reunión privada después de la medianoche. Cuando Sylvia llegó, la enorme mujer estaba sentada con las piernas cruzadas en su apartamento de baja gravedad. Había cambiado el uniforme amarillo por una hinchada nube de material verde pálido que sólo dejaba al descubierto su cabeza y sus manos, y parecía tan descansada y alerta como siempre.

—Ahora pensemos un poco más en Behrooz Wolf—dijo, como si continuara una conversación que ya estaba en marcha—. Tengo las impresiones de Leo Manx, por supuesto, y ahora también las de Aybee. Pero ninguno de los dos es un observador experto de lo que podríamos llamar estados internos. Vio usted tanto de Wolf como yo. ¿Qué tipo de hombre encontró allí?

Sylvia esperaba una discusión sobre los sistemas de control de las Cosechadoras, o quizá de los procedimientos de cambio de formas. Su trabajo no incluía la evaluación de caracteres; pero no podía decírselo a Cinnabar Baker. Y estaba bastante segura de que Baker no se contentaría con quejas.

—Competente pero complicado. Creo que no llegué a saber en qué estaba pensando.

—Ni yo. —Baker sonrió como Gautama, y esperó.

—Obviamente, es inteligente, pero eso lo sabíamos por su reputación. Y no me refiero sólo a teoría de cambio de formas. Vio rápidamente que había otros asuntos implicados.

—Casi demasiado rápidamente. —Cinnabar Baker no colaboró. Una vez más, permaneció sentada, esperando.

—Y es obviamente un tipo sensible también. Vi los informes de Leo Manx sobre Wolf y su relación con Mary Walton (y puedo imaginar cómo se sintió cuando ella lo dejó; pero no se lo diré a Cinnabar Baker). Eso significa que aún se siente muy triste, y piensa que no obtiene gran cosa de la vida. Pero se interesó mucho en lo que le dijimos; así que sospecho que, aunque cree que siente las cosas intensamente, sus impulsos intelectuales son más poderosos que los emocionales. Es como Aybee, vive en un mundo de pensamientos más que en un mundo de sentidos. No lo admitiría, tal vez ni siquiera lo sabe. En cuanto a sus otros intereses, es difícil decir nada. ¿Cómo pasa el tiempo cuando no está trabajando?

Mientras hablaba, Sylvia se hizo esa misma pregunta acerca de Cinnabar Baker. Aquel apartamento era diminuto para los baremos de la Nube, y su mobiliario mínimo. Las paredes, de un beige uniforme, carecían de cuadros o de cualquier otro adorno, y no había artículos ni piezas personales como las que llenaban hasta rebosar el apartamento de la propia Sylvia. Cinnabar Baker tenía fama de trabajar duro. Resultaba evidente que el trabajo era lo único que tenía.

—¿Le encuentra atractivo? —La pregunta fue tan inesperada que Sylvia no estuvo segura de haber oído bien.

—¿Quiere decir físicamente atractivo?

—Exactamente.

—Dios mío, no. Es absolutamente horrible. —Sylvia dejó que la respuesta se asentara un par de segundos, y luego se sintió obligada a matizar—. Supongo que no es culpa suya, probablemente montones de personas del Sistema Interior tienen ese aspecto. Tiene una mente interesante, y creo que sentido del humor. Pero resulta repulsivo a la vista, y por supuesto es muy bajito, con esos brazotes cortos. Y lo peor de todo es que es… es demasiado…

—¿Demasiado?

—Demasiado velludo. No me extrañaría que esté todo cubierto de pelo, como un mono, por todas partes. Incluso en… Por supuesto. —Sylvia fue de repente consciente de lo exagerada que debía parecer—. Supongo que no puede evitar nada de eso. Aunque con el equipo de cambio de formas necesario…

—Lamento que lo encuentre poco atractivo. —Cinnabar Baker tenía al parecer una gran capacidad de malinterpretación. Extendió la mano para acariciar el lomo del cuervo, y al bajar la cabeza sus ojos quedaron ocultos a Sylvia—. Verá* deseo hacerle una petición inusitada. Y ya que está fuera del ámbito habitual del deber, sólo puede ser una petición informal.

—Si puedo hacer algo por ayudarla, naturalmente que lo haré. —El día ya había sido lo bastante loco. ¿Podía empeorar aún más?

—Bien. ¿Sabe usted que trabajará con Behrooz Wolf, y que viajará con él?

—Ése es el plan.

—Quiero que busque una relación con él. Una relación muy íntima.

—Se refiere a… quiere que yo… seguro que no querrá que yo…

Turpin escogió ese momento para soltar una larga y gorgoteante risotada, como agua colándose por un desagüe, y Sylvia no pudo terminar la frase.

—Me refiero a una relación psicológica —dijo Baker tranquilamente—. Si resulta una relación física, tanto mejor. Y le diré porqué. Wolf fue una de las veintisiete personas con las que pensamos contactar para que nos ayudaran. Es el único que queda, así que tendemos a decirnos, eh, tuvo suerte. Tal vez la tuviera. Pero tal vez haya más que suerte en esto. Tal vez Wolf sabe más de lo que admite, y tal vez haya un buen motivo para que no fuera eliminado con el resto. Y algún motivo por el que haya accedido a venir aquí, tras rehusar al principio. Si es así, necesito saber todo eso. Las conversaciones de almohada son mejores que las drogas de la verdad. Si pudiera intimar con él, persuadirle de que confíe en usted…

—¡No puedo hacerlo! —Sylvia no había escuchado nada después de la primera frase de Baker—. Está fuera de toda cuestión. Haré lo que se me pida, pero eso es demasiado.

—Tal vez. —Baker dejó de acariciar a Turpin y fijó sus fríos ojos azules sobre Sylvia—. Estoy segura de que el sentimiento es mutuo. Wolf sin duda la encuentra tan poco deseable como usted a él.

—Estoy segura. Ya ha visto a las mujeres abrazasoles. Bajas y morenas, todo grasa y caderas y pechos. Debe encontrarme horrible. Dios mío, soy al menos medio metro más alta que él. Y demasiado delgada para los gustos terrestres. Y de todas formas…

—De todas formas —dijo Turpin súbitamente—. De todas formas, de todas formas, encuentra la horma. —Echó a volar con un excitado remolino de alas negras, trazó una espiral y se posó sonriendo en el hombro de Cinnabar Baker.

—Subestima los efectos de la interacción personal prolongada —decía Baker. Sonrió—. En otras palabras, hablar lleva a acariciarse. Y ser guapo es sencillo. Unas cuantas horas en un tanque de cambio de formas… no es que le esté sugiriendo eso, compréndame… y podría ser el ideal de belleza de Wolf.

—Nunca. Lo siento, pero ni siquiera lo tomaré en consideración. Es definitivo. —Sylvia se levantó. Tenía que marcharse tan pronto como le fuera posible, antes de que Cinnabar Baker intentara otra vez convencerla de algo.

Hasta allí llegaba su carrera como especialista de control… su carrera ahora lastrada. La había arruinado en los últimos cinco minutos.

El pensamiento final fue el más amargo de todos. Cuando le llegó la convocatoria inicial de Cinnabar Baker, Sylvia se había sentido halagada y excitada. La calidad de su trabajo debía merecer especial atención. Sería asignada al visitante del Sistema Interior porque era inusitadamente competente en cambio de formas y trabajo de sistemas.

Ahora estaba claro que sus habilidades profesionales no tenían nada que ver con ello. Su función era la de hembra conveniente, un cebo para atrapar a Bey Wolf. ¿Y ahora había rehusado? Cinnabar Baker podría decir que no se lo reprochaba; pero lo haría. La carrera de Sylvia estaba acabada.

—Por favor, discúlpeme. —Miró a Baker, no encontró palabras, y se dirigió a ciegas hacia la puerta.

Cinnabar Baker la observó marcharse. Como era de esperar, Sylvia Fernald había rehusado… vehementemente. Pero la idea había sido plantada. Ahora Sylvia sería incapaz de trabajar con Behrooz Wolf sin evaluarle también en cierto modo como posible compañero. Y eso era todo lo que Baker esperaba conseguir.

—Las hormonas lo son todo, Turpin —le dijo al pájaro que estaba en su hombro—. Los cerebros están bien, y el aspecto, y la lógica es aún mejor; pero las hormonas dirigen el espectáculo. Para todo el mundo, incluso para ti y para mí. Pero nunca lo sabemos. Espero no haber sido demasiado dura con Sylvia. Veamos si cambiará de opinión cuando lo conozca mejor.

El trabajo de la noche distaba mucho de haber acabado. Tarareando suavemente para sí misma, Cinnabar Baker se inclinó sobre la unidad de comunicaciones de mesa y revisó el comunicado oficial que había preparado advirtiendo al Sistema Interior sobre su inmiscusión en los asuntos del Sistema Exterior. Funcionaría. Había un par de palabras claves que podían ser más fuertes («demanda» en vez de «petición», e «intolerable» era mejor que «inadmisible»); fueron arregladas rápidamente.

Aprobó su emisión. Entonces entró en modo código y pidió un circuito exclusivo para comunicarse en tiempo real. Hubo un momento de espera mientras llegaba la aprobación de las coordinadas heliocéntricas fuera de la red habitual. Se concedió, usando la propia autorización de Baker. Los codificadores fueron asignados. Finalmente, en las estructuras más externas de la Cosechadora, la antena de medio kilómetro orientó su hiperrayo hacia un destino situado en las profundidades del Halo.

9

Puedes correr, puedes correr, correr todo lo que quieras.

Nunca podrás escapar del Hombre Negentrópico.

Canción infantil de la Cosechadora Hoyle


Las naves de Nubeterra eran fáciles de reconocer: cascos de hidrocarbono, armazones de fibra de carbono, portillas de polímeros transparentes.

La necesidad y la naturaleza habían fijado sus reglas. Los cuerpos celestes de la Nube Oort proporcionaban una limitada caja de herramientas: escasamente los ocho primeros elementos de la tabla periódica. Los metales eran particularmente escasos. En vez de hacerlos subir por el gradiente de gravedad del Sistema Interior, los nubáqueos que fabricaban máquinas habían aprendido a improvisar. Menos de una décima parte del uno por ciento de la nave que llevaría a Bey Wolf y Sylvia Fernald a la Granja Espacial Sagdeyev era de metal, y ese porcentaje sería reducido una vez más en los nuevos modelos.

Bey intentaba mantener una conversación con Sylvia Fernald mientras se preparaban para partir, pero era difícil. Dos días antes se había mostrado amistosa y tranquila con él. Bey lo sabía y ella también. Eran desconocidos, pero se habían llevado bien durante los primeros minutos, cómodos con el estilo de trabajo y la actitud del otro. A él le agradó la perspectiva de trabajar con Fernald— Sylvia, según le había pedido ella que la llamara antes de que terminara la primera reunión planificadora informal. Pero hoy…

Hoy le había estado sonsacando las palabras, una a una.

—Parece que sólo puede albergar a dos personas. ¿Qué hay de Leo Manx, Sylvia? Creía que iba a venir con nosotros.

—Cambió de opinión. —Su voz era inexpresiva. Contemplaba el fino vello negro de sus antebrazos, y se negaba a mirarle a los ojos.

¿Qué era? ¿Su aspecto? Cuando llegó a la Cosechadora Opik, Bey llevaba la ropa de mangas y perneras largas del Sistema Interior. Hoy había adoptado el parco uniforme de los nubáqueos, y sus diferencias físicas eran más evidentes. El amplio uso del equipo de cambio de formas había permitido a los terrestres acostumbrarse a cualquier cosa. Pero la gente que había visto aquí en la Cosechadora era toda muy parecida: limitadas variaciones delgadas o gruesas de un único tipo corporal.

Ella se había vuelto para comprobar el estado del combustible y los suministros, y se inclinaba sobre el panel. El se acercó, extendió un brazo fuerte y musculoso para compararlo con su pálido y liso miembro. Sylvia sintió que estaba cerca, y se giró.

—¿Qué está haciendo?

—Nada. —Bey se preguntó por qué se sentía culpable, y por qué las mejillas de ella se ruborizaban. Si se comportaba con tanto nerviosismo durante todo el viaje, iban a ser unas veinticuatro horas muy desagradables. La escasez de alojamiento en Nubeterra se limitaba a sus naves de tránsito. El impulsor McAndrew estaba bien, pero las fuerzas inerciales y gravitatorias se equilibraban sólo en una pequeña zona en el eje principal de la nave. Bey y Sylvia compartirían ese espacio, una cabina cilíndrica de unos dos metros de diámetro. Mantenerse apartado de ella sería difícil. La propia Sylvia medía más de dos metros de altura.

Hacían los últimos preparativos para la partida, repasando la cuenta atrás juntos con embarazosa formalidad, cuando Aybee llegó corriendo.

—Bien. Pensaba que no iba a alcanzarlos.

—Cuatro minutos más y así habría sido. —Sylvia ocultó bastante mal su alivio—. ¿Vas a venir con nosotros?

—Ni hablar. —Aybee contempló la pequeña cabina con disgusto—. Necesito espacio, sitio para destacar. Tendrían que doblarme para meterme ahí dentro. Ya será lo bastante incómodo sólo contigo y el Hombre Lobo.

La tensa atmósfera no le importó nada. Abrió los cierres de una bolsa que llevaba a un costado.

—He vuelto a hablar con el viejo Leo, y esta vez hemos situado el problema. La primera vez me preguntó: «¿Cómo se puede localizar una señal de vídeo que nadie más puede ver?» Yo le dije: «Eh, te diré cinco formas de nacerlo, pero no puedo decirte cuál están usando sin tener más datos.»

—Tres minutos —dijo Bey—. O tendremos que empezar una nueva cuenta atrás.

—Hay tiempo de sobra. —Aybee sacó de la bolsa una cajita rectangular, un casco y un verdadero nido de serpientes de cables y electrodos—. Hoy, el amigo Manx me dice que nos planteamos mal el problema. No le importa cómo llega la señal a su cabeza, sólo quiere verla, saber qué le vuelve loco. Eso es distinto, ¿no? Mucho más fácil. Porque ¿a quién le importa si la señal vino del exterior, o si usted la creó? Su recuerdo está almacenado ahí dentro… —Indicó la cabeza de Bey—, así que este aparatito lo sacará para nosotros.

Bey miró el aparato sin entusiasmo. Tenía un aspecto poco definitivo, inacabado.

—¿Quieres que me ponga esa cosa en la cabeza? ¿Cómo voy a poder respirar?

—Igual que de costumbre, hacia dentro y luego hacia fuera. Hay agujeritos para eso. Eh, tranquilícese. Si quisiera matarlo, habría formas más sencillas de hacerlo.

—Dos minutos —cortó Sylvia Fernald—. Aybee, deberíamos estar ya en nuestros asientos. Tienes que marcharte.

—Hay tiempo de sobra. Hombre Lobo, ¿no quiere saber cómo funciona? Es muy bueno. Verá, empiece a pensar en lo que vio… rojos hombrecillos del saco, lo que sea. Esos recuerdos están almacenados en algún lugar de su cabeza, con todo detalle. Nunca se olvida nada de lo que se experimenta, nadie lo hace, sólo que no puedes recuperarlo, no a la perfección. Así que esto toma tu primer recuerdo fresco, lo trae a primer plano y pregunta si encaja completamente. Si no, lo sigue intentando hasta que así es. Mi algoritmo garantiza la convergencia. Y todo el tiempo grabamos lo que obtenemos. Así que al final de la sesión tenemos lo que usted vio… incluso lo que pensó que vio, suponiendo que haya detalles. —Miró a Bey, que guardaba el casco flexible en su caja—. Eh, ¿qué clase de payaso desagradecido es usted? He invertido un montón de trabajo en eso. ¿No va a intentarlo?

—¿Estás diciendo que puede que no funcione?

—Claro que funcionará, tan seguro como que mi nombre es Apollo Belvedere Smith.

—Entonces lo utilizaré cuando vayamos de camino a la Granja. —Bey señaló el indicador de la cuenta atrás—. ¿Ves eso? Puedes mirar los resultados de tu trabajo en tiempo real si no sales de aquí antes de cuarenta segundos. La escotilla se asegura automáticamente treinta segundos antes de que se inicie el impulso. ¿Vas a venir con nosotros?

—¡Ni hablar! —Aybee saltó hacia la salida de la cabina—. Llámenos y díganos lo que consigue. Leo Manx está también ansioso.

Se marchó, pero cuando los otros dos se dirigían hacia los camastros, volvió a asomar la cabeza.

—Eh, Hombre Lobo. ¿De verdad que golpeó a esos tres tipos anoche, antes de chocar conmigo?

Bey se abrochó el cinturón, aferrando contra su pecho la bolsa de Aybee.

—Todo lo contrarío. No los toqué, pero uno me dio un golpe en las costillas, y la otra me pisó. Puedo mostrarte el hematoma.

—No se moleste. Cuando ves una pierna peluda, las has visto todas. Pero eche un vistazo a las noticias. Dicen que usted los atacó, sin previo aviso. Se marcha de aquí justo a tiempo.

Aybee también se marchó. Los dos pasajeros oyeron cerrarse la escotilla exterior apenas dos segundos antes de que la sirena anunciara que el impulsor se conectaba.


La entrega de último minuto de Aybee resultó ser una bendición. Bey había intentado entablar de nuevo conversación con Sylvia cuando se pusieron en camino, pero ella estaba obviamente inquieta por algo y después de unos minutos él sacó el casco flexible, conectó los electrodos y se colocó el aparato sobre la cabeza.

Aybee no se había molestado en darle detalles sobre las instrucciones de funcionamiento. Bey permaneció durante un rato sentado en la oscuridad, preguntándose si había olvidado conectarlo. Estuvo a punto de quitarse el casco, pero no quería enfrentarse al ansioso rostro de Sylvia. Si el aparato funcionaba como le habían dicho, debería estar concentrándose en el recuerdo más claro que tuviera del Bailarín. Fue fácil recordar aquella figura diminuta apareciendo desde la izquierda de la pantalla…

Era como cambiar de forma, pero con una diferencia. En este caso, la compulsión venía de fuera, no de su propia voluntad. Bey seguía consciente, pero no tenía control sobre nada. En su mente, el Bailarín cruzó la pantalla, se detuvo, y volvió a ponerse en marcha. Baile, pausa, ajuste, vuelta atrás, baile. Baile, pausa, ajuste, vuelta atrás, baile. Lo hizo una y otra vez, cada vez tan similar a la anterior que Bey no pudo detectar ningún cambio. Baile, pausa, ajuste, vuelta atrás. Intentó contar, mientras el acto se repetía eternamente, docenas de veces, cientos de veces, miles de veces. Baile, pausa, ajuste, vuelta atrás. Una interminable e invariable procesión de Bailarines apareciendo uno a uno ante su campo de visión, retorciéndose, volviéndose, retrocediendo de espaldas hasta perderse de vista. Se clavaban cada vez más profundamente en su cráneo, a través de la protectora envoltura de las meninges, hundiéndose en los tiernos pliegues de su cerebro, mientras él gritaba en silencio pidiendo ser liberado.

Por fin sucedió. El ciclo se rompió con sorprendente brusquedad. Bey se estremeció y recuperó la consciencia, y se encontró contemplando los asustados ojos de Sylvia Fernald. Tenía el casco en las manos.

—Lo siento. —Extendió la mano como dispuesta a tocarle la frente, pero la retiró al instante—. Estaba segura de que tenía usted problemas. Permaneció tendido durante mucho rato, y luego empezó a gemir. Temí que estuviera sintiendo dolor. ¿Iban mal las cosas?

Bey se cubrió los ojos con las manos. La luz se había vuelto demasiado brillante, y tenía un terrible dolor de cabeza.

—Yo diría que sí, pero Aybee no estaría de acuerdo. Creo que forzó demasiado la tolerancia de convergencia de su programa. Podría haberme pasado días intentando reconstruir lo que vi. Tal vez nunca lo habría conseguido. Podría haberme quedado en ese maldito bucle eternamente. De cualquier forma, ahora me encuentro bien. —Extendió la mano y cogió la mano izquierda de Sylvia, apretando lo bastante fuerte para que el acto reflejo de ella no la liberara—. Le agradezco lo que ha hecho, Sylvia. Nunca podría haberme zafado yo solo.

Lo había hecho por impulso, pero de repente se convirtió en un experimento. ¿Cómo reaccionaría ella?

Sylvia permitió el contacto durante medio segundo tal vez. Luego retiró la mano decididamente y con la derecha pulsó un interruptor en el costado del instrumento. Hubo un chasquido y un breve zumbido. Esperó un momento y tocó el panel frontal.

Bey se la quedó mirando.

—¡Sabe cómo funciona!

—Lo miré lo bastante mientras estaba usted ahí tendido. Y sabía que Aybee haría un diseño sencillo… dice que quiere que su trabajo sea como la Armada Nubáquea, concebido por un genio para ser manejado por idiotas. Sé qué botones pulsar; si eso hace de mí una experta… —Calló un momento, la mano todavía delante del panel frontal—. ¿Quiere ver si ha conseguido algo? Hay un reproductor. Podríamos conectarlo a la pantalla.

Ahora le tocó a Bey el turno de estar ansioso. Quería saber, ¿no? Después de tantos meses de preocupación… Pero también se sentía inquieto, con la misma incomodidad subliminal que había experimentado cuando supo que Mary le enviaba un mensaje desde el otro lado de la Luna.

—¿Bien? —Sylvia Fernald estaba esperando, su fino y largo dedo colocado sobre un punto del panel.

«El dedo móvil escribe, y al haber escrito sigue adelante, y ni la piedad ni la sabiduría harán que tache mi media línea…» Bey se sintió a punto de experimentar un cambio irreversible cuyo agente era aquel dedo expectante. El viejo Ornar, el fabricante de tiendas, podía estar advirtiéndole. Después de meses de aceptar al Bailarín como heraldo de la locura, tal vez Bey estaba a punto de descubrir otras posibilidades más sombrías. El conocimiento no podía ser más temible que la ignorancia.

Estaba muy cansado. Le dolía la cabeza más que nunca. Tenía la mente hecha papilla. Y permaneció allí sentado, incapaz de hablar, incapaz de asentir, contemplando aquel dedo inmóvil.

¿Bien? —Sylvia se impacientaba. Y no era de extrañar. ¿Qué le ocurría? Tenía que comprender. Y sin embargo se sentía sumergiéndose de nuevo en un semitrance, apartando sus pensamientos del presente…

Bey se sacudió. Fuesen o no malas noticias, tenía que saber.

Se sentó, se estremeció y asintió.

—Adelante.

La pantalla fluctuó, se oscureció y cobró vida lentamente. Hubo un salpicar de vivos colores, un caleidoscopio de imágenes superpuestas: hombres rojos corriendo, bailando, saltando, sentados con las piernas cruzadas, escapando unos encima de otros. Entonces las exposiciones múltiples se desvanecieron, y surgió una imagen. Era como Bey la recordaba, pero ahora con claros y aterradores detalles. El hombrecillo, la sonrisa de dientes afilados, la forma de andar, la voltereta hacia atrás, la sacudida de sus ágiles miembros. Los ojos magnéticos. La voz. Allí estaba la misma cantinela, creciendo al final de la frase para enmarcar una pregunta no del todo inteligible. Bey observó, escuchó y se sintió transportado a una deslumbrante revisión del pasado. Extendió la mano para volver a reproducir la secuencia. Y otra vez más. La cuarta vez, la mano de Sylvia llegó primero, y apartó la suya.

—Se acabó por ahora. —Había visto la expresión en sus ojos. Se había hundido en su propia fuga.

Bey suspiró.

—Aybee lo ha conseguido. Dijo que lo haría. Así era, ya lo sabe. Exactamente.

—Lo sé.

—Tengo que volver a verlo. —Acercó su mano a la de ella, intentando apartarla. No tenía fuerza en el brazo.

—No. Más tarde. —Ella le tocó la frente. Como sospechaba, estaba caliente y sudorosa—. Bey, tiene que dormir. Esto ha sido demasiado.

—Tengo que verlo otra vez. Tengo que comprenderlo. Verá, Sylvia, ni siquiera ahora lo comprendo. —Su voz era confusa, una voz sorda, mientras hablaba los ojos se le cerraban. No tardó ni treinta segundos en quedarse profundamente dormido.

Ya no representaba ninguna amenaza. Sylvia lo contempló durante unos minutos. Su rostro era el semblante del Sistema Interior mismo: oscuro, más viejo, en guardia. Extendió la mano y se lo volvió para que no pudiera ver la pantalla. Él suspiró en sueños, pero no se movió.

Sylvia fijó la salida audio para recibirla sólo ella y se dispuso a reproducir la secuencia, una y otra vez. Para Bey Wolf era algo personal y preocupante, pero para ella ofrecía misterios diferentes y de carácter más práctico. Había detalles que captar incluso a primera vista.

Resolvió el primer problema después de revisar cuatro veces la secuencia de memoria reconstruida de Bey. Tras otra mirada a los controles, hizo un ajuste y contempló con satisfacción lo que aparecía en la pantalla.

El segundo problema no fue tan fácil de resolver. Dependía de un dudoso recuerdo de hacía más de un año. Sylvia acabó pidiendo ayuda a la base de datos de la Granja Espacial, situada a siete horas de viaje ante ellos. Enviaron una imagen que confirmó su corazonada. Se sentó a esperar a que Bey despertara, contemplando su rostro moreno, deseando que despertara y al mismo tiempo queriendo despertarlo. Ansiaba decírselo.

Él durmió durante casi seis horas. Al despertar, se volvió de inmediato y extendió la mano para encender la pantalla. Ella se la cogió entre las suyas.

—No. Bey, no es necesario.

Él la miró sin comprender, aún aturdido por el sueño.

—Mire —dijo. Ajustó el equipo de Aybee y puso en marcha el aparato.

El hombre rojo apareció, todavía hablando. Pero ahora las palabras que canturreaba eran claras.

Puedes correr, puedes correr, correr todo lo que quieras.

Nunca podrás escapar del Hombre Negentrópico.

Y entonces, justo antes de que se marchara bailando por el lado derecho de la pantalla, volvió a hablar:

¡No te preocupes, no sientas temor, el Hombre Negentrópico ya llegó!

Bey se quedó boquiabierto.

—¿Qué ha hecho?

—Lo invertí, y lo pasé más despacio. —Lo reprodujo una vez más—. Estaba claro. Se habría dado usted cuenta al verlo, objetivamente, unas cuantas veces. Los movimientos no resultaban naturales, eran demasiado entrecortados, y la entonación no correspondía a la forma normal de hablar. Lo único que hacía falta para entender el mensaje era reproducirlo al revés. —Vio que Bey sacudía la cabeza—. ¿Qué pasa?

—No está claro. Para mí no. Comprendo lo que dice, y tal vez Aybee sepa cómo consiguieron enviarme esa señal. ¿Pero qué significa?)

—¿Negentrópico?

—Podemos empezar por ahí. Negentrópico. ¿Entropía negativa? Pero es sólo una palabra. —Bey se levantó. Quería caminar, pero no había espacio suficiente en la cabina para dar más de un par de pasos en cada dirección. Al cabo de un momento volvió a sentarse y se dio un golpe en la rodilla, frustrado—. Negentrópico. ¿Por qué diría nadie que es el Hombre Negentrópico? Todavía más, ¿por qué iba nadie a enviarme un mensaje así? No veo cómo una persona puede tener entropía negativa… ni siquiera estoy seguro de comprender lo que es la entropía. Y desde luego no tengo ni idea de quién está detrás de todo esto.

—Pero yo sí.

La tranquila respuesta de Sylvia pilló desprevenido a Bey. La miró.

—¿Cómo puede?

—Reconocí a su Bailarín. Lo sospeché la primera vez que lo vi, pero no estaba segura. Mientras dormía, llamé a la base de datos de la Granja Espacial. Y descubrí que tenía razón.

—¿Quiere decir que es alguien del Sistema Exterior y no del Interior? No parece un nubáqueo.

—No lo es. Y tampoco es un abrázaseles. —Sylvia estaba tan absorta en su propio descubrimiento que olvidó la cautela. Se inclinó hacia delante y sostuvo excitada la mano de Bey entre las suyas—. Su Bailarín no es uno de nosotros. Vive en el Halo. Es famoso, es un rebelde y se llama Black Ransome.

10

—Manx viene de camino. —Sylvia flotó hasta la burbuja abierta que se asomaba a las estrellas y se aseguró junto a Bey—. Vuela en una sonda de alta aceleración. Estará aquí dentro de doce horas.

—Debe de estar ansioso. —Bey reflexionó un instante—. E incómodo. Las sondas altas son equipo de emergencia… la cabina tiene menos de dos metros de diámetro. No tendrá espacio para moverse.

—Será mejor que no lo intente. Es una nave monoplaza, y Aybee dice que viene con él. —Sylvia parecía bastante feliz ante la idea. Si podía sobrevivir a la forzosa intimidad del viaje con Bey, estaba preparada para dejar que Aybee y Leo Manx sufrieran en su viaje más corto—. Le dije lo que hemos descubierto —continuó—. No puede esperar a verlo con sus propios ojos.

Habían llegado a la Granja Espacial y estaban a punto de desembarcar. A Bey, acostumbrado a los procedimientos formales (y protectores) para entrar en los puertos del Sistema Interior, le sorprendió la ausencia de cuarentena. Habían volado hasta un punto cercano al eje central de la Granja, y habían atracado automáticamente sin pasar por ningún puesto de control.

—Naturalmente que nos han comprobado —dijo Sylvia cuando Bey expresó su sorpresa—. El ordenador comprobó la identidad de nuestra nave cuando aún estábamos a horas de distancia.

—Pero si dentro hubiera la gente equivocada… —empezó a decir Bey. Se detuvo. Nubeterra era tan diferente del Sistema Interior en cuestión de medidas de seguridad que aunque podía hablar eternamente con Sylvia dudaba que ella llegara a comprenderle. ¿Era por eso que un puñado de rebeldes del Anillo de Núcleos podía causar un caos tan grande en la Nube?

La incapacidad de comprensión era recíproca. Bey había sido puesto al corriente acerca de la Granja Espacial Sagdeyev, pero en cierto modo la había reducido mentalmente a un tamaño que podía abarcar. Una Granja sugería solidez, actividad incesante, producción intensiva. La realidad era tan insustancial que le pareció no haber llegado a ninguna parte.

La Granja era una capa de colectores mononucleares, de dos mil millones de kilómetros de diámetro. Su cosecha había sido sembrada a centenares de parsecs de distancia y miles de años atrás, concebida en el furioso calor de supernovas y liberada por las mismas explosiones. La cosecha había deambulado por el espacio durante milenios, a capricho de los vientos de la presión lumínica, hasta que aires galácticos aleatorios llevaron los preciosos átomos a la Nube. La mayoría de ellos seguiría vagando hasta el fin del universo, pero unos cuantos se encontrarían con la carga electrostática de la capa de recolección y serían retenidos por ella. Para ellos, la agregación podría comenzar por fin.

Era un trabajo lento y selectivo. La Granja sólo estaba interesada en los elementos pesados, metales, tierras raras y gases nobles. Abarcaba miles de millones de kilómetros cúbicos de espacio para encontrar sus rastros invisibles.

Las máquinas que controlaban las Granjas no necesitaban instalaciones centrales de procesado. Podían llevar consigo cientos de toneladas de material, acumulándolo sin parar hasta que hubiera suficiente para enviarlo a las Cosechadoras. Los humanos, criaturas más frágiles, necesitaban más. En el centro de la capa de recolección se encontraba la burbuja habitáculo, de trescientos metros de diámetro. En ella se alojaban la veintena de personas que habían hecho de la Granja su hogar. Dos de ellas ya habían muerto.

—No espere que nos reciban —dijo Sylvia, mientras su nave atracaba en el borde exterior de la burbuja—. De hecho, no le sorprenda si no encontramos a nadie durante nuestra estancia aquí. Los granjeros evitan a los extraños, y eso me incluye a mí además de a usted. Saben que estamos aquí, y agradecen nuestra ayuda. Pero no quieren vernos.

—¿Y si necesitamos hablar con ellos sobre los problemas de cambio de formas?

—Probablemente haremos lo mismo que ellos… usar un enlace de comunicaciones.

Sylvia le acompañó al interior de la burbuja, dando vueltas por silenciosos pasillos que bajaban en espiral a través de las capas concéntricas de la burbuja. Todo estaba desierto, sin equipo de mantenimiento siquiera. Si Sylvia no le hubiera dicho que allí había gente, Bey habría creído que la Granja iba a la deriva.

Sylvia se dirigía al núcleo situado en el centro de la burbuja, pero pasaron por una zona que era evidentemente una cocina automática. Bey se dio cuenta de que no había comido desde su partida de la Cosechadora. Durante todo el viaje hasta la Granja había estado inconsciente o demasiado preocupado para pensar en comer. Se detuvo.

—Cuando lleguemos a los tanques de cambio de formas nos espera una larga sesión. ¿No podemos tomar algo aquí?

Estaba muerto de hambre. Se dirigió al equipo dispensador sin esperar la respuesta de Sylvia, y tecleó una orden. No se molestó en estudiar el menú. La comida en la Nube no era como la de la Tierra, y no le importaba demasiado lo que le dieran. Cuando los platos aparecieron, se fue a la sala de espera.

Sylvia tardó un rato en llegar. Cuando por fin lo hizo se sentó lejos de él. En la bandeja llevaba una modesta cantidad de comida y un envase grande de fluido color pajizo. Contempló el líquido durante un buen rato, finalmente tomó un pequeño sorbo, hizo una mueca y deglutió.

—¿Está malo? —Bey alzó un poquito de comida y la olisqueó, receloso. Parecía pan y olía a pan—. A lo mejor hemos manejado mal la máquina.

—No. —Sylvia se volvió y sacudió la cabeza pidiendo disculpas—. La comida está bien. Y la bebida también. Pero no he comido con nadie desde hace años. No es debido a una ley ni a nada por el estilo, pero no lo hacemos, ¿sabe?, excepto con un compañero. Siga comiendo, y por favor disculpe mi rudeza. Me acostumbraré en seguida.

No sólo era velludo e impopular; sus costumbres también resultaban repulsivas. Bey soltó el pan que tenía en la mano.

—Soy yo quien debería pedir disculpas. Conocía las costumbres de Nubeterra, pero Leo Manx y yo comimos juntos todo el tiempo mientras viajábamos hacia el Sistema Exterior. Ni siquiera se me pasó por la cabeza.

—Leo estaba especialmente condicionado para la misión. Pero de verdad, no importa. Míreme. —Pinchó un cubo amarillo con el tenedor, se lo plantó delante de la nariz y se lo metió estoicamente en la boca. Lo masticó durante un buen rato antes de tragárselo por fin—. ¿Ve? Lo conseguí.

Al cabo de un momento, Bey empezó a comer de su propio plato.

—¿Le importa si charlamos mientras comemos? ¿O sería demasiado ?

—Naturalmente. Lo prefiero.

Bey asintió. También él lo prefería. La comida era horrible, blanda e insípida. «Menos mal que no he pedido la comida que realmente me habría gustado —pensó para sí—. Vente a la Tierra, Sylvia, y te presentaré una langosta hervida.»

—Quería preguntarle algo sobre Ransome —dijo tras un minuto de masticar en silencio.

—No sé gran cosa de él.

—Pero sí lo suficiente para reconocerlo. En el Sistema Interior, la mayoría de la gente no cree ni siquiera en su existencia. Y Leo Manx me dijo que es un personaje misterioso. Si es tan poco conocido, no sé cómo pudo identificarlo.

—Ah. —Sylvia dejó de comer y soltó el tenedor. Había conseguido tragar sólo tres pequeños bocados—. Me preguntaba cuándo llegaría a eso. ¿Le habló Leo Manx de mí?

—Un poco.

—¿De Paul Chu?

—Lo mencionó. Pero sólo para decir que Chu y usted eran compañeros, y que desapareció en un viaje al Anillo de Núcleos. Atacaron su nave y lo hicieron prisionero.

—Ésa es la versión oficial, y no la discuto. Pero no la creo.

Sylvia hizo una pausa.

No estaba segura de querer hablar de su vida personal con Bey Wolf. Prefería hablar a comer, pero él podría no comprender sus motivos.

—Paul y yo vivimos juntos durante casi tres años —continuó—. La mayoría de la gente que nos conocía pensaba que era para siempre… estoy segura de que Leo lo pensaba. Pero no era así. Discutíamos de una manera infernal, constantemente. Si Paul estuviera aquí, no creo que siguiéramos juntos.

—Leo Manx me dijo que planeaban tener hijos.

—Kío. Eso es lo que deseaba Leo. Es un tipo muy amable a quien le gusta pensar lo mejor de todo el mundo. Puede que nos oyera a Paul y a mí hablar de tener hijos, hace mucho tiempo… y aunque fuéramos a separarnos, nunca discutíamos en público.

—¿Por qué se peleaban?

—No es lo que usted piensa. No era por sexo. Ni por política. Estoy segura de que sospecha que no siento simpatía por la Tierra y el Sistema Interior. Así es. Creo que son ustedes como parásitos… y ni siquiera listos. Han suspendido la prueba de todo parásito de éxito: la moderación. Han aniquilado partes de su propio hábitat… la paloma torcaz y la ballena y el gorila y el elefante. Gracias a ustedes, la mitad de las especies de la Tierra se han extinguido en menos de mil años. Los humanos pueden ser los siguientes.

—Estoy de acuerdo, y lo lamento tanto como usted. —Bey contempló su rostro adusto. Ahora estaba furiosa, pero eso hacía que fuese más fácil tratarla. Era más difícil tratar con la Sylvia fría y cauta—. Pero me parece un tanto extremista.

—¿Extremista? ¿Yo? Bey Wolf, no lo comprende. Soy una moderada. Todo el mundo en la Nube piensa igual que yo en lo referente a la Tierra y el Sistema Interior. Lo aprendemos de niños. Pero la mayoría nunca haría nada que perjudicara a la gente del Sistema Interior. Son sólo unos cuantos fanáticos los que quieren ir más allá de la repulsa general. Paul era uno de ellos. Odiaba al Sistema Interior, y todo lo que ustedes representan. Un año antes de desaparecer, se unió a un grupo extremista que hablaba en serio de iniciar una guerra entre los Sistemas. Paul me expuso sus ideas y me pidió que me uniera a ellos. Le dije que estaban todos locos.

—Tenemos gente en la Tierra que piensa lo mismo, pero a la inversa. Odian la idea de que la Nube controle los suministros de alimentos. Quieren aplastar Nubeterra y controlar el Sistema Exterior. Pero están todos locos, los de ambos bandos. Si nos enzarzáramos en una guerra contra ustedes, o cortáramos las comunicaciones, sería como si hombres y mujeres se negaran a tener nada que ver entre sí. Podríamos hacerlo, pero nuestra especie desaparecería en una generación.

—Paul decía que no sería así. Tras el colapso del Sistema Interior habría un nuevo comienzo para todo el mundo. Pero haría falta un grupo que estuviera preparado para hacerse cargo, con su propio líder fuerte. Me mostró una pieza secreta de material para reclutar. Decidí que todo el asunto era una locura, y que el líder, Ransome, era el más loco de todos. Pero al parecer es terriblemente convincente y carismático. Paul pensaba que Ransome era maravilloso. Decía que Black Ransome tenía un arma secreta, algo que le aseguraba la victoria a pesar de no tener muchos seguidores. Me di cuenta de que la gente seguía las ideas de Ransome, aunque fueran descabelladas.

Sylvia había apartado el plato, pero observaba con atención a Bey mientras éste comía. Él lo encontró desconcertante. Había extrañas corrientes subterráneas en aquella conversación, una sensación de estar ejecutando algún rito erótico extraño, repulsivo y perverso, cuando lo único que hacía era comer un trozo soso de proteínas sintéticas.

—Pero entonces Paul desapareció —añadió Sylvia por fin—. Y estoy segura de que ni murió ni fue capturado. Está en alguna parte del Halo. Probablemente en el Anillo de Núcleos… es especialista en energía. Creo que trabaja para Ransome. Pero nunca descubrí cuál podría ser el «arma secreta».

—¿Llegó a conocer a Ransome?

—No en persona. Pero vi su imagen en vídeo cuando llamó con un mensaje para Paul. Es su Bailarín. Estoy segura.

—Si es el Bailarín, nunca lo olvidaré. Están grabados a fuego en mi cerebro tanto su aspecto como su voz. ¿Conoce un medio de contactar con él?

—Directamente, no. Se oculta en el Halo, pero tiene cada vez más influencia por todo el Sistema Exterior. —Sylvia tomó otro sorbo de su envase. Miraba a Bey masticar, con los ojos grises relucientes.

Él dejó de comer.

—Creo lo que me ha dicho, Sylvia, pero eso no explica nada. Puedo imaginarme a Ransome como líder de un grupo terrorista organizado. Incluso puedo ver lo influyente que podría llegar a ser en la Nube. Pero no comprendo por qué iba a aparecer con un mensaje descabellado para .

—Tal vez espera reclutarle también.

—Eso es ridículo. Para empezar, no se recluta a alguien enviándole mensajes que lo vuelven loco y no puede comprender. Además, no tiene ni idea de quién soy.

—Cinnabar Baker me dijo que es usted muy famoso, el principal teórico de cambio de formas de ambos Sistemas.

—Eso no es suficiente para hacer a nadie famoso. Sylvia, en la Tierra hay montones de especialistas en cambio de formas. Yo sólo soy uno de ellos. Tiene que recordar que hay quinientas veces más gente en el Sistema Interior que aquí.

—Lo sé. Si por mí fuera, así seguiríamos. Paul y yo también discutimos sobre eso. Dijo que la Nube está despoblada. Yo pienso que está bien. No necesitamos más gente. Creo que no podría soportar vivir en el Sistema Interior.

—Probablemente Ransome piensa lo mismo. Aquí es el gran hombre del saco que intenta iniciar una guerra. Roba naves, tiene un arma secreta, mata a la gente.

—Pero para algunos, como Paul Chu, es un héroe. Paul dice que empezó siendo barrenero. Intentó llegar a acuerdos de desarrollo con los dos Sistemas, y sólo se convirtió en un renegado cuando fue traicionado por ambos.

—Tal vez sea bueno, y tal vez sea malo. Sin duda, aquí es famoso. Pero en la Tierra es sólo una historia que la gente cuenta a sus hijos cuando se van a la cama. Un proscrito solitario y misterioso, el capitán Black Ransome, que sobrevuela el Halo en una ajada nave, las velas solares rasgadas y andrajosas. Navega en silencio y sin energía cada vez que corre peligro de ser descubierto. Roba energía, suministros y volátiles siempre que puede. Es la versión espacial del Holandés Errante.

—¿Quién es ése?

—Una leyenda de la Tierra. Un hombre que surca los mares de la Tierra, buscando eternamente la redención. El profundo mar es su hogar. Nunca llega a puerto. No es real, pero resulta muy romántico. Así consideramos a Ransome: una mezcla de mito y forajido. Si le sugiriera a alguien de la Tierra que Ransome intenta reclutarme (a un abrázaseles, a un planetario que sólo es feliz bajo treinta kilómetros de atmósfera), ellos dirían, bueno, ya decían que están ustedes perdiendo la chaveta. Locos.

Usted es de la Tierra. ¿Me está diciendo que estoy loca?

Bey suspiró.

—Loca no. Un poco rara e impredecible, tal vez. Vamos, Sylvia, pongámonos en marcha. Quiero ver los sistemas de cambio de formas de la Granja antes de que lleguen Aybee y Leo.

—Espero que encuentre algo. ¿Sabe? Aybee estudió los cambios de forma fallidos de las Cosechadoras. No consiguió nada, y es enormemente listo.

—Desde luego, lo es.

—Y verá esto como una especie de competición entre ustedes dos. ¿Cree que podrá manejarlo?

—Apuesto a que sí. —Bey había terminado de comer—. Hace mucho tiempo aprendí algo. Mi primer jefe no era un buen científico, y tenía luchas políticas a montones con jóvenes brillantes de la Oficina de los Coordinadores Generales. Casi siempre tenían razón, pero él ganaba invariablemente. Le pregunté cómo lo conseguía. Señaló el letrero que había en la pared de su despacho. —Bey permitió que Sylvia lo sacara de la sala—. «La vejez y la traición derrotarán a la juventud y la habilidad», me dijo. Es una de las grandes verdades de este mundo. Aybee está en el lado equivocado de la desigualdad.

11

Ésas son las perlas que sus ojos fueron;

Nada en él se marchita,

sino que sufre un cambio marino,

hacia algo rico y extraño.

WILLIAM SHAKESPEARE,

«La Canción de Ariel», La Tempestad


Behrooz Wolf se hallaba a cuatro billones de kilómetros de casa, flotando incómodamente en caída libre en el territorio de una gente que le odiaba, rodeado por un silencio tan total que lastimaba sus oídos. En ese entorno, la tecnología familiar del cambio de formas era su salvavidas.

Sylvia le había conducido a una cámara que contenía cuatro tanques de cambio. Dos de ellos estaban vacíos. Los otros contenían los cuerpos de dos granjeros muertos. A petición de Wolf, sus compañeros no los habían tocado hasta su llegada a la Granja. Sylvia y Wolf se acercaron de inmediato a las portillas transparentes y se asomaron. Ella echó un vistazo y se dio la vuelta. Bey la oyó vomitar. La ignoró. Había visto demasiados experimentos de cambio de forma ilegales e infructuosos para permitir que afectaran su estómago. Tenía trabajo que hacer.

Hizo girar los dos cuerpos usando el equipo remoto y examinó sus anomalías con los sensores internos del tanque. Ambos eran en un principio varones y, según indicaba el tanque, los dos habían utilizado el mismo programa. La forma final pretendida tenía epidermis gruesa, ritmo metabólico más bajo y ojos protegidos por membranas nictitantes transparentes. Los Hombres se estaban preparando para una misión prolongada en el exterior, lejos de la burbuja principal de la Granja. Según Sylvia, esas misiones eran completamente rutinarias, y el programa de cambio de forma que las acompañaba había sido utilizado un millar de veces.

Bey no estaba dispuesto a dar nada por hecho. Pretendía revisar ese programa, orden por orden. Pero primero quería localizar el problema, y las únicas pruebas que tenía, para ello eran los productos finales que había en los tanques.

Estudió los dos cadáveres. Ambos hombres habían experimentado una reducción significativa de masa que no formaba parte del programa. Brazos y piernas se habían atrofiado hasta convertirse en muñones y sus torsos se habían encogido hacia delante, dejando la enorme cabeza cercana al hinchado abdomen. La muerte se produjo cuando los pulmones atrofiados y encogidos no permitieron la respiración.

—¿Ha visto antes formas como éstas? —dijo Sylvia en voz baja.

Había logrado controlarse y se encontraba tras él.

Wolf sacudió la cabeza pero no habló. Le habría hecho falta mucho tiempo para explicar que la forma final apenas era relevante. Su diagnóstico de la avería del programa se basaba en indicios más sutiles: la presencia de uñas hipertrofiadas en apéndices similares a aletas, la desaparición de los párpados, el lechoso brillo perlado de los ojos cubiertos por membranas, la severa escoliosis de la columna vertebral. Para alguien familiarizado con el cambio de formas, había indicios que apuntaban a ciertas secciones del programa.

Bey empezó a llamar secciones del programa para revisarlas. En principio, su tarea era muy sencilla. Los ordenadores de la CEB utilizados para cambio de formas convertían la forma pretendida de un humano en una serie de órdenes de biorrealimentación que el cerebro emplearía para dirigir el cambio a nivel celular. Humano y ordenador, trabajando interactivamente, remodelaban el cuerpo hasta que la forma pretendida y la final fueran idénticas, y entonces el proceso terminaba.

Los cambios químicos y fisiológicos se controlaban continuamente, y cualquier avería detenía el proceso y conectaba el equipo de emergencia. El proceso podía fracasar catastróficamente por dos causas: si el humano del tanque no deseaba vivir o si había un problema importante de software.

Bey podía descartar la idea del suicidio. Eso provocaba la muerte sin ningún cambio físico, a excepción del envejecimiento biológico. Lo cual parecía dejar sólo la posibilidad de un fallo de software; pero se enfrentaba a otra complicación: este equipo no había sido suministrado por la CEB. Se trataba de un hardware clónico, y los programas que lo acompañaban eran versiones pirata. Podía haber incompatibilidades hardware-software, algo contra lo que sólo la CEB podía actuar. En tal caso su trabajo sería diez veces más complicado.

Empezó a examinar una nueva sección del código. Tras él, fue vagamente consciente de que Sylvia salía de la habitación. Fue un alivio. No podía servirle de ayuda y era una distracción potencial.

Línea a línea, siguió la interacción programada, rastreando los parámetros físicos (temperatura, ritmo del pulso, conductividad de la piel) y las variables del sistema (ritmo de nutrientes, perfil de gases ambientales, estímulos eléctricos). No comparó esos parámetros con ninguna especificación de funcionamiento del equipo. No le hacía falta. La región de estabilidad estaba bien delimitada, y a lo largo de los años había aprendido hasta dónde era tolerable la desviación respecto a los valores estándar.

Todos los programas en uso, al ser manejados por el ordenador, proporcionaban su propia pista de auditoria, además de lecturas químicas e índices de actividad cerebral. Leerlos e interpretarlos era algo a caballo entre el arte y la ciencia. Algo que había hecho durante dos tercios de su vida.

Permaneció allí sentado durante seis horas, en un trance profundo. Si alguien le hubiera preguntado si disfrutaba, no podría haber dado una respuesta fidedigna. No estaba contento, ni triste tampoco. Lo único que sabía era que no había nada en la vida que prefiriera estar haciendo. Y cuando encontró las primeras anomalías, y empezó a componer una imagen, no podría haber descrito la excitación. Le habían proporcionado un hermoso adorno roto, partido en un millar de trozos. Tenía que reconstruirlo. Mientras iba encajando esos fragmentos, uno a uno, provisional y laboriosamente, intuyó el esbozo de una pauta conjunta. Eso lo llenó de júbilo. Pero no importaba lo que hiciera: la imagen continuaba dolorosamente incompleta. Y eso era insoportablemente frustrante. No le habían proporcionado todas las piezas. Había partes del código que no estaban dentro del sistema.

El sonido de la voz de Sylvia Fernald lo sacó de su ensimismamiento. Había entrado en la habitación seguida de Aybee Smith y Leo Manx. Bey se volvió y formuló su pregunta, a los tres:

—Estos tanques de cambio de formas no son autosuficientes, como deben serlo las unidades de la CEB. ¿Dónde se ejecuta el resto de los cálculos?

—Puede que en el sistema informático principal de la Granja —dijo Aybee de inmediato—. Es mucho menos caro que hacer los análisis aquí. La CEB y los otros fabricantes te dejan pelado. Te cobran diez veces más por la memoria de sus unidades. ¿Hay algún inconveniente en usar un sistema distribuido? Lo hacernos a menudo.

—No debería serlo. Por otro lado…

Bey indicó la portilla del tanque de cambio de formas. Aybee se acercó, se asomó y frunció el ceño durante treinta segundos. Leo Manx no pudo echar más que una ojeada horrorizada.

—He comprobado el código, línea a línea —continuó Bey—. Y estoy convencido de que los programas locales funcionan bien. Eso significa que el problema tiene que estar en el ordenador principal.

—O en las líneas de comunicaciones —dijo Aybee.

—No. —Bey negó con la cabeza, y de repente se dio cuenta de su agotamiento—. La transmisión redundante corregiría el ruido electrónico en la señal. Aunque eso no funcionara, el ruido termal o las interferencias externas ocasionarían errores aleatorios. Lo que estamos viendo aquí no es aleatorio en absoluto. Fue calculado con toda precisión.

—Pero eso lo convierte en asesinato —protestó Leo Manx.

Aybee le dedicó su sonrisa más feroz.

—Supongo que eso es exactamente lo que está diciendo el Hombre Lobo. Y en ese caso, tendremos que reunimos con los granjeros. —Descartó la objeción de Sylvia con un gesto—. No me lo digas, Fern, sé que no querrán hacerlo. Pero con asesinatos de por medio, no tienen elección. ¿Está seguro, Wolf?

—Segurísimo.

—¿No quiere que yo compruebe sus resultados?

—Me encantaría que lo hicieras… o al menos me gustaría verte intentarlo. Si fueras realmente afortunado y listo, tardarías cosa de un mes. —Bey sacudió la cabeza—. Aybee, no se trata de tu habilidad… pero yo de estas cosas, por dentro y por fuera. Créeme, tardarías una semana sólo en descartar combinaciones imposibles de las variables principales. No tenemos tiempo para eso. Aceptaré tu primera sugerencia. Vayamos a ver a los granjeros. Ahora mismo.

—Eh, ¿qué hay del Hombre Negentrópico? Leo y yo hemos venido por eso, no para mirar cosas muertas que te hacen vomitar.

—También tenemos tiempo de sobra para eso. Podemos hacerlo mientras Sylvia habla con los granjeros. —La interacción con Aybee era una lucha con armas afiladas. El otro era agresivo… y listo.

—Más tiempo de lo que cree —añadió Leo—. Los granjeros podrían no acceder a reunirse con usted, señor Wolf.

—Tienen que hacerlo —insistió Aybee.

—Con nosotros, sí —dijo Sylvia—. Podrían rehusar ver a alguien del Sistema Interior, y salirse con la suya.

—Entonces no les digas de dónde es. —Aybee parecía impaciente—. Resolved eso Leo y tú. El Hombre Lobo y yo tenemos que ver ese asunto del interior de su cráneo. ¿Verdad? Vamos a ello.

12

Sé más que Apolo,

pues a veces cuando duerme

veo las estrellas en guerras sangrientas

llorar en el herido firmamento.

La Canción de Tom O ’Bedlam


—El Hombre Ne-gen-tró-pi-co. —Aybee diseccionó la palabra, pronunciándola lenta y reflexivamente—. Y allá va.

Pulsó el botón.

Por enésima vez, la sonriente figura de rojo cruzó bailando la pantalla y saludó al decir adiós.

—¿Alguna idea? —Cuando no se trataba de teoría de cambio de formas, Bey estaba dispuesto a admitir que Aybee tenía más posibilidades de decidir qué sucedía. Sylvia podía regresar en cualquier momento, y Bey quería acabar con sus problemas antes de reunirse con los granjeros.

—Demasiadas. —Aybee le miró con el ceño fruncido—. No es un problema sencillo.

—¿No crees que hable en serio? ¿Que sea un hombre con entropía negativa?

—Estoy seguro de que no. Para empezar, la entropía negativa no tiene significado físico. —Aybee hizo un ruido grosero hacia la pantalla y la desconectó—. «Negentrópico» se aplica a algo que disminuye la entropía de un sistema. Así que un Hombre Negentrópico debería ser un hombre que reduce la entropía.

—¿Pero qué es exactamente la entropía? —Leo Manx había estado escuchando con atención, a pesar de que la conversación cada vez tenía menos sentido para él—. Recuerden: se supone que tengo que enviar un informe a Cinnabar Baker. No puedo enviarle sus galimatías sobre negentropía, se subiría por las paredes.

—Eh, ¿es culpa mía que seas lelo? —Aybee miró desdeñosamente a Leo—. Te daré un puñado de definiciones de entropía. Puedes escoger la que quieras. Y no me eches la culpa si te equivocas, porque desde luego no sé en qué sentido se emplea en este caso la palabra. Uso más antiguo: entropía en termodinámica. El cambio entrópico se definió como el cambio en el calor de un sistema dividido por su temperatura. ¿Puede un proceso que implica una transferencia de calor volver atrás? Si no puede, la entropía del sistema debe aumentar. Rudolph Clausius lo sabía, hace ya casi cuatrocientos años. Señaló que la entropía tiende a seguir aumentando en cualquier sistema cerrado. Si el universo es un sistema cerrado, su entropía debe aumentar. Así que el universo tiende a reducirse a un estado de organización mínima, y todos acabaremos en una sopa de temperatura uniforme.

—Pero estamos hablando de un hombre, no de un universo.

—Lo sé, Leo. Espera un momento, a eso voy. Recuerda que es un asunto complicado. No queremos hacerlo tan fácil que carezca de sentido. Einstein lo dijo bien: «Las cosas deberían ser tan simples como sea posible… pero no más.» Tal vez nuestro Hombre Negentrópico tenga algo que ver con la entropía termodinámica, tal vez no. Entropía número dos: Ludwig Boltzmann encontró una definición estadística de entropía, en términos del número de estados posibles de los átomos y moléculas de un sistema. Demostró que producía el mismo valor que la termodinámica, siempre que el sistema tenga un montón de estados posibles.

—¿Cómo decidimos qué definición nos hace falta?

—No podemos… todavía no. Sigamos adelante y luego escogeremos. Entropía número tres: en la teoría de la información. Cincuenta años después de Boltzmann, Claude Shannon quiso saber cuánta información podía transmitir un canal de mensajes. Descubrió que eso dependía de una expresión matemática concreta. La fórmula era la misma que la de la entropía de Boltzmann, a excepción de un cambio de signo, así que Shannon llamó entropía de la señal transmitida a lo que calculó. Eso confundió totalmente a la gente. La entropía en teoría de la información es un máximo cuando la información transmitida es tanta como la que puede obtenerse de un canal dado.

—Aybee, no me estás ayudando en nada. Tres definiciones de entropía… y ninguna de ellas inteligible. ¿Por qué no utiliza la gente términos claramente definidos?

—Eh, yo los comprendo la mar de bien. Tenemos suerte de que sólo haya cuatro para elegir. ¿Tienes idea de cuántas cosas diferentes puede significar la palabra conjugar en matemáticas? Ahí va otra: los núcleos tienen entropía. Incluso un núcleo que no rota (un agujero negro de Schwarzschild) tiene una entropía. Hace doscientos cincuenta años, Jakob Bekenstein señaló que el área del horizonte de sucesos de un núcleo puede equipararse exactamente a la entropía del agujero negro.

—¡Pero tenemos que escoger una de tus cuatro definiciones! Aybee, ¿cómo vamos a hacerlo? Son totalmente diferentes.

—No. Lo parecen, pero todas encajan mediante la matemática adecuada, la llamada matemática de conjuntos. En cuanto a decidir cuál deberíamos plantearnos… no me lo preguntes. Tira una moneda al aire. Entropía termodinámica, entropía de mecánica estadística, entropía de teoría de la información, entropía del horizonte de sucesos de un núcleo… ¿de cuál habla el amiguito del Hombre Lobo? Antes de lanzar esa moneda, déjame contarte la otra parte. Verás, el universo obedece a los altos valores de la entropía termodinámica… léase Clausius y la Segunda Ley de la Termodinámica. Pero la vida, cualquier tipo de vida, desde nosotros hasta las bacterias y hasta las plantas unicelulares, es diferente.

Aybee se detuvo. Sylvia Fernald entró corriendo en la sala, lo cogió del brazo, y empezó a tirar de él hacia la puerta.

—Se reunirán con nosotros —dijo—. Pero tenemos que hacerlo ahora mismo, antes de que cambien de opinión. Vamos.

Guió a Aybee y a Leo, dejando muy atrás a Bey, esforzándose. Los otros eran expertos moviéndose a baja gravedad. El todavía rodaba, tropezaba y perdía los asideros. Llegó a la cámara medio minuto más tarde que los demás, y miró a su alrededor en busca de los pocos sociables granjeros.

La habitación estaba a oscuras, dividida en dos por una pared de vidrio negro. Cuando Bey dio un paso al frente, unas tenues luces se encendieron en el techo y el cristal se iluminó hasta volverse transparente. Al otro lado de la pared divisoria, se hicieron visibles dos figuras humanas envueltas en atuendos blancos que dejaban ver sólo oscuros pares de ojos.

—Cinco minutos —dijo una voz grave y susurrante. Las capuchas, al ser retiradas, revelaron cráneos pelados y nerviosos rostros esqueléticos—. Prometimos como máximo cinco minutos.

—¿Vieron a los suyos en el tanque de cambio de formas? —preguntó Bey de inmediato.

—Yo los vi —dijo la figura más alta. La profunda voz carecía de inflexiones—. Yo los encontré.

—¿Estaban vivos?

—Ya habían muerto. Según los monitores de temperatura, ya estaban fríos. Debían llevar muertos al menos un día.

—¿Y los tanques no emitieron ninguna señal de emergencia?

—Nada. Todos los indicadores mostraban normalidad.

—¿Ha pasado algo parecido antes? ¿Algo tal vez menos extremo?

Hubo una pausa, mientras los dos granjeros se volvían para mirarse mutuamente.

—Díselo —dijo la segunda figura. Era una mujer.

—Creo que deberíamos hacerlo. —El hombre se volvió hacia Bey—. Habíamos advertido ciertas peculiaridades. Nada serio, nada que no fuera corregido al segundo intento con el equipo de cambio de formas. Pensamos en llamar pidiendo ayuda, pero, tras una votación, nos decidimos en contra de la intromisión. Nuestros colegas muertos tomaron parte en la votación y aprobaron la decisión.

—Saben cuándo empezó el problema —dijo Bey rápidamente. Los dos granjeros empezaban a moverse, incómodos—. ¿Pueden relacionarlo con algo más que sucediera aquí, en la Granja? ¿Con algún visitante, algún cambio de procedimiento?

Hubo otra pausa… preciosos segundos de entrevista que se perdían.

—Los problemas empezaron hace seis meses —dijo la mujer—. Nadie ha visitado la Granja desde hace más de un año. El nuevo equipo de cambio de formas nos fue entregado en esa época, pero funcionó a la perfección durante muchos meses.

—¿Y con algún acontecimiento extraño? ¿Pasó algo raro hace seis meses?

—Nada —respondió el hombre—. Recibimos entregas automáticas, pero eso es habitual. Enviamos cargamentos a la Cosechadora, como siempre.

—Y hubo…

—No —interrumpió el hombre. Extendió una mano, cubriendo los ojos de la mujer de los cuatro visitantes, pero cuidando de no tocarla.

—Tengo que decirlo. Dos de nosotros han muerto ya porque valoramos la intimidad por encima de sus vidas. No debe volver a suceder. —La mujer se movió para poder ver a Bey. Le temblaba la voz—. Hace seis meses, algunos de nosotros empezamos a ver cosas cuando estábamos fuera de la Granja. Apariciones. Cosas que no podían ser reales.

El cristal divisorio empezaba a oscurecerse, las luces a apagarse.

—¿Qué eran? —preguntó Bey.

—Muchas cosas. Hace cinco días vi a una mujer, de muchos kilómetros de altura y toda vestida de rojo. Llevaba el pelo largo, lo tenía castaño. Su ropa era ropa de la vieja Tierra, y llevaba una cesta. Paseaba por la capa recolectora, dando pasos de diez kilómetros. Llevaba un gorra blanca con visera, y su rostro era el de una loca.

—¿Una gorra blanca y un vestido escarlata? —Bey se enderezó y extendió una mano. El cristal ya era casi negro. Las luces del techo eran tenues ascuas rojas.

—Se acabó —dijo el hombre vestido de blanco. Su voz había subido de tono y de volumen—. Tendrán a su disposición nuestros registros. Pueden ver qué cosas han llegado a la Granja durante el último año, y desde dónde fueron enviadas. Pueden leer lo que vio nuestra gente. Pero no puede haber más contacto directo. Buena suerte.

—Una pregunta más —dijo Bey. Se acercó precipitadamente al cristal—. Es terriblemente importante.

Pero la habitación quedó a oscuras. No llegaron más sonidos del otro lado de la pared.


Cuando se produjo el terrible impacto, cada visitante de la Granja Espacial Sagdeyev se encontraba en una parte diferente de la burbuja habitable. Oficialmente, era para poder comer a solas. En la práctica, cada uno de ellos había buscado intimidad de forma deliberada.

Bey se había quedado de una pieza con las últimas palabras de la granjera, hasta el punto en que apenas pensaba. Una mujer castaña, vestida de escarlata, llevando una cesta y con una gorra blanca en la cabeza; era su Mary. Mary Walton, exactamente con el aspecto que tenía en La Duquesa de Malfi. Bey la había visto en directo cinco veces, y en diferido otra docena.

¿Una coincidencia de ropa? Tal coincidencia era demasiado improbable para que la aceptara. Pero si alguien debía tener esas visiones de Mary, sin duda tendría que ser el propio Bey… no una granjera aislada, alguien que no tenía ni idea de lo que veía. Bey permaneció sentado, con la cabeza zumbando, demasiado perplejo para sentir hambre o sed. De algún modo, en la periferia de su mente, sabía que uno de los comentarios de Aybee sobre la entropía era vitalmente importante. Había que integrar aquellas ideas con la aparición del Hombre Negentrópico, y con elementos del propio conocimiento de Bey sobre la teoría del cambio de formas. Pero esa síntesis tenía que esperar, hasta que los pensamientos de Mary dejaran de obsesionarle. La tentación de buscarla crecía, aunque la idea de que estaba relacionada con los acontecimientos sucedidos en la Granja era probablemente engañosa.

Aybee Smith no había advertido que Bey estaba perdido en su propio mundo, pero no tardó mucho en darse cuenta de que hablar con él en aquel momento era una pérdida de tiempo. La promesa final había sido sincera: todos los archivos de la Granja quedaron a disposición de los visitantes. Aybee se dispuso a hacer una cronología de cada interacción externa grabada en el año anterior, para luego cotejarla con las alucinaciones y anomalías en la ejecución del cambio de formas. Había muchos cientos de entradas, pero Aybee tenía tiempo de sobra. Nunca dormía mucho, y si era necesario podía trabajar sin descanso durante las siguientes veinticuatro horas. Como Bey, apreciaba el desafío intelectual más que ninguna otra cosa en el mundo. Se sentía alerta, fresco, excitado y confiado.

Todo lo contrario que Leo Manx, el cual llevaba despierto dos días seguidos. Esperaba dormir en el viaje hasta la Granja, pero Aybee había insistido en acompañarle, y luego apenas había dejado de hablar durante todo el trayecto. Las instalaciones de la sonda eran demasiado pequeñas para poder esconderse y era imposible ignorar a Aybee. Habló y habló sobre procesado y codificación de señales hasta que Leo quedó mentalmente aturdido. Según Aybee, las alucinaciones de Bey debían de haber sido insertos de un solo marco, unidos a una señal general, pero codificados específicamente a su perfil psicológico y enlace comunicador personales. Nadie más podría advertir la señal, aunque vieran el mismo canal que Bey. Y sería fácil hacer que los marcos únicos se autoborrarán, para que no hubiera rastro de ellos aunque Bey intentara reproducirlos en una grabación.

Ahora, en un momento en que Leo habría agradecido echar una cabezada, no podía quitarse de la mente los últimos comentarios de Aybee. Se frotó sus sienes doloridas y miró las notas que había tomado.

—La entropía de todo el universo está aumentando —había dicho Aybee—. Pero eso no significa que la entropía de todo lo que hay en él deba hacerlo. De hecho, la vida tiene el efecto opuesto. Aumenta la estructura regular (los fenómenos no aleatorios) a costa del desorden. La vida es siempre negentrópica. Reduce la entropía de todo lo que entra en contacto con ella. Así que todo el mundo, y todas las cosas vivas, son negentrópicas en ese sentido.

—Pero la Segunda Ley de la Termodinámica, la que citabas antes…

—… dice que la entropía tiende a un máximo en un sistema cerrado, aislado. No dice nada de sistemas abiertos, los que intercambian energía con otros. Ésos somos nosotros. No vivimos en aislamiento. El Sol y las estrellas son fuentes constantes de energía, y cada ser viviente del sistema solar usa energía para crear orden a expensas del desorden. En el sentido termodinámico, tú y yo y el Hombre Lobo y Fern somos todos negentrópicos.

—¿Qué hay de los otros significados de entropía? ¿Tienen más sentido para un Hombre Negentrópico?

—Considerando la teoría de la información, la información de un mensaje disminuye cuando la entropía de la señal es menor. Un canal de comunicaciones ruidoso es negentrópico, en lo que se refiere a la señal. Si eso es todo lo que hace el Hombre Negentrópico, no vemos señas de ello. La tasa de errores aleatorios de las señales recibidas en los Sistemas Interior y Exterior no parece haber cambiado en absoluto. Si lo hiciera, la gente recibiría constantemente mensajes confusos e ininteligibles. Y si eso hubiera sucedido me habría enterado.

—¿Y tu cuarta forma de entropía?

—Está asociada con los núcleos de energía. Todo agujero negro tiene temperatura, entropía, masa, y tal vez carga eléctrica. Si es un núcleo, un agujero negro Kerr-Newman, también tiene energía rotatoria y momento magnético. Y eso es todo lo que puede tener… no caben otras variables físicas. Un núcleo emite partículas y radiación aleatorias según un proceso y una fórmula descubiertas hace un par de siglos. Lo que emite sólo depende de la masa, carga y spin del núcleo. Para un agujero negro pequeño (digamos de mil millones de toneladas), la energía emitida entra dentro de la gama de los gigavatios. Para eso están los escudos de blindaje de los núcleos, para detener esa radiación. La entropía depende de la masa del agujero negro, pero creo que podemos descartarla. Si el Hombre Negentrópico de Wolf estuviera tratando con núcleos, tendría que ser un superhombre. Nadie podría vivir ni un segundo dentro de los escudos. Todo lo que hay allí dentro son sensores, enlaces de datos, y equipos spin-arriba/spin-abajo para almacenamiento y generación de energía. Toma. —Lanzó un cubo de datos a las manos de Manx—. Lo que he estado diciendo es básico. Encontrarás la explicación aquí.

Leo cogió el cubo. Tras sentarse a solas en una cámara externa de la burbuja habitable, lo había puesto en marcha dos veces. Considerado como un conjunto de declaraciones abstractas, todo empezó a tener un poco de sentido. Pero tenía poco que ver con el hombre que acosaba a Behrooz Wolf. Contempló el cubo, cerró los ojos durante un par de segundos y se quedó dormido antes de darse cuenta. Toda idea de entropía se desvaneció. Soñó que estaba lejos de allí, de nuevo en la Tierra, recorriendo otra vez el viejo templo Chehelsotun en Isfahan. Pero esta vez estaba en caída libre, sin la opresión de aquella aplastante gravedad. No podría haber elegido un sueño mejor.

Sylvia Fernald tenía más necesidad que nadie de intimidad total. Hablaba con Cinnabar Baker a través de un enlace hiperrayo. Era sólo de audio, enormemente caro, y seguía produciéndose un molesto desfase de treinta segundos antes de recibir cada respuesta.

—Tienen que regresar a la Cosechadora —decía Baker—. Todos ustedes, y de inmediato. Los acontecimientos actuales empequeñecen los problemas de la Granja Espacial. ¿Cuándo pueden partir?

—Iré a decírselo a los otros —replicó Sylvia inmediatamente, pero podía imaginar a Baker al otro lado, maldiciendo el retraso de la comunicación—. En lo que respecta a Leo y a mí, podemos partir ahora mismo. Pero Aybee y Wolf están revisando las bases de datos de la Granja. Eso puede tardar algún tiempo.

Se produjo una pausa que pareció más media hora que medio minuto.

—No pueden esperar a eso. —Era una orden—. Cuando vuelvan aquí, comprenderán por qué. Márchense ahora, mientras puedan. Se lo explicaré cuando lleguen. Una cosa más: ¿ha hecho progresos con Wolf ?

—No de la forma a la que se refiere.

(Pero de algún modo me excité al verle comer. ¿Llamaría a eso progreso?) Por fortuna, el enlace sólo era vocálico. Sylvia estaba segura de que su rostro la habría traicionado, tal vez su voz también lo hacía.

—Veré qué sucede en el camino de vuelta —dijo—. Pero no soy optimista. Estoy segura de que me encuentra tan repulsiva como yo a él. Y Leo me ha dicho que Wolf sigue todavía encaprichado con una mujer que dejó en la Tierra.

Hubo un último retraso molesto.

—Él no la dejó en la Tierra —dijo Cinnabar Baker por fin—. Ella le dejó a él, para escaparse con alguien del Halo. Hay una gran diferencia. Siga intentándolo. Fin del enlace.

«¡Nuevos problemas en la Cosechadora! ¿Qué le está pasando al sistema solar? Es una cosa tras otra.»

Sylvia salió corriendo de la habitación. Se dirigía a las habitaciones de Bey en la región de superior gravedad de la burbuja cuando se produjo el impacto.

13

Ningún instrumento de grabación de la Granja Espacial Sagdeyev sobrevivió al impacto. Todo el encuentro tuvo que ser deducido a partir de otras pruebas.

El objeto golpeó el hemisferio sur de la burbuja habitáculo, cerca del polo. Era un trozo irregular y pardo de la Nebulosa Solar Primitiva, principalmente compuesto de metano y hielo, con una masa de unos ochenta millones de toneladas. A una velocidad relativa de un kilómetro por segundo atravesó la burbuja volviendo a salir por el hemisferio norte. Por treinta metros escasos se evitó una colisión con los escudos de blindaje del núcleo energético, y por eso no causó la muerte inmediata de todos los humanos de la Granja.

El impulso que el impacto transfirió a la burbuja habitáculo tuvo tres efectos: soltó la burbuja de la capa recolectora de mil millones de kilómetros de la Granja; impelió la burbuja con un nuevo vector de velocidad y una nueva órbita, bruscamente inclinada respecto a la antigua; por último hizo girar la burbuja alrededor del núcleo central de energía mientras la lanzaba al espacio.

Dos mil máquinas quedaron en la capa de recolección separada. Tras la confusión inicial, se las apañaron muy bien. Las más inteligentes guiaron a las otras en pequeños grupos, y luego se dispusieron a esperar instrucciones o el rescate. Poco importaba que eso tuviera lugar al cabo de un día o de un siglo. Las máquinas inteligentes sabían lo suficiente para mantener las cosas bajo control durante mucho tiempo. Ninguna de las dos mil había sido dañada.

Los humanos de la Granja fueron menos afortunados. Cuatro de los granjeros se encontraban en cámaras cuya situación coincidía con el curso del cuerpo intruso. Murieron de inmediato. Otros dos quedaron en salas sin aire y no pudieron alcanzar sus trajes. Los demás granjeros siguieron el procedimiento de emergencia estándar, llegaron a la nave salvavidas y escaparon de la burbuja en menos de un minuto.

Los visitantes de la Cosechadora fueron a la vez más y menos afortunados. Sus cámaras no estaban en el rumbo principal de la colisión, y al principio sintieron el impacto como una breve y violenta sacudida de aceleración. Leo Manx, Sylvia Fernald y Aybee Smith no conocían las rutinas de emergencia específicas de la Granja, pero estaban entrenados para actuar a la defensiva. La alta aceleración en una unidad habitáculo quería decir desastre. No esperaron a ver si la integridad de los cascos externos de la burbuja había sido quebrada. En cuanto se recuperaron del sobresalto de la colisión fueron inmediatamente a los trajes de supervivencia. Podrían sobrevivir dentro de ellos al menos veinticuatro horas. Aybee padecía una leve conmoción. Leo tenía fisuras en cinco costillas y una pierna rota, pero su entrenamiento en el espacio profundo le permitió ignorar el dolor hasta encontrarse a salvo en su traje.

Bey Wolf tenía problemas mucho más graves. Su habitación estaba más cerca de la línea de destrucción. Aún peor, carecía de los reflejos adecuados. Sabía que se había producido un accidente importante, pero tenía que intentar hacer de manera consciente lo que los demás hacían por instinto.

Chocó de cabeza contra el terminal de comunicaciones, con fuerza. Las gotas de sangre que manaron de los profundos cortes en su frente y su mejilla flotaban ya por la sala cuando recuperó la consciencia. La cabeza le zumbaba y sentía náuseas. Se frotó la cara con la camisa y avanzó tambaleándose hacia la puerta. Estaba cerrada; oyó un siseo de aire al otro lado y notó la corriente en la rendija.

La partición deslizante no era hermética. Disponía tal vez de un par de minutos antes de que la presión bajara lo suficiente para dejar de ser respirable. Para empeorar las cosas, una leve columna de gas verde entraba en la habitación, y la más mínima cantidad de él fue suficiente para que empezara a toser. Las tuberías de refrigeración de la pared debían de haberse roto. Podría ahogarse antes de morir por falta de aire.

Trajes. ¿Dónde demonios los guardaban? Bey se acercó a las unidades de almacenamiento situadas al otro lado de la habitación.

Las abrió, una tras otra. Había de todo, desde tableros de ajedrez a cepillos de dientes. Pero ningún traje.

Le llegó otra vaharada de gas; tosió horriblemente y se frotó de nuevo el rostro ensangrentado. ¿Y ahora qué? ¿Dónde más podía haber un traje? «No te dejes llevar por el pánico. ¡Piensa!»

Cayó en la cuenta de que si el terminal de datos funcionaba todavía podría decirle lo que necesitaba saber en un par de segundos. Iba hacia él cuando llamaron a la puerta.

Era un sonido tan inesperado que tardó un momento en reaccionar. Entonces lo asaltó un horrible pensamiento. Si alguien ahí fuera, ataviado con un traje, intentara entrar…

—No toque la puerta —gritó, pero su voz sonaba ya más débil a consecuencia de la falta de aire. La asfixia acabaría con él, no el gas venenoso. Fue consciente del dolor en sus oídos y de la agonía que los calambres del gas atrapado forzaba en sus intestinos.

—¿Bey? —El grito desde fuera sonaba apagado. Era Sylvia—. Bey, ¿puede oírme?

—Sí. No abra la puerta.

—Lo sé. ¿Tiene un traje?

—No puedo encontrarlo.

—Junto al terminal de datos. En el armario de abajo.

No malgastó aire para responder. El traje estaba allí. Pero todavía tenía que ponérselo. Jadeaba, cada vez más mareado. Metió en él las piernas y los brazos y se lo subió hasta los hombros. Pero el casco ya era demasiado. Concentró toda su atención en su lisa superficie y consiguió colocarlo burdamente en su sitio. Pero no pudo cerrarlo. La anoxia le vencía. La habitación se oscurecía. Al borde de la inconsciencia, Bey advirtió cuánto deseaba vivir.

Luchaba contra los cierres (y perdía), cuando se produjo un estrépito tras él y escapó un vendaval de aire. Se le colapsaron los pulmones cuando la presión bajó a cero. Cuando Sylvia llegó a su lado estaba casi inconsciente, aún debatiéndose con el casco. Ella se lo colocó en su sitio y conectó la válvula. En el traje empezó a entrar aire.

Sylvia se inclinó a mirar el visor. El rostro de Bey era una pesadilla salpicada de fresca sangre roja y piel azul cianótica. Mientras le observaba, la expresión de falta de oxígeno remitió. El pecho del traje se estremeció con una serie de temblores. Vivía. Sylvia agarró el brazo de Bey y empezó a tirar de él. Había llegado allí de inmediato, en cuanto se hubo puesto su propio traje, y no conocía la causa del problema. En cualquier momento podía producirse otro choque o una explosión. Como cualquier nubáqueo, huía hacia la seguridad del espacio abierto.

La herida de salida producida por la colisión resultó ser la vía de escape más ancha y fácil. Sylvia y Bey acompañaron una masa de objetos a la deriva y salieron al espacio con la última vaharada de aire del interior de la burbuja.

Bey estaba inconsciente. Sylvia, temblando de agotamiento, le agarraba con fuerza; miró a su alrededor. La capa recolectora de la Granja había quedado muy por detrás. Los granjeros supervivientes habían acercado su nave salvavidas a la burbuja destrozada, y media docena de ellos se preparaban para volver a entrar en ella por una compuerta. Tenían un claro deber que cumplir con sus compañeros perdidos: rescatarlos o enterrarlos en el espacio.

Sylvia vio la nave en la que Bey y ella habían llegado. Flotaba a escasos kilómetros de la burbuja, aparentemente ilesa, sus luces de posición un brillo rojo contra las estrellas. No estaba segura de tener fuerzas para llegar allí. Se puso en marcha, arrastrando a Bey consigo. Cuando casi la había alcanzado, vio una figura que salía a su encuentro. Era Aybee.

—¿Leo? —preguntó ella.

—Dentro. Magullado, pero no demasiado mal. —Aybee se hizo cargo y arrastró a Bey tras él—. ¿Cómo le va al Hombre Lobo?

—Está herido. —Ella tiritaba—. Se pondrá bien. ¿Dónde está nuestra otra nave?

Aybee trazó un amplio círculo con el brazo.

—Ni idea. La señal no funciona. No sé cómo vamos a encontrarla.

Mientras él ayudaba a Bey a atravesar la compuerta, Sylvia echó un último vistazo alrededor. No había ni rastro de la nave en la que Aybee había llegado. Estaba perdida en algún lugar de la oscuridad, indistinguible de un millón de otras piezas de pecios estelares.

Al cruzar la compuerta, se derrumbó. En los últimos veinte minutos había forzado su cuerpo al límite. La ayuda que Bey Wolf necesitaba tendría que proporcionarla otra persona.


Bey despertó tres veces.

El dolor fue el primer estímulo. Alguien le lastimaba la cara, apuñalando una y otra vez su mejilla y su frente.

—Un poco burdo —dijo una voz—. Pero servirá. Un par de puntos más y habré acabado. Está hecho un desastre. ¿Me oye, Hombre Lobo? Se acabaron los premios de belleza para usted.

El agudo dolor regresó, seguido de una vaharada de fluido helado sobre su rostro. Bey gruñó como protesta, y se hundió en la inconsciencia.

La segunda vez fue más alarmante. Y más dolorosa. Se despertó, y trató de tocarse la mejilla izquierda lastimada. No pudo hacerlo. Algo le tenía retenido firmemente y era incapaz de moverse. Empezó a debatirse, a tirar de sus ataduras. Estaba demasiado confuso y mareado para analizar lo que sucedía, o por qué, pero luchó como un animal, resistiéndose todo lo que pudo. Fue inútil. Luchaba contra correas diseñadas para asegurar un cuerpo humano bajo una aceleración de diez ges. Agotado al cabo de unos pocos segundos, volvió a sumirse de nuevo en un sueño inquieto.

El dolor y la consciencia tardaron menos en volver la tercera vez, y con ellos, por fin, recobró la visión. Estaba tendido con los ojos abiertos, contemplando el rostro de una mujer. Éste se encontraba a escasos centímetros de él, pálido y quieto. Había un rastro de venas azules en sus sienes, y el tinte negro y violeta de la fatiga tras los ojos cerrados. Bey lo estudió, sorprendido por su familiaridad. ¿Quién era? Aquella frente redondeada le resultaba bien conocida. Intentó alzar el brazo para tocar el delicado cráneo y el fino pelo rojo. No pudo hacerlo. Estaban atrapados uno al lado del otro, tendidos en un estrecho camastro y atados en aquella posición.

Mientras colocaba los dedos en el mecanismo liberador de su arnés, recuperó la lucidez. Y con ella, el miedo. Recordó. Un violento impacto. La búsqueda de un traje. El pánico. La lucha por el aire. La aparición de Sylvia a su lado, justo cuando perdía la batalla.

Tuvo un vago recuerdo surrealista del trayecto de pesadilla por el espacio, las estrellas convertidas en puntos difusos a través del visor manchado de sangre.

—¡Sylvia!

Ella no se movió.

Bey se liberó y se sentó. Se encontraba de nuevo en la nave de tránsito, y el impulsor McAndrew estaba conectado. Se movían con una aceleración indicada de un par de cientos de ges. Estaba tendido en el mismo camastro con Sylvia Fernald. En el otro camastro, atado y envuelto como en una crisálida del cuello a los tobillos, se encontraba Leo Manx. Mientras Bey se incorporaba, los ojos de Leo se volvieron hacia él.

—¿Dónde está Aybee? —preguntó Bey.

—No lo sé. Pero la última vez que lo vi se encontraba bien. —Leo volvió la cabeza, lenta y torpemente—. Es Sylvia la que me preocupa. No puedo moverme, ni ver sus monitores. ¿Cómo está?

Bey comprobó los sensores y completó su impresión tocando la mejilla y la frente de la mujer.

—Fría, pero todo lo demás parece normal. ¿Qué le ha sucedido… y a usted también? ¿Y dónde está Aybee? ¿Adonde nos dirigimos?

—Señor Wolf, estoy seguro de que puede usted hacer más preguntas de las que yo puedo contestar. —La voz satinada de Leo Manx era tensa. Padecía mucho dolor o estaba terriblemente inquieto—. Haré lo que pueda. Sylvia Fernald hizo un esfuerzo físico supremo cuando le salvó, pero fue demasiado para ella. Se desplomó cuando alcanzó la nave. Por sugerencia mía y con el acuerdo del sistema médico, Aybee prolongó su período natural de inconsciencia. Debe dormir hasta que estemos cerca de la Cosechadora Marsden… nuestro destino previsto, donde debemos reunimos con Cinnabar Baker. Lo que no sugerí yo… —Leo Manx hizo una mueca, con disgusto y luego con dolor— fue la idea de estar aquí atado como una momia egipcia, incapaz de liberarme. Si fuera tan amable de soltar el arnés…

—¿Qué le ocurrió?

—Tengo las costillas y una pierna rotas. Aybee se excedió en el cumplimiento de su deber y en el uso de su autoridad cuando me anestesió, y luego me hizo esto.

Bey se acercó a examinar los telesensores de Leo Manx, pasó unos cuantos segundos ante las pantallas y sacudió la cabeza.

—Lo siento. Los monitores están de acuerdo con Aybee. Quédese ahí hasta que nos digan algo diferente. No debe moverse.

—Señor Wolf, le aseguro que soy bastante capaz de…

—Yo le aseguro que no. Inspire con fuerza. —Bey observó cómo Manx tomaba aire tentativamente y jadeaba de dolor—. Caso cerrado. ¿Qué hay de Aybee?

Manx volvió los ojos hacia la diminuta consola encajada contra la pared de la cabina. Todo en las naves de tránsito era tres veces más pequeño de lo normal.

—Esperaba que estuviera con nosotros a bordo. Pero está claro que no es así. Según esa señal, nos espera un mensaje. Llevo un rato mirando el indicador, pero por desgracia no puedo alcanzarlo.

Bey se acercó para conectar la unidad. Al hacerlo, vio su propio reflejo en la pantalla. Fueran cuales fuesen los talentos de Aybee, la cirugía plástica no era uno de ellos. La cara y la frente de Bey estaban cruzados por burdos y feos puntos, y le había estirado tanto la piel de la mejilla izquierda que la cuenca roja del ojo quedaba expuesta. No había ninguna posibilidad de que aquel destrozo cicatrizara limpiamente. Tendría que usar uno de los tanques de cambio de forma de Nubeterra. Conectó el aparato. Aybee no mostraba en la imagen signos de excitación ni de estar herido. Se limitó a observarlos desde la pantalla con el ceño fruncido, como un bebé malhumorado.

—No sé cuál de los tres estará viendo esto, pero hola. Si eres tú, Leo, no te mentí. Mi intención era acompañaros. Pero la nave estaba demasiado abarrotada cuando os puse en los camastros, y con esas costillas supe que no te gustaría nada tenerme acurrucado a tu lado, como estaban Sylv y el Hombre Lobo la última vez que los vi. Así que… —Se encogió de hombros—. Tuve que cambiar de opinión. Y no he encontrado ni rastro de la otra nave. Buscaré de nuevo, pero si tardo en volver, no te sorprendas. Aquí tienes unas cuantas cosas para que vayas rumiando. Primero: la granjera con la que hablamos está muerta. Nunca sabremos más de la mujer que vio caminando sobre la capa recolectora. Segundo: la Granja puede salvarse, pero los bancos de datos han quedado inutilizados. Así que ya puedes olvidar la idea de correlacionar los problemas de cambio de formas con los sucesos de la Granja y la capa recolectora. Yo estaba haciendo eso cuando la burbuja fue golpeada, y te diré lo único que deduje: los cambios de forma empezaron a fallar coincidiendo con una duplicación del uso de energía en la Granja. Ese hecho es para Wolf (¿está ahí, Hombre Lobo?), y aunque espero que pueda obtener más de él que yo apuesto a que no será así. Allá va mi última reflexión, por si a alguien le interesa. Por lo que puedo decir, la Granja fue golpeada por un fragmento de la Nube que se movía anormalmente rápido procedente de una dirección inusitada. ¿Mala suerte, dicen? Excepto que la Granja tenía sensores apuntando al cielo y la burbuja tenía un sistema de respuesta estándar. El fragmento debería haber recibido un pequeño empujón láser cuando estaba a millones de kilómetros de distancia, y así no nos habría alcanzado por un amplio margen.

Sonrió desde la pantalla, sin ganas.

—Bueno, sé lo que estás pensando, Leo. Ya está el viejo y paranoico Aybee como de costumbre. Pero inténtalo con el Hombre Lobo… él piensa de forma más parecida a mí. Y mientras él reflexiona al respecto, hay una cosa más para ti. El equipo que protegía la Granja de la basura espacial es del mismo tipo que usamos en todas las Cosechadoras: a prueba de errores, comprobado por triplicado, infalible. Si la Granja puede ser alcanzada, también puede serlo cualquier otra cosa. Hermosa idea, ¿verdad? Dulces sueños a los tres. Pensad en la entropía.

La pantalla quedó en blanco. Entonces el sistema de alerta de la cabina de la nave emitió un pitido de advertencia. Estaban cerca del punto de cambio, el lugar donde la nave giraba ciento ochenta grados y pasaban de aceleración a deceleración. Durante esos treinta segundos tenían que permanecer atados.

Bey se encaminó al camastro, y se tendió de nuevo junto a Sylvia. Cuando lo hacía, Leo Manx soltó un bufido.

—¡Señor Wolf! ¡No deje que haga eso!

Una jeringuilla de spray brotaba de su hueco sobre Manx, y se colocó silenciosamente junto a su cuello.

Bey se detuvo a medio atar y comprobó los monitores.

—No se preocupe. No es más que un anestésico. Al parecer el robodoc considera que está usted demasiado activo.

—Pero no tengo ganas de dormir, señor Wolf. ¡Deténgalo!

—Lo siento. No puedo desobedecer las órdenes del médico. —Bey se tendió en el estrecho camastro, acurrucado junto a Sylvia Fernald. Vio cómo el brumoso spray atravesaba de forma totalmente indolora la piel de Leo Manx y cómo el otro hombre se quedaba dormido en mitad de sus protestas.

A Bey le agradaba Leo, y le gustaba hablar con él. Pero en este momento necesitaba tiempo para reflexionar sobre lo que Aybee había dicho. Si pudiera hacer una suposición sobre algo que pudiera correlacionarse con las muertes en los tanques de cambio de formas, habría elegido sabotaje… algo en el software del complejo informático central de la Granja. Eso encajaba con la idea de que la información de realimentación estaba siendo alterada, o suministrada incorrectamente. Lo que nunca habría elegido, ni en un millar de años, era la carga total de energía de la Granja. De hecho, no podía ver forma alguna en que eso estuviera implicado.

Se sentía plenamente despierto. Sus dolores y molestias eran desagradables, y oía un zumbido perturbador en sus oídos. Pero podía soportarlo. Yació en el camastro, dispuesto para una larga e intensa sesión reflexiva. Cuando vio la jeringuilla anestésica en su cuello ya era demasiado tarde.

—¡Eh! No. No necesito…

Como Leo Manx, Bey se quedó dormido a media protesta.

Bey había comprobado el estado de Sylvia, y el de Leo Manx, pero no el suyo propio. Creía encontrarse bien. El ordenador de la nave de tránsito no estaba de acuerdo. Sabía que debería estar a salvo durmiendo y descansando, pero también comprendía que era improbable que obedeciera una orden del ordenador. La máquina había esperado paciente el punto de cambio, sabiendo que Bey tendría que regresar entonces a su camastro. Ahora, satisfecho una vez más con el estado físico de sus tres pasajeros, el ordenador se ocupó de otros asuntos. Bajo su dirección, la veloz nave atravesó el punto de cruce y siguió avanzando durante la segunda etapa de su viaje hasta la Cosechadora Marsden.

El ordenador estaba justamente orgulloso de su actuación. Encontraba tan rara vez problemas de hardware que los códigos automáticos de corrección de errores sólo se solicitaban un par de veces al año. La comprobación y la corrección de errores eran completamente automáticas. Ningún humano se daba cuenta de ello, pero el promedio de generación de señales de error de la nave era menos de una milésima parte del de los ordenadores de la Cosechadora Marsden… y menos de una millonésima parte de la media del ordenador de la Granja Espacial Sagdeyev, ahora destruida.

14

La, guerra no es más que la continuación de la política por otros medios.

KARL VON CLAUSEWITZ


Una guerra termonuclear no puede ser considerada una continuación de la política por otros medios. Sería un medio de suicidio universal.

ANDREI SAJAROV


El conflicto entre los Sistemas Interior y Exterior era una batalla entre un gato y un cernícalo, entre un león y un águila. Cada uno podía herir al otro… quizá de modo fatal. Pero ninguno podía poseer el territorio contrario, ni quería hacerlo racionalmente. Cincuenta millones de personas podrían aniquilar a veinte mil millones, pero nunca serían capaces de someterlos. Ningún nubáqueo cuerdo deseaba vivir apretujado cerca del Sol y los planetas interiores.

Y a pesar de su enorme superioridad numérica, veinte mil millones nunca podrían controlar a los escasos e infinitamente dispersos habitantes de la Nube, que escapaban constantemente hacia fuera, siempre más y más lejos del Sol. Ningún miembro de la Federación Espacial Unida podría soportar el frío espacio abierto de la Nube.

La guerra era insensata. Y sin embargo la guerra se acercaba cada vez más. Su presencia podía verse y palparse en los furiosos rostros de la gente de las Cosechadoras, en el acopio de suministros alimentarios y de metales, en la falsa confianza y seguridad de los discursos gubernamentales, y en las tensas notas de advertencia que volaban entre los Sistemas.

Cinnabar Baker lo palpaba más que nadie. Era oficialmente responsable del funcionamiento y mantenimiento de las Cosechadoras, pero ese puesto conllevaba un deber adicional como jefa del Sistema de Seguridad. Eso hacía que Baker, la más joven de las tres personas que gobernaban la Nube, fuera también la más poderosa.

Un par de miles de miembros del personal a sus órdenes enviaban informes oficiales desde sus emplazamientos en la Nube. El doble de ese número, dispersos por el Sistema Interior y el Halo, constituían la red de información no oficial de Baker. Si alguien estornudaba en Ceres, y ese estornudo pudiera significar malas noticias para la Nube, Cinnabar Baker quería saberlo todo al respecto.

Bey Wolf había visto a la enorme mujer en acción, y se había preguntado qué la motivaba. La respuesta fácil era la oficial. Trabajaba con enorme dureza dirigiendo las Cosechadoras, y ese trabajo le producía satisfacción. Pero lo más profundo de Cinnabar Baker, ese lugar invisible donde el ego es tan delicado que el roce de una pluma lo magulla, se encontraba en otra parte. Amaba y fomentaba su operación de seguridad secreta. La red era sus ojos y oídos. Habría hecho cualquier cosa por mantenerla en marcha. Sin embargo, ni siquiera aquél era su orgullo secreto. Cuando llegó la noticia de un inminente desastre en la Granja Espacial Sagdeyev, no pudo comprometer a sus fuentes. Podía haber una cadena de una docena de informadores implicados, cada uno con su propio cociente de fiabilidad y cada uno con su propia tapadera. Todos ellos tenían que ser protegidos. No había detalles disponibles, ninguna declaración de cómo o cuándo podía esperarse un «accidente». Cinnabar Baker tenía dos opciones: podía ignorar los rumores de su propia red de inteligencia o podía relevar a Leo Manx y a los otros de su importante trabajo.

Había decidido enviar aquel urgente mensaje de cancelación, pero la noticia de la destrucción de la Granja no la había alcanzado todavía. Los granjeros eran un grupo demasiado solitario para mandar mensajes frecuentes. El silencio no era significativo. No tenía forma de saber que en esos momentos se esforzaban para diseñar un enlace de comunicaciones improvisado con los restos del antiguo.

Baker tenía la costumbre de regresar a su despacho después de la cena, despejar su mesa y empezar a trabajar como si fuera el amanecer de un nuevo día. Había llegado a la Cosechadora Marsden esa misma mañana, pero en este momento, a una hora en que la mayoría de los humanos se disponía a disfrutar de sus dos o tres horas de sueño, ella empezaba a cribar la masa de informes de los mensajes del día.

Tenía tres tipos de informadores. Estaban los que había plantado cuidadosamente a lo largo de los años, nubáqueos fieles a quienes sabía que necesitaba y que eran capaces de separar la información importante de los rumores y la chachara. Baker se tomaba muy en serio sus mensajes.

Los informadores pagados eran otra cuestión. Leales a nadie, tendían a enviar cualquier tipo de basura, esperando que de algún modo valiera dinero. Sus informes tenían que ser examinados con cuidado, y casi todo era descartado o se le daba poco crédito.

Luego estaban los revolucionarios. Pequeños grupos dentro del Sistema Interior trabajaban para derrocar su propio Gobierno, y deseaban formar alianzas con el Sistema Exterior para conseguirlo. Proporcionaban gratis la información, y se indignaban ante la menor sugerencia de pagarles un precio. Cinnabar Baker trabajaba con ellos y usaba sus informes. La mayoría de los informadores de la Tierra o Marte predicaba el fin de la Federación Espacial Unida, pero nunca habrían vivido en la Nube o en el Halo. Peor que eso, veían todos los acontecimientos a través de la lente distorsionada de su propia paranoia.

Cinnabar Baker había estudiado a Bey Wolf concienzudamente durante su primera reunión. Wolf tenía muy buena reputación por su inteligencia y su capacidad de reflexión. Pero Leo Manx se había referido a él como a un hombre autodestructivo, alucinado, obsesionado con una antigua amante. Eso encajaba en el modelo de un paranoico del Sistema Interior, uno que podría algún día ser reclutado para formar parte de su grupo de informadores gratis.

Había descartado la idea a los quince minutos de iniciado su encuentro. Wolf era demasiado fuerte y demasiado escéptico, demasiado frío y analítico. No podía ser manipulado con los métodos habituales.

Pero también había medios no habituales. Al final de aquella primera reunión, Cinnabar Baker había establecido un seguimiento de prioridad uno para conocer el paradero de Mary Walton. Hasta ahora, tenía dos cosas. La primera era una fotografía reciente y de mala calidad de Mary Walton rodeando con el brazo la cintura de un hombre de rostro duro. Incluso en aquella desdibujada imagen, los ojos de él eran los de un fanático, y ardían. Garabateadas en el dorso de la foto aparecían las coordenadas de un emplazamiento en el Anillo de Núcleos, acompañadas de un signo de interrogación.

Esas coordenadas habían sido anotadas como arranque de futuras investigaciones, pero no eran un tema de máxima prioridad. Baker no tenía ni idea de cómo podía llegar a usar cualquier información sobre Mary Walton, pero la paciencia y la previsión eran dos de sus principales virtudes. Nunca admitiría que estaba dispuesta a trabajar con cualquiera por conseguir sus objetivos, pero le habría costado trabajo mencionar un grupo que rechazara.

Aquella noche tenía que revisar noventa mensajes. La mitad de ellos procedía de los informes de noticias oficiales, el resto de su propia red. Con Turpin canturreando en su hombro, la cabeza negra meciéndose u oculta bajo un ala, se puso a trabajar.

Primero el Sistema Exterior… no era tan ingenua para creer que sólo hacían falta informadores para el Sistema Interior y el Halo. La mayoría de los mensajes eran simples enumeraciones de problemas de producción o equipo. Los revisó, confirmando que la pauta del año pasado se mantenía. El Sistema Exterior se iba al garete. Los sistemas de navegación fallaban, las naves de tránsito de carga del Sistema Interior no llegaban, los sistemas de energía eran inestables o estaban a punto de cortarse, las Cosechadoras no pasaban las pruebas de control de calidad, las comunicaciones sufrían contratiempos inexplicables, y los cargamentos que se lanzaban hacia el Sol desde la Nube desaparecían por el camino. Aybee había hecho un análisis que confirmó lo que ya sabía instintivamente. Lo que tenían delante rebasaba ampliamente los límites de la estadística razonable.

La mayor parte de la población de la Nube tenía en mente sólo una posibilidad: sabotaje. Y un único instigador: el Sistema Interior. Cinnabar Baker no estaba de acuerdo. Tenía sus propias ideas sobre lo que pasaba y sobre quién era el causante del problema.

—Pero cómo, Turpin. ¿Cómo puede Ransome interferir en todos los sistemas de control? Ése es el problema; y nadie puede ayudarme con eso.

El cuervo emitió un sonido chirriante, como el de un par de dados de hueso al ser sacudidos, y contempló las hojas de papel ladeando la cabeza.

—Es una putada —dijo solemnemente.

—Sí que lo es.

Baker pasó a los informes sobre el Sistema Interior. Lo mismo había tardado más en desarrollarse, con un año o dos de retraso respecto a la Nube. Ahora el modelo era inconfundible para cualquiera que hubiese observado con atención los acontecimientos en ambas regiones. Era la misma historia de inexplicables fracasos. Naves de tránsito que desaparecían, enormes envíos de comida que no llegaban según lo previsto, suministros energéticos que no eran fiables.

Y el Sistema Interior reaccionaba de forma predecible. Le echaba la culpa al Sistema Exterior. Había furia, y se hablaba de sabotaje y se amenazaba con tomar represalias.

Cinnabar Baker podía identificar a tres personas en todo el Sistema que sabían que los Sistemas Interior y Exterior no se estaban saboteando mutuamente. Ella era una. Su homólogo en el Sistema Interior, un hombre a quien respetaba enormemente pero a quien nunca había llegado a conocer, era otra. La tercera era la persona que causaba todos los problemas.

Cada vez más, las pruebas conducían al Anillo de Núcleos, y a la oscura tierra de nadie del Agujero de Ransome. Ella se abría paso hacia su emplazamiento, pero sus informadores en el Anillo tenían la costumbre de interrumpir el contacto sin previo aviso. Había perdido media docena en unos cuantos meses. Su adversario parecía saber todo lo que hacía, en cuando se decidía a hacerlo. Había buscado infructuosamente la filtración en sus propias operaciones. Continuó con sus esfuerzos, uniendo las piezas, pulsando su red de informadores; pero aún estaba muy lejos de conseguir las coordenadas del Agujero de Ransome.

Y cuando las tuviera, ¿qué? No estaba claro que un ataque directo fuera a tener éxito… o, si lo hacía, que los sabotajes cesaran. Baker suspiró y acarició la cabeza de Turpin, que todavía la observaba pasar las páginas.

—Vamos, cuervo. Nos hemos ganado un descanso. —Soltó las listas y se acercó a la puerta, con el pájaro aún encaramado a su hombro. Era la mitad del periodo de descanso y todas las personas racionales estaban durmiendo. Baker no se encontró con nadie mientras caminaba descalza por setecientos metros de silencioso pasillo.

Cuando abrió la puerta de la guardería, empezaron los sonidos. Cuarenta bebés lloraban, cincuenta más tragaban y gruñían mientras las máquinas los alimentaban. Otros trescientos dormían pacíficamente. El solitario asistente humano estaba tendido al fondo de la sala, con los ojos cerrados.

Cinnabar Baker no lo despertó. No quería conversación. Cuando llegaba a cualquier Cosechadora, una visita sin previo aviso a sus guarderías era de máxima prioridad. Para ella, eran el corazón del mundo. Nunca había encontrado un hábitat donde las cosas anduvieran bien en la guardería y mal en los demás sitios.

Observó y escuchó durante veinte minutos, caminando a lo largo de los pasillos y cogiendo y abrazando ocasionalmente a alguno de los bebés. Su edad oscilaba entre los dos días y los dos meses. Un recién nacido había sido colocado en un tanque de cambio de formas para remediar un miembro deforme. Baker se asomó a la portilla transparente y comprobó el proceso del cambio. Era normal. Anotó mentalmente regresar al cabo de tres días para asegurarse de que el resultado fuera satisfactorio.

Comprobó los monitores de instrucciones que había sobre cada cuna, y anotó la frecuencia y duración de las visitas de los padres. Finalmente, se dio por satisfecha. Se marchó a escondidas, rejuvenecida, dispuesta a seguir durante horas con su tedioso trabajo.

El gobierno del Sistema Interior conocía a Cinnabar Baker como una mujer poderosa y formidable. Se habrían sentido algo reconfortados de haber sabido que era estéril. Ella constituía la mayor amenaza para su independencia y estilo de vida.

Tal vez tuvieran razón. Pero si era así, se debía sólo a que ella podía sentir una guerra a gran escala cada vez más cerca. Cinnabar Baker se veía a sí misma como la madre secreta de todo el Sistema. No podía permitirse que sus hijos combatieran, que se mataran entre sí. Lo impediría… aunque todo el Sistema tuviera que quedar bajo su control antes de que pudiera detenerlos.


Para un habitante de la Tierra, todas las Cosechadoras eran la misma. Eran fábricas de comida remotas e idénticas, dirigidas por máquinas sin alma y pobladas por un exiguo retén de gente.

Bey empezaba a conocer la verdad. Cada Cosechadora era diferente, tan distinta como distintos eran los planetas y asteroides del Sistema Interior.

Empezó a hacerlo en el instante en que pasaron la primera compuerta. Lo cubrieron de la cabeza a los pies con ropa de hospital que le dejaban sólo los ojos al descubierto, lo ataron a una camilla, y maniobraron rápidamente hacia el interior desde la superficie. Los sonidos empezaron en el primer pasillo interior. Si la Cosechadora Opik era extrañamente silenciosa, este hábitat estaba lleno de música, de hermosas piezas instrumentales que no se oían en la Tierra desde hacía siglos. En cada conjunto concéntrico de cámaras, una pieza se mezclaba armónicamente con la del siguiente, aunque no sonaba la misma obra en ambos.

Bey buscó la fuente de la música. Era invisible, su procedencia estaba oculta tras las exuberantes plantas verdes que escalaban por las paredes y el techo. Las reconoció. Eran una adaptación, una variante de las enredaderas de vacío tan populares en el Cinturón de Asteroides.

Y luego estaba la gente. Los que había encontrado en la otra Cosechadora estaban furiosos: furiosos con el Sistema Interior en general y con Bey en particular. Lamentaban su presencia, lo suficiente para querer luchar con él.

La población de la Cosechadora Marsden no demostraba furia. Apestaba a miedo. La gente que vio mientras lo transportaban por los pasillos no se volvía a mirarle. Tenían miedo, preocupados con otros asuntos, y lo más sorprendente de todo, muchos de ellos estaban enfermos o eran deformes.

—Nunca había visto nada parecido —dijo Sylvia, después de que rebasaran a un grupo de gente agitada—. Ésta es la más antigua de las Cosechadoras y suele ser la más pacífica. Todos están asustados.

—Tienen un aspecto terrible.

—Es cierto. —Ella se volvió a mirarlo—. Y usted también. Esos cortes de su cara vuelven a sangrar. Le llevaría directamente a los tanques de cambio de formas con Leo, pero Cinnabar Baker quiere verle primero.

—El deseo es mutuo. —Bey había estado reflexionando sobre un hecho desde su despertar en la nave de tránsito. Según Sylvia, fue la orden de marcharse urgentemente de la Granja Espacial lo que le dio el tiempo suficiente para salvarlos—. Tengo que hacerle una pregunta.

Habían dejado atrás los limpios pasillos despejados de la periferia de la Cosechadora y se dirigían hacia el centro de la esfera principal. Esta región había sido construida antes de que se dominara la técnica de edificar sin metales. No había enredaderas, y las cámaras eran viejas, sin disfraz. Las paredes se combaban hacia dentro, el suelo estaba arrugado y ennegrecido, y protuberancias de hidrocarbonos surgían como cabellos de los ventiladores y unidades de iluminación. A Bey le resultaba extrañamente reconfortante. Le recordaba las ciudades familiares de la Tierra.

El apartamento de Cinnabar Baker era el único punto de constancia. Era idéntico a las sosas cámaras que ocupaba antes: muebles simples y paredes de color beige. Turpin estaba encaramado a una silla, tan sucio y mustio como siempre. El cuervo saludó a los recién llegados con un murmullo siniestro.

—No le hagan caso a Turpin. Está de mal humor desde que llegamos. —Baker observó a Sylvia, luego el rostro masacrado de Bey. Indicó las sillas grises—. Diez minutos, señor Wolf, es todo lo que necesito. Entonces le llevaremos a un tanque de cambio de formas para proporcionarle tratamiento médico… si lo sigue queriendo todavía.

—¿Más problemas?

—Y peores. ¿Han encontrado a alguien mientras venían de camino?

—A docenas de personas.

—Entonces ya sabe qué aspecto tienen. ¿Sabe qué les ocurre?

Bey se encogió de hombros.

—Obviamente, no están utilizando los tanques de cambio de formas. Y algunas de las personas que he visto parecían viejas. Necesitan tratamiento… y pronto.

—No ha visto los casos peores. La población de esta Cosechadora tiene la media de edad más alta entre todos los grupos del Sistema Exterior.

—Entonces se enfrentan ustedes a una emergencia. Algunas de las personas que he visto no vivirán más de un par de semanas. ¿Por qué no utilizan los tanques?

—Tienen miedo de hacerlo. —Baker le pasó una tarjeta—. Son las estadísticas del funcionamiento del equipo de cambio de formas en esta Cosechadora. Vine hacia aquí en cuanto vi las cifras. Nos enfrentamos a un promedio de fracasos del diez por ciento… muchos de ellos provocan la muerte. Algunas de las unidades funcionan mal tres cuartas partes de las veces, y los resultados son horribles. La gente no quiere ni acercarse a los tanques, y no puedo reprochárselo. —Frunció el ceño—. ¿Por qué sonríe, señor Wolf? No hay nada de gracioso en esto.

—Lo siento. —Bey no se divertía. Sentía alivio—. Si sonreía, es porque por fin puedo hacer algo que justifique mi presencia aquí.

—¿Sabe qué es lo que va mal?

—Todavía no. Pero lo sabré dentro de unos días.

Ahora ambas mujeres lo miraron, perplejas. Se dio cuenta de que una sonrisa en su cara hinchada y llena de cicatrices debía ser un espectáculo grotesco.

—Antes nos enfrentábamos a fallos esporádicos —continuó—. Fallos de uno entre un millón. Ésos son casi imposibles de detectar. Se pueden establecer rutinas de seguimiento y observar durante años, pero puede que nunca se encuentre ningún fallo mientras se lleva a cabo la observación. Ahora nos hallamos en una situación diferente. Puedo emplazar monitores en unos cuantos tanques y seguro que encontraré algo en al menos uno de ellos en un tiempo razonable. Denme un día o dos.

—¿Puede corregir el problema? —En la cara de Baker se leía su propio alivio—. Sé que es pronto para preguntarlo, pero necesitamos decirle algo a la gente.

—Si puedo encontrarlo, podré arreglarlo. Y estoy bastante seguro de que lo encontraré.

—¿Cómo? —Sylvia miró a Baker—. No quiero ser pesimista, pero tenemos que saber cómo lo hace. El propio Bey tendrá que entrar en un tanque dentro de poco.

Estaba preocupada por él. La sorpresa de Bey Wolf fue auténtica. Había vivido tanto tiempo con equipo de cambio de formas que nunca se le había ocurrido que algún día podría morir en él. Tenía una absoluta confianza en lo que a aquel campo concernía.

—Les diré lo que voy a hacer. No es un gran misterio, y en cuanto lo comprendan, podrán hacerlo. Estoy seguro de que los problemas de cambio de forma son debidos al software, no al hardware… ya establecimos eso en la Granja Espacial. Usaremos un programa de diagnóstico que sale del programa de cambio a cada paso importante y ejecuta una comprobación de estatus. Cuando encontremos una inconsistencia en el software, lanzaremos una rutina de búsqueda para que se dirija al bloque de instrucciones que la produjo.

—¿Así de fácil?

—Es pura rutina. Exactamente lo que hace la CEB cuando prueba una forma radicalmente nueva. Les mostraré cómo se hace. Pero antes… —Sylvia se levantaba ya—. Tengo una pregunta.

Cinnabar Baker asintió amablemente. Bey sabía que habría preferido que se pusiera a trabajar de inmediato en el proceso de cambio de formas.

—Envió usted a Sylvia un mensaje urgente, diciéndonos que abandonáramos la Granja. ¿Por qué? Si fue sólo por traerme aquí para que me ocupara de los problemas de cambio de formas, ¿por qué traer también a Aybee y a Leo Manx? Todavía tenían que hacer cosas en la Granja.

—Señor Wolf, si alguna vez se cansa del Sistema Interior, hay un puesto para usted aquí, en la Nube. —Cinnabar Baker asintió lentamente—. Es usted muy astuto. Recibí una advertencia… un soplo, de que algo malo iba a suceder en la Granja. Los granjeros ignorarían cualquier petición de marcharse, pero habría sido un crimen dejarlos a ustedes cuatro allí sin avisarlos.

—¿Le dijeron que todos corríamos peligro?

—No. Me advirtieron en su beneficio, específicamente. Mi conclusión fue que todos corrían peligro.

—¿Quién se lo dijo? Supongo que tendrá una red propia… personas que le sirven de informadores y le transmiten rumores y chismes.

Sylvia parecía incómoda por sus comentarios, pero Baker asintió de nuevo, relajada.

—Así es. Naturalmente, no es algo a lo que demos publicidad.

—¿Funciona en ambos sentidos… para esparcir información y preguntas por el Sistema, además de para recoger respuestas?

—Desde luego. —Baker hizo una pausa y miró a su alrededor—. Puede que esté sucediendo ahora mismo. No soy la única que usa informadores. La información secreta se filtra de mi oficina tan rápidamente que los otros a menudo parecen conocerla antes que mi propio personal.

—Muy bien. Quiero difundir algo lo más ampliamente posible, y quiero que parezca un rumor.

—Puede hacerse. ¿Qué es, señor Wolf?

—Quiero que hagan correr la voz de que fallecí en el accidente de la Granja Espacial Sagdeyev.

—Es fácil. ¿Pero por qué quiere hacerlo?

—Paranoia protectora. Alguien iba a por mí cuando estaba en la Tierra: intentaba volverme loco. Creo que todavía iban a por mí en la Granja… que alguien se las apañe para destruir toda la Granja sólo por acabar conmigo puede parecer la idea de un creído. Pero yo así lo entiendo, y me parece que usted también. Si saben que estoy aquí y que aún trabajo para ustedes, seguirán intentándolo. Nadie causa menos problemas que un muerto.

—Un muerto —repitió Turpin con un susurro sepulcral—. Un muerto. —Caminó por la silla y miró a Wolf con sus ojitos brillantes.

—Muy bien —asintió Baker, pero Bey leyó la duda en su rostro. ¿Continuaba su propia cadena de pensamientos? Si era improbable que alguien pretendiera acabar con la vida de Bey o con su cordura, que fracasara repetidamente lo era todavía más. Había sido demasiado afortunado. Y eso volvía a plantear la pregunta de por qué merecía la pena matarlo… o salvarlo.

En sus buenos tiempos en la Oficina de Control de Formas, Bey había considerado a veces la detección de formas ilegales como un enorme juego de ajedrez. En ese juego él era el maestro, el que controlaba el movimiento de la gente y el equipo en un gigantesco tablero que abarcaba el espacio desde Mercurio hasta Plutón. Era una partida que nunca había perdido.

Ahora se jugaba otra partida, en un tablero mucho más grande y con apuestas mucho mayores. Era una batalla por un territorio que abarcaba desde el Sol al borde de la Nube, un territorio que cubría un cuarto del camino hacia las estrellas; la nueva partida esparcía pánico y furia y la amenaza de guerra generalizada por todo el Sistema. Y esta vez, el propio Bey no era más que un peón.

15

Un agujero negro Kerr-Newman, o núcleo, cargado y en rotación, es un objeto enormemente dinámico. La contribución rotacional a su masa-energía, puede ser extraída (o aumentada) usando el proceso Penrose, y la propia carga eléctrica del núcleo puede ser utilizada para mantenerlo en posición, o para controlar su desplazamiento de un lugar a otro. Así pues, estos agujeros negros están «vivos»; proporcionan energía o la extraen de sus inmediaciones de modo controlable, y cabe colocarlos allí donde se desee. Son núcleos energéticos.

Un agujero negro Schwarzschild es un núcleo que no está cargado ni gira. Es un núcleo en forma rebajada y limitada, un objeto simétricamente esférico que ha perdido su carga eléctrica y energía rotacional. Está «muerto», en el sentido de que no puede extraerse de él de una forma controlable nada de su masa-energía. A menos que sea «impulsado» (es decir, que se le proporcione energía rotatoria usando el proceso Penrose) no es útil para la producción de energía.

Un agujero negro Schwarzschild no es, sin embargo, totalmente inerte. Como cualquier otro núcleo, desprende partículas y radiación de su interior oculto según el proceso evaporativo de Hawking, a un ritmo que sólo depende de su masa (los agujeros negros más pequeños emiten con más fuerza que los grandes). Sin embargo, la pauta de esta emisión es predecible sólo en términos estadísticos generales. Todos los sucesos y procesos que tienen lugar dentro de una región determinada alrededor del centro de cualquier agujero negro, sea. del tipo Schwarzchild o Kerr-Newman, son desconocidos. El interior del agujero negro dentro de este «horizonte de sucesos» constituye, en cierto sentido, un universo separado del nuestro.

Del volumen Festschrift conmemorativo del 2011, compilado para celebrar el centenario del nacimiento de John Archibald Wheeler.


Aybee tenía problemas. Era lo bastante inteligente para saberlo, y también para comprender que era improbable que terminaran pronto.

Su decisión de quedarse en la Granja destruida había sido perfectamente razonable. Había demasiado poco espacio para él en la nave de tránsito; Leo y los demás se encontraban en las competentes manos del sistema médico de emergencia, y el propio Aybee no era necesario con urgencia en las Cosechadoras. Su ofrecimiento de ayudar a los granjeros había sido (como era de prever) amablemente rechazado. Mientras maniobraban la burbuja habitáculo para que volviera a entrar en contacto con la capa recolectora, Aybee se puso un traje de larga duración y salió de caza.

Había dos cosas en concreto que quería encontrar entre los miles de escombros creados por la colisión. Una era la nave en la que había llegado. Sin duda necesitaría reparaciones, pero podría ser el camino más rápido de regreso a casa cuando estuviera preparado para marcharse.

Con la ayuda de los sensores de microondas del traje, la encontró antes de doce horas. Flotaba a un par de miles de kilómetros de la capa recolectora, a una velocidad relativa bastante reducida. Aybee la marcó con una bengala señalizadora y emprendió la parte más dura de su búsqueda.

El ordenador central de la Granja se encontraba en la línea directa del impacto. No quedaba ni rastro de él. Pero debía de haber copias de seguridad de los archivos. Estaba en una región de la burbuja que había sido aplastada por el impacto, pero no totalmente destruida. Aybee esperaba encontrar en alguna parte el cubo de memoria secundario. Sería pequeño, no mayor que su puño, y no se hacía ilusiones sobre lo difícil que sería encontrarlo.

Con tantos escombros de todas las formas y todos los tamaños, la única esperanza de dar con él era a través del espectro de reflectancia del cubo de datos. Seleccionó la firma espectral de un cubo de datos, programó una búsqueda espacial y se dispuso a esperar. Mientras se ejecutaba la comprobación, tuvo por fin tiempo para echar un vistazo a su alrededor.

Y para quedarse boquiabierto.

Si hubiera estado menos ocupado, lo habría advertido horas antes. Una oscura forma oblonga se extendía a lo largo de una cuarta parte del cielo, ocultando el brillante campo estelar. Desconectó sus sensores de luz baja y vio de inmediato que era una enorme nave de carga, que se acercaba con las portillas a oscuras y sin impulsión. Era del tipo utilizado para transportar alimentos desde la Nube hasta el Sistema Interior, un casco elipsoide de baja aceleración que medía más de un kilómetro de longitud y seiscientos metros de diámetro. Se encontraba tan cerca que le parecía que podía tocarlo.

Aybee no se planteó ni por un instante que pudiera tratarse de una nave de rescate. La forma que se aproximaba era demasiado oscura y sin vida. Flotó hasta una maraña de muebles destrozados de la cabina y esperó entre ellos.

La carcasa se acercó hasta situarse a doscientos metros de la destrozada burbuja habitáculo. Una oscura portilla se abrió, y por ella salieron en fila unas figuras ataviadas con trajes espaciales. Los trajes eran gruesos, terminados en una característica sección inferior enorme e hinchada. Esa base sólida contenía jets de impulsión alta y baja, suministro de energía, comida, aire, sistemas de reciclado de agua, instalaciones médicas, unidades de ejercicio y equipo de comunicaciones. A una orden de su portador, el pie hinchado se abría formando una fina esfera de veinte metros, o se acoplaba con otros trajes para formar un volumen de vivienda común.

Sólo un grupo utilizaba trajes como ésos. ¡Barreneros!

Pero estos barreneros se encontraban a muchos miles de millones de kilómetros de sus territorios habituales en el Halo. En aquel momento entraban en la burbuja habitáculo, tenuemente iluminada, por el agujero cercano al polo Sur. La burbuja utilizaba energía de emergencia, pero seguía siendo mucho más brillante que la oscura nave de carga.

¿Qué estaba haciendo aquí? Aybee no creía que hubiera algo de valor en la Granja, ni siquiera teniendo en cuenta las máquinas y los metales de la capa recolectora. Y los barreneros no estaban interesados en esas cosas.

Mientras observaba, otra portilla empezó a abrirse en la nave de carga. Ésta era grande, y se abrió hasta alcanzar un diámetro de casi cuarenta metros en la parte de la nave más cercana a la burbuja. Aybee la observó, esperando a que saliera algo.

Se desgajó por completo de la nave antes de que él se diera cuenta. Todo lo que vio fue un conjunto de electroimanes. En su centro se encontraba una esfera móvil negra que, bajo su control, vagaba lentamente hacia la burbuja habitáculo.

Era un núcleo, completamente blindado por los escudos electromagnéticos. En el centro de aquella oscura esfera se hallaba un diminuto agujero negro Kerr-Newman de mil millones de toneladas, su capa de fiera radiación y partículas devuelta sobre sí misma por los escudos triples. El núcleo había sido detenido. Flotaba, estacionario con respecto a la burbuja, y esperaba. La portilla principal de la burbuja se abría. Finalmente, una segunda esfera de doloroso negro surgió de la portilla abierta, su posición controlada por los electroimanes que la rodeaban.

Aybee contempló asombrado cómo las dos esferas flotantes cambiaban de sitio. El núcleo blindado de la Granja acabó por desaparecer dentro de la bodega de carga, y tras unos minutos el nuevo núcleo fue colocado en su sitio por la portilla de la burbuja, en cuyo interior fue almacenado.

Aybee hervía de curiosidad. Se ocultó en la maraña de basura espacial que le rodeaba, y empujó todo el conjunto lentamente hacia delante hasta que pudo asomarse por entre los muebles rotos a la portilla abierta de la burbuja.

El núcleo sustituía al que había sido extraído. Aybee había comprobado el estado del núcleo de energía de la Granja a su llegada con Leo Manx. Tenía abundante energía rotatoria y le faltaba mucho para descargarse. No tenía sentido sustituirlo… a menos que los barreneros necesitaran energía, y cambiaran el núcleo de la burbuja por uno muerto de su nave de carga.

Comprobar esa teoría era un asunto sencillo. Con una ojeada a los escalares ópticos del nuevo núcleo sabría qué sucedía, y era cosa de un minuto si se encontraba cerca de su escudo externo.

La portilla se cerraba y los barreneros ya se marchaban, uno a uno. Cuando la última figura desapareció silenciosamente dentro de la nave de carga, Aybee se acercó a la burbuja.

Era el momento exacto en que Bey Wolf le habría puesto la mano en el hombro, diciéndole que esperara un segundo, para hacerle una pregunta elemental: ¿dónde estaban los granjeros? Pero Bey se hallaba a miles de millones de kilómetros de distancia. Aybee abandonó su refugio de muebles a la deriva y se internó en la burbuja siguiendo la herida abierta por el impacto.

Los granjeros y sus máquinas habían conseguido maravillas. El interior de la burbuja había sido despejado ya de piezas rotas. Reparaciones improvisadas habían estabilizado la atmósfera del interior y establecido un nuevo sistema de pasillos que proporcionaba acceso a la parte habitable de la burbuja.

Aybee flotó hacia el centro de la burbuja. El nuevo núcleo había sido colocado allí, en lugar del original. Tenía energía disponible de sobras… según lo que recordaba Aybee, casi tanta como el otro. El misterio era todavía mayor. ¿Por qué intercambiar dos núcleos idénticos?

Subió por una estrecha escalerilla que le apartaría del núcleo y se dirigió hacia la superficie externa de la burbuja. En ese momento supo que no todos los barreneros se habían marchado. Tres de ellos esperaban en un tenso grupo junto a un conducto de salida, mientras un cuarto sacaba a punta de pistola a un grupo de tres granjeros.

Aybee se escondió en la escalera y estudió sus posibilidades. Podía aguardar hasta que los barreneros se hubieran marchado. O podía obrar de forma más expeditiva, saliendo por la abertura creada por el impacto del fragmento de hielo.

Las desventajas de ambas opciones eran fáciles de determinar. Su escondite estaba completamente expuesto a cualquiera que pasara y el camino hasta el núcleo era un callejón sin salida. Si los barreneros querían asegurarse de que tenían a todos los granjeros, no revisarían la superficie de los escudos del núcleo. Por otro lado, no tenía ni idea de lo que podía estar esperándole en la otra dirección. Los barreneros habían entrado en la burbuja por allí y algunos de ellos podían haber vuelto a hacerlo.

Bey Wolf habría esperado. Creía firmemente que había que posponer las decisiones, cosa que dignificaba como «mantener abiertas todas las opciones».

Aybee no podía hacerlo; era de naturaleza demasiado nerviosa.

Después de casi un minuto se agarró al costado del túnel y empezó a alejarse hacia la superficie de la burbuja. Cuidó de mirar hacia delante, y de volverse cada pocos segundos para asegurarse de que los cuatro barreneros que tenía detrás no lo veían. Hacía eso en el momento exacto en que un quinto barrenero, que también miraba hacia el otro lado, salió de una estrecha abertura en la pared y chocó con él.


El barrenero no se molestó en hablar. Agitó ante Aybee la pistola que empuñaba y le indicó que avanzara.

Aybee comprendió la indirecta. Asintió, y se arrastró a lo largo del túnel hacia la superficie exterior. El silencio de comunicaciones que había estado guardando ya no tenía sentido. Buscó la frecuencia que usaban los barreneros y conectó su traje a la transmisión.

—¿Qué van a hacer conmigo?

La figura gruñó a su espalda, sorprendida. Aybee advirtió que se trataba de una mujer.

—Creía que no hablabais con nadie —dijo—. Ninguno de tus compañeros ha dicho una palabra.

«Cree que soy un granjero. Pero si interpreto ese papel demasiado bien, no me dirá nada.»

Aybee gruñó.

—No hablamos mucho. Pero esto es una emergencia.

—No habláis mucho, ni escucháis mucho tampoco. —La barrenera parecía disgustada—. No voy a repetirlo. Haz lo que se te dice, no nos causes problemas y te trataremos bien. Si empiezas a dar la lata, te encontrarás en una celda con otros seis.

La amenaza definitiva para un granjero. A Aybee tampoco le gustó demasiado cómo sonaba. Todavía recordaba el viaje a la Granja Espacial Sagdeyev con Leo Manx.

—¿Adonde me lleva?

—¿Estás sordo? Espera un momento. —Se colocó delante de Aybee y se asomó a su visor—. No te había visto antes. No te vimos la primera vez. ¿Dónde estabas?

—Fuera.

—¿Y has vuelto a entrar? —La barrenera le indicó que siguiera adelante—. Bueno, era lo que me faltaba por ver. Estabas a salvo en el espacio, y volviste a entrar. ¿Cómo se puede ser tan tonto?

Aybee tenía tres buenos motivos para no contestar. Primero: daba por supuesto que aquélla era una pregunta retórica. Segundo: no podía sino coincidir en este caso con el comentario de la barrenera sobre su capacidad mental; se encontraba a salvo fuera, lo único que necesitaba era esperar a que la nave barrenera se fuera y luego podría haber pasado el siguiente mes dentro de la burbuja, si le hubiera dado la gana.

Y tercero: no necesitaba recabar más información sobre los planes que los barreneros tenían para él. Podía imaginarlos. Se hallaban cerca de la gran masa de la nave de carga, y una escotilla se abría. Con la mujer detrás, Aybee avanzó hacia el oscuro interior. Se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que en las Cosechadoras alguien advirtiera su falta.

16

Ella corrompió la frágil naturaleza con sobornos, para encoger mi brazo como un árbol marchito, para crear una montaña envidiosa en mi espalda donde mi deformidad se asienta para burlarse de mi cuerpo; para formar mis miembros con desigual tamaño, y desproporcionarme en cada parte…

WILLIAM SHAKESPEARE,

Enrique VI, acto tercero


Cada salida de un tanque era distinta.

Bey salió de éste con la boca seca, con las piernas fláccidas, y furioso. Conocía mejor que nadie el proceso de cambio de forma. Notaba si los parámetros habían sido desviados de sus valores originales incluso siendo él el sujeto, y esta vez sabía que había experimentado mucho más que una simple restauración de tejidos.

La puerta del tanque se abrió, y él se asomó al exterior.

Sylvia Fernald estaba sentada junto al tablero de control, mirándole. Él rugió de furia, un horrible chirrido de cuerdas vocales desconocidas.

—¿Qué demonios me ha estado haciendo?

El equilibrio iónico de su cuerpo todavía estaba ajustándose, y el torrente químico de la furia fue lo bastante fuerte para expulsarle del tanque de un solo movimiento.

—No intente mentir, ha estado entrometiéndose y lo sabe.

—¿Llama entrometerse a que alguien intente ayudarle? —Ella no se amilanó—. Acabo de salvarle. La gente de la Cosechadora lo habría hecho pedazos en cuanto hubiese sabido que está usted aquí. Nadie de la Tierra está ya a salvo.

—Puedo cuidar de mí mismo. —Bey intentó hacer un gesto de furia pero el puño no se le cerró. Su cuerpo era espantoso, del tamaño inadecuado, deforme—. Un cambio de forma así… podría haberme matado.

—Estudié cada cambio con mucho cuidado. Es un tipo de forma estándar para el Sistema Exterior.

—No necesitaba ningún cambio.

¡Se equivoca! Lo necesitaba. Más que un cambio… necesita una maldita niñera. Ya he soportado bastante, y me da igual lo que Baker quiera. —Sylvia se levantó—. Es usted un idiota, Bey Wolf, ¿lo sabía? Viene aquí, nada menos que un terrestre, creyéndose el regalo de Dios a la Nube. —Le agarró con fuerza del brazo, y tiró de él hacia la habitación. Bey trastabilló, todavía demasiado débil para ofrecer más que una resistencia testimonial. Ella se detuvo junto a la puerta, al fondo de la sala—. Eche un vistazo. ¿Qué es lo que ve?

Bey se encontró ante un espejo de cuerpo entero. Se enfrentaba a una pesadilla delgada y flaca como un esqueleto, alta y encorvada como una mantis religiosa. Todos los músculos habían desaparecido de sus brazos y piernas, dejando feos tendones y palos de hueso que terminaban en manos y pies engarfiados. La caja torácica sobresalía como un pergamino tendido sobre un marco de madera reseca. El pelo había desaparecido de su cabeza y su cuerpo, y unos ojos sin cejas le miraban enloquecidos desde sus cuencas hundidas. Sus genitales sin vello tenían un aspecto vulnerable y ridículo. Permaneció inmóvil, con la boca de calavera abierta.

—¿Qué es lo que ve? —siguió gritándole ella, pero Bey ni siquiera la oía—. ¿Qué es lo que ve?

—¡Usted tiene la culpa de esto! —Liberó el brazo—. Está loca. Me ha convertido en un monstruo. Tengo que volver al tanque y arreglarlo.

—¡No! —Ella se plantó ante él, cerrándole el paso, y Bey advirtió lo alto que era. Podía mirarla directamente a los ojos—. Ya es hora de que aprenda algo, Behrooz Wolf… si es que todavía es capaz. No sé qué es lo que ve, pero le diré lo que veo yo, y así es como piensa todo el mundo en el Sistema Exterior.

Retrocedió un paso, y lo miró de arriba abajo. Si la furia de Bey se había aplacado, la de ella había aumentado.

—Veo un hombre de aspecto pasable por primera vez desde que lo conocí. Un hombre al que me gustaría conocer, un hombre de cuya compañía podría incluso disfrutar. No un maldito mono. No un sapo achaparrado y peludo. No un enano hirsuto, bocazas y chúpaseles con quien ninguna mujer querría estar ni muerta. Y , yo se lo he hecho. Y no, no lo lamento. He permanecido sentada junto a ese maldito tanque cien horas seguidas para asegurarme de que nada saliera mal en el cambio programado. Y , sabía lo que hacía. Y no, no espero que lo aprecie. Es usted demasiado soso, demasiado egoísta, está demasiado obsesionado consigo mismo, demasiado envuelto en su presuntuosa idea de que todo lo procedente del Sistema Interior tiene que ser bueno y justo. —Alzó la voz—. Así que maldito sea, Bey Wolf, si quiere volver a ese tanque, adelante. No lo detendré. Y no interferiré cuando la gente de la Cosechadora lo agarre y le abra las entrañas.

El cambio químico corporal de Bey se había completado, y su estado se estabilizaba. Empezaba a sentirse casi normal, pero también sabía que los cambios de humor distaban mucho de haber terminado. Contempló fascinado su imagen en el espejo, y sacudió la cabeza.

—Parezco un fracaso tras un proceso de cambio. Estas piernas… ¿de verdad que ha programado estas piernas?

—Son unas piernas magníficas.

—Son repulsivas. ¡Mírelas! Demasiado cortas, demasiado blancas, demasiado arqueadas. —Se volvió a mirarla—. Lo dice en serio, ¿verdad? Cree que debería darle las gracias por esto.

—Tendría que ponerse de rodillas y besarme la mano. Dios mío, le he hecho un favor. —Había dejado de gritarle—. Se supone que tiene usted cerebro. Úselo. Le pidió a Cinnabar Baker que anunciara que había muerto en la Granja Espacial, para poder estudiar el problema sin que la gente supiera quién es. ¿Cómo demonios se habría sostenido eso cuando la gente lo hubiese visto ? Tenía que cambiar. Supongo que pensaba que se mezclaría sin problemas con el resto de nosotros, con su ridículo cuerpo de terrícola.

—Muy bien. ¿Pero por qué no me avisó?

—¿Habría estado de acuerdo con tener este cuerpo si lo hubiera hecho?

—Nunca. —Ahora que no estaba furioso, Bey se sentía un poco culpable. Ella había permanecido sentada junto al tanque durante días, cuidándolo, y podía ver lo pálida y cansada que estaba— ¿Pero me reprocha que me sienta como me siento? ¿Me habría dejado usted cambiarla, para que pareciera una mujer de la Tierra?

—No sea repulsivo.

—Pues eso. Pero admitiré que tiene razón en una cosa, y quiero pedirle disculpas por gritarle. Por extraño que parezca, aquí pasaré más desapercibido con este cuerpo de insecto. —Bey echó otro vistazo a su reflejo y cogió una túnica que había junto a la puerta. Era agradablemente larga y amplia… cuando se la puso, no pudo ver más que sus manos y su cabeza—. Esto está mejor. Prefiero no verme. Pero de todos modos, aún quisiera volver al tanque. Parece que no esté terminado de hacer.

—¿Se siente mareado?

—No exactamente. Pero sí un poco plantagenético.

—¿Un poco qué?

—Ya sabe. O si no, debería… —Bey se ciñó la túnica al cuerpo, se enderezó cuanto pudo, y declamó—: «Deforme, inacabado, enviado prematuramente, a medio terminar, a este mundo, tan cojo y extraño que los perros me ladran cuando me detengo a su lado.» Ricardo III. Uno de mis héroes de todos los tiempos.

Ella se le quedó mirando. Por fin, se echó a reír.

—Dios mío, Leo tiene razón. Está usted loco. Peor que Aybee. Completamente loco.

Bey consideró sus palabras. Se sentía un poco mareado, cierto; pero ésa no era su sensación más fuerte.

—Más bien completamente hambriento. Lo que me ha hecho me ha dejado hueco. ¿Puedo comer algo?

—Podemos intentarlo. Y así se someterá a la prueba de fuego. Veremos si puede pasar por nubáqueo. Tome, espere un minuto. —Bey se disponía a salir por la puerta—. Nunca pasará por nubáqueo con ese atuendo.

—Todos ustedes parecen vestir igual. Debe de haber un uniforme por aquí.

—Se equivoca de nuevo. —Sylvia señaló su propio traje gris—. Sigo vestida con la ropa que llevaba en la nave, pero no se me ocurriría mezclarme con otra gente así… o con el viejo uniforme. Parece creer usted que todas las Cosechadoras son iguales. No hay dos iguales, ni en su trazado ni en su gente. En esta Cosechadora son muy conscientes de la moda. Aquí nadie iría ni muerto con esos trajes amarillos que se llevan en la Cosechadora Opik. Si queremos pasar desapercibidos, tenemos que atenernos a las costumbres locales. Venga conmigo. Es en la puerta de al lado.

La habitación a la que le condujo tenía hilera tras hilera de prendas chillonas, variadas y extravagantes. Bey vaciló, luego se encogió de hombros.

—No tengo ni idea. Usted sabe cómo mezclarse con la gente. Elija algo.

Ella tardó dos minutos en escoger un par de trajes ajustados azul pavo real, con zapatos a juego y altos sombreros en forma de huevo. El traje parecía diseñado para que Bey diera la impresión de ser aún más alto y delgado, y en su opinión era el atuendo más ridículo que había visto jamás.

Contempló incrédulo su reflejo.

—No podemos aparecer así en público. Todo el mundo se reirá de nosotros.

—Ni siquiera nos mirarán. No en esta Cosechadora.

—Pero la gente que vimos al salir de la nave no tenía este aspecto.

—Eran de los equipos de mantenimiento y operaciones. Iban de uniforme. No los reconocería si los viera fuera de servicio.

Bey se acercó a la puerta, luego se detuvo para echar una última ojeada al espejo.

¿Está, segura?

—Confíe en mí. Está bastante guapo. —Sylvia se colgó de su brazo y lo guió—. Recuerde, hasta que le coja el truco a ese cuerpo en baja gravedad, deje que yo marque el paso. Finja que somos una pareja. No hable mucho al principio, y si no sabe cómo moverse, deje que yo le arrastre.

Recorrieron un misterioso laberinto de pasillos y escaleras. Un minuto más tarde, Bey supo que estaba perdido; diez minutos después, supo por qué los nubáqueos habían elegido sus formas preferidas. Tenía la estructura adecuada para un entorno de baja gravedad. Podía girar la pesada parte superior de su cuerpo alrededor de su centro de gravedad y usar los largos brazos para controlar la dirección del movimiento, sin las molestias de un exceso de músculos o de grasa. Incluso el aire olía mejor, aunque no podía decir si a causa de su nueva fisiología o de su imaginación.

Para pertenecer a una Cosechadora, el salón al que llegaron estaba abarrotado. La preocupación inicial de Bey, que ésta fuera una primera aparición demasiado pública para su nuevo cuerpo, se esfumó cuando vio el comportamiento general. Se respiraba una peculiar sensación de pánico y excitación. Nadie reparó en su presencia ni en la de Sylvia. Un par de centenares de personas ruidosas deambulaban alrededor de un estrado plantado en un extremo, y cuando Bey las miró se sintió reconfortado. Era uno de los que vestían de modo más conservador. Pantalones con lentejuelas azules y zapatillas con tacones curvos competían y chocaban con túnicas escarlata y brillantes calzas negras. El gusto terrestre brillaba por su ausencia.

A un gesto de Sylvia, Bey se metió en un cubículo para comer situado al fondo de la sala. Sylvia lo hizo en el cubículo contiguo, fuera de su vista, a menos que se levantara para mirar por encima del tabique, un cristal unidireccional en la pared frontal les permitía a ambos ver el resto de la sala. La mayor parte de la multitud se apiñaba alrededor de un hombre con aspecto de espantapájaros que llevaba una gorrita azul, una larga túnica blanca, y una mascarilla que cubría la parte inferior de su rostro.

—¡Tenéis una alternativa! —Su voz era grave y resonaba en las blancas paredes peladas de la sala—. Yo puedo ofreceros una alternativa. Si no os gusta la idea del cambio de formas, si no queréis enfrentaros al terror de los tanques, hay otros medios. Antiguos secretos, los misterios de la antigüedad terrestre, medios para tratar las enfermedades que nada tienen que ver con el uso de los tanques.

—¡De la Tierra no viene nada bueno! —El grito surgió de alguna parte entre la multitud.

—De la Tierra de hoy en día no, tienes razón. —El hombre del estrado se volvió hacia esa parte de la muchedumbre—. Creo que deberíamos destruir la Tierra, y todo el Sistema Interior. —Hubo un rugido de aprobación—. Pero eso no significa que los conocimientos de la vieja Tierra sean inútiles. ¡Todos nuestros antepasados vivieron allí! Yo he aprendido los antiguos secretos de la Tierra.

Bey le habló a Sylvia, que estaba ocupada pidiendo comida en su cubículo.

—¿De qué habla?

—Iba a preguntarle lo mismo. Ha dicho algo acerca del saber procedente de la vieja Tierra.

—La sabiduría destilada de épocas remotas —continuaba la vibrante voz—. Hace trescientos años, el saber que poseo era mantenido tenazmente por un pequeño grupo de personas. Cuando apareció el cambio de formas, sus habilidades dejaron de ser necesarias. Perdieron su poder. Su aprendizaje especial se desvaneció. ¡Pero no para siempre! A base de intensas investigaciones, mis ayudantes y yo hemos recuperado esas habilidades olvidadas. Somos los Nuevos Esculapios. —Alzó dos botellas transparentes: una llena de un denso líquido verdoso y la otra de pequeñas esferas blancas—. ¡Sea cual fuere vuestra dolencia, podemos ayudaros! Una de éstas será la respuesta.

—Oh, Dios mío. —Bey masticaba una blanda cuña de material amarillo que Sylvia había pedido. Estuvo a punto de atragantarse, y habló con la boca llena—. Nunca creí que llegaría a ver esto.

—¿Qué está ofreciendo?

—Píldoras y pociones. Panaceas. ¡Dice que es un doctor!

—¿Quiere decir un… un médico? —Sylvia tardó en encontrar la antigua palabra—. No hay de eso en la Nube.

—Ni en la Tierra, ya no… no hay médicos desde hace doscientos años. No creí que volviera a haberlos jamás, en ninguna parte. —Bey estaba embobado—. Antes de que se desarrollara el cambio de formas con un propósito definido, los había a millares. Eran enormemente poderosos, su labor era igual que un sacerdocio. Esa ropa y la máscara que lleva eran su atuendo. Me extraña que no esté gritando a los cuatro vientos el Juramento Hipocrático y extendiendo recetas.

—¿Extendiendo qué?

—Vales para la compra de productos químicos. Solían tratar las enfermedades con fármacos, ya sabe… y con cirugía también.

—Cirugía. ¿No consiste eso en Cortar…?

—Sí. En abrir a la gente por la mitad. Antes de que fuera prohibido, les permitían hacer eso. Espero que no proponga hacerlo aquí.

El hombre vestido de blanco estaba rodeado de gente que le gritaba sus problemas. Media docena de acólitos se le habían unido, y empezaban a repartir frascos y paquetes. Sylvia abrió la puerta de su cubículo y salió.

—Tengo que contárselo a Cinnabar Baker. No podemos permitirlo.

—No. —Bey salió rápidamente para agarrarla por la manga y detenerla—. Primero tomemos muestras para analizarlas. Apuesto a que son totalmente inofensivas. Vamos.

No habían terminado de comer, pero la comida y la bebida habían sido suficientes para producir otro cambio de humor. Bey empezaba a sentirse amodorrado, y muy alegre. Empezó a dirigirse hacia el centro de la multitud. Sylvia lo alcanzó y se colocó ante él.

—Usted no. Lo haré yo. Puedo moverme con más facilidad. Quédese aquí.

Se metió entre la gente y regresó un par de minutos más tarde con una botella en una mano y un paquete en la otra. Los alzó triunfal, pero justo antes de Alcanzar a Bey se detuvo y su expresión cambió. Miraba más allá de el.

—Aquí viene su auténtica prueba. —Se inclinó hacia delante y habló con rapidez—. Si la pasa, será libre.

Bey se volvió lentamente. Una mujer sonriente, vestida con un vaporoso vestido de color rosa flamenco cruzaba la sala en dirección hacia ellos.

—¡Sylvia! No tenía ni idea de que estuvieras aquí.

—Acabo de llegar. —Sylvia apretó las manos de la mujer entre las suyas y luego retrocedió un paso—. Andrómeda, éste es Behrooz. También está visitando la Cosechadora. Bey, una vieja amiga mía, Andrómeda Diconis. Estudiamos juntas teoría de control óptimo, hace muchos años.

—Demasiados. Pero Sylvia siempre fue mejor que yo. Por eso estoy aquí, en mi aburrido trabajo, mientras ella recorre el Sistema. —La mujer había cogido la mano de Bey, y le miraba de arriba abajo Sus brillantes ojos azules y su boca carnosa contenían una expresión extraña e ilegible—. Lleváis una ropa muy bonita… los dos. Perfectamente a juego. ¿Qué estáis haciendo aquí?

—Bey trabaja con equipo de comunicaciones —dijo Sylvia, antes de que él pudiera hablar—. Es un experto.

—Desde luego, bien podemos utilizarlos aquí. ¿De donde eres, Behrooz?

—De la Cosechadora Opik.

—Ah. Qué sitio tan aburrido. Yo jamás viviría allí. ¿Y eres experto en comunicaciones? Qué impresionante. —Andrómeda Diconis seguía estrechando la mano de Bey, pero fue a Sylvia a quien habló a continuación— Estoy segura de que es experto en muchas cosas. Pero mi querida Sylvia, ¿qué ha pasado con tu otro amigo? ¿Cómo se llamaba, Paul?

—Paul Chu. Supongo que no te has enterado. Desapareció durante una misión en el Halo.

—Oh, sí, ahora que lo mencionas sí que me enteré. Pero creía que había vuelto. Alguien de por aquí dijo que lo había visto, hace una o dos semanas. De todas formas, no queremos hablar de él, ¿verdad? —Andrómeda soltó por fin la mano de Bey y se arreglo el cuello del vestido. Sus dedos recorrieron el hueco de su garganta—. No cuando has hecho nuevos amigos, Sylvia. Y amigos muy atractivos, por cierto. ¿Sabes?, voy a quedarme por aquí a comer algo. ¿Os gustaría a Behrooz —Bey se ganó una sonrisa deslumbrante— y a ti esperarme, y luego ir los tres al concierto pasillo abajo?

Sylvia colocó firmemente su mano sobre el brazo de Bey.

—Hoy no. Acabamos de comer, y Bey ha tenido un día muy duro. Ahora necesita descansar.

—Estoy segura de que sí. Estoy segura de que lo necesitáis los dos. Pero es maravilloso volver a verte, Sylvia, y te llamaré mañana. —Extendió la mano y acarició el antebrazo de Bey—. Y espero ansiosamente volver a verte, Behrooz. Una vez hayas descansado adecuadamente.

Bey trató de sonreír y asintió, pero Sylvia ya tiraba de él hacia la salida. Saludó con la mano a Andrómeda Diconis, y recibió un besito al aire a cambio.

—¿Por qué tanta prisa? —dijo en cuanto la mujer no pudo oírlos—. ¿Le estaba dando motivos para sospechar de algo?

—En lo más mínimo. —Los modales de Sylvia eran una mezcla de placer e irritación—. Ha pasado la prueba a la perfección. ¿No se ha dado cuenta? Ella no habría actuado de esa manera ni por un momento si fuera usted del Sistema Interior. Es la nubáquea perfecta, desprecia todo lo que hay dentro del Anillo de Núcleos. Pero estaba dispuesta a comérselo para desayunar.

—Si estaba pasando la prueba a la perfección, ¿por qué tirar de mí? —A Bey le gustaba la idea de ser desayunado por Andrómeda.

—Porque Andrómeda tiene que pensar que estoy celosa… como lo estaría ella. Cree que comprende perfectamente nuestra relación, y eso es lo mejor que podría haber sucedido. Andrómeda es una zorra absoluta, pero le aceptó por su apariencia de nubáqueo. Y es la chismosa mayor del universo. Dele un día o dos, y todo el mundo sabrá que tengo un nuevo compañero, un hombre de la Cosechadora Opik.

—¿No es eso peligroso? Puede que quieran conocerme.

—Le dirá a la gente que soy celosa y que lo quiero sólo para mí. Es un motivo perfecto para permitirnos intimidad mientras trabaja. Pero es algo de lo que nos preocuparemos mañana.

—Aja. —Bey bostezó—. «Mañana, mañana y mañana.» Gran palabra. Gran discurso. Hmmm.

Sylvia había notado el cambio en Bey desde que dejaron a Andrómeda Diconis. Otro efecto secundario común a una larga sesión en los tanques le afectaba. Seguía excitado, pero se estaba quedando rápidamente sin adrenalina y sin energía. La sorpresa de despertar con una forma completamente distinta y el estímulo de un nuevo ambiente habían sido suficientes para animarlo durante unas horas, pero eso se estaba acabando.

—Vamos. Antes de que se quede dormido en los pasillos.

Había sido una excusa conveniente para dejar a Andrómeda, pero era bastante verdad. Bey Wolf necesitaría un buen descanso antes de ocuparse de los problemas del cambio de formas de la Cosechadora Marsden.

Ella lo condujo hacia las habitaciones que le habían asignado. Bey no habló, y cuando llegaron los ojos ya se le cerraban. Sylvia lo dejó en una cama. Se quedó dormido antes de que ella pudiera añadir otra palabra. Al cabo de un rato, Sylvia le quitó amablemente el llamativo traje azul y el extravagante sombrero, y lo aseguró a la cama con las correas. Se acostumbraría muy pronto a dormir con baja gravedad, pero podía sentirse desorientado al despertar.

Yacía tendido de espaldas. Sylvia contempló con aprobación el cuerpo dormido.

—He hecho un buen trabajo contigo, Behrooz Wolf, si se me permite decirlo. Andrómeda estaba fascinada, y es una experta. «Amigos muy atractivos», ¿eh? Tendremos que luchar para mantenerla apartada de ti.

Sylvia frunció el ceño al recordar otro de los comentarios de Andrómeda. Alguien de aquella Cosechadora había visto recientemente a Paul Chu. Aunque no fuera más que un chismorreo, Sylvia tenía que comprobarlo. Cinnabar Baker había señalado el problema. Cuando se hablaba de guerra y sabotaje, todos los caminos parecían conducir al Anillo de Núcleos; pero ningún camino conducía a Black Ransome, ni al Agujero de Ransome. A menos que pudiera seguirle la pista a Paul y él se convirtiera en su guía.

Iba hacia la puerta cuando se detuvo. No podía regresar demasiado pronto al salón. Andrómeda tenía sus propias ideas sobre lo que Sylvia y Bey hacían en aquel preciso momento y ella no quería de ningún modo desengañarla.

Se obligó a esperar casi dos horas, mientras reflexionaba y contemplaba el rítmico subir y bajar del pecho huesudo de Bey; por fin, se marchó al salón de conciertos.

Las luces se habían atenuado automáticamente. Bey yacía en la oscuridad, escuchando el leve siseo de los ventiladores de aire, y se preguntó qué le había despertado. Estaba casi en caída libre, flotando sólo con el imperceptible anclaje de un par de correas de restricción. Y no estaba dispuesto a despertar. Se sentía aturdido de sueño, tan cansado que abrir los ojos le resultaba un esfuerzo imposible.

—¡Bey!

De nuevo aquella voz. No era más que un susurro, pero hizo que despertara, excitado. Su sonido había levantado a Bey de entre los muertos.

Abrió los ojos. El sistema de proyección del rincón se había conectado solo, y revelaba el interior de una sala oscura. En el centro de aquel espacio abierto, con el rostro iluminado por el leve brillo de un único foco rojo, estaba sentada Mary Walton.

—¡Bey! —repitió la suave llamada.

—Mary. ¿Dónde estás?

—No intentes responderme, Bey. Este mensaje es una grabación, así que no puedo oír lo que dices. Se activará cuando respondas a tu nombre y abras los ojos.

Era tan dolorosamente atractiva y tenía un aspecto tan alocado como siempre. Bey reconoció su atuendo. Era el que llevaba cuando interpretó el papel de Titania: una larga túnica bermeja que podía resultar pasada de moda pero que brillaba con tintes cálidos. Bey la había visto por última vez en un armario de su apartamento terrestre. La voz de ella era aún más familiar, tan maravillosa como siempre, el murmullo ronco que hacía que Bey captara matices sexuales incluso en sus discursos cómicos.

—No quiero hacerte daño, Bey —continuó ella—. Ya te he salvado muchas veces, en la Tierra y en la Granja Espacial; pero no sé cuántas veces más podré hacerlo. Tienes que dejar lo que estás haciendo, abandonar las Cosechadoras, regresar a la Tierra.

—¿Cómo sabías dónde estoy? —respondió Bey automáticamente, olvidando que ella no podía oírle.

—El Sistema Exterior te está utilizando, ¿sabes? —Ella no se había detenido—. No es problema tuyo, pero ellos intentarán que lo sea. El Sistema Exterior va a desmoronarse, cada vez más, y si intentas detenerlo, morirás. Di que no a Cinnabar Baker, pida lo que pida. Cuando Sylvia Fernald intente acostarse contigo (lo hará, si no lo ha hecho ya), recuerda que lo hace como parte de su trabajo. No significas nada para esa gente. —Mary alzó la mano. En su dedo medio brillaba un gran rubí nuclear, la gema más rara de todo el Sistema—. Puede que todo se haya acabado entre nosotros, Bey, pero nunca olvides que te aprecio. Te salvé, cuando los mensajes hacían que todos los demás murieran o se volvieran locos. Reconóceme eso. Ahora adiós y, por favor, ten cuidado. Duerme bien.

Saludó con la mano. La imagen de la unidad de proyección se desvaneció lentamente, hasta que pasados veinte segundos Bey no pudo ver más que el espectral brillo del rubí nuclear. Finalmente, también eso desapareció. El dormitorio quedó de nuevo sumido en una total oscuridad.

Bey sudaba copiosamente y el corazón se le salía del pecho. Se sentía lleno de una mezcla de excitación y sorpresa. Las últimas palabras de Mary habían sido una broma pesada: ahora no dormiría durante horas. Aflojó las correas que lo mantenían en su sitio y se acercó a la unidad de proyección, que habría tenido que contener una copia grabada de todo el mensaje.

La unidad de almacenamiento estaba completamente vacía. Por supuesto, Bey no se sorprendió. Tras el Hombre Negentrópico, tras las imágenes proyectadas que llenaban el Sistema Exterior y la habilidad de Mary para dejarle un mensaje donde se le antojase, ninguna anomalía de los sistemas de comunicación podía ser excluida. Todo era posible.

Pero cuanto más lo pensaba, algo imposible latía en su cabeza cada vez con más fuerza. Si Mary sabía dónde se encontraba, tal vez tuviera el modo de enviar un mensaje; pero, en una región del espacio tan grande que todo el Sistema Interior no era más que un punto en su centro, ¿cómo sabía dónde estaba?

Ella sabía de su viaje a la Granja Espacial Sagdeyev. Se había enterado de su regreso. Lo había seguido hasta aquellas habitaciones pocas horas después de su llegada. ¿Cómo? ¿Cómo lo sabía?

Nunca volvería a dormir. Nunca, nunca, nunca, nunca, nunca. Con esa palabra resonando en su cabeza, se sintió irresistiblemente arrastrado hacia el sueño del cansancio total.

Y fue en esos últimos momentos, cuando se hundía nuevamente en la inconsciencia, cuando Bey intuyó por primera vez por qué Mary sabía tan rápido lo que pasaba. Intentó aferrar aquella idea, estudiarla, pero era demasiado tarde.

Se quedó dormido.

17

Aybee tenía un problema. Quería que sus captores creyeran que era de la Granja Espacial, no un representante del gobierno central de la Nube. Por otro lado, no podía permitirse encontrarse con ninguno de los granjeros. Ellos sabrían de inmediato que no era uno de los suyos, y no tendrían ningún motivo para ocultar el hecho a los barreneros.

Al menos, por el momento, parecía estar a salvo. Había multitud de barreneros a la vista, cerca de la escotilla de la nave de carga, fácilmente reconocibles por sus trajes, pero no veía ni rastro de los granjeros. Siguiendo las indicaciones de la mujer que iba detrás de él, Aybee entró en la nave. Desde fuera, era una masa inerte y sin vida, un pecio abandonado en los primeros días de la colonización de la Nube. Dentro, el entorno sin aire rebosaba actividad.

Aybee miró a su alrededor con ojo experto. Habían entrado por una de las escotillas de proa de la nave. El casco exterior se extendía ante ellos: una gran extensión curva de placas de fibra de carbono con vigas de refuerzo de polímeros endurecidos. Desde el interior parecía medir mucho más de seiscientos metros de anchura. Había suficiente espacio interior para contener ciudades enteras, con todo lo necesario para comer y producir energía, y con piscinas y campos de juego. Pero había signos de que la nave era algo más que una simple colonia.

El primer indicio eran los puntales y los enormes cables eléctricos. Se extendían por todo el interior, y no había motivo para que estuvieran allí a menos que la nave tuviera que soportar aceleración. Aybee hizo un rápido cálculo mental, y decidió que los refuerzos mecánicos y electromagnéticos soportarían un impulso de unos dos ges.

De eso dedujo inmediatamente otra cosa: a dos ges, la nave estaba a más de un año de distancia del hogar natural de los barreneros en el Halo. Tenían que tener algún medio de trasladar a personas y materiales más rápido que eso. Aybee contempló otra vez la nave de carga y vio el equipo que buscaba cerca de la pared exterior. Una nave de alta aceleración flotaba allí, con el impulsor McAndrew desconectado. Por el diseño, podría permitir hasta trescientos ges antes de que las aceleraciones gravitacionales e inerciales se equilibraran. Aybee estudió aquella nave con atención. Yendo en ella, la Cosechadora Marsden quedaba a sólo veinticuatro horas de distancia.

La segunda rareza era la presencia de tabiques interiores transparentes y de numerosas compuertas. Las naves de carga rara vez eran presurizadas y los barreneros no tenían ningún interés en vivir con atmósfera. Sus trajes eran todo el suministro de aire que se molestaban en llevar. ¿Entonces quién quería que partes de la nave estuvieran llenas de aire, y dónde se hallaban?

Por último estaban los núcleos. Aybee vio una docena de lugares cuya forma esférica implicaba que eran alojamientos para núcleos blindados. Eso sugería una demanda de energía monstruosa. Un núcleo habría sido suficiente para las operaciones normales de un volumen como aquél, aunque se tratara de una nave colonia a gran escala. A falta de más datos, la explicación alternativa —que los núcleos estaban siendo utilizados para algún otro propósito— no tenía sentido.

Aybee se volvió hacia la mujer que tenía detrás. Dentro de la nave, había enfundado el arma.

—¿Qué van a hacer conmigo?

—Sigue adelante. Lo averiguarás dentro de unos minutos. —Ella redujo el paso—. No te preocupes. No matamos a la gente sin un buen motivo.

«¿Pero sí lo hacéis con un buen motivo?» Aybee se preguntó cuál sería ese buen motivo. ¿Intentar escapar? ¿Mentir sobre la identidad de uno? ¿Ser un espía del gobierno del Sistema Exterior?

Entraban en una nueva sección de la nave, y atravesaron una compuerta interior hasta una sala de paredes opacas. Aybee oyó el siseo del aire y miró inquisitivamente a la mujer.

Ella asintió.

—Punto de transición. Aquí es donde te dejo. Quítate el traje y atraviesa la compuerta interna.

La mujer pasó a otra frecuencia de comunicación, mantuvo una conversación que Aybee no pudo seguir mientras se quitaba el traje, y le indicó con un gesto que continuara.

—Muévete a menos que quieras respirar vacío. Volveré a cerrar esta compuerta dentro de treinta segundos.

A Aybee le preocupaba quitarse el traje, porque debajo no iba vestido como los granjeros que había visto. Pero al parecer los barreneros no eran expertos en los atuendos de la Granja Espacial, y la mujer no prestó ninguna atención a su ropa. Atravesó la compuerta.

Un hombre y una mujer le esperaban al otro lado de ella, sentados ante una mesa curva.

Más misterios. Ninguno de los dos era de constitución gruesa, la que preferían los barreneros, ni tampoco esbelto como los nubáqueos. Aybee se encontraba en un veinteavo de ge, lo que sugería que la habitación debía hallarse cerca de un núcleo. Las dos personas que tenía ante sí parecían estar a sus anchas, lo que significaba que no era probable que pertenecieran al Sistema Interior.

La mujer le indicó con un gesto que se sentara frente a ella. Tenía el pelo negro, la piel negra y una expresión vigilante en los ojos.

—Leila nos ha dicho que hablas —dijo—. Bien. Es un cambio respecto a tus compañeros.

Aybee se sentó, encogiéndose en la silla.

—Muy bien, sé hablar. ¿Qué me pasará ahora?

—Eso depende de ti. Supongo que no sabrás nada de física.

—Sé un poco. —No era momento de hacerse el ofendido.

Los otros dos se miraron. Aybee había decidido ya lo que eran. Tenían la constitución de los habitantes del Sistema Interior, pero no el aspecto de los abrázaseles. Los dos procedían de mucho más lejos y los dos estaban acostumbrados a la gravedad. Eso quería decir que eran del Anillo de Núcleos, de las proximidades de núcleos blindados.

—Lo comprobaremos dentro de poco —dijo el hombre. Aybee advirtió que llevaba un rubí nuclear en la charretera de su hombro—. ¿También sabes matemáticas?

—Algo. —Tenía que andarse con cuidado. Saber demasiado podía ser tan peligroso como saber muy poco.

—Si sabes lo necesario, tendrás una oportunidad. Puedes participar en un proyecto de desarrollo del Halo, muy lejos de aquí, y trabajar sólo con los otros granjeros y un montón de máquinas. Eso es lo que harán todos tus amigos, ayudar a construir una nueva Granja… el Halo anda también escaso de metales. O, si estás realmente dispuesto a trabajar con gente, tenemos una perspectiva más interesante que ofrecerte.

—No me gusta la idea de la Granja. Ya estoy harto de ellas. Hábleme de lo otro.

—Todavía no. —La mujer lo miraba, recelosa—. Primero tenemos que oírte hablar, y asegurarnos de que sabes decir algo más que unas cuantas frases. Puedes empezar diciéndonos por qué eres diferente del resto de los Granjeros. No han intercambiado ni diez palabras.

«Pregunta incómoda.» Si Aybee se mostraba demasiado diferente a los otros granjeros, aquella gente se preguntaría por qué. Si se parecía demasiado a ellos, lo enviarían al borde de la nada y se pasaría el resto de la vida construyendo un recolector para cosechar átomos dispersos del vacío.

«Si tienes que mentir, que las mentiras sean pequeñas.»

—Yo hacía de intermediario —dijo por fin—. Con la gente de las Cosechadoras. Cuando llegaban ingenieros a la Granja, alguien tenía que trabajar con ellos. Establecieron el perfil psicológico de todos. Parecía que yo era el más adecuado, así que recibí formación especial. Me gustaba, quería más. Tal vez incluso conseguir un trabajo fuera de la Granja.

El hombre asintió, pero la mujer se inclinó hacia delante y miró a Aybee a los ojos. Los suyos, brillantes y marrones, con el centro del iris amarillo, le daban un aspecto decididamente feroz. Tenía el rostro de una fanática.

—¿Fuiste el intermediario del grupo que llegó a la Granja Espacial desde la Cosechadora Opik hace un par de días? —preguntó.

—Sí. —Aybee ni siquiera parpadeó—. Insistieron en un encuentro cara a cara con nosotros. Los recibí, a los cuatro. Mi formación especial fue muy útil.

—¿Cuánto tiempo estuviste con ellos?

—No mucho. Diez minutos, tal vez. He estado preguntándome qué les habrá sucedido desde el impacto. ¿Han muerto todos?

—¿Te importa?

—No lo sé. Supongo que me preguntaba si también estaban aquí. Son como yo, no les importa trabajar con otra gente. ¿Están aquí?

—No. Se han marchado por donde habían venido. Hemos visto partir su nave.

Aybee disimuló su alivio. Pero la mujer volvió a desconfiar.

—¿Por qué te preocupas por ellos? No importa, aceptaré que hablas. Me parece que tal vez hablas un poco demasiado bien. No sé cómo podías soportar estar en la Granja Espacial.

—Hagámosle la prueba —dijo el hombre—. Si miente sobre lo que sabe, no tendremos que perder más tiempo hablando.

La mujer se encogió de hombros y le deslizó sobre la mesa hacia Aybee dos hojas de papel.

—Escribe las respuestas ahí mismo, si quieres —dijo—. O contesta en voz alta. No nos importa.

—Prefiero escribir. Si tienen algo con lo que pueda hacerlo.

Aybee había visto la primera página de preguntas y tenía una nueva preocupación. Si las pruebas eran todas como aquélla, necesitaba tiempo para pensar. Las preguntas eran tan elementales que no estaba seguro de cuánta ignorancia fingir. Según aquella gente, ¿debería conocer las leyes del movimiento de Newton y las ecuaciones de Maxwell y las definiciones clásicas de entropía? Casi cor» toda seguridad. ¿Pero qué había del teorema de Price y los espinores y los vectores de Killing? También estaban en la lista, junto con las constantes de Newman-Penrose y la clasificación de Petrov. Había escrito ensayos sobre cada uno de esos temas, pero no quería que nadie lo sospechara. Las preguntas eran también un indicio del trabajo que podía estar esperándole. Sin duda trabajaría con núcleos.

Cogió el bolígrafo que le entregaron y escribió cuidadosamente las respuestas. Dos mal de cada diez. Con eso bastaría.

Aybee se daba cuenta de lo irónico de su situación. Durante la mitad de su vida había intentado hacer bien pruebas estúpidas; ahora tenía que hacerlo lo bastante bien para ser aceptado pero lo bastante mal para ser plausible.

Entregó las hojas y, por primera vez en su vida, sudó mientras esperaba los resultados. El hombre leyó impasible sus respuestas.

Por fin, alzó la cabeza.

—¿Trabajabas con el núcleo en la Granja Espacial?

—Un poco. Parte de mi trabajo era comprobar el consumo de: energía y el estado rotatorio. Aprendí a medir los escalares ópticos. Eso fue todo.

—¿No tienes miedo de acercarte a un núcleo?

—No si los blindajes funcionan bien.

—Eso pienso yo. —El hombre soltó con indiferencia los papeles sobre la mesa. Se volvió hacia la mujer—. ¿Qué te parece, Gudrun? Es decisión tuya.

Ella asintió.

—¿Trabajas duro?

Por fin una pregunta que Aybee podía responder con facilidad.

—Apueste a que sí. Más duro que nadie que yo conozca. Pónganme a prueba.

—Supongo que lo haremos. Hay algo más que debes saber antes de decir sí o no. Si te unes a nosotros, tendrás la oportunidad de convertirte en miembro pleno de nuestro grupo. Tenemos grandes planes, pero nuestro número es escaso. Eso significa que habrá oportunidades maravillosas. Pero mucha gente no comprende la importancia de nuestros objetivos. En cuanto te unas a nosotros, el Sistema Exterior te considerará un rebelde. Ahora déjame preguntártelo directamente: ¿quieres el nombramiento?

—Creo que sí. —Aybee asintió lentamente con la cabeza. Tenía que parecer interesado, pero cauteloso—. El Sistema Exterior nunca ha hecho nada por mí. Nunca pedí vivir en la Granja. Aunque creo que me gustaría saber más sobre su oferta antes de decidirme.

—Es bastante justo. —La mujer sonrió por primera vez, y extendió la mano—. Te pondremos a prueba. Yo soy Gudrun. Éste es Jason. ¿Cómo te llamas?

«Rayos y centellas. ¿Cómo me llamo?» Mejor escoger el nombre de alguien real. Aybee eligió el de su primer instructor de cálculo.

—Karl Lyman.

—Bienvenido al programa, Karl. ¿Estás cansado?

—No especialmente.

—Entonces vamos a comer. —Ella vio su expresión y se echó a reír—. No quiero decir conmigo. No te preocupes, sabemos cómo es la gente en el Sistema Exterior. Puedes tener tu propio cubículo, no tendrás que ver a nadie comiendo. Pero quiero averiguar un poco más sobre ti y decirte lo que harás. —Le dirigió otra mirada, pero esta vez implicaba un secreto compartido—. Me han gustado tus respuestas a ese test, y creo que tal vez estuvieras malgastando tu tiempo en esa Granja. Quizá con nosotros puedas llegar mucho más lejos de lo que imaginas.

Mientras se levantaba, ella se colocó a su lado y lo miró.

—Una cosa más. Eres demasiado alto para este lugar. Ni siquiera tenemos una cama apropiada para ti. Cuando hayas empezado a trabajar, Karl, te introduciremos en un tanque de cambio deformas y reduciremos tu tamaño.

Aybee puso cara de preocupación.

—¿Cree que es seguro? Me refiero a que en la Granja hornos tenido problemas con el equipo de cambio de formas. Salían formas defectuosas. ¿Aquí todo sale bien?

Gudrun y Jason intercambiaron una rápida mirada.

—No te preocupes por eso —dijo el hombre—. Es algo que podemos garantizarte… completamente. No tendrás ningún problema con nuestro equipo.

Le condujeron al interior de la nave. Aybee, siguiéndoles de cerca, reflexionó sobre aquella última observación. Gudrun y Jason, para quienquiera que trabajasen, tenían confianza y convicción de sobras. Actuaban como si estuvieran en contacto directo con los secretos del universo. ¿Pero podían ejecutar operaciones seguras de cambio de formas, cuando todo el Sistema Exterior fracasaba en hacerlo?

Aybee se preguntó si se había convertido instantáneamente a su fanatismo. De alguna manera, estaba seguro de que podían dar lo que prometían.

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