Bobby podía ver la Tierra, entera y serena, dentro de la jaula de luz plateada que la envolvía.
Dedos de verde y azul se abrían camino hacia el interior de los nuevos desiertos de Asia y del Medio Oeste norteamericano. Arrecifes artificiales centelleaban en el Caribe, su color azul pálido recortado contrala parte más profunda del océano. Grandes y rígidas máquinas trabajaban con esfuerzo sobre los polos, para reparar la atmósfera. El aire estaba límpido como el cristal, pues ahora la humanidad extraía la energíaque necesitaba del núcleo mismo de la Tierra.
Y Bobby sabía que, de así desearlo, con un mero esfuerzo de la voluntad podría mirar hacia atrás en el tiempo.
Podría mirar ciudades floreciendo sobre la paciente superficie dela Tierra, las que después se agostarían y desvanecerían como rocío herrumbroso. Podría mirar especies arrugarse y recurvarse como hojas que se enrollan adentro de sus retoños. Podría mirar la lenta danza de los continentes mientras la Tierra otra vez acumulaba su calor primigenio dentro de su corazón de hierro. El presente era una burbuja centelleante y creciente de vida y conciencia, con el pasado encerrado dentro de ella, atrapado sin poder moverse, del mismo modo en que lo estaría un insecto inmovilizado en ámbar.
Durante largo tiempo, en esta Tierra rica y en expansión, engarzada en la sabiduría una humanidad perfeccionada había estado en paz, una paz que era inimaginable cuando Bobby nació.
Y todo esto había provenido de la ambición de un Solo hombre, un hombre apasionado, lleno de defectos, un hombre que nunca llegó a comprender siquiera adonde lo habrían de conducir sus sueños.
Qué notable, pensó.
Bobby inspeccionó su pasado… y su corazón.