Sabemos lo cruel que es la verdad a menudo, y nos preguntamos si el delirio no brinda más consuelo.
Poco después del alba, Vitali Keldish subió ceremoniosamente a su auto, conectó el sistema de inteligencia artificial para conducir y dejó que el vehículo lo alejara velozmente del descuidado hotel.
Las calles de Leninsk estaban vacías; la superficie de la calzada, agrietada; muchas ventanas estaban clausuradas con tablas clavadas en los marcos. Vitali recordaba cómo había sido este lugar en los años setenta durante su apogeo; quizás una bulliciosa ciudad de científicos con una población de decenas de miles de personas, con escuelas, cines, una piscina de natación, un estadio para la práctica de deportes, cafeterías, restaurantes, hoteles; y hasta con su propia estación de televisión.
A baikonur, continuaba proclamando el viejo cartel azul con su flecha indicadora en blanco que permanecía aún allí, con ese antiguo nombre engañoso, cuando Vitali atravesó la salida principal de la autopista hacia el norte de la ciudad. Y seguían aquí, en el vacío corazón de Asia, los ingenieros rusos construyendo naves espaciales y disparándolas hacia el cielo.
Pero, reflexionó tristemente Vitali, no por mucho tiempo más.
El Sol salió por fin y desplazó las estrellas; a todas menos una, observó Vitali, la más brillante de todas. Se desplazaba con velocidad pausada pero no natural de un extremo al otro del cielo austral. Eran las ruinas de la estación espacial internacional, nunca completada, y abandonada en 2010, después de la colisión del antiguo transbordador espacial. Pero la estación todavía se movía a la deriva alrededor de la Tierra como una invitada indeseable a una fiesta que hacía mucho había finalizado.
En el paisaje estepario que se veía más allá de la ciudad, Vitali dejoatrás un camello que estaba parado pacientemente al costado del caminí), junto al cual había una mujer delgada vestida con harapos. Era una escena con la que Vitali pudo haberse topado en cualquier momento de los últimos mil años, pensaba; como si todos los grandes cambios, políticos, técnicos y sociales que se habían extendido de un extremo al otro de esta tierra hubiesen sido para nada. Quizás ésta fuera la realidad.
Pero bajo la cada vez más intensa luz del sol de este amanecer primaveral, la estepa estaba verde y sobre ella había esparcidas flores de un amarillo brillante. Vitali bajó la ventanilla con la palanca y trató de percibir la fragancia del campo que recordaba tan bien; pero su nariz, arruinada por toda una vida de tabaco, lo traicionó. Sintió una punzada de tristeza, como le ocurría siempre en esta época del año: la hierba y las flores pronto se irían. La primavera de las estepas era breve, tan trágicamente breve como la vida misma. Llegó al campo de lanzamiento.
Era un sitio de torres de acero que apuntaban hacia el cielo, de inmensos montículos de hormigón armado. El cosmodromo —mucho más vasto que sus competidores del oeste— cubría miles de kilómetros cuadrados de esta vacía tierra. Gran parte de este sitio estaba abandonado ahora, claro está; las grandes torres de lanzamiento iban oxidándose lentamente unas con el aire seco, y a otras se las había derribado para convertirlas en chatarra, con el consentimiento de las autoridades o sin él.
Pero esa mañana había mucha actividad en torno de una de las plataformas. Vitali pudo ver técnicos vistiendo sus trajes protectores y cascos anaranjados, que se desplazaban de manera precipitada alrededor de la gran torre de lanzamiento, como si fueran fieles a los pies de un dios inmenso.
Una voz flotó de un punto a otro de la estepa proveniente de una torre con altavoces: gotovnosty dyesyat minut. Diez minutos y contando.
La caminata desde el automóvil hasta el puesto de observación, corta como era, lo cansó grandemente. Trató de pasar por alto el martilleo de su obstinado corazón, el aguijoneo del sudor sobre el cuello y la frente, la jadeante falta de aire, el dolor severo que le atormentaba el brazo y el cuello.
Cuando ocupó su lugar, las personas que ya se hallaban allí lo saludaron: hombres y mujeres corpulentos, complacientes, que en esta nueva Rusia se movían dúctilmente entre la autoridad legítima yél lóbrego submundo; y había técnicos jóvenes, caras de rata como huías las nuevas generaciones, debidas al hambre que atormentaba al país desde la caída de la Unión Soviética.
Vitali aceptó los saludos, pero se sintió feliz al poder hundirse en un aislado anonimato. A los hombres y mujeres de este duro futuro no les interesaba él ni sus recuerdos de un pasado mejor.
Y tampoco les importaba mucho lo que iba a suceder aquí. Todo su chismorreo era acerca de sucesos que ocurrían muy lejos: sobre Hiram Patterson y sus agujeros de gusano, y su promesa de hacer que la Tierra misma fuera a ser tan transparente como el cristal.
Esto era verdaderamente obvio para Vitali, quien resultaba ser la persona de mayor edad entre los aquí presentes; el último sobreviviente de los antiguos tiempos, quizá. Ese pensamiento le dio un cierto placer amargo.
Habían transcurrido, de hecho, casi con exactitud, setenta años desde el lanzamiento del primer Molniya, relámpago, en 1965. Pudieron haber sido setenta días, tanta era la intensidad con que los sucesos estaban grabados en la mente de Vitali, cuando el joven ejército de científicos, ingenieros en cohetería, técnicos, obreros, cocineros, carpinteros y albañiles había llegado a esta poco prometedora estepa, y viviendo en chozas y tiendas, alternativamente calcinándose y congelándose, armados con poco más que su dedicación y el genio de Korolev, habían construido y lanzado las primeras naves espaciales de la humanidad.
El diseño de los satélites Molniya había sido absolutamente ingenioso: los grandes propulsores de Korolev no tenían la capacidad de lanzar un satélite hasta ponerlo en órbita geosincrónica, ese radio elevado en el que la estación habría de flotar por encima de un punto fijo de la superficie de la Tierra. De modo que Korolev lanzó sus satélites en trayectorias elípticas de ocho horas: con esas órbitas, cuidadosamente escogidas, tres Molniya pudieron brindar cobertura de comunicaciones para la mayor parte de la Unión Soviética. Durante décadas, la URSS, y luego Rusia, había mantenido constelaciones de Molniya en sus excéntricas órbitas, que a ese país tan grande y de contornos irregulares le proporcionaron la unidad social y económica esencial.
Vitali consideraba los satélites de comunicaciones Molniya como el logro más grandioso de Korolev, que incluso eclipsaba las proezas de ese diseñador en cuanto al lanzamiento de robots y seres humanos al espacio para tocar Marte y Venus, llegando incluso —estuvo tan cerca— hasta casi derrotar a los estadounidenses en la llegada a la Luna.
Pero ahora, quizá, la necesidad de esos maravillosos pájaros estaba desapareciendo finalmente.
La gran torre de lanzamiento se desplazó hacia atrás y los últimos conductos de suministro de combustible se separaron y cayeron, retorciéndose con lentitud como gordas serpientes negras. Ante la vista apareció el contorno estilizado del propulsor en sí: una forma de aguja con el plisado barroco típico de los diseños anticuados, maravillosos, absolutamente confiables de Korolev. Aunque el sol ahora se encontraba alto en el cielo, el cohete estaba bañado en brillante luz artificial, envuelto en volutas de vapor exhalado por la masa de combustibles criogénicos que llevaba en los tanques.
Tri. Dva. Odin. Zashiganiye![1]
Ignición…
Mientras Kate Manzoni se acercaba a los predios de Nuestro Mundo, se preguntaba si había procurado ser algo más que de buen tono presentarse apenas lo suficientemente tarde para este acontecimiento grandioso, mientras brillante estaba el cielo del Estado de Washington pintado por el espectáculo de luces de Hiram Patterson.
Aviones pequeños lo cruzaban en todas direcciones, manteniendo una capa de polvo (sin la menor duda, ecológicamente admisible) sobre el cual los láseres pintaban imágenes virtuales de una Tierra en rotación. Cada pocos segundos el globo se volvía transparente, para revelar, engarzado en su núcleo, el familiar logotipo de la sociedad comercial Nuestro Mundo. Todo era absolutamente vulgar, claro está, y únicamente servía para oscurecer la verdadera belleza en lo alto, el claro cielo nocturno.
Kate hizo que se volviera opaco el techo del auto y halló imágenes consecutivas que se desplazaban por su campo visual.
Un robot teleguiado revoloteó por afuera del auto. Era otro globo terrestre que rotaba con lentitud y, cuando habló, su voz era suave, completamente sintética, desprovista de emoción.
—Por acá, Ms.[2] Manzoni.
—Un momento, por favor. —Susurró: —Motor de búsqueda. Espejo.
Una imagen de sí misma cristalizó en el medio de su campo visual, desconcertando al robot volador que giraba sobre sí mismo. Kate revisó las partes anterior y posterior del vestido, puso en actividad los tatuajes programables que le adornaban los hombros y acomodó los mechones rebeldes de su cabellera en donde debían estar. La autoimagen, que se había sintetizado a partir de información proveniente de las cámaras del auto y transmitido a los implantes retinianos de Kate, tenía el grano un poco remarcado y era proclive a descomponerse en píxeles con desigual distribución de luz y sombra, si Kate se desplazaba con demasiada rapidez; pero ésa era una limitación de la tecnología anticuada de implante de órganos sensoriales que tenía Kate yque ella estaba dispuesta a aceptar: mejor padecer un poco de imagen borrosa que permitir que algún cirujano de manos suaves y especializado en aumentar las capacidades del SNC le abriera el cráneo.
Cuando estuvo lista hizo desaparecer la imagen y salió desmañadamente del auto, con tanto garbo como le permitía su vestido ajustado hasta lo ridículo y para nada práctico.
El predio de Nuestro Mundo resultó ser una alfombra de cuadrángulos de césped pulcramente cortado que separaban edificios de tres pisos de oficinas, cajas gordas, con más peso arriba que en la base, hechas de vidrio azul y sostenidas por delgadas vigas de hormigón armado reforzado. El conjunto era desagradable y extrañamente pintoresco; respondía al concepto de elegancia de edificios empresarios de los noventa. El piso inferior de cada edificio era una playa abierta de estacionamiento, en una de las cuales el auto de Kate se estacionó automáticamente.
La joven se unió a un río de gente que fluía hacia el interior de la cafeteríadelpredio, mientras robots teleguiados flotaban en el aire subiendo y bajando lentamente sin avanzar por sobre la cabeza de los huéspedes.
La cafetería restaurante era una obra maestra de ingeniería, un cilindro espectacular de vidrio con múltiples niveles y construido en torno de un trozo de Muro de Berlín cubierto por graffitis auténticos. En medio del lugar causaba extrañeza un arroyo que atravesaba la sala, cuyas orillas estaban unidas por puentes de pequeñas piedras. Esa noche, quizá mil invitados se arremolinaban de un extremo alotro del piso de césped, grupos de ellos reuniéndose y dispersándose, una nube de conversaciones burbujeando en torno a ellos.
Las cabezas giraron hacia Kate, algunas con gesto de haberla reconocido y otras, hombres y mujeres por igual, con gesto calculador, decididamente lascivo.
Kate escudriñó una cara tras otra, sobresaltándose por el repentino reconocimiento. Había presidentes, dictadores, miembros de la realeza, magnates de la industria y de las finanzas, y el inevitable grupo de celebridades del mundo del cine, de la música y de las demás artes. No advirtió la presencia de la presidenta Juárez, pero sí a varios miembros de su gabinete que estaban ahí. Kate debió admitir que Hiram había reunido un grupo más que selecto para presentar su espectáculo más novedoso.
Por supuesto, Kate sabía que ella misma no estaba allí sólo por su rutilante talento periodístico ni por sus dotes para la conversación, sino por su propia mixtura entre belleza y celebridad de menor cuantía, suscitada como consecuencia de haber revelado el descubrimiento de Ajenjo. Pero ése era un aspecto que Kate había estado feliz de explotar desde el momento mismo en que diera la sensacional noticia.
Robots teleguiados flotaban por encima de la gente, sirviendo canapés y bebidas. Kate aceptó un cóctel. Algunos de los robots llevaban imágenes de uno u otro de los canales de Hiram. En medio de la excitación, no se les prestaba atención a las imágenes, ni siquiera a las más espectaculares —en ese momento se veía una, por ejemplo, que mostraba la imagen de un cohete espacial a punto de que se lo lanzara, evidentemente desde alguna polvorienta estepa de Asia—, pero Kate no podía negar que el efecto acumulativo de toda esta tecnología era impresionante, como si estuviera reforzando aquella famosa bravata de Hiram, de que la misión de Nuestro Mundo era informar a todo un planeta.
Kate se orientó hacia uno de los agolpamientos de personas más grande que había en las proximidades, tratando de ver quién, o qué, era el centro de la atención: pudo divisar a un hombre joven, delgado, de cabello oscuro, bigote espeso y caído y anteojos redondos, que llevaba un uniforme de camouflage bastante absurdo, en verde lima brillante con cordones escarlata. Parecía estar sosteniendo un instrumento musical de viento de metal, una tuba barítono quizá. Kate reconoció al ejecutante, claro está, y tan pronto como lo reconoció, así de rápido perdió interés. Sólo una imagen virtual. Empezó a inspeccionar la multitud que lo rodeaba, notando la fascinación casi pueril que sentían por esa imagen falsa de una celebridad que hacía tiempo había muerto.
Uno hombre de edad mayor la estaba contemplando casi demasiado de cerca, sus ojos eran extraños, de un gris pálido que no era natural. Kate se preguntaba si el hombre no estaría en posesión de la nueva generación de implantes retinianos que, mediante la operación en longitudes de onda milimétricas, en las cuales las telas eran transparentes, y con apenas un sutil mejoramiento de la imagen, permitían a quien los usaba ver a través de la ropa, según decía el rumor. El hombre dio un paso dubitativo hacia Kate y sus prótesis ortóticas, invisible máquina para caminar, zumbaron con rigidez.
Kate giró sobre sí.
—…Me temo, no es más que un virtual. Nuestro joven sargento de ahí, quiero decir. Al igual que sus tres compañeros, que están diseminados de igual manera por todo el salón. Ni siquiera el poder de mi padre se extiende aún a la resurrección de los muertos. Pero, por supuesto, ustedes ya sabían eso.
La voz que Kate sintió en sus oídos le hizo dar un respingo. Se volvió y se encontró mirando la cara de un joven, de unos veinticinco años, cabello negro azabache, orgullosa nariz aguileña y una hendidura en el mentón por la que moriría más de una mujer. Su ascendencia mixta estaba explícita en el marrón pálido de su piel y en las espesas cejas negras arqueadas sobre sus ojos azul bruma. Pero su mirada vagaba con nerviosidad, aún en esos primeros segundos de haber conocido a Kate, como si el hombre tuviera problemas para sostenerle la mirada.
—Me está mirando con fijeza —dijo.
Kate salió al combate.
—Bueno, pues, usted me sobresaltó. De todos modos, sé quién es. —Era Bobby Patterson, el hijo único y heredero de Hiram, notorio por su fama de depredador sexual. Kate se preguntó a cuántas mujeres que vinieron sin compañía, este hombre habría tomado como blanco esta noche.
—Y yo la conozco a usted, Ms. Manzoni… ¿O puedo llamarla Kate?
—No hay problema, a su padre lo llamo Hiram, como todo el mundo, aunque nunca fuimos presentados.
—¿Quiere conocerlo? Podría arreglarlo.
—Estoy segura de que podría.
La estudió un poco más de cerca ahora, evidentemente disfrutando del delicado duelo verbal.
—Sabe, pude haber adivinado que usted era periodista… escritora, en todo caso: el modo en que observaba a la gente reaccionar ante el virtual, en vez de observarlo al virtual en sí… Vi sus artículos sobre el Ajenjo, claro; provocó bastante oleaje.
—No tanto como el que hará el verdadero asteroide cuando caiga en el Pacífico el 27 de mayo del Año del Señor de 2534.
Bobby sonrió y los dientes fueron como hileras de perlas.
—Usted me intriga, Kate Manzoni —dijo—. En este mismo momento está ganando acceso al motor de búsqueda, ¿no? Está averiguando sobre mí.
—No. —Kate estaba molesta por la sugerencia. —Soy periodista. No necesito una muleta mnemónica.
—Yo sí, evidentemente, recordé su cara, su artículo, pero no su nombre. ¿Se siente ofendida?
Kate se erizó.
—¿Por qué habría de estarlo? A decir verdad…
—A decir verdad, huelo en el aire cierta química sexual. ¿O estoy equivocado?
Un brazo pesado rodeó los hombros de Kate y la envolvió un poderoso aroma a colonia barata, era el mismísimo Hiram Patterson, una de las personas más famosas del planeta.
Bobby sonrió y, con delicadeza, sacó el brazo de su padre de los hombros femeninos.
—Papá, me estás avergonzando otra vez.
—Oh, al demonio con eso. La vida es demasiado corta, ¿no? —El acento de Hiram conservaba fuertes vestigios de sus orígenes: las vocales largas y nasales de Norfolk, Gran Bretaña. Era muy parecido a su hijo, pero de tez más oscura, casi calvo con apenas algunos cabellos negros e hirsutos alrededor de su cabeza; los ojos, de un azul intenso por encima de esa prominente nariz típica de la familia, y sonreía con facilidad, dejando ver los dientes manchados por la nicotina. Tenía aspecto de ser un hombre enérgico, aparentando menor edad que los casi setenta años que tenía.
—Ms. Manzoni, soy un gran admirador de su trabajo; y permítame decirle que luce usted estupenda.
—Que es, sin duda, la razón por la que estoy aquí.
Hiram rió, complacido.
—Bueno, eso también. Pero además quise estar seguro de que habría una persona inteligente en medio de tanto personaje político y de bellísimos cuerpos, todos ellos con el cerebro vacío, que atiborran estas presentaciones. Quise en este evento alguien que supiera registrar este instante de la historia.
—Me siento halagada.
—No, no lo está —dijo Hiram con brusquedad—. Está siendo irónica. Usted oyó el rumor acerca de qué voy a decir esta noche. Hasta es probable que en parte lo haya generado usted misma. Piensa que soy un megalómano excéntrico…
—No creo que diría eso de usted: lo que sí veo es un hombre con un juguete nuevo. Hiram, ¿realmente cree que un juguete puede cambiar el mundo?
—¡Pero es que sí pueden! En una época fue la rueda, la agricultura, la fabricación de hierro; todos inventos que tardaron miles de años en difundirse por el planeta. Pero actualmente, no más de una generación. Piense en el automóvil, la televisión. Cuando yo era niño, las computadoras eran roperos gigantescos a las que sólo podía accederse a través de sumos sacerdotes que se comunicaban con ellas mediante tarjetas perforadas. Ahora todos transcurrimos la mitad de nuestras vidas conectados a las pantallas flexibles. Y mi chiche va a superar a todos estos. Bien, usted lo decidirá por sí misma. Miró detenidamente a Kate. —Diviértase esta noche. Si este joven disipado no la invitó aún, venga a cenar y le mostraremos más, tanto como desee usted ver. Lo digo en serio. Dígaselo a uno de nuestros robots teleguiados. Ahora, si me disculpa. —Hiram le apretó los hombros brevemente y empezó a abrirse paso entre la multitud, sonriendo y saludando con movimientos de la mano y dando bienvenidas tan efusivas como hipócritas a quienes recién llegaban, mientras seguía su marcha.
—Siento como si una bomba acabara de estallar —dijo Kate inhalando profundamente.
—Pues sí, tiene ese efecto —repuso Bobby y rió—. A propósito…
—¿Qué?
—Se lo iba a preguntar de todos modos antes de que hiciera su aparición ese viejo tonto: acompáñenos a cenar y quizá podamos divertirnos un poco, llegar a conocernos mejor…
Mientras su compañero seguía hablando, Kate dejó de sintonizarlo y se concentró en lo que sabía sobre Hiram Patterson y Nuestro Mundo.
Hiram Patterson —cuyo nombre real era Hirdamani Patel— se había superado a sí mismo y había logrado dejar atrás sus orígenes paupérrimos en los marjales del Este de Inglaterra, tierra que ahora estaba desaparecida debajo del Mar del Norte, el cual avanzaba cada vez más sobre la parte continental. Hiram inició fortuna valiéndose del empleo de tecnologías japonesas de clonificación para fabricar los ingredientes de medicinas tradicionales, que en otra época se elaboraran con el cuerpo de tigres —bigotes, garras, zarpas, huesos inclusive—. Estas medicinas eran exportadas luego a comunidades chinas de todo el mundo. Esta actividad le había hecho ganar notoriedad; por un lado, insultos por utilizar tecnología de avanzada para satisfacer necesidades tan primitivas y por el otro, elogios al lograr reducir la presión sobre las poblaciones de tigres que quedaban en India, China, Rusia e Indonesia. (No es que ahora quedara algún tigre, de todos modos.)
Después de eso, Hiram se había diversificado. Había desarrollado la primera pantalla flexible del mundo, un sistema plegable de imágenes que se basaba sobre píxeles poliméricos que tenían la capacidad de emitir luz multicolor. Con el suceso de la pantalla flexible, Hiram comenzó a volverse rico en serio. Pronto su sociedad por acciones, Nuestro Mundo, consiguió convertirse en una usina de tecnologías de avanzada, de radiodifusión, de noticias, de deporte y de espectáculos.
Pero Gran Bretaña estaba en decadencia. Al igual que la Europa unificada —privada de herramientas de política macroeconómica, tales como el control del cambio y de las tasas de interés y, aun así, desprotegida por la imperfectamente integrada economía en las relaciones internacionales—, el Estado británico fue incapaz de impedir un colapso económico súbito. Por fin, en 2010, la intranquilidad social y el colapso climatológico forzaron a Gran Bretaña a salir de la Unión Europea y el Reino Unido se desmembró, y Escocia siguió su destino separatista. Más allá de todos estos sucesos, Hiram procuró que su corporación no se apartara del destino que le aguardaba.
Así, en 2019, Inglaterra, junto con Gales, cedió Irlanda del Norte a Eire, envió la Familia Real a Australia —donde todavía era bienvenida— y pasó a ser el quincuagésimo segundo Estado de los Estados Unidos de Norteamérica. Inglaterra, con los beneficios de la movilidad de la mano de obra, de las transferencias financieras interregionales y de otros aspectos protectores de la verdaderamente unificada economía estadounidense, prosperó.
Pero tuvo que prosperar sin Hiram. En su carácter de ciudadano estadounidense, Hiram prontamente aprovechó la oportunidad de reubicarse en las afueras de Seattle, en el estado de Washington, donde estaba encantado de establecer una nueva casa matriz de su compañía, en lo que supo ser los predios de Microsoft. A Hiram le gustaba jactarse de que se iba a convertir en el Bill Gates del siglo veintiuno. Y, en verdad, su poder y el de su compañía habían crecido de manera exponencial en el rico suelo de la economía estadounidense.
No obstante, y eso Kate lo sabía, Hiram no era más que uno de varios jugadores poderosos en un mercado atestado y competitivo. Kate estaba aquí esa noche porque, según decía el rumor y tal como él mismo lo acaba de insinuar, Hiram iba a revelar algo nuevo, algo que habría de cambiar todas las cosas. Bobby Patterson, por el contrario, había crecido envuelto por el poder de Hiram.
Educado en Eton, Cambridge y Harvard, había ocupado diversos puestos dentro de las compañías de su padre y había disfrutado de la vida espectacular de un playboy internacional y del hecho de ser el soltero más codiciado del mundo. Tanto como sabía Kate, él jamás había demostrado el mínimo atisbo de iniciativa propia, ni el deseo de huir del abrazo de su padre. O, mejor aún, la ambición de suplantarlo.
Kate contempló su rostro perfecto. Éste es un pájaro que se siente feliz en su jaula dorada, pensó. Un niño millonario malcriado.
Sintió que se ruborizaba bajo su mirada, y despreció sus propios instintos.
Kate no había hablado durante algunos segundos; Bobby todavía estaba aguardando que le respondiera a la invitación para cenar.
—Lo pensaré, Bobby.
Bobby pareció quedar perplejo, como si nunca antes hubiese recibido una respuesta vacilante.
—¿Existe algún inconveniente? Si quieres, puedo…
—Señoras y señores.
Todas las cabezas giraron. Kate se sintió aliviada.
Hiram había montado un escenario en uno de los extremos del salón. A sus espaldas, una gigantesca pantalla flexible mostraba una imagen aumentada de su cabeza y sus hombros. Estaba sonriendo por encima de todos los presentes, al igual que algún dios benéfico, mientras robots flotantes se desplazaban alrededor de sus cabezas, portando imágenes cual joyas, de los muchos canales de la corporación Nuestro Mundo.
—Permítanme decir, en primer lugar, que les agradezco a todos por haber venido para ser testigos de este momento de la historia; y por su paciencia. Ahora, el espectáculo está por comenzar.
El dandy virtual, vestido con el traje de soldado color verde lima, se materializó en el escenario al lado de Hiram, que lo miraba a través de sus lentes redondos centelleando bajo las luces. Se le unieron otros tres virtuales, vestidos de rosado, azul y escarlata, cada uno de los cuales llevaba un instrumento musical: un oboe, una trompeta, un flautín. Luego de los dispersos aplausos de los concurrentes, los cuatro intérpretes hicieron una grácil reverencia y caminaron con agilidad hacia un sector de la parte posterior del escenario, donde los aguardaba un conjunto de tambores y tres guitarras eléctricas.
Hiram dijo con tranquilidad:
—A estas imágenes las están transmitiendo para nosotros aquí, en Seattle, desde una estación que está cerca de Brisbane, Australia, después de rebotar en diversos satélites de comunicaciones, con un retardo de tiempo de unos pocos segundos. No es necesario decirles que estos muchachos han hecho una montaña de dinero en estos últimos años, sólo su nueva canción Déjame Amarte fue número uno en todo el mundo durante cuatro semanas durante Navidad, y todas las ganancias que generó fueron destinadas para obras de caridad.
—Nueva canción —murmuró Kate con cinismo.
Bobby se inclinó más cerca de ella.
—¿No le gustan los V-Fabs?
—¡Pero por favor! —contestó Kate—. Los originales se separaron hace sesenta y cinco años. Dos de ellos murieron antes de que yo hubiera nacido. Sus guitarras y tambores son tan torpes y anticuados en comparación con las nuevas bandas con programa de aire, en las que la música surge del baile de los artistas; y, de todos modos, todas estas nuevas canciones sólo son basura extrapolada con sistemas expertos.
—Todo parte de nuestra, ¿cómo lo llama usted en su estilo polémico?, nuestra decadencia cultural —dijo Bobby con delicadeza.
—Demonios, sí —repuso ella, y luego de la humorada de él, se sintió un poco turbada por ser tan ácida.
Hiram aún continuaba con la disertación:
—“…no tan sólo un ardid publicitario. Nací en 1967, durante la Primavera del Amor. Por supuesto, algunos dicen que en los sesenta existió una revolución cultural que no condujo a parte alguna. Quizás haya algo de cierto, en primera instancia. Pero ese movimiento, con su música de amor y esperanza, desempeñó un papel muy importante en moldear a gente como yo, y a otros de mi generación.
La mirada de Bobby se encontró con la de Kate. El joven imitó el gesto de vomitar con la mano ahuecada, y Kate tuvo que cubrirse la boca para evitar reírse.
“Y en el momento culminante de ese verano, el 25 de junio de 1967, se montó un programa global de televisión para demostrar el poder de la incipiente red de comunicaciones.—Detrás de Hiram, el baterista de los V-Fab dio un redoble de preparación y el grupo empezó a tocar una parodia en forma de canto fúnebre de La Marsellesa, que dio lugar a una armonía de tres partes bellamente cantada. —Ésta fue la contribución de Gran Bretaña. —Hiram gritó por encima de la música: una canción sobre el amor, cantada para doscientos millones de personas de todo el mundo. A ese programa se lo llamó Nuestro Mundo. Sí, así es: de ahí es de donde tomé el nombre. Sé que es un poco cursi, pero no bien vi las cintas de ese espectáculo, cuando yo tenía diez años, supe qué quería hacer con mi vida.
Cursi, sí, pensó Kate, pero innegablemente efectivo: el público estaba contemplando como hechizado la gigantesca imagen de Hiram, mientras la música de un verano desaparecido hacía siete décadas resonaba en todo el ámbito del salón.
—“Y creo ahora —dijo Hiram con el gesto ceremonioso de presentador de espectáculos— haber alcanzado la meta que fijé para mi vida. Les sugiero que se aferren de algo, aun de la mano de alguna otra persona…
El piso se volvió transparente.
Kate se sintió presa del vértigo, súbitamente suspendida sobre el espacio vacío, según indicaban sus ojos engañados, fijos en la solidez del piso que tenía debajo de los pies. Hubo una explosión de nerviosas carcajadas, unos pocos chillidos, y el delicado tintineo del cristal haciéndose añicos al caer.
Kate se sorprendió al descubrir que había aferrado el brazo de Bobby. Percibió la musculatura en el contacto; además en forma aparente, casi al descuido, Bobby había dejado que su mano cubriera la de ella. La muchacha, por su parte, no pensaba retirar la mano de esa posición.
La joven parecía estar flotando sobre un cielo lleno de estrellas, como si el lugar hubiera sido transportado al espacio sideral. Pero estas “estrellas”, dispuestas con el fondo de un cielo negro, se hallaban encerradas y constreñidas en un enrejado cúbico, enlazadas por un sutil e intrincado entrecruzamiento de luz multicolor. Al mirar hacia el interior del cubo, las imágenes retrocedían a medida que aumentaba la distancia. A Kate le parecía estar mirando un túnel infinitamente largo.
Con la música, astuta y sutilmente distinta de la grabación original, sonando aún en su entorno, Hiram dijo:
—No están mirando hacia lo alto, hacia el cielo, hacia el espacio sideral; por el contrario, están mirando hacia abajo, al interior de la estructura más profunda de la materia.
“Éste es un cristal de diamante. Los puntos blancos que ven son átomos de carbono. Los enlaces son las fuerzas de valencia que los unen. Quiero destacar que lo que verán a continuación, aunque mejorado, no es una simulación. Con tecnología moderna, éstos son microscopios de efecto túnel con barrido electrónico; podemos aumentar imágenes de la materia, aun en éste, el más fundamental de los niveles. Todo lo que ven es real. Ahora, adelantémonos.
Imágenes holográficas surgieron hasta colar el recinto, como si la sala y todos sus ocupantes se hubieran estado hundiendo en el cubo, y disminuyendo de tamaño al mismo tiempo. Átomos de carbono se dilataron sobre la cabeza de Kate en globos gris pálido, en su interior se podían visualizar provocadoras indicaciones de estructuras. Alrededor de la joven, el espacio centelleaba, puntos de luz que parpadeaban, se generaban y extinguían intermitentes. Todo era de una extraordinaria hermosura, como flotar a través de una nube de luciérnagas.
—Están mirando el espacio —dijo Hiram—, el espacio vacío. Ésta es la materia que llena el universo. Pero ahora estamos viendo el espacio con una resolución mucho más precisa que lo permitido por el ojo humano, un nivel en el cual los electrones individuales son visibles; y, en este nivel, los efectos cuánticos se vuelven importantes. El espacio vacío en realidad está lleno, lleno de campos de energía fluctuante. Y estos campos se manifiestan como partículas: fotones, pares electrón, positrón, quarks. Surgen como un fulgor en su breve existencia, y están conformados por masa y energía prestadas. Luego de ser utilizadas son restituidas a sus orígenes; y, conforme a la ley de conservación de la energía, las partículas desaparecen. Nosotros, seres humanos, vemos espacio, energía y materia desde muy arriba, como si un astronauta flotara sobre un océano. Desde nuestra altura es difícil distinguir en las olas los diminutos corpúsculos de espuma que ellas llevan. Pero están ahí.
“Y todavía no hemos llegado al final de nuestro viaje. ¡Agárrense del vaso, amigos!
La escala volvió a explotar. Kate se halló volando hacia el interior vítreo y constituido por varias capas, como una cebolla, de uno de los átomos de carbono. En el centro mismo había una protuberancia dura y refulgente, un enjambre de esferas que había sufrido un desafortunado accidente. ¿Era ése el núcleo… y las esferas internas eran protones y neutrones?
Cuando el núcleo voló hacia ella, Kate oyó gente que gritaba. Todavía agarrada del brazo de Bobby trató de no echarse atrás cuando se precipitaba hacia el interior de uno de los nucleones.
Y entonces…
No había forma aquí. No había conformación discernible; ni luz definida; ni color, más allá de un carmesí rojo sangre. Y, aun así, había movimiento; un retorcimiento lento, insidioso, interminable, señalado por burbujas que ascendían y estallaban. Era como la lenta ebullición de un líquido espeso y pestilente.
Hiram dijo:
—Hemos llegado a lo que los físicos denominan el nivel de Planck. Estamos veinte órdenes de magnitud más profundo que el nivel de partícula virtual que viéramos antes. Y en este nivel ni siquiera podemos estar seguros sobre la estructura del espacio en sí: topología y geometría se desbaratan, y el espacio y el tiempo se desenmarañan.
En éste, el más fundamental de los niveles, no había secuencia de tiempo, no había orden para el espacio. A la unificación del espacio-tiempo la desgarraban de punta a punta las fuerzas de la gravedad cuántica, y el espacio se convertía en una espuma probabilística borboteante, entrelazada por agujeros de gusano.
—Sí, agujeros de gusano —dijo Hiram—. Lo que estamos viendo aquí es la boca de agujeros de gusano que se están formando espontáneamente, entretejidos con campos eléctricos. El espacio es lo que evita que todo esté en el mismo lugar, ¿de acuerdo? Pero en este nivel el espacio es granoso y ya no podemos confiar en que haga su trabajo. Y así, la boca de un agujero de gusano puede conectar cualquier punto de esta región pequeña del espacio-tiempo con cualquier otro punto… en cualquier parte: el centro de la ciudad de Seattle, o Brisbane, Australia, o un planeta de Alfa del Centauro. Es como si puentes espaciotemporales estuviesen cobrando y perdiendo existencia de manera súbita. La enorme cara sonrió a los presentes desde lo alto, brindando confianza. No entiendo todo esto más que ustedes, decía la imagen. Confíen en mí. Mi personal técnico estará a su disposición para brindarles información básica explicada con tanta profundidad como les pudiera ser cómodo entender.
“Lo que es más importante es lo que pretendemos hacer con todo esto. Dicho con sencillez, vamos a llegar adentro de esta espuma cuántica y arrancar el agujero de gusano que queramos: un agujero de gusano que conecte nuestro laboratorio aquí, en Seattle, con una instalación idéntica en Brisbane, Australia, y cuando lo tengamos estabilizado, ese agujero de gusano formará un enlace a través del cual podremos enviar señales… a una velocidad mayor que la velocidad de la luz misma.
“Y esto, señoras y señores, es la base de una revolución en las comunicaciones. No más costosos satélites acribillados por micro-meteoritos y que se caen del cielo cuando su órbita entra en pérdida; no más el frustrante retardo de tiempo; no más tarifas espantosas. El mundo, nuestro mundo, por fin estará verdaderamente enlazado.
Mientras los virtuales seguían tocando había un ruido confuso de conversación; algunas que sólo buscaban el simple cuestionamiento.
—¡Imposible!… ¡Los agujeros de gusano son inestables. Toda la gente sabe eso!… ¡La radiación incidente que penetra hace que los agujeros de gusano se desplomen de inmediato!… ¡No existe manera alguna…!
La gigantesca cara de Hiram asomó por encima de la borboteante espuma cuántica. Hizo chasquear los dedos. La espuma cuántica desapareció para ser reemplazada por un solo artefacto que colgaba en la oscuridad, debajo de los pies de los asistentes.
Se oyó un suave suspiro.
Kate vio una acumulación de puntos luminosos incandescentes… ¿átomos? Las luces formaron una esfera geodésica, cerrada sobre sí misma, que giraba lentamente. Y, dentro de ella, según vio Kate, había otra esfera que giraba en sentido opuesto… y dentro de ella otra esfera, y otra, hasta los límites que permitiera la vista. Era como si fuese una pieza de relojería, un planetario de átomos. Pero toda la estructura pulsaba con una luz azul pálido y Kate percibió la acumulación de energías de tremenda intensidad.
Era, tuvo que admitirlo, verdaderamente hermoso.
Hiram dijo:
—A esto se lo llama motor de Casimir. Es, quizá, la máquina de construcción más exquisita que el hombre haya fabricado jamás, una máquina a la que hemos desarrollado con extrema minuciosidad durante años, que contiene menos de unos pocos centenares de diámetros atómicos de ancho.
“Pueden ver que las capas están constituidas por átomos; de hecho, átomos de carbono. La estructura se relaciona con las estructuras estables naturales conocidas como “manchas de venado”, carbono-60. Las capas se fabrican quemando grafito con haces de láser. Alimentamos el motor con carga eléctrica, utilizando jaulas llamadas trampas de Penning, verdaderos campos electromagnéticos. A la estructura se la mantiene unida por medio de campos magnéticos poderosos, y a las diversas capas lo más cerca posible, guardando entre sí una distancia de sólo unos pocos diámetros electrónicos. Y en esas separaciones, que son las más pequeñas que se pudiere concebir, se produce el milagro…
Kate empezaba a cansarse de la verborrágica jactancia de Hiram; rápidamente consultó el motor de búsqueda. Se enteró de que el “efecto Casimir” se relacionaba con las partículas virtuales a las que había visto cobrar y perder existencia en forma de destellos. En la reducida separación que quedaba entre las capas atómicas, debido a efectos de resonancia, se le permitía existir a nada más que algunos tipos de partículas. Y, por ello, dichos espacios estaban más vacíos que el espacio “vacío” y, en consecuencia, tenían menos energía.
Este efecto de energía negativa podía dar origen, entre otras cosas, a la antigravedad.
Los diversos niveles de la estructura estaban empezando a rotar sobre sí mismos con mayor rapidez. Pequeños relojes aparecieron alrededor de la imagen del motor, contando pacientemente en forma regresiva desde diez hacia nueve, ocho, siete… la sensación de acumulación de energía era palpable.
—Las concentraciones de energía en los intervalos de Casimir se están incrementando —dijo Hiram—. Vamos a inyectar energía negativa para el efecto Casimir dentro de los agujeros de gusano de la espuma cuántica. Los efectos de antigravedad estabilizarán y agrandarán los agujeros de gusano.
“Calculamos que la probabilidad de encontrar un agujero de gusano que conecte Seattle con Brisbane es, con una precisión aceptable, de una en diez millones. Así que nos tomará unos diez millones de intentos ubicar el agujero de gusano que queremos. Pero esto es maquinaria atómica y trabaja tremendamente rápido: aun cien millones de intentos deben de tomar menos de un segundo… Y lo más hermoso de todo esto es que en el nivel cuántico, los enlaces a cualquier sitio que queramos ya existen: todo lo que tenemos que hacer es hallarlos.
La música de los virtuales estaba cobrando intensidad, encaminada hacia el coro final. Kate se quedó mirando con fijeza cómo la máquina frankesteiniana que estaba debajo de sus pies giraba locamente sobre sí misma, refulgiendo palpablemente con energía.
Y los relojes terminaron su cuenta.
Se produjo un destello cegador. Algunos de los presentes lanzaron una exclamación.
Cuando Kate pudo ver otra vez, la máquina atómica, todavía rotando sobre sí misma, ya no estaba sola: una bolilla plateada, perfectamente esférica, flotaba a su lado. ¿Una boca de agujero de gusano?
Y la música tuvo un cambio. Los V-Fabs habían llegado al coro de su canción, que se escuchaba como un salmo. Pero la música estaba distorsionada por una cadencia mucho más tosca, que precedía en unos segundos al sonido de alta calidad.
Fuera de la música, el salón estaba en completo silencio.
Hiram jadeó, como si hubiera estado conteniendo el aliento.
—Eso es —dijo—: la nueva señal que oyen proviene del funcionamiento mismo, pero ahora transmitida hacia aquí a través del agujero de gusano… sin que se produzca un retardo importante del tiempo. Lo logramos. Esta noche, por primera vez en la historia, la humanidad está enviando una señal a través de un agujero estable de gusano…
Bobby se inclinó hacia Kate y dijo con ironía:
—La primera vez… sin contar todos los ciclos de prueba de funcionamiento continuo.
—¿De veras?
—Claro que sí. No pensará que iba a dejar todo esto librado al azar, ¿no? Mi padre es un consumado actor. Pero no hay que sentirse mal porque tenga su momento de gloria.
La gigantesca pantalla mostró a Hiram sonriendo ampliamente.
—Señoras y señores, no olviden jamás lo que vieron esta noche. Éste es el comienzo de la verdadera revolución en las comunicaciones.
El aplauso empezó con lentitud, disperso pero ascendiendo con rapidez a un climax atronador.
A Kate le resultó imposible no unirse al resto de la gente. Me pregunto adonde llevará todo esto, pensó. Seguramente las posibilidades de esta nueva tecnología —basada, después de todo, en la manipulación del espacio y del tiempo mismos— no iban a quedar limitadas a la simple transferencia de datos. Kate presintió que nada volvería a ser igual, jamás.
Atrajo su mirada un deslumbrante haz de luz, que estaba en alguna parte por encima de su cabeza. Uno de los robots teleguiados estaba llevando la imagen de la nave cohete que Kate había advertido antes, ascendía hacia su parche de cielo gris azulado de Asia central, en completo silencio. Parecía extrañamente anticuada, una imagen que venía a la deriva desde lo pasado más que del futuro.
Nadie más la observaba y resultaba de poco interés para Kate, que apartó la mirada.
Llamaradas rojas y verdes surgían con violencia y chocaban dentro de canales curvos de acero y hormigón armado. La luz palpitaba de un extremo a otro de la estepa, yendo hacia donde estaba Vitali. Era brillante, al punto de ser cegadora, y disipaba por completo los mortecinos reflectores que todavía iluminaban la torre de lanzamiento; inclusive también ocultaba la brillantez del sol de las estepas. Y todavía antes de que la nave hubiera dejado el suelo, el rugido llegó hasta Vitali, como un trueno que le sacudió el pecho.
Sin hacer caso al dolor cada vez mayor que experimentaba en el brazo y el hombro, ni al entumecimiento de manos y pies, Vitali se paró, abrió los agrietados labios y añadió su voz a ese divino bramido; en momentos como ése, siempre se volvía un viejo tonto y sentimental.
A su alrededor había mucha agitación. La gente, los técnicos mal adiestrados y hambrientos como ratas, y los administradores gordos y corruptos por igual, se estaban alejando del lanzamiento y apiñando en torno de radios y televisores que cabían en la palma de la mano, pantallas flexibles parecidas a joyas que mostraban imágenes desconcertantes provenientes de Estados Unidos. Vitali no conocía los detalles, ni le interesaba conocerlos, pero era más que obvio que Hiram Patterson había alcanzado renombre con su promesa… o amenaza.
Incluso mientras se elevaba desde el suelo, este hermoso pájaro de Vitali, este último Molniya, ya estaba obsoleto.
Vitali se mantuvo bien erguido, decidido a observarlo durante tanto tiempo como pudiera, hasta que ese punto de luz ubicado en la punta de la gran columna de humo se fusionara con el espacio.
…Pero ahora el dolor que sentía en el brazo y el pecho llegaron a un punto máximo, como si una mano huesuda lo hubiese estado apretando. Boqueó, falto de aire. Así y todo, trató de mantenerse parado. Pero ahora había una luz nueva que estaba surgiendo en derredor de él, aún más brillante que la luz proveniente del cohete y bañaba la estepa de Kazajstan, y Vitali no pudo resistir más.
Mientras el auto la llevaba hacia los predios, a Kate el lugar le dio la impresión de ser un típico ambiente de Seattle: colinas verdes que descendían en suave declive hasta el océano, enmarcadas por el cielo gris y bajo del otoño.
Pero la mansión de Hiram, una gigantesca cúpula geodésica que era todo ventanas, daba la impresión de haber aterrizado recién sobre la ladera. Era uno de los edificios más feos, de estilo más recargado que Kate hubiera visto jamás.
Al llegar entregó el abrigo a un robot teleguiado. Se le hizo un examen de identidad, no sólo una lectura de sus implantes sino que, también, era probable que se hubiera hecho la equiparación de imágenes para identificar su cara; incluso un muy discreto estudio de la secuencia de adn, todo esto realizado en cuestión de segundos. Después, los robots sirvientes de Hiram la escoltaron al interior de la casa.
Hiram estaba trabajando. Eso no sorprendió a Kate: los seis meses transcurridos desde el lanzamiento de su sistema tecnológico de transmisión de datos por tubos del diámetro de la boca de un gusano habían sido los más ajetreados de Hiram. La corporación Nuestro Mundo había alcanzado un suceso máximo, el mayor que jamás había tenido, según los analistas. Pero iba a regresar a tiempo para cenar, dijo el robot.
Así que ella fue conducida hasta donde estaba Bobby.
La sala era grande; la temperatura, neutra; las paredes tan suaves y carentes de detalles como una cáscara de huevo. La luz estaba baja; el sonido anecoico, amortiguado. Los únicos muebles eran varias otomanas para recostarse, tapizadas en cuero negro. Al lado de cada una de las otomanas había una mesa pequeña con una jarra para agua y un estante para suministro de alimentos por vía intravenosa.
Y aquí estaba Bobby Patterson, probablemente uno de los hombres jóvenes más ricos, más poderosos del planeta, recostado solo sobre una otomana en la oscuridad, los ojos abiertos pero la mirada en blanco; los miembros totalmente relajados. Tenía una banda de metal alrededor de las sienes.
Kate se sentó en una otomana al lado de Bobby y lo estudió: pudo ver que estaba respirando con lentitud y la aguja para alimentación intravenosa que se había colocado en un receptáculo del brazo abastecía con suavidad a su desatendido cuerpo.
Estaba vestido con una camisa negra holgada y pantalones cortos. El cuerpo, que se revelaba en los sitios en que la ropa suelta caía sobre la piel, era de gran musculatura, pero eso no decía mucho sobre su estilo de vida; un cuerpo así esculpido ahora se podía obtener con facilidad mediante tratamientos con hormonas y estimulación eléctrica; hasta lo pudo haber conseguido mientras estaba tendido ahí, pensó Kate, como una víctima en coma yaciendo en una cama de hospital.
Había vestigios de baba en la comisura de sus labios, un tanto abiertos. Kate se la quitó con un índice y le cerró la boca empujándole el mentón con suavidad.
—Gracias.
Giró sobre sí misma, sobresaltada: Bobby, otro Bobby, vestido de forma idéntica al primero, estaba parado al lado de ella, sonriendo. Irritada, Kate le lanzó un puñetazo al abdomen; el puño, claro está, pasó directamente a través de este Bobby, que no retrocedió.
—Así que me puede ver —dijo Bobby.
—Lo veo.
—Usted tiene implantes retinianos y cocleares, ¿sí? El diseño de esta sala permite producir virtuales compatibles con todas las generaciones recientes de tecnología para incremento del sistema nervioso central. Naturalmente, para mí usted está sentada en el lomo de un fitosaurio de aspecto maligno.
—¿Un qué?
—Un cocodrilo del triásico. Que está empezando a darse cuenta de que usted está ahí. Bienvenida, Ms. Manzoni.
—Kate.
—Sí. Me alegra que hubiera aceptado mi… nuestra invitación para cenar. Aunque no supuse que se tomaría seis meses para responder.
Kate se encogió de hombros.
—“Hiram Se Hace Aún Más Rico” realmente no es gran cosa como artículo.
—Hmmm. Lo que entraña que ahora se enteró usted de algo nuevo. —Por supuesto, Bobby tenía razón. Kate nada dijo.
—O —prosiguió— a lo mejor usted por fin sucumbió a mi encantadora sonrisa.
—A lo mejor sí… si su boca no estuviera ribeteada con baba.
Bobby miró a su propia forma inconsciente.
—¿Vanidad? ¿Debemos preocuparnos de nuestra apariencia, aun cuando estuviésemos explorando un mundo virtual? —Frunció el entrecejo. —Claro que sí, usted tiene razón. En realidad, es algo sobre lo que debe meditar mi personal de comercialización.
—¿Su personal de comercialización?
—Pero claro. —“Levantó” una de las bandas metálicas para cabeza que estaban cerca de él: una copia virtual del objeto separada del objeto real, que permanecía sobre la otomana. —Este es el Ojo de la Mente, la tecnología más reciente en rv de Nuestro Mundo. ¿Quiere probarla?
—Por cierto que no.
Bobby la estudió.
—Usted no es lo que podríamos llamar virgen en cuanto a rv, Kate. Sus implantes sensoriales…
—…son nada más que lo mínimo que se necesita para moverse en el mundo moderno. ¿Alguna vez intentó pasar a través del aeropuesto de SeaTac sin facultades de rv?
Él rió.
—En realidad, por lo general se me escolta para pasar. Supongo que usted cree que todo es parte de una gigantesca conspiración de las grandes compañías.
—Por supuesto que lo es. La invasión tecnológica de nuestro hogar y nuestro auto y nuestro lugar de trabajo llegó al punto de saturación hace mucho. Ahora vienen para apoderarse de nuestro cuerpo.
—¡Qué enojada está! —Sostuvo en alto la banda de cabeza. Era un momento extrañamente recursivo, pensó Kate, abstraída: una copia virtual de Bobby sosteniendo la copia virtual de un generador virtual. —Pero esto es diferente. Inténtelo. Dé un viaje conmigo.
Kate vaciló… pero después, sintiendo que se estaba comportando con rudeza, aceptó; después de todo, aquí era una invitada. Pero le rechazó la oferta de la alimentación intravenosa.
—Tan sólo echaremos un vistazo por ahí y regresaremos antes de que nuestro cuerpo se caiga a pedazos. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —contestó Bobby—. Elija una otomana. Limítese a encajar la banda cefálica sobre las sienes, de este modo. —Con cuidado, Bobby levantó el conjunto virtual por sobre la cabeza. Su cara, con gesto de interés, era innegablemente hermosa, pensó Kate: parecía Cristo con la corona de espinas.
Kate se tendió en una otomana cercana y se colocó una banda cefálica Ojo de la Mente sobre la cabeza. Daba sensación de calor y elasticidad y, cuando Kate la bajó más allá del cabello, pareció colocarse sola en su lugar.
El cuero cabelludo, bajo la banda, experimentó un pinchazo.
—¡Auch!
Bobby estaba sentado en su otomana.
—Infusores. No se preocupe por eso. La mayor parte de la entrada de información se hace por vía estimulación magnética intracraneana. Cuando hayamos vuelto a efectuar la carga inicial de programas, no sentirá cosa alguna… —Cuando Bobby se acomodó definitivamente, Kate pudo ver los dos cuerpos de él, el de carne y hueso y el de píxels, brevemente superpuestos.
La sala quedó a oscuras. Durante el lapso de un latido del corazón, o de dos, Kate no pudo ver y oír nada. La sensación de su propio cuerpo se desvaneció, como si al cerebro se lo hubieran estado extrayendo entero fuera del cráneo.
Con un ruido sordo intangible se sintió caer una vez más dentro del cuerpo. Pero ahora estaba de pie.
En una especie de barro.
Luz y calor estallaron por encima de ella, azul, verde, marrón. Estaba en la margen de un río, hundida hasta los tobillos en lodo espeso, negro y pegajoso.
El cielo era de un azul lavado. Kate estaba en el borde de un bosque, un lujurioso aluvión de helechos, pinos y conieras gigantescas; el espeso follaje oscuro bloqueaba el paso de casi toda la luz. El calor y la humedad eran sofocantes; Kate podía sentir el sudor que la empapaba a través de la camisa y los pantalones, haciendo que el flequillo se le adhiriera a la frente. El río cercano era ancho, lánguido, amarronado por el lodo.
Trepó adentrándose un poco más en el bosque, en busca de terreno más firme. La vegetación era muy densa; hojas y renuevos foliares arañaban su cara y sus brazos. Había insectos por todas partes, entre ellos libélulas azules gigantescas, y la selva estaba animada con ruidos: gorjeos, gruñidos, graznidos.
La sensación de realidad era pasmosa; la autenticidad iba mucho más allá de cualquier otra rv que Kate hubiera experimentado antes.
—¿Impresionante, no? —Bobby estaba parado al lado de ella. Llevaba pantalones cortos, camisa y sombrero de ala ancha, todos de color caqui, al estilo safari; del hombro colgaba un rifle de aspecto anticuado.
—¿En dónde estamos? Es decir…
—¿En cuándo estamos? Esto es Arizona a fines del triásico, hace unos doscientos millones de años. Se parece más a África, ¿no es así? Este período nos brindó los estratos de Desierto Pintado. Tenemos gigantescos equisetos, helechos, cicadas, licopodios… Pero en algunos aspectos es un mundo monótono. La evolución de las flores todavía está muy lejos en el futuro. Hace que uno se ponga a pensar, ¿no?
Kate tomó un tronco como punto de apoyo para el pie y trató de sacarse con las manos el lodo pegajoso y espeso que le cubría la pierna. El calor era profundamente incómodo y la sed creciente de Kate era feroz. Su brazo desnudo estaba cubierto por un sinnúmero de glóbulos de sudor que destellaban de manera auténtica, y se los sentía tan calientes que era como si estuviesen a punto de hervir.
Bobby señaló hacia lo alto.
—Mire.
Era un pájaro que sacudía las alas sin elegancia por entre las ramas de un árbol… No, era demasiado grande y desmañado como para ser un pájaro. Además, carecía de plumas. Quizás era una especie de reptil volador. Se desplazaba produciendo un ruido como de cuero que cruje, con reflejos púrpura, y Kate sintió escalofríos.
—Admítalo —dijo Bobby—: está impresionada.
Kate movió brazos y piernas en todos los sentidos, doblándolos de una manera y de otra.
—Mi sensación corporal es intensa. Puedo sentir los miembros, tener la sensación de arriba y abajo si me inclino. Pero doy por sentado que todavía estoy tendida en mi otomana, babeándome como usted.
—Sí. Los aspectos propioceptivos del Ojo de la Mente son sorprendentes. Usted ni siquiera está sudando. Bueno, es probable que no lo esté: a veces hay un poco de filtración. Ésta es tecnología de rv de cuarta generación, contando hacia adelante a partir de la burda de anteojos y guantes; después, los implantes de órganos sensoriales —como los suyos— y los implantes corticales, que permitieron el establecimiento de una interfaz directa entre sistemas externos y el sistema nervioso central humano…
—Propio de bárbaros —interrumpió Kate con irritación.
—Quizá —dijo Bobby con suavidad—. Lo que me lleva al Ojo de la Mente. Las bandas cefálicas producen campos magnéticos que pueden estimular zonas precisas del cerebro. Todo sin necesidad de la intervención física.
“Pero no es únicamente la redundancia de los implantes lo que es emocionante —dijo con tono amable—: es la precisión y el alcance de la estimulación que podemos lograr. En este mismo instante, por ejemplo, un mapa de la escena, hecho con ciento ochenta grados de amplitud, se está pintando en forma directa sobre su corteza visual. Estimulamos el núcleo amigdalino y la ínsula, en el lóbulo temporal, para dar sentido del olfato: eso es esencial para la autenticidad de la experiencia. Los olores van directamente al sistema límbico del cerebro, el asiento de las emociones. Ésa es la razón por la que los olores siempre son tan evocadores, ¿sabe? Hasta enviamos leves sacudidas de dolor, mediante el encendido de la corteza anterior de cintillas, el centro, no del dolor en sí, sino del conocimiento consciente del dolor. En realidad trabajamos mucho con el sistema límbico, para garantizar que todo lo que ve la persona contenga un golpe emocional.
“Después está la propiocepción, la percepción del propio cuerpo, que es muy compleja y entraña el ingreso de informaciones sensoriales provenientes de la piel, los músculos y los tendones; información visual y motora proveniente del cerebro; datos sobre equilibrio provenientes del oído interno. Se necesitó mucho de cartografía del cerebro para conseguir que eso saliera bien. Pero ahora podemos hacer que la persona caiga, vuele, dé saltos mortales, y todo sin dejar su otomana… y podemos hacer que vea maravillas, como ésta.
—Todo ese asunto lo conozco bien. Usted se siente orgulloso de eso, ¿no?
—Por supuesto que lo estoy. Yo lo desarrollé. —Parpadeó, y Kate se dio cuenta de que ésa era la primera vez que él la había mirado directamente durante algunos minutos. Incluso aquí, en esta selva triásica de imitación, Bobby hacía que Kate se sintiera vagamente inquieta, aun cuando ella, en cierto nivel, se sintiera indudablemente atraída por él.
—Bobby… ¿en qué sentido esto es suyo} ¿Usted lo inició? ¿Usted lo descubrió?
—Soy el hijo de mi padre. Es dentro de su compañía que estoy trabajando. Pero superviso las investigaciones sobre el Ojo de la Mente. Hago los ensayos de los productos en el terreno.
—¿Ensayos en el terreno?¿Quiere decir que viene aquí y juega a Cacemos al Dinosaurio?
—Yo no lo llamaría jugar —dijo con mansedumbre—. Permítame demostrarle lo que digo. —Se puso de pie con energía y se adentró más profundamente en la selva.
Kate se esforzó por seguirlo. No tenía machete y las ramas y las espinas pronto estuvieron cortándole la delgada tela de la ropa y lacerándole la carne. Eso le punzaba, pero no demasiado. Claro que no: no era real sino nada más que un maldito juego de aventuras. Se precipitó detrás de Bobby, maldiciendo para sus adentros la tecnología decadente y el exceso de riquezas.
Llegaron al borde de un claro, una zona de árboles caídos y carbonizados de los que pequeños brotes verdes pugnaban por surgir. Quizás a este sitio lo había despejado un relámpago.
Bobby extendió un brazo para mantener a Kate atrás, en el borde de la selva.
—¡Mire!
Con el hocico y las patas anteriores, un animal estaba rebuscando entre los fragmentos de madera carbonizada, muerta. Debía de haber tenido unos dos metros de largo, una cabeza parecida a la de un lobo e incisivos sobresalientes. A pesar de su apariencia lupina, estaba gruñendo como un cerdo.
—Un cinodonte —susurró Bobby—, un protomamífero.
—¿Nuestro antecesor?
—No. Los verdaderos mamíferos ya se han diversificado. Los cinodontes son un callejón sin salida en la evolución… ¡Maldición!
En ese momento se oyó un tremendo estruendo proveniente del monte bajo que estaba en el extremo opuesto del claro: era un dinosaurio como los de Parque Jurásico, por lo menos de dos metros de altura. Salió del bosque dando saltos sobre poderosas patas traseras, las mandíbulas inmensas abiertas por completo, las escamas centelleando.
El cinodonte pareció quedar paralizado, con los ojos fijos en el depredador.
El dinosaurio saltó sobre el lomo del cinodonte, que quedó aplastado debajo del peso de su agresor. Los dos rodaron por el suelo, destrozando los jóvenes árboles que crecían ahí. El cinodonte daba chillidos.
Kate retrocedió hacia la selva, tomándose con fuerza del brazo de Bobby. Sentía la sacudida del suelo, la potencia del encuentro. Impresionante, admitió.
El carnosaurio terminó quedando arriba. Mientras retenía a su presa con el peso del cuerpo, se inclinó hacia el cuello del protomamífero y, con una sola dentellada, lo perforó. El cinodonte todavía estaba luchando, pero en su cuello totalmente desgarrado se veían huesos blancos y la sangre salía a borbotones y, cuando el carnosaurio hizo estallar el estómago de su presa, se sintió un hedor a carne podrida que casi hizo que Kate tuviera arcadas…
Casi, pero no del todo. Por supuesto que no. Es que, si se miraba con cuidado, había un leve aspecto falso en la sangre que brotaba a chorros del protomamífero, así como lo había en el centelleante brillo de las escamas del dinosaurio. Toda rv era así: ostentosa pero limitada; hasta el hedor y el ruido modelados para comodidad del usuario, todo ello era tan inofensivo y, en consecuencia, tan carente de significado como una excursión por un parque temático.
—Creo que es un dilofosaurio —murmuró Bobby—. ¡Fantástico! Es por eso que adoro este período: es una especie de punto de empalme de la vida. Aquí todo se superpone, lo antiguo con lo nuevo, nuestros antecesores y los primeros dinosaurios…
—Sí —dijo Kate, recuperándose— …pero no es real.
Bobby se rascó la coronilla.
—Es como toda la ficción: hay que hacer a un lado el descreimiento.
—Pero no es más que un campo magnético que está haciendo cosquillas en la parte inferior de mi cerebro. ¡Por Dios, esto ni siquiera es el triásico legítimo!, sólo es la mala suposición de algún académico… a la que añadieron un poco de color para el turista virtual.
Bobby le sonreía.
—Siempre está tan enojada. ¿Y su argumento es…?
Kate contempló esos ojos azules vacíos. Hasta ahora, él había fijado el programa de actividades. Si quieres avanzar más, se dijo a sí misma, si quieres aproximarte a aquello que viniste a buscar, tendrás que desafiarlo.
—Bobby, en este preciso momento usted está yaciendo en una sala a oscuras. Nada de esto tiene importancia.
—Sus palabras parecen dar la impresión de que siente lástima por mí. —Parecía tener curiosidad.
—Toda su vida parece ser así. A pesar de todo lo que habla sobre los proyectos de rv y las responsabilidades que tiene dentro de la empresa, no tiene un control real de cosa alguna, ¿no es así? El mundo en el que vive es tan irreal como cualquier simulación virtual. Piense en eso: hasta antes de que yo apareciera, usted realmente estaba solo.
Bobby meditó sobre eso.
—Quizá. Pero usted sí apareció. —Se puso el fusil al hombro. —Vamos. Hora de cenar con papá. —Arqueó una ceja. —Puede ser que usted se quede, aun cuando hubiera obtenido lo que fuere que quiere de nosotros.
—Bobby…
Pero él ya había levantado las manos en dirección de su banda cefálica.
La cena fue difícil.
Los tres comensales se sentaron debajo del cielo raso en forma de cúpula de la mansión de Hiram. Las estrellas y una Luna creciente macilenta se veían en los claros que se formaban entre las nubes que pasaban a la carrera. El cielo no pudo haber sido más espectacular… pero a Kate se le ocurrió de pronto que gracias a las Cadenas de Datos del agujero de gusano de Hiram, el cielo pronto iba a volverse mucho más aburrido, cuando al último de los satélites de comunicaciones en órbita baja se le permitiera caer de vuelta dentro de la atmósfera.
La comida estaba preparada de manera primorosa, tal como Kate había esperado, y la habían servido silenciosos robots teleguiados. Pero los diversos componentes del menú eran platos bastante sencillos de pescado y mariscos, del tipo que pudo haber disfrutado en cualquiera de muchos restoranes de Seattle; el vino era un Chardonnay californiano de paladar carente de matices particulares. En ese menú no había el menor vestigio de los complejos orígenes mismos de Hiram, ni originalidad o expresión de personalidad de clase alguna.
Y, mientras tanto, la concentración de Hiram en Kate era intensa e implacable: la acribillaba con preguntas y detalles suplementarios referidos a sus antecedentes, familia, carrera; una vez y otra, Kate se encontraba diciendo más de lo que debería haber dicho.
La hostilidad de Hiram, bajo una pátina de cortesía, era inconfundible. Sabe qué me propongo, se dio cuenta Kate.
Bobby estaba sentado en silencio, comiendo poco. Aunque persistía su desconcertante hábito de evitar mirar a Kate a los ojos, parecía estar más consciente de ella que antes. Kate percibía la atracción —eso no era tan difícil de ver— pero, también, una cierta fascinación. Quizás ella había logrado vulnerar de alguna manera ese pellejo resbaladizo y satisfecho de sí mismo de Bobby. O, lo que era más factible, admitió Kate, simplemente estaba perplejo por sus propias reacciones ante ella.
O, quizá, todo esto no era más que una fantasía por parte de ella, y habría sido mejor que evitara entrometerse en los pensamientos de los demás, hábito que condenaba tan decididamente en otra gente.
—No lo entiendo —estaba diciendo Hiram ahora—; ¿cómo se pudo haber tardado hasta 2033 para descubrir el Ajenjo, un objeto de cuatrocientos kilómetros de extremo a extremo? Sé que está más allá de Urano, pero así y todo…
—Es extremadamente oscuro y se desplaza con lentitud —contestó Kate—. En apariencia es un cometa, pero es mucho más voluminoso que cualquier cometa conocido. No sabemos de dónde vino; quizás ahí afuera hay una nube de objetos así, en algún lugar más allá de Neptuno.
“Y, de todos modos, nadie estaba mirando específicamente en esa dirección. Incluso el sistema Guardián Espacial se concentra en el espacio próximo a la Tierra, en los objetos que es probable que choquen con nosotros en el futuro cercano. Al Ajenjo lo descubrió una red de aficionados observadores del cielo.
—Hmmm —dijo Hiram—. Y ahora está en camino hacia acá.
—Sí. Llegará dentro de quinientos años.
Bobby blandió una mano fuerte, tratada con manicura.
—Pero eso es tan adelante en el tiempo. Debe de haber planes para esa contingencia.
—¿Qué planes de contingencia!? Bobby, el Ajenjo es un gigante. Nosotros no conocemos modo alguno de empujar esa maldita cosa para otro lado, ni siquiera en principio. Y cuando esa roca caiga, no habrá dónde esconderse.
—¿Nosotros no conocemos modo alguno? —preguntó Bobby secamente.
—Me refiero a los astrónomos…
—Por la manera en que hablaba casi llegué a imaginar que lo había descubierto usted misma. —La estaba aguijoneando, como respuesta al sondeo anterior de ella. —Resulta tan fácil mezclar los propios logros con los de la gente en la que se confía, ¿no es así?
Hiram estaba cloqueando de risa.
—Puedo decirles, chicos, que se están llevando muy bien. Si les interesa lo suficiente como para mantener una discusión… Y usted, claro, Ms. Manzoni, ¿cree que la gente tiene el derecho de saber que el mundo va a terminar dentro de quinientos años?
—¿No lo cree usted?
Bobby dijo:
—¿Y usted no tiene la menor preocupación por las consecuencias: los suicidios, el incremento abrupto de los índices de aborto, el desistimiento de diversos proyectos para la conservación del ambiente?
—Yo traje la mala noticia —repuso Kate, tensa —, yo no traje el Ajenjo. Mire, si no se nos informa, no podemos actuar, para bien o para mal. No podemos asumir la responsabilidad por nosotros mismos… en lo que fuere que nos quedare de tiempo. No es que nuestras responsabilidades sean prometedoras. Es probable que lo mejor que podamos hacer es enviar un puñado de gente hacia algún lugar que sea más seguro, la Luna o Marte o un asteroide. Ni siquiera eso da garantías de que se salve la especie, a menos que podamos instituir una población que se reproduzca. Y —dijo con tono apesadumbrado— aquellos que sí escapen serán, a no dudarlo, los que nos rigen y su descendencia, a menos que podamos quitarnos de encima nuestra anestesia electrónica.
Hiram empujó su silla hacia atrás y rugió de risa.
—Anestesia electrónica. Cuan cierto es eso… en tanto y en cuanto yo esté vendiendo el anestésico, claro. —La miró directamente: —Me gusta usted, Ms. Manzoni.
—Mentiroso.
—Gracias… ¿Para qué vino acá?
Hubo un largo silencio.
—Usted me invitó.
—Seis meses y siete días atrás. ¿Por qué ahora? ¿Está trabajando para mis rivales?
—No. —Kate se encrespó al oír eso. —Soy periodista independiente.
Hiram asintió con la cabeza.
—De todos modos, aquí hay algo que usted quiere. Un artículo, claro está. El Ajenjo ya está quedando relegado a su pasado y usted necesita triunfos nuevos, una nueva noticia sensacional. De eso es lo que vive la gente como usted, ¿no es así, Ms. Manzoni? ¿Pero cuál puede ser esa noticia? Nada personal, con seguridad: hay poco de mí que no sea del dominio público.
Kate contestó con todo cuidado:
—Oh, pues me atrevería a decir que hay algunos puntos. —Tomó aire. —La verdad es que oí decir que usted tiene un proyecto nuevo. Una nueva aplicación de los agujeros de gusano, que va mucho más allá de las simples Cadenas de Datos que…
—Vino aquí revolviendo entre la carroña para obtener información —dijo Hiram.
—Pero vamos, Hiram. Todo el mundo se está conectando con sus agujeros de gusano. Si yo pudiera tener la primicia del resto de esa información…
—Pero usted no sabe nada.
Kate se sofrenó. Te mostraré lo que sé.
—Usted nació con el nombre de Hirdamani Patel. Antes de nacer, la familia de su padre fue forzada a huir de Uganda debido a una limpieza, étnica, ¿tengo razón?
Hiram la miraba con deseos de matarla.
—Todo eso es de conocimiento público. En Uganda, mi padre era gerente de banco. En Norfolk manejó ómnibus, pues nadie conocía sus antecedentes laborales…
—Usted no era feliz en Inglaterra. —Kate volvió a embestir. —Se halló incapaz de superar las barreras de raza y de clase. Así fue que partió hacia los Estados Unidos de América. Abandonó el nombre con que nació y adoptó una versión adaptada al inglés. Se hizo famoso y se convirtió en una especie de modelo a imitar por los asiáticos que viven en Estados Unidos. Sin embargo, cercenó todos los vínculos con sus orígenes étnicos: cada una de sus esposas fue una WASP[3].
Bobby parecía estar pasmado.
—¿Esposas? Papá…
—La familia es todo para usted —dijo Kate con tono tranquilo, obligándolos a prestarle atención—. Usted está tratando de constituir una dinastía, según parece, a través de Bobby, aquí presente. Quizás eso se debe a que usted abandonó a su propia familia, a su propio padre, allá en Inglaterra.
—Ah —Hiram dio un aplauso breve, forzando una sonrisa—, me preguntaba cuánto tiempo iba a pasar hasta que Papá Sigmund se nos uniera a la mesa. Así que ése es su artículo: “ ¡Hiram Patterson está erigiendo Nuestro Mundo porque se siente culpable por lo que le hizo al padre!”
Bobby tenía el entrecejo fruncido.
—Kate, ¿de qué proyecto nuevo estás hablando?
¿Sería posible que Bobby realmente no lo supiera? Kate sostuvo la mirada que le dirigía con fijeza a Hiram, regodeándose en el súbito poder que acaba de obtener:
—De uno que tiene suficiente importancia para él como para haber mandado a llamar a su hermano desde Francia.
—Hermano…
—Que, a su vez, tiene la suficiente importancia para él como para haberlo aceptado a Billybob Meeks, el fundador de la Tierra de la Revelación, como socio de inversiones. ¿Oíste hablar de eso, Bobby?: es la más reciente perversión de la religión, ideada con el fin de secar la mente y tragar el dinero para afligir a la desdichada población de crédulos estadounidenses…
—Eso no viene al caso —replicó Hiram con brusquedad—. Sí, estoy trabajando con Meeks. Yo trabajo con quien quiera. Si la gente quiere comprar mi equipo de rv, para poder ver a Jesús y a sus Apóstoles bailando zapateo americano, pues se lo vendo. ¿Quién soy yo para juzgar? No somos todos tan mojigatos como usted, Ms. Manzoni. Todos no nos podemos dar ese lujo.
Pero Bobby tenía la mirada fija en Hiram.
—¿Mi hermano?
Kate se sobresaltó y volvió a llevar la conversación hacia donde ella quería.
—Bobby… Tú no sabías nada sobre todo esto, ¿no? No sólo sobre el proyecto, sino sobre la otra esposa de Hiram, sobre su otro hijo. —Miró a Hiram con repugnancia: —¿Cómo pudo alguien guardar un secreto así?
Los labios de Hiram se fruncieron y la furibunda mirada que le lanzó a Kate estaba llena de aborrecimiento.
—Un medio hermano, Bobby. Nada más que un medio hermano.
Kate añadió con tono desapasionado:
—Su nombre es David. —Lo pronunció como en francés: David. —Su madre era francesa. Él tiene treinta y dos años, siete más que tú, Bobby. Es físico y le está yendo bien: se lo describió como el Hawking de su generación… Ah, y es católico. Ferviente, parece.
Bobby parecía estar… no enojado sino, más bien, desconcertado. Le dijo a Hiram:
—¿Por qué no me lo dijiste?
Hiram respondió:
—No era necesario que lo supieras.
—¿Y del nuevo proyecto, de lo que fuere que se trate? ¿Por qué no lo mencionaste?
Hiram se puso de pie.
—Su compañía ha sido encantadora, Ms. Manzoni. Los robots teleguiados le mostrarán el camino de salida.
Kate se levantó.
—No me puede impedir que publique lo que sé.
—Pues publique lo que le plazca. No tiene cosa alguna de importancia.
Kate sabía que él tenía razón.
Fue caminando hacia la puerta, la euforia y la bronca disipándose con rapidez. —Lo arruiné todo —se dijo a sí misma—. Tuve la intención de congraciarme con Hiram y en vez de eso lo convertí en mi enemigo por el solo hecho de divertirme un rato.
Miró hacia atrás: Bobby todavía estaba sentado. La estaba mirando, esos extraños ojos como ventanas de iglesia, exageradamente abiertos. Te volveré a ver, pensó Kate. Quizás esto no haya terminado aún.
La puerta empezó a cerrarse. Lo último que alcanzó a ver fue a Hiram cubriendo con su mano la de su hijo, en un gesto de ternura.
Hiram estaba aguardando a David Curzon en la sala de arribos de SeaTac.
Era simplemente avasallador. De inmediato aferró los hombros de David y lo atrajo hacia sí. David pudo sentir el olor de una poderosa agua de colonia, de tabaco sintético, de un leve rastro de especias que aún permanecía. Hiram estaba próximo a cumplir setenta años, pero no lo demostraba, merced, sin la menor duda, a tratamientos antienvejecimiento y a una sutil escultura cosmética. Era alto y moreno, en tanto que David, que había heredado las características de la madre, era rubio y más robusto, con tendencia a ser rechoncho.
Y aquí estaba esa voz que David no había oído desde que tenía cinco años, esa cara —ojos azules, nariz aguileña— que se había alzado ante él como una luna gigantesca.
—Hijo mío, ha pasado tanto tiempo. Ven. Tenemos muchísimo de qué hablar hasta ponernos al día…
David había transcurrido la mayor parte del vuelo desde Inglaterra tratando de sosegarse para este encuentro. Tienes treinta y dos años, se decía a sí mismo. Tienes un puesto de profesor titular en Oxford. Tus trabajos y tus libros de vulgarización sobre la exótica matemática de la Física cuántica fueron extremadamente bien recibidos. Este hombre podrá ser tu padre, pero te abandonó y no tiene autoridad alguna sobre ti.
Eres un adulto ahora. Tienes tu fe religiosa. Nada tienes que temer.
Pero Hiram, tal como, seguramente, se lo había propuesto, consiguió traspasar todas las defensas de David en los primeros cinco segundos de su encuentro. El joven, aturullado, se dejó conducir.
Hiram llevó a su hijo directamente a las instalaciones de investigación —la Fábrica de Gusanos, como la llamaba—, que estaba hacia el norte de Seattle. El viaje, en un Rolls de manejo controlado por inteligencia artificial, fue rápido y pavoroso. Controlados por satélites localizadores de la posición y por soportes lógicos inteligentes incorporados en el auto en sí, los vehículos fluían por las autopistas a más de ciento cincuenta kilómetros por hora, los paragolpes de dos autos se perseguían separados por no más que centímetros. Todo era mucho más agresivo que a lo que David estaba acostumbrado en Europa.
Pero la ciudad, lo que vio de ella, lo impresionó: su estilo europeo, un sitio de casas suntuosas y bien conservadas con una extensa vista de las colinas y del mar, los complejos edilicios más modernos integrados de manera razonablemente garbosa con la sensación general que inspiraba el lugar; la zona del centro comercial alborotada por la proximidad de la Navidad.
Recordaba poco del lugar; tan sólo fragmentos de la niñez, el pequeño barco que Hiram usaba para salir del golfo de Puget, viajes por encima de la línea de nieve en invierno. Había regresado a Estados Unidos muchas veces antes, claro está —la física teórica era una disciplina internacional—, pero nunca había vuelto a Seattle, no desde el día en que, de modo inolvidable, su madre lo había arropado bien y salido como una furia de la casa de Hiram.
Hiram hablaba todo el tiempo, acribillando a su hijo con preguntas.
—¿Así que te sientes aclimatado en Inglaterra?
—Pues, ya sabes respecto de los problemas del clima. Pero incluso Oxford, rodeada por hielo, es un magnífico lugar para vivir. En particular desde que suprimieron los automóviles privados del camino de circunvalación y…
—¿Esos presumidos británicos no se burlan de ti por tu acento francés?
—Padre, soy francés. Ésa es mi identidad.
—Pero no tu ciudadanía. —Hiram palmeó el muslo de su hijo. —Eres estadounidense. No lo olvides. —Contempló a David con cautela. —¿Y todavía sigues practicando?
David sonrió.
—¿Quieres decir si aún soy católico? Sí, padre.
Hiram gruñó:
—Esa maldita madre tuya. El error más grande que yo cometí jamás fue unirme con ella sin tener en cuenta su religión. Y ahora te transmitió a ti el virus de Dios.
David sintió que las alas de la nariz se agitaban por la cólera.
—Tu lenguaje es ofensivo.
—…Sí. Lo siento. ¿Así que hoy en día Inglaterra es un buen lugar para ser católico?
—Desde que se separó la Iglesia del Estado, Inglaterra consiguió una de las comunidades católicas más sanas del mundo.
Hiram volvió a gruñir:
—No es frecuente oír las palabras sano j católico en la misma oración… Aquí estamos.
Habían llegado a una amplia playa de estacionamiento. El auto se detuvo. David salió de él después de su padre. Estaban próximos al océano y David quedó inmerso de inmediato en el aire frío y cargado de sal.
La playa de estacionamiento bordeaba un edificio grande, abierto, toscamente construido con cemento armado y metal acanalado, como un hangar. En uno de los extremos había un gigantesco portón, que estaba abierto en parte, y desde un depósito que había afuera, camiones robot estaban acarreando voluminosas cajas de cartón hacia el interior del edificio.
Hiram condujo a su hijo hasta una puerta pequeña, del tamaño de un hombre, que estaba recortada en una de las paredes; su tamaño parecía un músculo en comparación con la escala de la estructura.
—Bienvenido al centro del universo. —Súbitamente, Hiram pareció estar avergonzado. —Mira, te arrastré hasta aquí sin pensar. Sé que acabas de bajar de tu vuelo. Si necesitas un respiro, una ducha…
Hiram parecía estar lleno de legítima preocupación por el bienestar de su hijo y David no pudo resistir sonreírle.
—Quizá café, un poco más tarde. Muéstrame tu nuevo juguete.
El espacio dentro del hangar era frío, cavernoso. Mientras caminaban por el polvoriento piso de cemento armado, sus pasos retumbaban. El techo tenía nervaduras y baterías de luces en hilera que colgaban por todas partes, llenando el vasto volumen con una luz gris fría y penetrante. Había una sensación de silencio, de calma: a David le recordaba más una catedral que una instalación tecnológica.
En el centro del edificio, una pila de equipo se elevaba por encima del puñado de técnicos que trabajaban ahí. David era un teórico, no un científico, pero reconoció los instrumentos que constituían una instalación experimental de alta energía: había detectores de partículas subatómicas —ordenamientos de bloques de cristal apilados en altura y profundidad— y cajas que contenían equipos electrónicos de control puestos unos sobre otros como si fueran ladrillos blancos, minúsculos en comparación con el ordenamiento de detectores en sí, pero cada uno de ellos, por sí mismo, con el tamaño de un trailer.
Los técnicos no eran, empero, lo que típicamente se ve en una planta donde se opera con física de alta energía: en promedio parecían ser bastante viejos, quizá de alrededor de sesenta años, teniendo en cuenta lo difícil que resulta estimar edades hoy en día.
David le planteó esta cuestión a Hiram:
—Sí. De todos modos, Nuestro Mundo tiene la política de contratar operarios de mayor edad. Son conscientes; en general son más inteligentes que los jóvenes, gracias a las sustancias químicas para el cerebro que se dan en la actualidad, y agradecen que les brinden trabajo. Y, en este caso, la mayor parte de la gente es víctima de la cancelación del SBPS.
—¿El SBPS, el Super Bombardero de Partículas Superconductor? Un proyecto de muchos miles de billones de dólares para la fabricación de un acelerador de partículas, obra que se iba a efectuar debajo de un maizal en Texas, de no haber sido paralizado por el Congreso en los años noventa.
Hiram dijo:
—Esa decisión afectó a toda una generación de físicos estadounidenses especializados en partículas. Sobrevivieron; hallaron trabajo en la industria y en Wall Street. La mayoría, empero, nunca logró superar la decepción…
—Pero el SBPS habría sido un error. La tecnología de aceleradores lineales que llegó unos años después, fue mucho más eficaz y más económica. Además, la mayor parte de los resultados fundamentales en la física de partículas que se obtuvo desde 2010, aproximadamente, provino de estudios de sucesos cosmológicos de alta energía.
—Eso no importa. No a esta gente: el SBPS pudo haber sido un error, pero habría sido el error de ellos, de esa gente. Cuando le seguí la pista a estos tipos y les brindé la oportunidad de venir a trabajar en física de vanguardia de alta energía, se abalanzaron sobre ese ofrecimiento. —Hiram miró con fijeza a su hijo. —Tú lo entiendes, eres un muchacho listo, David.
—No soy un muchacho.
—Tuviste la clase de educación con la que yo nunca pude haber soñado siquiera, pero, aun así, hay muchas cosas que te puedo enseñar, tales como la forma de manejar a la gente. —Con un movimiento amplio de la mano señaló a los técnicos. —Mira a estos tipos: están trabajando por una promesa, por sueños de su juventud, por sus aspiraciones, por la realización de sus deseos con su propio esfuerzo. Si puedes hallar alguna manera para aprovechar eso, puedes hacer que la gente trabaje para ti como caballos, incluso sólo por algunas moneditas.
David lo siguió, frunciendo el entrecejo.
Llegaron a una baranda y un técnico de cabello canoso, con una breve y algo reverente inclinación de cabeza hacia Hiram, les alcanzó sendos cascos de seguridad. David adaptó con afectación el suyo a su cabeza.
Después se inclinó sobre la baranda: pudo oler aceite de máquina, aislación, solventes para limpieza. Desde ahí pudo ver al grupo ordenado de detectores, que se extendía por una cierta distancia debajo de la superficie del suelo. En el centro de la fosa había un apretado nudo de maquinaria, oscura y de una clase que no le era familiar. Una bocanada de vapor, parecida a jirones de vapor de agua, se alzaba desde la parte central de la maquinaria: criogenia, quizás. En alguna parte, por arriba, se dejaba oír un zumbido como de piezas metálicas en movimiento: David miró hacia arriba, para ver una grúa de balancín en acción, un largo columpio de acero que se extendía por encima del conjunto de detectores y que en el extremo tenía un brazo con agarradera.
Hiram murmuró:
—La mayor parte de todo esto no es más que detectores de una clase o de otra, así podemos deducir qué está pasando… en especial cuando algo sale mal. —Señaló el nudo de maquinaria en el centro del conjunto de detectores. —Ése es el lado que importa: una aglomeración de imanes superconductores.
—Eso explica la criogenia.
—Sí. Ahí adentro creamos nuestros enormes campos electromagnéticos, los campos que usamos para construir nuestros motores Casimir para manchones de cervatillo. —Había orgullo en su voz… que era justificable, pensó David. —Éste es el mismísimo sitio en el que abrimos el primer agujero de gusano, allá, en la primavera. Haré que coloquen una placa; ya sabes, uno de esos indicadores para la historia. Puedes decir que soy presuntuoso. Ahora estamos utilizando este lugar para hacer que la tecnología avance aún más, y tanto y tan rápido como podamos.
David se volvió hacia Hiram.
—¿Para qué me trajiste acá?
—…Justamente ésa es la pregunta que iba a hacer.
La tercera voz, por completo inesperada, claramente sobresaltó a Hiram.
Una figura salió de entre las sombras de la pila de detectores y vino a pararse al lado de Hiram. Durante un instante, el corazón de David latió con fuerza, pues bien pudo haber sido el gemelo de Hiram… o su fantasma prematuro. Pero, al mirar con más detenimiento, David pudo percibir diferencias: el segundo hombre era considerablemente más joven, menos corpulento, quizás un poco más alto y su cabello todavía era tupido y de un negro brillante.
Pero esos ojos de un celeste puro, tan poco comunes en el caso de descendencia asiática, eran, sin la menor duda, los de Hiram.
—Te conozco —dijo David.
—¿De la televisión en tabloide?
David forzó una sonrisa.
—Eres Bobby.
—Y tú debes de ser David, el medio hermano que no sabía que tenía hasta que me tuve que enterar a través de una periodista. —Era más que evidente que Bobby estaba enojado, pero su autocontrol lo hacía mantenerse frío.
David se dio cuenta de que había aterrizado en medio de una complicada pelea de familia… y, lo que era peor, de su familia.
Hiram miró de uno a otro a sus hijos. Suspiró.
—David, quizá ya es hora de que te invite ese café.
El café se contaba entre los peores que David hubiera probado jamás. Pero el técnico que se los sirvió revoloteó junto a la mesa hasta que David tomó el primer sorbo. Esto es Seattle, se forzó en recordar David a sí mismo: acá, la calidad del café ha sido un fetiche entre las clases sociales que operan instalaciones como ésta durante una generación. Se obligó a sonreír.
—Maravilloso —mintió.
El técnico se alejó rebosante de alegría.
El comedor de la instalación estaba metido en el rincón de la sala de cómputos, el centro de computación en el que se analizaban los diversos experimentos que se efectuaban en el lugar. El centro de cómputos en sí era característico de las operaciones de Hiram, donde se cuidaban extremadamente los costos, y era ínfimo: un módulo temporario de oficina con piso de baldosas de plástico, paneles fluorescentes en el techo; tabiques de plástico, que simulaban ser de madera, para los puestos de trabajo.
Estaba atestado con terminales de computadora, pantallas flexibles, osciloscopios y otros equipos electrónicos. Caños para cables y fibras de luz serpenteaban por todas partes, obras adosadas a las paredes, los pisos y el techo con cinta adhesiva. Había un olor complejo de ozono proveniente del equipo eléctrico, de café rancio y de sudor.
El comedor había resultado ser una choza deprimente con mesas de plástico y máquinas expendedoras de bebidas, todo mantenido por un trajinado robot de control remoto. Hiram y sus dos hijos se sentaron en torno de una mesa, con los brazos cruzados y evitaron mirarse de frente.
Hiram hurgó en uno de sus bolsillos e hizo aparecer una pantalla flexible del tamaño de un pañuelo. La alisó sobre la mesa y dijo:
—Iré al grano. Encendido. Reproducción. Cairo.
David miró la pantalla. Vio, a través de una sucesión de escenas breves, alguna clase de emergencia médica que se estaba desarrollando en la ciudad egipcia de El Cairo, bajo un sol abrasador: camilleros que llevaban cuerpos provenientes de edificios; un hospital atestado de cadáveres y parientes desesperados y personal médico al que se hostilizaba; madres apretando contra el pecho el cuerpo inerte de niños, mientras aullaban de dolor.
—¡Dios bendito!
—Dios parece haber estado mirando hacia otro lado —dijo Hiram con tono sombrío—. Esto ocurrió hoy por la mañana. Otra guerra por el agua. Uno de los vecinos de Egipto vertió una toxina en el Nilo. Las primeras estimaciones arrojan dos mil muertos, diez mil enfermos, se esperan muchas más muertes.
—Ahora bien —dijo mientras golpeaba con el dedo la pantalla—, miren la calidad de la imagen. Algunas de estas imágenes provienen de cámaras portátiles; otras, de equipos teleguiados. A todas se las tomó dentro de los diez minutos posteriores al primer brote del que diera información una agencia local de noticias. Y aquí está el problema. —Hiram tocó la esquina de la imagen con la uña. Ahí aparecía un logo: NLT, la red Noticias en Línea de la Tierra, uno de los rivales más acérrimos en el terreno de la búsqueda de noticias. Hiram dijo:
—Tratamos de llegar a un acuerdo con la agencia local, pero la NLT se adelantó a nosotros en dar a conocer las noticias sensacionales. —Miró a sus hijos. —Esto ocurre todo el tiempo. De hecho, cuando más grande me vuelvo, más alimañas agudas como la NLT le tiran dentelladas a mis talones.
“Mantengo dotaciones de camarógrafos y corresponsales por todo el mundo, a un costo considerable. Tengo agentes locales en cada esquina del planeta… pero no podemos estar en todas partes y si no estamos ahí puede tardar horas, días inclusive, poner una dotación en el lugar. En el negocio de las noticias, durante las veinticuatro horas —crean lo que les digo— llegar un minuto tarde es fatal.
David frunció el entrecejo:
—No entiendo. ¿Estás hablando sobre ventajas para competir? Ahí hay gente muriendo, delante de tus propios ojos.
—La gente muere todo el tiempo —dijo Hiram con aspereza. —La gente muere en guerras por los recursos naturales, como en este caso que vimos de El Cairo, o por diferencias religiosas o étnicas sutiles o porque algún maldito tifón o una condenada sequía la golpea cuando el clima se vuelve loco o, sencillamente, sólo muere. No puedo alterar eso. Si no lo muestro, alguien más lo hará. No estoy acá para debatir sobre moralidad. Lo único que me preocupa es el futuro de mi negocio y, en este preciso momento, me están derrotando. Y es por eso que necesito apoyo… el apoyo de ustedes dos.
Bobby dijo con brusquedad:
—Primero háblanos sobre nuestras madres.
David contuvo el aliento.
Hiram se atragantó con el café. Dijo con lentitud:
—Está bien. Pero, en verdad, no hay mucho para decir… Eve —la madre de David— fue mi primera esposa.
—Y tu primera fortuna —dijo David con frialdad.
Hiram se encogió de hombros.
—Usamos la herencia de Eve como la base monetaria que nos permitió iniciar la empresa. Es importante que lo entiendas, David: nunca despojé a tu madre. En aquellos primeros tiempos éramos socios. Teníamos una especie de plan empresario de largo plazo. Recuerdo que lo escribimos en el reverso del menú de nuestra recepción de bodas… Logramos cada uno de esos malditos objetivos, y más aún. Multiplicamos la fortuna de tu madre por diez. Y te tuvimos a ti.
—Pero tuviste una aventura amorosa y tu matrimonio se deshizo —dijo David.
Hiram miró con fijeza a David.
—¡Qué enjuiciador eres! Igual que tu madre.
—Limítate a contarnos, papá —acució Bobby.
Hiram asintió con una leve inclinación de cabeza.
—Sí, tuve un amorío… con tu madre, Bobby. Heather, así se llamaba. Nunca quise que las cosas salieran así. David, mi relación con Eve había estado fallando durante mucho tiempo. ¡Esa maldita religión de ella!
—Así que la desechaste.
—Ella trató de desecharme a mí. Quise que llegáramos a una conciliación, que fuéramos civilizados respecto de esa cuestión. Al final me abandonó… llevándote con ella.
David se inclinó hacia adelante.
—Pero la dejaste afuera de tus intereses empresarios. De una empresa que habías levantado con el dinero de ella.
Hiram se encogió de hombros.
—Ya te dije que busqué una conciliación. Ella quería todo. No pudimos llegar a un acuerdo. —La mirada se endureció. —Yo no estaba dispuesto a ceder todo lo que había construido. No por el capricho de una fanática enloquecida por la religión… ni siquiera cuando esa fanática fuese mi esposa, tu madre. Cuando ella perdió su demanda de todo-o-nada, se fue a Francia contigo y desapareció de la faz de la Tierra… o lo intentó —sonrió—; no resultó difícil seguirte el rastro. —Hiram extendió la mano para tocar el brazo de David, pero éste lo retiró. —David, nunca lo supiste, pero estuve a tu lado. Encontré maneras de… hmmm… serte de utilidad, sin que tu madre se enterara. No me atrevería a ir tan lejos como decir que me debes todo lo que tienes, pero…
David sintió que la ira lo quemaba.
—¿Qué te hace pensar que yo quería tu ayuda?
Intervino Bobby:
—¿Dónde está tu madre ahora?
David trató de calmarse.
—Murió. Cáncer. Las cosas pudieron haber sido más fáciles para ella. No pudimos pagar…
—No me dejó ayudarla —terció Hiram—. Incluso en el final me rechazó.
David dijo:
—¿Y qué esperabas? Le quitaste todo lo que tenía.
Hiram negó sacudiendo la cabeza.
—Ella me quitó algo más importante: tú.
—Y por eso —dijo con frialdad Bobby— concentraste tu ambición en mí.
Hiram se encogió de hombros.
—¿Qué puedo decir? Bobby, te di todo… todo lo que pude darles a los dos. Te preparé lo mejor que pude.
—¿Preparé? —rió David, meditabundo—. ¿Qué clase de palabra es ésa?
Hiram dio un golpe sordo sobre la mesa.
—Si Joe Kennedy puede hacerlo, ¿por qué no Hiram Patterson? ¿No lo ven, muchachos? No hay límite para lo que podemos conseguir si trabajamos juntos…
—¿Estás hablando de política? —David contempló la cara suave y con gesto de asombro de Bobby. —¿Es eso lo que pretendes para Bobby? ¿Quizá la Presidencia misma? —rió—. Eres exactamente como te imaginaba, padre.
—¿Y cómo soy?
—Arrogante. Manipulador.
Hiram se estaba enojando.
—Y tú eres tal como yo esperaba: tan pomposo y mojigato como tu madre.
Bobby contemplaba a su padre, absorto.
David se puso de pie.
—Quizá ya hemos dicho lo suficiente.
El enojo de Hiram se disipó de inmediato.
—No. Espera. Lo siento. Tienes razón. No te arrastré hasta aquí para pelear contigo. Siéntate y escúchame… Por favor.
David permaneció parado.
—¿Qué quieres de mí?
Hiram se acomodó en la silla y lo estudió.
—Quiero que construyas para mí un agujero más grande de gusano.
—¿Cuánto más grande?
Hiram hizo una profunda inhalación.
—Lo suficientemente grande como para que se pueda mirar a través de él.
Siguió un prolongado silencio.
David se volvió a sentar, sacudiendo la cabeza.
—Eso es…
—¿ Imposible ? Lo sé. Pero déjame hablar de todos modos. —Hiram se levantó y caminó por el atiborrado y desordenado refectorio, gesticulando mientras hablaba, animado, excitado. —Supongamos que yo pudiera abrir de inmediato un agujero de gusano desde mi sala de redacción en Seattle, y que llegara directo a este suceso en El Cairo que constituye una noticia. Supongamos, también, que ese agujero de gusano fuera lo suficientemente amplio como para transmitir imágenes del suceso: desde cualquier parte del mundo, yo podría suministrar imágenes en forma directa a la red, sin que virtualmente hubiera demora alguna, ¿está bien? Piensa en ello: podría despedir a mis corresponsales locales y dotaciones de camarógrafos, reduciendo mis costos a una fracción. Hasta podría montar alguna clase de instalación automatizada de búsqueda, que hiciera una vigilancia continua a través de agujeros de gusano de vida efímera, esperando que surgiera la próxima noticia, dondequiera y cuando quiera. En verdad no hay límites.
Bobby sonrió sin muchas ganas.
—Papá, nunca podrían dar una noticia sensacional antes que tú.
—Y que lo digas. —Hiram se volvió hacia David. —Ése es el sueño. Ahora, dime por qué es imposible.
David frunció el entrecejo:
—Es difícil saber por dónde empezar. En estos precisos momentos puedes constituir Cadenas metaestables de Datos entre dos puntos fijos. Ése, por sí mismo, es un logro considerable. Pero necesitas una inmensa maquinaria en cada extremo para afianzar cada boca del agujero de gusano, ¿de acuerdo? Ahora, lo que deseas es abrir una boca estable de agujero de gusano en el extremo lejano, en el sitio donde se halla el suceso que es noticia, sin los beneficios de ninguna clase de afianzamiento.
—Eso es.
—Pues bien, eso es lo primero que es imposible, como estoy seguro de que te ha estado explicando tu personal técnico.
—Lo hicieron, en efecto. ¿Qué más?
—Quieres usar esos agujeros de gusano para transmitir fotones de luz visible. Ahora bien, los agujeros de gusano en la espuma cuántica vienen con la longitud de Planck-Wheeler, que es de diez elevado a menos treinta y cinco metros. Lograste expandirlos hasta alcanzar veinte órdenes de magnitud, de modo de hacerlos lo suficientemente grandes como para que hagan pasar fotones de rayos gamma. Frecuencia muy alta, longitud muy corta de onda.
—Sí. Usamos rayos gamma para transportar flujos de datos digitalizados, que…
—Pero la longitud de onda de tus rayos gamma es alrededor de un millón de veces menor que las longitudes de onda de la luz visible. La boca de tus agujeros de gusano de segunda generación tendrían que tener, como mínimo, alrededor de un micrón de lado a lado.
David miró con atención al padre.
—Presumo que tuviste a tus ingenieros tratando de conseguir exactamente eso… y no funciona.
Hiram suspiró.
—En realidad conseguimos meter suficiente energía de Casimir como para abrir violentamente agujeros de gusano que tuvieran esa anchura. Pero se produce una especie de efecto de realimentación que hace que la maldita cosa se desplome.
David asintió con la cabeza.
—Eso se denomina inestabilidad de Wheeler: los agujeros de gusano no tienen estabilidad natural. La gravedad que hay en la boca de un agujero de gusanos atrae fotones y los acelera hasta hacerlos adquirir alta energía, y esa radiación cargada de energía bombardea la garganta del agujero y lo hace comprimirse. Es el efecto que se debe contrarrestar con energía negativa del efecto Casimir, para mantener abiertos los agujeros, aun los más pequeños.
Hiram caminó hasta la ventana del diminuto comedor. Más allá, David pudo ver la forma voluminosa del complejo de detectores, en el corazón de la planta.
—Acá tengo algunos buenos cerebros. Pero esta gente es experimentadora: todo lo que hacen es atrapar y medir lo que ocurre cuando todo sale mal. Lo que necesitamos es reforzar la teoría, es ir más allá del estado conseguido por la tecnología más avanzada. Y es ahí donde entras tú. —Se volvió. —David, quiero que te tomes un año sabático en Oxford y que vengas a trabajar conmigo en esto. —Hiram pasó el brazo por encima de los hombros de David; su carne era fuerte y cálida; su presión, abrumadora. —Piensa en cómo podría resultar todo esto. A lo mejor recibes el premio Nobel de Física, al mismo tiempo que yo devoro la NLT y esos otros cuzquitos ladradores que persiguen mis talones. Padre e hijo juntos… Hijos. ¿Qué opinas?
David estaba consciente de que la mirada de Bobby estaba clavada en él.
—Creo…
Hiram aplaudió.
—Sabía que dirías que sí.
—No lo hice, aún.
—Está bien, está bien, pero lo harás. Puedo percibirlo. Sabes, es simplemente maravilloso cuando los planes de largo plazo rinden dividendos.
David sintió escalofríos.
—¿Qué planes de largo plazo?
Hiram, hablando con rapidez y vehemencia, dijo:
—La posibilidad de que fueras a trabajar en Física; fue una sagacidad tuya permanecer en Europa. Hice investigaciones en ese terreno: te especializaste en matemática, ¿no es así? Después obtuviste el doctorado en un departamento de Matemática aplicada y Física teórica.
—En Cambridge, sí. El departamento de Hawking…
—Ésa es una típica ruta europea. Como resultado eres muy versado en la matemática más moderna. Es una diferencia de culturas. Los estadounidenses estuvieron a la vanguardia del mundo en física práctica, pero utilizan una matemática que se remonta a la Segunda Guerra Mundial. Así que si se está buscando un progreso teórico de importancia, no hay que pedirlo a alguien que hubiera recibido su instrucción en los Estados Unidos de América.
—Y aquí estoy yo —dijo David con frialdad—, con mi conveniente educación europea.
Bobby dijo con lentitud:
—Papá, ¿nos estás diciendo que arreglaste las cosas de manera que David obtuviera una educación europea en física, por si se hubiera dado la posibilidad de que te fuera útil? ¿Y todo eso sin que él lo supiera?
Hiram se sentó muy tieso.
—No sólo útil para mí: más útil para sí mismo. Más útil para el mundo. Más obligado a tener éxito. —Miró al uno y al otro, y les puso las manos sobre la cabeza, como si les estuviera dando la bendición. —Todo lo que hice fue pensando en lo más conveniente para ustedes. ¿Todavía no se dan cuenta?
David miró a Bobby a los ojos. La mirada de Bobby se desvió; su expresión era inescrutable.
Extraído de Ajenjo: Cuando las Montañas se Funden, por Katherine Manzoni, publicado por Shiva Press, Nueva York, 2033; también asequible como conjunto en flotación de Internet.
…Enfrentamos grandes desafíos como especie, si es que hemos de sobrevivir durante los próximos siglos. Ya es evidente que el efecto de los cambios de clima será mucho peor que lo que se imaginaba hace unas pocas décadas. En verdad, la predicción de esos efectos que se hiciera, por ejemplo, en la década de 1980, ahora aparece como tontamente optimista.
Hoy sabemos que el rápido calentamiento que tuvo lugar durante estos últimos siglos causó que una serie de sistemas naturales metaestables que había por todo el planeta, pasara a tener estados nuevos. Desde debajo del subsuelo siberiano permanentemente congelado que se derrite, ya se están liberando miles de millones de toneladas de metano y de otros gases de invernadero. Las aguas oceánicas que se calientan están desestabilizando aún más a los inmensos depósitos de metano alrededor de las plataformas continentales. La Europa boreal está ingresando en un período de frío extremo, debido a la interrupción de la Corriente del Golfo. Nuevas modalidades atmosféricas —tormentas permanentes— parecen estar surgiendo por sobre los océanos y las grandes masas continentales. La muerte de los bosques tropicales está volcando ingentes cantidades de dióxido de carbono en la atmósfera. La lenta fusión de la capa de hielo antártico occidental parece estar aliviando la presión sobre un archipiélago de islas hundidas que hay debajo de esa capa, lo que, a su vez, llevará a una fusión catastrófica adicional de la capa. Ahora se pronostica que el ascenso del nivel de los mares habrá de ser mucho mayor que lo que se imaginaba hace algunas décadas. Y así todo el tiempo.
Todos estos cambios están entrelazados. Puede ocurrir que la temporada de estabilidad climática que la Tierra disfrutó durante miles de años, estabilidad que, en primer lugar, permitió que la civilización humana surgiera, esté llegando ahora a su fin, quizá debido a nuestras propias acciones. Lo peor de todo es que nos estamos encaminando hacia un colapso climático irreversible como, por ejemplo, un efecto invernadero desbocado, que nos mataría a todos. Pero todos estos problemas empalidecen, en comparación con lo que nos ocurrirá a todos nosotros si el cuerpo que ahora se conoce como Ajenjo chocara contra la Tierra… aunque es una escalofriante coincidencia que la palabra rusa para Ajenjo sea Chernobyl…
De muchas de las especulaciones sobre el Ajenjo y sus probables consecuencias lamentablemente se ha dado información errónea… en verdad, complaciente. Permítanme reiterar aquí algunos hechos concretos básicos.
El primer hecho concreto es que el Ajenjo no es un asteroide. Los astrónomos creen que el Ajenjo en otro tiempo pudo haber sido una luna de Neptuno o Urano, o quizás estaba trabado en un punto estable dentro de la órbita de Neptuno, y después se lo perturbó de alguna manera. Pero que se lo perturbó no admite dudas y ahora está siguiendo un curso de colisión que lo llevará a chocar con la Tierra dentro de quinientos años.
Otro de los hechos concretos es que el impacto del Ajenjo no será comparable con el impacto de Chicxulub, que causó la extinción de los dinosaurios.
Aquel impacto fue suficiente como para causar mortandad en masa y para alterar, de manera drástica y para siempre, el curso de la evolución de la vida sobre la Tierra. Pero lo ocasionó un cuerpo colisionante de unos diez kilómetros de largo: el Ajenjo es cuarenta veces más grande y su masa es, en consecuencia, sesenta mil veces más grande. Un hecho concreto más nos dice que el Ajenjo no se limitará a producir un evento de extinción en masa, como en Chicxulub.
Será mucho peor que eso.
El impulso térmico esterilizará el suelo hasta una profundidad de cincuenta metros. La vida podría subsistir, pero únicamente si se entierra en lo profundo de cuevas. No conocemos manera alguna, ni siquiera en principio, por la que una comunidad humana pudiera sobreponerse al impacto. Podría ser que poblaciones viables se establecieran en otros mundos: en la órbita, en Marte o en la Luna. Pero incluso dentro de cinco siglos, nada más que a una pequeña fracción de la población actual del mundo se la podría proteger fuera de nuestro planeta.
Así, pues, a la Tierra no se la puede evacuar. Cuando el Ajenjo llegue, casi todos morirán.
Un hecho concreto más: al Ajenjo no se lo puede desviar con la tecnología que se prevé que habrá en el futuro. Es posible que podamos hacer a un lado cuerpos pequeños —de unos pocos kilómetros de longitud, típicos de la población de asteroides próximos a la Tierra—, con medios tales como el emplazamiento de cargas nucleares o de cohetes termonucleares. El desafío de desviar el Ajenjo es, en muchos órdenes, de magnitud mayor. Aunque se propusieron experimentos relativos al desplazamiento de tales cuerpos, mediante el empleo de, por ejemplo, una serie de ayudas gravitacionales —no accesibles en este caso— o mediante el empleo de tecnología de avanzada, tal como máquinas de von Neumann elaboradas por nanotecnología, para desarmar y dispersar el cuerpo. Pero esas tecnologías están mucho más allá de nuestra capacidad actual.
Dos años después de que yo expusiera la conjura para ocultarle al público en general la existencia del Ajenjo, la atención ya no se puede detener… y todavía tenemos que empezar a trabajar en los grandes proyectos de nuestra supervivencia. En verdad, el Ajenjo en sí ya está teniendo efectos de antemano. Es una cruel ironía que así como, por primera vez en nuestra historia, estuvimos empezando a manejar nuestro futuro de manera responsable y mancomunada, la perspectiva del Día del Ajenjo parece despojar de sentido esos esfuerzos. Ya hemos visto que se abandonaron diversas pautas voluntarias relativas a la emisión de desechos, la clausura de reservas naturales, un incremento de la búsqueda de fuentes de combustibles no renovables, un impulso de extinción entre las especies que están amenazadas. Si a la casa se la ha de demoler mañana de todos modos, la gente parece pensar que, siendo así, tampoco hay problema en quemar los muebles hoy. Ninguno de nuestros problemas es insoluble… ni siquiera el Ajenjo. Pero parece estar claro que para prevalecer, nosotros, los seres humanos, tendremos que actuar con una inteligencia y una abnegación que hasta ahora nos estuvieron evitando durante nuestra prolongada y enmarañada historia. Así y todo, mis esperanzas se concentran en la humanidad y su ingenio. Tiene importancia, estoy convencida de ello, el que al Ajenjo lo hubiera descubierto, no profesionales, que no estaban mirando en esa dirección, sino una red de observadores aficionados del cielo, que montaron telescopios robot en el patio trasero y utilizaron rutinas de soporte lógico compartido para explorar imágenes provenientes de detectores ópticos, en busca de reflejos luminosos cambiantes, y que rehusaron aceptar el manto de secreto que nuestro Estado trató de tender sobre ellos. Es en grupos de hombres como estos —honestos, inteligentes, cooperadores, obcecados, que rehúsan someterse a los impulsos que llevan al suicidio o al hedonismo o al egoísmo, que buscan nuevas soluciones para desafiar la complacencia de los profesionales—, en que podría hallarse nuestra mejor y más brillante esperanza de sobrevivir a aquello que el futuro nos depara…
Bobby estaba llegando con atraso a la Tierra de la Revelación. Kate todavía lo estaba esperando en la playa de estacionamiento, mientras los enjambres de ancianos adherentes empezaban a hacer presión sobre los portones de la gigantesca catedral de cemento armado y vidrio de Billybob Meeks.
Esta catedral había sido un estadio de fútbol americano en otra época: los asistentes se veían forzados a sentarse cerca de la parte posterior de una de las graderías, con la visual obstaculizada por pilares. Los vendedores de hot dogs, maníes, bebidas sin alcohol y drogas para recreación estaban trabajando entre el gentío, y por los altavoces sonaba el sistema de música por cable.
—Jerusalem —reconoció Kate—, basada sobre el grandioso poema de Blake relativo a la legendaria visita de Cristo a Gran Bretaña, ahora era el himno nacional de la nueva Inglaterra post Reino Unido.
Todo el piso del estadio estaba tapizado con espejos, lo que lo convertía en un piso de cielo azul sobre el que se esparcían gordas nubes de invierno. En el centro había un trono gigantesco, cubierto por piedras que destellaban en verde y azul. Probablemente cuarzo impuro, pensó Kate. A través del aire se vaporizaba agua, y lámparas de arco creaban un arco iris que se curvaba de manera espectacular. Más lámparas revoloteaban en el aire, delante del trono, sostenidas en lo alto por robots teleguiados, y tronos más pequeños daban vueltas llevando a los ancianos y ancianas vestidos de blanco con coronas doradas sobre la enjuta cabeza.
Y había bestias del tamaño de camiones volcadores que rondaban el campo de juego. Eran grotescas; cada parte de su cuerpo estaba cubierto con ojos que parpadeaban. Una de ellas desplegó gigantescas alas y voló como un águila unos pocos metros.
Las bestias rugieron a la multitud y el sonido fue amplificado por un retumbante conjunto de altavoces. La multitud se puso de pie y vitoreó como si hubiera estado celebrando el tanto logrado por su equipo.
Bobby estaba extrañamente nervioso. Llevaba un traje ajustado enterizo de color escarlata claro, con un pañuelo con morfotropía cromática envuelto alrededor del cuello. Era un magnífico play boy del siglo XXI, pensó Kate, tan fuera de lugar entre la multitud deslucida y senil que tenía en derredor, como un diamante en medio de la colección de caracoles recogidos en la playa por un niño.
Kate le tocó la mano.
—¿Estás bien?
—No me di cuenta de que todos iban a ser tan viejos.
Tenía razón, por supuesto. La congregación que se estaba reuniendo era una poderosa ilustración de cómo se iban plateando las sienes de Estados Unidos. De hecho, muchos de la multitud tenían bornes mejoradores de la actividad cognitiva, los que eran claramente visibles en la nuca: estaban allí para combatir el inicio de enfermedades relacionadas con la edad, como el mal de Alzheimer, al estimular la producción de neurotransmisores y moléculas para adhesión celular.
—Ve a cualquier iglesia del país y verás lo mismo, Bobby. Lamentablemente, la gente se siente atraída por la religión cuando se siente cerca de la muerte. Y ahora hay más gente de edad… y, quizá, con la venida de Ajenjo todos sentimos el roce de esa sombra oscura. Billybob no hace más que ir sobre la cresta de una ola demográfica. Sea como fuere, esta gente no muerde.
—Quizá no. Pero sí tienen olor. ¿No te das cuenta?
Kate rió.
—Nunca se deben usar los mejores pantalones cuando hay que salir a batallar por la libertad y la verdad.
—¿Eh?
—Henrik Ibsen.
En ese momento, un hombre se paró sobre el gran trono central. Era de baja estatura, gordo, y la cara le brillaba por el sudor. Su voz amplificada retumbó:
—¡Bienvenidos a la Tierra de la Revelación! ¿Sabéis por qué es-& tais aquí? —Su dedo apuntó como una espada. —¿Lo sabéis? ¿Lo sabéis? Escuchadme ahora: “El día del Señor estuve en espíritu y detrás de mí oí una poderosa voz que, cual trompeta, dijo: 'Escribid en un pergamino lo que veis…'” —Y el hombre sostuvo en alto un pergamino centelleante.
Kate se inclinó hacia Bobby.
—Te presento a Billybob Meeks. Agradable, ¿no? Aplaudan todos. Coloración protectora.
—¿Qué es todo esto, Kate?
—Es evidente que nunca leíste el Libro de las Revelaciones, el desvariante remate cómico de la Biblia —señaló Kate—: siete lámparas que flotan en el aire. Veinticuatro tronos alrededor del gran trono. Revelaciones está plagado de números mágicos: tres, siete, doce. Y la descripción que da del fin de las cosas es muy literal. Aunque, por lo menos, Billybob usa las versiones tradicionales, y no las ediciones de módem a las que se reescribiera para mostrar cómo la fecha de 2534 para el Ajenjo estuvo presente en el texto todo el tiempo… —suspiró. —Los astrónomos que descubrieron el Ajenjo nos hicieron un flaco favor al denominarlo así: capítulo ocho, versículo diez: “El tercer ángel hizo sonar su trompeta y una grandiosa estrella, fulgurante cual antorcha, cayó del cielo sobre el tercero de los ríos y sobre los manantiales. El nombre de la estrella es Ajenjo…”
—No entiendo por qué me invitaste a venir aquí hoy. De hecho, no sé cómo conseguiste enviarme un mensaje. Después de que mi padre te echara…
—Hiram todavía no es omnipotente, Bobby —contestó ella—. Ni siquiera respecto de ti. Y en cuanto al porqué… mira hacia arriba.
Un robot teleguiado flotaba sobre la cabeza de ellos. Estaba marcado con una palabra sencilla y sin adornos: GRAINS. Se sumergió entre la multitud, en respuesta a llamadas de miembros de la congregación.
Bobby se sorprendió.
—¿Granos? ¿El acelerador cerebral?
—Sí. La especialidad de Billybob. ¿Leíste a Blake: En un Grano de Arena un Mundo ver / y un Paraíso, en una Flor que Crece en la Soledad / En la Palma de tu Mano lo Infinito Sostener / y en una Hora abarcar la Eternidad… El punto culminante es que si tomas Granos, tu percepción del tiempo se acelera. Desde el punto de vista subjetivo podrás elaborar más pensamientos, tener más experiencias, en el mismo tiempo externo a ti. Una vida más larga… obtenible en forma exclusiva de Billybob Meeks.
Bobby asintió con la cabeza.
—¿Pero qué hay de malo en ello?
—Bobby, mira a tu alrededor. Los ancianos tienen miedo de la muerte. Eso los vuelve vulnerables a esta clase de plan fraudulento.
—¿Qué plan fraudulento? ¿No es cierto que Grains realmente funciona?
—En un aspecto, sí. El reloj interno del cerebro en verdad marcha con mayor lentitud en la gente de edad avanzada. Y ése es el mecanismo con el que está jugando peligrosamente Billybob.
—¿Y el problema es…?
—Los efectos secundarios. Lo que Grains hace es estimular la producción de dopamina, el mensajero químico principal del cerebro: tratar de hacer que el cerebro de un viejo funcione con la misma rapidez que el de un niño.
—Lo que en realidad no está bien —dijo Bobby con tono vacilante—, ¿no es así?
Kate frunció el entrecejo, desconcertada por la pregunta: no era la primera vez que tenía la sensación de que algo no estaba claro respecto de Bobby.
—Por supuesto que es algo malo. Es una manipulación maligna del cerebro. Bobby, la dopamina interviene en muchas de las funciones fundamentales del cerebro. Si los niveles de dopamina son demasiado bajos puedes padecer temblores, la incapacidad de iniciar movimientos voluntarios —el mal de Parkinson, por ejemplo—, y así toda la gama hasta llegar a la catatonia. Demasiada dopamina y puedes padecer agitación, trastornos obsesivo compulsivos, habla y movimientos descontrolados, adicciones, euforia. La congregación de Billybob —yo diría sus víctimas— no va a lograr la Eternidad cuando llegue su hora final. Con todo cinismo, Billybob les está quemando el cerebro.
“Algunos de los médicos están empezando a darse cuenta de lo que está pasando, pero nadie ha podido demostrar algo. Lo que realmente necesito son pruebas, provenientes de los propios laboratorios de Billybob, de que él sabe con exactitud lo que está haciendo… junto con pruebas de sus otras estafas.
—¿Tales como?
—Tales como la malversación de millones de dólares de compañías de seguros, al venderles listas falsas de miembros de su iglesia. Tales como el robo de una enorme donación proveniente de la Liga Antidifamación. Meeks sigue estafando, aunque ahora lo hace con mucho más estilo que cuando hacía bautismos por billetes… —Contempló a Bobby. —¿Nunca oíste hablar de eso? Durante un bautismo escondes un billete en la palma de la mano. De ese modo, la bendición de Dios se desvía al dinero en vez de al niño. Después vuelves a poner el billete en circulación y se supone que vuelve a ti con intereses… y para asegurarse de manera especial que eso funcione, entregas el dinero… a quién si no a tu predicador. Según las malas lenguas, Billybob tomó esa encantadora costumbre en Colombia, donde trabajaba como traficante de narcóticos.
Bobby parecía estar conmocionado.
—No tienes prueba alguna de eso.
—No aún —dijo Kate con tono sombrío—, pero la tendré.
—¿Cómo?
—Es de eso que quiero hablar contigo…
Bobby parecía estar levemente aturdido.
Kate dijo:
—Lo siento. Te estoy dando un sermón, ¿no?
—Un poquito.
—Hago eso cuando estoy enojada…
—Kate, tú estás enojada muchas veces…
—Siento que tengo derecho a estarlo. He estado tras la pista de este tipo durante meses.
Un robot teleguiado flotó sobre la cabeza de los presentes, portando juegos de Antiparras y Guantes virtuales.
—A estas antiparras y guantes los diseñó Tierra de la Revelación Corp, junto con Nuestro Mundo Corp., para lograr la plena experiencia de la Tierra de la Revelación. Se facturará de manera automática en vuestra tarjeta de crédito o cuenta personal, por minuto que estéis en línea. A estas antiparras y guantes…
Kate alzó el brazo y tomó dos juegos.
—Hora de salir a escena.
Bobby hizo un gesto de rechazo con la cabeza.
—Tengo implantes. No necesito…
—Billybob tiene su propia manera particular para dejar fuera de combate las tecnologías de la competencia. —Levantó las antiparras hacia su cabeza. —¿Estás listo?
—Supongo…
Kate experimentó una sensación de humedad alrededor de la órbita de los ojos, cuando de las antiparras se extendieron membranas para establecer con la piel del portador un empalme impermeable al paso de la luz. La sensación era como de bocas húmedas y frías que succionaban la cara.
Kate quedó suspendida instantáneamente en la oscuridad y en el silencio.
En ese momento, Bobby se materializó al lado de ella, flotando en el espacio y sosteniéndole la mano. Las antiparras y guantes eran, claro está, invisibles.
Y pronto la visión de Kate se aclaró más: había gente que flotaba en el aire alrededor de la pareja, y los había en tanta cantidad como hasta donde alcanzara la vista; parecían una nube de motas de polvo. Todos estaban vestidos con túnicas blancas y llevaban grandes y ostentosas hojas de palma… hasta descubrió que Bobby y ella misma las portaban. La luz fluía como un torrente desde el objeto que colgaba delante de ellos, haciéndolos refulgir.
Era un cubo inmenso, perfecto, que resplandecía con el brillo del Sol y empequeñecía por completo a la muchedumbre de gente que flotaba.
—¡Tremendo! —Volvió a decir Bobby.
—Revelaciones, Capítulo Veintiuno —murmuró Kate—. Bienvenidos a la Nueva Jerusalem. —Trató de arrojar a un lado su hoja de palma, pero otra simplemente apareció en su mano. —Tan sólo recuerda —dijo— que lo único que aquí es real es el flujo continuo de dinero que sale de tu bolsillo y va a parar al de Billybob.
Juntos cayeron hacia la luz.
El muro que tenía delante de ella estaba perforado por ventanas y una línea de tres portales en forma de arco. Kate pudo ver una luz en el interior, que refulgía con una intensidad cada vez mayor que el exterior del edificio. En comparación con las dimensiones del edificio, los muros parecían ser tan delgados como el papel.
Y todavía la multitud continuaba cayendo hacia el cubo, hasta que éste se alzó delante de ellos, gigantesco, como si hubiera sido un inmenso paquebote.
Bobby dijo:
—¿De qué tamaño es esto?
Kate murmuró:
—San Juan nos dice que es un cubo de doce mil estadios de lado.
—Y doce mil estadios es…
—Alrededor de dos mil kilómetros. Bobby, esta ciudad de Dios es del tamaño de una luna pequeña. Caer en su interior va a tomar mucho tiempo… y se nos ha de cobrar por cada segundo, claro está.
—En ese caso, ojalá tuviera un hot dog. Sabes, mi padre te menciona mucho.
—Está enojado conmigo.
—Hiram es… humm… muy cambiante. Creo que, en cierto nivel, encontró que eras estimulante.
—Supongo que eso me tiene que halagar.
—Le gustó la expresión que usaste, Anestesia electrónica. Tengo que admitir que no la entendí por completo.
Kate frunció el entrecejo, mientras los dos caían lentamente hacia la pálida luz gris.
—En verdad tuviste una vida de sobreprotección, ¿no, Bobby?
—La mayor parte de lo que tú denominas “manipulación maligna del cerebro” es beneficiosa, seguramente. Como los bornes para el Alzheimer. —La miró con fijeza. —Quizá no estoy tan fuera de eso como podrías creer: hace unos años inauguré el pabellón de un hospital donado por Nuestro Mundo. Ayudaban a pacientes que sufrían obsesión y compulsión, mediante la ablación de un circuito de realimentación destructiva que existía entre dos zonas del cerebro…
—El núcleo caudal y el núcleo amigdalino. —Sonrió ella. —Es notable cómo todos nos hemos convertido en expertos en anatomía cerebral. No estoy diciendo que todo es dañino, pero sí existe la compulsión a manipular. Las adicciones se anulan mediante cambios en el circuito de recompensas del cerebro. La gente proclive a tener ataques de ira se pacifica cuando se hace que a partes de su núcleo amigdalino, que es esencial para las emociones, se las cauterice. A las personas con adicción patológica al trabajo, a los jugadores compulsivos, hasta a la gente que habitualmente incurre en deudas se la diagnostica y cura. Incluso la agresión se ha relacionado con una perturbación de la corteza.
—¿Y qué hay de tan terrible en eso?
—Estos matasanos, estos médicos que hacen reprogramación, no entienden la máquina a la que están manipulando en forma desprolija. Es como tratar de descubrir las funciones del soporte lógico de una computadora quemando los microprocesadores con los que funciona esa computadora. Siempre hay efectos secundarios. ¿Por qué crees que a Billybob le fue tan fácil encontrar un estadio de fútbol americano del que apoderarse? Porque los deportes organizados como espectáculo tuvieron su decadencia a partir de 2015: los jugadores ya no luchaban con la suficiente crueldad.
Bobby sonrió.
—Eso no parece ser demasiado grave.
—Pues entonces toma esto en cuenta: la calidad y la cantidad de las investigaciones científicas originales tuvo una franca decadencia durante dos décadas. Al producir la curación de autistas y fronterizos, los médicos eliminaron la capacidad que tenía nuestra gente más brillante de dedicarse a disciplinas difíciles. Y la zona del cerebro que se relaciona con la depresión, la corteza subgenual, también se relaciona con la creatividad, la percepción del significado. La mayoría de los críticos coincide en que las artes han entrado en un retroceso. ¿Por qué crees que las bandas virtuales de rock de tu padre gozan de tanta popularidad setenta años después de que los originales hubieran llegado a la cima?
—Pero, ¿cuál es la alternativa? Si no fuera por la reprogramación, el mundo sería un sitio violento y salvaje.
Kate le apretó la mano.
—Puede no ser evidente para ti, en tu jaula de oro, pero el mundo que está ahí afuera sigue siendo violento y salvaje. Lo que necesitamos es una máquina que nos permita ver el punto de vista de la otra persona. Si no podemos conseguir eso, entonces toda la reprogramación del mundo es fútil.
Bobby dijo con tono burlón:
—Realmente eres una persona enojada, ¿no?
—¿Enojada? ¿Con charlatanes como Billybob? ¿Con los frenólogos y lobotomistas de hoy en día y con los médicos nazis que están manoseando nuestra cabeza, quizás hasta amenazando el futuro de la especie, mientras el mundo se cae a pedazos a nuestro alrededor? ¡Por supuesto que estoy enojada! ¿No lo estás tú?
Bobby le devolvió la mirada, perplejo.
—Creo que tengo que meditar al respecto… ¡Eh, estamos acelerando!
La Ciudad Santa se alzaba imponente frente a ella. El muro era como una gran llanura puesta en posición vertical; los portones, refulgentes cráteres rectangulares.
Los enjambres de personas estaban precipitándose hacia los grandiosos portones en arco en torrentes separados, como si se los hubiera estado atrayendo hacia remolinos. Bobby y Kate cayeron en picada hacia el portón central. Kate sintió una estimulante arremetida de cabeza, cuando el arco del portón se abrió de par en par ante ella… pero no había una legítima sensación de movimiento aquí: si se ponía a pensar sobre ello, Kate todavía podía sentir el cuerpo, sentado con toda calma en el asiento de duro respaldo del estadio.
Pero, así y todo, era un paseo extraordinario.
En el lapso de un latir del corazón habían pasado volando por el portal, un túnel brillante de luz blanco grisácea, y avanzaban rozando una superficie de brillante oro.
Kate miró en derredor, buscando muros que debían de estar a centenares de kilómetros de distancia. Pero aquí había una inesperada actividad artística. El aire estaba brumoso, hasta había nubes por encima de ella, esparcidas de manera rala, que reflejaban el resplandeciente piso de oro, y Kate no podía ver más allá de unos pocos kilómetros de la llanura dorada.
…Y entonces, miró hacia lo alto y vio los refulgentes muros de la ciudad que surgían de la capa de atmósfera que se aferraba al piso. Las llanuras y los bordes rectos se fusionaban constituyendo un cuadrado lejano, inesperadamente diáfano, que estaba muy por encima del aire.
Era un cielo raso sobre la atmósfera.
—¡Huy! —Dijo Kate. —Es la caja en la que vino embalada la Luna.
La mano de Bobby alrededor de la de ella era cálida y suave.
—Admítelo: estás impresionada.
—Billybob sigue siendo un estafador.
—Pero un estafador astuto.
En ese momento, la gravedad empezó a actuar. La gente que estaba alrededor de la pareja descendía como otros tantos copos de nieve humanos, y Kate cayó con ellos. Pudo ver un río, azul brillante, que corría transversal a la llanura dorada que estaba abajo. A sus riberas las tapizaba un denso bosque verde. Había gente por todas partes, advirtió Kate, diseminada por las riberas y las zonas despejadas que se veían más allá y cerca de los edificios. Alrededor de la muchacha, miles de personas más estaban cayendo del cielo. Con seguridad habría más aquí que las que pudieron haber estado presentes en el estadio: no cabía duda de que muchos de ellos eran proyecciones virtuales.
Los detalles parecían cristalizarse a medida que Kate caía: árboles y gente, y hasta puntos de luz en el agua del río. Por fin, los árboles más altos se extendieron hacia arriba en torno a ella.
Con una breve deformación de la imagen del movimiento, Kate se asentó con facilidad en el suelo. Cuando miró hacia el cielo vio una nevada de gente vestida con togas de un blanco impoluto, que caía con facilidad y sin miedo aparente.
Había oro por todos lados: bajo la planta de los pies, en los muros de los edificios más próximos. Kate estudió las caras que tenía cerca: parecían excitadas, felices, expectantes, pero el oro llenaba el aire con una luz amarilla que hacía que la gente pareciera estar padeciendo alguna deficiencia de minerales. Y no había la menor duda de que esas expresiones felices y beatíficas eran simulaciones virtuales que se había pintado sobre caras de gesto meditabundo.
Bobby caminó hacia un árbol. Kate advirtió que los pies desnudos de él desaparecían un centímetro, o dos, dentro de la superficie de hierba. Bobby dijo:
—Los árboles dan más que una clase de fruto. Mira: manzanas, naranjas, limas…
—En cada margen del río se alzaba el árbol de la vida, que daba doce clases de fruto y producía sus frutos todos los meses. Y las hojas del árbol son para dar cura a las naciones…
—Estoy impresionado por la atención que prestaron a los detalles.
—No lo estés. —Kate se inclinó para tocar el suelo: no pudo palpar hojas de hierba, ni rocío, ni tierra: nada más que la suavidad oleosa del plástico.—Billybob es un embustero —dijo—, pero un embustero de mala calaña. —Se enderezó. —Esto ni siquiera es una verdadera religión. Billybob tiene vendedores y analistas comerciales trabajando para él, no monjas. Está predicando un Evangelio de prosperidad, está diciendo que está bien ser codicioso y avaro. Habla con tu hermano al respecto. Éste es un fetichismo de las mercancías, que es descendiente directo del fraude que Billybob hacía con los bautismos con billetes.
—Al oírte da la impresión de que te importa la religión.
—Créeme, no me importa —dijo Kate con vehemencia—. La especie humana se podría arreglar perfectamente bien sin ella. Pero mi causa es contra Billybob y los de su calaña. Te traje acá para mostrarte cuan poderoso es, Bobby. Necesitamos detenerlo.
—¿Y cómo se supone que yo ayude?
Kate se acercó un poco más a Bobby.
—Sé lo que tu padre está tratando de construir: una extensión de su tecnología de Cadenas de Datos… un visor a distancia.
Bobby nada dijo.
—No pretendo que confirmes o niegues eso… y no te voy a decir cómo me enteré. Lo que quiero es que pienses en lo que podríamos lograr con una tecnología así.
Bobby frunció el entrecejo.
—Acceso instantáneo a los hechos que son noticia, donde fuere que tuvieran lugar…
Con un ademán, Kate quitó importancia a esa respuesta y dijo:
—Mucho más que eso. Piensa al respecto. Si pudieras abrir un agujero de gusano hacia cualquier parte, entonces no habría más barreras. No más paredes. Podrías ver a quien quisieras, en cualquier momento. Y truhanes como Billybob no tendrían sitio alguno para esconderse.
La arruga del entrecejo de Bobby se hizo más pronunciada.
—¿Estás hablando de espiar?
Kate rió.
—Oh, vamos, Bobby, sea como fuere cada uno de nosotros está bajo vigilancia todo el tiempo. Fuiste una celebridad desde que tuviste veintiún años: tú debes de conocer cómo es la sensación de saber que a uno lo observan.
—No es lo mismo.
Kate le tomó el brazo:
—Si Billybob no tiene algo para ocultar, entonces no tiene motivos para temer —dijo Kate—: míralo de ese modo.
—A veces hablas como mi padre —dijo Bobby con tono carente de inflexiones.
Kate quedó en silencio, intranquila.
Avanzaron junto con la muchedumbre. Ahora se estaban acercando a un grandioso trono con siete globos danzantes y veinticuatro tronos auxiliares de menor tamaño, una versión en escala mayor de la representación que, en el mundo real, Billybob había montado en el estadio.
Y delante del grandioso trono central, Billybob Meeks estaba de pie.
Pero éste no era el hombre gordo y sudoroso que Kate había visto en el estadio. Este Billybob era más alto, más joven, más delgado, mucho más guapo, como un joven Charlton Heston. Aunque debía de haber estado a, cuanto menos, un kilómetro de donde estaba Kate, se alzaba imponente ante la congregación. Y parecía estar creciendo.
Se inclinó, los brazos en jarras, la voz con intensidad de trueno.
—La ciudad no necesita del Sol ni de la Luna para que brillen sobre ella, pues la Gloria de Dios le confiere luz, y el Cordero es su lámpara… —Todavía Billybob seguía creciendo, los brazos eran ahora como troncos de árbol; la cara, un disco amenazador que ya estaba por encima de las nubes más bajas. Kate podía ver gente que huía como hormigas de debajo de los gigantescos pies de Billybob.
Y Billybob apuntó con un dedo poderoso directamente a Kate, inmensos ojos grises que la miraban con furia; los surcos de ira del entrecejo eran profundos como los canales de Marte.
—Nada impuro ingresará jamás en esta Ciudad, y tampoco lo hará quienquiera que hiciere lo que es vergonzoso o engañoso: únicamente lo harán aquellos cuyos nombres estén inscriptos en el Libro de la Vida del Cordero. ¿Está tu nombre en ese libro? ¿Lo está? ¿Eres tú digna?
Kate lanzó un grito, al verse repentinamente avasallada.
Y la levantó una mano invisible que la arrastró hacia el resplandeciente aire.
Tuvo una sensación de succión en ojos y oídos. La luz, el ruido, el hedor mundano de los hot dogs, la invadieron.
Bobby estaba arrodillado delante de ella. Kate pudo ver las marcas que las antiparras habían hecho alrededor de sus ojos.
—Te llegó, ¿no?
—Billybob sí sabe cómo hacer que su mensaje golpee en el blanco —jadeó Kate, todavía desorientada.
En fila tras fila de los desgastados asientos del antiguo estadio deportivo había gente que se balanceaba y gemía, mientras las lágrimas se filtraban desde los redondeles negros que las antiparras habían marcado alrededor de los ojos. En uno de los sectores, paramédicos estaban trabajando sobre gente inconsciente, quizá víctimas de desmayos, epilepsia, ataques cardíacos inclusive, especuló Kate: ella misma, cuando solicitó las entradas, tuvo que firmar varios formularios de exención de responsabilidad en caso de accidentes y no creía que la seguridad de los feligreses fuera cuestión de suma prioridad para Billybob Meeks.
Con curiosidad estudió a Bobby, que no parecía estar perturbado.
—Pero, ¿qué me dices de ti?
El joven sólo se encogió de hombros.
—Intervine en juegos de aventura que eran más interesantes. —Alzó la vista hacia el oscuro cielo invernal. —Kate… sé que simplemente me estás usando como medio para llegar a mi padre. Pero, aun así, me gustas… y, a lo mejor, retorcerle la nariz a Hiram sería bueno para mi alma. ¿Qué opinas?
La muchacha contuvo el aliento. Dijo:
—Creo que es lo más parecido a una contestación humana que te haya oído decir jamás.
—Pues entonces, hagámoslo.
Kate se obligó a sonreír: había conseguido lo que quería.
Pero el mundo que la rodeaba todavía parecía irreal, en comparación con la intensidad de esos instantes finales dentro de la mente de Billybob.
Kate no tenía duda alguna de que si los rumores sobre las capacidades de lo que Hiram estaba fabricando eran precisos, aunque lo fueran remotamente, y si ella podía ganar acceso a eso, entonces podría destruir a Billybob Meeks. Esta sería una grandiosa noticia exclusiva, un triunfo personal.
Pero sabía que alguna parte de ella misma, no importaba cuan profundamente la enterrara, siempre iba a lamentar haber actuado así. Alguna parte de ella siempre iba a añorar que se le permitiera regresar a esa rutilante ciudad de oro, con muros que se extendían hasta la mitad de la distancia a la Luna y donde gente fulgurante y sonriente aguardaba para darle la bienvenida.
Billybob había logrado vulnerarla; sus tácticas de choque habían podido derrotar a la propia Kate. Y eso, claro está, era el nudo de la cuestión. El porqué de que fuera necesario detenerlo a Billybob.
—Sí —contestó—. Hagámoslo.
David, junto con Hiram y Bobby, estaban sentados delante de una pantalla flexible gigantesca extendida por toda la pared de la sala de cálculos de la Fábrica de Gusanos. La imagen que aparecía en la pantalla, devuelta por una cámara de fibras ópticas que se había logrado introducir en el corazón de la Fábrica a través de un conjunto de imanes superconductores encajados entre sí, no era más que oscuridad sólo interrumpida por un pixel extraviado, un punto de color y luz.
En un extremo de la pantalla un contador digital indicaba una cuenta regresiva hacia el cero.
Con impaciencia, Hiram recorría a zancadas la atestada y estrecha sala de cálculos. Los técnicos ayudantes de David, atemorizados, se alejaban de él evitando su mirada.
Hiram preguntó con irritación:
—¿Cómo saben que el remaldito agujero de gusano está abierto siquiera?
David contuvo una sonrisa.
—No es preciso que susurres. —Señaló desde un rincón. Al lado del reloj de cuenta regresiva había un pequeño subtítulo numérico, una secuencia de números primos que iba aumentando desde dos hasta treinta y dos, una y otra vez. —Ésa es la señal de prueba, que el personal de Brisbane envía a través del agujero de gusano en las longitudes de onda normales de los rayos gamma; así sabemos que hemos logrado encontrar y estabilizar una boca de agujero de gusano… sin un anclaje a distancia, y que los australianos consiguieron localizarlo.
Durante sus tres meses de trabajo allí, David había descubierto rápidamente una manera de emplear las modulaciones de pulsos de materia exótica, para combatir la inestabilidad intrínseca de los agujeros de gusano. Este proceso transformado en ingeniería práctica y repetible había sido, por supuesto, difícil en extremo; pero finalmente había tenido éxito.
—Nuestra ubicación de la remota boca no es tan precisa todavía. Temo que nuestros colegas australianos tengan que perseguir la boca de nuestros agujeros de gusano a través del polvo que hay por allá. Debemos cambiar chisporroteos por parloteos, como dicen ellos. De todas maneras, ya se puede abrir un agujero de gusano hacia cualquier dirección. Lo que aún no sabemos es si podremos expandir los agujeros hasta darles la dimensión de la luz visible.
Bobby se reclinaba cómodamente contra una mesa, con las piernas cruzadas y con su apariencia atlética y relajada, como si acabara de salir de una cancha de tenis… Quizás así fuera, reflexionó David. —Creo que tenemos que conceder a David gran parte del mérito, papá; después de todo ya resolvió la mitad del problema.
—Sí —contestó Hiram—, pero todavía no veo cosa alguna, con excepción de un chorro de rayos gamma que algún australianito de nariz rota lanzó adentro del agujero. A menos que podamos encontrar la manera de ensanchar estos inmundos agujeros, estamos malgastando mi dinero. ¡Y no puedo aguantar este despilfarro! ¿Por qué realizamos solamente un ensayo por día?
—Porque —dijo David con tranquilidad— tenemos que analizar los resultados de cada ensayo, desarmar el equipo para el Casimir, volver a cero el equipo de control y los detectores. Tenemos que analizar cada falla, antes de que podamos llevar adelante la tarea con éxito. —Es decir, añadió para sus adentros, antes de que me pueda liberar de este complejo enredo de familia y regresar a la relativa calma de Oxford, con sus batallas para conseguir fondos y la feroz rivalidad académica.
Bobby preguntó:
—¿Qué es lo que estamos buscando, exactamente? ¿Qué aspecto tendrá un agujero de gusano?
—Eso lo puedo responder yo —dijo Hiram, todavía recorriendo la sala a zancadas—. Me formé con programas de ciencia popular lo suficientemente malos. Un agujero de gusano es un atajo a través de la cuarta dimensión. Tienes que recortar una parte de nuestro espacio tridimensional y unirla con otra similar situada allá, en Brisbane.
Bobby alzó una ceja mirándolo a David.
David dijo con cuidado:
—Es un poco más complicado que eso, pero lo que dice está más cerca de lo correcto que de lo erróneo. La boca de un agujero de gusano es una esfera que flota libremente en el espacio. Una extirpación tridimensional. Si logramos conseguir la expansión, por primera vez podremos ver la boca de nuestro agujero de gusano, con una lupa, aunque más no fuese.
El reloj de cuenta regresiva estaba ahora en un solo dígito.
David dijo:
—Todos con la cabeza hacia arriba. Allá vamos.
El murmullo de las conversaciones cesó y todos los presentes se volvieron hacia el reloj digital.
La cuenta llegó a cero.
Pero nada ocurrió.
Aunque en realidad, sucedieron cosas. El contador de seguimiento ascendió hasta llegar a una respetable puntuación, mostrando incluso partículas pesadas y llenas de energía que atravesaban el conjunto detector: los restos de un agujero de gusano que había explotado. Los elementos de pixel del conjunto se disparaban en forma individual cuando una partícula pasaba a través de él, estos disparos se podían utilizar para hacer el seguimiento de los fragmentos de los restos en su trayectoria, trayectorias que luego se podrían reconstruir y analizar.
Se generó una gran cantidad de datos, y muchos de buena ciencia; pero la pantalla flexible y gigante seguía en blanco. No había señal.
David contuvo un suspiro. Abrió el libro de registro diario y con su letra redonda y clara anotó los detalles de la ejecución del ciclo de ensayo. Alrededor de él, sus técnicos iniciaron el diagnóstico del equipo.
Hiram miró con fijeza la cara de David, la pantalla flexible vacía, los técnicos.
—¿Eso es todo? ¿Funcionó?
Bobby tocó el hombro de su padre.
—Incluso yo puedo decir que no, papá. —Señaló la secuencia de números primos del ensayo: se había congelado en trece. —El trece de la desgracia —murmuró Bobby.
—¿Tiene razón? ¿David, volviste a fallar?
—Esto no fue una falla: tan sólo otro ensayo. No entiendes la ciencia, padre. Ahora, cuando analicemos las pruebas de este último proceso seguramente aprenderemos de los resultados…
—¡Aprender, nada! ¡Debiera haberte dejado en la remaldita Oxford hasta que te pudrieras! Llámame cuando tengas algo. —Y sacudiendo la cabeza, Hiram salió de la sala a zancadas.
Cuando partió fue palpable la sensación de alivio que recorrió la sala. Los técnicos, todos ellos físicos especializados en partículas, de cabello cano y algunos de ellos mayores que Hiram, con carreras reconocidas más allá de la Compañía, se retiraron del lugar.
Cuando lo dejaron solo, David se sentó ante una pantalla flexible para comenzar su propio trabajo de seguimiento.
Hizo aparecer su metáfora favorita del escritorio. Era como una ventana que daba a un estudio atiborrado de cosas: sobre el piso, sobre anaqueles y una mesa, pilas desordenadas de libros y documentos amontonados; y colgando del cielo raso como esculturas con partes móviles, complejos modelos de desintegración de partículas.
Cuando David recorría la “habitación” con la mirada, el punto que caía dentro del foco de su atención se ampliaba, brindando más detalles mientras el resto de la habitación se veía borroneado, como el fondo deslavado de una pintura. Podía “levantar” documentos y modelos con la punta de los dedos, repasando las páginas hasta encontrar lo que deseaba, exactamente donde lo había dejado la última vez.
Primero tuvo que hacer una comprobación de las averías en los píxels del detector. Empezó a transferir los trazados luminosos del detector de vértices hacia el interior del canal de datos de señales analógicas y extrajo una vista panorámica ampliada de diversas placas detectoras. Siempre había fallas aleatorias de los píxels cuando alguna partícula especialmente poderosa chocaba con un elemento detector. Aunque algunos de los detectores habían sufrido suficientes daños por causa de la radiación como para necesitar su reemplazo, nada era tan grave.
Concentrado en su trabajo, tarareaba una canción, mientras se preparaba para empezar a actuar…
—Tu interfaz con el usuario es una confusión.
David, sobresaltado, se volvió: Bobby todavía estaba allí, reclinado contra la mesa.
—Lo siento —dijo David—. No fue mi intención darte la espalda. —Era extraño que no se hubiese dado cuenta de que aún seguía ahí su hermano.
Bobby dijo entonces:
—La mayoría de la gente emplea el motor de búsqueda.
—Que es lento hasta la irritación, proclive a cometer errores de entendimiento y que, de todos modos, enmascara un sistema jerárquico de almacenamiento de datos propio de la era victoriana. Archivadores. Bobby, no tengo la desenvoltura necesaria como para usar el motor de búsqueda. Soy nada más que un simio evolucionado al que le gusta usar sus manos y ojos para encontrar las cosas. Esto puede parecer un lío, pero sé con exactitud dónde se encuentra cada cosa.
—Pero, aun así, podrías estudiar este asunto del seguimiento de partículas un poco mejor si fueras un virtual. Si me permites, ensayaré para ti mi más reciente prototipo de Ojo de la Mente. Podemos llegar a más zonas del cerebro, conmutar con más rapidez a…
—Y todo sin necesidad de hacer una trepanación.
Bobby sonrió.
—Muy bien —dijo David—. Agradecería eso.
La mirada de Bobby recorrió la habitación en esa manera ausente y desconcertante que era propia de él.
—¿Es cierto? ¿Lo que le dijiste a papá, que esto no era un fracaso sino otro paso?
—Puedo entender la impaciencia de Hiram. Después de todo, es él quien está pagando por todo esto.
—Y está trabajando bajo presión por parte de la plaza comercial —dijo Bobby—; ya algunos de sus competidores están afirmando que tienen cadenas de datos de una calidad comparable con la de Hiram. Es indudable que no habrá de pasar mucho tiempo antes de que a uno de ellos se le ocurra la idea de un visor a distancia… de manera independiente, si es que alguien no lo dejó trascender ya.
—Pero la presión comercial no viene al caso —dijo David con irritación—. Un estudio como éste tiene que marchar a su propio ritmo. Bobby, no sé cuánto sabes de física.
—Parte de la base de que no sé nada. Una vez que tienes un agujero de gusano, ¿qué tiene de difícil expandirlo?
—No se trata de fabricar un auto más grande y mejor: estamos tratando de embutir espacio-tiempo dentro de una forma que no adoptaría de manera natural. Mira, los agujeros de gusano son intrínsecamente inestables. Sabes que, para mantenerlos abiertos, en primer lugar tenemos que enhebrarlos con materia exótica.
—Antigravedad.
—Sí. Pero la tensión que se produce en la garganta de un agujero de gusano es gigantesca. Constantemente estamos equilibrando una de las inmensas presiones contra otra. —David cerró los puños y los apretó uno contra otro, con fuerza. —En tanto estén en equilibrio, bien. Pero la perturbación más pequeña… y se pierde todo. —Dejó que uno de los puños se deslizara sobre el otro, rompiendo el equilibrio que había establecido. —Y esa inestabilidad fundamental se vuelve peor a medida que aumenta el tamaño. Lo que estamos tratando de hacer es vigilar las condiciones que existen en el interior del agujero de gusano y ajustar el bombeo de la materia de energía exógena para compensar las fluctuaciones. —Volvió a apretar los puños entre sí; esta vez, mientras desplazaba el izquierdo con movimientos cortos hacia atrás y hacia adelante, hacía una compensación con desplazamientos del derecho, de modo tal que los nudillos de ambos puños se mantuvieran apretados entre sí.
—Ya lo entiendo —dijo Bobby—, es como si estuvieras enhebrando el agujero de gusano con un soporte lógico.
—O con un gusano inteligente —dijo David, sonriendo—. Sí. Es muy exigente, desde el punto de vista del procesador y, hasta ahora, las inestabilidades han sido demasiado rápidas y catastróficas como para manejarlas.
—Mira esto. —Extendió la mano hacia la tapa del escritorio y, con el toque de la punta del dedo, extrajo una imagen nueva de una cascada de partículas: tenía un fuerte tronco púrpura, el color mostraba una ionización intensa, con enjambres de chorros rojos, anchos y angostos, algunos rectos; otros, curvos. Pulsó una tecla y la aspersión rotó en tres dimensiones; el software suprimió elementos que estaban en primer plano, para permitir que detalles de la estructura interna del chorro se volvieran visibles. El chorro central estaba rodeado por números que mostraban la energía, la cantidad de movimiento y las lecturas de carga ionizante.
—Acá estamos mirando un evento complejo y de alta energía, Bobby. Toda esta basura exótica se vomita antes de que el agujero de gusano desaparezca por completo. —Suspiró. —Es como si tratáramos de resolver la manera de reparar un auto, haciéndolo volar en pedazos y revisando minuciosamente los restos después.
—Bobby, fui honesto con nuestro padre. Cada ensayo es la exploración de otro ángulo de lo que denominamos espacio entre parámetros, mientras intentamos diferentes maneras de hacer que nuestros visores por agujero de gusano sean amplios y estables. No hay ensayos desperdiciados; cada vez que actuamos aprendemos algo.
De hecho, muchos de mis ensayos son negativos: en realidad, los diseño para que fracasen. Un solo ensayo que pruebe que alguna parte de la teoría está equivocada es más valioso que cien que demuestren que la teoría podría ser cierta. Con el tiempo llegaremos… O demostraremos que el sueño de Hiram es imposible con la tecnología actual.
—La ciencia exige paciencia.
David sonrió.
—Sí. Siempre la exigió. Pero para alguna gente resulta difícil mantener la paciencia frente al meteoro negro que se nos acerca a todos.
—¿El Ajenjo? Pero se halla a siglos de distancia.
—Pero los científicos no están solos en absoluto, en lo concerniente a verse afectados por el conocimiento de la existencia del Ajenjo. Existe el impulso de apurarse, de reunir tantos datos y formular nuevas teorías, de aprender tanto como fuere posible en el tiempo que queda… porque ya no estamos tan seguros de que habrá alguien que emplee nuestra obra como base de sus investigaciones, como siempre supusimos en el pasado. Por eso los investigadores toman atajos y el proceso de revisión de lo que hicieron por parte de sus pares está sometido a presión…
En ese momento, una luz roja de alerta empezó a destellar en lo alto de la pared de la sala de cómputos, y los técnicos empezaron a ingresar otra vez.
Bobby miró a David con gesto de curiosidad.
—¿Estás disponiendo el equipo para que vuelva a funcionar? Le dijiste a papá que realizabas nada más que un ensayo por día.
David le guiñó el ojo.
—Una mentira inocente, una efectiva forma de sacármelo de encima.
Bobby rió.
Resultó que era hora de ir a buscar el café antes de que empezara el nuevo ciclo de ensayo. Los dos hermanos fueron juntos a la cafetería.
Bobby está tardando en irse, pensó David, como si quisiera tomar parte en esto. En esa actitud, David percibía una necesidad, una necesidad que no entendía. Quizás hasta de… ¿Envidia? ¿Era eso posible?
Era un pensamiento deliciosamente maligno: Bobby Patterson, fabulosamente rico, este play boy, me envidia, a mí, a su honesto y flojo hermano. O, quizá, no es más que rivalidad entre hermanos por parte mía.
Mientras caminaban de vuelta, David buscó iniciar una conversación.
—¿Así que tienes una licenciatura, Bobby?
—Claro que sí, pero de la FCEU.
—¿La FCEU?… Oh, Harvard…
—Sí, la facultad de Ciencias Económicas de Harvard.
—Como parte de mi primer título hice unos estudios en ciencias económicas —dijo David, y sonrió —. Los cursos tenían el propósito de “equiparnos para el mundo moderno”. Todas esas matrices de dos por dos, la moda de esta teoría o de aquella, de un gurú de la administración empresaria o de otro…
—Bueno, pues, el análisis financiero no es la ciencia de la balística, como solíamos decir —murmuró Bobby con tono conciliador—, pero nadie en Harvard era un pelele. Gané mi lugar ahí sobre la base de mis méritos. Y la competencia allá era feroz.
—No me cabe duda de que lo era. —David estaba perplejo por la falta total de emoción que tenía la voz de Bobby, por su falta de fuego. Sondeó con delicadeza.
—Tengo la impresión de que te sientes… subestimado.
Bobby se encogió de hombros.
—Quizá. La división de rv de Nuestro Mundo es una empresa de mil millones de dólares por derecho propio. Si fracaso, papá dijo con toda claridad que no va a sacarme del problema. Pero hasta Kate cree que soy una especie de lugarteniente. —Bobby sonrió, mostrando los dientes. —Estoy disfrutando mi intento por convencerla de que no es así.
David frunció el entrecejo: ¿Kate?… Ah, sí, la joven reportera a la que Hiram había tratado de excluir de la vida de su hijo… sin conseguirlo, por lo que parecía. Interesante.
—¿Quieres que mantenga lo boca cerrada?
—¿Respecto de qué?
—Kate. La reportera…
—En verdad no hay algo por lo que haya que mantener la boca cerrada.
—Puede ser, pero nuestro padre no la aprueba. ¿Le dijiste que la sigues viendo?
—No.
Y esto puede ser lo único de tu joven vida, pensó David, de lo que Hiram no esté al tanto. Pues bien, mantengámoslo así. David se sintió complacido de haber establecido este pequeño vínculo con su hermano.
En ese momento, el reloj de cuenta regresiva se había acercado a su conclusión. Una vez más, la pantalla flexible de pared mostró una oscuridad negra como tinta, sólo interrumpida por destellos al azar de píxels, y con el monitor numérico que estaba en el rincón repitiendo con monotonía su lista de prueba de números primos. David miraba divertido cómo los labios de Bobby formaban en silencio los números de cuenta: Tres. Dos. Uno.
Y entonces la boca de Bobby quedó abierta por la conmoción, mientras una luz parpadeante jugaba sobre su cara.
David desplazó la mirada hacia la pantalla flexible.
Esta vez había una imagen: un disco de luz. Era una aparición caprichosa, parecida a una ensoñación, constituida por cajas y luces en hilera y cables, distorsionada casi más allá del reconocimiento, como si se la hubiera estado recibiendo a través de una grotesca lente ojo de pescado.
David se descubrió a sí mismo conteniendo la respiración. Cuando la imagen se mantuvo estable durante dos, tres segundos, deliberadamente tragó aire.
Bobby preguntó:
—¿Qué estamos viendo?
—La boca del agujero de gusano o, mejor dicho, la luz que está atrayendo desde sus alrededores, desde aquí, de la Fábrica de Gusanos. Mira, puedes ver la masa de material electrónico. Pero la fuerte gravedad de la boca está arrastrando luz desde el espacio tridimensional que está rodeándola por completo: se está distorsionando la imagen.
—Como hacen las lentes gravitacionales.
Miró a Bobby con sorpresa.
—Exactamente igual. —Revisó los monitores. —Ya estamos superando nuestros ensayos anteriores…
Para estos momentos, la distorsión de la imagen se estaba haciendo más fuerte, pues las formas del equipo y los dispositivos de iluminación se veían borroneados y parecían círculos rodeando el punto central de visión. Algunos de los colores manifestaban experimentar un desplazamiento Doppler: un soporte verde estaba empezando a parecer azul, el fulgor de las lámparas fluorescentes comenzaba a adoptar un matiz violeta.
—Nos estamos metiendo más profundamente en el agujero de gusano —susurró David—. No me abandones ahora.
La imagen se fragmentaba aún más, sus elementos se hacían añicos y se multiplicaban según un patrón reiterado en torno de la imagen en forma de disco. Era un calidoscopio tridimensional, pensó David, compuesto por imágenes múltiples de la iluminación del laboratorio. Lanzó una rápida mirada a las lecturas del contador, que le dijeron que gran parte de la energía de luz que caía dentro del agujero de gusano había experimentado una desviación hacia el ultravioleta y más allá aún; y, que la radiación energizada golpeaba fuertemente sobre las paredes curvas de este túnel en el espacio-tiempo.
Pero el agujero de gusano se mantenía.
Éste era un punto en el que todos los experimentos anteriores se habían derrumbado.
Ahora la imagen del disco empezaba a contraerse con la luz, que caía desde tres dimensiones sobre la boca del agujero de gusano, la garganta del agujero la comprimía hasta convertirla en un caño que se iba haciendo más angosto. La masa luminosa, que se mezclaba desordenadamente y se estaba contrayendo, alcanzó un valor máximo de distorsión.
Y entonces, la calidad de la luz cambió: la estructura de imágenes múltiples se volvió más simple, dilatándose, pareciendo dejar de mezclarse sola, y David comenzó a discernir elementos de un nuevo campo visual: una mancha borrosa de azul que bien podría ser un cielo; un blanco pálido que pudo haber sido una caja de instrumentos.
Dijo:
—Llamemos a Hiram.
Bobby preguntó:
—¿Qué estamos mirando?
—Tan sólo llama a nuestro padre, Bobby.
Hiram llegó a la carrera una hora después.
—Es mejor que valga la pena: interrumpí una asamblea de inversionistas…
Sin decir palabra, David le alcanzó una placa de cristal con óxido de plomo, del tamaño y la forma de un mazo de barajas. Hiram giró la placa sobre sí, inspeccionándola.
Se había pulido la superficie de la placa hasta convertirla en una lente de aumento. Cuando Hiram miró en su interior pudo observar dispositivos electrónicos en miniatura: detectores fotomultiplicadores de luz, para recibir señales; un diodo emisor de luz, que tenía la capacidad de emitir destellos para la realización de ensayos; una pequeña fuente de alimentación; electroimanes diminutos. Y, en el centro geométrico de la placa, una esfera diminuta y perfecta, casi en el límite de la visibilidad. Parecía de plata y reflejaba la luz como una perla, pero la calidad de la luz que devolvía no era ni por asomo el gris duro de las lámparas fluorescentes de la sala de cómputos.
Hiram se volvió hacia David.
—¿Qué estoy mirando?
Con un leve movimiento de la cabeza, David señaló la gran pantalla flexible de pared: mostraba algo que semejaba una nube redonda de luz azul y marrón.
Una cara apareció sin mayor definición en la imagen, una cara humana, la de un hombre de unos cuarenta años de edad, quizá. La imagen estaba sumamente distorsionada. Era, exactamente, como si ese hombre hubiera acercado la cara hasta tocar una lente ojo de pescado; pero David pudo reconocer el pelo negro rizado, la piel endurecida por una intensa exposición al sol, y la sonrisa amplia de dientes blancos.
—Es Walter —dijo Hiram, maravillado—, el jefe de nuestra instalación en Brisbane. —Se acercó más a la pantalla flexible: —Está diciendo algo. Sus labios se mueven. —Se quedó parado ahí, moviendo la boca en concordancia con la que se veía en la pantalla: —“Yo… los… veo”. Los veo… ¡Dios mío!
Detrás de Walter ahora se podía ver a otros técnicos australianos, sombras sumamente distorsionadas, que aplaudían en silencio.
David sonrió y se sometió a los gritos de alegría y los abrazos hasta la casi sofocación de Hiram, pero sin dejar de mirar todo el tiempo la placa de vidrio con óxido de plomo que contenía la boca del agujero de gusano, esa perla de mil millones de dólares.
Eran las tres de la mañana. En el corazón de la desierta Fábrica de Gusanos, en una burbuja de luz que se veía en la pantalla flexible, Kate y Bobby estaban sentados una al lado del otro. Bobby estaba trabajando en una sencilla sesión de preparación de preguntas y respuestas en la pantalla flexible. Estaban preparados para una larga noche: detrás de ellos se apilaba el equipo reunido con apresuramiento; frascos de café, mantas y colchones de espuma.
Se oyó un crujido. Kate dio un salto y agarró el brazo de Bobby.
Bobby siguió trabajando en el programa.
—Tómalo con calma. No es más que un poco de contracción térmica. Ya te lo dije: me aseguré que todos los sistemas de vigilancia tuvieran su foco ciego aquí y ahora mismo.
—No estoy poniendo eso en duda. Es, simplemente, que no estoy acostumbrada a moverme furtivamente en la noche de esta manera.
—Creía que eras una reportera de las duras.
—Sí, pero lo que hago generalmente es legal.
—¿ Generalmente?
—Sí, aunque no lo puedas creer.
—Pero esto —con un amplio ademán señaló la maquinaria misteriosa y voluminosa que estaba en la oscuridad— ni siquiera es equipo de vigilancia: no es más que una instalación experimental para física de alta energía. No hay algo así en todo el mundo; ¿cómo puede haber una legislación que contemple su utilización?
—Eso es un sofisma, Bobby. Ningún juez del planeta aceptaría ese argumento.
—Sofisma o no sofisma, te estoy diciendo que te calmes. Estoy tratando de concentrarme. El control de misión espacial que tenemos acá podría ser un poco más fácil de usar. David ni siquiera emplea la activación por la voz. Quizá todos los físicos son tan conservadores… O todos son católicos.
Kate lo estudió mientras trabajaba con firmeza en el programa: parecía estar tan animado como nunca antes ella lo había visto; por una vez plenamente dedicado a una actividad. Y, sin embargo, se lo veía completamente impertérrito ante cualquier duda de tipo moral. En verdad era una persona compleja; o, mejor dicho, pensó Kate con tristeza, incompleta.
El dedo de él revoloteó sobre un botón de comienzo que había en la pantalla flexible.
—Listo. ¿Lo hago?
—¿Estamos grabando?
Bobby tocó la pantalla flexible.
—Todo lo que venga a través de ese agujero de gusano quedará atrapado aquí mismo.
—…Perfecto.
—Tres, dos, uno. —Tocó la tecla.
La pantalla se volvió negra.
Desde la intensa oscuridad que la rodeaba, Kate oyó un profundo zumbido de tono grave, y cuando la gigantesca maquinaria de la Fábrica de Gusanos entró en línea, ingentes fuerzas se acumularon para rasgar un agujero en el espacio tiempo. Le pareció que estaba oliendo ozono y que percibía pinchazos de electricidad. Pero podía ser que fuera su imaginación.
Montar esta operación había sido lo más sencillo del mundo. Mientras Bobby había trabajado para obtener acceso clandestino al equipo de la Fábrica de Gusanos, Kate se había abierto camino hacia la mansión de Billybob, un palacio de recargado estilo barroco que se había construido en la región arbolada de la periferia del parque nacional Monte Rainier. Kate había tomado suficientes fotografías como para armar un tosco mapa externo de ese lugar y efectuado lecturas del Sistema Global de Localización de Posiciones en diversos puntos de referencia. Eso, y la información que Billybob jactanciosamente había revelado a revistas de arquitectura respecto del profuso plan del interior del edificio habían sido suficientes para que Kate elaborara un detallado mapa interno de la mansión, en el que no faltaba una cuadrícula de referencias del SGLP.
Ahora, si todo iba bien, esas referencias serían suficientes para establecer un enlace por agujero de gusano entre los aposentos privados de Billybob y este puesto simulado de escucha.
…La pantalla flexible se iluminó. Kate se inclinó hacia adelante.
La imagen estaba fuertemente distorsionada: era un manchón circular de luz en anaranjado, marrón y amarillo, como si se hubiera estado mirando a través de un túnel espejado. Había una sensación de movimiento, parches de luz que iban y venían de un extremo al otro de la imagen, pero no se podían discernir detalles.
—No puedo ver nada —se quejó Kate.
Bobby tocó la pantalla flexible.
—Paciencia. Ahora tengo que insertarme en las rutinas de desconvolución.
—¿Las qué?
—La boca del agujero de gusano no es la lente de una cámara, recuérdalo. Es una pequeña esfera sobre la que incide la luz que llega desde alrededor de la esfera, en tres dimensiones. Y esa imagen global queda sumamente borroneada cuando pasa a través del agujero de gusano en sí. Pero podemos utilizar rutinas de software para descifrar todo eso. Es bastante interesante. El software se basa en programas empleados por los astrónomos para eliminar factores tales como distorsión atmosférica, centelleo, borrosidad y refracción, cuando estudian las estrellas…
La imagen se aclaró bruscamente, y Kate quedó boquiabierta.
Vieron un enorme escritorio con una lámpara en forma de globo que colgaba sobre él. Había papeles y pantallas flexibles diseminados sobre la mesa del escritorio. Detrás del escritorio había una silla vacía, a la que se había empujado hacia atrás sin formalidad. En las paredes se veían gráficas de rendimiento y gráficas de barra y lo que parecían ser estados de cuentas.
Era un ambiente lujoso. El papel del empapelado parecía ser material inglés fabricado a mano, probablemente el más caro del mundo. Y sobre el piso, tirado ahí como al descuido, había un par de cueros de rinoceronte completos, con la boca totalmente abierta y los ojos vidriosos mirando con fijeza; los cuernos sobresalían orgullosos, aun en la muerte.
Y había una sencilla pantalla con animación: un recuento total que aumentaba en forma continua. Tenía un rótulo que decía CONVERSOS y mostraba un contador de almas humanas, tal como si fueran las ventas de hamburguesas de suski en una cadena de restoranes de comida rápida.
La imagen distaba mucho de ser perfecta. Era oscura, se le notaba el grano, a veces era inestable y tenía tendencia a congelarse o a descomponerse en nubes de píxeles pero, así y todo…
—No puedo creerlo —susurró Kate—. Está funcionando. Es como si todas las paredes sencillamente se hubieran convertido en vidrio. Bienvenido a la pecera de pececitos dorados…
Bobby operó su pantalla flexible, haciendo que la imagen reconstruida tomara una visión panorámica.
—Creía que los rinocerontes estaban extinguidos.
—Lo están ahora. Billybob estaba complicado en un consorcio industrial que adquirió de un zoológico privado en Francia la última pareja reproductora. Los genetistas habían estado tratando de apoderarse de los rinocerontes para guardar material genético, quizás óvulos y espermatozoides, hasta cigotas, con la esperanza de restaurar la especie en el futuro. Pero Billybob había llegado ahí primero y, por eso, es el propietario del cuero de los últimos rinocerontes existentes. Fue un buen negocio, si se lo mira de ese modo, por esas pieles se pueden exigir precios increíblemente altos.
—Pero ilegales.
—Sí. Pero nadie tendría el coraje de entablar un juicio contra alguien tan poderoso como Billybob. Después de todo, cuando llegue el día del Ajenjo, todos los rinocerontes se extinguirán de todos modos: ¿Qué diferencia habría? ¿Puedes hacer un acercamiento con esta cosa?
—En sentido metafórico: puedo aumentar y destacar de manera selectiva.
—¿Podemos ver esos papeles que están sobre el escritorio?
Con la uña del dedo, Bobby marcó los iconos de acercamiento y el foco del software progresivamente se desplazó hasta colocarse sobre el revoltijo de papeles que había en la mesa del escritorio. La boca del agujero de gusano parecía haberse ubicado a un metro del suelo y unos dos del escritorio. Kate se preguntaba si sería visible la diminuta cuenta reflectora que flotaba en el aire, así que los papeles se veían en línea oblicua por la distorsión de la perspectiva. Además, no era fácil su lectura, algunos estaban boca abajo u ocultos por otros. De todos modos, Bobby alcanzó a discernir secciones. Invirtió las imágenes, introdujo correcciones para la distorsión debida a la perspectiva y las limpió con rutinas de soportes lógicas inteligentes para mejoramiento de imágenes, de manera que Kate pudiera visualizar la gran cantidad de información del material.
En su mayor parte era papeleo de rutina de una empresa, prueba escalofriante de cómo Billybob se enriquecía en escala industrial a partir de estadounidenses crédulos… pero nada ilegal. Kate hizo que Bobby efectuara una exploración, revolviendo precipitadamente el material que estaba desparramado.
Y en ese momento, por fin, ella descubrió algo valioso.
—Alto —dijo—. Ajusta… Bueno, bueno. —Era un informe técnico, escrito en letra apretada, repleto de cifras, acerca de los efectos adversos por la estimulación con dopamina en sujetos de mucha edad.
—Eso es—susurró—, la prueba del delito. —Se puso de pie y empezó a recorrer la sala a zancadas, incapaz de contener su inquieta energía.
—¡Qué imbécil! Si se es traficante de drogas, se lo es para siempre. Si podemos conseguir una imagen del propio Billybob leyendo eso…; mejor aún, firmándolo. ¡Bobby, necesitamos encontrarlo!
Bobby suspiró y se reclinó en su asiento.
—Pues entonces pregúntale a David. Yo sé hacer giros sobre el eje y hacer acercamientos y alejamientos, pero en estos momentos no sé cómo hacer que esta cámara Gusano dé una imagen panorámica.
—¿ ¡Cámara Gusano! ? —preguntó Kate con una amplia sonrisa.
—Papá hace trabajar a sus especialistas en comercialización con aun mayor intensidad que a sus ingenieros. Mira, Kate, son las tres y media de la mañana. Seamos pacientes. Acá tengo cierre de seguridad hasta el mediodía de mañana, seguramente lo podremos sorprender a Billybob en su oficina antes de esa hora. Si no, volveremos a intentarlo otro día.
—Sí —Kate asintió con la cabeza, tensa—, tienes razón. Simplemente ocurre que estoy habituada a trabajar con rapidez.
Bobby sonrió.
—¿Antes de que algún otro periodista ansioso se inmiscuya en tu primicia?
—Eso sucede.
—Eh. —Bobby extendió el brazo y, ahuecando su mano, le tomó el mentón. En la Fábrica de Gusanos, sombría como una caverna, la cara oscura de Bobby era poco menos que invisible, pero el contacto con su mano era cálido, seco, inspiraba confianza. —No debes preocuparte. Tan sólo piensa que en este preciso instante, nadie en todo el planeta, nadie más, tiene acceso a esta tecnología de las cámaras Gusano. No existe modo alguno por el que Billybob pueda detectar qué tramamos, ni alguien más puede conseguir dar el golpe antes que tú. ¿Qué son unas pocas horas?
Ella respiraba agitada, jadeante; su corazón golpeaba contra el pecho: Kate parecía percibir la presencia de Bobby delante de ella en la oscuridad, en un nivel más profundo que el de la vista o el del olfato o, inclusive, que el del tacto, como si un núcleo existente muy en su interior estuviera reaccionando ante la cálida masa indefinida en la oscuridad que era el cuerpo de Bobby.
Ella extendió el brazo, le cubrió la mano y la besó.
—Tienes razón. Tenemos que esperar. Pero estoy consumiendo energía de todos modos… así que hagamos algo constructivo con ella.
Bobby pareció vacilar, como si tratara de comprender el significado de lo que ella le estaba diciendo.
Bien, Kate, se dijo a sí misma, no eres como las demás muchachas que conoció en su dorada y cómoda vida. A lo mejor necesita un poco de ayuda.
Pasó la mano libre alrededor del cuello de él y lo atrajo, hasta sentir sus labios sobre los de ella. La lengua de Kate, ardiente e inquisitiva, invadió la boca de él y recorrió una hilera de dientes inferiores perfectos. Los labios de él respondieron con avidez.
Al principio, Bobby fue tierno, hasta cariñoso pero, a medida que aumentaba la pasión, Kate advertía un cambio en su postura, en su actitud. Mientras respondía a las silenciosas órdenes de Bobby, estaba consciente de que le permitía asumir el control y, aun cuando Bobby la llevó hasta un profundo climax con la facilidad de un experto, Kate Sentía que él estaba distraído, perdido en los misterios de su mente extraña y herida; concentrado en el acto físico, no en ella.
Sabe hacer el amor —pensó ella— quizá mejor que cualquier otro que yo haya conocido… pero no sabe cómo amar. —Una forma cursi de decirlo y tristemente cierta.
Cuando él acercó su cuerpo, los dedos de ella le acariciaron la nuca y percibieron una dureza redonda debajo del cabello. Tenía el tamaño aproximado de una moneda de cinco centavos de dólar, igual de metálica y fría.
Era un borne para el cerebro.
En el silencio de la mañana primaveral de la Fábrica de Gusanos, David estaba sentado ante el resplandor de su pantalla flexible.
Él miraba la parte superior de su propia cabeza desde una altura de dos o tres metros. No era una imagen agradable: David se veía excedido de peso y una pequeña zona calva que no había advertido antes se distinguía en su coronilla, como una monedita rosada en medio de su despeinada cabellera.
Levantó la mano para palpar la zona calva.
La imagen que aparecía en la pantalla levantó la mano también, como un títere esclavo de las acciones del operador. David saludó con la mano, en un gesto infantil, y miró hacia arriba. Pero, claro está, no había qué ver, ninguna señal del diminuto desgarro en el espacio-tiempo que transmitía estas imágenes.
Tocó suavemente la pantalla flexible y el punto de vista giró en torno a un eje imaginario, quedando directamente hacia adelante. Otro toque, con vacilación, y el punto de vista empezó a desplazarse avanzando a través de las oscuras salas de la Fábrica de Gusanos; al principio lo hacía en forma un tanto espasmódica; después, con mayor suavidad. Enormes máquinas, que se alzaban amenazadoras y bastante siniestras, pasaron flotando frente a él como macizas nubes.
Con el tiempo, según suponía David, versiones comerciales de esta cámara para agujero de gusano vendrían con controles más intuitivos, controladores de mando quizá; palancas y perillas para hacer rotar el punto de vista en un sentido y en otro. Pero esta configuración sencilla de controles sensibles al tacto en la pantalla flexible era suficiente para permitirle controlar el punto de vista, lo que daba pie para concentrarse en la imagen en sí.
Y, por supuesto, un rincón de su mente le hacía recordar que, en realidad, el punto de vista no se movilizaba en absoluto; sino que los motores de Casimir estaban creando y deshaciendo una serie de agujeros de gusano, separados entre sí a distancias planckianas y ensartados formando una línea en el sentido en que el operador quisiese desplazarse. Las imágenes que regresaban por agujeros sucesivos llegaban lo suficientemente próximas como para darle a David la ilusión de desplazamiento.
Pero nada de esto era importante ahora, se dijo con severidad. Por ahora, lo único que deseaba era jugar.
Con una palmada decidida a la pantalla hizo girar el punto de vista y lo hizo volar directamente hacia la pared de hierro corrugado de la Fábrica. No pudo evitar encogerse cuando la barrera voló hacia él.
Hubo un instante de oscuridad.
Imprevistamente David se encontró del otro lado y envuelto en una encandilante luz de sol.
Frenó el punto de vista y lo dejó descender hasta la altura de los ojos. Estaba en los terrenos que rodeaban la Fábrica de Gusanos: césped, arroyos, encantadores puentecitos. El Sol estaba bajo, lo que facilitaba la proyección de largas sombras, bien definidas; sobre el césped había centelleantes vestigios de rocío.
David dejó que su punto de vista flotara hacia delante. En un principio como caminando al paso; luego, con un poco más de rapidez. El césped pasaba con celeridad debajo de él y los árboles replantados de Hiram se desplazaban por los costados como veloces manchones borrosos.
La sensación de velocidad era regocijante.
Todavía no había dominado los controles y, de vez en cuando, su punto de vista se hundía con torpeza a través de un árbol o de una roca, provocando momentos de oscuridad teñida de marrón o gris intenso. Pero David tenía mayor confianza en el control, y la sensación de velocidad, libertad y claridad era impresionante. Era como tener diez años nuevamente —pensó—, con los sentidos frescos y afilados, un cuerpo tan lleno de energía que era liviano como una pluma.
Llegó hasta el camino privado de la planta. Hizo elevar el punto de vista en dos o tres metros, recorrió la ruta y encontró la autopista. Voló más alto y se desplazó muy por lo alto de la autopista, contemplando los ríos de destellantes autos parecidos a escarabajos que circulaban por ella. El flujo del tránsito se concentraba llegando ya a la hora de máxima afluencia, se veía denso, desplazándose con celeridad. David pudo ver patrones en el flujo, nudos de densidad que se reunían y desaparecían cuando la red invisible de controles de programación llevaba a lo óptimo la corriente de autos guiados por el sistema de inteligencia artificial.
De pronto, impaciente, se elevó aún más, con lo que la autopista se convirtió en una cinta gris que viboreaba por la tierra; el parabrisas de los autos centelleaba como un collar de diamantes.
Ahora podía ver la ciudad, que se extendía delante de él. Los suburbios eran una prolija rejilla rectangular que estaba tendida sobre las colinas, las que, envueltas por la neblina, aparecían como sombras en gris. Los edificios altos del centro comercial se proyectaban hacia arriba como un compacto puño de hormigón armado, vidrio y acero.
David se elevó aún más, pasó velozmente a través de un delgado estrato de nubes, hasta llegar a la luz del Sol que brillaba intensamente más allá. Después, volvió a girar para ver el centelleo del océano, que, lejos del continente, aparecía manchado por la ominosa oscuridad de otro sistema más de tormenta que se acercaba. La curvatura del horizonte se hizo evidente cuando el continente y el mar se doblaron sobre sí mismos y la Tierra se convirtió en planeta.
David reprimió el impulso de lanzar un grito de alegría: siempre había querido volar como Superman. Esto, pensó, se va a vender como pan caliente.
Una luna creciente colgaba, baja y solitaria, en el cielo azul. David hizo rotar el punto de vista hasta que su campo visual se centró en esa astilla de descarnada luz.
Detrás de sí pudo oír una conmoción, voces que se alzaban, pies que corrían. Quizás había ocurrido una violación de la seguridad en alguna parte de la Fábrica de Gusanos. No era su problema.
Con determinación llevó el punto de vista hacia adelante. El azul de la mañana se hizo más intenso y viró hacia lo violeta. Ya podía ver las primeras estrellas.
Ellos durmieron por un rato.
Cuando Kate se volvió, sintió frío. Levantó la muñeca y su tatuaje se encendió: las seis de la mañana. Mientras dormía, Bobby se había alejado de ella, dejándola descubierta. Kate tiró de la manta que estaban compartiendo y se tapó el desnudo torso.
La Fábrica de Gusanos, carente de ventanas, estaba tan oscura y cavernosa como cuando llegaron. Pudo ver que la imagen por cámara Gusano del estudio de Billybob todavía estaba como antes; el escritorio, los cueros de rinoceronte y los papeles. Se había grabado todo lo ocurrido desde la instalación de la cámara Gusano. Con un temblor de excitación, Kate se dio cuenta de que podría tener suficiente material como para hacer que encerraran a Meeks para siempre…
—Estás despierta.
Giró la cabeza: ahí estaba la cara de Bobby, los ojos completamente abiertos, apoyada sobre una manta plegada.
Acarició la mejilla de la joven con el dorso de uno de los dedos.
—Creo que estuviste llorando —dijo.
Eso la sobresaltó. Resistió la tentación de sacarle la mano, de ocultar la cara.
Bobby suspiró.
—Encontraste el implante. Así que ahora hiciste el amor con un cabeza enchufada. ¿Es ése tu prejuicio? No te gustan los implantes. Quizá piensas que únicamente los delincuentes y los deficientes mentales deben sufrir la modificación de las funciones cerebrales…
—¿Quién lo puso ahí?
—Mi padre. Es decir, fue por iniciativa de él. Cuando yo era niño.
—¿Lo recuerdas?
—Tenía tres o cuatro años. Sí, lo recuerdo, y recuerdo haber entendido por qué lo estaba haciendo. No los detalles técnicos, claro, pero sí el hecho de que me amaba y quería lo mejor para mí. —Sonrió con humildad. —No soy tan perfecto como parezco. Era un tanto hiperactivo y también padecía una leve dislexia. El implante corrigió esas cosas.
Kate tanteó con la mano en la parte de atrás de la cabeza de Bobby y exploró el perfil del implante. Mientras trataba de no hacerlo de modo tan evidente, se aseguró de que su propio tatuaje de la muñeca pasara por encima de la superficie de metal. Se obligó a sonreír.
—Tendrías que perfeccionar tus piezas mecánicas.
Bobby se encogió de hombros:
—Funcionan bastante bien.
—Si me permites traer equipo para análisis microelectrónico podría hacer un estudio de tu implante.
—¿Para qué serviría hacerlo?
Kate hizo una profunda inspiración.
—Descubrir qué hace.
—Ya te dije lo que hace.
—Me dijiste lo que Hiram te dijo a ti.
Bobby se apoyó en uno de los codos y la miró con fijeza.
—¿Qué estás queriendo decir?
Sí, ¿por qué, Kate? ¿No será que simplemente estás irritada porque no da señales de estar enamorándose de ti… en tanto que, como es evidente, tú sí te estás enamorando de este hombre complejo y con imperfecciones? —se dijo ella—. Pareces tener… vacíos. Por ejemplo, ¿nunca te haces preguntas respecto de tu madre?
—No —respondió él—. ¿Debería hacerlo?
—No es cuestión de lo que deberías hacer, Bobby, sino que eso es precisamente lo que hace la mayoría de la gente… sin que haya que empujarla.
—Y tú supones que eso tiene algo que ver con mi implante. Mira, confío en mi padre. Sé que todo lo que hizo fue pensando en lo que habría de ser mejor para mí.
—Está bien. —Se inclinó para besarlo. —No es asunto mío. No volveremos a hablar de eso.
Por lo menos —pensó ella con un estremecimiento de culpa— no hasta que yo obtenga un análisis de los datos que ya recogí del borne de tu cabeza… sin tu conocimiento ni tu autorización. —Se acurrucó más cerca de él y con un brazo le envolvió el pecho, en gesto de protección.
De manera aterradoramente repentina, luz de linternas se derramó sobre ellos.
Kate tiró con toda prisa de la manta hasta tapar su pecho, sintiéndose absurdamente expuesta y vulnerable. La linterna que refulgía en sus ojos la encandilaba, ocultando al grupo de gente que estaba más allá: eran dos, tres personas. Llevaban uniformes oscuros.
Y estaba el inconfundible corpachón de Hiram, los brazos en jarras, la mirada clavada en ella.
—No pueden esconderse de mí —dijo Hiram, seguro de sí mismo. Con un gesto señaló la imagen que mostraba la cámara Gusano: —Apaguen esa maldita cosa.
La imagen se convirtió en puntos cuando el enlace de agujero de gusano con la oficina de Billybob se interrumpió.
—Ms. Manzoni, tan sólo por haber entrado acá sin permiso violó toda una serie de leyes. Y ni qué hablar del intento de violar la vida privada de Billybob Meeks. La Policía ya está en camino. Tengo mis dudas respecto de si podré hacer que la encierren en la cárcel—, aunque le juro que voy a hacer todo lo posible para que así sea, pero sí le puedo asegurar que nunca volverá a trabajar en el campo de su profesión.
Kate mantuvo una mirada desafiante y llena de cólera. Pero por dentro sintió que su firmeza se derrumbaba: sabía que Hiram tenía el poder para hacer exactamente lo que decía.
Bobby estaba acostado de espaldas, relajado.
Kate le dio un codazo en las costillas.
—No te entiendo, Bobby. Te espía. ¿Eso no te molesta?
Hiram se paró ante ella, amenazante.
—¿Por qué habría de molestarle? —A través de la luz que la encandilaba, Kate pudo ver gotas de sudor que brillaban sobre la coronilla calva de Hiram, la única señal de su furia. —Soy su padre. Lo que me molesta es usted, Ms. Manzoni. Para mí resulta evidente que usted está envenenando la mente de mi hijo. Tal como… —Se detuvo bruscamente.
Kate le devolvió la mirada asesina.
—¿Como quién, Hiram? ¿Como su madre?
La mano de Bobby aferró su brazo.
—Retrocede, papá. Kate, era seguro que él deduciría esto en algún momento. Escuchen, los dos, encontremos una solución de triunfo-triunfo para todo esto. ¿No es eso lo que siempre me dijiste, papá? —dijo con impulsividad—. No la eches a Kate. Dale un empleo. Aquí, en Nuestro Mundo.
Hiram y Kate hablaron en forma simultánea:
—¡¿Estás loco?!…
—¡Bobby, eso es absurdo! Si crees que voy a trabajar para esta alimaña…
Bobby alzó las manos en gesto de apaciguamiento.
—Papá, piénsalo un poco. Para explotar esta tecnología vas a necesitar los mejores periodistas de investigación, ¿no es cierto? Incluso con la cámara Gusano no puedes sacar a relucir una noticia si no tienes pistas.
Hiram resopló.
—¿Y con eso me quieres decir que ella es la mejor?
Bobby arqueó las cejas.
—Ella está aquí, papá. Descubrió todo acerca de la cámara Gusano. Hasta la empezó a usar. Y en cuanto a ti, Kate…
—Bobby, se va a congelar el infierno antes de que…
—Tú ya sabes lo de la cámara Gusano. Hiram no te puede dejar ir con ese conocimiento. Así que… no te vayas. Ven a trabajar aquí. Tendrás la delantera sobre cualquier otro condenado reportero del planeta. —Bobby miró a uno y a otro de sus interlocutores.
Hiram y Kate se lanzaron miradas asesinas.
Fue Kate la que habló:
—Yo insistiría en terminar mi investigación sobre Billybob Meeks. No me importa los vínculos que usted tiene con él, Hiram. Ese hombre es un mentiroso, un criminal en potencia y un traficante de drogas. Y…
Hiram lanzó una carcajada.
—¿Me está imponiendo condiciones?
Bobby dijo:
—Papá, por favor, tan sólo piénsalo. Por mC.
Hiram se alzó amenazador ante Kate, en su cara había un gesto de furia salvaje.
—Quizá tenga que aceptar esto. Pero no va a separar a mi hijo de mí. Espero que entienda eso. —Se enderezó y Kate se descubrió temblando de miedo.
—A propósito —Hiram le dijo a Bobby—, tenías razón.
—¿Respecto de qué?
—De que te amo. De que debes confiar en mí. De que todo lo que hice por ti lo hice pensando en lo mejor para ti.
Kate quedó boquiabierta.
—¿Usted lo oyó decir eso? —Pero por supuesto que sí; era probable que Hiram lo hubiera oído todo.
Los ojos de Hiram estaban sobre Bobby.
—Porque tú sí me crees, ¿no?… ¿No?
De Hora de Noticias Internacionales de Nuestro Mundo,
21 de junio de 2036:
Kate Manzoni (dirigiéndose a la cámara):
La real posibilidad, revelada aquí de manera exclusiva, de un conflicto armado entre Escocia e Inglaterra, y que en consecuencia, por supuesto, arrastraría a Estados Unidos de América, es el suceso más significante convertido en la nota central de este siglo nuestro: la batalla por el agua. Las cifras son rigurosas: menos del uno por ciento de la provisión mundial de agua es adecuada y accesible para su empleo por seres humanos. A medida que las ciudades se expanden y disminuye la tierra disponible para la actividad agrícola, la demanda de agua es cada vez más aguda. En algunas partes de Asia, del Oriente Medio y de África, el agua disponible de las napas superficiales ya se usó por completo, y los niveles de agua subterránea han ido disminuyendo durante décadas.
A comienzos de siglo, el diez por ciento de la población del mundo no tenía suficiente agua para beber. Ahora, esta cifra se triplicó; y se espera que para 2050 llegue a un alarmante setenta por ciento.
Nos hemos habituado a ver conflictos cruentos por la obtención de agua, por ejemplo, en China; y por las aguas del Nilo, del Eufrates, del Ganges y del Amazonas, lugares en los que el recurso en disminución se tiene que compartir, o en los que, acertada o equivocadamente, se percibe que el o los vecinos posee más agua que la que necesita. En este país se hicieron llamamientos al Congreso para que el Estado aplique más presión sobre los gobiernos canadiense y de Québec para que dejen pasar más agua a Estados Unidos, en especial al Medio Oeste, que se está convirtiendo en un desierto. De todos modos, la idea de que conflictos así pudieran llegar hasta el desarrollado mundo occidental, y reiterando nuestra revelación exclusiva, causa conmoción la noticia que una incursión armada contra Escocia, que garantizara los suministros de agua, es una cuestión considerada seriamente por el gobierno del Estado inglés.
Ángel McKie (fuera de cámara): Es de noche, y nada se mueve. Esta isla pequeña, engarzada como una joya en el mar de Filipinas, tiene nada más que medio kilómetro de longitud. Y, aun así, hasta ayer más de mil personas vivían aquí, apretujados en viviendas destartaladas que se extendían por estas tierras bajas hasta la línea de altamar. Incluso hasta ayer los niños jugaban a lo largo de esta playa.
Ahora, nada queda. Ni siquiera el cuerpo de los niños. El huracán Antony, el más reciente en desprenderse de la, en apariencia, permanente tormenta de El Niño, que sigue sembrando estragos alrededor de la costa del Pacífico, tocó este sitio brevemente, pero fue tiempo suficiente como para destruir todo lo que esta gente había construido en el transcurso de generaciones.
El Sol todavía se tiene que alzar sobre esta devastación. Ni siquiera las partidas de rescate han arribado aún. Estas imágenes llegan a ustedes de manera exclusiva por medio de una unidad remota transmisora de noticias perteneciente a Nuestro Mundo que, una vez más, dice presente en la tarea de dar a conocer las noticias antes que el resto de las cadenas informativas.
Regresaremos a estas escenas cuando lleguen los primeros helicópteros de auxilio, que se espera arriben desde el continente, de un momento a otro; y, mientras tanto, les vamos a mostrar un panorama submarino del arrecife de coral. Éste era el último remanente de una gran comunidad de arrecifes que tapizaba el estrecho de Tanon y el austral de Negros, que fue destruido hace tiempo ya, en su mayoría por la actividad pesquera mediante el empleo de dinamita. Ahora este último sobreviviente, conservado por una generación de dedicados expertos, ha sido arrasado…
Willoughby Cott (fuera de cámara) …ahora podemos ver ese gol otra vez, mientras viajamos sobre el hombro de Staedler con el dispositivo Tal-Como-Lo-Ve-El-Deportista, exclusivo de Nuestro Mundo.
Se puede ver la línea de defensores que está frente a Staedler, empujando hacia adelante a medida que él se aproxima, en espera de que este jugador haga un pase que lo dejaría a Cramer descolocado. Pero, en vez de eso, Staedler se aleja del jugador de ala y enfila hacia lo profundo del medio campo, esquiva a uno de los defensores, después al segundo, el arquero no sabe qué amenaza contrarrestar, si la de Staedler o la de Cramer, y aquí ustedes pueden ver la brecha que Staedler divisó, abriéndose en el poste cercano, imprime una súbita descarga de energía para acelerar, y… ¡dispara! Y ahora, gracias a la tecnología exclusiva de Nuestro Mundo para la obtención de imágenes desde el campo de juego, estamos viajando con la pelota, cuando ésta describe un arco hacia el interior de esa esquina superior, y la multitud de Beijing está en éxtasis…
Simón Alcalá (fuera de cámara)… en los bloques siguientes les traemos más imágenes exclusivas, detrás del escenario, de la visita de la zarina rusa Irina a una importante boutique de Johannesburgo… ¿Y qué estaba haciendo la hija de Madonna, después de haberse modificado la nariz en esta exclusiva clínica de cirugía cosmética de Los Angeles ? Los paparazzi de Nuestro Mundo: ¡Los llevamos hasta el interior de la vida de los famosos… con o sin su permiso! Pero primero: ¡He aquí una Asamblea General de la que nos gustaría ver más! Ayer, a la hora del almuerzo, la secretaria general Halliwell de las Naciones Unidas se tomó un respiro de la conferencia que se realiza en Cuba sobre la Iniciativa de la unesco para la Hidrología del Mundo. Halliwell creyó que este jardín en una terraza era seguro, y tuvo razón… bueno, casi la tuvo. El techo está cubierto por un espejo que permite ver desde sólo uno de los lados: deja pasar los rayos calmantes del sol, pero evita las miradas fisgoneantes… ¡Es decir, las miradas de todos, pero no las nuestras! Bajemos ahora a través del techo —sí, a través del techo— y ahí está ella, y por cierto que es un espectáculo muy agradable ver a la secretaria mientras disfruta sin ropa alguna de la filtrada luz del Sol caribeño. A pesar del techo espejado, Halliwell es cautelosa, ustedes pueden ver que se está cubriendo cuando un avión liviano pasa por encima… ¡Pero debió haber sabido que no se puede ocultar de Nuestro Mundo! Como podrán apreciar, el Señor Gravedad ha sido amable con nuestra secretaria general: Halliwell sigue teniendo una belleza tan deslumbrante como la que ostentaba cuando paseaba su ondulante figura por los escenarios del mundo hace cuarenta años… pero la pregunta es: ¿Es ella la Halliwell original o ha aceptado un poquito de ayuda…?
Cuando elfbi se puso al día con los asuntos de Hiram, Kate sintió que la inundaba el alivio.
Se había sentido más que feliz de dar las primicias sensacionales del mundo… pero habría estado haciendo eso de todos modos, con las cámaras Gusano o sin ellas. Y le producía una incomodidad cada vez mayor la idea de que una tecnología así de poderosa estuviera, de manera exclusiva, en las manos de un ruin capitalista megalómano como Hiram Patterson.
Dio la casualidad de que Kate estuviera en la oficina de Hiram el día que todo hizo crisis. Pero no resultó de la manera que la joven había esperado.
Kate estaba caminando de un lado para otro de la oficina, como una fiera enjaulada. Estaba discutiendo con Hiram, como siempre.
—¡Por el amor de Dios, Hiram!; ¿cuan poca cosa puede llegar usted a ser?
Hiram se reclinó en su sillón tapizado en imitación cuero y contempló por la ventana el centro comercial de Seattle, sopesando su respuesta.
Otrora, y eso Kate lo sabía, ésta había sido la suite presidencial de uno de los mejores hoteles de la ciudad. Aunque aún subsistía la gran ventana panorámica, Hiram no había retenido en absoluto los suntuosos adornos de esta habitación. Independientemente de cuáles fueran sus defectos, ser pretencioso no era uno de los que afectaban a Hiram Patterson. Ahora, la habitación era una oficina común y corriente de trabajo; el único mobiliario era la gran mesa de conferencias y su juego de sillas de respaldo vertical, una máquina para preparar café y un surtidor de agua. Corría el rumor de que Hiram tenía ahí una cama, enrollada en un compartimiento embutido en las paredes. Y, aun así, faltaba el toque de un ser humano, pensó Kate: ni siquiera había una sola imagen de un miembro de la familia… de los dos hijos, por ejemplo.
Pero quizá no necesita imágenes, pensó Kate con amargura. Quizá sus dos hijos eran suficiente trofeo.
—Así que —dijo Hiram con lentitud— ahora usted se auto designó como mi remaldita conciencia, Ms. Manzoni.
—Oh, vamos, Hiram. No es cuestión de conciencia. Mire, usted tiene un monopolio tecnológico que es la envidia de todas las demás empresas noticieras del planeta. ¿No puede ver cómo lo está desperdiciando? Chismes sobre la realeza rusa, programas con cámara oculta y tomas en la cancha de juegos de fútbol… No entré en esta profesión para fotografiar las tetas de la secretaria general de las Naciones Unidas.
—Esas tetas, como dice usted —contestó él secamente—, atrajeron a mil millones de personas. Mi preocupación primordial es derrotar a los competidores… y eso es lo que estoy haciendo.
—Pero se está convirtiendo en el paparazzi máximo. ¿Es ése el límite de su visión? Usted tiene tú… poder… para hacer el bien.
Hiram sonrió.
—¿El bien? ¿Qué tiene que ver el bien conmigo? Tengo que darle al público lo que el público quiere, Manzoni. Si no lo hago, algún otro bastardo lo hará. Sea como fuere, no entiendo de qué se está quejando: presenté su nota sobre la invasión de Escocia por Inglaterra. Eso fue una verdadera noticia por derecho propio.
—¡Pero usted la volvió insignificante al incluirla con basura de pasquín! Del mismo modo que usted hace que pierda importancia toda la cuestión de la guerra por el agua. Mire, la convención de las Naciones Unidas sobre hidrología fue un chiste…
—No necesito otro sermón sobre los temas acuciantes de actualidad, Manzoni. Sabe, usted es tan pomposa… pero entiende tan poco. ¿No se da cuenta?, a la gente no le interesa saber sobre los temas acuciantes. Debido a usted y su remaldito Ajenjo, la gente entiende que los temas acuciantes sencillamente no cuentan. No importa cómo bombeemos agua por todo el planeta ni lo que reste decir de eso, porque, de todos modos, el Ajenjo va a arrancar todas las cosas de cuajo. Todo lo que el público quiere es entretenimiento, distracción.
—¿Y ése es el límite de lo que usted ambiciona?
Hiram se encogió de hombros.
—¿Qué más se puede hacer?
Kate resopló para liberar su repugnancia:
—Sabe, su monopolio no va a durar para siempre. En la industria y en la prensa se especula mucho respecto de cómo consigue usted todas las noticias sensacionales. No podrá pasar mucho tiempo antes de que alguien descubra el porqué y repita las investigaciones que usted hizo.
—Tengo patentes…
—Ah, sí, claro, eso lo protegerá. Si usted persiste en su actitud, no le va a quedar cosa alguna para dejarle a Bobby.
Los ojos del hombre se achicaron hasta convertirse en ranuras.
—Ni se atreva a hablar de mi hijo. Sabe, cada día que pasa lamento más haberla traído acá, Manzoni. Sí, aportó algunos artículos buenos, pero no tiene sentido del equilibrio, no lo tiene en absoluto.
—¿Equilibrio? ¿Ése es el nombre que le da? ¿Usar la cámara Gusano nada más que para tomas de celebridades en ropa interior?…
Sonó el tono suave de una campanilla. Hiram alzó la cabeza, dirigiéndose hacia el aire y dijo:
—Dije que no quería que se me interrumpiera.
El tono de voz inofensivo del motor de búsqueda sonó desde el aire.
—Temo que tengo una superposición, señor Patterson.
—¿Qué clase de superposición?
—Acá está un tal Michael Mavens que viene a verlo a usted. A usted también, Ms. Manzoni.
—¿Mavens? No conozco a alguien de…
—Pertenece al FBI, señor Patterson. El Organismo Federal de…
—Sé qué es el FBI. —Hiram dio un golpe sobre el escritorio, frustrado. —Una maldita cosa después de otra.
Por fin, pensó Kate.
Hiram la miró fijamente.
—Tan sólo cuídese de lo que le dice a este imbécil.
Kate frunció el entrecejo.
—¿Es a este imbécil-encargado-de-hacer-cumplir la-ley, nom-brado-por-el-Estado-y-que-proviene-del-FBI al que se está refiriendo? Incluso usted tiene que responder ante la ley, Hiram. Diré lo que me parezca mejor.
Hiram apretó un puño, pareció estar pronto a decir más; despues se limitó a sacudir la cabeza. Avanzó de una zancada hacia la ventana panorámica y la luz azul del cielo, filtrada al pasar por el vidrio coloreado, arrancó brillos de su calva coronilla. —Remaldición —dijo—. Mil veces remaldición.
Michael Mavens, agente especial del FBI, llevaba el traje gris carbón, la camisa sin cuello y la corbata de cordón propios de la repartición. Era rubio, delgado como un alambre y parecía como si hubiese jugado mucho al tenis de gimnasio, sin duda que en alguna academia ultracompetitiva del FBI.
A Kate le pareció notablemente joven, alrededor de los veinte años. Y estaba nervioso: arrastró con torpeza la silla que Hiram le ofreció; manejó de manera desmañada su maletín cuando lo abrió y pescó de adentro una pantalla flexible.
Kate miró a Hiram: vio el gesto calculador en su cara oscura y ancha. También Hiram había descubierto la sorprendente incomodidad de este agente.
Después de mostrarles su insignia, Mavens dijo:
—Me agrada encontrarlos a ambos acá, señor Patterson, Ms. Manzoni. Estoy investigando lo que aparenta ser una violación de la seguridad…
Hiram fue al ataque.
—¿Qué autorización tiene usted?
Mavens vaciló.
—Señor Patterson, conservo la esperanza de que todos podamos aportar algo más constructivo que eso.
—¿Constructivo? —repitió Hiram con brusquedad. —¿Qué clase de respuesta es ésa? ¿Está usted actuando sin autorización? —Extendió el brazo para tocar el icono de un teléfono que tenía en la mesa del escritorio.
Mavens repuso con calma:
—Conozco su secreto.
La mano de Hiram quedó suspendida sobre el destellante símbolo; después la retiró.
Mavens sonrió.
—Motor de búsqueda. Cubierta de seguridad defbi nivel tres cuatro, autorización Mavens, M. K. Confirmar, por favor.
Al cabo de unos segundos, el motor de búsqueda informó de nuevo:
—Cubierta en su sitio, agente especial Mavens.
Mavens asintió con leve inclinación de cabeza.
—Podemos hablar sin ambages.
Kate se sentó frente a Mavens, presa de la curiosidad, perpleja nerviosa.
Mavens extendió por completo su pantalla flexible sobre el escritorio: mostraba la imagen de un helicóptero militar grande cuyos morros estaban pintados de blanco. Mavens preguntó:
—¿Reconoce esto?
Hiram se inclinó para acercarse más.
—Es un Sikorsky, creo.
—En realidad, un VH-3D —corrigió Mavens.
—Es el Infante de Marina Uno —dijo Kate—, el helicóptero de la presidenta.
Mavens observó a Kate.
—Así es. Estoy seguro de que ambos saben que la presidenta y su marido han pasado estos últimos días en Cuba, en la conferencia sobre hidrología de la ONU. Allá estuvieron utilizando el Infante d? Marina Uno. Ayer, durante un vuelo corto, tuvo lugar una conversación breve y privada entre la presidenta Juárez y el primer ministro inglés Huxtable. —Tocó con suavidad la pantalla flexible, que reveló un diagrama esquemático en bloques del interior del helicóptero. —El Sikorsky es un pájaro grande para ser una antigualla, pero está atiborrado con equipo de comunicaciones. Solamente tiene diez asientos: cinco los ocupan los agentes del servicio secreto, un médico, y asistentes militares y personales de la presidenta.
Hiram parecía sentir curiosidad.
—Creo que uno de esos asistentes tiene la pelota de rugby[4].
Mavens pareció estar apenado.
—Ya no usamos más la. pelota de rugby, señor Patterson. En esa ocasión, los demás pasajeros, además de la presidenta Juárez en sí, fueron el señor Juárez, el jefe de estado mayor, el primer ministro Huxtable y un agente inglés de seguridad.
“Toda esta gente, así como los pilotos, tienen la aprobación más alta posible de seguridad que, en el caso de los agentes y de otros miembros del personal, se comprueba todos los días. El señor Huxtable, por supuesto, a pesar de su título a la antigua, ocupa un cargo equivalente al de gobernador de Estado. Al mismo Infante de Marina Uno se lo revisa varias veces por día. A pesar de sus melodramas virtuales sobre espías y agentes dobles, señor Patterson, las medidas modernas contra espionaje electrónico son sumamente resistentes a los errores de maniobra. Además, la presidenta y el señor Huxtable estaban aislados dentro de una cortina de seguridad, inclusive dentro del Sikorsky. No sabemos que exista manera alguna por la que se pudiera violar esos diversos niveles de seguridad. —Volvió sus ojos castaños hacia Kate. —Y, sin embargo, aparentemente se pudo.
“La noticia que usted dio fue exacta, Ms. Manzoni: Juárez y Huxtable sí mantuvieron una conversación sobre la posibilidad de una solución militar para la disputa de Inglaterra con Escocia por la provisión de agua.
“Pero tenemos el testimonio del señor Huxtable de que sus especulaciones respecto de invadir Escocia son—fueron— privadas y personales. La noción es de él, no la había puesto en papel ni confiado al almacenamiento electrónico ni discurrido sobre ella con alguien, ni con su gabinete, ni siquiera con su compañera. Sus conversaciones con la presidenta Juárez fueron, en realidad, la primera vez que daba a conocer la idea en voz alta, para medir el grado de apoyo de la presidenta a una propuesta así, si se la formulaba de manera oficial.
“Y en el momento en que usted reveló el suceso, ni el primer ministro ni la presidenta habían discurrido sobre eso con alguien más. —Miró con ferocidad a Kate. —Ms. Manzoni, ya entiende cuál es la situación: la única fuente posible para su noticia es la conversación Juárez-Huxtable en sí.
Hiram se paró al lado de Kate.
—Ella no va a revelar sus fuentes a un imbécil como usted.
Mavens se pasó la mano por la cara y se reacomodó en la silla.
—Tengo que decirle, señor, que haber intervenido las conversaciones de la presidenta hará que le caiga encima una lista de acusaciones federales larga como su brazo. Un equipo de interorganismos de seguridad está investigando este asunto. Y la presidenta misma está sumamente enojada. A Nuestro Mundo se lo podría clausurar… y usted y Ms. Manzoni se podrán considerar afortunados si esquivan la prisión.
—Primero tendrá que demostrarlo —rugió, jactancioso, Hiram—. Puedo atestiguar que ninguna de las operaciones de Nuestro Mundo estuvo siquiera cerca del Infante de Marina Uno, como para plantarle un micrófono oculto o alguna otra cosa más. Este equipo de investigación interorganismos que usted dirige…
Mavens tosió.
—Yo no lo dirijo. Soy parte de él. De hecho, el jefe mismo del FBI…
La mandíbula de Hiram cayó, abierta por la sorpresa.
—¿Y sabe él que usted está aquí?¿No? Entonces, ¿qué está usted tratando de hacer acá? ¿Entrometerse conmigo… o chantajearme? ¿Se trata de eso?
Mavens parecía estar cada vez más incómodo, pero se mantenía recto en su silla.
Kate tocó el brazo de Hiram.
—Creo que mejor es que lo escuchemos, Hiram.
Hiram sacudió el brazo para que Kate lo suelte. Se volvió hacia la ventana, las manos fuertemente apretadas a la espalda, los hombros subiendo y bajando por la furia.
Kate se inclinó hacia Mavens.
—Usted dijo que conocía el secreto de Hiram. ¿Qué quiso dar a entender con eso?
Y Michael Mavens empezó a hablar sobre agujeros de gusano.
El mapa que hizo aparecer de dentro de su maletín y que extendió sobre la mesa estaba trazado a mano sobre papel sin membrete. Evidentemente, pensó Kate, Mavens estaba perdido en especulaciones que no había querido compartir con sus colegas delfbi ni confiar, siquiera, a la dudosa seguridad de una pantalla flexible.
El agente dijo:
—Éste es un mapa de la ruta que el Infante de Marina Uno recorrió ayer sobre los suburbios de La Habana. Marqué los puntos de tiempo con estas cruces. Se puede observar que cuando la conversación clave a bordo entre Juárez y Huxtable tuvo lugar —sólo duró unos minutos—, el helicóptero estaba acá.
Hiram frunció el entrecejo y con el dedo tocó una casilla que aparecía sombreada para que se destacara en el mapa y que estaba inmediatamente por debajo de la posición del Sikorsky cuando comenzó la conversación.
—¿Y esto qué es?
Mavens sonrió de oreja a oreja.
—Es suyo, señor Patterson: ésta es una terminal de Datos de Nuestro Mundo. La boca de un agujero de gusano, que establece la conexión con sus instalaciones centrales aquí, en Seattle. Estoy convencido de que la terminal Cadena de Datos que está debajo del Infante de Marina. Uno es el mecanismo que ustedes usaron para obtener la información proveniente de esa charla.
Los ojos de Hiram se achicaron hasta convertirse en dos ranuras.
Kate escuchaba, pero con una abstracción cada vez mayor, mientras Mavens hacía especulaciones, un tanto alocadamente, sobre micrófonos direccionales y los efectos de ampliación de los campos gravitacionales de la boca de los agujeros de gusano. La teoría que esgrimía el agente, tal como la estaba planteando, era que Hiram estaría utilizando como base la Cadena de Datos para llevar a cabo la escucha clandestina.
Era evidente que Mavens había descubierto sólo algunos aspectos de la verdad.
—Todo eso es basura —dijo Hiram con tranquilidad—. En su teoría hay agujeros por los que yo podría hacer pasar un 7a7.
—Exacto —agregó Kate con delicadeza—. Tal es la capacidad de Nuestro Mundo para instalar cámaras en sitios en los que no hay una terminal agujero de gusano para la Cadena de Datos. Como es el caso de aquellas islas filipinas arrasadas por un huracán o los pechos de la secretaria general Halliwell.
Hiram le lanzó una mirada asesina a Kate, advirtiéhdole que cerrara la boca.
Mavens parecía estar confundido, pero no cejó.
—Señor Patterson, no soy físico. Todavía no resolví todos los detalles, pero estoy convencido de que así como su tecnología de los agujeros de gusano es lo que le brinda la ventaja sobre sus competidores en la transmisión de datos, así también debe de hacerlo en sus operaciones de consecución de noticias.
—¡Oh, vamos, Hiram! —dijo Kate—. Él ya sabe la mayor parte de los hechos.
Hiram gruñó:
—¡Maldición, Manzoni! Le dije a usted que quería plausible negabilidad en cada una de las etapas.
Mavens miró a Kate con gesto de no entender de qué se hablaba.
Ella explicó:
—Lo que quiere decir es “tapar la existencia de las cámaras Gusano”.
Mavens sonrió levemente.
—Cámaras Gusano. Puedo imaginar qué quiere decir eso. Lo sabía.
Kate prosiguió:
—Pero la negabilidad no siempre fue posible. Y no en este caso. Usted lo sabía, Hiram, antes de dar su aprobación al artículo. Lo que pasó es que era una noticia importante demasiado buena para dejarla pasar. Creo que le debería decir a Mavens lo que él quiere saber.
Hiram la masacró con la mirada.
—¿¡Por qué demonios debería hacerlo!?
—Porque —intervino Mavens— creo que lo puedo ayudar.
Mavens contempló atónito la primera boca de agujero de gusano de David, que ya era una pieza de museo: la perla de espacio-tiempo todavía embebida en su bloque de vidrio.
—Y no se necesitan anclajes. Se puede poner el ojo de una cámara Gusano en cualquier parte, observar cualquier cosa… ¿Y puede recibir sonidos también?
—Aún no —dijo Hiram—. Pero el motor de búsqueda es un muy buen lector de labios. Y tenemos expertos humanos para respaldarlo. Y ahora, agente especial, dígame de qué manera me puede ayudar.
Con renuencia, Mavens volvió a depositar el bloque de vidrio sobre la mesa.
—Tal como Ms. Manzoni dedujo, el resto de mi equipo está nada más que unos pasos detrás de mí. Es probable que mañana se haga un allanamiento de estas instalaciones.
Kate frunció el entrecejo.
—Pues entonces usted, ciertamente, no debería estar acá dándonos el soplo.
—No, no debería —dijo Mavens con seriedad—. Miren, señor Patterson, Ms. Manzoni, seré franco. Tengo la suficiente arrogancia como para creer que en este asunto puedo ver con un poco más de claridad que mis superiores, que es la causa por la que me estoy extralimitando. La tecnología de cámara Gusano de ustedes, aún con lo poco que he podido deducir, es fantásticamente poderosa. Y podría hacer una inmensa cantidad de bien: llevar delincuentes ante la justicia, hacer contraespionaje, vigilancia…
—Si estuviera en las manos adecuadas —dijo Hiram con pesadumbre.
—Si estuviera en las manos adecuadas.
—Y eso quiere decir las de ustedes. Las del fbi.
—No sólo nosotros. Pero, en el dominio público, sí. No puedo estar de acuerdo con que ustedes hayan dado a conocer la conversación Juárez-Huxtable. Pero que hubieran expuesto la maniobra dolosa existente detrás del proyecto de desalinización Galveston, por ejemplo, fue una obra maestra de periodismo. Al dejar al descubierto ese plan fraudulento en particular, tan sólo al Tesoro le ahorraron miles de millones de dólares. Pero yo soy un servidor público y para la gente, para nosotros, también es necesaria esa tecnología, señor Patterson.
—¿Para invadir la vida privada de los ciudadanos? —preguntó Kate.
Mavens negó moviendo la cabeza.
—Toda tecnología está expuesta a que se haga mal uso de ella. Tendría que haber controles. Pero, y esto puede ser que usted no lo crea, Ms. Manzoni, en la mayoría de los casos nosotros, los servidores públicos, somos muy honestos. Y necesitamos toda la ayuda que podamos obtener. Éstos son tiempos cada vez más difíciles; como usted bien sabrá, Ms. Manzoni.
—El Ajenjo.
—Sí. —Mavens frunció el entrecejo, y pareció estar muy preocupado. —La gente parece ser reacia a asumir la responsabilidad que le toca, y ni qué hablar de la responsabilidad de los demás por su comunidad. El aumento de la criminalidad va acorde con el aumento de la apatía ante esa criminalidad. Es de suponerse que esto habrá de empeorar a medida que transcurran los años, a medida que el Ajenjo se aproxime más.
A Hiram parecía habérsele despertado la curiosidad.
—¿Pero cuál es la diferencia, si el Ajenjo nos hará puré a todos de cualquier manera? Cuando yo era niño, en Inglaterra, crecimos con la convicción de que cuando se desatara la guerra termonuclear íbamos a tener nada más que cuatro minutos de advertencia. Solíamos hablar sobre eso: ¿Qué harías tú con tus cuatro minutos? Yo me emborracharía como una cuba y…
—Nosotros tenemos siglos —dijo Mavens—, no minutos apenas. Tenemos el deber de mantener a la sociedad funcionando lo mejor que podamos, durante tanto tiempo como podamos. ¿Qué más podemos hacer? Y, entretanto, y tal como ha sido la norma durante décadas, este país tiene más enemigos que cualquier otra nación de la Tierra. La seguridad nacional puede tener una prioridad superior que los asuntos relativos a los derechos individuales.
—Díganos cuál es su propuesta —dijo Kate.
Mavens hizo una inspiración profunda.
—Quiero tratar de llegar a un acuerdo. Señor Patterson, ésta es su tecnología; tiene usted todo el derecho de obtener réditos de ella. Yo le propondría que conserve las patentes y el monopolio de la industria, pero si fuera usted le cedería la licencia al Estado, para que se la emplee en beneficio público bajo una legislación adecuadamente redactada.
Hiram contestó con brusquedad:
—Usted carece de autoridad para ofrecer un trato así.
Mavens se encogió de hombros.
—Por supuesto que no. Pero resulta evidente que éste sería un arreglo sensato, una situación de triunfo, triunfo para todas las partes intervinientes; entre ellas el pueblo de este país. Creo que se podría convencer a mi superior inmediato y entonces…
Kate sonrió.
—En verdad usted se jugó el todo por el todo en esto, ¿no? ¿Es tan importante?
—Sí, señorita, estoy convencido de que lo es.
Hiram sacudió la cabeza, dubitativo.
—Ustedes, malditos niños y su idealismo sentimental.
Mavens lo estaba observando.
—Entonces, ¿qué dice, señor Patterson? ¿Quiere ayudarme a convencer a mi gente para que acepte esto… o esperará el allanamiento de mañana?
Kate dijo:
—Estarán agradecidos, Hiram. En público, por lo menos. Quizás el Infante de Marina Uno venga a recogerlo del helipuerto que hay en su parque, para que la presidenta le ponga una medalla en el pecho. Es un paso que lo acerca más al centro del poder.
—Para mí y mis hijos —dijo Hiram.
—Sí.
—¿Y yo conservaría el monopolio comercial?
—Sí, señor.
Bruscamente, Hiram sonrió mostrando todos los dientes. Su actitud cambió de inmediato cuando aceptó esta derrota y empezó a rever sus planes.
—Hagámoslo, agente especial. —Extendió el brazo hacia el otro lado de la mesa y estrechó la mano de Mavens.
Así que el secreto había terminado; el poder que la cámara Gusano le había concedido a Hiram quedaría contrapesado. Kate sintió un inmenso alivio.
Pero después Hiram se volvió hacia Kate y, lanzándole una mirada llena de odio, le dijo:
—Ésta fue su metida de pata, Manzoni. Su traición. No lo olvidaré.
Y Kate, sobresaltada e inquieta, supo que ese hombre hablaba en serio.
Extractado del periódico diario de la Inteligencia Nacional, que produce la Agencia Central de Inteligencia; destinatarios con Aprobación para lectura de Material Estrictamente Confidencial y Superior; 12 de diciembre de 2036:
…La tecnología de la cámara Gusano demostró tener la capacidad de penetrar en ambientes en los que es impráctico o imposible enviar observadores humanos o, inclusive, cámaras reboticas móviles. Por ejemplo, los puntos de vista de la cámara Gusano le dieron a los científicos una forma completamente segura de inspeccionar el interior de depósitos de desechos de la reserva de material radiactivo de Hanford, en la que, durante décadas, se estuvo derramando plutonio en el suelo, el aire y el río. A las cámaras Gusano (operadas bajo estricta supervisión federal y operativa) también se las está usando para inspeccionar emplazamientos profundos de desechos radiactivos que están frente a la costa de Escocia y para estudiar el núcleo de los reactores sepultados de la épo^ ca de Chernobyl que, si bien están fuera de servicio desde hace tiempo, todavía contaminan las tierras de la antigua Unión Soviética, según inspecciones que han arrojado algunos resultados alarmantes (Apéndices F-H)… …Los científicos están solicitando la aprobación para emplear una cámara Gusano con el objeto de explorar sin intrusión un nuevo lago gigante de agua dulce que se halló congelado en lo profundo del hielo antartico. Flora y fauna antiguas y frágiles quedaron sepultadas en lagos así durante millones de años.
En condiciones de completa oscuridad, en el agua que se mantuvo líquida por la presión de centenares de metros de hielo, las especies atrapadas siguieron su propia trayectoria evolutiva, completamente distinta de la que siguieron las formas de la superficie. El argumento de los científicos parece ser sólido; quizás esta investigación demostrará ser verdaderamente no invasiva, y evitará la inmediata destrucción de esas formas antiguas y frágiles de vida, aun cuando se viole su habitat, como sí ocurrió a comienzos de este siglo, y según es de público conocimiento con el lago Vostok. En la ocasión científicos entusiastas en exceso persuadieron a comisiones internacionales para que abrieran el lago Vostok, el primero de esos mundos congelados que se descubriera. Una comisión subordinada al asesor científico de la presidenta está considerando si se puede ir más allá en esta cuestión y hacer que a los resultados se los ponga a disposición del mundo científico, para que los investigadores independientes realicen el adecuado análisis del trabajado hecho por sus pares, pero sin dar a conocer la existencia de la cámara Gusano fuera de los actuales círculos restringidos… …El rescate ocurrido hace poco del rey de Australia, Harry, y de su familia, del naufragio de su yate durante las tormentas que ocurrieron en el golfo de Carpentaria, demostró la promesa que la cámara Gusano significa para transformar la eficiencia de los servicios de emergencia. Las operaciones de búsqueda y rescate en alta mar, por ejemplo, ya no necesitarán de flotas de helicópteros que patrullen grandes superficies de agua gris y tormentosa, con gran riesgo para las tripulaciones intervinientes. Los operadores de BR, trabajando en la seguridad de centros de vigilancia ubicados en tierra firme, podrán localizar a las víctimas de accidentes con gran exactitud y en pocos minutos, concentrando de inmediato los esfuerzos del rescate allí donde se los precise; sin exponerlos a los inevitables riesgos inherentes al operativo. …Esta secta cristiana fundamentalista pretendía “conmemorar” el bimilésimo aniversario (según lo que habían calculado en la secta) del ataque de Cristo contra los mercaderes que estaban en el Templo. Para eso pensaban hacer detonar una ojiva termonuclear generadora de un impulso electro-magnético, en el corazón de cada uno de los principales barrios financieros del planeta, entre ellos Nueva York, Londres, Frankfurt y Tokio. Los analistas de la Agencia coinciden con los redactores de titulares periodísticos en que, de haber resultado bien, el ataque habría sido un Pearl Harbor electrónico. El caos financiero consecuente, con todas las redes de transferencia bancaria, mercados de valores, mercados de títulos, sistemas de compra y venta, redes de créditos, líneas para comunicación de datos sumamente desorganizados o destruidos, podría haber causado, según los analistas, una conmoción suficientemente poderosa como para disparar una recesión de alcance mundial. Gracias en gran parte al empleo de información estratégica y táctica obtenida con cámaras Gusano, ese desastre se evitó. Nada más que con este único triunfo, el despliegue de la cámara Gusano en bien del interés público ahorró lo que se estima en billones de dólares y evitó indescriptibles sufrimientos: la pobreza, el hambre inclusive…
Extractado de “Gusinf: La Cámara Gusano Patterson como Herramienta para Aplicaciones de Precisión en Recolección de Información Personal y Otras Aplicaciones”, por Michael Mavens, FBI; publicado en Actas de las Sesiones del Grupo de Dirección del Procesamiento y del Análisis Avanzados de Información (Comunidad de Captación de Información Táctica y Estratégica), Tyson's Córner, Virginia, 12-14 de diciembre de 2036:
Las cámaras Gusano fueron presentadas oficialmente a los organismos federales en carácter de material de ensayo, bajo la cobertura general de un grupo de interorganismos para dirección y evaluación en el que yo presté servicios. El grupo de dirección comprendía representantes de la Administración Federal para Contralor de Alimentos y Medicamentos, el FBI, la CÍA, la Comisión Federal de Comunicaciones, la Dirección General Impositiva y el ministerio de Salud Pública Nacional. La potencia de esa tecnología prontamente se volvió evidente, empero, en el término de seis meses. Antes de la conclusión del ensayo piloto formal, las facultades de la cámara Gusano se habían ya desplegado hacia todos los pilares principales de nuestra comunidad recopiladora de información táctica y estratégica, esto es, el Organismo Federal de Investigaciones, la Agencia Central de Inteligencia, la Agencia de Inteligencia para la Defensa, la Agencia de Seguridad Nacional y la Oficina Nacional de Reconocimiento Militar. ¿Qué significa para nosotros la cámara Gusano? La cámara Gusano es una tecnología de vigilancia a la que no se puede interceptar ni perturbar, y que vence ampliamente en toda la carrera de armas de vigilancia y criptografía que hemos estado librando desde, por lo menos, los años cuarenta. En esencia, la cámara Gusano establece un puente directo a través del espacio hacia su objetivo y tiene la capacidad de proporcionar imágenes de incuestionable autenticidad, imágenes que, por ejemplo, se podrían reproducir en un tribunal. En comparación, ninguna imagen fotográfica, no importa lo pertinente que pudiese ser, se consideró admisible como elemento probatorio en un tribunal estadounidense desde 2010, de tal magnitud fue la facilidad con que se falsificaba esas imágenes.
Dentro de las fronteras de nuestro país, a las cámaras Gusano se las utilizó para aduana e inmigración, exámenes e investigación de alimentos y medicamentos, verificación de solicitudes de empleo en organismos federales, y para otros diversos propósitos. En lo que se refiere a la justicia penal, aunque aún sigue pendiente la elaboración de un marco jurídico que se refiera a los derechos de empleo de la cámara Gusano en investigaciones penales, equipos delfbi y de la Policía ya han podido lograr varias acciones espectaculares como, por ejemplo, descubrir los planes del anarquista solitario Subiru, F. (quien afirmaba ser un clon de segunda generación del músico del siglo veinte Michael Jackson) para hacer estallar el monumento a Washington.
Permítanme señalar que en 2035 se denunció nada más que lo que se estima era un tercio de todos los delitos mayores punibles con la muerte; y, de ese tercio, nada más que a un quinto se le dio vía libre para que se procediera al arresto y a la presentación de una acusación. Un quinto de un tercio:
eso es alrededor de siete por ciento. El balance de la ecuación de prevención del delito estaba inclinado hacia la ineficacia. Ahora, aunque todavía no se cuenta con las cifras completas provenientes del período de prueba, ya podemos decir que los índices de aprensión mejorarán en una relación de órdenes de magnitud. Señoras y señores, bien puede ser que nos estemos aproximando a una era en la que, por primera vez en la historia humana, verdaderamente podamos decir que el delito no es redituable…
Ahora, respecto de las actividades en el extranjero en 2035 la reunión y el análisis de información estratégica y táctica del exterior costó setenta y cinco mil millones de dólares. Pero la mayoría de esta información era de escaso valor. Nuestros sistemas de reunión de datos, eran sistemas electrónicos de succión, que recogían datos sin distinguir en realidad demasiado la calidad de éstos. En una era en la cual las amenazas que enfrentamos, que, en general, provienen de estados delincuentes o células terroristas, son precisas en los blancos que eligen. Desde hace tiempo es evidente que nuestras necesidades de información también tienen que contar con precisión en los blancos. El establecer la capacidad militar de un enemigo, por ejemplo, nada nos dice sobre cómo piensa elaborar su estrategia y menos aún sobre sus intenciones. Una gran parte de nuestros adversarios posee tecnología tan compleja como la que tenemos nosotros; y se demostró que resulta difícil, o imposible, penetrar en el corazón de las operaciones del enemigo con medios electrónicos convencionales. La solución para esto fue una renovada dependencia de la humint, la obtención de información táctica y estratégica por medios humanos, el empleo de espías humanos. Pero estos espías, claro está, son difíciles de colocar; como es bien sabido, no son confiables y son vulnerables en extremo. Pero ahora tenemos la cámara Gusano. En lo esencial, una cámara Gusano nos permite instalar un visor a distancia (en términos técnicos, un “punto de vista”), en cualquier parte, sin necesidad de intervención física. La información táctica y estratégica que brinda la cámara Gusano, llamada “gusinf” por los miembros de la comunidad de información, está demostrando ser tan valiosa que se han instalado puestos de cámara Gusano para la segundad de la mayoría de los líderes políticos del mundo, y de los representantes de grupos religiosos y fanáticos diversos, y de las sociedades comerciales más poderosas del mundo, y así sucesivamente.
La tecnología de la cámara Gusano es íntima y personal. Podemos observar a un adversario en el más privado de sus actos, si eso fuese necesario. El potencial para la revelación de actividades ilícitas, incluso el chantaje si decidiéramos hacerlo, resulta obvio. Pero más importante es el cuadro que ahora podemos formarnos de las intenciones de un enemigo. La cámara Gusano nos da información sobre los contactos de un adversario, por ejemplo, los proveedores de armas; y podemos evaluar factores de conocimiento tales como sus puntos de vista en cuanto a religión, cultura, nivel de educación y de adiestramiento, fuentes de información, las agencias de prensa que usa.
Señoras y señores, en lo pasado la geografía del campo físico de batalla era nuestro objetivo crucial para el acopiamiento de información. Con la cámara Gusano lo que se abre es la geografía de la mente de nuestros enemigos… Antes de pasar a algunos de los primeros triunfos específicos que los equipos que usaban cámaras Gusano obtuvieron, deseo referirme al futuro.
La tecnología actual nos ofrece una cámara Gusano que cuenta con la capacidad de generar imágenes de alta resolución dentro del espectro visual. Nuestros científicos están trabajando con la gente de Nuestro Mundo para mejorar esta tecnología de manera tal de permitir la captura de datos que se hallan en el espectro no visible, en particular, en el infrarrojo, para las operaciones nocturnas, y de sonidos, al hacer que el punto de vista de la cámara Gusano sea sensible a los subproductos físicos de las ondas de sonido, reduciendo de ese modo nuestra dependencia actual de la lectura de labios. Además, nos proponemos hacer que los puntos de vista distantes sean totalmente móviles, de modo que podamos seguir en secreto un blanco en movimiento.
Los puntos de vista de la cámara Gusano son detectables en principio y equipos federales y de Nuestro Mundo están investigando “anticámaras” hipotéticas: las maneras en que un enemigo podría descubrir y, quizá, cegar una cámara Gusano. Esto es concebible que se pueda hacer, por ejemplo, inyectando partículas de alta energía dentro de un punto de vista, lo que haría que el agujero de gusano implosione. Pero no creemos que éste sea un obstáculo grave: recuerden, la colocación de una cámara Gusano no es un suceso que se realiza una sola vez y se pierde con la detección: en vez de eso, en un sitio dado podemos colocar tantos puntos de vista de cámara Gusano como queramos, sean detectados o no. Asimismo, los organismos actuales estadounidenses tienen el monopolio de esta tecnología. Nuestros adversarios saben que hemos alcanzado un perfeccionamiento notable en nuestra capacidad de almacenar información táctica y estratégica, pero ni siquiera saben cómo lo estamos haciendo. Lejos de desarrollar capacidades para obstruir una cámara Gusano, todavía no saben qué están buscando. Pero, por supuesto, nuestro puesto de avanzada en la tecnología de la cámara Gusano no puede durar para siempre, ni la tecnología puede mantenerse oculta. Tenemos que empezar a elaborar planes para un futuro transformado donde la cámara Gusano sea de público conocimiento, y nuestros propios centros de poder y mando estén tan expuestos a nuestros adversarios como los de ellos ahora lo están a nosotros…
De Hora de Noticias Internacionales Nuestro Mundo, 28 de enero de 2037: Kate Manzoni (en cámara).
En un pavoroso retorno al escándalo de Watergate, sesenta años atrás; al personal de la Casa Blanca que depende directamente de la presidenta María Juárez se lo acusó ante la opinión pública de haber ingresado en forma ilegal al centro de operaciones del Partido Republicano, considerado el principal oponente de la presidenta Juárez en la próxima elección de 2040.
Los republicanos afirmaron que revelaciones que hiciera la gente de Juárez relativas a posibles vínculos ilegales de suministro de fondos entre el Partido Republicano y diversos personajes muy importantes de las altas finanzas, únicamente se podrían basar sobre información reunida con medios ilegales, tales como la intervención telefónica o el escalamiento de propiedad inmueble privada.
Como respuesta, la Casa Blanca desafió a los republicanos a que presenten pruebas sólidas de una intrusión así… lo que, hasta ahora, el Partido Republicano no ha conseguido hacer…
Mientras Kate miraba, John Collins llegaba en avión hasta el aeropuerto de Moscú.
En el aeropuerto, Collins se encontró con un hombre más joven. El motor de búsqueda lo identificó con rapidez, por el registro, como Andrei Popov. Popov, ciudadano ruso, tenía vínculos con grupos de la insurgencia armada que operaban en los cinco países lindantes con el mar de Aral: Kazajstán, Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikistán y Kirguishtán.
Kate se estaba acercando.
Con una sensación cada vez mayor de alborozo, hizo que el punto de vista de la cámara Gusano volara al lado de Collins y Popov mientras los dos hombres viajaban por Moscú en autobús, en tren subterráneo, en autos y a pie, e inclusive a través de una tormenta de nieve. La joven alcanzó a ver el Kremlin y el antiguo y desagradable edificio de la KGB, como si ésa hubiera sido una aventura virtual para turistas.
La pobreza que imperaba en el lugar era impresionante. A pesar de la profesión que había elegido, Collins era el arquetipo del estadounidense que viaja al exterior. Kate veía la frustración cada vez mayor que lo invadía cuando perdían la comunicación los teléfonos móviles, la sorpresa que experimentaba al ver vendedores de pasajes de subterráneo que empleaban abacos para hacer el cálculo para dar el vuelto, su repugnancia ante la suciedad con que se topaba en los baños públicos, su impaciencia llena de escepticismo cuando trataba de llamar al motor de búsqueda y no recibía respuesta alguna.
Kate sintió profundo alivio cuando Collins llegó a un pequeño aeropuerto suburbano de Moscú y subió a una avioneta, entonces ella pudo poner en acción el sistema considerado como un piloto automático.
En medio de las penumbras de la Fábrica de Gusanos, sentada ante una pantalla flexible estaba haciendo volar el punto de vista mediante el empleo de una palanca de mando y un soporte lógico inteligente de apoyo. Ingenioso como era el sistema, seguir con exactitud los desplazamientos de una persona por una ciudad extranjera era una tarea intensa e impiadosa; un único error de concentración podría arruinar horas de duro trabajo.
Pero la tecnología de seguimiento de las cámaras Gusano había evolucionado hasta poder enlazar el punto de vista remoto con diversos diagramas electrónicos característicos, por ejemplo, la aeronave de Collms. Por eso ahora el punto de vista de la cámara Gusano flotaba total y absolutamente invisible en la cabina, aún junto al hombro de Collins, cuando el avión se elevaba penetrando en el cada vez más intenso crepúsculo ruso, siguiéndole el rastro a la presa sin necesidad de la intervención de Kate.
Esto debería ser más fácil. Los técnicos de la Fábrica de Gusanos estaban trabajando en las maneras de conseguir que un punto de vista hiciera el seguimiento de una persona sin necesidad de guía humana… Pero esto para un futuro.
Kate empujó su asiento hacia atrás, se paró y estiró los músculos. Estaba más cansada que lo que supuso; no podía recordar cuándo se había tomado el último descanso.
Distraídamente recorrió las imágenes que la cámara Gusano enviaba de manera continua: la noche estaba cayendo sobre Asia central y, a través de las ventanillas del avión, pudo ver cómo el paisaje estaba lleno de cicatrices, fajas enteras de él constituidas por páramos marrones, todavía inhabitables cuatro décadas después de la caída de la Unión Soviética, con su terrible desprecio por el paisaje y la gente que lo habitaba…
Sintió una mano sobre el hombro, dedos fuertes que le masajeaban un nudo de músculos que allí se le había formado. Se sobresaltó, pero el toque era familiar y no pudo evitar relajarse y dejar que continuara.
Bobby la besó en la coronilla.
—Sabía que te iba a encontrar acá. ¿Sabes qué hora es?
Kate echó una rápida mirada a un reloj que aparecía en la pantalla flexible.
—¿Tarde en la tarde temprana?
Bobby rió.
—Sí… hora de Moscú. Pero esto es Seattle, Washington, hemisferio occidental, y de este lado del planeta acaba de dar poco más de las diez de la mañana: estuviste trabajando toda la noche. Una vez más. Tengo la sensación de que me estás evitando.
Kate contestó con irritación:
—Bobby, tú no entiendes. Estoy siguiéndole el rastro a este tipo. Es un trabajo de veinticuatro horas seguidas. Collins es un agente secreto de la CÍA que parece estar abriendo líneas de comunicación entre nuestro gobierno y diversos insurrectos tenebrosos de la zona del mar de Aral. Acá está pasando algo y nuestros mandatarios no nos quieren decir de qué se trata.
—Pero —dijo Bobby con burlona solemnidad— la cámara Gusano todo lo ve…
Estaba vestido con ropas informales de esquiar, coloridas, brillantes, con adaptación térmica, muy costosas. En la calidez de este rincón de la Fábrica de Gusanos, Kate pudo ver cómo los poros artificiales de la tela se habían abierto, revelando un lustre marrón tenue de piel tostada por el sol. Bobby se inclinó hacia la pantalla flexible, estudió la imagen y garrapateó notas.
—¿Cuánto tiempo va a durar el vuelo de Collins?
—Difícil de decir. Horas.
Se irguió.
—Pues entonces tómate un recreo: tu blanco está trabado en ese avión hasta que aterrice, o se estrelle, y la cámara Gusano alegremente puede hacer su seguimiento por sí misma. Y, además, el hombre está durmiendo.
—Pero está con Popov. Si se despierta…
—Entonces el sistema de grabación recogerá cualquier cosa que él diga y haga. Vamos. Concédete un respiro… y concédemelo a mí.
…Pero no quiero estar contigo, Bobby, pensó Kate, porque hay cosas sobre las que prefiero no discutir.
Y sin embargo…
Y, sin embargo, todavía se sentía atraída por Bobby, a pesar de lo que sabía sobre él.
Te estás volviendo demasiado complicada, Kate, demasiado introvertida. Un descanso de este sitio frío y desprovisto de vida en verdad te hará bien.
Al tiempo que hacía un esfuerzo por sonreír, tomó la mano de Bobby.
Era un día agradable, tranquilo, un bienvenido intervalo entre dos de los sistemas de tormenta sucesivos que ahora castigaban en forma habitual la costa del Pacífico.
Con sendos tazones de café con leche que sostenían en ambas manos, la pareja caminaba por las zonas parquizadas que Hiram había construido en torno a su Fábrica de Gusanos: eran obras de tierra, estanques, puentes sobre arroyos y árboles inadecuadamente grandes y antiguos, todo ello importado e instalado según el típico estilo de Hiram, pensó Kate, con abundancia de gastos y carencia de distinción o buen gusto. Pero el cielo lucía un azul límpido y brillante, el sol de invierno realmente brindaba un poco de calor en las caras y los dos jóvenes estaban dejando un rastro de pisadas oscuras en la espesa capa plateada de rocío que aún no se había evaporado.
Encontraron un banco. Tenía un sistema para reconocimiento de temperaturas y se había autocalentado lo suficiente como para hacer que el rocío despareciera. Se sentaron, bebiendo el café.
—Sigo creyendo que te has estado ocultando de mí—dijo Bobby con tono apacible. Kate notó que los implantes retiñíanos de él se habían polarizado ante la luz del sol, adquiriendo un brillo plateado, parecido al de un insecto—. Se trata de la cámara Gusano, ¿no? Todas las consecuencias éticas que encuentras tan perturbadoras.
Con una vehemencia que la hizo avergonzarse de sí misma, se apresuró a utilizar el pie involuntario que Bobby le había dado.
—Por supuesto que es perturbadora. Una tecnología de un poder tal…
—Pero estabas ahí cuando llegamos a un acuerdo con el FBI. Acuerdo que puso la cámara Gusano en manos de la gente.
—Oh, Bobby… La gente ni siquiera sabe de la existencia de esa maldita cosa y ni qué hablar de que no tiene la más remota idea de que los organismos del Estado la están usando contra ella. Mira todos los evasores de impuestos a los que súbitamente se atrapa, a los padres divorciados que mienten cuando tienen que pasar alimentos para los hijos, los controles de la ley Brady sobre los compradores de armas, los agresores sexuales en serie.
—Pero todo eso es para bien, ¿no? ¿Qué estás diciendo, que no confías en el Estado? Éste no es el siglo XX.
Kate gruñó:
—Recuerda lo que dijo Jefferson: “Todo gobierno degenera cuando se lo confía nada más que a las manos de los gobernantes del pueblo. En consecuencia, solamente es el pueblo mismo su único depositario seguro”… ¿Y qué pasa con el allanamiento ilegal de los republicanos? ¿Cómo puede ser eso bueno para los intereses del pueblo?
—No sabes con absoluta certeza si la Casa Blanca usó la cámara Gusano para eso.
—¿ Y de qué otra manera si no? —Kate negó con enérgico movimiento de cabeza. —Quise que Hiram me dejara investigar al respecto: me echó del caso de inmediato. Hicimos un arreglo como el de Fausto, Bobby. Los tipos del gobierno y los organismos del Estado no son necesariamente delincuentes, pero son nada más que seres humanos y al darles un arma tan poderosa y secreta… Bobby, no confiaría en mí misma con un poder así. El incidente de espionaje con el Partido Republicano no es más que el comienzo de la pesadilla orwelliana que estamos a punto de soportar.
“Y en cuanto a Hiram… ¿Tienes alguna idea de cómo trata a sus empleados aquí, en Nuestro Mundo? A la gente que viene a solicitar empleo la hace pasar por tamices que llegan hasta la obtención de su secuencia de adn. Obtiene el perfil de todos los empleados mediante la investigación de bases de datos sobre créditos, antecedentes policiales, hasta antecedentes federales. Ya cuenta con cien maneras para medir la productividad, el rendimiento y para controlar a su personal. Ahora que tiene la cámara Gusano, Hiram puede mantenernos vigilados veinticuatro horas por día, si así se le ocurriera… y no hay una sola remaldita cosa que podamos hacer al respecto. Hubo toda una serie de fallos judiciales que establecieron que los empleados carecen de protección constitucional contra la vigilancia sin permiso por parte de los empleadores.
—Pero Hiram necesita todo eso para hacer que su personal siga trabajando —dijo Bobby con frialdad—. Desde que diste a conocer lo del Ajenjo, el ausentismo ascendió de manera increíble, y el uso de alcohol y otros estupefacientes en el lugar de trabajo, y…
—Eso nada tiene que ver con el Ajenjo —interrumpió Kate con severidad—, eso es una cuestión de derechos básicos. Bobby, ¿no te das cuenta? Nuestro Mundo es una visión del futuro para todos nosotros… si monstruos como Hiram consiguen conservar la cámara Gusano. Y es por eso importante que la tecnología se disemine, y tan lejos y tan rápido como pudiese ser posible. Reciprocidad: por lo menos estaríamos en condiciones de observarlos cuando nos ob servan… —Kate buscó la mirada plateada parecida a la de un insecto que ahora tenía él.
Bobby contestó con tono calmo:
—Gracias por el sermón. ¿Y es por eso que me estás abandonando?
Ella desvió la mirada.
—No tiene que ver con la cámara Gusano, ¿no? —Bobby se inclinó hacia adelante, desafiándola. —Hay algo que no me quieres decir. Has estado así desde hace días. Semanas, inclusive. ¿Qué es, Kate? No tengas miedo de herirme. No podrás.
Es probable que así sea, pensó ella. Y ése, mi pobre, mi querido Bobby, es el meollo del problema.
Se volvió para mirarlo.
—Bobby, el borne. El implante que Hiram puso en tu cabeza cuando eras niño…
—¿Sí?…
—Descubrí para qué es. Para qué es en realidad.
El instante se prolongó y Kate sintió la luz de la mañana rozando su cara recubierta con protector solar factor ultravioleta aun en época tan temprana del año.
—Dímelo —dijo él con calma.
Las rutinas especializadas del motor de búsqueda le habían explicado a ella todo de manera sucinta. Era un clásico ejemplo de manoseo neurobiológico de la mente, propio de comienzos del siglo XXI.
Y para nada tenía que ver con la dislexia o la hiperactividad, como había dicho Hiram.
En primera instancia había suprimido la estimulación nerviosa de zonas del lóbulo temporal del cerebro de Bobby. Esas zonas estaban relacionadas con sentimientos de trascendencia espiritual y de presencia mística. Además, los médicos habían actuado con prisa sobre la región para asegurarse de que Bobby no sufriera síntomas relacionados con trastornos obsesocompulsivos que llevaban a algunas personas a sentir la necesidad de tener excesiva seguridad, orden, predecibilidad de sus actos y ritualismos; necesidad que, en algunas circunstancias, se satisface cuando se es miembro de una comunidad religiosa.
Era evidente que Hiram había intentado proteger a Bobby de los impulsos religiosos que tanto habían perturbado a su hermano. El mundo de Bobby iba a ser hedonista, sin inhibiciones, despojado de todo lo trascendente y espiritual. Y todo esto sin siquiera percibirlo. Había sido —pensó Kate con amargura— una Diosectomía.
El implante de Hiram también entorpecía la compleja interacción de las hormonas, los neurotransmisores y las regiones cerebrales que se estimulaban cuando Bobby hacía el amor: el implante, por ejemplo, suprimía la hormona de efectos parecidos al de los opiatos, la oxitocina, que era generada por el hipotálamo e inundaba el cerebro durante el orgasmo y producía las sensaciones placenteras, como la de flotar y también las generadoras de vínculos emotivos que se sucedían después del acto sexual.
Gracias a una serie de amoríos con figuras famosas, que Hiram discretamente había arreglado y alentado, y con certeza, dado a publicidad, Bobby se había convertido en algo así como un atleta sexual y obtenía gran placer físico del acto en sí. Pero su padre lo había hecho incapaz de amar… y, de ese modo, según lo planeado por Hiram, había conseguido que Bobby no sintiera lealtad para con nadie, a excepción de su padre.
Y había más. Por ejemplo, un enlace con la parte profunda del cerebro de Bobby, denominada núcleo amigdalmo, pudo haber sido un intento por controlar la propensión del joven al enojo. Una misteriosa manipulación en la corteza orbitofrontal hasta pudo haberse tratado de un esfuerzo por reducir su poder de decisión. Y así todo el tiempo.
Hiram había reaccionado ante su decepción con David, convirtiéndolo a Bobby en el hijo perfecto… perfecto, claro está, para cumplir las metas prefijadas por Hiram. Pero, al hacer eso, le había arrebatado a su hijo mucho de aquello que lo convertía en ser humano.
Hasta que Kate Manzoni le descubrió el interruptor en la cabeza.
Llevó a Bobby de vuelta al pequeño departamento que había alquilado en el centro de Seattle. Allá hicieron el amor, por primera vez después de semanas.
Luego, Bobby se recostó en los brazos de ella, acalorado, la piel húmeda debajo de la de ella en los sitios que estaban en contacto: estaba lo más cerca que a él le era posible estar y, sin embargo, todavía estaba lejos. Era como tratar de hacer el amor con un extraño.
Pero, por lo menos, ahora Kate entendía el porqué.
Extendió la mano y tocó la parte de atrás de la cabeza de Bobby, los bordes duros del implante que tenía debajo de la piel.
—¿Estás seguro de que deseas hacerlo?
Bobby vaciló.
—Lo que me preocupa es que no sé cómo me sentiré después… ¿Seguiré siendo yo?
Kate le susurró al oído:
—Te sentirás vivo. Te sentirás humano.
Bobby contuvo el aliento; después dijo, en voz tan baja que Kate apenas pudo entenderlo.
—Hazlo.
Kate giró la cabeza.
—Motor de búsqueda.
—Sí, Kate.
—Apágalo.
…y para Bobby, todavía con la temperatura elevada por el resplandor crepuscular del orgasmo, fue como si, de pronto, la mujer que tenía en los brazos se hubiese vuelto tridimensional, concreta y completa; como si hubiera cobrado vida. Todo lo que él podía ver, palpar, oler: el tibio aroma de cenizas del cabello de ella, el contorno exquisito de su mejilla allá donde le daba la luz tenue, la suavidad sin defectos de su vientre… Todo era tal y como había sido antes, pero ahora parecía como si hubiera logrado ir más allá de la textura de la superficie y penetrar en la calidez de Kate misma: vio los ojos de ella, atentos, llenos de preocupación… preocupación por él, según se dio cuenta con un desconcierto que experimentaba por vez primera. Ya no estaba solo. Y antes, ni siquiera se había dado cuenta de que lo estaba.
Quiso sumergirse en la cálida vastedad oceánica de Kate.
Ella le tocó la mejilla, él pudo ver que sus dedos se alejaban húmedos.
Y ahora pudo sentir los intensos sollozos espasmódicos que le torturaban el cuerpo; una incontrolable tormenta de llanto. El amor y el dolor lo atravesaron, exquisitos, ardientes, insoportables.
El caos interior no amainaba.
Bobby trató de distraerse. Retomó actividades en las que antes se había deleitado. Pero incluso la aventura virtual más extravagante parecía superficial, evidentemente artificial, predecible, incapaz de atrapar su interés.
Parecía necesitar gente, aun cuando escapara con miedo de quienes estaban cerca de él. Era una polilla que temía la llama de la vela, pensó, carente de la capacidad de soportar el fulgor que las emociones entrañaban. Así aceptaba invitaciones que tal vez de otro modo ni habría considerado; hablaba con gente que nunca antes había necesitado.
El trabajo ayudaba, con sus exigencias constantes y rutinarias que la atención demanda, con su implacable lógica de reuniones y horarios y asignaciones de recursos.
Y era un momento de ajetreo. Las bandas cefálicas para rv de Ojo de la Mente estaban saliendo de los laboratorios de ensayo y se acercaban al estatus de producción en masa. El equipo de técnicos de Bobby había resuelto, de modo repentino, un último defecto técnico: la tendencia de las bandas a causar sinestesia en los usuarios; una confusión en el ingreso de información sensorial debido a la diafonía entre los centros cerebrales. Eso era motivo de una larga celebración: sabían que el renombrado laboratorio de investigaciones Watson, de IBM, había estado trabajando en exactamente el mismo problema. Quien primero resolviese la cuestión de la sinestesia sería también el primero en llegar al mercado, y llevaría una neta ventaja que se prolongaría mucho tiempo. En ese momento parecía que Nuestro Mundo había ganado esa carrera en particular.
Por lo tanto el trabajo era absorbente. Pero Bobby no podía trabajar veinticuatro horas por día, pero tampoco podía dedicar su tiempo a dormir, ya que cuando estaba despierto, su mente, libre de cadenas por primera vez, corría tumultuosa y sin control.
Cuando su auto guiado por inteligencia artificial lo llevaba a la Fábrica de Gusanos, Bobby se encogía de miedo ante el tráfico que avanzaba veloz. Un artículo de un diario insignificante, sobre perversos asesinatos y violaciones en la recién desatada guerra por el agua en el mar de Aral, lo conmovía hasta hacerlo derramar amargas lágrimas. Una puesta del Sol en el golfo de Puget, percibida a través de una capa interrumpida de esponjosas nubes negras, lo colmaba de admiración reverencial ante el simple hecho de estar vivo.
Cuando se encontró con su padre, el miedo, el aborrecimiento, el amor, la admiración, tironearon de él. Todos los sentimientos por sobre el vínculo más profundo e indestructible.
Pero a Hiram lo podía enfrentar. Kate era diferente. La necesidad que sentía y que surgía como una oleada imparable, de acariciarla, de poseerla, de devorarla de algún modo, era completamente avasalladora. En compañía de ella quedaba sin habla, tan despojado del control de su mente como de su cuerpo.
De un modo o de otro Kate sabía cómo se sentía él y, en silencio, lo dejaba solo. Bobby sabía que ella iba a estar esperándolo cuando estuviera listo para enfrentarla y reanudar la relación.
Pero, al menos, con Hiram y Kate podía entender por qué se sentía como se sentía, podía investigar una relación causal, podía poner rótulos provisorios a las violentas emociones que lo sacudían. Lo peor de todo eran los cambios de humor que parecía padecer sin causa discernible alguna.
Solía despertar llorando sin motivo. O si no, en medio de un día de placeres mundanos, se descubría lleno de un alborozo indescriptible, como si repentinamente todo tuviera sentido.
Su vida de antes parecía lejana, carente de textura, como un boceto plano y sin colores hecho a lápiz. Ahora estaba inmerso en un nuevo mundo de color y textura y de luz y sensaciones, en el que las cosas más simples como el brotar de una hoja al comenzar la primavera, el destello de la luz matutina sobre el agua, la curva suave de la mejilla de Kate, podían estar envueltas por una belleza que jamás había sabido que existiera.
Y Bobby, el frágil yo que navegaba por la superficie de este oscuro océano interior, iba a tener que aprender a vivir con la nueva, compleja y desconcertante persona en la que se había transformado de pronto.
Ése fue el motivo por el que fue a buscarlo a su hermano.
Obtenía un gran bienestar de la presencia impasible y paciente de David: esa figura parecida a la de un oso, con su espeso cabello rubio, encorvada sobre sus pantallas flexibles, sumergida en su trabajo, satisfecha con su lógica y su coherencia interna, garrapateando notas con sorprendente delicadeza. La personalidad de David era tan maciza y sólida como su cuerpo; al lado de él, Bobby se sentía evanescente, una voluta de humo y, no obstante, sutilmente calmo.
Una tarde de un frío inoportuno estaban sentados, con sendas tazas de café sostenidas por las manos ahuecadas para calentarse con el calor de la bebida, aguardando los resultados de otro ciclo de ensayos de rutina: un nuevo agujero de gusano había tironeado de la espuma cuántica, extendiéndose más lejos que cualquier otro antes de él.
—Puedo entender a un teórico que desea estudiar los límites de la tecnología de los agujeros de gusano —dijo Bobby—. Llevar los conocimientos tan lejos como se pueda. Pero ya hemos logrado el gran descubrimiento. Con seguridad lo que es importante ahora es la aplicación.
—Por supuesto —dijo David con tono apacible—. De hecho, la aplicación lo es todo. Hiram tiene la meta de hacer que la generación de agujeros de gusanos pase de ser un acto de magia de la física de alta energía, que sólo se pueden permitir los Estados y las corporaciones, a algo mucho más pequeño, de fácil fabricación y con un volumen físico reducido al nivel de miniatura.
—Como las computadoras —resumió Bobby.
—Exactamente. No fue sino hasta que la miniaturización y el desarrollo de la PC que las computadoras estuvieron en condiciones de saturar el mundo, hallando nuevas aplicaciones, creando nuevos mercados… transformando nuestra vida, en suma. Hiram sabe que no mantendremos el monopolio para siempre, tarde o temprano alguien más va a presentar un diseño independiente de cámara Gusano. Quizás, hasta uno mejor. Y la miniaturización y la reducción de costos es algo que indudablemente va a venir a continuación.
—Y el futuro de Nuestro Mundo —dijo Bobby— es, sin duda, ser el líder del mercado, de todos esos generadores pequeños de agujeros de gusano.
—Ésa es la estrategia de Hiram —dijo David—. Tiene la visión de que la cámara Gusano habrá de reemplazar todos los demás instrumentos de recolección de datos: cámaras, micrófonos, sensores científicos, hasta sondas médicas. Si bien no puedo decir que estoy esperando con ansia el advenimiento de la endoscopia por agujero de gusano…
“Pero tal como te dije, estudié un poco de administración de empresas, Bobby: las cámaras Gusano producidas en masa serán un bien de consumo y podremos competir nada más que en el precio. Pero estoy convencido de que con la delantera técnica que llevamos, Hiram puede abrir infinitas oportunidades para sí a través de la diferenciación; presentando aplicaciones que nadie más en el mercado pueda ofrecer. Y eso es lo que estoy interesado en explorar. —Sonrió ampliamente. —Es en eso que le digo a Hiram que se está invirtiendo su dinero aquí.
Bobby estudió a su hermano, tratando de concentrarse en él, en Hiram, en la cámara Gusano, tratando de entender.
—Tan sólo quieres saber, ¿no? Eso es lo máximo para ti.
David asintió con la cabeza.
—Eso supongo. La mayor parte de la ciencia no es más que trabajo de gruñones: trabajo tenaz y reiterativo, realización interminable de ensayos y comprobaciones. Y debido a que se deben eliminar las hipótesis falsas, en ese momento el trabajo es, en realidad, más destructivo que constructivo. Pero, en ocasiones, sólo unas pocas veces, en el caso de una vida afortunada, es probable que exista un momento de trascendencia.
—¿Trascendencia?
—No toda la gente lo expresaría así, pero así es como yo lo siento.
—¿Y no importa que dentro de quinientos años nadie leyera tus trabajos de investigación?
—Preferiría que eso no fuera cierto. Quizá no lo sea. Pero la revelación en sí es lo importante, Bobby. Siempre fue así.
En la pantalla flexible que tenían a sus espaldas se produjo una ráfaga cromática de píxels en forma de estrella, acompañada por un tono suave parecido a un leve tintineo.
David suspiró.
—Pero hoy no, parece.
Bobby atisbo por encima del hombro de su hermano que en uno de los extremos de la pantalla se veía una rápida sucesión de números.
—¿Otra inestabilidad? Es como en los primeros tiempos de los agujeros de gusano.
David pulsó un teclado, disponiendo la realización de otro ensayo.
—Pues esta vez somos algo más ambiciosos. Nuestras cámaras Gusano ya pueden alcanzar cada rincón de la Tierra, cruzando distancias de miles de kilómetros. Lo que ahora estoy intentando es extraer y estabilizar agujeros de gusano, que se extiendan intervalos significativos en el espacio-tiempo de Minkowski; de hecho, decenas de minutos luz.
Bobby alzó la mano, pidiendo un respiro.
—Ya conseguiste que me perdiera. Un minuto luz es la distancia que recorre la luz en un minuto, ¿no es así?
—Sí. Por ejemplo, el planeta Saturno se encuentra a unos mil millones y medio de kilómetros de nosotros. Eso significa alrededor de ochenta minutos luz.
—¿Y queremos ver Saturno?
—Por supuesto que queremos. ¿No sería maravilloso tener una cámara Gusano que explorara el espacio profundo? No más sondas defectuosas, no más misiones de años de duración. Pero la dificultad radica en que los agujeros de gusano que abarcan intervalos tan grandes son extremadamente raros en la efervescencia probabilística de la espuma cuántica. Y estabilizarlos plantea un desafío, en un orden de magnitud más complicado que antes… Pero no imposible.
—¿Por qué intervalos y no distancias?
—Jerga de los físicos. Lo siento. Un intervalo es como una distancia, pero en el espacio-tiempo, que es espacio más tiempo. En realidad no es más que el teorema de Pitágoras. —Tomó un block de hojas tamaño oficio y empezó a garrapatear: —Supon que vas al centro comercial y caminas unas cuadras hacia el este y otras hacia el norte. Después puedes calcular la distancia que recorriste de esta manera: —Sostuvo el block en alto:
(distancia) al cuadrado = (este) al cuadrado + (norte) al cuadrado
—Caminaste describiendo un triángulo rectángulo. El cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de… —Hasta ahí sé. —Pero los físicos piensan en el espacio y el tiempo como en una sola entidad, en la que el tiempo es una cuarta coordenada, además de las tres del espacio. —Escribió en su block una vez más:
(intervalo) al cuadrado = (separación del tiempo) al cuadrado-Reparación del espacio) al cuadrado
—A esto se lo denomina la métrica correspondiente a un espacio-tiempo de Minkowski. Y…
—¿Cómo puedes hablar de una separación en el tiempo del mismo modo en que hablas de una separación en el espacio? Mides el tiempo en minutos, pero el espacio en kilómetros.
David movió la cabeza con un gesto de aprobación.
—Buena pregunta. Hay que usar unidades en las que a tiempo y espacio se los haga equivalentes. —Estudió a Bobby, para ver si su hermano lo entendía. —Basta decir que si se mide el tiempo en minutos y el espacio en minutos luz, todo funciona de maravillas.
—Pero en esto hay algo más que no está tan bien. ¿Por qué éste es un signo menos en vez de uno más?
David se acarició la carnosa nariz.
—Un mapa del espacio-tiempo no funciona exactamente igual que un mapa del centro de Seattle. A la métrica se la diseñó de modo que la trayectoria de un fotón, una partícula que se desplaza a la velocidad de la luz, sea un intervalo nulo. El intervalo es cero, porque los términos espacio y tiempo se cancelan entre sí.
—Esto es relatividad. Tiene algo que ver con la dilatación del tiempo y con reglas que se contraen, y…
—Sí —David palmeó el hombro de Bobby—, es exactamente eso. Esta métrica es invariante según la transformación de Lorentz. No importa. El asunto es, Bobby, que esta clase de ecuación debo usarla cuando trabajo en un universo relativista, y por cierto que así lo hago si estoy tratando de construir un agujero de gusano que llegue hasta Saturno y más allá.
Bobby meditó sobre la sencilla ecuación manuscrita. Con su propio remolino emocional todavía agitándose a su alrededor. Sentía una lógica fría que lo recorría, con números, ecuaciones e imágenes evolucionando, como si su mente hubiera estado padeciendo alguna clase de sinestesia intelectual. Dijo lentamente:
—David, me estás diciendo que las distancias en el espacio y en el tiempo son equivalentes de algún modo, ¿no es así? Tus agujeros de gusano se extienden por intervalos de espacio-tiempo, en lugar de sólo distancias. Y eso quiere decir que si logras estabilizar un agujero de gusano lo suficientemente grande como para llegar a Saturno, a través de ochenta minutos luz…
—¿Sí?…
—Entonces podría extenderse a través de ocho minutos: es decir, a través del tiempo.—Se quedó mirando fijamente a David. —¿Lo que digo es muy tonto?
David se sentó en silencio durante varios segundos.
—Dios santo —dijo con lentitud—. Ni siquiera tomé en cuenta esa posibilidad. He estado configurando el agujero de gusano para que se extienda un intervalo parecido al espacio, sin siquiera pensar en eso. —De modo febril empezó a pulsar su pantalla flexible. —Puedo volver a configurarlo desde acá mismo. Si restrinjo el intervalo parecido al espacio hasta unos metros, entonces el resto de la distancia del agujero de gusano está forzado a volverse parecido al tiempo…
—¿Qué querría decir eso?¿David?
Sonó una chicharra dolorosamente fuerte y habló el motor de búsqueda.
—Hiram te querría ver, Bobby.
Bobby miró rápidamente a David, inundado por un miedo súbito y absurdo.
David asintió con una breve inclinación de cabeza, ya absorbido en la nueva dirección de su trabajo.
—Te llamo más tarde, Bobby. Esto podría ser importante. Muy importante.
No había motivos para permanecer ahí. Bobby salió hacia la oscuridad de la Fábrica de Gusanos.
Hiram estaba midiendo a zancadas su oficina en el centro de la ciudad. Estaba visiblemente enojado; tenía los puños apretados. Kate estaba sentada a la gran mesa de conferencias. Se la veía apocada, encogida de miedo.
Bobby vaciló al llegar a la puerta, respiraba agitado, se sentía físicamente incapaz de forzarse a ingresar al salón, por la intensidad de las emociones que bullían allí. Pero Kate lo estaba mirando e intentando una sonrisa.
Entró al salón. Buscó la seguridad de un asiento, del lado de la mesa opuesto a aquél donde estaba Kate.
Bobby se amilanó, incapaz de hablar.
Hiram descargó una mirada llena de furia.
—Me decepcionaste, basura!
Kate intervino con tono airado.
—¡Por el amor de Dios, Hiram!
—¡Usted manténgase fuera de esto! —Hiram descargó un golpe sobre la mesa y una pantalla flexible que había sobre la superficie de plástico se encendió delante de Bobby, empezó a pasar fragmentos de un artículo periodístico, imágenes de Bobby, de un Hiram más joven, de una muchacha bonita, de aspecto tímido, vestida con ropa pasada de moda, sin colores y en tela deslucida; y luego, la imagen de la misma mujer dos décadas después, inteligente, cansada, donosa. El logotipo de Noticias en Línea de la Tierra estaba impreso en cada imagen.
—La encontraron, Bobby—dijo Hiram—. Gracias a ti. Porque no pudiste mantener tu maldita boca cerrada, ¿no es así?
—¿Encontraron a quién?
—A tu madre.
Kate estaba operando la pantalla flexible que tenía delante de sí, leyendo con rapidez la información que iba apareciendo como si fuera un papiro que se desenrollaba.
—Heather Mays. ¿Es ése su nombre? Se volvió a casar. Tiene una hija… tienes una medio hermana, Bobby.
La voz de Hiram era un gruñido.
—Manténgase fuera, pedazo de puta manipuladora. Sin usted nada de esto habría ocurrido.
Bobby, luchando por recuperar el control, preguntó.
—¿Nada de qué?
—Tu implante habría seguido manteniéndote juicioso y feliz. ¡Dios! Ojalá alguien hubiese puesto una cosa así en mi cabeza cuando yo tenía tu edad: me habría ahorrado un montón de problemas… y tú no habrías abierto la bocaza delante de Dan Schirra!
—¿Schirra? ¿De NET?
—Con la diferencia de que no se llamaba así cuando te conoció la semana pasada. ¿Qué hizo, ponerte borracho y lloroso para que en un mar de lágrimas te dedicaras a hablar sobre tu malvado padre, y una madre, a la que habías perdido hacía mucho?
—Ya recuerdo —dijo Bobby—, se hace llamar Mervyn, Mervyn Costa. Lo conozco desde hace mucho tiempo.
—Claro que lo conoces. Ha estado cultivando tu amistad en nombre de NET para llegar hasta mí. No sabías quién era él, pero te mantuviste reservado… antes, cuando tenías el implante que te ayudaba a mantener las ideas claras. Y ahora esto: se inauguró la temporada de caza de Hiram Patterson. Y todo es su maldita culpa, Manzoni.
Kate todavía estaba recorriendo la noticia y sus hipervínculos.
—Yo no embaracé y abandoné a esta mujer hace dos décadas. —Pulsó la pantalla flexible y se iluminó una zona de la mesa que estaba delante de Hiram:
—Schirra tiene pruebas que lo corroboran. Mira.
Bobby miró por encima del hombro de su padre, la pantalla mostraba a Hiram sentado a una mesa, esta mesa, reconoció Bobby con un estremecimiento, esta sala; e iba abriéndose camino entre una montaña de papeles, corrigiendo y firmando. La imagen tenía cantidad de granos, era inestable pero suficientemente clara. Hiram llegó hasta un documento en particular, sacudió la cabeza como si hubiera sentido disgusto y con premura lo firmó, poniéndolo boca abajo sobre una pila de papeles que tenía a su derecha.
Después de eso, la imagen volvió a pasar en cámara lenta y el punto de vista hizo un acercamiento rápido al documento: después de precisar el enfoque y de un mejoramiento de la imagen fue posible leer parte del texto.
—¿Ve? —dijo Kate—. Hiram, lo atraparon firmando una puesta al día del acuerdo de pago que usted celebró con Heather hace más de veinte años.
Hiram lo miró a Bobby, casi como si le suplicara.
—Fue hace mucho tiempo. Arribamos a una conciliación. La ayudé a desarrollar su carrera: hace películas documentales. Ha tenido suceso.
—Era una yegua reproductora, Bobby —dijo Kate con frialdad—. Siguió pagándole para mantenerla callada… y para asegurarse de que nunca tratara de acercarse a ti.
Hiram daba vueltas por el salón, pegando mazazos en las paredes y lanzando miradas de odio hacia el cielo raso.
—Hago que a esta suite se la revise tres veces por día. ¿Cómo consiguieron esas imágenes? ¡Esos imbéciles incompetentes de seguridad de edificios volvieron a meter la pata!
—Vamos, Hiram —dijo Kate con tono calmo, aunque era evidente que estaba disfrutando esto—. Piénselo: no existe manera alguna por la que NET pudiera colocar micrófonos clandestinos en su oficina central. Del mismo modo que usted no podría colocarlos en la de ellos.
—Pero yo no necesitaría micrófonos —dijo Hiram lentamente—, tengo la cámara Gusano… Oh.
—Buen trabajo —Kate sonreía de oreja a oreja—. Ya lo descubrió: NET también debe de tener una cámara Gusano. Es el único modo en que pudieron haber obtenido esta noticia de primera plana. Perdió el monopolio que tenía, Hiram. Y lo primero que hicieron con la cámara Gusano de ellos fue volverla contra usted. —Tiró la cabeza hacia atrás y lanzó una fuerte carcajada.
—¡Dios mío! —dijo Bobby—. ¡Qué desastre!
—Ah, eso es basura —contestó secamente Kate—. Vamos, Bobby, muy pronto todo el mundo sabrá que la cámara Gusano existe; ya no va a ser posible mantener esa información oculta. ¡Por Dios, qué bueno será si a la cámara Gusano se la arrebatan de las manos de este duopolio de enfermos, Hiram Patterson y el gobierno federal!
Hiram dijo con tono gélido:
—Si Noticias de la Tierra posee la tecnología de la cámara Gusano, es evidente que alguien se la dio.
Kate parecía estar perpleja.
—¿Está dando a entender que yo…?
—¿Y quién si no?
—Soy periodista —repuso Kate con furia—, no espía. ¡Vayase al demonio, Hiram! Es obvio lo que ocurrió: NET sencillamente dedujo que usted debía de haber descubierto la manera de adaptar los agujeros de gusano para que actuaran como visores a distancia. Con esa comprensión básica duplicaron sus propias investigaciones. No sería difícil: la mayor parte de la información es del dominio público. Hiram, su poder sobre la cámara Gusano siempre fue frágil, se necesitó nada más que una persona para deducir en forma independiente cómo funciona.
Pero Hiram no parecía estar oyéndola.
—La perdoné; la contraté. Usted tomó mi dinero. Usted traicionó mi confianza. Usted dañó la mente de mi hijo y lo envenenó contra mí.
Kate se puso de pie y encaró a Hiram.
—Si realmente cree eso, es más retorcido de lo que yo creía.
El motor de búsqueda llamó con tono suave.
—Discúlpeme, Hiram, Michael Mavens está aquí y pide verlo. El agente especial Mavens de…
—¡Dile que espere!
—Temo que ésa no es una opción factible, Hiram. Y tengo una llamada de David, dice que es urgente.
Bobby miró a uno y a otra, asustado, confundido, mientras la vida se le hacía pedazos a su alrededor.
Mavens tomó un asiento y abrió un maletín.
Hiram preguntó, irritado:
—¿Qué quiere, Mavens? No esperaba volver a verlo. Creía que el convenio que habíamos celebrado abarcaba todo.
—Yo también lo creí así, señor Patterson —Mavens parecía estar sinceramente decepcionado—, pero el problema es que usted no cumplió su parte. Nuestro Mundo como sociedad por acciones. Uno de sus empleados, para ser específico. Y ésa es la razón por la que estoy acá. Cuando me enteré de que había surgido este caso pregunté si yo podría quedar implicado. Supongo que tengo un interés especial.
Hiram preguntó con tono lúgubre:
—¿Qué caso?
Mavens sacó de su maletín lo que parecía ser una orden de enjuiciamiento.
—Para resumir lo que dice acá, se trata de una acusación que, por apropiación indebida de información reservada sobre secretos industriales según la ley de 1996 sobre Espionaje Económico, presentaraibm contra Nuestro Mundo; específicamente, la presentó el director del laboratorio de investigaciones de esa empresa, Thomas J. Watson. Señor Patterson, tenemos la convicción de que a la cámara Gusano se la utilizó para conseguir el acceso ilegal a resultados de investigaciones sobre los que ibm tiene derechos exclusivos. Algo que se llama conjunto de paneles de control del soporte lógico para la supresión de la sinestesia, que se relaciona con la tecnología de la realidad virtual. —Dejó de leer y alzó la vista.
—¿Todo esto tiene sentido para usted?
Hiram miró a Bobby.
Bobby estaba sentado sin moverse en absoluto, abrumado por emociones en conflicto, sin tener una idea real de cómo debería reaccionar, de qué debería decir.
Kate dijo:
—¿Y usted ya sospecha de alguien, no, agente especial?
El hombre delfbi la miró fijamente, con tristeza.
—Creo que usted ya sabe la respuesta a esa pregunta, Ms. Manzoni.
Kate pareció estar confundida.
Bobby contestó con dureza.
—¿Quiere decir Kate? Eso es ridículo.
Hiram se golpeó la palma de una mano con el otro puño.
—Lo sabía. Sabía que esta mujer representaba problemas. Pero no pensé que iría tan lejos.
Mavens suspiró.
—Temo que existe un conjunto de pruebas muy claras que conducen hacia usted, Ms. Manzoni.
Kate se enfureció.
—Si esas pruebas están ahí, es porque alguien las plantó.
Mavens respondió.
—Se la va a poner bajo arresto. Espero que no haya problemas. Si usted se sienta con calma, el motor de búsqueda le leerá sus derechos.
Kate pareció sobresaltarse cuando una voz —inaudible para el resto de los presentes— empezó a sonar en sus oídos.
Hiram se puso al lado de Bobby.
—Tómalo con calma, hijo. Saldremos juntos de toda esta mierda. ¿Qué estaba tratando de hacer, Manzoni? ¿Encontrar otro modo de llegar hasta Bobby?¿Es por eso que hizo todo esto? —La cara de Hiram era una máscara torva, desprovista de emociones: no había indicios de ira o piedad o alivio… o de triunfo.
Y la puerta se abrió violentamente: David estaba parado en ella con una sonrisa muy amplia, su corpachón parecido al de un oso llenando el vano. En una de las manos llevaba enrollada una pantalla flexible.
—¡Lo hice! —dijo—. ¡Por Dios, lo logré!… ¿Qué está pasando acá?
Mavens le respondió.
—Doctor Curzon, sería mejor que usted…
—No importa. Lo que fuere que estén haciendo, no importa… no en comparación con esto. —Extendió la pantalla flexible sobre la mesa. —No bien lo logré vine de inmediato para acá. Miren esto.
La pantalla flexible mostraba lo que, tomado de manera superficial, parecía ser un arco iris reducido a negro, blanco y gris; bandas desparejas de luz que formaban arcos y estaban distorsionadas, recortadas contra un fondo negro.
—Por supuesto que se ve mucho el grano —dijo David— pero, así y todo, esta primera imagen es equivalente a la calidad de las imágenes que mandaran de vuelta las primeras sondas de la NASA que hicieron vuelos de circunvalación, allá por la década de 1970.
—Eso es Saturno —dijo Mavens, extrañado—. El planeta Saturno.
—Sí. Lo que estamos mirando son los anillos. —David sonrió mostrando todos los dientes. —Establecí el punto de vista de una cámara Gusano a no menos de mil millones y medio de kilómetros de distancia. No está mal, ¿eh? Si miran de cerca hasta pueden ver un par de las lunas aquí, en el plano de los anillos.
Hiram lanzó una risa estentórea y abrazó con fuerza el corpacho de David.
—Dios mío, eso es tremendamente magnífico.
—Sí, sí lo es. Pero no es eso lo importante… ya no más.
—¿¡No es importante!? ¿Estás bromeando?
Con actividad febril, David empezó a pulsar su pantalla flexible; la imagen de los anillos de Saturno se disolvió.
—Puedo reconfigurarlo desde acá. Es así de fácil. Fue Bobby quien me dio la pista. A mí simplemente ni se me había ocurrido, como sí se le ocurrió a él. Si restrinjo el intervalo parecido al espacio a algunos metros, entonces el resto de la amplitud del agujero de gusano se vuelve parecido al tiempo…
Bobby se inclinó hacia adelante para ver. Ahora, la pantalla mostraba una imagen igualmente granosa de una escena mucho más terrena. Bobby la reconoció de inmediato: era el cubículo de trabajo de David en la Fábrica de Gusanos. David estaba sentado allí, la espalda hacia el punto de vista y Bobby parado al lado de su hermano, mirando por encima de su hombro.
—Es así de fácil —volvió a decir David, esta vez con un hilo de voz y temor reverencial—. Claro que tendremos que llevar a cabo ensayos repetibles, en los que habrá que medir adecuadamente los tiempos…
Hiram dijo:
—Eso es la Fábrica de Gusanos precisamente. ¿Y con eso qué?
—No lo entiendes. Este nuevo agujero de gusano tiene la misma… mmm… longitud que el otro.
—El que llegó hasta Saturno.
—Sí. Pero en vez de abarcar ochenta minutos luz…
Mavens completó la oración por David.
—Ya entiendo: este agujero de gusano abarca ochenta minutos.
—Sí —dijo David—, ochenta minutos hacia el pasado. Mira, padre. Nos estás viendo a mí y a Bobby justamente antes de que lo llamaras a tu oficina.
La boca de Hiram estaba completamente abierta.
Bobby sintió como si el mundo hubiera estado nadando alrededor de él, cambiando, configurándose y adoptando un cierto patrón extraño y desconocido, como si le hubieran apagado otro micro-procesador más de su cabeza. Miró a Kate, que se veía diminuta, aterrorizada, perdida por la conmoción.
Pero Hiram, al haberse disipado sus problemas, de inmediato comprendió las consecuencias. Lanzó una mirada feroz hacia el aire.
—Me pregunto cuántos de ellos nos están observando en este preciso instante.
Mavens preguntó:
—¿Quiénes?
—En el futuro. ¿No se da cuenta? Si David tiene razón, éste es un momento crucial en la historia: este momento, aquí y ahora, la invención de este, este visor del pasado. Es probable que el aire que nos rodea esté efervescente con puntos de vista de cámaras Gusano a las que enviaron a esta época historiadores del futuro. Biógrafos. Hagiógrafos. —Levantó la cabeza y desnudó los dientes. —¿Me están mirando? ¿Lo están?
—¿Recuerdan mi nombre? Soy Hiram Patterson. ¡Ja! ¡Vean lo que yo hice, pedazo de imbéciles!
Y en los corredores del futuro, innumerables observadores se enfrentaron con la desafiante mirada de Hiram Patterson.